8 - LAS GUERRAS DE LA PIRÁMIDE

«En el año 363, Su Majestad Ra, el santo, el Halcón del Horizonte, el Inmortal que vive para siempre, estaba en el país de Khenn. Estaba acompañado por sus guerreros, pues los enemigos habían conspirado contra su señor... Horus, el Medidor Alado, llegó a la barca de Ra.

 

Él le dijo a su antepasado:

'Oh, Halcón del Horizonte, he visto al enemigo conspirando contra tu Señorío, para arrebatarte la Corona Luminosa'...

Entonces, Ra, el santo, el Halcón del Horizonte, le dijo a Horus, el Medidor Alado: 'Noble vastago de Ra, mi descendiente: Ve rápido, derriba al enemigo al que has visto'».

Así comienza un relato inscrito en las paredes del templo de la antigua ciudad egipcia de Edfú.

 

Creemos que es la historia de lo que sólo pudo denominarse la Primera Guerra de la Pirámide, una guerra que tuvo sus raíces en la interminable lucha por el control de la Tierra y de sus instalaciones espaciales, y en los tejemanejes de los Grandes Anunnaki, especialmente de Enki/Ptah y de su hijo Ra/Marduk.

Según Manetón, Ptah entregó el dominio de Egipto después de reinar 9.000 años; pero el reinado de Ra se interrumpió tras sólo 1.000 años -debido al Diluvio, según nuestras conclusiones. Después, durante 700 años, vino el reinado de Shu, que ayudó a Ra a «controlar los cielos de la Tierra», y los 500 años de remado de Geb («El Que Amontona la Tierra»). Fue en aquella época, hacia el 10000 a.C, cuando se construyeron las instalaciones espaciales, el espaciopuerto del Sinaí y las pirámides de Gizeh.

Aunque se supone que la península del Sinaí, donde se construyo el espaciopuerto, y las pirámides de Gizeh se mantuvieron neutrales bajo la égida de Ninharsag, resulta dudoso que los constructores de estas instalaciones -Enki y sus descendientes- tuvieran realmente la intención de renunciar a su control. Existe un texto sumerio, que comienza con una descripción idílica, al que los expertos han llamado el «Mito del Paraíso».

 

Su título original fue Enki y Ninharsag, y consiste, de hecho, en una historia acerca de las relaciones amorosas, por motivaciones políticas, mantenidas entre ambos; el relato del pacto al que llegaron Enki y su hermanastra Ninharsag acerca del control de Egipto y de la península del Sinaí -de las pirámides y del espaciopuerto.

La acción de la historia se sitúa después de la división de la Tierra entre los anunnaki, cuando se le concedió Tilmun (la península del Sinaí) a Ninharsag y Egipto al clan de Enki.

 

Según el texto sumerio, Enki cruzó los lagos pantanosos que separaban Egipto de la península del Sinaí y fue hasta la solitaria Ninharsag para entregarse a una orgía de amor:

A la que estaba sola,
a la Dama de la Vida, señora del país,
Enki fue hasta la sabia Dama de la Vida.

Hizo que su falo regara los diques;
hizo que su falo sumergiera los juncos...

Derramó su semen dentro de la gran dama de los anunnaki,
derramó su semen en el vientre de Ninharsag;
ella recogió el semen en su útero, el semen de Enki.

Lo que Enki buscaba en realidad era tener un hijo con su hermanastra, pero el vástago fue una niña. Entonces, Enki le hizo el amor a ésta tan pronto se hizo «joven y hermosa», y más tarde a su nieta. Como consecuencia de estas actividades sexuales, nacieron un total de ocho dioses, seis hembras y dos varones.

 

Enfurecida por el incesto, Ninharsag utilizó sus conocimientos médicos para hacer enfermar a Enki. Los anunnaki que estaban con él rogaron por su vida, pero Ninharsag estaba decidida:

«¡No lo miraré con el 'Ojo de la Vida' hasta que haya muerto!».

Satisfecho, al ver que al fin Enki había sido detenido, Ninurta, que había ido a Tilmun para una inspección, volvió a Mesopotamia para dar cuenta de los acontecimientos en una reunión a la que asistieron Enlil, Nanna/Sin, Utu/Shamash e Inanna/Ishtar. No dándose por satisfecho, Enlil le ordenó a Ninurta que volviera a Tilmun y que trajera a Ninharsag con él.

 

Pero, mientras tanto, Ninharsag se sintió culpable por lo que le había hecho a su hermano y cambió de opinión.

«Ninharsag sentó a Enki junto a su vulva y le dijo: 'Hermano mío ¿qué te duele?'».

Tras ser curado por ella, Enki le propuso como partir juntos los señoríos de Egipto y del Sinaí, asignando tareas, cónyuges y territorios a los ocho dioses jóvenes:

¡Que Abu sea quien domine las plantas;
que Nintulla sea el señor de Magan;
que Ninsutu se case con Ninazu;
que Ninskashi sea la que satisfaga a los sedientos;
que Nazi se case con Nindara;
que Azimua se case con Ningishzida;

que Nintu sea la reina de los meses;
que Enshag sea el señor de Tilmun!

Los textos teológicos egipcios de Menfis sostienen también que «vinieron a ser» ocho dioses del corazón, la lengua, los dientes, los labios y otras partes del cuerpo de Ptah. También en este texto, al igual que en el mesopotámico, Ptah asigna a estos dioses moradas y territorios:

«Después de formar a los dioses, hizo ciudades, estableció regiones, puso a los dioses en sus moradas sagradas; construyó sus santuarios y estableció sus ofrendas».

Y todo esto lo hizo «para dar regocijo al corazón de la Señora de la Vida».

Si, como parece, estos relatos tuvieran una base real, las rivalidades que se engendraran con tan confusos parentescos no podrían mas que agravarse con los tejemanejes sexuales que se le atribuyen también a Ra. El más significativo de éstos fue el que aseguraba que Osiris era realmente hijo de Ra y no de Geb, concebido cuando Ra se había unido en un ardid con su propia bisnieta. Y esto, como ya dijimos, se encuentra en el centro del conflicto entre Osiris y Set.

¿Por qué tenía que codiciar Set el Bajo Egipto, que se le había concedido a Osiris, cuando a él se le había asignado el Alto Egipto? Las explicaciones de los egiptólogos se basan en la geografía, en la fertilidad de la tierra, etc. Pero, como hemos demostrado, había un factor más; un factor que, desde el punto de vista de los dioses, era más importante que el número de cosechas que podía dar una región: la Gran Pirámide y sus compañeras de Gizeh.

 

Aquél que las controlara, compartiría el control de las actividades espaciales, de las idas y venidas de los dioses, del vital enlace de suministros desde y hacia el Duodécimo Planeta.

Set tuvo éxito en sus ambiciones durante un tiempo, tras superar a Osiris. Pero «en el año 363» después de la desaparición de Osiris, el joven Horus se convirtió en el vengador de su padre y lanzó una ofensiva contra Set -la Primera Guerra de la Pirámide. Como hemos visto, también fue la primera guerra en la cual los dioses involucraron a los hombres en sus pugnas.

Apoyado por otros dioses reinantes en África, el vengador Horus comenzó las hostilidades en el Alto Egipto. Ayudándose del Disco Alado que Toth había diseñado para él, Horus siguió avanzando hacia el norte, hacia las pirámides.

 

La principal batalla tuvo lugar en la «región del agua», en la cadena de lagos que separaba Egipto de la península del Sinaí, en donde resultaron muertos numerosos seguidores de Set. Tras fracasar los esfuerzos que otros dioses hicieron por restablecer la paz, Set y Horus se enfrentaron en un combate personal en el Sinaí. En el transcurso de la batalla, Set se ocultó en unos «túneles secretos», en alguna parte de la península; pero, en otra batalla, perdió los testículos. De manera que el Consejo de los Dioses le dio la totalidad de Egipto «como patrimonio... a Horus».

¿Y qué fue de Set, uno de los ocho dioses descendientes de Ptah?

Fue desterrado de Egipto y estableció su morada en tierras asiáticas, al este, en un lugar que le permitía «hablar claro desde el cielo». ¿Sería él el dios al que llaman Enshag en el relato sumerio de Enki y Ninharsag, aquél al cual los amantes asignaron Tilmun (la península del Sinaí)?

 

Si así fuera, sería él el dios egipcio (camita) que extendió sus dominios a la tierra de Sem que, más tarde, se conocería como Canaán.

Los relatos bíblicos se podrían comprender, así pues, a partir del resultado de la Primera Guerra de la Pirámide. Y también en esto habría que encontrar las causas de la Segunda Guerra de la Pirámide.

Después del Diluvio, además del espaciopuerto y de las instalaciones de orientación y guía, también se hizo necesario reubicar un nuevo Centro de Control de Misiones, similar al que había existido en Nippur. Hemos demostrado (en Escalera al Cielo) que la necesidad de equidistancia desde este centro al resto de instalaciones espaciales obligó a ubicarlo sobre el Monte Moria («El Monte de la Dirección»), el centro de la futura ciudad de Jerusalén.

Este lugar, tanto en los textos mesopotámicos como en los bíblicos, se encontraba ubicado en las tierras de Sem -un dominio de los enlilitas. Sin embargo, terminó siendo ocupado ilegalmente por el linaje de Enki, los dioses camitas, y por los descendientes del camita Canaán.

El Antiguo Testamento se refiere al país del cual Jerusalén se convertiría con el tiempo en su capital como Canaán, que fue el nombre del cuarto hijo, el hijo más joven, de Cam. También escogió a Canaán para descargar sus iras, relegando a sus descendientes a ser siervos de los descendientes de Sem. La improbable excusa para este trato fue que Cam -no su hijo Canaán- había visto accidentalmente los genitales de su padre Noé; de ahí que el Señor hubiera maldecido a Canaán:

«Maldito sea Canaán; sirviente de sirvientes será entre sus hermanos... Bendito sea Yahveh, el dios de Sem; que Canaán sea sirviente entre ellos».

El relato del Génesis deja muchos aspectos sin explicar. ¿Por qué se maldijo a Canaán, si fue su padre el accidental trasgresor? ¿Por qué se le castigó a ser esclavo de Sem y del dios de Sem? ¿Y cómo se involucraron los dioses en el crimen y en su castigo? Si se lee la información suplementaria que aparece en el exbíblico Libro de los Jubileos, queda claro que la verdadera ofensa fue la ocupación ilegal del territorio de Sem.

Tras la dispersión de la humanidad y la asignación de territorios a los distintos clanes, el Libro de los Jubileos dice:

«Cam y sus hijos fueron a la tierra que él iba a ocupar, [la tierra] que se procuró como parte en el país del sur».

Pero entonces, en el viaje que les llevaba desde donde se había salvado Noé hasta su lugar asignado en África,

«Canaán vio la tierra del Líbano [bajando] hasta el río de Egipto, que era muy buena».

Y así cambió de opinión:

«Él no fue hasta la tierra de su herencia al oeste del mar [oeste del Mar Rojo]; [en lugar de esto] vivió en la tierra del Líbano, al este y al oeste del Jordán».

Tanto su padre como sus hermanos intentaron disuadir a Canaán de aquél acto ilegal:

«Y Cam, su padre, y Kus y Misrayim, sus hermanos, le dijeron: 'Te has asentado en una tierra que no es tuya, y que no nos ha tocado en suertes; no lo hagas pues, si lo haces, tú y tus hijos caeréis en la tierra y seréis malditos por sedición; pues por sedición te has asentado, y por sedición caerán tus hijos, y se te desarraigará para siempre. No habites en la morada de Sem, pues a Sem y a sus hijos les correspondió en suertes'».

Le indicaron que, si ocupaba ilegalmente el territorio asignado a Sem,

«Maldito eres y maldito serás más allá de los hijos de Noé, por la maldición que nos ata por juramento en la presencia del Santo Juez y en la presencia de Noé, nuestro padre...».

«Pero Canaán no les escuchó, y vivió en la tierra del Líbano desde Hamat hasta las puertas de Egipto, él y sus hijos hasta el día de hoy. Por esta razón es que el país se llamó Canaán».

Por detrás del relato bíblico y pseudoepigráfico de una usurpación territorial a cargo de un descendiente de Cam debe existir un relato de usurpación similar a cargo de un descendiente del Dios de Egipto. No debemos olvidar que la división de tierras y territorios no se hizo entre pueblos, sino entre dioses; los dioses, no los pueblos, eran los dueños.

 

Un pueblo sólo podía asentarse en un territorio asignado a su dios y sólo podía ocupar el territorio de otro si su dios había extendido sus dominios hasta aquel territorio, por acuerdo o por la fuerza. La ocupación ilegal de una región entre el espaciopuerto del Sinaí y el lugar de aterrizaje de Baalbek por parte de un descendiente de Cam sólo pudo suceder por haber sido usurpada por un descendiente de las deidades camitas, por un dios joven de Egipto.

Y ésta, como hemos visto, fue en realidad la consecuencia de la Primera Guerra de la Pirámide.

La entrada ilegal de Set en Canaán significaba que todos los lugares relacionados con el espacio -Gizeh, la península del Sinaí, Jerusalén- estaban bajo el control de los dioses Enki. Eran instalaciones a las cuales no podían acceder los enlilitas. Y así, poco después -300 años más tarde, según creemos-, éstos lanzaron una ofensiva con el fin de desalojar a los ocupantes ilegales de las vitales instalaciones espaciales. En varios textos se habla de la Segunda Guerra de la Pirámide, algunos de ellos escritos en el original sumerio, otros en versiones acadias y asirías.

 

Los expertos se refieren a estos textos con el nombre de los «Mitos de Kur» -«mitos» de las Tierras Montañosas; y son en realidad interpretaciones poéticas de las crónicas de la guerra por el control de las montañas relacionadas con las misiones espaciales -Monte Moria; el Harsag (Monte Santa Catalina) en el Sinaí; y el monte artificial, el Ekur (la Gran Pirámide) en Egipto.

En estos textos queda claro que las fuerzas enlilitas fueron lideradas por Ninurta, el principal guerrero de «Enlil», y que los primeros encuentros tuvieron lugar en la península del Sinaí. Los dioses camitas fueron batidos, pero se retiraron para continuar la guerra desde las tierras montañosas de África. Ninurta aceptó el reto y, en la segunda fase de la guerra, llevó los combates hasta las fortalezas de sus enemigos; esta fase supuso unas feroces y despiadadas batallas. Más tarde, en su fase final, se combatió junto a la Gran Pirámide, la última e inexpugnable fortaleza de los oponentes de Ninurta; allí fueron sitiados los dioses camitas, hasta que se quedaron sin comida y sin agua.

Esta guerra, a la que llamamos Segunda Guerra de la Pirámide, se conmemoró ampliamente en los registros sumerios, tanto en las crónicas escritas como en las representaciones gráficas.

En los himnos a Ninurta hay numerosas referencias a sus hazañas y acciones heroicas en esta guerra. Gran parte del salmo «Como Anu Estás Hecho» se dedica a la memoria de la lucha y la victoria final. Pero la principal y la más directa de las crónicas de la guerra es el texto épico Lugal-e Ud Melam-bi, mejor cotejado y revisado por Samuel Geller en Altorientalische Texte und Untersuchungen.

 

Como todos los textos mesopotámicos, se titula así por el versículo con el que comienza:

Rey, la gloria de tu día es señorial;
Ninurta, el Primero, poseedor de los Poderes Divinos,
que en mitad de las Tierras Montañosas se adelantó.
Como una inundación que no puede ser detenida,
la tierra del enemigo ataste con fuerza como con una faja.

El Primero, que en la batalla entra vehementemente;
héroe, que el Arma Brillante Divina lleva en la mano;
Señor: las Tierras Montañosas subyugaste como a tu criatura.

Ninurta, hijo real, a quien su padre dio poder;
héroe: por temor a ti, la ciudad se ha rendido...
Oh poderoso-
a la Gran Serpiente, el dios heroico,
arrojaste de todas las montañas.

Al ensalzar así a Ninurta, sus hazañas y su Arma Brillante, el poema da cuenta también de la ubicación del conflicto («las Tierras Montañosas») y de su principal enemigo: «La Gran Serpiente», líder de las deidades egipcias. El poema sumerio identifica a este adversario varias veces como Azag (Asag) y en una ocasión se refiere a él como Ashar, ambos epítetos bien conocidos de Marduk, concretando así a los dos hijos principales de Enlil y Enki -Ninurta y Marduk- como los líderes de los ejércitos enfrentados en la Segunda Guerra de la Pirámide.

La segunda tablilla (una de las trece sobre las que se inscribió el largo poema) describe la primera batalla. La primera ventaja de Ninurta se le atribuye tanto a sus armas divinas como a una nueva nave aérea que se construyó después de que la anterior resultara destruida en un accidente. Se le llamaba IM.DU.GUD, traducido habitualmente por «Pájaro de la Tormenta Divina», pero que literalmente significa «Aquello Que Como una Tormenta Heroica Corre»; sabemos por diversos textos que la envergadura de sus alas era de casi 23 metros.

Los arcaicos dibujos lo representan como un «pájaro» mecánico, con dos superficies de ala apoyadas sobre vigas cruzadas (Fig. 47 a); en el tren de aterrizaje se ve una serie de aberturas redondas, quizás entradas de aire para motores a reacción. Esta aeronave, de hace milenios, no sólo tiene una notable semejanza con los antiguos biplanos de los inicios de la aviación, sino que también muestra un increíble parecido con el boceto que hiciera Leonardo da Vinci en 1497, en donde representara su idea de una máquina voladora propulsada por el hombre (Fig. 47 b).

Fig. 47
 

El imdugud fue la inspiración del emblema de Ninurta, una heroica ave con cabeza de león que se apoya sobre dos leones (Fig. 48) o, en otros casos, sobre dos toros. Esta «nave construida» -un vehículo manufacturado- «que en la guerra destruye las principescas moradas», es la que Ninurta remontó en el cielo durante las batallas de la Segunda Guerra de la Pirámide. Y se elevaba tan alto que sus compañeros lo perdían de vista. Más tarde, según dice el texto, caía en picado «en su Pájaro Alado, contra las murallas».

«Cuando su Pájaro se acercaba al suelo, golpeaba la cumbre [de la fortaleza del enemigo]».

Acosado fuera de sus fortalezas, el Enemigo empezó a retirarse. Mientras Ninurta mantenía el ataque frontal, Adad recorría el campo por detrás de las líneas enemigas, destruyendo los suministros de alimentos del adversario: «En el Abzu, Adad hizo que los peces se fueran... el ganado dispersó». Y cuando el Enemigo se replegó a las montañas, los dos dioses «como una avalancha de agua asolaron las montañas».

A medida que la guerra crecía en su escalada a lo largo del tiempo, los dos destacados dioses llamaron a otros para que se les unieran. «Mi señor, ¿por qué no vas a la batalla que se está extendiendo?», le preguntaron a un dios cuyo nombre se ha perdido en el dañado versículo. También se le hizo esta pregunta a Ishtar, pues a ésta se la menciona por su nombre:

«En el choque de las armas, en las hazañas de heroísmo, el brazo de Ishtar no vaciló».

 

«¡Avanza sin demora! ¡Pisa firmemente sobre la Tierra! ¡En las montañas, te esperamos!».

 

«La diosa llevó el arma que brilla señorialmente... un cuerno [para dirigirla] se hizo».

Cuando la usó contra el enemigo en una hazaña, «que hasta días distantes» será recordada, «los cielos se volvieron del color de lana rojiza». El rayo explosivo «despedazó [al enemigo], con la mano aplastó su corazón».

La siguiente sección del relato, de las tablillas V a VIII, está demasiado dañada para poderse leer. Los trozos de los versículos sugieren que, tras la intensificación del ataque propiciada por la ayuda de Ishtar, se elevó gran llanto y lamento en la tierra del Enemigo.

«El temor a la Brillantez de Ninurta se difundió por el país» y sus habitantes tuvieron que utilizar otras cosas en lugar de trigo y cebada «para moler y hacer harina».

Fig. 48
 

Ante esta ofensiva, las fuerzas enemigas siguieron retirándose hacia el sur. Fue entonces cuando la guerra se tornó más feroz y despiadada, cuando Ninurta dirigió a los dioses enlilitas en un ataque sobre le corazón de los dominios africanos de Nergal y sobre su ciudad-templo, Meslam. Quemaron la tierra e hicieron que los ríos se tiñeran de rojo con la sangre de espectadores inocentes -hombres, mujeres y niños del Abzu.

Los versículos que describen esta parte de la guerra están deteriorados en las tablillas del texto principal; sin embargo, se pueden conocer los detalles gracias a otras tablillas fragmentadas que tratan de cuando Ninurta «asoló el país», una hazaña que le granjeó el título de «Conquistador de Meslam». En estas batallas, los atacantes recurrieron a la guerra química. Se nos dice que Ninurta creó una lluvia de proyectiles venenosos sobre la ciudad, que «él los catapultó al interior; el veneno, por sí mismo, destruyó la ciudad».

Los que sobrevivieron al ataque en la ciudad escaparon a las montañas circundantes. Pero Ninurta,

«con el Arma Que Hiere arrojó fuego sobre las montañas; el Arma de los Dioses cuyo Diente es amargo, aplastó a la gente».

También aquí se intuye algún tipo de guerra química:

El Arma Que Despedaza
robó los sentidos;
el Diente los desolló.

Recorrió el país despedazando;
llenó los canales de sangre,
en la tierra del Enemigo, para que los perros lamieran como leche.

Abrumado por la inmisericorde acometida, Azag pidió a sus seguidores que no ofrecieran resistencia:

«El Enemigo llamó a su mujer y a su hijo; contra el señor Ninurta no levantó su brazo. Las armas de Kur se cubrieron de tierra» (es decir, se ocultaron);

«Azag hizo que no las levantaran».

Ninurta tomó la falta de resistencia como signo de victoria. En un texto del que informa F. Hrozny («Mythen von dem Gotte Ninib») se cuenta que Ninurta, tras matar a sus oponentes y tomar la tierra de Harsag (Sinaí), fue «como un Pájaro» a atacar a los dioses que «se retiraban detrás de las murallas» en Kur, y los derrotó en las montañas.

 

Después, estalló en un canto de victoria:

Mi aterradora Brillantez es poderosa como la de Anu;
¿quién puede levantarse contra ella?

Soy el señor de las altas montañas,
de las montañas que hasta el horizonte elevan sus picos.

En las montañas, soy el dueño.

Pero el canto de victoria fue prematuro. Mediante su táctica de no resistencia, Azag había escapado a la derrota. La capital sí que había sido destruida, pero no los líderes del Enemigo. Sobriamente, el texto del Lugal-e observa:

«Ninurta no había aniquilado al escorpión de Kur».

Lo que hicieron los dioses del Enemigo fue retirarse a la Gran Pirámide, donde «el Sabio Artesano» -¿Enki? ¿Toth?- levantó una muralla protectora «que la Brillantez no podía derribar», un escudo a través del cual no podían penetrar los rayos mortíferos.

 

Los detalles de la fase final de esta dramática Segunda Guerra de la Pirámide se ven acrecentados por los textos «del otro bando». Del mismo modo que los seguidores de Ninurta le compusieron himnos a él, lo mismo hicieron los seguidores de Nergal con éste. Algunos de los de este último, que también fueron descubiertos por los arqueólogos, se reunieron en Gebete und Hymnen an Nergal, de J. Bollenrücher.

Recordando las heroicas hazañas de Nergal en esta guerra, los textos cuentan que, cuando los otros dioses se vieron cercados dentro del complejo de Gizeh, Nergal -«Noble Dragón Amado del Ekur»- «de noche y a hurtadillas», portando terribles armas y acompañado por sus tenientes, rompió el cerco para llegar a la Gran Pirámide (el Ekur).

 

Al llegar de noche, entró a través «de las puertas cerradas que se pueden abrir por sí mismas». Un estruendo de bienvenida le recibió cuando entró:

¡El divino Nergal,
el señor que por la noche se mueve con sigilo,
ha llegado a la batalla!

Hace restallar su látigo,
hace chasquear sus armas...
Aquél que es bienvenido,
su poder es inmenso;
como un sueño,
en la puerta ha aparecido.

¡Divino Nergal,
Aquél Que Es Bienvenido: combate al enemigo de Ekur,

pone freno al Salvaje de Nippur!

Pero las esperanzas de los dioses sitiados no tardarían en frustrarse. Conocemos más detalles de las últimas fases de esta guerra a través de otro texto más, recompuesto originalmente por George A. Barton (Miscellaneous Babylonian Texts) a partir de fragmentos de un cilindro de arcilla inscrito que se encontró en las ruinas del templo de Enlil en Nippur.

Cuando Nergal se unió a los defensores de la Gran Pirámide («la Casa Formidable Que Se Eleva Como un Montón»), fortaleció sus defensas con diversos cristales emisores de rayos («piedras» minerales) situados en el interior de la pirámide:

La Piedra-Agua, la Piedra-Vértice,
la... -Piedra, la...
... el señor Nergal
aumentó su fuerza.

La puerta de protección él...
al cielo su Ojo elevó,
Excavó profundo lo que da vida...
... en la Casa
les dio de comer.

Potenciadas así las defensas de la pirámide, Ninurta recurrió a otra táctica. Pidió a Utu/Shamash que cortara el suministro de agua de la pirámide manipulando la «corriente acuática» que discurre cerca de sus cimientos. Aquí, el texto está demasiado mutilado como para permitirnos conocer los detalles, pero parece ser que la táctica consiguió su objetivo.

Apiñados en su última fortaleza, sin comida ni agua, los dioses sitiados hicieron cuanto pudieron para protegerse de sus atacantes. Hasta entonces, a pesar de la ferocidad de las batallas, ningún dios importante había caído en los combates.

 

Pero ahora, uno de los dioses jóvenes -creemos que Horus- al intentar salir a hurtadillas de la Gran Pirámide disfrazado de carnero, fue alcanzado por el Arma Brillante de Ninurta y perdió la visión de sus ojos.

 

Un Dios de Antaño suplicó entonces a Ninharsag -reputada por sus milagros médicos- que salvara la vida del joven dios:

Cuando llegó la Asesina Brillantez;
la plataforma de la Casa resistió el señor.

A Ninharsag se invocó:

«... el arma... mi descendiente con la muerte está maldito...».

Otros textos sumerios dicen de este joven dios, «descendiente que no conoce a su padre», un epíteto que le encajaría a Horus, que nació después de la muerte de su padre. En La Leyenda del Carnero, perteneciente a la tradición popular egipcia, se nos dice que Horus resultó herido en los ojos cuando un dios «sopló fuego» sobre él.

Entonces, respondiendo a la «invocación», Ninharsag decidió intervenir para detener el combate.

La novena tablilla del Lugal-e comienza con las palabras de Ninharsag al comandante enlilita, su propio hijo Ninurta,

«el hijo de Enlil... el Legítimo Heredero que nació de la esposa-hermana».

En unos versículos acusadores, la diosa le anuncia su decisión de cruzar las líneas de combate y dar fin a las hostilidades:

A la Casa Donde la Medición de Cuerda comienza,
donde Asar elevó sus ojos a Anu,
iré.


La cuerda cortaré,
por el bien de los dioses guerreros.

Su destino era la «Casa Donde la Medición de Cuerda comienza», ¡la Gran Pirámide!

En un principio, Ninurta se quedó estupefacto con su decisión de «entrar sola en la tierra del Enemigo»; pero, cuando se sobrepuso, le proporcionó «ropas que le hicieran no tener miedo» (¿de la radiación dejada por los rayos?).

 

Cuando la diosa se aproximó a la pirámide, se dirigió a Enki: «Ella le grita... ella le suplica». La conversación se perdió con las fracturas de la tablilla, pero Enki aceptó rendir la pirámide ante ella:

De la Casa que es como un montón,
la que yo elevé como una pila,
tú puedes ser su dueña.

Sin embargo, había una condición: la rendición estaba sujeta a una resolución final del conflicto en tanto no llegara «el momento determinante del destino». Con la promesa de transmitir las condiciones de Enki, Ninharsag fue hasta Enlil.

Los acontecimientos que siguieron se hallan registrados en parte en el Lugal-e y en parte en otros textos fragmentarios. Pero donde se describen con mayor dramatismo es en un texto titulado Canto la Canción de la Madre de los Dioses. De este texto, que sobrevivió en gran medida gracias a haber sido copiado y recopiado por todo el Oriente Próximo de la antigüedad, habló por primera vez P. Dhorme en su estudio La Souveraine des Dieux. Es un texto poético de alabanza a Ninmah (la «Gran Dama») y su papel como Mammi («Madre de los Dioses») a ambos lados de las líneas de combate.

Comenzando con una llamada para que escuchen «los camaradas en armas y los combatientes», el poema habla brevemente de la contienda y de sus participantes, así como de su escalada, casi global. En un bando estaban «el primogénito de Ninmah» (Ninurta) y Adad, a los que no tardaron en unirse Sin y, más tarde, Inanna/Ishtar.

 

En el otro, estaba Nergal, un dios del que se dice que es «el Noble y Poderoso» -Ra/Marduk- y el «Dios de las dos Grandes Casas» (las dos grandes pirámides de Gizeh) que había intentado escapar camuflado con una piel de carnero: Horus.

Afirmando que actuaba con la aprobación de Anu, Ninharsag llevó a Enlil la rendición ofrecida por Enki. Se encontró con él en presencia de Adad (mientras que Ninurta seguía en el campo de batalla). «¡Oh, escuchad mis súplicas!» rogó ella a los dos dioses mientras les explicaba sus ideas. Adad se mostró inflexible en un principio:

Presentándose allí, a la Madre,
Adad dijo así:

«Estamos esperando la victoria.
Las fuerzas enemigas están derrotadas.
No han podido soportar el temblor de la tierra».

Si la diosa quiere que cesen las hostilidades, dijo Adad, que discuta sobre la base de que los enlilitas están a punto de vencer:

«Levántate y ve -habla con el enemigo.
Que asista a las discusiones para evitar el ataque».

Enlil, con un lenguaje menos contundente, apoyó la sugerencia:
Enlil abrió la boca;
en la asamblea de los dioses dijo:
«En vista de que Anu ha reunido a los dioses en la montaña,
para detener la guerra y traer la paz,
y ha enviado a la Madre de los Dioses
para que me suplique-
Que la Madre de los Dioses actúe de emisaria».

Y volviéndose a su hermana, dijo en tono conciliador:
«¡Ve, aplaca a mi hermano!
¡Démosle una oportunidad para la Vida;
que salga de detrás de su atrancada puerta!»

Haciendo como se le había sugerido, Ninharsag «fue a buscar a su hermano, puso sus súplicas ante el dios». Le dijo que su vida y la de sus hijos estaban aseguradas: «por las estrellas ella le dio una señal». Ante las dudas de Enki, ella le dijo tiernamente: «Ven, deja que te saque». Y cuando salió, le dio su mano a ella...

La diosa le llevó a él, y a los demás defensores de la Gran Pirámide hasta el Harsag, su morada. Ninurta y sus guerreros observaron la partida de los enkitas.

Y la enorme e inexpugnable estructura quedó vacía, en silencio.

En la actualidad, los que visitan la Gran Pirámide encuentran sus cámaras y sus pasadizos desnudos y vacíos; su compleja estructura interna parece no tener ningún propósito; sus hornacinas y sus recovecos parecen absurdos.

Y así ha sido desde que los primeros hombres entraron en la pirámide. Pero no fue así cuando Ninurta entró en ella -hacia el 8670 a.C, según nuestros cálculos. Ninurta entró, dicen los textos sumerios, «en el lugar radiante» rendido por sus defensores. Y lo que hizo después de entrar no sólo cambió la Gran Pirámide por dentro y por fuera, sino también el curso de los asuntos humanos.

Cuando Ninurta entró en la «Casa Que Es Como una Montaña», debió sorprenderse de lo que encontró dentro. Concebida por Enki/Ptah, planificada por Ra/Marduk, construida por Geb, equipada por Toth y defendida por Nergal, ¿qué misterios de tecnología espacial albergaría?, ¿qué secretos de inexpugnable defensa guardaría?

En la lisa y aparentemente sólida cara norte de la pirámide, una piedra giratoria se abrió para mostrar la entrada, protegida por los inmensos bloques de piedra diagonales, tal como lo describía el texto laudatorio a Ninharsag. Un pasadizo descendente recto llevaba a unas cámaras de servicio inferiores en donde Ninurta pudo ver un pozo que habían excavado los defensores buscando agua.

 

Pero su interés se centró en los pasadizos y cámaras superiores; allí estaban dispuestas las «piedras» mágicas -minerales y cristales, unos terrestres, otros celestiales, algunos de un aspecto que él nunca había visto. De ellos se emitía una pulsación radiante para guiar a los astronautas y también las radiaciones que defendían la estructura.

Acompañado por el Maestro Jefe en Minerales, Ninurta inspeccionó la disposición de «piedras» e instrumentos. Se detuvo delante de cada uno de ellos y determinó su destino: ser destruido, llevárselo para ser expuesto o instalarlo como instrumento en cualquier otra parte.

 

Tenemos constancia de estos «destinos», y de la orden por la cual Ninurta fue detenido por las piedras, gracias al texto inscrito en las tablillas 10 a 13 del poema épico Lugal-e. Siguiendo este texto, e interpretándolo correctamente, es como se puede comprender por fin el misterio de la finalidad y la función de los muchos rasgos de la estructura interna de la pirámide.

Tras recorrer el pasadizo ascendente, Ninurta llegó al punto en el que la imponente Gran Galería se encuentra con el pasadizo horizontal. Ninurta siguió este pasadizo en primer lugar, llegando a una gran cámara de techo amensulado. Llamada la «vulva» en el poema de Ninhursag, el eje de esta cámara se encuentra exactamente en el centro de la línea este-oeste de la pirámide.

 

Su emisión («una efusión que es como un león que nadie se atreve a atacar») provenía de una piedra encajada en una hornacina que se había tallado en el muro oriental (Fig. 49). Era la Piedra SHAM («Destino»). Era el corazón pulsante de la pirámide, y emitía una radiación roja que Ninurta «vio en la oscuridad».

 

Pero a Ninurta le pareció aberrante, pues durante la batalla, cuando él se elevaba, el «gran poder» de esta piedra se utilizó «para agarrarme y matarme, siguiendo un rastro que mata al capturarme».

 

Ordenó que «se retire... se ponga aparte... y que se destruya por completo».

 

Fig. 49
 

 

Tras volver al punto de encuentro con la Gran Galería, Ninurta le echó un vistazo a ésta (Fig. 45).

 

Pero con lo ingeniosa y compleja que resultaba toda la pirámide, esta galería era sobrecogedora por lo inusual de su visión. Comparada con los pasadizos, bajos y estrechos, la Gran Galería se elevaba en lo alto (más de ocho metros y medio) en siete niveles superpuestos que iban aproximando cada vez más las paredes.

 

El techo también se había construido con secciones inclinadas, con un ángulo tal que no ejerciera presión sobre el segmento inferior de las imponentes paredes. Mientras que en los estrechos pasadizos «sólo brillaba una mortecina luz verde», la Gran Galería resplandecía con luces multicolores -«la bóveda es como un arcoiris, la oscuridad termina allí».

 

Los brillos multicolores los emitían 27 pares de diversas piedras de cristal dispuestas de modo uniforme a lo largo de ambos lados de la galería (Fig. 50 a). Estas piedras resplandecientes estaban ubicadas en unas cavidades que se habían cortado con precisión en las rampas que corren a lo largo de la galería, a ambos lados del suelo.

 

 

Firmemente sujetas en su lugar, gracias a una elaborada hornacina en la pared (Fig. 50 b), cada piedra de cristal emitía una radiación diferente, dándole al lugar su irisado efecto.

 

De momento, Ninurta pasó entre ellas en su camino ascendente; para él, tenía prioridad la Gran Cámara superior y su piedra pulsante.

 

Figura 50
 

 

Al fondo de la Gran Galería, Ninurta llegó a un gran escalón que, a través de un pasadizo bajo, llevaba a una Antecámara de singular diseño (Fig. 46).

 

Los tres rastrillos -«el cerrojo, la barra y el pasador» del poema sumerio- encajados a la perfección en los surcos de las paredes y el suelo, sellaban herméticamente la Gran Cámara superior:

«al enemigo no se abre; sólo a Los Que Viven, a ellos se abre».

Pero ahora, tirando de unas cuerdas, los rastrillos se elevaron, y Ninurta entró.

Se encontraba ahora en la cámara más prohibida («sagrada») de la pirámide, desde la cual se «extendía» la «Red» (¿radar?) orientadora para «inspeccionar Cielo y Tierra». El delicado mecanismo estaba alojado en un arca de piedra tallada; situado precisamente en el eje norte-sur de la pirámide, respondía a las vibraciones con una resonancia como de campana. El corazón de la unidad de orientación era la Piedra GUG («Determinante de la Dirección»); sus emisiones, amplificadas por cinco compartimentos huecos construidos sobre la cámara, se irradiaban al exterior a través de dos canales inclinados que llevaban a las caras norte y sur de la pirámide. Ninurta ordenó que se destruyera esta piedra:

«Después, por el destino al que la había determinado Ninurta, se sacó la piedra Gug de su agujero y se destruyó aquel día».

Para asegurarse de que nadie pudiera restablecer las funciones de «Determinante de Dirección» de la pirámide, Ninurta ordenó también que se quitaran los tres rastrillos. Los primeros en ser retirados fueron la Piedra SU («Vertical») y la Piedra KA.SHUR.RA («Impresionante, Puro Que Abre»). Después, «el héroe subió a la Piedra SAG.KAL» («Piedra Sólida Que Está Enfrente»).

«Tuvo que emplear toda su fuerza» para sacarla de los surcos, cortar las cuerdas que la sostenían y que «fuera a parar al suelo».

Más tarde llegó el turno de las piedras y cristales minerales situados en la parte superior de las rampas de la Gran Galería. Mientras bajaba, Ninurta se detuvo ante cada una de ellas para declarar su destino. Si no hubiera fracturas en las tablillas de arcilla en las que está escrito el texto, tendríamos los nombres de aquellas 27 piedras; tal como están sólo se pueden leer 22 nombres.

 

Ninurta ordenó que varias de ellas fueran machacadas o pulverizadas; otras, que se podrían utilizar en el nuevo Centro de Control de Misiones, ordenó que se le dieran a Shamash; y el resto fue llevado a Mesopotamia para que fueran expuestas en el templo de Ninurta en Nippur y en otros lugares, como evidencia permanente de la gran victoria de los enlilitas sobre los dioses Enki.

Ninurta dijo que todo aquello no lo estaba haciendo tan sólo por su propio bien, sino también por el de las generaciones futuras:

«Que mis descendientes no tengan temor de ti», dijo refiriéndose a la Gran Pirámide; «que se decrete la paz».

Por último, quedaba la Piedra Vértice -la piedra de la cúspide de la pirámide, la Piedra UL («Alta Como El Cielo»):

«Que la descendencia de la madre no la vea más», ordenó. Y, cuando se lanzó la piedra para que se estrellara abajo, gritó: «que todos se alejen». Y ya no hubo más «Piedras» que fueran «anatema» para Ninurta.

Después de esto, los camaradas de Ninurta le animaron a que dejara el campo de batalla y regresara a casa.

AN DIM DIM.MA, «Como a Anu Se Te Ha Hecho», le dijeron en alabanza; «La Casa Radiante donde se inicia la medición de cuerda, la Casa en la tierra que viniste a conocer, se regocija por haber entrado en ella».

Ahora, vuelve a tu casa, donde te esperan tu esposa y tu hijo:

«En la ciudad que amas, en la morada de Nippur, que encuentre descanso tu corazón... que tu corazón se aplaque».

La Segunda Guerra de la Pirámide había terminado; pero su ferocidad y sus hazañas, así como la victoria final de Ninurta en las pirámides de Gizeh, se recordarían durante mucho tiempo en las epopeyas y en las canciones y en un notable dibujo de un sello cilíndrico, en donde se ve el Pájaro Divino de Ninurta rodeado por una corona.

 

Fig. 51
 

 

Y la Gran Pirámide, desnuda y vacía, y sin su piedra de la cúspide, quedó allí, en pie, como testigo mudo de la derrota de sus defensores.

 

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