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LA CRUZ EN EL HORIZONTE
Unos sesenta años después del Éxodo israelita, un inusual desarrollo
religioso tuvo lugar en Egipto. Algunos académicos ven estos
impulsos como un intento de adoptar el Monoteísmo—quizá bajo la
influencia de las revelaciones en el Monte Sinaí. Lo que han tenido
en mente es el reinado de Amenotep (a veces traducido como Amenofis)
IV que dejó Tebas y sus templos, desistió del culto a Aton, y
declaró a ATON como el único dios creador.
Como mostraremos, eso no fue un eco del Monoteísmo, sino otro
heraldo de un esperado Retorno—el retorno, a la vista, del Planeta
del Cruce.
El faraón en cuestión es mejor conocido por el nuevo nombre que
había adoptado—Aken-Aton (‘El devoto/siervo de Aton’), y la nueva
capital y centro religioso que había establecido, Akhet-Aton (‘Aton
del Horizonte’), es mejor conocida por el nombre moderno del sitio,
Tell el-amarna (donde el afamado y antiguo archivo de la
correspondencia internacional real fue descubierto).
Akenaton, de la famosa octava dinastía egipcia, reinó desde 1379 al
1362 a.C. y su revolución religiosa no perduró. El sacerdocio de
Amon en Tebas encabezó la oposición, posiblemente debido a la
deprivación de sus posiciones de poder y riqueza, pero es posible
por supuesto, que las objeciones fueran genuinamente de corte
religioso, porque los sucesores de Akenaton (de los cuales el más
famoso fue Tut-Ankh-Amon) reasumieron la inclusión de Ra/Amon en sus
nombres teofóricos.
Apenas se fue Akenaton la nueva capital, sus templos, y su palacio
fueron echados abajo y sistemáticamente destruidos. Sin embargo, los
restos que los arqueólogos han encontrado arrojan suficiente luz
sobre Akenaton y su religión.
La noción que el culto a Aton era una forma de monoteísmo—veneración
a un solo creador universal—derivó originalmente de algunos himnos a
Aton que han sido encontrados; incluyen versos tales como ‘O dios
único, como él no hay otro… El mundo vino a ser por su mano.’
El hecho que, en una clara separación de las costumbres egipcias,
que las representaciones de este dios en forma antropomórfica
estuvieran absolutamente prohibidas suena mucho como a la
prohibición de Yahveh, en los Diez Mandamientos, en contra de hacer
‘imágenes grabadas para rendir culto.’
Adicionalmente, algunas
porciones de los Himnos a Aton se leen como si fueran clones de los
Salmos bíblicos—
O viviente Aton, ¡Cómo múltiples son tus obras! Escondidas están de la vista de los hombres. ¡O dios único, a cuyo lado no hay nadie! Creaste la Tierra de acuerdo a tu deseo mientras permanecías en soledad.
El famoso egiptólogo James H. Breasted (The Dawn of Consciencia
- El
Despertar de la Consciencia) compara los versos superiores con el
Salmo 104, comenzando con el verso 24—
¡O Señor, cuán multiples son tus obras! En sabiduría las has hecho todas; la Tierra está llena de tus riquezas.
La similitud, sin embargo, no surge porque ambos, el himno egipcio y
el salmo bíblico, se copian uno a otro, sino porque los dos hablan
del mismo dios celestial sumerio de la Epopeya de la Creación—de
Nibiru—que formó los Cielos y creó la Tierra, trayéndole la ‘semilla
de la vida.’
Virtualmente todos los libros del antiguo Egipto dirán que el disco
de Aton del que Akenaton hizo su objeto central de culto
representaba al benevolente Sol. Si así fuera, es extraño que en una
clara separación de la arquitectura egipcia de templos, que los
orientaba a los solsticios en un eje sureste noroeste, Akenaton
orientó su templo en el eje este-oeste—pero los puso frente al oeste
[poniente], lejos del Sol al amanecer. Si estaba esperando una
aparición celestial desde la dirección opuesta a la salida del Sol,
no podía ser el Sol.
Una lectura cercana de los himnos revela que la
‘estrella-dios de Akenaton no era Ra como Amon ‘el Invisible,’ sino
una diferente clase de Ra: era el dios celestial que ha existido
desde el tiempo primero… Aquel que renace de si mismo mientras
reaparece en toda su gloria, un dios celestial que ‘se iba lejos y
volvía,’ En una base diaria, aquellas palabras podrían de cierto
aplicarse al Sol, pero en una de largo aliento, la descripción
encaja a Ra sólo como Nibiru: se ha vuelto invisible, dicen los
himnos, porque estaba ‘lejos en el cielo,’ porque va hasta detrás
del horizonte, a la altura del cielo. Y ahora, anunciaba Akenaton,
está volviendo en toda su gloria.
Los himnos de Aton profetizaron su reaparición, su retorno ‘hermoso
en el horizonte del cielo… relumbrando, hermoso, fuerte.’ Trayendo
un tiempo de paz y benevolencia para todos. Estas palabras expresan
con claridad expectativas mesiánicas que nada tienen que ver con el
Sol.
En apoyo de la explicación ‘Aton es el Sol’, se ofrecen varias
representaciones de Akenaton; lo muestran (Fig. 68) con su esposa
bendecidos por, u orando a, una estrella con rayos; es el Sol, dirá
la mayoría de los egiptólogos.
Figura 68
Los himnos se refieren al Aton como
una manifestación de Ra, el cual a los egiptólogos que han asumido
que Ra es el Sol significa que Aton, también, representaba al Sol;
pero si Ra era Marduk y el celestial Marduk era Nibiru, entonces
Aton, también, representaba a Nibiru y no al Sol.
Evidencia
adicional viene de mapas del cielo, algunos pintados sobre tapas de
ataúdes (Fig. 69), que mostraba claramente las doce constelaciones
zodiacales, el Sol-con-rayos, y otros miembros del sistema solar;
pero el planeta de Ra, el ‘Planeta del Millón de Años,’ se muestra
como un planeta extra en su propia grande e individual barca más
allá del Sol, con el hieroglifo pictórico para ‘dios’ en él—Aton de
Akenaton.’
Figura 69
¿Cuál, entonces, era la innovación de Akenaton, o más bien, su
digresión de la línea religiosa oficial? En su núcleo la
‘trasgresión’ era el mismo viejo debate que tuviera lugar 720 años
atrás acerca de la oportunidad. Entonces el asunto era: ¿Ha llegado
el tiempo de la supremacía de Marduk/Ra, ha comenzado la Era del
Carnero en los cielos?
Akenaton cambió el asunto desde el Tiempo Celestial (el reloj
zodiacal) al Tiempo Divino (tiempo orbital de Nibiru), cambiando la
pregunta a: ¿Cuándo reaparecerá el dios celestial No Visto y se
dejará ver—‘hermoso en el horizonte del cielo’?
Su mayor herejía a los ojos de los sacerdotes de Ra/Amon puede
juzgarse por el hecho que erigió un monumento especial honrando al
Ben-Ben—un objeto que habían reverenciado generaciones anteriores
como el vehículo en el cual Ra había llegado a la Tierra desde los
cielos (Fig. 70).
Era una indicación, creemos, que lo que estaba
esperando en conexión con Aton era una Reaparición, un Retorno no
sólo como el Planeta de los Dioses, sino otra llegada, ¡una Nueva
venida de los dioses mismos!
Figura 70
Esto, debemos concluir, era la innovación, la diferencia introducida
por Akenaton. Desafiando al establishment sacerdotal, y sin duda
prematuramente en la opinión del resto, estaba anunciando la venida
de un nuevo tiempo mesiánico. Esta herejía estaba agravada por el
hecho que los pronunciamientos de Akenaton eran acompañados de un
aviso personal: Akenaton progresivamente se refería a si mismo como
el profeta-hijo de dios, uno ‘que se presenta desde el cuerpo de
dios,’ y el cual es el único a quién los planes divinos son
revelados: No hay otro que conociera esto excepto tu hijo Akenaton;
tú lo has hecho sabio en tus planes.
Y esto, también, era inaceptable para los sacerdotes tebanos de
Amon. Tan pronto como Akenaton se fue (y no se sabe como…),
retornaron al culto de Amon—el dios no-visto—y rompieron y
destruyeron todo lo que Akenaton había levantado.
Que el episodio de Aton en Egipto, como la introducción del
Jubileo—el ‘Año del Carnero’—fue lo conmovedor de una expectación
más amplia del retorno de una ‘estrella dios’ celestial es evidente
incluso por otra referencia bíblica al Carnero, otra manifestación
de la Cuenta regresiva del Retorno.
Es el registro de un inusual incidente al final del éxodo. Es una
historia repleta de aspectos que confunden, y uno que termina con
una visión divinamente inspirada de las cosas por venir.
La Biblia repetidamente muestra la predicción mediante el examen de
entrañas animales, la consulta con los espíritus, adivinar,
encantamientos, conjuros, y cuenta-fortunas como prácticas
‘abominables delante de Yahveh’—todas las formas de brujería
practicada por otra nación que no sea la israelita deben ser
evitadas.
Al mismo tiempo, afirmaba—citando al mismo
Yahweh—que los
sueños, oráculos, y visiones podían ser caminos legítimos de
comunicación divina. Es tal distinción que explica por qué el Libro
de Números dedica tres largos capítulos (22-24) para contar—
¡aprobantemente!—la historia de una no-israelita vidente y oráculo.
Su nombre era Bil’am, traducido Balaam en Biblias inglesas.
Los hechos descritos en esos capítulos tuvieron lugar cuando los
israelitas (‘Hijos de Israel’ en la Biblia), habiendo dejado la
Península de Sinaí, rodearon, dieron la vuelta del Mar Muerto hacia
el oriente, avanzando hacia el norte. A medida que se encontraban
con los pequeños reinos que ocupaban las tierras orientales del Mar
Muerto y el Jordán, Moisés pedía autorización para atravesar
pacíficamente; fue, por la mayoría, rechazado. Los israelitas,
habiendo recién vencido a los amonitas, que no los dejaron pasar en
paz, ahora ‘estaban acampados en los llanos de Mo’ab, al lado del
Jordán opuesto a Jericó,’ esperando el permiso del rey moabita para
atravesar su tierra.
No dispuesto a dejar que ‘la horda’ pasara aunque temeroso de
enfrentarlos, el rey de Mo’ab—Balak hijo de Zippor—tuvo una
brillante idea. Envió emisarios por un vidente internacionalmente
renombrado, Bala’am el hijo de Be’or, y le pidió ‘que les pusiera a
esa gente una maldición,’ que haga posible vencerlos y echarlos
fuera.
Balaam se hizo de rogar varias veces antes de aceptar el encargo.
Primero en el hogar de Balaam (¿alguna parte cerca del Éufrates?) y
luego en el camino a Moab, un Ángel de Dios (la palabra en hebreo,
Mal’ach, significa literalmente ‘emisario’) aparece y se involucra
en los procedimientos; a veces visible y a veces invisible. El Ángel
permitió que Balaam aceptara la asignación sólo después de estar
seguro que Balaam comprendió que sólo iba a ser un emisario divino.
Confusamente, Balaam llama a Yahveh ‘mi Dios’ cuando repite esta
condición, primero a los embajadores del rey y luego al rey moabita
mismo.
Se arregló entonces una serie de sesiones oraculares. El rey llevó a
Balaam a la cima de una colina desde donde se veía todo el
campamento israelita, y en donde por directrices de Balaam erigió
siete altares, sacrificó siete novillos y siete carneros, y esperó
el oráculo; pero desde la boca de Balaam no surgieron palabras de
acusación sino de alabanza por los israelitas.
El persistente rey moabita lleva entonces a Balaam a otro monte,
desde el cual sólo el borde del campamento podía ser visto, y se
repite el procedimiento por vez segunda.
Pero nuevamente el oráculo
de Balaam bendice más que maldecir a los israelitas:
‘los veo venir
desde Egipto protegidos por un dios con cuernos de carnero
desplegados,’ dice—‘es una nación destinada a reinar, una nación que
se levantará como un león.’
Determinado a tratar de nuevo, el rey ahora llevó a Balaam a una
colina que encara al desierto, mirando lejos del campamento
israelita; ‘quizá los dioses te permitan aquí sentenciar
maldiciones,’ dijo. Siete altares son una vez más erigidos, sobre
los cuales siete novillos y siete carneros son sacrificados. Pero
Balaam ahora ve a los israelitas y su futuro no con ojo humano sino
en ‘una visión divina.’ Por segunda vez ve a la nación protegida,
desde que salió de Egipto, por un dios con cuernos de carnero
abiertos, y presagia Israel como una nación que ‘se levantará como
un león.’
Cuando el rey moabita protesta, Balaam le explica que sin importar
cuánto oro o plata sean ofrendados, él sólo puede proferir las
palabras que dios pone en su boca. De modo que el frustrado rey
desiste y deja ir a Balaam.
Pero ahora Balaam le ofrece al rey un
consejo gratis: Deja que te diga lo que trae el futuro, le dice al
rey—‘lo que ocurrirá con esta nación y tu gente al fin de los
días.’—y procede a describirle la visión divina del futuro
relacionándolo con una ‘estrella’:
Lo veo, aunque no para ahora,
lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella,
un cetro surge de Israel. Aplasta las sienes de Moab,
el cráneo de todos los hijos de Set.
Números 24: 17
Balaam entonces dio la vuelta y enfocó sus ojos sobre los edomitas,
amalequitas, kenitas, y otras naciones cananeas, y ahí mismo
pronunció un oráculo: Aquellos que sobrevivieran a la ira de Jacob
caerán en manos de Asiria, luego vendrá el turno de Asiria, y
perecerá para siempre. Y habiendo pronunciado este oráculo, ‘Balaam
se levantó y volvió a su sitio, y lo mismo hizo Balak.
Aunque el episodio de Balaam ha sido naturalmente objeto de
discusión y debate de académicos teológicos y bíblicos, permanece
incomprensible y sin resolver. El texto cambia sin esfuerzo entre
referencias a los Elohim—‘dioses’ en plural—y Yahveh, el Dios único,
como la Presencia Divina.
Trasgrede de forma grave la más fundamental prohibición bíblica al
aplicarle al Dios que sacó a los israelitas de Egipto una imagen
física, y luego acrecienta la transgresión al visualizarlo en la
imagen de ‘un carnero con cuernos extendidos’— ¡imagen que había
sido la representación egipcia de Amon (Fig. 71)!
Figura 71
La actitud
aprobatoria hacia un vidente profesional en una Biblia que prohibió
la videncia, el conjuro y todo eso, añadido a que todo el cuento era
originalmente, una historia no-israelita, y que sin embargo la
Biblia lo incorpore y le dedique un espacio sustancial, hace sentir
que el incidente y su mensaje debieron haber sido considerados un
preludio significativo a la posesión israelita de la Tierra
Prometida.
El texto sugiere que Balaam era un arameo, residente en algún lugar
río Éufrates arriba; sus oráculos proféticos abarcaron desde el
destino de los Hijos de Jacob al lugar de Israel entre las naciones
a oráculos referente al futuro de tales otras naciones—incluso de la
distante y aun-por-venir Asiria imperial.
Los oráculos eran por consiguiente una expresión de amplias
expectativas no-israelitas en ese momento. Al incluir el relato, la
Biblia combinó el destino israelita con las expectativas universales
de la Humanidad.
Aquellas expectativas, indica el relato de Balaam, fueron
canalizadas en dos senderos—el ciclo zodiacal en una mano, y el
curso de la Estrella Retornante en la otra mano.
Las referencias zodiacales son más fuertes al mirar la Era del
Carnero (¡y su dios!) en el tiempo del Éxodo, y se hizo oracular y
profética cuando el Vidente Balaam visualizó el Futuro, cuando los
símbolos de las constelaciones zodiacales del Toro y el Carnero
(‘novillos y carneros para sacrificios en septenas’) y el León
(‘cuando la trompeta real sea oída en Israel’) son invocados
(Números, cap. 23). Y es cuando visualizando el futuro distante que
el texto de Balaam emplea el significante término Al fin de los días
como el tiempo al cual aplicar los oráculos proféticos (Números 24:
14).
El término liga directamente estas profecías no-israelitas al
destino de la descendencia de Jacob porque fue empleado por Jacob
mismo cuando yace en su lecho de muerte y reúne a sus hijos a que
escuchen oráculos del futuro (Génesis; 49) ‘Venid y reúnanse todos,’
dijo, ‘que les anunciaré lo que os ha de acontecer al final de los
Días.’ Muchos consideran que estos oráculos, señalados
individualmente para cada uno de las futuras Tribus de Israel,
tienen relación con las doce constelaciones zodiacales. ¿Y qué hay
de la Estrella de Jacob—una visión explícita de Balaam?
Durante las discusiones bíblicas académicas, es usualmente
considerado un contexto astrológico más que astronómico, y más a
menudo que lo contrario, la tendencia ha sido considerar la
referencia a la ‘Estrella de Jacob’ como algo puramente figurativo.
¿Pero qué si la referencia fuera de verdad a una ‘estrella’
recorriendo su órbita—un planeta visto proféticamente aunque aun no
resulte visible?
¿Qué si Balaam, como Akenaton, estaba hablando del retorno, la
reaparición, de
Nibiru? Tal retorno, debe ser comprendido, sería un
evento extraordinario que ocurre sólo en algunos milenios, un hecho
que repetidamente ha significado las más profundas particiones de
aguas en los asuntos de dioses y de hombres.
Esto no es un asunto retórico. De hecho, los acontecimientos en
marcha fueron indicando de forma creciente que un suceso
tremendamente significativo estaba en perspectiva. Dentro de un
siglo más o menos las preocupaciones y predicciones en relación al
Planeta que Vuelve que hallamos en los relatos del Éxodo, Balaam, y
Akenaton de Egipto, Babilonia misma, comenzaron a entregar evidencia
de tales expectativas de amplio rango, y la clave más prominente
estaba en el Signo de la Cruz.
En Babilonia, era el tiempo de la dinastía Kasita, de la cual hemos
escrito antes. Poco ha quedado de su reino en Babilonia misma, y
como fue señalado sus reyes no brillaron por su excelencia en
guardar archivos reales. Pero dejaron tras de sí descripciones
habladas—y correspondencia internacional de cartas en tablillas de
arcilla.
Fue en las ruinas de Akhet-Aton, la capital de Akenaton—un sitio
ahora conocido como Tell el-Amarna en Egipto—que las famosas
‘Tablillas el-Amarna’ fueron descubiertas. De las 380 tablillas,
todas excepto tres fueron inscritas en lenguaje acadio, el cual era
entonces el idioma de la diplomacia internacional.
Mientras algunas de las tablillas representaban copias de cartas
reales enviadas desde la corte egipcia, el bulto fueron por lo
general cartas recibidas de reinos extranjeros.
¡El ‘caché’ [término informático] fue el archivo diplomático real de
Akenaton, y las tablillas era predominantemente correspondencia que
había recibido de los reyes de Babilonia!
¿Empleó Akenaton estos intercambios de cartas con sus contrapartes
en Babilonia para decirles de su recién fundada religión de Aton?
No
lo sabemos en realidad, porque todo lo que tenemos son cartas del
rey de Babilonia a Akenaton en donde se queja que el oro enviado fue
hallado exiguo en peso, que sus embajadores fueron robados camino a
Egipto, o que el rey egipcio olvidó preguntar por su salud.
A pesar
de los frecuentes intercambios de embajadores y otros emisarios, así
como el saludo al rey de Egipto ‘mi hermano’ por parte del rey
babilonio, debe llevar a una conclusión que la jerarquía en
Babilonia estaba totalmente al tanto de las movidas religiosas en
Egipto; y si Babilonia se preguntó ‘¿qué es toda esta conmoción por
este ‘Ra como una Estrella que Vuelve?’ Babilonia debió darse cuenta
que era una referencia a Marduk como el Planeta que Vuelve’—Nibiru
en retorno orbital.
Con la tradición de observaciones celestiales mucho más antiguas y
más avanzadas en Mesopotamia que en Egipto, es por supuesto posible
que los astrónomos reales de Babilonia hayan llegado a conclusiones
en relación al retorno de Nibiru sin ayuda egipcia, e incluso antes
que ellos. Que eso es posible, quedó claro cuando en el siglo
treceavo a.C. los reyes kasitas de Babilonia comenzaron a señalar,
en una variedad de formas, sus propios cambios religiosos
fundamentales.
En 1260 a.C. un Nuevo rey ascendió al trono de Babilonia y adoptó el
nombre Kadashman-Enlil—un nombre teofórico que sorprendentemente
venera a Enlil. No fue un gesto de pase, porque fue seguido en el
trono, durante el siguiente siglo, por reyes kasitas que emplearon
nombres teofóricos venerando no sólo a Enlil sino también a Adad—un
sorpresivo gesto que sugiere un deseo de reconciliación divina. Que
algo inusual era esperado y más tarde evidenciado en monumentos
conmemorativos llamados kudurru—‘piedras redondeadas’—que fueron
colocadas como marcadores fronterizos.
Figura 72
Inscritas con un texto que
señala los términos del tratado de límites (o tierra otorgada) y los
juramentos realizados para conservarlos, los kudurrus eran
santificados mediante símbolos de los dioses celestiales. Los
símbolos zodiacales divinos—los doce—eran representados con
frecuencia (Fig. 72); orbitando sobre ellos estaban los emblemas del
Sol, la Luna, y Nibiru.
En otra descripción (Fig. 73), Nibiru es
mostrado en compañía de la Tierra el séptimo planeta) y la Luna (y
el cortador umbilical, símbolo de Ninmah).
Figura 73
De manera significativa, Nibiru ya no era más descrito como el
símbolo del Disco Alado, sino más bien en una nueva forma—como el
planeta de la cruz radiante—acomodando su descripción por los
sumerios de los ‘Viejos Días’ como un planeta radiante que se
convierte en el ‘Planeta del Cruce.’
Esta forma de mostrar un largamente-no-observado Nibiru mediante un
símbolo de una cruz radiante comenzó a hacerlo más común, y pronto
los reyes kasitas de Babilonia simplificaron el símbolo a sólo el
Signo de la Cruz, reemplazando con él el símbolo del Disco Alado en
sus sellos reales (Fig. 74).
Figura 74
Este símbolo de cruz, muy semejante a
la posterior Cruz de Malta’ cristiana, es conocida en los estudios
de glifos antiguos como una ‘Cruz Kassita.’ Como indican otras
representaciones, el símbolo de la cruz era para un planeta
diferente del Sol, que se muestra separadamente junto con la Luna
creciente y la estrella de seis puntas. (Fig. 75).
Cuando comenzó el primer milenio a.C., el Signo de la Cruz de Nibiru
se esparció desde Babilonia al diseño de sellos en tierras cercanas.
Figura 75
En ausencia de textos kasitas religiosos o literarios, es cosa de
conjeturas cuáles expectativas mesiánicas pueden haber acompañado a
estos cambios representados. Donde sea que estaban, intensificaron
la ferocidad de los ataques de los estados enlilitas—Asiria,
Elam—sobre Babilonia y su oposición a la hegemonía de Marduk. Esos
ataques retrasaron, pero no previnieron, la eventual adopción del
Signo de la Cruz en Asiria misma. Como revelan monumentos reales,
era usada, muy conspicuamente, por los reyes asirios en sus pechos,
cerca del corazón (Fig. 76) —de la manera como hacen hoy los devotos
católicos.
Figura 76
Religiosa y astronómicamente, fue un gesto muy significante. Que era
además una abierta manifestación sugerida por el hecho que en
Egipto, también, se hallaron representaciones de un rey-dios usando,
como su contraparte asiria, el signo de la cruz en su pecho (Fig.
77)
La adopción del Signo de la Cruz como emblema de Nibiru, en
Babilonia, Asiria, y en otros sitios, no fue una renovación
sorprendente. El signo había sido empleado antes—por los sumerios y
acadianos.
‘¡Nibiru—dejemos que ‘Cruce’ sea su nombre!’ señala la
Epopeya de la Creación; y de acuerdo a su
símbolo, la cruz, había sido empleado en los glifos sumerios para
denotar a Nibiru, pero entonces siempre significaba su Retorno a la
visibilidad.
Figura 77
El Enuma Elish, Epopeya de la Creación, establece con claridad que
después de la batalla celestial con Tiamat, el Invasor hizo una gran
órbita alrededor del Sol y volvió a la escena del combate.
Como Tiamat orbitaba al Sol en un plano llamado la Eclíptica (como
lo hacen otros miembros de la familia planetaria de nuestro Sol), es
a ese sitio en el cielo que debe regresar el Invasor; y cuando eso
sucede, órbita tras órbita, he aquí que cruza el plano de la
eclíptica.
Una manera simple de ilustrar esto sería mostrar el plano
orbital del bien-conocido Cometa Halley (Fig. 78), la cual emula a
escala muy reducida la órbita de Nibiru: su inclinada órbita lo
trae, cuando se acerca al Sol, desde el sur, desde abajo la
eclíptica, cerca de Urano.
Se arquea sobre la eclíptica y da la
vuelta alrededor del Sol, diciendo ‘Hola’ a Saturno, Júpiter, y
Marte; entonces desciende y cruza la eclíptica cerca del sitio de la
Batalla Celestial de Nibiru con Tiamat—el Cruce (marcado ‘X?)—y
luego se va, sólo para volver cuando su Destino orbital señala.
Figura 78
Ese punto, en el cielo y en el tiempo, es El Cruce—es entonces,
señala el
Enuma elish, que el planeta de los
Anunnaki se convierte
en el Planeta del Cruce:
Planeta NIBIRU: Cruce de caminos de Cielo y la Tierra ocupará…
Planeta NIBIRU: El mantiene la posición central…
Planeta NIBIRU: Es aquel que sin fatiga el medio de Tiamat sigue atravesando; ¡dejemos que ‘Cruce’ sea su nombre!
Los textos sumerios que tratan con sucesos agrarios en la saga de la
Humanidad proveen indicaciones específicas en relación a las
periódicas apariciones del Planeta de los Anunnaki—cada 3600 años
aproximadamente—y siempre en conjunciones cruciales en la Tierra y a
historia de la Humanidad. Fue en una época tal que el planeta que
fue llamado Nibiru, y su descripción en glifo—incluso en los
antiguos tiempos sumerios—era la cruz.
Ese registro comienza con el Diluvio. Algunos textos que tratan del
Diluvio asocian la inundante catástrofe con la aparición del dios
celestial, Nibiru, en la Era del León (cerca de 10.900 a.C.) —fue en
‘la constelación de Leo que los dioses midieron las aguas de la
profundidad,’ dijo un texto.
Otros textos describen la aparición de Nibiru en el Diluvio como una estrella radiante, y es representada
de acuerdo a eso (Fig. 79) —
Figura 79
Cuando salgan gritando ‘¡Inundación!’ Es el dios Nibiru… Señor cuya brillante corona está cargada de terror; Diariamente en Leo es un fuego.
El planeta volvió, reapareció, y de nuevo se convirtió en ‘Nibiru’
cuando a la humanidad le fue concedido el trabajo agrícola y
agrario, en la mitad del octavo milenio a.C.; hubo representaciones
(en sellos cilíndricos) que ilustraron el comienzo de la
agricultura, para lo cual usaron el Signo de la Cruz para mostrar a
Nibiru visible en los cielos de la Tierra (Fig. 80).
Figura 80
Finalmente y más memorable para los sumerios, el planeta fue visible
una vez más cuando Anu y Antu vinieron a la Tierra en visita de
estado cerca del 4000 a.C., en la Era del Toro (Tauro). La ciudad
que fue conocida durante un milenio como Uruk fue fundada en su
honor, un zigurat fue erigido, y cuando el cielo nocturno se
oscurecía, desde sus pisos era observada la aparición de los
planetas en el horizonte.
Cuando Nibiru se hizo visible, se escuchó
un griterío:
‘¡La imagen del Creador ha aparecido!’ y todos los
presentes rompieron en cantos de himnos para alabar al ‘planeta del
Señor Anu.’
La aparición de Nibiru al comienzo de la Era de Tauro significa que
para el tiempo del amanecer solar—cuando el amanecer comienza pero
aún se pueden ver las estrellas—la constelación del fondo era Tauro.
Pero el movedizo Nibiru, hacía un arco en los cielos mientras rodea
al Sol, y pronto descendía de vuelta para cruzar el plano planetario
(eclíptica’) en el punto del Cruce.
Ahí el cruce era observado
contra el fondo de la constelación de Leo. Algunas representaciones,
en sellos de cilindro y en tablillas astronómicas, emplearon el
símbolo de cruz para señalar la llegada de Nibiru cuando la Tierra
estaba en
la Era del Toro y su cruce fue observado en la constelación del León
(dibujo en sello cilíndrico, Fig. 81, y como ilustrada en Fig. 82).
Figura 81
Figura 82
De este modo el cambio desde el símbolo Disco Alado al Signo de la
Cruz no fue una innovación; estaba revirtiendo a la forma en la cual
el Señor Celestial fue representado en tiempos anteriores—pero sólo
cuando en su gran órbita cruza la eclíptica y se convierte en
‘Nibiru.’
Como en el pasado, la renovada manifestación del Signo de la Cruz
significa reaparición, de vuelta a la vista, RETORNO
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