Derrotado en un principio, y teniéndose que ocultar o exilar,
Teshub
se enfrentaba finalmente al que le había desafiado en un combate
singular. Armado con el «Trueno-tormentador que dispersa las rocas a
noventa estadios» y «el Relámpago de espantoso resplandor», ascendía
hacia el cielo en su carro, tirado por dos Toros del Cielo dorados y
plateados, y «desde los cielos puso la cara» hacia su enemigo.
Aunque en las fragmentadas tablillas falta el final del relato, es
evidente que Teshub salía finalmente victorioso.
Lo que todas estas maniobras diplomáticas suponían se aclara en otras partes de la inscripción: trece años antes, Hattusilish le había enviado al faraón el texto de un Tratado de Paz, pero Ramsés II, dándole vueltas aún a su casi fatídica experiencia en la batalla de Kadesh, lo ignoró.
Por fin, el Rey
de Hatti, en vez de enviar mensajes inscritos en tablillas, «envió a
su hija mayor, precedida de un precioso tributo» y acompañada por
nobles hititas. Preguntándose lo que significarían todos aquellos
regalos, Ramsés envió una escolta egipcia a su encuentro para que
acompañara a los hititas. Y, tal como se explica más arriba,
sucumbió a la belleza de la princesa, la convirtió en reina y la
llamó Maat-Neferu-Ra («La Belleza Que Ve Ra»).
Los egiptólogos han descubierto, descifrado y traducido dos copias,
una casi completa y otra fragmentaria. De modo que no sólo tenemos
el texto completo del Tratado, sino que también sabemos que el rey
hitita escribió el tratado en lengua acadia, que, por aquél
entonces, era el idioma de las relaciones internacionales (como lo
fue el francés hace un siglo).
En los archivos reales hititas, los arqueólogos han descubierto de hecho unos sellos reales en donde se ve a la principal deidad hitita abrazando al rey hitita (Fig. 17), exactamente como se describe en los registros egipcios, incluso con la inscripción que rodea el borde del sello. Contra todo pronóstico, el mismo original del tratado, inscrito en acadio en dos tablillas, se encontró también en estos archivos.
Pero los textos hititas llaman a su principal deidad Teshub, no «Set de Hatti». Dado que Teshub significaba «Tormenta Ventosa», y Set (a juzgar por su nombre griego, Tifón) significaba «Viento Feroz», da la impresión de que egipcios e hititas tenían emparejados sus panteones de acuerdo con los epítetos de sus dioses.
En línea con esto, a la esposa de Teshub, HEBAT, se le llamaba «Dama de los Cielos», para homologar a la diosa por su título con la versión egipcia del tratado; Ra («El Brillante») se homologó con el «Señor del Cielo» hitita, al cual la versión acadia llamaba SHAMASH («El Brillante»), etc.
Fig. 17
Se hizo evidente que egipcios e hititas tenían panteones separados
pero paralelos, y los expertos empezaron a preguntarse lo que otros
antiguos tratados podrían revelar. Uno de los que aportó una de las
informaciones más sorprendentes fue el tratado que, hacia el 1350
a.C, firmaron el rey hitita Shuppilulima y el rey hurrita Mattiwaza
de Mitanni, país que estaba situado sobre el río Eufrates, a mitad
de camino entre el País de los Hititas y las antiguas tierras de
Sumer y Acad.
A continuación, se hacía una relación de estos «dioses de las partes firmantes», comenzando con Teshub y su consorte Hebat, como dioses reinantes supremos de ambos reinos, «los dioses que regulan la realeza» en Hatti y Mitanni, y en cuyos santuarios se depositaban las copias del tratado.
Después, cierto número de
deidades jóvenes, masculinas y femeninas, descendientes de los dos
dioses reinantes, se enumeraban por las capitales provinciales donde
actuaban como deidades gobernantes en representación de sus padres.
Pero
en este tratado en particular había una sorpresa muy especial: hacia
el final de la tablilla, entre los testigos divinos, también estaban
Mitra-ash, Uruwana, Indar, y los dioses Nashatiyanu -¡nada menos que
Mitra, Varuna, Indra, y los dioses nasatya del panteón hindú!
Estos nombres resultan familiares; los invocó en la antigüedad Sargón de Acad, que había afirmado que era «Supervisor de Ishtar, sacerdote ungido de Anu, gran pastor justo de Enlil».
No menos esclarecedor fue el descubrimiento de que, tanto hititas como hurritas, aunque pronunciaban los nombres de las deidades en su propia lengua, los escribían utilizando la escritura sumeria; incluso el determinativo «divino» que se utilizaba era el sumerio DIN.GIR, que significaba literalmente «Los Justos» (DIN) «De las Naves Voladoras» (GIR).
Así, el nombre de Teshub se escribía DIN.GIR IM («Divino Tormentador» o «Dios de la Tormenta»), que era el nombre sumerio del dios ISHKUR, también conocido como Adad; o también se escribía DIN.GIR U, que significaba «El dios 10», que era el rango numérico de Ishkur/Adad -siendo el de Anu el más alto (60), el de Enlil 50, el de Ea 40, y así sucesivamente descendiendo en el linaje.
Asimismo, al igual que el Ishkur/Adad sumerio, los hititas
representaban a Teshub blandiendo su arma emisora de relámpagos, un
«Arma de Brillantez» (Fig. 18).
Fig.18
Les llamamos LAS CRÓNICAS DE LA TIERRA.
Si no fuera por esto, los monumentos
antiguos habrían seguido siendo complejos rompecabezas: su edad,
incierta; sus creadores, oscuros; su propósito, poco claro.
Por encima de todo, tenemos las
tablillas de arcilla: trozos aplanados de arcilla húmeda, algunos lo
suficientemente pequeños como para caber en la palma de la mano,
sobre los cuales el escriba estampaba diestramente con el punzón los
símbolos que formarían las sílabas, las palabras y las oraciones.
Después, dejarían secar la tablilla (o la secarían en un horno),
creando así un registro permanente que sobreviviría a milenios de
erosiones naturales y de destructividad humana.
Tremendamente asombrados, los expertos leyeron en estos registros que Sargón,
Los expertos no se lo podían creer: ¿acaso había centros urbanos,
ciudades amuralladas, aún antes de Sargón de Agadé, antes del 2500
a.C?
Y, tal como un siglo de descubrimientos arqueológicos y de investigación erudita han dejado claro, fue el lugar en donde comenzó la Civilización, hace casi seis mil años; donde aparecieron súbita e inexplicablemente, como de la nada,
En todos estos escritos, sean largos relatos épicos o proverbios de dos líneas, sean inscripciones mundanas o divinas, emergen los mismos hechos como principios inquebrantables de los sumerios y de los pueblos que les siguieron: en el pasado, los DIN.GIR -«Los Justos de las Naves Voladoras», los seres a los que los griegos comenzaron a llamar «dioses»- vinieron a la Tierra desde su propio planeta.
Eligieron el sur de Mesopotamia como hogar lejos del hogar.
Llamaron al país KI.EN.GIR -«Tierra del Señor de las Naves
Voladoras» (el nombre acadio, Shumer, significaba «Tierra de los
Guardianes»)-y establecieron allí sus primeros asentamientos en la
Tierra.
Los sumerios lo consideraban el duodécimo planeta del Sistema Solar, un sistema compuesto por el Sol en el centro, la Luna, los nueve planetas que conocemos hoy en día, y un planeta más grande cuya órbita duraba un Sar, 3.600 años terrestres.
Según ellos, esta órbita lleva al planeta a una «estación» en los distantes cielos para devolverlo después al vecindario de la Tierra, pasando entre Marte y Júpiter. En esta situación, representada en una antiguo dibujo sumerio de 4.500 años de antigüedad (Fig. 19), el planeta recibía el nombre de NIBIRU («Cruce»), y su símbolo era la Cruz.
Fig. 19 Sabemos por numerosos textos antiguos, que el líder de los astronautas que llegaron a la Tierra desde Nibiru se llamaba E.A («Aquel Cuya Casa Es Agua»); después de aterrizar y de establecerse en Eridú, la primera Base Tierra, asumió el título de EN.KI («Señor de la Tierra»).
En las ruinas de Sumer, se encontró un texto que registra su aterrizaje en la Tierra, tratado en primera persona:
El texto pasa a describir después los esfuerzos de
Ea en las grandes
obras de construcción que se emprendieron en las tierras pantanosas
de la cabecera del Golfo Pérsico: él mismo hizo un estudio de
aquellas tierras, diseñó canales de drenaje y de control de agua,
construyó diques, excavó zanjas y levantó estructuras de ladrillos
hechos a partir de las arcillas de la zona. Unió con canales los
ríos Tigris y Eufrates, y en los límites de las tierras pantanosas
construyó su Casa de Agua, con un embarcadero y otras instalaciones.
Sin duda, el oro se necesitaba para los programas espaciales de los nibiruanos, como se hace evidente en las referencias de los textos hindúes que dicen que los carros celestes se cubrían de oro; ciertamente, el oro es vital en muchos aspectos para los instrumentos y los vehículos espaciales terrestres de la actualidad.
Pero no o ser ésa la única razón para que los nibiruanos
buscaran con gran a intensidad oro en la Tierra, ni para que
hicieran tan inmensos esfuerzos por obtenerlo y transferirlo en
grandes cantidades a su propió planeta. Este metal tiene unas
propiedades únicas, que lo convertían en una necesidad vital para
ellos, pues tenía que ver con su propia supervivencia en su planeta
de origen; en la medida de nuestra limitada comprensión, quizás
necesitaran el oro para suspenderlo en partículas en la evanescente
atmósfera de Nibiru, evitando así una disipación crítica.
El plan, tal como indicaba su nombre-epíteto, E.A., consistía en extraer el oro de las aguas del tranquilo Golfo Pérsico y de las poco profundas tierras pantanosas adyacentes que se extienden desde el golfo hacia el interior, en Mesopotamia. En las representaciones sumerias se ve a Ea como señor de las aguas fluentes, sentado en un laboratorio y rodeado de matraces interconectados (Fig. 20).
Fig. 20 Pero la continuación del relato sugiere que no todo iría bien con estos planes. La producción de oro era bastante inferior a las expectativas y, con el fin de acelerarla, se envió a la Tierra más astronautas -a los astronautas de base se les llamaba Anunnaki («Aquellos Que Del Cielo a la Tierra Vinieron»). Venían en grupos de cincuenta, y uno de los textos dice que uno de estos grupos iba liderado por el primogénito de Enki, MAR.DUK.
El texto habla de un mensaje urgente de Marduk a su padre, en el que se habla de una casi-catástrofe en el vuelo a la Tierra, al pasar una nave espacial por las cercanías de uno de los grandes planetas del Sistema Solar (probablemente Júpiter) y estar a punto de colisionar con uno de sus satélites.
Al describir el «ataque» sobre la nave espacial, el excitado Marduk le decía a su padre:
El grabado de un sello cilíndrico sumerio (Fig. 21) puede ilustrar
muy bien la escena del Señor Tierra (a la izquierda) dando la
bienvenida ansiosamente a su hijo, vestido de astronauta (a la
derecha), mientras la nave espacial deja Marte (la estrella de seis
puntas) y se acerca a la Tierra (el séptimo planeta, si se cuenta
desde el exterior, simbolizada por los siete puntos y representada
junto con la Luna).
Fig. 21 Pero la necesidad de oro era apremiante, y los anunnaki se enfrentaban a una difícil decisión: abandonar el proyecto -cosa que no podían hacer- o intentar conseguir oro de otra manera: a través de la minería. Pues los anunnaki sabían para entonces que el oro se podía obtener de forma natural y en abundancia en el AB.ZU («El Origen Primitivo»), en el continente africano.
(En las lenguas semitas, que evolucionaron del sumerio, Za-ab -Abzu al revés- sigue siendo el término empleado para designar al oro hasta el día de hoy).
Sin embargo, había un importante problema. El oro de África había que extraerlo de las profundidades de la tierra a través de una explotación minera, y no se podía tomar a la ligera una decisión de largo alcance, como la que suponía cambiar el sofisticado proceso de tratamiento del agua por el de una derrengante faena bajo tierra.
Está claro que la nueva empresa iba a precisar de un mayor número de
anunnaki, de una colonia minera en «el lugar de los brillantes
filones», de una ampliación de instalaciones en Mesopotamia y de una
flota de cargueros de mineral (MA.GUR UR.NU AB.ZU -«Barcos para
Minerales del Abzu») para conectarlas ambas. ¿Podría Enki manejarlo
todo por sí mismo?
Pero después -al igual que en el relato bíblico de
Abra-ham, su concubina Agar y su hermanastra y esposa Sara-, la
hermanastra y esposa de Anu, Antum le dio un hijo, Enlil; y, según
las leyes de sucesión nibiruanas fielmente adoptadas por el
patriarca bíblico-, Enlil se convirtió en el heredero legal en lugar
de Enki. ¡Y ahora aquel rival, aquél que le había robado a Enki su
derecho de nacimiento, venía a la Tierra para tomar el mando!
En el núcleo
de estas guerras, subyace una intrincada genealogía que determinaba
la jerarquía y la sucesión; y los actos sexuales no se juzgaban por
su ternura o su violencia, sino por su propósito y sus resultados.
A pesar de su rango, Enlil es
arrestado por «los cincuenta dioses superiores» cuando vuelve a su
ciudad, Nippur, y «los siete anunnaki que juzgan» lo encuentran
culpable de violación, sentenciándole al exilio en el Abzu. (Se le
perdonó al casarse con la joven diosa, que le había seguido al
exilio.)
Podemos comprender el tono aprobatorio del verso debido a que Dumuzi era el pretendido novio de Inanna, elegido por ella con la aprobación de su hermano Utu/Shamash.
¿Pero cómo explicar un texto en el cual Inanna describe un apasionado romance con su propio hermano?
Esto sólo se puede comprender si tenemos en mente que el código prohibía el matrimonio, pero no las relaciones sexuales entre hermano y hermana. Por otra parte, sí que se permitía el matrimonio con una hermanastra; y los hijos varones tenidos con una hermanastra tenían prioridad en el orden jerárquico.
Y, aunque la violación estaba condenada, el sexo -aun el irregular y violento- se perdonaba si se hacía por motivos sucesorios al trono. En un largo relato se cuenta que Enki, buscando un hijo varón con su hermanastra Sud (también hermanastra de Enlil), la forzó cuando estaba sola y «derramó su semen en el útero».
Luego, resultó tener una hija, en vez de un hijo, pero Enki no perdió el tiempo en hacerle el amor a la muchacha en cuanto se hizo,
Y esto siguió así, con una sucesión de
jóvenes hijas, hasta que Sud le echó una maldición a Enki, que lo
paralizó; sólo entonces dejó estas payasadas sexuales en busca de un
heredero varón.
Esto debió ser una marca de gran linaje real, pues dos documentos similares de Anu enumeran también a sus 21 parejas ancestrales en Nibiru. Sabemos que los padres de Anu fueron AN.SHAR.GAL («Gran Príncipe del Cielo») y KI.SHAR.GAL («Gran Princesa del Suelo Firme»).
Como sus nombres
indican, no fueron la pareja reinante de Nibiru. Más bien, el padre
fue el Gran Príncipe, es decir, el heredero aparente; y su esposa
era la gran princesa, la hija primogénita del soberano (con una
esposa diferente) y, así, hermanastra de Anshargal. En estos hechos
genealógicos descansa la clave para comprender los acontecimientos
en Nibiru antes de la llegada a la Tierra, así como en la Tierra
posteriormente.
Dice que, cuando llegó el momento de la sucesión en Nibiru -por muerte natural o de otro modo- no fue Anshargal, el padre de Anu y heredero aparente, el que ascendió al trono, sino un familiar llamado Alalu (Alalush en el texto hitita).
Fig. 22 Como un gesto de reconciliación o por costumbre, Alalu designo a Anu copero real, una honrosa posición, de confianza, que es conocida por diversos textos y representaciones reales de Oriente Próximo (Fig. 22).
Pero, pasados nueve años nibiruanos, Anu (Anush en el texto hitita) «le dio batalla a Alalu» y lo depuso:
Fue entonces, según nos relata el antiguo texto, cuando tuvo lugar el dramático vuelo a la Tierra:
Aunque es muy posible que gran parte de lo relativo a la Tierra y sus recursos se conociera en Nibiru aún antes del vuelo de Alalu, el hecho es que tenemos aquí el registro de la llegada a la Tierra de una nave espacial nibiruana anterior a la misión de Ea en nuestro planeta.
Las Listas de los Reyes Súmenos dicen que el primer administrador de Eridú se llamaba Alulim, nombre que pudo ser otro epíteto de Ea/Enki, o quizás la interpretación sumeria del nombre de Alalu.
Así pues, uno podría pensar que, aunque depuesto, a
Alalu le
preocupara lo suficiente el destino de Nibiru como para informar a
quien le había depuesto que había encontrado oro en las aguas de la
Tierra. Y pudo ser esto lo que sucedió, dado que usurpador y
depuesto se reconciliaron a continuación, pues Anu se apresuró a
designar a Ku-marbi, nieto de Alalu, copero real.
Al final, se decidió echarlo a suertes: que el destino determinara lo que había de ser.
El reparto de poderes que tuvo lugar entonces se menciona una y otra vez en los textos sumerios y acadios. Una de las Crónicas de la Tierra más largas que se conocen es un texto llamado La Epopeya de Atra-Hasis, y aquí también se registra la extracción de suertes y sus resultados:
Convencido de que se las había ingeniado para separar a los dos hermanos rivales, «Anu subió al Cielo». Pero en los cielos de la Tierra, le aguardaba un inesperado giro de los acontecimientos.
Quizás como precaución, a Kumarbi se le dejó en la plataforma orbital de la Tierra y, cuando Anu volvió a ella, listo para partir en su largo viaje de vuelta a Nibiru, Kumarbi, enfurecido, se enfrentó a él. Las duras palabras no tardaron en dejar paso a una reyerta:
En cierto momento, Kumarbi se impuso a Anu en la pelea, y «Anu forcejeó para liberarse de las manos de Kumarbi». Pero Kumarbi aún pudo agarrar por los pies a Anu y «le mordió entre las rodillas», hiriendo a Anu en su «virilidad».
Se han encontrado antiguas representaciones acerca de este hecho (Fig. 23 a), así como del hábito de los anunnaki en la lucha (Fig. 23 b) de herir al otro en los genitales.
Fig. 23
Mutilado y con dolor, Anu emprendió el camino de vuelta hacia
Nibiru, dejando a Kumarbi detrás, con los astronautas que tripulaban
las plataformas orbitales y la lanzadera. Pero, antes de partir, le
lanzó una maldición a Kumarbi, la de «tres monstruos en su vientre».
Aquí, se establecieron instalaciones adicionales de acuerdo con un plan maestro diseñado por Enlil como parte de un completo plan organizativo de acción y procedimientos bien definidos:
Cada una de estas poblaciones antediluvianas de Mesopotamia tenía una función específica que se revelaba por su nombre.
...pues la complejidad de la operación dependía de una estrecha coordinación entre los anunnaki que habían aterrizado en la Tierra y los 300 astronautas, llamados IGI.GI («Aquellos Que Ven y Observan»), que permanecían en órbita alrededor de la Tierra, haciendo el papel de intermediarios entre la Tierra y Nibiru.
Los igigi se mantenían en los cielos de la Tierra, en las plataformas
orbitales, a las cuales se enviaba el mineral procesado en la Tierra
para, posteriormente, ser transferido a las naves espaciales que
llevarían el oro al planeta madre en sus periódicas aproximaciones.
Astronautas y equipos utilizaban las mismas estaciones para llegar a
la Tierra, pero en sentido inverso.
Fig. 24 Las Crónicas afirman que los primeros asentamientos de los anunnaki en la Tierra fueron «dispuestos como centros». A esta enigmática afirmación habría que añadir la desconcertante declaración de los reyes postdiluvianos de que, cuando se restablecieron las ciudades de Sumer arrasadas por el Diluvio, siguieron...
El enigma se resuelve si marcamos estas primeras ciudades establecidas por Enki y Enlil sobre el mapa de la región y las interconectamos con círculos concéntricos. Entonces vemos que, efectivamente, fueron «dispuestas como centros»: todos equidistantes del Centro de Control de Misiones de Nippur. Ciertamente, había un plano «del Cielo Superior», pues sólo podía tener sentido si se observaba todo Oriente Próximo desde las alturas superiores de la Tierra.
Tomando como punto de referencia los picos gemelos del Monte Ararat -el rasgo más llamativo de la región-, los anunnaki situaron el espaciopuerto donde la línea norte, basada en el Ararat, cruzaba el río Eufrates. En este «imperecedero plano del terreno», todas las ciudades estaban dispuestas formando una flecha, señalando la Ruta de Aproximación al Espaciopuerto de Sippar (Fig. 25). Figura 25
Pero, en la Tierra, los principales actores estaban presentes en su «oscuro» escenario para dar salida a cualquier emoción imaginable, así como a increíbles conflictos.
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