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			8 - EL REINO 
			DEL CIELO 
			 
			Los estudios hechos sobre "La Epopeya de la Creación" y otros textos 
			paralelos (por ejemplo, el de S. Langdon, The Babylonian Epic of 
			Creation) demuestran que, en algún momento después del 2000 a.C, 
			Marduk, hijo de Enki, fue el vencedor de una contienda con Ninurta, 
			hijo de Enlil, por la supremacía de los dioses.  
			
			  
			
			Los babilonios 
			revisaron entonces el original sumerio de "La Epopeya de la 
			Creación", y borraron de él todas las referencias a Ninurta y la 
			mayoría de las referencias a Enlil, rebautizando al planeta invasor 
			como Marduk. 
			
			 
			El ascenso real de Marduk al estatus de "Rey de los Dioses" sobre la 
			Tierra vino acompañado, así pues, por la asignación a él, como 
			homólogo celeste, del planeta de los nefilim, el Duodécimo Planeta. 
			Así pues, como "Señor de los Dioses Celestes [los planeta-s]", Marduk fue también 
			"Rey de los Cielos". 
			
			 
			Algunos expertos creyeron al principio que "Marduk" era la Estrella 
			Polar, o bien alguna otra estrella brillante visible en los cielos 
			mesopotámicos en la época del equinoccio de primavera, dado que al Marduk celeste se le describía como 
			"un brillante cuerpo celeste". 
			Pero Albert Schott (Marduk und sein Stern) y otros acabaron 
			demostrando definitivamente que todos los textos astronómicos 
			antiguos hablaban de Marduk como de un miembro del sistema solar. 
			
			 
			Dado que otros epítetos describían a Marduk como "el Gran Cuerpo 
			Celeste" y "Aquel Que Ilumina", se avanzó la teoría de que Marduk 
			fuera un Dios Sol babilonio, similar al dios egipcio Ra, al cual los 
			expertos consideraban también un Dios Sol. Los textos que describen 
			a Marduk como el "que explora las alturas de los distantes cielos... 
			llevando un halo cuyo resplandor inspira pavor" parecían apoyar esta 
			teoría. Pero el mismo texto seguía diciendo que "inspecciona las 
			tierras como Shamash [el Sol]". Si Marduk era en algunos aspectos 
			semejante al Sol, no podía ser, claro está, el Sol. 
			
			 
			Pero, si Marduk no era el Sol, entonces, ¿qué planeta era? Los 
			antiguos textos astronómicos no conseguían ajustarse a ningún otro 
			planeta. Basando sus teorías en determinados epítetos, tal como Hijo 
			del Sol, algunos expertos indicaron a Saturno. La descripción de 
			Marduk como un planeta rojizo hizo candidato también a Marte.  
			
			  
			
			Pero 
			los textos situaban a Marduk en markas shame ("en el centro del 
			Cielo"), y esto convenció a la mayoría de los estudiosos de que la 
			identificación más adecuada sería la de Júpiter, que está situado en 
			el centro de la línea de planetas: 
			
			  
			
			Júpiter  
			
			Mercurio Venus Tierra 
			Marte Júpiter 
			Saturno Urano Neptuno Plutón 
			
			  
			
			Pero en esta teoría había una contradicción.  
			
			  
			
			Los expertos que la 
			habían planteado eran los mismos que sostenían la idea de que los 
			caldeos no tenían noticia de los planetas que hay más allá de 
			Saturno. Por otra parte, estos expertos contaban a la Tierra como un 
			planeta, mientras afirmaban que los caldeos pensaban que la Tierra 
			era el plano centro del sistema planetario, y omitían a la Luna, que 
			los mesopotámicos contaban, con toda seguridad, entre los "dioses 
			celestes".  
			
			  
			
			La identificación de Júpiter como Duodécimo Planeta, 
			simplemente, no funcionaba. 
			
			 
			"La Epopeya de la Creación" afirma, claramente, que Marduk era un 
			invasor de fuera del sistema solar, que había pasado junto a los 
			planetas exteriores (incluidos Júpiter y Saturno) antes de colisionar 
			con Tiamat.  
			
			  
			
			Los sumerios llamaron al 
			
			planeta NIBIRU, "el planeta 
			del cruce", y la versión babilonia de la epopeya conservó la 
			siguiente información astronómica: 
			
				
					
						
						Planeta NIBIRU: Las Encrucijadas del Cielo y la Tierra ocupará. 
						 Por encima y por debajo, ellos no cruzarán;  deben esperarle. 
						 Planeta NIBIRU: Planeta que es brillante en los cielos. Ocupa la posición central; a él rendirán homenaje. 
						 Planeta NIBIRU: Él es el que, sin cansarse, sigue cruzando por en medio de Tiamat. Que 
						"CRUZAR" sea su nombre- Aquel que ocupa el medio. 
					 
				 
			 
			
			Estas líneas nos proporcionan información adicional y concluyente 
			que indica que, al dividir al resto de planetas en dos grupos 
			iguales, el Duodécimo Planeta "sigue cruzando por en medio de Tiamat": 
			su órbita pasa una y otra vez por el lugar de la batalla celeste, 
			donde Tiamat solía estar. 
			
			 
			Descubrimos que los textos astronómicos que trataban, de un modo 
			altamente sofisticado, de los períodos planetarios, así como las 
			listas de planetas en su orden celeste, sugerían también que Marduk 
			aparecía en algún lugar entre Júpiter y Marte.  
			
			  
			
			Y, dado que los 
			sumerios conocían todos los planetas, la aparición del Duodécimo 
			Planeta en "la posición central" confirma nuestras conclusiones: 
			
			  
			
						Marduk 
			
			Mercurio Venus Luna Tierra Marte           Júpiter Saturno Urano 
			Neptuno Plutón 
			  
			
			Si la órbita de Marduk pasa por donde estuvo Tiamat en otro tiempo, 
			por un lugar relativamente cercano a nosotros (entre Marte y 
			Júpiter), ¿por qué no hemos visto aún a este planeta que, 
			supuestamente, es tan grande y brillante? 
			
			 
			Los textos mesopotámicos dicen que Marduk llega a regiones 
			desconocidas de los cielos, en la lejanía del universo. "Él explora 
			los conocimientos ocultos... ve todos los rincones del universo".  
			
			  
			
			Se 
			le describía como el "admonitor" de todos los planetas, aquel cuya 
			órbita le permite circundar a todos los demás. "Los abraza en sus 
			bandas [órbitas]", hace un "aro" a su alrededor. Su órbita era "más 
			elevada" y "más grandiosa" que la de cualquier otro planeta. Se le 
			ocurrió así a Franz Kugler (Stemkunde und Sterndienst in Babylon) 
			que Marduk fuera un cuerpo celeste de movimiento rápido que orbi- 
			tara en un gran sendero elíptico, al igual que un cometa. 
			
			 
			Un recorrido elíptico de este tipo, sujeto al Sol como centro de 
			gravedad, tiene un apogeo -el punto más distante del Sol, desde 
			donde comienza el camino de vuelta- y un perigeo -el punto más 
			cercano al Sol, desde donde comienza su retorno al espacio exterior. 
			
			 
			Descubrimos que estas dos "bases" están, ciertamente, asociadas con 
			Marduk en los textos mesopotámicos.  
			
			  
			
			Los textos sumerios decían que 
			el planeta iba de AN.UR ("la base del Cielo") a E.NUN ("la morada 
			elevada"). La epopeya de la Creación decía de Marduk: 
			
				
					
						
						Cruzó el Cielo e inspeccionó las regiones... La estructura de lo Profundo midió entonces el Señor. E-Shara él estableció como su morada prominente;
						 E-Shara como una gran morada en el Cielo estableció. 
					 
				 
			 
			
			Una "morada" era, así 
			pues, "prominente" -en las regiones profundas del espacio. La otra 
			estaba en el "Cielo", dentro del cinturón de asteroides, entre Marte 
			y Júpiter. (Fig. 
			111) 
			
			  
			
			  
			
			  
			
			Siguiendo las enseñanzas de su antepasado sumerio, Abraham de Ur, 
			los antiguos hebreos asociaron también a su deidad suprema con el 
			planeta supremo.  
			
			  
			
			Al igual que los textos mesopotámicos, muchos 
			libros del Antiguo Testamento dicen que el "Señor" tenía su morada 
			en "las alturas del Cielo", desde donde "contemplaba los principales 
			planetas mientras aparecían"; un Señor celestial que, invisible, "por los cielos se mueve en un círculo".  
			
			  
			
			El Libro de Job, después de 
			describir la colisión celeste, ofrece estos significativos 
			versículos que nos cuentan adónde ha ido el elevado planeta: 
			
				
					
						
						Hacia lo Profundo marcó una órbita; donde la luz y la oscuridad [se mezclan] está su límite más lejano. 
					 
				 
			 
			
			No menos explícitos, los Salmos esbozan el majestuoso curso del 
			planeta: 
			
				
					
						
						Los Cielos ensalzan la gloria del Señor; 
						 el Brazalete Repujado proclama su obra...  Él sale como un novio del dosel; 
						 como un atleta, se regocija en hacer su carrera. Desde el fin de los cielos él emana, y su circuito está donde éstos terminan. 
					 
				 
			 
			
			Reconocido como un gran viajero en los cielos, remontando el vuelo 
			hasta las inmensas alturas de su apogeo, para, después, "bajar, 
			curvándose en el Cielo" de su perigeo, se representó al planeta como 
			un Globo Alado. 
			
			 
			Dondequiera que los arqueólogos descubrieran restos de pueblos de 
			Oriente Próximo, el símbolo del Globo Alado aparecía, dominando 
			templos y palacios, tallado en las rocas, grabado en sellos 
			cilíndricos, pintado en las paredes. Acompañaba a reyes y 
			sacerdotes, se colocaba por encima de sus tronos, se "cernía" por 
			encima de ellos en los escenarios de las batallas, se grababa en sus 
			cuadrigas. 
			 
			
			  
			
			Objetos de arcilla, metal, piedra y madera se adornaban 
			con este símbolo. Los soberanos de Sumer y Acad, de Babilonia y 
			Asiría, de Elam y Urartu, de Mari y Nuzi, de Mitanni y Canaán, 
			todos, reverenciaban este símbolo. Reyes hititas, faraones egipcios, 
			shar's persas, todos, proclamaban la supremacía del símbolo (y 
			de lo que significaba). 
			 
			
			  
			
			Y así fue durante milenios.
			(Fig. 112) 
			
			  
			
			  
			
			  
			
			La convicción de que el Duodécimo Planeta, 
			"el Planeta de los 
			Dioses", seguía dentro del sistema solar, y que su gran órbita 
			volvía a pasar periódicamente por las cercanías de la Tierra, era el 
			punto central de las creencias religiosas y de la astronomía del 
			mundo antiguo.  
			
			  
			
			El signo pictográfico del Duodécimo Planeta, el 
			"Planeta del Cruce", era una cruz. Este signo cuneiforme,
			 , que 
			también significa "Anu" y "divino", evolucionó en las lenguas 
			semitas hasta la letra tav, 
			 
			  
			 , que significaba 
			"la señal". 
			
			 
			Y, ciertamente, todos los pueblos del mundo antiguo considera-ban la 
			aproximación periódica del Duodécimo Planeta como una señal de 
			trastornos, grandes cambios y nuevas eras.  
			
			  
			
			Los textos mesopotámicos 
			hablaban de la aparición periódica del planeta como de un 
			acontecimiento anticipado, predecible y observable: 
			
				
					
						
						El gran planeta: 
						 en su aspecto, rojo oscuro. El Cielo divide por la mitad y se levanta como Nibiru. 
					 
				 
			 
			
			Muchos de los textos que tratan de la llegada del planeta eran 
			augurios que profetizaban el efecto que el acontecimiento tendría 
			sobre la Tierra y la Humanidad. R. Campbell Thompson (Reports of the 
			Magicians and Astronomers of Nineveh and Babylon) reprodujo varios 
			de estos textos, que describen el avance del planeta mientras 
			"bordeaba la posición de Júpiter" y llegaba al punto de cruce, 
			Nibiru: 
			
				
					
						
						Si, desde la posición de Júpiter, el Planeta pasa hacia el oeste, habrá un tiempo para morar en la seguridad. La amable paz descenderá sobre la tierra. Si, desde la posición de Júpiter, el Planeta aumenta en brillo y en el Zodiaco de Cáncer se convierte en Nibiru, Acad se desbordará de plenitud, el rey de Acad crecerá poderoso. Si Nibiru culmina... las tierras habitarán con seguridad, los reyes hostiles estarán en paz, los dioses recibirán las oraciones y atenderán las súplicas. 
					 
				 
			 
			
			No obstante, se esperaba que la aproximación del planeta provocara 
			lluvias e inundaciones, debido a los fuertes efectos gravitatorios: 
			
				
					
						
						Cuando el Planeta del Trono del Cielo crezca en brillo, habrá inundaciones y lluvias... Cuando Nibiru alcance su perigeo, los dioses darán paz; se resolverán los problemas, las complicaciones se aclararán. Lluvias e inundaciones vendrán. 
					 
				 
			 
			
			Al igual que los sabios mesopotámicos, los profetas hebreos 
			consideraban el tiempo de aproximación del planeta a la Tierra y el 
			que se hiciera visible a la Humanidad como el preludio de una nueva 
			era. 
			
			  
			
			Las similitudes entre los augurios mesopotámicos de paz y 
			prosperidad que debían acompañar al Planeta del Trono del Cielo, y 
			las profecías bíblicas de paz y justicia que se establecerían sobre 
			la Tierra después del Día del Señor, se pueden expresar mejor en 
			boca de Isaías: 
			
				
					
						
						Y sucederá en el Fin de los Días: ...el Señor juzgará entre las naciones y reprobará a muchos pueblos. Ellos convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en podaderas; no levantará espada nación contra nación. 
					 
				 
			 
			
			Contrastando con las bendiciones de la nueva era que seguirá al Día 
			del Señor, el día mismo se describe en el Antiguo Testamento como un 
			tiempo de lluvias, inundaciones y terremotos.  
			
			  
			
			Si vemos estos pasajes 
			bíblicos, al igual que sus homólogos mesopotámicos, como los del 
			tránsito en las cercanías de la Tierra de un gran planeta con una 
			fuerte atracción gravitatoria, las palabras de Isaías se nos harán 
			plenamente comprensibles: 
			
				
					
						
						Como el ruido de una multitud en las montañas, un ruido tumultuoso como el de una gran cantidad de gente, de reinos, de naciones, agrupadas; es el Señor de los Ejércitos, comandando una Hueste en la batalla. De tierras lejanas vienen, desde el confín del Cielo el Señor y sus Armas de la ira vienen a destruir toda la Tierra... Por eso haré temblar el Cielo y se moverá la Tierra de su lugar cuando cruce el Señor de los Ejércitos, el día de su ardiente cólera. 
					 
				 
			 
			
			Mientas en la Tierra "las montañas se derretirán... los valles se 
			agrietarán", la rotación de la Tierra se verá afectada. El profeta 
			Amos predijo explícitamente: 
			
				
					
						
						Sucederá en aquel Día, dice el Señor Dios, que haré ponerse el Sol al mediodía y oscureceré la Tierra en mitad de la mañana. 
					 
				 
			 
			
			Anunciando, "¡Mirad, el Día del Señor se acerca!", el profeta 
			Zacarías avisó a las gentes que, en un solo día, se detendría el 
			giro de la Tierra alrededor de su eje: 
			
				
					
						
						Y sucederá en aquel Día que no habrá luz, sino frío y hielo. Y habrá un día, conocido sólo del Señor, que no habrá día ni noche, cuando en la tarde habrá luz. 
					 
				 
			 
			
			Sobre el Día del Señor, dijo el profeta Joel, 
			"el Sol y la Luna se 
			oscurecerán, las estrellas retraerán su fulgor"; "el Sol se volverá 
			oscuridad, y la Luna será como de sangre roja". 
			
			 
			Los textos mesopotámicos ensalzaban el fulgor del planeta, y 
			sugerían que se podía ver incluso de día: "visible al amanecer, 
			desapareciendo de la vista con el ocaso".  
			 
			
			  
			
			En un sello cilíndrico 
			encontrado en Nippur, se representa a un grupo de labradores mirando 
			sobrecogidos al Duodécimo Planeta (simbolizado por la cruz), visible 
			en
			los cielos. 
			(Fig. 113) 
			
			  
			
			  
			
			  
			
			Los pueblos de la antigüedad no sólo esperaban la llegada periódica 
			del Duodécimo Planeta, sino que seguían también su avance. 
			
			 
			Diversos pasajes bíblicos -concretamente en Isaías, Amos y 
			Job-relatan el movimiento del Señor celestial a través de varias 
			constelaciones.  
			
				
				"Solo, se extiende por los cielos y se remonta a las 
			alturas de lo Profundo; llega a la Osa Mayor, a Orion y Sirio, y a 
			las constelaciones del sur". O bien, "Su rostro sonríe sobre Tauro y 
			Aries; de Tauro a Sagitario irá".  
			 
			
			Estos versículos describen un 
			planeta que no sólo cruza los más altos cielos, sino que también 
			entra desde el sur y se mueve en el sentido de las agujas del reloj 
			-exactamente lo que dedujimos por los datos mesopotámicos.  
			
			  
			
			El 
			profeta Habacuc afirmó, de forma muy explícita:  
			
				
				"El Señor vendrá del 
			sur... su gloria llenará la Tierra... y Venus será como luz, sus 
			rayos, del Señor dados". 
			 
			
			De entre los muchos textos mesopotámicos que tratan este tema, uno 
			es bastante claro: 
			
				
					
						
						El Planeta del dios Marduk: En su aparición: Mercurio. Ascendiendo treinta grados del arco celeste: Júpiter. Cuando se sitúe en el lugar de la batalla celeste: Nibiru. 
					 
				 
			 
			
			Como ilustra el diagrama esquemático de la 
			Fig. 114, los textos 
			citados hasta aquí no están dando, simplemente, diferentes nombres 
			al Duodécimo Planeta, tal como los expertos han supuesto.  
			 
			
			  
			
			Más bien 
			se están refiriendo a los movimientos del planeta y a los tres 
			puntos cruciales en los que su aparición se puede observar y seguir 
			desde la Tierra. 
			(Fig. 114) 
			
			  
			
			  
			
			  
			
			La primera ocasión para observar al Duodécimo Planeta en su regreso 
			a las cercanías de la Tierra era, así pues, cuando se alineaba con 
			Mercurio (punto A) -según nuestros cálculos, en un ángulo de 30 
			grados con respecto al imaginario eje celeste de Sol-Tierra-perigeo. 
			 
			
			  
			
			Acercándose a la Tierra y, de ahí, dando la impresión de 
			"ascender" 
			más aún en los cielos terrestres (otros 30 grados, para ser 
			exactos), el planeta cruzaba la órbita de Júpiter en el punto B. Por 
			último, llegando al punto donde tuvo lugar la batalla celeste, el 
			perigeo, o el Lugar del Cruce, el planeta es Nibiru, punto C. 
			 
			
			  
			
			Trazando un eje imaginario entre el Sol, la Tierra y el perigeo de 
			la órbita de Marduk, los observadores en la Tierra veían primero a 
			Marduk alineado con Mercurio, en un ángulo de 30° (punto A). 
			Progresando otros 30°, Marduk cruzaba la órbita de Júpiter en el 
			punto B. 
			
			 
			Después, en su perigeo (punto C), Marduk alcanzaba El Cruce, volvía 
			al lugar de la Batalla Celeste, el punto más cercano a la Tierra, e 
			iniciaba su órbita de regreso al espacio lejano. 
			
			 
			La anticipación del Día del Señor en los antiguos escritos 
			mesopotámicos y hebreos, que tuvo su eco en las expectativas de la 
			llegada del Reino del Cielo en el Nuevo Testamento, se basaba, de 
			este modo, en las experiencias reales de las gentes de la Tierra, en 
			el hecho de haber presenciado el regreso periódico del Planeta del 
			Reino a las cercanías de la Tierra. 
			  
			
			La aparición y desaparición periódica del planeta confirma la 
			suposición de su permanencia en órbita solar. En este aspecto, actúa 
			como muchos cometas. Algunos de los cometas conocidos -como el Halley, que se acerca a la Tierra cada 75 años- desaparecían de la 
			vista durante tanto tiempo, que a los astrónomos les resultaba 
			difícil darse cuenta de que se trataba del mismo cometa.  
			
			  
			
			Otros de 
			estos cuerpos celestes sólo se han visto en una ocasión para la 
			memoria humana, y se supone que tienen períodos orbitales de miles 
			de años.  
			
			  
			
			El cometa Kohoutek, por ejemplo, descubierto en Marzo de 
			1973, llegó hasta los 120.000.000 kilómetros de la Tierra en Enero 
			de 1974, y desapareció por detrás del Sol poco después. Los 
			astrónomos calculan que volverá a aparecer en algún momento entre 
			los 7.500 y los 75.000 años en el futuro. 
			
			 
			La familiaridad que se observa en los textos con respecto a las 
			apariciones y desapariciones del Duodécimo Planeta sugiere que su 
			período orbital es más corto que el calculado para el Kohoutek. Si 
			esto es así, ¿por qué nuestros astrónomos no son conscientes de la 
			existencia de este planeta? 
			
			  
			
			Lo cierto es que, incluso una órbita que 
			fuera la mitad de larga que la de la cifra más baja del Kohoutek, 
			llevaría al Duodécimo Planeta a una distancia seis veces superior a 
			la que nos separa de Plutón -una distancia que impediría que el 
			planeta fuera visible desde la Tierra, dado que difícilmente podría 
			reflejar la luz del Sol.  
			
			  
			
			De hecho, los planetas conocidos más allá 
			de Saturno se descubrieron de forma matemática, no visual. Los 
			astrónomos descubrieron que las órbitas de los planetas conocidos 
			parecían estar afectadas por otros cuerpos celestes. 
			
			 
			Quizás, éste podría ser también el sistema para "descubrir" al 
			Duodécimo Planeta. Ya se ha especulado sobre la existencia de un "Planeta X", que, aunque invisible, parece 
			"sentirse" a través de 
			sus efectos sobre las órbitas de determinados cometas.  
			
			  
			
			En 1972, 
			Joseph L. Brady, del Laboratorio Lawrence Livermore de la 
			Universidad de California, descubrió que las discrepancias en la 
			órbita del cometa Halley podían deberse a un planeta del tamaño de 
			Júpiter que orbi-tara al Sol cada 1.800 años. A una distancia 
			estimada de 9.600.000.000 kilómetros, su presencia sólo se podría 
			detectar matemáticamente. 
			
			 
			Aunque tal período orbital no se puede descartar, las fuentes 
			mesopotámicas y bíblicas ofrecen potentes evidencias de que el 
			período orbital del Duodécimo Planeta es de 3.600 años. El número 
			3.600 se escribía en sumerio como un gran círculo. El epíteto del 
			planeta -shar ("soberano supremo")- tenía también el significado de 
			"un círculo perfecto", "un ciclo completo".  
			
			  
			
			También significaba el 
			número 3.600. Y la identidad entre los tres términos 
			-planeta/órbita/3.600-no puede ser una mera coincidencia. 
			
			 
			Beroso, el erudito-sacerdote-astrónomo babilonio, hablaba de diez 
			soberanos que reinaron en la Tierra antes del Diluvio. Resumiendo 
			los escritos de Beroso, Alejandro Polihistor escribió:  
			
				
				"En el 
			segundo libro estaba la historia de los diez reyes de los caldeos, y 
			los períodos de cada reinado, que sumaban en total 120 shar's, es 
			decir, 432.000 años; para llegar a la época del Diluvio". 
			 
			
			Abideno, un discípulo de Aristóteles, citó también a
			Beroso al 
			respecto de los diez soberanos antediluvianos cuyo reinado sumaba en 
			total 120 shar's, y aclaró que estos soberanos y sus ciudades se 
			encontraban en la antigua Mesopotamia: 
			
				
					
						
						Se dice que el primer rey del país fue Aloro... Éste reinó diez 
			shar's. Un shar se estima que son tres mil seiscientos años... Después de él, Alapro reinó tres shar's; a éste le sucedió Amilaro, 
			de la ciudad de panti-Biblon, que reinó trece shar's... Después de éste, Ammenon reinó doce shar's; él era de la ciudad de 
			panti-Biblon. Después, Megaluro, del mismo lugar, dieciocho shar's. Más tarde, Daos, el Pastor, gobernó por el espacio de diez shar's... Hubo después otros Soberanos, y el último de todos fue Sisithro; de 
			manera que, en total, la cifra asciende a diez reyes, y el término 
			de sus reinados asciende a ciento veinte shafs. 
					 
				 
			 
			
			También Apolodoro de Atenas hablaba de las revelaciones 
			prehistóricas de Beroso en términos similares: diez soberanos 
			reinaron durante un total de 120 shar's (432.000 años), y el reinado 
			de cada uno de ellos se midió también en los 3.600 años de las 
			unidades shar. 
			
			 
			Con la llegada de la Sumerología, los "textos de antaño" a los 
			cuales se refería Beroso se encontraron y se descifraron; eran las 
			listas de reyes sumerios que, según parece, transmitieron la 
			tradición de los diez soberanos antediluvianos que gobernaron la 
			Tierra desde los tiempos en que "el reino fue bajado del Cielo" 
			hasta que "el Diluvio
			barrió la Tierra". 
			
			 
			Una lista de reyes sumerios, conocida como el texto W-B/144, 
			documenta los reinados divinos en cinco asentamientos o "ciudades". 
			En la primera ciudad, Eridú, hubo dos soberanos.  
			
			  
			
			El texto prefija 
			ambos nombres con el título silábico "A", que significa "progenitor". 
			
				
					
						
						Cuando el reino fue bajado del Cielo, 
						 el reino estuvo primero en Eridú. En Eridú, A.LU.LIM se convirtió en rey; gobernó 28.800 años. A.LAL.GAR gobernó 36.000 años. Dos reyes la gobernaron 64.800 años. 
					 
				 
			 
			
			El reino se transfirió después a otras sedes de gobierno, donde los 
			soberanos recibieron el nombre de en, o "señor" (y, en un caso, el 
			título divino de dirigir). 
			
				
					
						
						Dejo Eridú; su reino se llevó a Bad-Tibira. En Bad-Tibira, EN.MEN.LU.AN.NA gobernó 43.200 años; EN.MEN.GAL.AN.NA gobernó 28.800 años. El divino DU.MU.ZI, Pastor, gobernó 36.000 años. Tres reyes la gobernaron durante 108.000 años. 
					 
				 
			 
			
			Después, la lista cita las ciudades que siguieron, Larak y Sippar, 
			así como sus divinos soberanos; y, por último, la ciudad de 
			Shuruppak, donde fue rey un humano de parentesco divino.  
			
			  
			
			Lo 
			sorprendente del caso, en cuanto a las fantásticas duraciones de 
			estos reinados, es que todas, sin excepción, son múltiplos de 3.600: 
			
				
					
						
						Alulim - 8 x 3.600 = 28.800 Alalgar -10 x 3.600 = 36.000 Enmenluanna -12 x 3.600 = 43.200 Enmengalanna - 8 x 3.600 = 28.800 Dumuzi -10 x 3.600 = 36.000 Ensipazianna - 8 x 3.600 = 28.800 Enmenduranna - 6 x 3.600 = 21.600 Ubartutu - 5 x 3.600 = 18.000 
					 
				 
			 
			
			Otro texto sumerio (W-B/62) añadió Larsa y sus dos soberanos divinos 
			a la lista de reyes, y los períodos de reinado son también múltiplos 
			perfectos del shar de 3.600 años.  
			
			  
			
			Con la ayuda de otros textos, la 
			conclusión es que, ciertamente, hubo diez soberanos en Sumer antes 
			del Diluvio, que todos los reinados duraron demasiados shar's, y 
			que, en total, duraron 120 shar's, tal como informó Beroso. 
			
			 
			La conclusión que se sugiere es que estos shar's de reinado estaban 
			relacionados con el período shar (3.600 años) orbital del planeta "Shar", 
			el "Planeta del Reino"; que Alulim reinó durante ocho órbitas del 
			Duodécimo Planeta, Alalgar durante diez órbitas, etc. 
			
			 
			Si estos soberanos antediluvianos eran, como sugerimos, nefilim que 
			vinieron a la Tierra desde el Duodécimo Planeta, entonces no debería 
			de sorprendernos que sus períodos de "reinado" en la Tierra 
			guardaran relación con el período orbital del Duodécimo Planeta. Los 
			períodos de tales mandatos o Reinados se prolongarían desde el 
			momento del aterrizaje hasta el momento del despegue; cuando un 
			comandante llegaba desde el Duodécimo Planeta, el mandato del otro 
			terminaba.  
			
			  
			
			Dado que los aterrizajes y despegues debían guardar 
			relación con la aproximación a la Tierra del Duodécimo Planeta, los 
			mandatos sólo se podían medir en estos períodos orbitales, en shar's. 
			
			 
			Cómo no, se podría preguntar si cualquiera de los nefilim, después 
			de llegar a la Tierra, podía permanecer al mando, aquí, durante los 
			pretendidos 28.800 o 36.000 años. No nos sorprende que los expertos 
			digan que la duración de estos reinados es "legendaria". 
			
			 
			Pero, ¿qué es un año? Nuestro "año" es, simplemente, el tiempo que 
			le lleva a la Tierra completar una órbita alrededor del Sol. Dado 
			que la vida se desarrolló en la Tierra cuando ya estaba orbitando al 
			Sol, la vida en la Tierra sigue el patrón de esta duración orbital. 
			(Incluso un tiempo orbital mucho menor, como el de la Luna, o el 
			ciclo día-noche, tiene la fuerza suficiente como para afectar a casi 
			todas las formas de vida en la Tierra.)  
			
			  
			
			Vivimos tal cantidad de años 
			porque nuestros relojes biológicos están ajustados a tal cantidad de 
			órbitas de la Tierra alrededor del Sol. 
			
			 
			Existen pocas dudas de que la vida en otro planeta se "temporizaría" 
			en función de los ciclos de ese planeta. Si la trayectoria del 
			Duodécimo Planeta alrededor del Sol tuviera tal extensión que una 
			órbita suya se llevara a cabo en el mismo tiempo que a la Tierra le 
			lleva hacer 100 órbitas, un año de los nefilim equivaldría a 100 
			años nuestros.  
			
			  
			
			Si su órbita fuera 1.000 veces más larga que la 
			nuestra, 1.000 años de la Tierra equivaldrían a sólo un año de los nefilim. 
			
			 
			¿Y qué ocurre si, como sugerimos, su órbita alrededor del Sol durara 
			3.600 años? Entonces 3600 de nuestros años serían sólo uno en su 
			calendario, y también un solo año en su vida. El tiempo de mandato 
			(reinado) del que hablan los sumerios y Beroso no sería, de este 
			modo, ni "legendario" ni fantástico: sólo habría durado cinco, ocho 
			o diez años de los nefilim. 
			  
			
			En capítulos previos hemos mencionado que la marcha de la Humanidad 
			hacia la civilización -a través de la intervención de los nefilim- 
			pasó por tres etapas, separadas por períodos de 3.600 años: el 
			período Neolítitico (alrededor de 11.000 a.C) la fase de la alfarería 
			alrededor del 7400 a.C.) y la repentina civilización sumeria 
			(alrededor del 3800 a.C). No resulta improbable, por tanto, que los 
			nefilim revisaran periódicamente (y tomaran la resolución de 
			continuar) el progreso de la Humanidad, dado que podían reunirse en 
			asamblea cada vez que el Duodécimo Planeta se acercaba a la Tierra. 
			
			 
			Muchos estudiosos (por ejemplo, Heinrich Zimmer en The Baby-lonian 
			and Hebrew Génesis) han indicado que el Antiguo Testamento 
			transmitía también las tradiciones de los jefes antediluvianos o 
			antepasados, y que, en la línea de Adán a Noé (el héroe del 
			Diluvio), se enumeraba a diez soberanos. 
			 
			
			  
			
			Viendo en perspectiva la 
			situación previa al Diluvio, el Libro del Génesis (Capítulo 6) 
			describe el desencanto divino con la Humanidad.
			 
			
				
					
					"Le pesó al Señor 
			haber hecho al Hombre en la Tierra... y  
					
					el
			Señor dijo: Destruiré al Hombre, al que he creado".
  Y el Señor dijo: Mi espíritu no protegerá al Hombre para siempre; después de errar, él no es más que carne. Y sus días eran ciento veinte años. 
				 
			 
			
			Generaciones de eruditos han leído este versículo, 
			"Que sus días 
			sean ciento veinte años", como la concesión de Dios al hombre de un 
			lapso vital de 120 años.  
			
			  
			
			Pero esto no tiene sentido. 
			
			 
			Si el texto trata de la pretensión de Dios de destruir a la 
			Humanidad, ¿por qué, en la misma frase, le iba a ofrecer al Hombre 
			una larga vida? Y nos encontramos con que, tan pronto pasó el 
			Diluvio, Noé vivió bastante más del supuesto límite de 120 años, al 
			igual que sus descendientes, Sem (600), Arpaksad (438), Sélaj (433), 
			etc. 
			
			 
			Intentando aplicar el lapso de 120 años al Hombre, los eruditos 
			ignoran el hecho de que el lenguaje bíblico no emplea un tiempo 
			verbal futuro -"Sus días serán"- sino pasado -"Y sus días eran 
			ciento veinte años". La pregunta obvia, por tanto, es la siguiente: 
			¿Al lapso de vida de quién se refieren aquí? 
			
			 
			Nuestra conclusión es que la cantidad de 120 años se entendía que se 
			aplicaba a la Deidad. 
			
			 
			El fijar un acontecimiento trascendental en su adecuada perspectiva 
			temporal es un rasgo común de los textos épicos sumerios y 
			babilonios. "La Epopeya de la Creación" comienza con las palabras 
			Enuma elish ("cuando en las alturas"). El relato del encuentro del 
			dios Enlil y la diosa Ninlil se sitúa en el tiempo "cuando el hombre 
			aún no había sido creado", etc. 
			
			 
			El lenguaje y el propósito del Capítulo 6 del Génesis tenían el 
			mismo objetivo: situar los acontecimientos trascendentes de la gran 
			Inundación en su correcta perspectiva temporal.  
			
			  
			
			La primera palabra 
			del primer versículo del Capítulo 6 es cuando: 
			
				
					
						
						Cuando los terrestres 
						 comenzaron a crecer en número  sobre la faz de la Tierra, y les nacieron hijas. 
					 
				 
			 
			
			Éste, prosigue la narración, fue el momento en que 
			
				
					
						
						Los hijos de los dioses vieron que las hijas de los terrestres eran compatibles; y tomaron para sí por esposas a las que eligieron. 
					 
				 
			 
			
			Momento en el cual... 
			
				
					
						
						Los nefilim estaban en el país en aquellos días, y también después; cuando los hijos de los dioses cohabitaron con las hijas de los terrestres y concibieron. Ellos fueron los Poderosos que eran de Olam, el Pueblo del Shem. 
					 
				 
			 
			
			Fue entonces, en aquellos días, cuando el Hombre estaba a punto de 
			ser barrido de la faz de la Tierra por el Diluvio. 
			¿Cuándo fue exactamente eso? 
			
			 
			El versículo 3 nos dice, inequívocamente: cuando su edad, la de la 
			Deidad era de 120 años. Ciento veinte "años", no del Hombre ni de la 
			Tierra, sino de los poderosos, el "Pueblo de los Cohetes", los 
			nefilim. Y su año era el shar -3.600 años terrestres. 
			
			 
			Esta interpretación no sólo aclara los desconcertantes versículos 
			del Génesis 6, sino que también demuestra de qué modo se ajusta a la 
			información sumeria: 120 shar 432.000 años terrestres, habían pasado 
			entre la llegada a la Tierra de los nefilim y el Diluvio. 
			
			 
			Antes de volver a los antiguos documentos sobre los viajes de los 
			nefilim a la Tierra y su asentamiento en ella, habría que responder 
			a dos cuestiones básicas: ¿Podrían evolucionar en otro planeta unos 
			seres que, obviamente, no son muy diferentes de nosotros?  
			
			  
			
			Y también, 
			¿dispusieron estos seres, hace medio millón de años, de la 
			posibilidad del viaje interplanetario? 
			
			 
			La primera pregunta nos lleva a otra aún más fundamental: ¿Existe 
			vida, tal como la conocemos, en alguna otra parte además de en 
			nuestro planeta? Los científicos saben ahora que existen 
			innumerables galaxias como la nuestra, que tienen incontables 
			estrellas como nuestro Sol, con cantidades astronómicas de planetas 
			que pueden proporcionar todas las combinaciones imaginables de 
			temperatura, atmósfera y componentes químicos, ofreciendo miles de 
			millones de posibilidades para la Vida. 
			
			 
			Los científicos también han descubierto que nuestro propio espacio 
			interplanetario no está vacío.  
			
			  
			
			Por ejemplo, existen moléculas de 
			agua en el espacio, los restos de lo que se cree que hayan sido 
			nubes de cristales de hielo que, según parece, envolvían a las 
			estrellas en sus primeros estadios de desarrollo. Este 
			descubrimiento da apoyo a las insistentes referencias mesopotámicas 
			a las aguas del Sol, que se mezclaron con las aguas de Tiamat. 
			
			 
			También se han encontrado moléculas básicas de materia viva 
			"flotando" en el espacio interplanetario, haciendo saltar en pedazos 
			la creencia de que la vida sólo puede existir dentro de determinado 
			rango de atmósferas o temperaturas. Además, también se ha descartado 
			la idea de que la única fuente de energía y calor disponible para 
			los organismos vivos es la que emite el Sol.  
			
			  
			
			Así, la nave espacial 
			Pioneer 10 descubrió que Júpiter, a pesar de estar mucho más lejos 
			del Sol que la Tierra, era tan cálido que debía de tener sus propias 
			fuentes de energía y calor. 
			
			 
			Un planeta con abundancia de elementos radiactivos en sus 
			profundidades no sólo generaría su propio calor, sino que también 
			experimentaría una sustancial actividad volcánica. Esta actividad 
			volcánica proporciona una atmósfera. Si el planeta es lo 
			suficientemente grande como para ejercer una fuerte atracción 
			gravitatoria, podrá conservar su atmósfera casi indefinidamente. 
			 
			
			  
			
			Esta atmósfera, a su vez, generará un efecto invernadero: protegerá 
			al planeta del frío del espacio y evitará que el calor del planeta 
			se disipe en el espacio -del mismo modo que la ropa nos mantiene 
			calientes, al no dejar que el calor del cuerpo se disipe. Si tenemos 
			esto en cuenta, las descripciones del Duodécimo Planeta en los 
			textos antiguos en las que se dice que iba "vestido con un halo" 
			asumen algo más que un significado poético. Siempre se refieren a él 
			como a un planeta radiante -"el más radiante de los dioses es"- y en 
			las representaciones gráficas se le muestra como un cuerpo que emite 
			rayos. 
			 
			
			  
			
			El Duodécimo Planeta podía generar su propio calor y 
			retenerlo gracias a su capa atmosférica.
			(Fig. 115) 
			
			  
			
			  
			
			  
			
			Los científicos han llegado también a la inesperada conclusión de 
			que la vida no sólo evolucionó en los planetas exteriores (Júpiter, 
			Saturno, Urano, Neptuno), sino que, probablemente, evolucionó allí 
			de hecho.  
			
			  
			
			Estos planetas están compuestos de los elementos más 
			ligeros del sistema solar, tienen una composición más parecida a la 
			del universo en general y ofrecen profusión de hidrógeno, helio, 
			metano, amoniaco y, probablemente, neón y vapor de agua en sus 
			atmósferas -todos los elementos necesarios para la producción de 
			moléculas orgánicas. 
			
			 
			Para el desarrollo de la vida, tal como la conocemos, es esencial el 
			agua. Los textos mesopotámicos no ofrecen dudas al respecto de que 
			el Duodécimo Planeta era un planeta acuoso. En "La Epopeya de la 
			Creación", en la lista de los cincuenta nombres del planeta, aparece 
			un grupo de ellos que ensalzan sus aspectos acuosos.  
			
			  
			
			Basándose en el 
			epíteto A.SAR ("rey acuoso"), "el que establece los niveles del 
			agua", los nombres describen al planeta como A.SAR.U ("rey acuoso 
			noble y brillante"), A.SAR.U.LU.DU ("rey acuoso noble y brillante 
			cuya profundidad es abundante"), etc. 
			
			 
			Los sumerios no dudaban de que el Duodécimo Planeta fuera un planeta 
			verdoso de vida; de hecho, le llamaban NAM.TIL.LA.KU, "el dios que 
			mantiene la vida". También era "el que concede el cultivo", "creador 
			del grano y las hierbas que hacen que la vegetación crezca... que 
			abre los pozos, repartiendo agua en abundancia" -el "irrigador del 
			Cielo y la Tierra". 
			
			 
			Los científicos han llegado a la conclusión de que la vida no 
			evolucionó sobre los planetas terrestres, con sus pesados 
			componentes químicos, sino en los bordes exteriores del sistema 
			solar. Desde ahí, el Duodécimo Planeta vino hasta el centro, un 
			planeta rojizo, refulgente, que generaba e irradiaba su propio 
			calor, ofreciendo en su propia atmósfera los ingredientes necesarios 
			para la química de la vida. 
			
			 
			Si existe un enigma, es el de la aparición de la vida sobre la 
			Tierra. La Tierra se formó hace unos 4.500.000.000, y los 
			científicos creen que las formas más simples de vida se encontraban 
			ya presentes pocos centenares de millones de años después. Esto es, 
			simplemente, demasiado pronto para conseguirlo. Según diversos 
			indicios, las formas de vida más antiguas y sencillas, con más de 
			3.000 millones de años de antigüedad, tenían moléculas de origen 
			biológico, no no-biológico.  
			
			  
			
			Esto significa, dicho de otra manera, 
			que la vida que había en la Tierra tan poco tiempo después de que el 
			planeta naciera tenía que ser, necesariamente, descendiente de 
			alguna forma de vida previa, y no el resultado de la combinación de 
			elementos químicos y gases sin vida. 
			
			 
			Lo que sugiere todo esto a los desconcertados científicos es que la 
			vida, que no pudo evolucionar fácilmente en la Tierra, no 
			evolucionó, de hecho, en la Tierra. En la revista científica Ícaro 
			(Septiembre de 1973), el Premio Nobel Francis Crick y el Dr.
			Leslie 
			Orgel avanzaron la teoría de que "la vida en la Tierra puede haber 
			surgido a partir de minúsculos organismos de un planeta distante". 
			
			 
			Ellos dieron a conocer sus estudios debido a la conocida incomodidad 
			entre los científicos acerca de las teorías en curso sobre los 
			orígenes de la vida en la Tierra. ¿Por qué hay sólo un código 
			genético para toda la vida terrestre? Si la vida comenzó en un 
			"caldo" de cultivo primigenio, como creen la mayoría de los 
			biólogos, debería de haberse desarrollado cierta variedad de códigos 
			genéticos.  
			
			  
			
			Y, también, ¿por qué el molibdeno juega un papel clave en 
			las reacciones enzimáticas que son esenciales para la vida, siendo 
			el molibdeno un elemento químico tan raro en la Tierra? ¿Por qué 
			elementos tan abundantes en la Tierra, como el cromo o el níquel, 
			son tan poco importantes en las reacciones bioquímicas? 
			
			 
			Pero lo más singular de la teoría planteada por estos dos 
			científicos, Crick y Orgel, no era sólo que toda la vida en la 
			Tierra pudiera haber surgido de un organismo de otro planeta, sino 
			que tal "inseminación" fuera deliberada -que seres inteligentes de 
			otro planeta lanzaran "la semilla de la vida" desde su planeta a la 
			Tierra en una nave espacial, con el propósito expreso de comenzar la 
			cadena de la vida en la Tierra. 
			
			 
			Sin la ventaja de los datos que se proporcionan en este libro, estos 
			dos eminentes científicos se acercaron mucho a la realidad. No hubo 
			una inseminación "premeditada"; lo que hubo fue una colisión 
			celeste. Un planeta portador de vida, el Duodécimo Planeta y sus 
			satélites, colisionaron con Tiamat y la partieron en dos, "creando" 
			la Tierra con una de sus mitades. 
			
			 
			Durante esta colisión, el aire y el suelo portadores de vida del 
			Duodécimo Planeta "inseminaron" la Tierra, dándole las primitivas y 
			complejas formas de vida biológicas para cuya temprana aparición no 
			existe otra explicación. 
			
			 
			Sólo con que la vida en el Duodécimo Planeta comenzara un 1 por 
			ciento antes que en la Tierra, habría comenzado unos 45 millones de 
			años antes.  
			
			  
			
			Aún con éste mínimo margen, seres tan desarrollados como 
			el Hombre estarían viviendo ya sobre el Duodécimo Planeta cuando los 
			primeros mamíferos acababan de aparecer sobre la Tierra. 
			
			 
			Si aceptamos este comienzo anterior para la vida sobre el Duodécimo 
			Planeta, pudo existir la posibilidad de que sus gentes fueran 
			capaces de viajar por el espacio hace sólo 500.000 años. 
			 
			
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