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EN NOMBRE DE DIOS
Si las profecías y expectativas mesiánicas en relación a la Nueva
Era del siglo veintiuno a.C. parecen similares a las actuales, el
grito de batalla no debería sonar extraño, cualquiera sea. Si en el
tercer milenio a.C. los dioses pelearon con los dioses empleando
ejércitos de hombres, en el segundo milenio a.C. los hombres
guerrearon contra hombres ‘en nombre de dios.’
Demoró sólo unos pocos siglos desde iniciada la Era de Marduk
mostrar que la realización de sus profecías de grandeza no llegaría
de manera fácil.
Significativamente, la resistencia vino no tanto desde los dispersos
dioses enlilitas sino de la gente, ¡las masas de sus leales devotos!
Hubo de pasar más de un siglo del tiempo de la ordalía nuclear hasta
que Babilonia (la ciudad) emergiera al estrado de la historia como
Babilonia (el estado) bajo su Primera Dinastía.
Durante este
intervalo el sur de Mesopotamia—la Súmer de antaño—fue dejada a que
se recobrara en manos de regentes temporales con cuartel central en
Isin y después en Larsa; sus nombres teofóricos—Lipsit-Ishtar,
Ur-Ninurta, Rim-Sin, Enlil-Bani—hacían alarde de sus lealtades
enlilitas.
La corona de sus logros fue la restauración del templo de Nippur
exactamente setenta y dos años después del desastre nuclear—otra
indicación de donde estaban sus lealtades, y una adherencia al
conteo zodiacal del tiempo.
Estos regentes no babilonios eran (¿sirios?) [scions] de lengua
semita leales a la ciudad-estado llamada Mari. Cuando se mira el
mapa que muestra las ciudades-estado de la primera mitad del segundo
milenio a.C. (Fig. 50), queda claro que los estados no-mardukitas
formaban un formidable perno alrededor de la Gran Babilonia,
partiendo por Elam y Gutium en el sureste y el este; Asiria y Hatti
en el norte; y como ancla occidental en la cadena, Mari al medio del
Éufrates.
Figura 50
De ellos, Mari era la más ‘sumeria’, y aun habiendo
servido alguna vez como capital de Súmer, hubo rotación de ciertas
funciones por las principales ciudades de Súmer. Antiguo puerto
fluvial en el Éufrates, era un importante punto de cruce para gente,
bienes, y cultura entre Mesopotamia al oriente, las tierras del
Mediterráneo al poniente, y Anatolia al norponiente.
Sus monumentos llevan los más finos ejemplos de escritura sumeria, y
su enorme palacio central fue decorado con murales, asombrosos en su
maestría, rinden honor a Ishtar (Fig. 51)
(Un capítulo de Mari y mi
visita a sus ruinas puede ser leída en Las Expediciones de las
Crónicas de la Tierra -
The Earth
Chronicles Expeditions.)
Figura 51
Sus archivos reales de miles de tablillas revelaron como la riqueza
y las conexiones internacionales de Mari a muchas otras
ciudades-estado fueron primero usadas para luego ser traicionada por
la emergente Babilonia.
Después del logro de restaurar el sur de Mesopotamia por la realeza
de Mari, los reyes de Babilonia —fingiendo paz y sin
provocación—trataron a Mari como un enemigo. En 1760 a.C. el rey
babilonio Hamurabi atacó, saqueó, y destruyó a Mari, sus templos y
sus palacios. Fue hecho, alardeó Hamurabi en sus anales, ‘mediante
el imponente poder de Marduk.’
Después de la caída de Mari, caciques de las ‘Tierramar’—áreas
fangosas de las áreas que bordean el Mar Inferior (Golfo
Pérsico)—condujeron ataques hacia el norte, y tomaron de tiempo en
tiempo control de la sagrada ciudad de Nippur. Pero esas fueron
ganancias pasajeras, y Hamurabi estaba seguro que vencer a Mari
implicaba la dominación política y religiosa del antiguo Súmer y
Acadia. La dinastía a la cual pertenecía, llamada por los académicos
la Primera Dinastía de Babilonia, comenzó un siglo antes de él y
continuó a través de sus descendientes por otros dos siglos. En
aquellos turbulentos tiempos, fue todo un logro.
Historiadores y teólogos están de acuerdo que en 1760 a.C.,
Hamurabi, llamándose a si mismo como ‘Rey de los Cuatro Cuartos,’
‘puso a Babilonia en el mapa del mundo’ y lanzó la diferente
Religión Estelar de Marduk.
Cuando la supremacía política y militar de Babilonia fue así
establecida, fue tiempo de reafirmar y engrandecer su dominación
religiosa. En una ciudad cuyo esplendor fue exaltado en la Biblia y
cuyos jardines fueron considerados alguna vez como una de las
antiguas maravillas del mundo, el precinto sagrado, con el
templo-zigurat sagrado Esagil en su centro, fue protegida por sus
propios muros y puertas con guardias; dentro, los caminos
procesionales eran diseñados para encajar con las ceremonias
religiosas, y se construyeron santuarios para otros dioses (de los
cuales Marduk esperaba ser su invitado no deseado).
Cuando los arqueólogos excavaron Babilonia, encontraron no sólo
restos de la ciudad sino además ‘tablillas de arquitectura’ que
describen y mapean la ciudad; aunque muchas de las estructuras son
residuos de tiempos tardíos, esta concepción artística del centro
del sagrado precinto (Fig. 52) da una buena idea del magnífico
cuartel general de Marduk.
Figura 52
Adecuado para un ‘Vaticano,’ el sagrado precinto estaba lleno con
una impresionante selección de sacerdotes cuyos trabajos religiosos,
ceremoniales, administrativos, políticos, y otros menores fueron
recogidas de sus variadas agrupaciones, clasificaciones, y
designaciones.
Al final de la jerarquía estaba el personal de servicio, los
Abalu—‘Portadores’—que limpiaban el templo y edificios colindantes,
proveían las herramientas y utensilios que los otros sacerdotes
requerían, y actuaban como proveedores generales y personal de
bodega—excepto para las lanas hiladas, las cuales eran confiadas
sólo a los sacerdotes de Shu’uru.
Sacerdotes especiales, como los Mushshipu y los Mulillu, realizaban rituales de purificación,
excepto que se requiriera un Mushlahhu para tratar una infección por
serpiente. Los Umannu, Maestros Artesanos, trabajaban en talleres
donde eran fabricados objetos religiosos artísticos; los Zabbu eran
un grupo de sacerdotisas, jefas de cocina, y cocineras, que
preparaban los alimentos.
Otras sacerdotisas actuaban como lloronas profesionales en los
funerales; las Bakate sabían cómo derramar lágrimas amargas. Y
también estaban los Shangu—simplemente ‘los sacerdotes’—que
supervisaban el funcionamiento general del templo, la realización
tranquila de sus rituales, y el recibimiento y manipulación de las
ofrendas, o quienes eran responsables por las ropas de los dioses; y
así sigue.
La provisión de personal para servicios de ‘mayordomía’ a los dioses
residentes fue manejada por un pequeño grupo, élite de sacerdotes
especialmente seleccionada. Estaban los Ramaqu que manejaban los
rituales de purificación-por-agua (honrando al dios con el baño), y
los Nisaku que sacaban el agua usada.
El ungimiento de los dioses
con ‘Aceite Sagrado’—una delicada mezcla de aceites aromáticos
específicos—era realizado por manos especializadas, comenzando con
los Abaraku que mezclaban los componentes, e incluían a los Pashishu
que hacían el ungüento (en el caso de una diosa los sacerdotes eran
todos eunucos). También estaban en general, otros sacerdotes y
sacerdotisas, incluyendo el Coro Sagrado—el Naru que canta, el
Lallaru que eran cantantes y músicos, y los Munabu cuya especialidad
eran las lamentaciones.
En cada grupo había un Rabu—el Jefe, el que está a cargo.
Tal como lo previera Marduk, una vez que su zigurat-templo Esagil se
levantó hacia las alturas, su función principal fue observar de
manera constante los cielos; y ciertamente el segmento más
importante de los sacerdotes del templo eran aquellos cuya función
fue observar los cielos, seguir la huella del movimiento de
estrellas y planetas, documentar fenómenos (como conjunciones
planetarias o un eclipse), y considerar cuando los cielos reseñaban
augurios; y si eso, interpretar lo que significaba.
Los sacerdotes-astrónomos, por lo general llamados Mashmashu,
incluían diversas especialidades; un sacerdote Kalu, por ejemplo, se
especializaba en observar la Constelación del Toro. Era deber de un
Lagaru llevar un registro diario de las observaciones celestes, y
derivar la información a un cuadro de sacerdotes-intérpretes.
Estos—que hacían el ‘top’ de la jerarquía sacerdotal—incluían a los Ashippu, especialistas en presagios, los Mahhu ‘que podían leer los
signos’, y los Baru—‘Decidores de la Verdad’—que ‘comprendían los
misterios y los signos divinos.’ Un sacerdote especial, el Zaqiqu,
estaba a cargo de transmitir las palabras sagradas al rey. Luego a
la cabeza de aquellos sacerdotes astrónomos-astrólogos estaba el
Urigallu, el Gran Sacerdote, que era un hombre santo, un mago, y un
médico, cuyas blancas vestimentas estaban trabajadamente ribeteadas
de color en los dobladillos.
El descubrimiento de unas setenta tabillas que forman una serie
continua de observaciones y sus significados, llamadas por las
palabras iniciales Enuna Anu Enlil, reveló tanto la transición de la
astronomía sumeria y la existencia de fórmulas oraculares que
señalaban el significado del evento.
Con el tiempo una gran cantidad de adivinos, interpretadores de
sueños, relata-fortuna, y semejantes, se unieron a la jerarquía,
pero estaban más bien al servicio del rey que de los dioses.
Con el tiempo las observaciones celestes degradaron a augurios
astrológicos para el rey y el país—prediciendo guerra, tranquilidad,
derrocamientos, larga vida o muerte, abundancia o pestilencias,
bendiciones divinas o ira de los dioses. Pero al comienzo las
observaciones celestes fueron puramente astronómicas y fueron de
principal interés al dios—Marduk—y sólo por extensión al rey y la
gente.
No era por casualidad que un sacerdote Kalu fuera especializado en
observar la Constelación del Toro de Enlil por cualquier fenómeno
adverso, porque el principal propósito del observatorio-como-Esagil
era rastrear zodiacalmente los cielos y mantener un ojo sobre el
Tiempo Celeste.
El hecho que sucesos significantes previos al bombazo nuclear
sucedieran en intervalos de 72 años, y continuaran así hacia
adelante (ver arriba en capítulos anteriores), sugiere que el reloj
zodiacal, en el cual toma setenta y dos años retroceder un grado el
cambio Precesional, continuó siendo observado y con adherentes.
Queda claro a partir de textos astronómicos (y astrológicos) de
Babilonia que sus sacerdotes-astrónomos retuvieron la división
sumeria de los cielos en tres Caminos o senderos, cada uno ocupando
sesenta grados de arco celeste: el Camino de Enlil para los cielos
del norte, el Camino de Ea para los cielos del sur, y el Camino de
Anu como la banda central (Fig. 53). Fue más tarde que se colocaron
las constelaciones zodiacales, y fue ahí que la ‘Tierra se encontró
con el Cielo’—en el horizonte.
Figura 53
Quizá debido a que Marduk alcanzó la supremacía en concordancia con
el Tiempo Celestial, el reloj zodiacal, sus sacerdotes-astrónomos
continuamente exploraban el cielo al horizonte, el sumerio AN.UR,
‘Base del Cielo,’ No había un punto para observar el sumerio AN.PA,
‘lo más Alto del Cielo’, el zenit, porque Marduk como una
‘estrella,’ Nibiru, estaba por entonces ido e invisible.
Pero como planeta orbitante, aunque no visible de momento, ya venía
de vuelta.
Expresando su equivalencia del tema Marduk-es-Nibiru, la versión
egipcia de la Religión Estelar de Marduk prometió abiertamente su
esperanza en un tiempo que vendrá cuando este dios-estrella o
estrella-dios reaparezca como el ATON.
Fue este aspecto de la Religión Estelar de Marduk—el eventual
Retorno—lo que directamente desafió a los adversarios enlilitas de
Babilonia, y cambió el foco del conflicto hacia renovadas
expectativas mesiánicas.
De los actores post-Súmer en el escenario del Viejo Mundo, cuatro
que crecieron hasta estatus imperial dejaron la más profunda huella
en la historia:
...y cada una tuvo su ‘dios nacional.’
Los dos primeros pertenecían al campo de Enki, Marduk, y Nabu; los
otros dos eran afiliados a Enlil, Ninurta, y Adad.
Sus dioses nacionales se llamaban Amon-Ra y Bel/Marduk, Ashur y
Teshub, y fue en nombre de estos dioses que las constantes,
prolongadas, y crueles guerras fueron peleadas.
Los conflictos, los
historiadores pueden explicar, fueron causados por las razones
usuales de las guerras:
-
recursos
-
territorio
-
necesidad
-
codicia
Pero los anales reales que detallan las conflagraciones y las
expediciones militares las presentan como guerras religiosas en las
cuales el dios propio era glorificado y humillada la deidad opuesta.
Sin embargo, las presentidas expectativas del Retorno cambiaron esas
guerras a campañas territoriales que tenían sitios específicos como
sus blancos.
Las ofensivas, de acuerdo a los anales reales de todas esas tierras,
eran lanzadas por el rey más o menos ‘por orden de mi dios’; la
campaña realizada ‘en concordancia a un oráculo’ de este o ese dios;
y a veces a menudo y otras veces no, se lograba la victoria con la
ayuda de armas sin oposición o la ayuda directa proveniente del
dios.
Un rey egipcio escribió en sus registros de guerra que fue ‘Ra
quién me ama, Amon que me favorece,’ quienes lo instruyeron de
marchar ‘contra esas ciudades que Ra abomina.’ Un rey asirio,
recordando la derrota de un rey enemigo, se jactaba de haber
reemplazado, en el templo de la ciudad, las imágenes de los dioses
de la ciudad ‘con las imágenes de mis dioses, y los declaro a ellos
de ahora en adelante ser los dioses del país.’
Un claro ejemplo de los aspectos religiosos de aquellas guerras—y el
deliberado cambio de objetivos—puede ser hallado en la Biblia
hebrea, en
2 Reyes, cap. 18-19, en los cuales se describe el sitio de Jerusalén
por el ejército del rey asirio Sennacherib.
Habiendo rodeado y aislado a la ciudad, el comandante asirio se
comprometió en una guerra psicológica para lograr que los defensores
de la ciudad se rindieran. Hablando en hebreo para que todos en la
ciudad pudieran entender, les gritó las palabras de rey de Asiria:
No sean engañados por sus líderes que su dios
Yahveh los protegerá.
-
¿Acaso alguno de los dioses de las naciones alguna vez rescató sus
tierras de las manos del rey de Ashur?
-
¿Dónde están los dioses de Hamath y Arpad?
-
¿Dónde están los dioses de Sepharvaim, Hena y Avva?
-
¿Dónde están los dioses de la tierra de Samaria?
-
¿Cuál de los dioses
de todas esas tierras alguna vez rescataron sus tierras de mi mano?
(Yahveh lo hizo, señalan los registros históricos).
-
¿De qué se
trataban estas guerras religiosas?
Las guerras, y los dioses
nacionales en cuyo nombre fueron peleadas, no tienen sentido cuando
uno comprende que al núcleo de los conflictos estaba lo que los
sumerios habían llamado DUR.AN.KI—el ‘Puente Tierra-Cielo.’
Repetidamente, los textos antiguos hablan de la catástrofe ‘cuando
la Tierra quedó separada del Cielo’—cuando el puerto espacial que
los conectaba fue destruido. La abrumante pregunta durante los
sucesos de la calamidad nuclear era esta: ¿Quién—cuál dios y su
nación—podía clamar ser quién poseía ahora en la Tierra el enlace a
los Cielos?
Para las dioses, la destrucción del puerto espacial en a Península
de Sinaí fue la pérdida material de una instalación que necesitaba
ser reemplazada.
¿Pero puede uno imaginar el impacto—el impacto espiritual y
religioso—sobre a Humanidad? De súbito, los adorados dioses de Cielo
y Tierra estaban fuera de contacto con el cielo…
Con el puerto espacial en el Sinaí ahora obliterado, quedaban sólo
tres sitios relacionados con el espacio en el Viejo Mundo: el Sitio
de Aterrizaje en las montañas de cedro; el Centro de Control de
Misión post-Diluvio, y las grandes pirámides en Egipto que anclaban
al Corredor de Aterrizaje. Con la destrucción del puerto espacial,
¿tenían esos otros sitios alguna función celeste útil—y esto además
una significancia religiosa?
Conocemos la respuesta, hasta cierto punto, debido a que las tres
ciudades aun están sobre la tierra, desafiando a la humanidad por
sus misterios y a los dioses a mirar hacia arriba a los cielos.
La más familiar de los tres es la Gran Pirámide de Egipto y su
compañera en Giza (Fig. 54); su tamaño, precisión geométrica,
complejidad interior, alineamientos celestes, y otros aspectos
asombrosos han hecho dudar largo tiempo la atribución de su
construcción a un faraón llamado Cheops—un supuesto apoyado
solamente por el descubrimiento de un hieroglifo de su nombre dentro
de la pirámide.
Figura 54
En La Escalera al Cielo (The Stairway to Heaven) ofrecí pruebas que aquellas
marcas eran una falsificación moderna, y en ese libro y otros
volúmenes se proveyó de evidencia textual y pictórica para explicar
cómo y por qué los Anunnaki diseñaron y construyeron aquellas
pirámides.
Habiéndolas desnudado del equipamiento de su guía radiante durante
la guerra de los dioses, la Gran Pirámide y sus compañeras
continuaron sirviendo para el Corredor de Aterrizaje. Con el puerto
espacial inexistente, sólo permanecieron como silenciosos testigos
de un Pasado desvanecido; no ha habido indicaciones de que alguna
vez hayan servido como objetos sagrados.
El Sitio de Aterrizaje en el bosque de cedros tiene un registro
diferente.
Gilgamesh, que fue casi mil años antes de la calamidad nuclear, fue
testigo ahí del lanzamiento de una nave cohete, y los fenicios de la
cercana Biblos de la costa Mediterránea graficaron en una moneda
(Fig. 55) una nave cohete emplazada en una base especial dentro de
un recinto cerrado en el mismo lugar—casi mil años después del
suceso nuclear. Así, con y luego sin el puerto espacial, el Sitio de
Aterrizaje continuó siendo operativo.
Figura 55
El sitio,
Ba’albek
(‘La grieta del valle de Ba’al’), en Líbano,
consistía en la antigüedad de una vasta (alrededor de cinco millones
de pies cuadrados [equivale a un cuadrado de más de 70 metros de
lado]) plataforma de piedras enlosadas en cuyo rincón noroeste se
eleva hacia el cielo una enorme estructura de piedra.
Construida con
piedras inmensas encajadas a perfección cuyos pesos van de 600 a 900
toneladas cada una, su muro occidental fue especialmente fortalecido
con el bloque de piedras más pesado de la Tierra, que incluye tres
monolitos cuyo peso son increíbles 1.100 toneladas cada uno y son
conocidos como el Trilitón (Fig. 56).
Figura 56
El hecho asombroso acerca de
estos colosales boques de piedra es que fueron sacados de la cantera
cerca de dos millas en el valle, donde uno de tales bloques, cuya
cantería no fue completa, aun permanece salido del piso. (Fig. 57).
Los griegos veneraron el sitio desde el tiempo de Alejandro como
Heliópolis (ciudad del dios Sol); los romanos construyeron allí el
más grande templo de Zeus. Los bizantinos lo convirtieron en una
gran iglesia; los musulmanes después de ellos construyeron ahí una
mezquita, y al presente los Cristianos Maronitas reverencian el
sitio como una reliquia del Tiempo de los Gigantes. (Una visita al
área y sus ruinas, y como funcionaba como torre de lanzamiento, se
describen en Las Expediciones de Las Crónicas de la Tierra).
Figura 57
Lo más sagrado y santificado hasta hoy día ha sido el sitio que
servía como Control Central de la Misión—Ur-Shalem (‘Ciudad del Dios
Comprensivo’), Jerusalén. Ahí, también como en Baalbeck pero en
escala reducida, una gran plataforma de piedra descansa en una base
de roca y piedras cortadas, incluyendo un masivo muro occidental con
tres colosales bloques que pesan alrededor de 600 toneladas cada uno
(Fig. 58).
Fue sobre esa preexistente plataforma que el Templo de
Yahweh fue construido por el rey Salomón, con su santo santuario y
el Arca de la Alianza descansando sobre una roca sagrada encima de
una cámara subterránea. Los romanos, que construyeron allí
el más
grande templo a Júpiter jamás erigido, también planearon levantar
uno a Júpiter en Jerusalén en vez de ese a Yahveh.
Figura 58
El Monte Templo
se halla ahora dominado por la construcción musulmana Domo de la
Roca (Fig. 59); su domo dorado originalmente superaba el santuario
musulmán en Baalbek—evidencia que el enlace entre los dos sitios
relacionados con el espacio a menudo se había perdido.
En los desafiantes tiempos después de la calamidad nuclear, ¿pudo el
Bab-Ili de Marduk , su ‘Partide de los dioses,’ sustituir los viejos
sitios de Enlace Cielo-Tierra? ¿Pudo la nueva Religión Estelar de
Marduk ofrecer una respuesta a las perplejas masas? La antigua
búsqueda de una respuesta, parece, ha continuado hasta nuestro
propio tiempo.
Figura 59
El más incesante adversario de Babilonia fue Asiria. Su provincia,
en la región superior del Tigris, fue llamada Subartu en tiempos
sumerios y era la más norteña extensión de Súmer y Acadia. En
lenguaje y orígenes raciales parecen haber tenido un parentesco con
Sargón de Acadia, tanto así que cuando Asiria se convirtió en reino
y poderío imperial, algunos de sus más famosos reyes tomaron el
nombre Sharru-kin—Sargón—como su nombre real.
Todo eso, deducido de hallazgos arqueológicos en los pasados dos
siglos, corrobora las sucintas aseveraciones de la Biblia (Génesis,
cap. 10) que lista a los asirios como entre los descendientes de
Shem, y la capital de Asiria, Nínive y otras ciudades principales
como ‘salidas de’—una consecuencia, una extensión de—Shine’ar
(Súmer).
Su panteón era el panteón sumerio—sus dioses eran los anunakis de Súmer y Acadia, y los nombres teofóreticos de los reyes
asirios y los altos oficiales señalaban reverencia a los dioses
Ashur, Enlil, Ninurta, Sin, Adad, y Shamash. Había templos dedicados
a ellos, así como a la diosa Inanna/Ishtar, que también fue
extensamente venerada; una de sus representaciones mejor conocidas,
como piloto encasquetada (Fig. 60), fue hallada en su templo en
Ashur (la ciudad).
Figura 60
Documentos históricos de la época indican que fueron los asirios del
norte quienes primeramente desafiaron al ejército babilonio de
Marduk. El primer rey asirio registrado, Ilushuma, condujo alrededor
de 1900 a.C. una exitosa expedición militar por el Tigris, todo
hacia el sur hasta la frontera de Elam. Sus inscripciones señalan
que su objetivo era ‘liberar a Ur y Nippur’; y removió, por un
tiempo, esas ciudades del puño de Marduk.
Esa fue sólo la primera pelea entre Asiria y Babilonia en un
conflicto que continuó por más de mil años y finalizó hacia el final
de ambos. Fue un conflicto en el cual los reyes asirios fueron
generalmente los agresores.
Vecinos uno de otro, hablando el mismo lenguaje acadiano, y ambos
herederos de las bases sumerias, asirios y babilonios sólo eran
distinguibles por una diferencia clave: su dios nacional.
Asiria se llamaba a si misma la ‘Tierra del dios Ashur’ o
simplemente ASHUR, tomado de nombre de su dios nacional, porque sus
reyes y la gente consideraban muy importante este aspecto religioso.
Su primera capital fue además llamada ‘Ciudad de Ashur.’ O
simplemente Ashur. El nombre significa ‘El Que Ve’ o ‘El Que Es
Visto.’ A pesar de los innumerables himnos, oraciones, y otras
referencias al dios Ashur, se mantiene borroso quién exactamente
era, en el panteón sumerios-acadiano. En listas de dioses era el
equivalente de Enlil; otras referencias a veces sugieren que era
Ninurta, el Hijo y heredero de Enlil; pero dado que cada vez que la
esposa es listada o mencionada siempre es llamada Ninlil, la
conclusión tiende a ser que ese Ashur asirio fue Enlil.
El registro histórico de Asiria es uno de conquistas y agresiones
contra muchas otras naciones y sus dioses. Sus incontables campañas
militares fueron amplias y lejanas, y realizadas, por supuesto, ‘en
nombre de dios’—su dios, Ashur: ‘Bajo la orden de mi dios Ashur, el
gran señor’ fue la introducción usual en los registros de las
campañas militares de los reyes asirios.
Pero cuando llegó a la
guerra con Babilonia, el sorprendente aspecto de los ataques asirios
fue su llamado central: no sólo la reducción de la influencia de
Babilonia—¡sino la real, remoción física de Marduk mismo de su
templo en Babilonia!
La hazaña sin embargo, de capturar Babilonia y poner a Marduk en
cautividad fue lograda primero, no por los asirios sino por sus
vecinos del norte—los hititas.
Cerca de 1900 a.C. los hititas comenzaron a desparramarse desde sus
fuertes en el centro norte de Anatolia (hoy Turquía), se
convirtieron en un poder militar de importancia, y se unieron a la
cadena de estados-naciones enlilitas opuestas a Marduk en Babilonia.
En relativamente corto tiempo, alcanzaron estatus imperial y sus
dominios se extendieron hacia el sur incluyendo la mayoría de la
Canaán bíblica.
El descubrimiento arqueológico de los hititas, sus ciudades,
registros, idioma, e historia, es un asombroso y excitante relato de
traer a la vida y corroborar la existencia de gente y lugares hasta
ahora sólo conocidos a través de la Biblia hebrea.
Los hititas son repetidamente mencionados en la Biblia, pero sin el
desdén o desprecio reservado para adoradores de dioses paganos. Se
refiere a su presencia por todas las tierras donde fue desarrollada
la historia de los Patriarcas Hebreos.
Fueron vecinos de Abraham en
Harán, y fue de propietarios hititas en Hebrón, al sur de Jerusalén,
que compró la cueva funeraria de Macphelah. Bathsheba, cuyo rey
David codiciaba Jerusalén, era la esposa del capitán hitita en su
ejército; y fue de granjeros hititas (que usaban el sitio para
limpiar trigo) que David adquirió la plataforma para el Templo del
Monte Moremíah. El rey Salomón compró a un príncipe hitita carros de
caballo, y se casó con una de sus hijas.
La Biblia considera que los hititas pertenecen, genealógica e
históricamente, a los pueblos de Asia Occidental; los académicos
modernos creen que fueron emigrantes al Asia Menor desde alguna
parte—probablemente desde más allá de las montañas Cáucaso.
Porque su lenguaje, una vez descifrado, fue hallado perteneciente al
grupo Indo-Europeo (como el griego en una mano y el sánscrito en la
otra), son considerados haber sido ‘Indo-Europeos’ no-Semíticos. Sin
embargo, una vez establecidos, añadieron la escritura cuneiforme
sumeria a su propia y diferente escritura, incluyeron términos
sumerios ‘prestados’ en su terminología, estudiaron y copiaron los
‘mitos’ sumerios y relatos épicos, y adoptaron el panteón
sumerio—incluyendo la cuenta de doce ‘olímpicos.’
De hecho, alguno
de los relatos tempranos de los dioses en Nibiru y viniendo desde
Nibiru fueron descubiertos sólo en sus versiones hititas. Los dioses
hititas eran sin duda los dioses sumerios, y los monumentos y sellos
reales tenían invariablemente el ubicuo símbolo del Disco Alado (ver
fig. 46), el símbolo para Nibiru. Esos dioses fueron a veces
llamados en los textos hititas por sus nombres sumerios o
acadianos—encontramos Anu, Enlil, Ea, Ninurta, Inanna/Ishtar, y
Utu/Shamash mencionados repetidamente.
En otras instancias los dioses eran llamados por nombres hititas;
encabezándolos estaba el dios nacional hitita, Teshub—‘el
Soplavientos’ o ‘Dios de las tormentas.’ No era otro que el hijo más
joven de Enlil, ISHKUR/Adad. Sus representaciones lo mostraban
sosteniendo el rayo como su arma, generalmente parado sobre un
toro—el símbolo de la constelación celestial de su padre (Fig. 61).
Figura 61
Las referencias bíblicas de la gran riqueza y destreza militar de
los hititas fueron confirmadas por los descubrimientos arqueológicos
ambos en sitios hititas y en los registros de otras naciones.
Significantemente, la parte sur hitita alcanzaba a envolver los dos
sitios relacionados con el espacio del Sitio de Aterrizaje (hoy día
Baalbek) y el Centro de Control de Misiones post-Diluvio
(Jerusalén); además trajo a los enlilitas hititas a distancia de
lanzamiento de
Egipto, la tierra de Ra/Marduk.
Así ambos lados
tenían todo lo necesario para embarcarse en un conflicto armado. De
hecho las guerras entre ellos incluyen algunos de las más famosas
batallas del mundo antiguo peleadas ‘en nombre de dios.’
Pero en vez de atacar Egipto, los hititas salieron con una sorpresa.
El ejército hitita, el primero quizá, en introducir carros de
caballos en campañas militares, total e inesperadamente, en 1595
a.C. bajaron el Éufrates, capturaron Babilonia, y tomaron cautivo a
Marduk.
Aunque uno desea que más registros detallados de esa época y suceso
hubieran sido descubiertos, lo que se sabe indica que los atacantes
hititas no intentaron invadir y gobernar Babilonia: se retiraron
pronto apenas rompieron las defensas de la ciudad y penetraron su
precinto sagrado, llevando con ellos a Marduk, dejándolo sin daño,
pero aparentemente bajo custodia, en una ciudad llamada Hana—un
sitio (aun sin excavar) en el distrito de Terka, a lo largo del
Éufrates.
La humillante ausencia de Marduk de Babilonia duró
veinticuatro años—exactamente el mismo tiempo que Marduk había
estado en el exilio en Harán cinco siglos atrás. Después de algunos
años de confusión y discordia, los reyes pertenecientes a la
dinastía llamada la Dinastía Kassita tomaron el control en
Babilonia, restauraron el santuario de Marduk, ‘tomaron la mano de
Marduk,’ y lo llevaron de vuelta a Babilonia.
Sin embargo, el saqueo hitita de Babilonia es considerado por los
historiadores haber señalado el fin de la gloriosa Primera Dinastía
de Babilonia y del Período Antiguo de Babilonia.
La súbita ofensiva hitita sobre Babilonia y la remoción temporal de
Marduk permanecen como un misterio histórico, político, y religioso
sin resolver. ¿Fue la intención del ataque sólo avergonzar y
disminuir a Marduk—desinflar su ego, confundir a sus seguidores—o
hubo ahí un propósito de largo alcance—o causa—detrás de todo?
Fue posible que Marduk cayera víctima del proverbial ‘quemado por su
propio petardo’?
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