Mientras que las creencias apocalípticas sobre el fin del mundo
han sido, históricamente, un tema de la especulación religiosa,
son cada vez más comunes entre algunos de los principales
científicos de hoy.
Este es un hecho preocupante, dado que la ciencia no se basa en
la fe y en la revelación, sino en la observación y la evidencia
empírica.
Tal vez la figura más prominente con una perspectiva ansiosa
sobre el futuro de la humanidad es Stephen Hawking.
El año pasado escribió lo siguiente en
un artículo de The Guardian…
Ahora, más que en
cualquier otro momento de nuestra historia, nuestra especie
necesita trabajar junta.
Nos enfrentamos a
desafíos ambientales impresionantes: el cambio climático, la
producción de alimentos, la superpoblación, la diezimación
de otras especies, la enfermedad epidémica, la acidificación
de los océanos.
Juntos, son un
recordatorio de que estamos en el momento más peligroso del
desarrollo de la humanidad.
Ahora tenemos la
tecnología para destruir el planeta en el que vivimos, pero
aún no hemos desarrollado la capacidad de escapar de él.
Como posible apoyo a
estas aseveraciones tan abominables, los estudios sugieren que
la civilización actual tendrá que producir más alimentos en los
próximos 50 años, que en toda la historia humana en conjunto,
que se remonta a unos 200.000 años en el Pleistoceno.
Esto se debe en parte al problema de la superpoblación en curso,
una población que se cree alcanzará aproximadamente los 9300
millones de personas en la Tierra para el año 2050.
De acuerdo con el
Informe Planeta Vivo 2016, la
humanidad necesita 1,6 planetas Tierra para mantener nuestro
ritmo de consumo actual.
En otra palabras, a menos que algo importante cambie con
respecto al agotamiento de los recursos antropogénicos, la
naturaleza nos llevará a cambiar radicalmente la vida tal y como
la conocemos ahora.
En esta línea, los científicos coinciden ampliamente en que la
actividad humana ha empujado a la biosfera a enfrentarse al
sexto evento de extinción masiva en toda la historia de 4.500
millones de años de la Tierra.
Este parece ser el caso, incluso si hacemos caso de las
previsiones más optimistas sobre las tasas actuales de extinción
de especies, que pueden estar ocurriendo 10.000 veces más rápido
que la "tasa de fondo" normal de extinción.
Otros estudios han
descubierto que, por ejemplo, la población mundial de
vertebrados silvestres, es decir, mamíferos, aves, reptiles,
peces y anfibios, se ha reducido en un asombroso 58% entre 1970
y 2012.
La biosfera se está
marchitando en tiempo real, y la culpa la tienen nuestras
propias acciones necias.
En cuanto a la enfermedad, las superbacterias son una
preocupación creciente entre los investigadores debido al uso
excesivo
de antibióticos entre el ganado
y los seres humanos.
Estas bacterias
resistentes a múltiples fármacos son altamente resistentes a las
vías de tratamiento normales, y ya unos 2 millones de personas
se enferman de superbacterias cada año.
Tal vez el mayor riesgo aquí es que, como dice Brian Coombes:
"los antibióticos
son la base sobre la que descansa toda la medicina moderna.
La quimioterapia contra el cáncer, los trasplantes de
órganos, las cirugías y el parto se basan en antibióticos
para prevenir las infecciones.
Si no puedes
tratarlos, perderemos los avances médicos que hemos hecho en
los últimos 50 años".
De hecho, es por eso que Margaret Chan, directora general
de la Organización Mundial de la Salud, afirma que,
"la resistencia a
los antimicrobianos representa una amenaza fundamental para
la salud humana, el desarrollo y la seguridad".
Para hacer las cosas
aún peor, los expertos argumentan que el riesgo de una pandemia
global está aumentando. La razón es, en parte, debido al
crecimiento de las megaciudades.
Según una estimación de
las Naciones Unidas:
"el 66 por ciento
de la población mundial vivirá en los centros urbanos en
2050".
La proximidad de las personas hará que la propagación de
patógenos sea mucho más fácil, sin mencionar el hecho de que los
gérmenes mortales pueden viajar desde un lugar a otro
literalmente a la velocidad de un avión de pasajeros.
Además, el
cambio climático producirá olas
de calor e inundaciones que crearán,
"más
oportunidades para las enfermedades transmitidas por el agua
como el cólera y para los vectores de enfermedades como los
mosquitos en las nuevas regiones".
Es por eso que
algunos investigadores de salud pública concluyen que,
"estamos ante el
mayor riesgo de experimentar brotes a gran escala y
pandemias globales", y que "el próximo agente que provoque
un brote epidémico, probablemente será una sorpresa".
Finalmente, la acidificación de los océanos del mundo es una
catástrofe que apenas recibe la atención que merece.
Lo que pasa es que
los océanos están absorbiendo dióxido de carbono de la
atmósfera, y esto está causando que su nivel de PH caiga. Una
consecuencia de ello es la destrucción de los arrecifes de coral
a través de un proceso llamado "blanqueo".
Hoy, alrededor del 60
por ciento de los arrecifes de coral están en peligro de
blanquearse, y cerca del 10 por ciento ya son ciudades fantasmas
submarinas.
Aún más alarmante, sin embargo, es el hecho de que la tasa de
acidificación oceánica está ocurriendo más rápido hoy en día de
lo que ocurrió durante la extinción masiva del Pérmico-Triásico.
Ese evento ha sido llamado la "gran
mortandad" porque fue la extinción mas devastadora
que se ha producido jamás, dando por resultado que un 95 por
ciento de todas las especies acabarán desapareciendo.
Como señala el periodista científico Eric Hand, mientras
que 2,4 gigatoneladas de carbono fueron inyectadas en la
atmósfera por año durante la Gran Mortandad, en la actualidad se
inyectan alrededor de 10 gigatoneladas al año por parte de la
sociedad industrial contemporánea.
Así, la sexta
extinción masiva mencionada anteriormente, también llamada
extinción
antropogénica, podría resultar
quizás incluso peor que la extinción del Pérmico-Triásico.
Así que la terrible advertencia de Hawking de que vivimos en el
período más peligroso de la existencia de nuestra especie es
bastante robusta.
De hecho, consideraciones como estas han llevado a varios otros
científicos notables a sugerir que el colapso de la sociedad
global podría ocurrir en un futuro previsible.
El fallecido microbiólogo Frank Fenner, por ejemplo, cuyo
trabajo virológico ayudó a eliminar la viruela, predijo en 2010
que,
"los seres
humanos probablemente estarán extintos dentro de 100 años,
debido a la superpoblación, la destrucción del medio
ambiente y el cambio climático".
De forma similar, el
biólogo canadiense Neil Dawe, afirmó que:
"No me
sorprendería si la generación posterior a mi fuera testigo
de la extinción de la humanidad".
Y el reconocido
ecologista Guy McPherson
argumenta que la humanidad
quedará enterrada en la tumba evolutiva para 2026.
El Boletín de los Científicos Atómicos también movió
recientemente el minutero del
Reloj del Juicio Final 30
segundos más cerca de la medianoche, principalmente debido al
presidente
Donald Trump y al tsunami
de anti-intelectualismo que lo llevó a la Oficina Oval.
Como Lawrence Krauss y David Titley
escribieron en un editorial del
New York Times:
Estados Unidos
tiene ahora un presidente que ha prometido impedir el
progreso tanto en la lucha contra la proliferación nuclear
como en la solución del cambio climático.
Nunca antes el
Boletín decidió avanzar el reloj principalmente debido a las
declaraciones de una sola persona. Pero cuando esa persona
es el nuevo presidente de los Estados Unidos, sus palabras
son importantes.
Estando a dos minutos
y medio de la medianoche, el Reloj del Juicio Final está
actualmente en su punto más cercano a la medianoche de lo que
había estado desde 1953, después de que los Estados Unidos y la
Unión Soviética hubieran detonado bombas de hidrógeno.
Pero hasta ahora hemos ignorado amenazas a nuestra existencia
que muchos estudiosos del riesgo punteros creen son aún más
graves, es decir, los riesgos asociados con tecnologías
emergentes como,
En general, estas
tecnologías no sólo se están volviendo más poderosas a un ritmo
exponencial, de acuerdo con la Ley de Ray Kurzweil de
Rendimientos Acelerados, sino
cada vez más accesible para grupos pequeños e incluso lobos
solitarios.
El resultado es que un número creciente de individuos están
siendo empoderados para causar estragos sin precedentes en la
civilización.
Considere el siguiente desastre de pesadilla esbozado por el
científico de computación Stuart Russell:
Un
quadcopter muy, muy
pequeño, de una pulgada de diámetro puede llevar una carga
de uno o dos gramos de proyectil explosivo de carga hueca.
Usted puede
pedirlo a un fabricante de drones en China y puede programar
el código para que diga:
"Aquí hay
miles de fotografías de tipos de cosas a las que quiero
apuntar".
Una carga de un
gramo de proyectil de carga hueca puede perforar un agujero
en nueve milímetros de acero, por lo que presumiblemente
también se puede perforar un agujero en la cabeza de
alguien.
Usted puede meter
hasta tres millones de esos drones en un semirremolque.
Usted puede llevar tres camiones hacia Nueva York y disponer
de 10 millones de armas atacando la ciudad.
No tienen que ser
muy eficaces, sólo que el 5 o 10 por ciento de ellos
alcancen un objetivo es suficiente.
Russell añade que,
"habrá
fabricantes que producirán millones de estas armas que la
gente podrá comprar igual que usted puede comprar armas
ahora, excepto que tener millones de armas no importa a
menos que se tenga un millón de soldados.
En este caso,
sólo necesitas tres soldados", concluye, para escribir el
código de computadora correspondiente para programar los
drones y para liberarlos.
Este escenario puede ampliarse arbitrariamente para involucrar,
digamos, 500 millones de drones armados empaquetados en varios
cientos de camiones estratégicamente posicionados alrededor del
mundo.
El resultado podría ser una catástrofe global que pusiera a la
civilización de rodillas.
Una matanza similar a la conseguida con un ataque de terrorismo
nuclear o una pandemia de ingeniería causada por un patógeno
diseñado en laboratorio.
Como Benjamin Wittes y Gabriella Blum expusieron
en su fascinante libro "El futuro de la violencia", nos
dirigimos hacia una era de capacidades ofensivas distribuidas
que es diferente a cualquier cosa que nuestra especie haya
encontrado antes.
Sin embargo, ¿qué clase de persona puede realmente querer hacer
esto? Desafortunadamente, hay muchos tipos de personas que de
buena gana destruirían a la humanidad.
La lista incluye
terroristas apocalípticos, psicópatas, psicóticos, misantropos,
ecoterroristas, anarco-primitivistas, eco-anarquistas,
tecnófobos violentos, neo-luditas militantes e incluso "personas
moralmente buenas" que sostienen, por razones éticas, que el
sufrimiento humano es tan grande que sería mejor no existir en
absoluto.
Dadas las tendencias
de la tecnología dual mencionadas anteriormente, todo lo que
podríamos encontrar más adelante durante este siglo es que una
sola persona o un grupo decidieran terminar unilateralmente el
gran experimento llamado civilización para siempre.
Se trata de consideraciones como estas, las que han llevado a
los estudiosos del riesgo, algunos procedentes de las mejores
universidades del mundo, a especificar inquietantemente altas
probabilidades de desastre global en el futuro.
Por ejemplo, el filósofo John Leslie afirma que la
humanidad tiene un 30 por ciento de posibilidades de extinción
en los próximos cinco siglos.
Menos optimista, una encuesta "informal" de expertos en una
conferencia organizada por el
Instituto de Futuro de la Humanidad
de la Universidad de Oxford pone la probabilidad de extinción
humana antes de 2100 en un 19 por ciento.
Y Lord Martin Rees, cofundador del Centro para el
Estudio del Riesgo Existencial en la Universidad de
Cambridge, argumenta que la civilización no tiene más que una
probabilidad del 50 por ciento de sobrevivir en el próximo
siglo.
Para poner este número en perspectiva, significa que el
estadounidense promedio tiene aproximadamente 4.000 veces más
probabilidades de presenciar una implosión de la civilización
que morir en un "accidente de transporte aéreo y espacial".
Un niño nacido hoy tiene una buena oportunidad de vivir lo
suficiente como para ver el colapso de la civilización, según
nuestras mejores estimaciones.
Volviendo
a la religión, las encuestas
recientes muestran que una gran parte de la gente religiosa cree
que el fin del mundo es inminente.
Por ejemplo, una encuesta de 2010 encontró que el 41 por ciento
de los cristianos en los EE.UU. creen que Jesús o
"definitivamente" o "probablemente" regresará en 2050.
Del mismo modo, el 83 por ciento de los musulmanes en Afganistán
y el 72 por ciento en Irak afirman que el Mahdi, figura
mesiánica del fin de los días, volverá mientras ellos aún estén
vivos.
La tragedia aquí, desde una perspectiva científica, es que tales
individuos están preocupados por el apocalipsis equivocado.
Son mucho más probables las catástrofes, calamidades y
cataclismos que causan un sufrimiento humano sin precedentes (y
sin sentido) en un universo sin ninguna fuente externa de
propósito o significado.
En cierto sentido, sin embargo, las personas religiosas y los
científicos están de acuerdo:
estamos en un
momento único de la historia humana, marcado por una
probabilidad excepcionalmente alta de desastre.
La diferencia es que,
para las personas religiosas, la utopía está al otro lado del
apocalipsis, mientras que para los científicos no hay nada más
que oscuridad.
Para ser claro, la situación no es en absoluto desesperada.
De hecho, no hay una amenaza ante nosotros que sea inevitable,
sea el cambio climático, la sexta extinción en masa, el
terrorismo apocalíptico o el nacimiento de una superinteligencia
artificial que nos someta.
Pero lo que sí está claro, es que sin un esfuerzo
colectivo concertado para evitar la catástrofe, el
futuro podría ser tan malo como el que haya podido imaginar
cualquier escritor de ciencia ficción distópica.
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