9 - LA TIERRA PROMETIDA

La captura y remoción de Marduk de Babilonia tuvo repercusiones geopolíticas, cambiando por algunos años el centro de gravedad de Mesopotamia hacia occidente, a las tierras a lo largo del Mar Mediterráneo. En términos religiosos, fue igual a un terremoto tectónico: de un golpe, las grandes expectativas de Marduk que todos los dioses se reunieran bajo su égida, y todas las expectativas mesiánicas de sus seguidores, se habían ido como volutas de humo.
 

Pero tanto geopolítico como religiosamente, el impacto mayor puede resumirse como la historia de tres montañas—los tres sitios espacio-relacionados que pusieron la Tierra Prometida al medio de todo: Monte Sinaí, Monte Moria, y el Monte Líbano.


De todos los sucesos que siguieron el hecho sin precedentes en Babilonia, el central y más duradero de todos fue el Éxodo Israelita de Egipto—cuando, por primera vez, obras que hasta entonces fueron encomendadas sólo a los dioses fueron encargadas a la gente.


Cuando los hititas que tomaron cautivo a Marduk se retiraron de Babilonia, dejaron tras de sí un desorden político y un enigma religioso:

  • ¿Cómo pudo haber sucedido?

  • ¿Por qué ocurrió?

  • Cuando le ocurren cosas malas a la gente, dirían que los dioses estaban enojados; ¿Y qué ocurre ahora cuando las cosas malas le ocurren a dioses—a Marduk?

  • ¿Había un Dios supremo al supremo dios?

En Babilonia misma, la eventual liberación y retorno de Marduk no aportó una respuesta; de hecho, aumentó el misterio, porque los kasitas que dieron la bienvenida al capturado dios de vuelta a Babilonia fueron extranjeros no-babilonios. Ellos llamaban a Babilonia ‘Karduniash’ y tenían nombres tales como Barnaburiash y Karaindash, pero poco más se sabe de ellos o de su lenguaje original. Hasta este día no está claro de dónde vinieron y por qué a sus reyes se les permitió reemplazar la dinastía de Hamurabi alrededor de 1660 a.C. y dominar Babilonia desde 1560 a.C. hasta 1160 a.C.


Los académicos modernos hablan del período que siguió a la humillación de Marduk como una ‘época oscura’ en la historia babilónica, no sólo por el trastorno causado sino principalmente debido a la escasez de registros babilónicos del momento.


Los kasitas se integraron rápidamente a la cultura sumerio-acadiana, incluyendo el lenguaje y la escritura cuneiforme, pero no fueron ni los meticulosos bibliotecarios que los sumerios habían sido ni como los anteriores escritores babilonios de anales reales. Ciertamente, la mayoría de los pocos registros de reyes kasitas han sido encontrados no en Babilonia sino en Egipto—tablillas de greda en el archivo de la real correspondencia de El-Amarna.


Sorprendentemente, en esas tablillas los reyes kasitas llaman a los faraones egipcios ‘mi hermano,’ La expresión, aunque figurativa, no era injustificada, porque Egipto compartía con Babilonia la veneración de Ra-Marduk y, como Babilonia, tuvo también que sumergirse en una ‘época oscura’—un período que los académicos llaman el Segundo Período Intermedio.

 

Comenzó con el deceso del Reino Medio cerca de 1780 a.C. y duró hasta 1560 a.C. Como en Babilonia, actuó un reino de reyes extranjeros conocidos como ‘hicsos.’ Aquí, también, no hay certeza de quienes eran, ni de dónde vinieron, o como era que sus dinastías fueron capaces de gobernar Egipto por más de dos siglos.


Que las fechas de este Segundo Período Intermedio (con sus muchos aspectos oscuros) sean paralelas a las de Babilonia del tiempo de las victorias de Hamurabi (1760 a.C.) y a la captura y relanzamiento del culto a Marduk en Babilonia (cerca de 1560 a.C.) probablemente no es ni coincidencia ni accidental: esos desarrollos similares en tiempos paralelos en las principales tierras de Marduk ocurrieron porque Marduk ‘se quemó con su propio petardo’—la sola justificación para su reclamo de supremacía estaba ahora generando su problemática.


El ‘petardo’ fue su propio desacuerdo que los tiempos de su supremacía en la Tierra habían llegado porque en los cielos la Era del Carnero, su era, había llegado. Pero mientras el reloj zodiacal seguía tictackeando, la Era del Carnero comenzó a huir lentamente. La evidencia física de aquellos asombrosos tiempos existe aun, y puede ser vista, en Tebas, la antigua capital del Alto Egipto.


Aparte de las grandes pirámides de Giza, los más impresionantes y majestuosos monumentos egipcios están en los colosales templos de Karnak y Luxor en la parte sur de Egipto (Alto).


Los griegos llamaron al palacio Thebai, de donde su nombre en español—Tebas—deriva; los antiguos egipcios le llamaron la Ciudad de Amon, porque era a este dios invisible al que aquellos templos estaban dedicados. La escritura jeroglífica y los diseños pictóricos en sus muros, obeliscos, pilones, y columnas (Fig. 62) dan gloria al dios y al faraón que construyó, creció, expandió—y los mantuvo cambiando—los templos.

Figura 62

 

Fue ahí que la llegada de la Era del Carnero fue anunciada por las filas de esfinges con cabeza de carnero (ver Fig. 39); y es ahí donde el mismo diseño de los templos revela el dilema secreto de los seguidores egipcios de Ra/Amon/Marduk.


Una vez, de visita en los sitios con un grupo de seguidores. Me paré al centro de un templo ondulando mis manos como un policía de tráfico, Los asombrados testigos se preguntaban, ¿Quién es este loco? Pero estaba tratando de puntualizar a mi grupo el hecho que los templos de Tebas, erigidos por una sucesión de faraones, cambiaban su orientación (Fig. 63).

 

Fue Sir Norman Lockyer, en los 1890s, quién primero captó la significancia de este aspecto arquitectural, que dio origen a la disciplina llamada Arqueo-astronomía.

Figura 63
 


Figura 64

 

Templos que fueron orientados a los equinoccios, como el templo de Salomón en Jerusalén, (Fig. 64) (y la vieja basílica de San Pedro en el Vaticano en Roma), dan la cara permanentemente al oriente, dando la bienvenida al Sol año tras año sin reorientación. Pero los templos orientados a los solsticios, como los templos tebanos en Egipto o el Templo del Cielo en Beijing, precisaban de periódicas reorientaciones debido a la precesión, donde la elevación del Sol en los solsticios se mueve apenas tan levemente a lo largo de siglos—como puede ser ilustrado por Stonehenge, donde Lokyer aplicó sus hallazgos (ver Fig. 6).

 

El mero templo que los seguidores de Ra/Marduk habían edificado para glorificarlo estaba mostrando que los cielos eran inciertos acerca de la durabilidad del dios y su Era.


El mismo Marduk—tan consiente del reloj zodiacal cuando había reclamado el milenio anterior que su tiempo había llegado—trató de cambiar el foco religioso mediante la introducción de la Religión Estelar de ¿Marduk es Nibiru.’ Pero su captura y humillación ahora levantaron preguntas en relación a este dios celestial no visible. La pregunta, ¿hasta cuándo durará la Era de Marduk?, cambió al cuestionamiento: si celestialmente Marduk es el Nibiru no visto, ¿cuándo se revelará a si mismo, reaparecer, retornar?

Como eventos mostrados por despliegue, ambos focos, el religioso y el geopolítico se mudaron en la mitad del segundo milenio a.C. a un estrecho de tierra que la Biblia llamó Canaán.


Como el retorno de Nibiru comenzó a emerger como foco religioso, los sitios espaciales también emergieron como faroles brillantes, y fue en la ‘Canaán’ geográfica donde tanto el Sitio de aterrizaje como el antiguo Centro de Control de Misiones estuvieron ubicados.


Los historiadores cuentan los hechos subsiguientes en términos de elevación y caída de naciones-estado y el derrumbe de imperios. Fue alrededor de 1460 a.C. que los reinos olvidados de Elam y Anshan (más tarde conocido como Persia, a este y sudeste de Babilonia) se juntaron para formar un nuevo y poderoso estado, con Susa (la bíblica Shushan) como la capital nacional y Ninurta, el dios nacional, como Shar Ilani—‘Señor de los dioses,’ esa reciente y asertiva nación iba a jugar un rol decisivo en acabar con Babilonia y la supremacía de Marduk.


No fue probablemente coincidencia que mas o menos al mismo tiempo, un nuevo y poderoso estado se levantase en la región del Éufrates donde Mari alguna vez había dominado. Ahí los bíblicos horitas (los académicos los llaman Hurrianos) formaron un poderoso estado llamado Mitanni—‘El Arma de Anu’—el cual capturó las tierras que hoy son Siria y Líbano y planteó un desafío geopolítico y religioso a Egipto. Ese reto fue respondido, con mayor ferocidad, por el faraón egipcio Tutmosis III, cuyas historias lo describen como un ‘Napoleón Egipcio.’

Entrelazado con todo estaba el éxodo israelita desde Egipto, ese hecho seminal del período, si no por otra razón que debido a sus duraderos efectos, hasta hoy, en las religiones de la Humanidad, los códigos sociales y morales, y la centralidad de Jerusalén. Su agenda no fue accidental, porque todos los desarrollos relacionados al asunto de quién habrá de controlar los sitios relacionados con el espacio cuando suceda el retorno de Nibiru.


Como fue mostrado en capítulos anteriores, no fue de golpe que Abraham se convirtió en Patriarca Hebreo, sino un participante elegido para asuntos internacionales mayores; y los lugares donde su relato nos lleva—Ur, Harán, Egipto, Canaán, Jerusalén, el Sinaí, Sodoma y Gomorra—fueron sitios principales en la historia universal de dioses y hombres en tiempos anteriores.

 

El Éxodo Israelita de Egipto, recordado y celebrado por la gente judía durante la fiesta de Passover (Pésaj - festividad judía), fue asimismo un aspecto integral de los sucesos que estaban entonces desplegándose a través de las antiguas tierras. La Biblia misma, lejos de tratar al Éxodo como una ‘historia judía,’ claramente señala el contexto de la historia egipcia y los sucesos internacionales del momento.


La Biblia hebrea abre su historia del Éxodo israelita desde Egipto en su segundo libro, Éxodo, recordando al lector que la presencia israelita en Egipto comenzó cuando Jacob (quién fue renombrado Israel por un ángel) y sus otros once hermanos se unieron a Joseph el hijo de Jacob en Egipto, en 1833 a.C.


La historia completa de cómo José, separado de su familia, se elevó de ser un esclavo al rango de virrey, y cómo él salvó a Egipto de una hambruna devastadora, está contada en la Biblia en el último capítulo del Génesis; y mi opción de cómo José salvó Egipto y cual evidencia de ello hay al presente, está dicho en las Expediciones de Las Crónicas Terrestres.


Habiendo recordado al lector de cómo y cuándo comenzó la presencia israelita en Egipto, la Biblia hace claro que todo eso se fue y se olvidó en el tiempo del Éxodo: ‘José y todos sus hermanos y toda su generación se habían ido.’


No sólo ellos sino también la dinastía de los reyes egipcios conectados a esos tiempos hace rato se había extinguido. Una nueva dinastía llegó al poder. ‘Y se levantó un nuevo rey en Egipto que no conocía a José,’


Certeramente, la Biblia describe los cambios de gobierno en Egipto. Las dinastías del Reino Medio basadas en Menfis se habían ido, y después del desorden del Segundo Período Intermedio el Príncipe de Tebas lanzó las dinastías del Nuevo Reino. Sin duda, florecieron reyes del todo nuevos en Egipto—nuevas dinastías en una nueva capital, ‘y no conocían a José.’


Olvidando las contribuciones israelitas a la sobrevivencia de Egipto, un nuevo faraón ahora percibió peligro en su presencia. Ordenó una serie de pasos opresores contra ellos, incluyendo la matanza de guaguas machos.

 

Estas eran sus razones:

Y le dijo a su gente:
‘Contemplad, una nación, los Hijos de Israel,
los israelitas son un pueblo más numeroso y fuerte que nosotros.
Tomemos precauciones contra él para que no siga multiplicándose, no sea que en caso de guerra se una también él a nuestros enemigos para luchar contra nosotros y salir del país.»
Éxodo 1:9–10

Los académicos bíblicos siempre han asumido que la temida nación de los ‘Hijos de Israel’ eran los israelitas en su estancia en Egipto. Pero esto no concuerda ni con los números dados ni con la palabra literal de la Biblia.

 

El Éxodo comienza con una lista de nombres de Jacob y sus hijos que habían venido, con sus hijos, para reunirse con José en Egipto, y señala que ‘todo aquel que desciende de las entrañas de Jacob, excluyendo a José que estaba en Egipto, eran setenta,’ (que junto a Jacob y José el número totalice 72 es un intrigante detalle a ponderar.)

 

La ‘estadía’ duró cuatro siglos, y de acuerdo a la Biblia el número de todos los israelitas que abandonaron Egipto fue 600.000; ningún faraón hubiera considerado tal grupo como ‘grande y más poderoso que nosotros.’ (Para la identidad de ese faraón y de la ‘Hija del Faraón’ que levantó a Moisés como su hijo, ver Encuentros Divinos.)


Las palabras de la narrativa registran el temor del faraón que en tiempos de guerra, los israelitas se ‘unirán a nuestros enemigos y pelearán contra nosotros, y luego se irán.’ Es un miedo no por una ‘Quinta Columna’ dentro de Egipto, sino por los indigentes ‘Hijos de Israel’ egipcios yéndose a reforzar una nación enemiga con la cual están relacionados—siendo todos ellos, según la visión egipcia, ‘Hijos de Israel.’ ¿Pero que otra nación de Hijos de Israel y de qué guerra estaba hablando el rey de Egipto?


Gracias a los descubrimientos arqueológicos de registros reales de ambos lados de aquel antiguo conflicto y la sincronización de los contenidos, sabemos ahora que el Nuevo Reino de faraones estuvo involucrado en guerras prolongadas contra Mitanni.

Partiendo alrededor de 1560 a.C. con el faraón Ahmosis, continuó con Amenofis I, Tutmosis I y Tutmosis II, y se intensificó con Tutmosis III en 1460 a.C., ejércitos egipcios irrumpieron en Canaán y avanzaron hacia el norte en contra de Mitanni. Las crónicas egipcias de estas batallas mencionan con frecuencia Naharin como el blanco definitivo—el área del río Khabur, que la Biblia llama Aram-Naharayim (La Tierra Oeste de los dos Ríos); ¡su principal centro urbano era Harán!


Fue ahí, recalcan los estudiosos bíblicos, que Nahor hermano de Abraham se quedó cuando Abraham procedió a Canaán; fue de ahí que venía Rebecca, la esposa de Isaac hijo de Abraham—era en realidad, nieta de Nahor.


Y fue a Harán que Jacob hijo de Isaac (re-nombrado Israel) fue a buscar una esposa—terminando por desposar a sus sobrinas, las dos hijas (Le’ah y Raquel) de Laban, el hermano de su madre Rebecca.


Esta familia directa amarra entre los ‘Hijos de Israel’ (i.e. de Jacob) que fueron a Egipto y aquellos que permanecieron en Naharin-Naharayim; se halla destacado en los primeros versos del Éxodo: la lista de los hijos de Jacob que habían venido a Egipto con él incluye al más joven, Ben-Yamin (Benjamín), el único hermano total de José porque ambos eran hijos de Jacob en Raquel (los otros fueron con su esposa Le’ah y dos concubinas).

 

Sabemos ahora por tablillas de Mittania que ¡la tribu más importante en el área del río Khabur era llamada Ben-Yamins! El nombre del hermano completo de José fue entonces un nombre tribal mittanio; sin duda entonces, los egipcios consideraban a los ‘Hijos de Israel’ en Egipto y los ‘Hijos de Israel’ en Mittani como una nación combinada ‘más grande y poderosa que nosotros.’


Esa era la guerra por la cual estaban preocupados los egipcios y esa fue la razón de la preocupación militar egipcia—no el pequeño número de israelitas en Egipto si se quedaban, pero una amenaza si se van y ocupan territorio al norte de Egipto. Ciertamente, el impedir que los israelitas se fueran aparece como el tema central del drama en desarrollo del Éxodo—estaban los reiterados llamados de Moisés al faraón reinante ‘deja irse a mi gente.’ y las repetidas negativas para otorgar esa petición—a pesar de diez castigos divinos consecutivos. ¿Por qué? Para una respuesta plausible necesitamos insertar la conexión espacial al drama en desarrollo.


En sus incursiones hacia el norte, los egipcios marcharon a través de la Península de Sinaí por el Camino del Mar, una ruta (más tarde conocida por los romanos como Via Maris) que les permitió pasar a través de la Cuarta Región de los dioses a lo largo de la costa mediterránea, sin realmente penetrar en la Península misma.

 

Entonces, avanzando hacia el norte por Canaán, los egipcios repetidamente llegaron hasta las Montañas de Cedros del Líbano y pelearon batallas en Kadesh, ‘EL Sagrado Lugar.’ Esas fueron batallas, sugerimos, para controlar los dos sagrados sitios relacionados con el espacio—el antiguo Centro de Control de Misión (Jerusalén) en Canaán y el Sitio de Aterrizaje en Líbano. El faraón Tutmosis III por ejemplo, en sus anales de guerra, se refiere a Jerusalén (“Ia-ur-sa”), donde tuvo una guarnición, como el ‘sitio que se alcanza al otro lado de la Tierra—un ‘Ombligo del Mundo.’

 

Describiendo sus campañas hacia el norte lejano, registró batallas en Kadesh y Naharin y habló de tomar las Montañas de Cedros, las ‘Montañas de la tierra de dios’ que ‘resisten los pilares que van al cielo.’ La terminología inequívocamente identifica por sus atributos de relación espacial los dos sitios que reclamaba haber capturado ‘para el gran dios, mi padre Ra/Amon.’


¿Y el propósito del Éxodo?

 

En palabras del dios bíblico mismo,

  • para cumplir su juramento prometido a Abraham, Isaac, y Jacob para otorgar a sus descendientes una ‘Herencia Eterna’ (Éxodo 6: 4-8)

  • del río de Egipto hasta el gran río, el Éufrates’; toda la tierra de Canaán.’ (Génesis 15:18, 17:8)

  • ‘toda la Tierra de Canaán.’ ‘el Monte Oeste. . . La tierra de Canaán y Líbano (Deuteronomio 1: 7)

  • ‘del desierto de Líbano, desde el Río Éufrates dentro del Mar Oeste’ (Deuteronomio 11:24)

  • aun los ‘lugares fortificados que alcanzan hasta el cielo’ donde ‘descendientes de los anakim’—los Anunnaki—aun residían (Deuteronomio 9: 1-2)

La promesa a Abraham fue renovada a los israelitas en primera instancia en Ha-Elohim, el ‘Monte de los dioses Elohim.’ Y la misión era apoderarse, poseer, los otros dos sitios relacionados con el espacio, los cuales la Biblia conecta repetidamente (como en Salmos 48:3), llamando al Monte Sión en Jerusalén Har Kodshi, ‘Mi Monte Secreto’, y el otro, en la cresta de Líbano, Har Zaphon, ‘El Secreto Monte Norte.’


La Tierra Prometida claramente abarcaba ambos sitios espaciales; su división entre las doce tribus otorgó el área de Jerusalén a las tribus de Benjamín y Judá, y el territorio que ahora es Líbano a la tribu de Asher. En sus palabras de despedida antes de morir, Moisés recordó a la tribu de Asher que la instalación espacial del norte se hallaba en su dominio—como ninguna otra tribu, dijo, ellos verán al ‘Que Cabalga en las Nubes Mencionando Conjuros Celestes’. (Deuteronomio 33: 26).

 

Aparte la asignación territorial, las palabras de Moisés implican que el sitio debería ser funcional y empleado para elevarse al cielo en el futuro. Clara y más enfáticamente, los Hijos de Israel tuvieron que ser los custodios de las dos instalaciones espaciales de los Anunnaki.


El convenio con la gente escogida para efectuar el trabajo fue renovado, en la más grande teofanía en registro, en el Monte Sinaí. No fue ciertamente por casualidad que la teofanía ocurrió ahí. Desde muy al principio del relato del Éxodo—cuando Dios llama aparte a Moisés y le asigna el Éxodo—ese lugar en la Península de Sinaí ocupaba el escenario central.

 

Leemos en Exodo 3:1 que ocurrió en el ‘Monte de los Elohim’—la montaña asociada con los Anunnaki. La ruta del Éxodo (Fig. 65) fue divinamente diseñada, siéndole mostrada a la multitud israelita una columna de nubes de día y un pilar de fuego por las noches.’

Figura 65

 

Los Hijos de Israel ‘viajaron por la naturaleza de Sinaí de acuerdo a instrucciones de Yahveh,’ la Biblia establece con claridad; al tercer mes de viaje ‘llegarán a un campamento opuesto al Monte’; y al tercer día de eso, Yahveh en su Kavod ‘vino a posarse sobre el Monte Sinaí a la vista de todos.’


Era el mismo monte que Gilgamesh, llegando al lugar donde las naves cohetes ascendían y descendían, había llamado ‘Monte Mashu.’ Era el mismo monte con ‘la doble puerta al cielo’ al cual los faraones egipcios iban en su Viaje Después de la Vida a reunirse con los dioses en el ‘planeta del millón de años.’

 

Era el monte a horcajadas con el antiguo Puerto Espacial—y fue ahí que el Pacto con el pueblo elegido fue renovado para ser guardianes de los dos sitios espaciales remanentes.

 


 


Mientras los israelitas se preparaban, después de la muerte de Moisés, para cruzar el Jordán, los límites de la Tierra Prometida fueron repetidos al nuevo líder, Joshua. Abarcando las locaciones de los sitios espaciales, los límites incluían enfáticamente Líbano.

 

Hablando a Joshua, el dios bíblico dijo:

“Ahora levántate y cruza este Jordán, tú y toda esta gente, los Hijos de Israel, en la tierra que les doy para ellos.
Cada lugar donde la suela de tus pies pisará
te la doy, tal como hablé con Moisés:
Desde el desierto de Líbano
y desde el gran río, el Río Éufrates,
en el país de los hititas.
hasta el Gran Mar, donde su pone el sol—
Esa será tu frontera.
Joshua 1: 2–4

Con tanto del ocurrente desorden político, militar y religioso sucediendo en las Tierras de la Biblia, y con la Biblia misma sirviendo como llave para el pasado y el futuro, se podría señalar una advertencia inserta por el dios Bíblico en relación a la Tierra Prometida. Los límites, yendo desde las Tierras Salvajes del sur hasta el Líbano por el norte, y desde el Éufrates al oriente hasta el Mediterráneo al poniente, le fueron reconfirmados a Joshua.


Esos, dijo Dios, fueron los imites prometidos. Pero para convertirse en verdadero territorio otorgado, tenía que ser obtenido por posesión.


Similar al ‘plantar la bandera’ por los exploradores en el pasado reciente, los israelitas podían poseer y mantener la tierra que de verdad pisaban sus pies—‘apisonado con la planta de sus pies’; por lo tanto, Dios ordenó a los israelitas no esperar ni demorar, sino cruzar el Jordán y valiente y sistematíceme asentarse en la Tierra Prometida.


Pero cuando las doce tribus bajo el liderato de Joshua conquistaron y se asentaron en Canaán, sólo una parte del área oriental del Jordán estaba ocupada; no todas las tierras al oeste del Jordán fueron capturadas y asentadas.

 

En lo que concierne a los dos sitios relacionados con el espacio, las historias son muy diferentes: Jerusalén—que fue listada específicamente (Joshua 12: 10, 18: 28) —estaba firmemente en manos de la tribu de Benjamín. Pero está en duda si el avance hacia el norte conquistó el Sitio de Aterrizaje en Líbano. Subsecuentes referencias bíblicas al sitio que llama la ‘Cresta de Zaphon’ (el lugar secreto al norte) —como también lo llamaban sus moradores, fenicio-cananeos. (Las epopeyas cananeas lo consideraban un sitio sagrado del dios Adad, el hijo menor de Enlil.


El cruce del Jordán—logro realizado con la ayuda de algunos milagros—tuvo lugar al frente de Jericó, y la fortificada ciudad de Jericó (oeste del Jordán) era el primer objetivo de los israelitas. La historia del derrumbe de sus muros y su captura incluye una referencia bíblica a Sumer (Shin’ar en hebreo): a pesar de la orden de no tomar botín, uno de los israelitas no resistió la tentación de ‘guardarse un valioso adorno de Shin’ar.’


La captura de Jericó, y la ciudad de Ai al sur de ella, abrió el camino al más importante e inmediato objetivo: Jerusalén, donde había estado la plataforma del Control de Misión. Las misiones de Abraham y sus descendientes y los pactos de Dios con ellos nunca perdieron de vista la centralidad de este lugar.
Como dijo Dios a Moisés, es en Jerusalén que Su morada terrestre iba a estar; ahora la profecía-promesa podía ser completada.


La captura de las ciudades camino a Jerusalén, junto con las aldeas de las colinas a su alrededor, se convirtieron en un reto formidable, principalmente porque algunas, en especial Hebrón, estaban habitadas por ‘hijos de los Anakim—descendientes de los Anunnaki.

 

Jerusalén, debe recordarse, dejó de funcionar como Centro Control de Misión cuando el puerto espacial en el Sinaí fuera borrado del mapa hacía más de seis siglos. Pero de acuerdo a la Biblia, los descendientes de los Anunnaki que habían estado estacionados ahí aún residían en esa parte de Canaán, y fue ‘Adoni-Zedek, rey de Jerusalén’ quién formó una alianza con otros cuatro reyes de ciudad para bloquear el avance israelita.


La batalla que siguió, en Gibe’on en el Valle de Ayalon justo al norte de Jerusalén, tuvo lugar en un día único—el día en que la Tierra se detuvo. En la mejor parte de ese día, ‘el Sol de detuvo y la Luna se mantuvo quieta’ (Josué 10: 10-14), lo que permitió a los israelitas ganar tan crucial batalla.

 

Una ocurrencia paralela pero inversa, cuando la noche duró un extra de veinte horas, tuvo lugar al otro lado del mundo, en las Américas; el tema fue discutido en Los Reinos Perdidos.

10 Yahveh los puso en fuga delante de Israel y les causó una gran derrota en Gabaón: los persiguió por el camino de la subida de Bet Jorón, y los batió hasta Azecá (y hasta Maquedá).
11 Mientras huían ante Israel por la bajada de Bet Jorón, Yahveh lanzó del cielo sobre ellos hasta Azecá grandes piedras, y murieron. Y fueron más los que murieron por las piedras que los que mataron los israelitas a filo de espada.
12 Entonces habló Josué a Yahveh, el día que Yahveh entregó al amorreo en manos de los israelitas, a los ojos de Israel y dijo: «Detente, sol, en Gabaón, y tú, luna, en el valle de Ayyalón.»
13 Y el sol se detuvo y la luna se paró hasta que el pueblo se vengó de sus enemigo. ¿No está esto escrito en el libre del Justo? El sol se paró en medio del cielo y no tuvo prisa en ponerse como un día entero.
14 No hubo día semejante ni antes ni después, en que obedeciera Yahveh a la voz de un hombre. Es que Yahveh combatía por Israel.
[plus de la traducción - El Traductor]

En la visión bíblica entonces, Dios mismo aseguró que Jerusalén quedaría en manos israelitas.


Apenas fue establecida la realeza bajo David que le fue ordenado por Dios limpiar la plataforma sobre el Monte Moría y santificar el sitio para un Templo de Yahveh. Y desde que Salomón erigió ese templo allí, el Templo del Monte/Monte Moría/Jerusalén ha permanecido como algo único y sagrado. Ciertamente, no hay otra explicación de por qué Jerusalén—no una ciudad principal de cruce de caminos, alejada de flujos de agua, sin recursos naturales—ha sido resguardada y sagrada desde la antigüedad, considerada como una ciudad singular, un ‘Ombligo del Mundo.’


La exhaustiva lista de las ciudades capturadas dada en Josué cap. 12 nombra a Jerusalén como la tercera ciudad, siguiendo a Jericó y Ai, como firmemente en manos israelitas. La historia fue diferente, sin embargo, en relación al sitio espacial del norte.


Las Montañas de Cedros del Líbano corrían en dos cadenas, el Líbano al oeste y el anti-Líbano al este, separadas por el Bekka—la ‘Grieta,’ una especie de cañón con valles que era conocido en los tiempos cananeos como la ‘Grieta del Señor’ o Ba’al Bekka—de ahí Ba’albek, el actual nombre del lugar del Sitio de Aterrizaje (al extremo oriental, de cara al valle).

 

Los reyes del ‘Monte del Norte’ son apuntados en el Libro de Joshua como habiendo sido derrotados; un lugar llamado Ba’al-Gad ‘en el Valle del Líbano’ es listado como derrotado; pero queda la inseguridad de si Ba’al-Gad ‘en el Valle del Líbano’ es sólo otro nombre para Ba’al-Bekka.


Se nos dice (Jueces 1: 33) que la tribu de Neftalí ‘no desheredaron a los moradores de Beth-Shemesh (‘Morada de Shamash,’ el dios Sol), y esa podría ser una referencia al sitio, llamado Heliópolis por los posteriores griegos, ‘Ciudad del Sol.’ (Aunque más tarde los territorios bajo el rey David y Salomón se extendieron hasta incluir Beth-Shemesh, eso fue meramente temporal.


El fracaso original israelita para establecer una hegemonía sobre el sitio espacial norte lo hizo ‘disponible’ para otros. Un siglo y medio después del Éxodo los egipcios intentaron tomar posesión de ese ‘disponible’ Sitio de Aterrizaje, pero se encontraron con la oposición de un ejército hitita.

 

La épica batalla es descrita en palabras e ilustraciones (Fig. 66) en los muros de los templos de Karnak.

Figura 66

 

Conocida como la Batalla de Kadesh, finalizó con la derrota egipcia, pero la guerra y la batalla agotaron tanto a ambos bandos que el Sitio de Aterrizaje fue dejado en manos de los reyes fenicios locales de Tiro, Sidón y Biblos (la Gebal bíblica). (Los profetas Ezequiel y Amos, que la llamaron el lugar de los dioses’ tanto como ‘la Morada Edén,’ la reconocieron como perteneciendo a los fenicios.)

Los reyes fenicios del primer milenio a.C. estaban muy conscientes del propósito y significado del lugar—lo atestigua su dibujo en una moneda fenicia de Biblos (ver Fig. 55).


El Profeta Ezequiel (28:2, 14) amonestó al rey de Tiro por su arrogante creencia que, habiendo asistido a una reunión secreta de los Elohim, se había convertido él mismo en un dios:

Tú has estado en el Monte Sagrado,
como un dios estabas tú, moviéndote entre las abrasadoras piedras…
y te volviste altivo, diciendo:
‘Un dios yo soy, estuve en el lugar de los Elohim’.
Pero sólo eres un Hombre, no un dios.

Fue en ese tiempo que el Profeta Ezequiel—en exilio en el ‘país antiguo,’ cerca de Harán en la orilla del Khabur—tuvo visiones divinas y un carruaje celestial, un ‘Plato Volador,’ pero ese relato debe ser pospuesto para un capítulo más adelante. Aquí es importante notar que de los dos sitios espaciales, sólo Jerusalén fue retenido en manos de los seguidores de Yahveh.


Los primeros cinco libros de la Biblia hebrea, conocidos como la Torah (‘Las Enseñanzas’), cubren la historia desde la Creación, Adán, y Noé y los Patriarcas y José en el Génesis. Los otros cuatro libros—Éxodo, Levítico, Números, y Deuteronomio—cuentan la historia del Éxodo por un lado, y por la otra enumeran las reglas y regulaciones de la nueva religión de Yahveh.


Que era una nueva religión que abarcaba un nuevo modo de vida ‘sacerdotal’ fue dejado claro y promulgado:

‘No te comportarás como hacen el tierra de Egipto, donde han morado, ni como se hace en la Tierra de Caná de donde te traje; nunca te comportarás como ellos ni seguir sus reglas’

(Levítico 18: 2-3)

Habiendo establecido las bases de la fe (‘No tendrás otro dios delante de mí.’) y su código de moral y ética en apenas Diez Mandamientos, continúan página por página de requerimientos de dieta, reglas para vestimentas y ritos de sacerdocio, enseñanzas médicas, directrices agrícolas, instrucciones de arquitectura, leyes de propiedad y leyes criminales, y así.

 

Revelan un extraordinario conocimiento en virtualmente todas las disciplinas científicas, experticia en metales y textiles, conocimiento de sistemas legales y asuntos sociales, familiaridad con las tierras, la historia, las costumbres, y los dioses de otras naciones—y ciertas preferencias numerológicas.


El tema de doce—como en las doce tribus de Israel o en el año de doce meses—es obvio. Obvio también, es la predilección por siete, más prominentemente en el campo de los festivales y rituales, y en establecer una semana de siete días y consagrar el séptimo día al Sabbath. Cuarenta es un número especial, como en los cuarenta días y cuarenta noches que pasó Moisés en el Monte Sinaí, o los cuarenta años decretados que debieron vagar los israelitas por el Sinaí.

 

Estos números nos resultan familiares por aquellos de los relatos sumerios—los doce del sistema solar y el calendario de doce meses de Nippur; el siete como número planetario de la Tierra (cuando los Anunnaki contaban desde fuera hacia dentro) y de Enlil como Comandante de la Tierra; el cuarenta como rango numérico de Ea/Enki. El número cincuenta también está presente.

 

Cincuenta, como sabe el lector, fue un número con aspectos ‘sensitivos’—era el rango original de Enlil y el rango-en-espera de su presunto heredero, Ninurta; y más significativo, en los días del Éxodo, connotaba simbolismo hacia Marduk y sus cincuenta nombres.


Se necesita entonces atención extra para cuando encontremos que a ‘cincuenta’ se le otorgó extraordinaria importancia—fue usado para crear una nueva Unidad de Tiempo, el cincuenta.

 

Mientras el calendario de Nippur fue adoptado claramente como el calendario por el cual los festivales y otros ritos religiosos iban a ser observados, se dictaron regulaciones especiales para el cincuentavo año; se le dio un nombre especial, aquel del Año de Jubileo:

10 Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia.
(Levíticas cap. 25).

En tal año, tenían lugar liberaciones sin precedentes. La cuenta debía ser hecha contando desde el Año Nuevo del Día de la Expiación siete años septenarios, cuarenta y nueve tiempos; entonces el Día de la Expiación del año siguiente, el año cincuenta, el llamado de trompeta de un cuerno de carnero, debía ser sonado por toda la tierra, el llamado de trompeta de un cuerno de carnero iba a ser sonado por toda la tierra, y se iba a proclamar la libertad para la tierra y para quienes moraban en ella: las personas volverían a sus familias; la propiedad volvería a sus dueños originales—todas las ventas de tierras y casas será redimible y deshecho; los esclavos (¡que debían ser tratados siempre como una ayuda arrendada!) serán dejados en libertad, y la libertad le será dada a la tierra misma dejando que descanse ese año.


Tanto como el concepto de un ‘Año de libertad’ es nuevo y único, la elección de cincuenta como unidad calendárica parece extraña (adoptamos el 100—un siglo—como una unidad de tiempo conveniente). Entonces el nombre dado a tal una-vez-en-cincuenta años es aún más intrigante. La palabra que es traducida ‘Jubileo’ es Yovel en la Biblia hebrea y significa ‘un carnero.’

 

Así se puede decir que lo que fue decretado era un ‘Año del Carnero,’ a repetirse a si mismo cada cincuenta años, y ser anunciado por sonar el cuerno de Carnero. Ambas opciones para una nueva unidad de tiempo y su nombre descubren la inevitable pregunta:

  • ¿Había allí un aspecto escondido, relacionado con Marduk y su Era del Carnero?

  • ¿Se les dijo a los israelitas seguir contando ‘cincuenta años’ hasta algún significante evento divino, relacionado ya sea a la Era del Carnero o al poseedor del Rango Cincuenta—cuando todo sea devuelto a un nuevo comienzo?

Aunque no hay una respuesta obvia en estos capítulos bíblicos, uno no puede dejar de buscar claves buscando una medida de años muy similar al otro lado del mundo: no cincuenta, sino cincuenta y dos. Era el número secreto del dios mesoamericano Quetzalcoatl, quién de acuerdo a las leyendas mayas y aztecas les dio la civilización, incluyendo sus tres calendarios.

 

En Los Reinos Perdidos hemos identificado a Quetzalcoatl como el dios egipcio Toth, cuyo número secreto era cincuenta y dos—un número basado en el calendario, porque representaba a las cincuenta y dos semanas de siete días en un año solar. El más antiguo de los tres calendarios mesoamericanos es conocido como la Cuenta Larga: cuenta el número de días desde un ‘Día Uno’ que los académicos han identificado como Agosto 13, del 3113 a.C.

 

A lo largo de este continuo pero linear calendario había dos calendarios cíclicos. Uno, el Haab, era un calendario de año solar de 365 días, dividido en 18 meses de 20 días cada uno más un adicional de 5 días especiales al final del año. El otro era el Tzolkin, un Calendario Sagrado de sólo 260 días, compuesto de unidades de 20 días rotadas 13 veces.

 

Ambos calendarios cíclicos fueron entonces engranados juntos, como un par de ruedas dentadas (Fig. 67), para crear la Vuelta Sagrada de cincuenta y dos años, cuando ambos contadores volvían a sus puntos de inicio originales y la cuenta comenzaba de nuevo.

Figura 67

 

Este ‘paquete’ de cincuenta y dos años era una unidad de tiempo muy importante, porque estaba ligada a la promesa de Quetzalcoatl, que en algún momento dejó Mesoamérica, de volver en su Año Sagrado. Por lo tanto los pueblos mesoamericanos acostumbraban a reunirse en las montañas cada cincuenta y dos años para esperar el prometido Retorno de Quetzalcoatl. (En uno de tales Año Sagrado, 1519 d.C., un barbudo español de cara blanca, Hernán Cortés, llegó a las tierras mejicanas de Yucatán y fue bienvenido por el rey azteca Montezuma como el dios retornante—un costoso error, como sabemos ahora.)


En Mesoamérica, el ‘paquete de años’ sirvió como cuenta regresiva al prometido ‘Año de Retorno,’ y la pregunta es, ¿Estaba el año de Jubileo planeado para servir a similar propósito?


Buscando una respuesta, encontramos que cuando el año linear de cincuenta años se refunde con la unidad cíclica zodiacal de setenta y dos—el tiempo que precisa el cambio de un grado—llegamos a 3600 (50 x 72 = 3600), que era el período orbital (matemático) de Nibiru.


¿Estaba el Dios bíblico diciendo, al ligar el calendario de Jubileo y el calendario zodiacal a la órbita de Nibiru, ‘Cuando entres a la Tierra Prometida, comienza la cuenta regresiva del Retorno?


Hace unos dos mil años, durante una época de gran fervor mesiánico, fue reconocido que el Jubileo fue una unidad de tiempo divinamente inspirada para predecir el futuro—calculando cuando las engranadas ruedas dentadas del tiempo anuncien el Retorno. Tal reconocimiento subyace en el más importante de los libros post-bíblicos, conocido como el Libro de los Jubileos.


Aunque disponible ahora sólo en su traducción griega y posteriores, fue escrito originalmente en hebreo, como confirman los fragmentos encontrados entre los Rollos del Mar Muerto. Basado en tratados extrabíblicos anteriores y tradiciones sagradas, re-escribió el libro del Génesis y parte del Éxodo de acuerdo a un calendario basado en la Unidad de Tiempo Jubileo.

 

Fue producto, todos los académicos están de acuerdo, de las expectativas mesiánicas en el tiempo en que Roma ocupaba Jerusalén, y su propósito era proveer un medio por el cual predecir cuando vendrá el Mesías—cuando ocurrirá el Fin de los Días.


Es la verdadera tarea que hemos asumido.
 

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