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EL FIN DE LOS DÍAS
La recolección humana de eventos famosos de su pasado—‘leyendas’ o
‘mitos’ para la mayoría de los historiadores—incluyen relatos
considerados ‘universales’ que han sido parte de la herencia
cultural o religiosa de la gente por toda la Tierra. Cuentos de la
Primera Pareja Humana, de un Diluvio, o de dioses que vinieron de
los cielos, pertenecen a esa categoría. Y También los relatos de la
partida de los dioses de vuelta a los cielos.
De particular interés para nosotros son tales recuerdos colectivos
de la gente y las tierras donde las partidas tuvieron realmente
lugar. Hemos cubierto ya la evidencia del antiguo Cercano Oriente;
también vino de las Américas, y abarca tanto a los dioses enlilitas
como a los enkistas.
En Sudamérica, la deidad dominante fue llamada Viracocha (‘Creador
de Todo’).
Los antiguos aymaras de los Andes decían de él que su
morada estaba en
Tiwanaku, y que les dio a las dos primeras parejas
de hermano-hermana una vara de oro con la cual encontrar el lugar
correcto para fundar Cuzco (la eventual capital Inca), el sitio para
el observatorio de
Machu Picchu, y otros espacios sagrados.
Y
entonces, habiendo hecho todo eso, se fue. El magnífico diseño, que
simulaba un zigurat cuadrado con sus esquinas orientadas hacia los
puntos cardinales, señaló entonces la dirección de su eventual
partida (Fig. 118). Hemos identificado al dios de Tiwanaku como Teshub/Adad de los sumerios/hititas, el hijo menor de Enlil.
En Mesoamérica, el dador de la civilización fue la ‘Serpiente
Emplumada’
Quetzalcoatl. Lo hemos identificado como el hijo de Enki,
Toth del panteón egipcio (Ningishzidda para los sumerios) y quién,
en 3113 a.C. trajo a sus seguidores africanos para fundar la
civilización en Mesoamérica.
Figura 118
Aunque el tiempo de su partida no ha sido especificado, tuvo que
coincidir con la desaparición de sus protegidos africanos,
los Olmecas, y el simultáneo nacimiento de los nativos mayas—cerca de
600/500 a.C. La leyenda dominante en Mesoamérica era su promesa,
cuando partiera, de retornar—en el aniversario de su Número Secreto
52.
Y así fue que, por la mitad del primer milenio a.C. en una parte del
mundo detrás de otra, la Humanidad se encontró a si misma sin sus
largamente venerados dioses; y antes de mucho, la pregunta (que ha
sido formulada por mis lectores) comenzó a preocupar a la Humanidad:
¿Volverán?
Como una familia súbitamente abandonada por su padre, la Humanidad
se agarraba de la esperanza del Retorno; entonces, como un huérfano
en necesidad de ayuda, la Humanidad buscó un Salvador. Los Profetas
prometieron que de seguro sucedería—en el Fin de los Días.
En el ápice de su presencia, los anunakis sumaron 600 en Tierra
además de otros 300 igigis estacionados en Marte. Su cantidad fue
decayendo después del Diluvio y en especial luego de la visita de
Anu cerca de 4000 a.C. De los dioses nombrados en los primeros
textos sumerios y en largas Listas de Dioses, pocos quedaban a
medida que los milenios se sucedían unos tras otros.
La mayoría
volvió a su planeta hogar; algunos—a pesar de su aparente
‘inmortalidad’—murieron en Tierra. Podemos mencionar a los
derrotados Zu y Seth, el desmembrado Osiris, el ahogado Dumuzi, la
afectada nuclear Bau. La partida de los dioses anunakis cuando
Nibiru volvió a acercarse fue el dramático final.
Los tiempos imponentes cuando los dioses residían en recintos
sagrados en las ciudades de los hombres, cuando un faraón afirmaba
que un dios conducía su carruaje, cuando un rey asirio hacia alardes
de la ayuda del cielo, se habían acabado e ido. Ya en los días del
Profeta Jeremías (626-586 a.C.), las naciones alrededor de Judá
recibían la mofa por venerar no a un ‘dios viviente’ sino ídolos
hechos por artesanos en piedra, madera y metal—dioses que
necesitaban ser transportados porque no podían caminar.
Con la partida final teniendo lugar, ¿quién de los dioses
Anunnaki
permaneció en la Tierra?
A juzgar por quién es mencionado en los
textos e inscripciones del período siguiente, sólo podemos estar
seguros,
-
de Marduk y Nabu por los enkistas
-
de los enlilitas,
Nannar/Sin, su esposa Ningal/Nikkal y su asesor Nusku, y
probablemente también Ishtar
En cada lado de la gran división
religiosa había ahora apenas un solo Gran Dios del Cielo y la
Tierra: Marduk por los enkistas, y Nannar/Sin por los enlilitas.
La historia del último rey de Babilonia reflejó las nuevas
circunstancias.
Fue escogido por Sin en su centro de culto Harán—pero requirió el
consentimiento y la bendición de Marduk en Babilonia, y la
confirmación celestial por la aparición del planeta de Marduk; y usó
el nombre Nabu-Na’id. Este divino co-reinado puede haber sido un
intento de Monoteísmo-Dual (para acuñar una expresión); pero su
inesperada consecuencia fue plantar la semilla del Islam.
La documentación histórica indica que ni los dioses ni la gente
estaban felices con estos arreglos. Sin, cuyo templo en Harán fue
restaurado, pidió que su gran templo zigurat en Ur debería ser
reconstruido y llegar a sr el centro de culto; y en Babilonia, los
sacerdotes de Marduk se levantaron en armas.
Una tablilla ahora en el Museo Británico está inscrita con un texto
que los académicos han titulado Nabunaid y el Clero de Babilonia.
Contiene una lista de acusaciones de los sacerdotes Babilónicos
contra Nabuna’id. Los cargos van desde asuntos civiles (‘la ley y el
orden no son promulgados por él’), pasando por negligencias
económicas (‘los granjeros están corruptos,’ ‘los caminos
comerciales están bloqueados’), y una falta de seguridad pública
(‘los nobles son asesinados’), hasta los cargos más serios:
sacrilegios religiosos—
Hizo una imagen de un dios que nadie ha visto
antes en la tierra. La colocó en el templo, elevada sobre un pedestal,
la llamó por el nombre de Nannar, con lapislázuli la adornó. Coronada con una tiara en forma de
una luna eclipsada, haciendo con sus manos el gesto de un demonio.
Era, continuaban las acusaciones, una extraña estatua de una deidad,
nunca vista antes, ‘con cabellos que llegaban hasta el pedestal.’
Resultaba tan inusual e indecoroso, escribieron los sacerdotes, que
incluso Enki y Ninmah (quienes habían ‘hecho’ las extrañas y
quiméricas creaturas cuando intentaban generar al Hombre) ‘no
podrían haberla concebido’; era tan rara que ‘ni siquiera el
instruido Adapa’—un ícono de la suma sabiduría humana—‘podría
haberla nombrado.’
Para empeorar las cosas, dos inusuales bestias
fueron esculpidas como sus guardianes:
Entonces el rey tomó esta abominación y la
colocó en el Esagil del templo de Marduk. Aun más ofensivo fue el
anuncio de Nabuna’id que desde entonces en adelante el festival
Akit, durante el cual la muerte-cercana, la resurrección, el exilio,
y el triunfo final de Marduk eran recreados, ya no se celebraría
más.
Declarando que el ‘dios protector de Nabuna’id se hizo hostil a
ellos’ y que ‘el anterior dios favorito estaba ahora condenado a la
desgracia,’ los sacerdotes babilónicos forzaron a Nabuna’id a irse
de Babilonia al exilio ‘en una región distante.’ Es un hecho
histórico que Nabuna’id ciertamente abandonó Babilonia y nombró a su
hijo Bel-Shar-Uzur—el Beltsassar del bíblico libro de Daniel—como
regente. La ‘región distante’ en la cual se autoexilió Nabuna’id fue
Arabia. Como varias inscripciones atestiguan, su séquito incluyó
judíos de entre los exiliados en la región de Harán.
Su base principal estaba en un lugar llamado Teima, un centro de
caravanas en lo que hoy es el noroeste de Arabia Saudita que es
mencionando varias veces en la Biblia. (Excavaciones recientes han
encontrado ahí tablillas cuneiformes atestiguando la estadía de
Nabuna’id). Fundó otros seis asentamientos para sus seguidores;
cinco de las ciudades fueron enlistadas—mil años más tarde—por
escritores árabes como ciudades judías.
Una de ella era Medina, la
ciudad donde Mahoma fundó el Islam.
El ‘ángulo judío’ en la historia de Nabuna’id ha sido reforzado por
el hecho que un fragmento de los
Rollos del Mar Muerto, encontrados
en Qumran en las playas del Mar Muerto, menciona a Nabuna’id y
afirma que estaba sufriendo en Teima de una ‘desagradable enfermedad
a la piel’ que fue sanada sólo después que ‘un judío le dijera que
rindiera honor al Dios Más Elevado.’
Todo esto ha llevado a la
especulación que Nabuna’id estaba contemplando el Monoteísmo; pero
para él el Dios Más Elevado no era el Yahveh de los
Judios, sino su benefactor
Nannar/Sin, el dios Luna, cuyos símbolo creciente ha sido adoptado
por el Islam; y hay pocas dudas que sus raíces puedan ser rastreadas
hasta la estadía de Nabuna’id en Arabia.
El paradero de Sin se esfuma de los documentos mesopotámicos después
del tiempo de Nabuna’id. Textos descubiertos en Ugarit, un sitio
cananeo de la costa mediterránea en Siria ahora llamado Ras Shamra,
describen al dios Luna como retirado, con su esposa, a un oasis en
la confluencia de dos cuerpos de agua, ‘cerca de la hendidura de los
dos mares.’ Siempre preguntándome por qué la Península de Sinaí fue
nombrada en honor a Sin y su principal centro de cruce de caminos en
honor de su esposa Nikkal (el lugar es aun llamado, en árabe,
Nakhl), supuse que la añosa pareja se retiró a algún lugar en la
costa del Mar Rojo y el Golfo de Eilat.
Los textos ugaríticos llaman al dios Luna EL—simplemente, ‘Dios,’ un
predecesor del Alá del Islam; y su símbolo de luna-creciente corona
cada mezquita musulmana. Y como exige la tradición, las mezquitas
están flanqueadas, hasta hoy día, por minaretes que simulan cohetes multi-etapas
listos para ser lanzados (Fig. 119).
Figura 119
El último capítulo en la saga de Nabuna’id estuvo vinculado a la
emergencia en la escena del mundo antiguo de los persas—nombre dado
a una mezcla de pueblos y estados en la plataforma Iraní que
incluían las viejas Anshan y Elam sumerias y la tierra de los
posteriores Medos (quienes tuvieron una mano en la desaparición de
Asiria).
Fue en el siglo sexto a.C. que una tribu llamada Asmodianos por los
historiadores griegos que documentaron sus hechos emergió de los
alrededores norte de aquellos territorios, tomó el control, y los
unificó para convertirlos en un nuevo poderoso imperio.
Aunque
racialmente considerados como ‘Indo-Europeos,’ su nombre tribal
derivaba de sus ancestros Hakham-Anish, que significa ‘Hombre Sabio’
en hebreo semítico—un hecho que algunos atribuyen a la influencia de
judíos exiliados de las Diez Tribus que habían sido reubicadas en
esa región por los asirios.
Religiosamente, los Persas Asmodianos
aparentemente adoptaron el panteón sumerio-acadio semejante a su
versión Hurrian-Mitannian, lo cual fue un paso hacia el Indo-Ario de
los Vedas sánscrito—una mezcla que está convenientemente
simplificada por sólo establecer que ellos creían en un Dios Más
Elevado que llamaban Azura-Mazda (‘Verdead y Luz’).
En 560 a.C. murió el rey arameo y su hijo Kurash lo sucedió en el
trono y dejó su huella en sucesos subsecuentes. Le llamamos Ciro; la
Biblia lo llamó Koresh y lo consideró un emisario de Yahveh para
conquistar Babilonia, derrocando a su rey, y reconstruyendo el
destruido Templo en Jerusalén.
Yo soy el que dice a Ciro: «Tú eres mi pastor y darás cumplimiento a
todos mis deseos, cuando digas de Jerusalén: “Que sea reconstruida”
y del santuario: “¡Coloca los cimientos!”»
Así dice Yahveh a su Ungido Ciro, a quien he tomado de la diestra
para someter ante él a las naciones y desceñir las cinturas de los
reyes, para abrir ante él los batientes de modo que no queden
cerradas las puertas. Yo marcharé delante de ti y allanaré las pendientes. Quebraré los
batientes de bronce y romperé los cerrojos de hierro. Te daré los tesoros ocultos y las riquezas escondidas, para que
sepas que yo soy Yahveh, el Dios de Israel, que te llamo por tu
nombre. A causa de mi siervo Jacob y de Israel, mi elegido, te he llamado
por tu nombre y te he ennoblecido, sin que tú me conozcas. El bíblico Dios afirmó a través del profeta Isaías
(44: 28 a 45:
1–4)
Ese fin del reinado babilónico fue más dramáticamente predicho en el
Libro de Daniel. Uno de los exiliados llevados a Babilonia, Daniel
estaba sirviendo en la corte de Baltasar cuando, durante un banquete
real, una mano flotante apareció y escribió en el muro MENE MENE
TEKEKL UPHARSIN.
Asombrado y mistificado, el rey llamó a sus magos y videntes para
descifrar el significado de la inscripción, pero ninguno pudo. Como
un último resorte, fue llamado el exiliado Daniel, y él le dijo al
rey el significado de la inscripción:
Dios ha pesado Babilonia y su rey y encontrándolo falto de peso le
ha puesto fin, numerado sus días; el reino encontrará su fin a manos
de los Persas.
En 539 a.C. Ciro atravesó el Tigris y penetró territorio de
Babilonia, avanzó sobre Sippar donde interceptó a un apurado
Nabuna’id, y entonces—afirmando que Marduk mismo lo había
invitado—entró en la ciudad de Babilonia sin pelear.
Bienvenido por los sacerdotes que lo consideraron un salvador del
herético Nabuna’id y su antipático hijo, Ciro ‘cogió las manos de
Marduk’ como signo de homenaje al dios. Pero además, en una de sus
primeras proclamaciones, rescindió el exilio de los de Judá,
permitió la reconstrucción del Templo en Jerusalén, y ordenó
devolver al Templo todos los objetos rituales que habían sido
saqueados por Nabucodonosor.
De vuelta los exiliados, bajo el liderazgo de Ezra y Nehemiah,
completaron la reconstrucción del Templo—desde entonces conocido
como Segundo Templo—en 516 a.C. —exactamente, como fue profetizado
por Jeremías, setenta años antes que fuera destruido el Primer
Templo. La Biblia considera a Ciro un instrumento de los planes de
Dios, un ‘ungido de
Yahweh’; los historiadores creen que Ciro
proclamó una amnistía religiosa general que permitió a cada persona
venerar según su deseo propio.
Lo que Ciro mismo puede haber creído,
a juzgar por el monumento que se hizo levantar, parece haberse
visualizado como un alado Querubín (Fig. 120).
Ciro—algunos
historiadores agregan el epíteto ‘el grande’ a su nombre—consolidó
en un vasto imperio persa todas las tierras que habían sido una vez Súmer y Acadia, Mari y Mittani, Hatti y Elam, Babilonia y Asiria; a
su hijo Cambices (530-522 a.C.) fue dejado el extender el imperio a
Egipto.
Figura 120
Egipto estaba recién recuperándose de un período de desorden que
algunos consideran un Primer Período Intermedio, durante el cual
estuvo desunido, cambió la capital varias veces, fue gobernado por
invasores de Nubia, o no tuvo autoridad central para nada.
Egipto
estaba además en desorganización religiosa, sus sacerdotes sin saber
a quién venerar, tanto así que el culto principal era el del
fallecido Osiris, la diosa principal era Neith cuyo título era Madre
de Dios, y el principal ‘objeto de culto’ un toro, el sagrado Buey
Apis, para quién se realizaban elaborados funerales.
Cambices
además, como su padre, no era un fanático religioso, y dejó a la
gente rendir culto de manera libre; incluso (de acuerdo a una estela
inscrita hoy en el museo Vaticano) aprendió los secretos del culto a Neith y participó en una ceremonia funeraria para un buey Apis.
Esta política religiosa de laissez-faire dio a los persas paz en su
imperio, pero no para siempre. El descontento, levantamientos, y las
rebeliones estallaron casi en todas partes. Especialmente
problemático fueron los crecientes lazos comerciales, culturales, y
religiosos entre Egipto y Grecia. (Mucha información acerca de esto
viene del historiador griego Heródoto, quién escribió extensamente
acerca de Egipto luego de su visita alrededor de 460 a.C.,
coincidiendo con el comienzo de la ‘edad de oro’ griega.)
Los persas
no podían complacerse en esos lazos, sobre todo porque mercenarios
griegos estaban participando en los levantamientos locales. De
particular inquietud eran también las provincias en Asia Menor (hoy
día Turquía), en la punta oeste de la cual Asia y los persas daban
la cara a Europa y los griegos.
Ahí, colonos griegos estaban reviviendo y reforzando antiguos
asentamientos; los persas, por su parte, vieron de conjurar la
problemática europea tomando las islas griegas cercanas.
Las crecientes tensiones derivaron en abiertos hechos de guerra
cuando los persas invadieron la tierra firme de Grecia y fueron
golpeados en Maratón en 490 a.C. Una invasión persa por mar fue
abatida por los griegos en el estrecho de Salamina una década más
tarde, pero las escaramuzas y batallas por el control de Asia Menor
continuaron por otro siglo, aun a pesar que en Persia un rey siguió
a otro y en Grecia los atenienses, espartanos, y macedonios peleaban
entre ellos por la supremacía.
En estas dobles luchas, una entre los griegos continentales, la otra
con los persas—el apoyo de los colonos griegos de Asia Menor fue muy
importante. Apenas los macedonios ganaron la mano superior en tierra
firme, su rey Filipo II, envió un cuerpo armado sobre el estrecho
del Helesponto (hoy día los Dardanelos) para asegurar la lealtad de
los colonos griegos. En 334 a.C. su sucesor, Alejandro (‘Magno’),
encabezando un ejército de 15000 hombres, cruzó al Asia en el mismo
lugar y lanzó una guerra mayor contra los persas.
Las asombrosas victorias de Alejandro y la resultante subyugación
del Antiguo Oriente por la dominación occidental (Grecia) han sido
contadas y recontadas por los historiadores—comenzando por alguien
que había acompañado a Alejandro—y no precisan ser repetidas aquí.
Lo que necesita ser descrito son las razones personales para la
incursión de Alejandro en Asia y África.
Porque, aparte de todas las
razones geopolíticas o económicas para la gran guerra griego-persa,
había una búsqueda propia personal de Alejandro: habían habido
persistentes rumores en la corte macedonia que no Filipo sino un
dios—un dios egipcio—era el verdadero padre de Alejandro, que había
llegado hasta Olimpia su madre, disfrazado de hombre. Con un panteón
griego derivado desde el otro lado del Mar Mediterráneo y encabezado
(como los doce en Súmer) por doce Olímpicos, y con relatos de los
dioses (‘mitos’) que emulaban las historias de los dioses del
Cercano Oriente, la aparición de un tal dios en la corte macedonia
no fue consideraba una imposibilidad.
Con una problemática cortesana
que involucraban a una joven egipcia amante del rey y conflictos
maritales que incluían divorcio y asesinatos, los ‘rumores’ fueron
creídos—primero y más importante, por Alejandro mismo.
Una visita de Alejandro al oráculo de Delfos para averiguar si era
en realidad hijo de in dios y por lo tanto inmortal sólo intensificó
el misterio; fue aconsejado de buscar la respuesta en un sitio
sagrado en Egipto.
Fue así que apenas los persas fueron vencidos en
la primera batalla, Alejandro, en vez de perseguirlos, dejó su
ejército principal y se dio prisa para atravesar al oasis de Siwa en
Egipto. Ahí los sacerdotes le aseguraron que sin duda era un
semidiós, e hijo del dios carnero Amon. Para celebrar, Alejandro
acuño monedas de plata que lo muestran con cuernos de carnero (Fig.
121).
¿Pero qué acerca de su inmortalidad?
Figura 121
Mientras el curso de la
reanudada guerra y las conquistas de Alejandro han sido documentadas
por su historiador de campañas Calístenes y otros, su búsqueda
personal de la Inmortalidad es mayormente conocida de fuentes
consideradas como seudo-Calístenes, o ‘Romances de Alejandro’ que
embellecen los hechos con leyendas.
Como se detalla en La Escalera al Cielo (The Stairway to
Heaven), los sacerdotes egipcios
dirigieron a Alejandro desde Siwa a Tebas. Ahí, en la ribera oeste
del Nilo, pudo ver en el templo funerario construido por la reina
Hatshepsut la inscripción atestiguando que ella había sido procreada
por el dios Amon cuando el llegó hasta su madre disfrazado como el
esposo real—exactamente como la historia de la concepción semidivina
de Alejandro.
En el gran templo de Ra-Amon en Tebas, en el Sancta
Sanctorum, Alejandro fue coronado como faraón. Luego, siguiendo las
directrices dadas en Siwa, penetró unos túneles subterráneos en la
Península de Sinaí, y finalmente fue donde Amon-Ra, alias Marduk,
estaba—en Babilonia. Reasumiendo las batallas con los persas,
Alejandro llegó a Babilonia (la ciudad) en 331 a.C., y entró a la
ciudad montado en su carro.
En el sagrado precinto se apresuró hasta el templo zigurat de Esagil
para tomar las manos de Marduk como antes que él otros
conquistadores habían hecho.
Pero el gran dios estaba muerto.
templo zigurat de Esagil
De acuerdo a las seudo-fuentes, Alejandro vio al dios yaciendo en un
ataúd de oro, su cuerpo inmerso (o preservado) en aceites
especiales. Verdad o no, los hechos son que Marduk ya no estaba
vivo, y que su zigurat Esagil fue, sin excepción, descrito como su
tumba por subsecuentes historiadores de renombre.
De acuerdo a Diodoro de Sicilia (siglo primero a.C.), cuya
Biblioteca histórica se sabe haber sido compilada de fuentes
verificadamente confiables,
‘eruditos llamados Caldeos, que han
ganado una gran reputación en astrología y quienes estaban
acostumbrados a predecir futuros eventos por un método basado en
observaciones de tiempos antiguos,’ advirtieron a Alejandro que
moriría en Babilonia, pero ‘podía escapar al peligro si re-levantaba
la tumba de Belus que había sido demolida por los persas’
(Libro XVII, 112: 1).
Entrando en la ciudad de todos modos, Alejandro no
tuvo ni el tiempo ni la mano de obra para realizar las reparaciones,
y ciertamente murió en Babilonia en 323 a.C.
El siglo primero a.C. el geógrafo-historiador Strabo, que había
nacido en una ciudad griega del Asia Menor, describió Babilonia en
su afamada Geografía—su gran tamaño, los ‘jardines colgantes’ que
eran una de las Siete Maravillas del Mundo, sus elevadas
construcciones de ladrillos cocidos, y así, y dijo esto en la
sección 16.I.5 (énfasis añadido):
Aquí también está la tumba de Belus, ahora en ruinas,
habiendo sido demolida por Jerjes, como se dice. Era una pirámide cuadrangular de ladrillos cocidos,
no sólo siendo de un estadio de altura. Alejandro intentó reparar esta pirámide;
pero hubiera sido una larga tarea y hubiera requerido un largo tiempo,
de modo que no pudo terminar lo que había intentado.
De acuerdo a esta fuente, la tumba de Bel/Marduk fue destruida por
Jerjes, que fue el rey persa (y gobernante de Babilonia) desde 486
hasta 465 a.C.
Strabo, en Libro 5, había señalado antes que Belus yacía en un ataúd
cuando Jerjes decidió destruir el templo, en 482 a.C. Por
consiguiente, Marduk murió no mucho antes (los principales
asiriólogos alemanes, reunidos en a Universidad de Jena en 1922,
concluyeron que Marduk ya estaba en su tumba en 484 a.C.).
Nabu el hijo de Marduk también se esfumó de las páginas de la
historia más o menos al mismo tiempo. Y así llegó al final, un final
casi humano, la saga de los dioses que dieron forma a la historia en
el planeta Tierra.
Que el final llegó mientras la Era del Carnero estaba decayendo
probablemente no fue coincidencia, tampoco.
Con la muerte de Marduk y Nabu esfumado, todos los grandes dioses
que habían una vez dominado la Tierra estaban idos; con la muerte de
Alejandro, los reales o pretendidos semidioses que vinculaban la
Humanidad con los dioses también estaban idos. Por vez primera desde
que Adán fue generado, e Hombre estaba sin sus creadores.
En aquellos descorazonantes tiempos para la Humanidad, la esperanza
vino desde Jerusalén. Sorprendentemente, la historia de Marduk y su
destino definitivo en Babilonia había sido correctamente vaticinada
en las profecías bíblicas.
Ya hemos apuntado que Jeremías, mientras predecía un final
desastroso para Babilonia, hizo la distinción que su dios Bel/Marduk
estaba sólo condenado a un ‘atrofiamiento’—permanecer, pero
envejecer confuso, ajarse, y morir. No debería sorprendernos que
fuese una profecía que se hizo realidad.
Pero mientras Jeremías predijo correctamente la caída final de
asiria, Egipto, y Babilonia, él acompañó estas predicciones con
profecías de una Sión restablecida, de un templo reconstruido, y de
un ‘final feliz’ para todas las naciones al Final de los Días.
Sería, dijo, un futuro planeado por Dios ‘en su corazón’ desde el
comienzo, un secreto que será revelado a la Humanidad (23: 20) en un
futuro predeterminado:
‘al Final de los Días te darás cuenta’ (30:
24), y, ‘en ese tiempo, llamarán a Jerusalén el Trono de Yahveh, y
todas las naciones se reunirán ahí’
(3: 17)
Isaías, en su segundo grupo de profecías (a veces llamado el Segundo
Isaías), identificando al dios de Babilonia como el ‘dios
Escondido’—lo cual es el significado de ‘Amon’—previó el futuro en
estas palabras:
Bel abatido está, Nebo encogido (de miedo),
sus imágenes son una carga para las bestias y el ganado… Juntos se encorvaron, se abatieron,
Incapaces de salvarse de su captura.
Isaías 46:1–2
Estas profecías, como las de Jeremías, también contienen la promesa
que a la Humanidad e será presentado un nuevo comienzo, nueva
esperanza; que un Tiempo Mesiánico vendrá cuando ‘el lobo habite con
el cordero’.
Y, dijo el Profeta,
‘sucederá al Final de los Días que
el Monte del Templo de Yahveh será reconocido como el más importante
de todos los montes, exaltado sobre todas las colinas; y todas las
naciones se congregarán a él’; será entonces que todas las naciones
‘fundirán sus espadas en arados y sus lanzas en azadones, una nación
no levantará su espada contra otra, y ya no será enseñada más la
guerra’ (Isaías 2: 1–4)
[Isaías 2: Lo que vio Isaías, hijo de Amós, tocante a Judá y Jerusalén. Sucederá en días futuros que el monte de la Casa de Yahveh será
asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las
colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos.
Dirán: «Venid, subamos al monte de Yahveh, a la Casa del Dios de
Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus
senderos.» Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra de Yahveh.
Juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos.
Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en
la guerra.]
La afirmación que después de problemas y tribulaciones, luego que
pueblos y naciones sean juzgados por sus pecados y transgresiones,
vendrá un tiempo de paz y justicia también fue hecha por los
Profetas anteriores aun cuando predicaron el Día del Señor como un
día de juicio.
Entre ellos estuvo Oseas, quién previó el retorno del
reino de Dios a través de la Casa de David al Final de los Días, y
Miqueas, quién—empleando palabras idénticas a las de Isaías—declaró
que ‘al Final de los Días sucederá.’ Específicamente, Miqueas
consideró además la restauración del Templo de Dios en Jerusalén y
el reinado universal de Yahveh a través de un descendiente de David
como un requisito previo, una ‘condición’ impuesta desde el inicio
mismo, ‘emanada desde tiempos antiguos, desde los días
imperecederos.’
Había entonces una combinación de dos elementos básicos en aquellas
predicciones del Fin de los Días: una, que el Día del Señor, un día
de juicio sobre la Tierra y las naciones, será seguido por la
Restauración, Renovación, y una era benevolente centrada en
Jerusalén.
La otra es, que todo ha sido preordenado, que el Fin ya
estaba previsto por Dios desde el Comienzo. Ciertamente, el concepto
de un Fin de las Épocas, un tiempo cuando el curso de los eventos
será interrumpido—un precursor, se puede decir, de la idea actual
del ‘Fin de la Historia’—y una nueva época (uno está casi tentado a
decir, una Nueva Era), un nuevo (¡y predicho!) ciclo comenzará,
puede de hecho encontrarse en los primeros capítulos bíblicos.
El término hebreo Acharit Hayamim (a veces traducido ‘últimos días,’
‘días finales,’ pero más exactamente ‘fin de los días’) fue ya
empleado en la Biblia en el Génesis (cap. 49), cuando el falleciente
Jacob convocó a sus hijos y dijo: ‘Reúnanse todos juntos, que les
diré lo que les va a suceder el Fin de los Días.’ Es una declaración
(seguida por predicciones detalladas que muchos asocian con las doce
casas zodiacales) que presupone la profecía como basada en el
conocimiento anticipado del futuro.
Y de nuevo, en Deuteronomio
(cap. 4), cuando Moisés, antes de morir, al revisar el legado divino
de Israel y su futuro, consuela así a la gente:
‘Cuando en
tribulaciones estén y tales cosas les sucedan, en el Fin de los Días
a Yahveh tu Dios retornarás y escucharás Su voz.’
El énfasis repetido sobre el rol de Jerusalén, en la esencialidad de
su Monte Templo como el faro al cual todas las naciones concurrirán,
tenía más que un motivo teológico-moral. Se cita una razón muy
práctica: la necesidad de tener listo el sitio para el retorno de la
‘Kavod’ de Yahveh—¡el mismo término empleado por Ezequiel para
describir el vehículo celestial de Dios! La Kavod que será
consagrada en el Templo reconstruido, ‘desde donde concederé la paz,
será mayor que la del Primer Templo,’ dijo el Profeta Ageo.
Significativamente, la venida de la Kavod a Jerusalén fue
repetidamente vinculada in Isaías al otro sitio espacial—en Líbano:
Es desde allá que la Kavod de dios llegará a Jerusalén, señalan los
versos 35: 2 y 60: 13.
Uno no puede obviar la conclusión que un Retorno divino era esperado
al Fin de los Días; pero ¿cuándo fue el debido Fin de los Días?
La pregunta—una a la cual ofreceremos nuestra propia respuesta—no es
nueva, porque ha sido formulada desde la antigüedad, incluso por los
mismos Profetas que habían hablado del Fin de los Días.
Las profecías de Isaías acerca del tiempo ‘cuando una gran trompeta
será soplada y las naciones se reunirán y se inclinarán ante Yahveh
en el Monte Sagrado en Jerusalén’ estaba acompañada por su admisión
que sin detalles ni tiempo la gente no podría comprender la
profecía.
‘La regla está sobre la regla, la regla está dentro de la
regla, la línea está sobre la línea, la línea está con la línea, un
poco aquí, algo allá’ fue como Isaías (28: 10) se quejó a Dios.
Cualquier respuesta que la haya sido dada, se le ordenó sellarla y
esconder el documento; no menos de tres veces, Isaías cambió una
palabra por ‘letras’ de un texto—Otioth—a Ototh, que significa
‘signos oraculares,’ insinuando la existencia de una clase de un
secreto ‘Código Bíblico’ debido al cual el plan divino no podría ser
comprendido sino hasta el tiempo correcto. Su código secreto pudo
haber sido insinuado cuando el Profeta le pide a Dios—identificado
como el ‘Creador de la letras’—que ‘hable de las letras de atrás’
(41: 23)
El Profeta Sofonías—cuyo nombre significa ‘codificado por
Yahveh’—transmitió un mensaje de Dios que será en el tiempo de las
naciones reunidas que él ‘hablará en un lenguaje claro.’ Pero que no
dijera más, ‘Tú sabrás cuando sea el momento de decir.’
No maravilla, entonces, que en su último libro profético, la Biblia
trate casi exclusivamente con la pregunta de CUANDO— ¿cuándo vendrá
el Fin de los Días?
Está en el Libro de Daniel, el mismo Daniel que
descifró (correctamente) para Baltasar la Escritura en el Muro. Fue
después que Daniel mismo comenzó a tener sueños augúricos y ver
visiones apocalípticas del futuro en el cual el ‘Anciano de los
Días’ y sus arcángeles cumplían roles claves. Perplejo, Daniel pidió
explicaciones a los ángeles; las respuestas fueron predicciones de
sucesos futuros, teniendo lugar en, o llevando a, el Fin del Tiempo.
¿Y cuándo será eso? preguntó Daniel; las respuestas, que a la vista
de ellas parecieron precisas, sólo apilaron enigmas sobre
confusiones.
En una instancia un ángel respondió que una fase en los hechos
futuros, un tiempo cuando ‘un rey profano tratará de cambiar los
tiempos y las leyes,’ durará ‘un tiempo, tiempos y un medio tiempo’;
sólo después de aquello, cuando ‘el reino de los cielos sea dado a
la gente por el Sagrado de los Más Grandes,’ vendrá el prometido
Tiempo Mesiánico.
En otra ocasión el ángel respondió:
‘Setenta siete
y setenta sesenta de años han sido decretados para tu gente y tu
ciudad hasta que la medida de su transgresión sea completada y la
visión profética sea ratificada’; y aún una vez más que ‘después de
los setenta y sesenta y dos años, el Mesías será suprimido, un líder
vendrá que destruirá la ciudad y el final vendrá como inundación.’
Buscando una respuesta más clara, Daniel entonces pidió al mensajero
divino que hablara con sencillez:
‘¿Cuánto tiempo hasta que estas
cosas terribles sucedan?’
En respuesta, recibió de nuevo la
enigmática sentencia que el Fin vendrá después de ‘un tiempo,
tiempos y medio tiempo.’
¿Pero qué significaban ‘tiempo, tiempos y
medio tiempo’?
‘Escuché y no comprendí,’ escribió Daniel en su
libro.
¿Así que dije: Mi señor, cuáles serán las consecuencias de
esas cosas?
Una vez más hablando en código, el ángel respondió:
‘desde el tiempo en que las ofrendas regulares sean abolidas y una
abominación atroz sea establecida, habrá un mil y dos cientos y
noventa días; feliz aquel que espere y alcance un mil tres cientos y
treinta y cinco.’
Y habiendo dado a Daniel esa información, el
ángel—que lo había llamado antes ‘Hijo de Hombre’—le dijo:
‘Ahora,
vete a descansar, y te levantarás para recibir tu destino al Fin de
los Días.’
Como Daniel, generaciones de académicos bíblicos, eruditos y
teólogos, astrólogos e incluso astrónomos—el afamado Sir Isaac
Newton entre los últimos—también han dicho ‘escuchamos, pero no
comprendemos.’
El enigma no es sólo el significado de ‘tiempo,
tiempos y medio tiempo’ y lo demás, sino ¿cuándo comienza (o
comenzó) la cuenta?
La incertidumbre proviene del hecho que las
visiones simbólicas de Daniel (como la cabra atacando un carnero, o
los dos cuernos multiplicándose a cuatro y después dividiéndose) le
fueron explicadas por los ángeles como sucesos que iban a ocurrir
mucho más allá de la época de Daniel en Babilonia, más allá de su
caída predicha, incluso más allá de la profetizada reconstrucción
del Templo después de setenta años.
La subida y desaparición del
imperio persa, la llegada de los griegos bajo el liderazgo de
Alejandro, aún la división de su conquistado imperio entre sus
sucesores—está todo predicho con tal exactitud que muchos académicos
creen que las profecías de Daniel son del género ‘post-evento’—que
la parte profética de libro fue escrita alrededor de 250 a.C. pero
simuló haber sido redactada tres siglos antes.
El argumento resolutivo es la referencia, en uno de sus encuentros
angélicos, al inicio de la cuenta ‘desde el tiempo en que las
ofrendas regulares [en el templo] sean abolidas y una abominación
atroz sea establecida.’ Eso podía sólo referirse a los hechos que
tuvieron lugar en Jerusalén en el día 25 del mes hebreo Kislev en 17
a.C.
La fecha se halla documentada con exactitud, porque fue entonces que
‘la abominación de desolación’ fue instalada en el Templo,
señalando—muchos creyeron entonces—el comienzo del Fin de los Días.
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