VI. CONOCIMIENTOS LIBERADORES EN LA VANGUARDIA DE LA CIENCIA

Toda verdad crea
MARGUERITE YOURCENAR
Memorias de Adriano

Los recientes descubrimientos sobre la naturaleza asombrosa de la realidad constituyen un factor fundamental de cambio, al venir a socavar ideas que considerábamos de sentido común y toda la antigua filosofía académica en general.

«Los años ochenta serán un período revolucionario», ha dicho el físico Fritjof Capra, «pues la estructura global de nuestra sociedad no se corresponde con la visión del mundo que está surgiendo en el pensamiento científico.»

El programa de la década que comienza tendrá que ajustarse a ese nuevo saber científico, a esos descubrimientos que están obligando a revisar la misma base de datos que servía de apoyo a nuestras concepciones, a nuestras instituciones, a nuestras vidas. Las perspectivas que se ofrecen van mucho más allá de nuestra antigua visión reduccionista. La nueva visión nos revela una naturaleza rica, creativa, dinámica, interconectada. Estamos aprendiendo a mirar la naturaleza no como una fuerza sobre la que tenemos que triunfar, sino como un medio para la propia transformación.


Los misterios que vamos a explorar en este capítulo no están lejos de nosotros, como los agujeros negros del espacio exterior, sino que están en nosotros mismos. En nuestros cuerpos y cerebros. En el código genético. En la naturaleza misma del cambio. En la expansión y contracción de la experiencia consciente. En el poder de la imaginación y de la intención. En la plasticidad de nuestra inteligencia y nuestra percepción.


Vivimos de acuerdo con lo que sabemos. Si creemos que el universo y nosotros mismos somos algo mecánico, viviremos de forma mecánica. Por el contrario, si sabemos que formamos parte de un universo abierto, y que nuestra mente es una matriz de realidad, viviremos la vida más creativamente y con mayor energía. Si nos imaginamos como seres aislados, flotando en un océano de indiferencia, nos comportaremos en la vida de forma diferente a como lo haríamos de sabernos en un universo total indivisible. Si creemos que el mundo es fijo, nos opondremos a todo cambio; si sabemos que el mundo es fluido, seremos cooperadores del cambio.


Como decía Abraham Maslow, el miedo a saber es en el fondo un miedo a hacer, porque todo conocimiento entraña una responsabilidad. Estos nuevos descubrimientos desvelan aspectos de la realidad que, por su rica complejidad, escapan al análisis, pero no obstante podemos comprenderlos. En algún nivel, lo llamemos corazón, cerebro derecho, tripas o inconsciente colectivo, reconocemos la justeza e incluso la sencillez de los principios que implican: se corresponden con un saber hondamente enraizado en nuestro interior.

 

La ciencia no está haciendo más que confirmar paradojas e intuiciones con las que la humanidad se ha tropezado repetidas veces, pero empeñándose tercamente en no verlas. Nos está diciendo que nuestras instituciones sociales y nuestras mismas formas de vida están violando la naturaleza. Nos dedicamos a fragmentar y a congelar lo que deberíamos dejar moverse por ser dinámico. Establecemos jerarquías de poder antinaturales. Competimos, cuando en realidad podríamos cooperar. Si leemos los letreros que aparecen en la cartelera de la ciencia, veremos la necesidad crítica de cambio en que nos encontramos; un cambio que consiste en vivir de acuerdo con la naturaleza, y no en contra de ella.


Descubrimientos emanados de campos diversos de la ciencia, investigación sobre el cerebro, física, biología molecular, investigación sobre el aprendizaje y sobre la conciencia, antropología, psicofisiología, convergen por caminos revolucionarios, y sin embargo la imagen resultante dista mucho de ser bien conocida. Normalmente, las noticias de las fronteras de la ciencia nos llegan sólo filtradas a través de canales altamente especializados, a veces en forma fragmentaria y desordenada. Y sin embargo es algo que nos concierne a todos; son noticias a esparcir, no algo a archivar como un diario íntimo.


Antes de examinar tales descubrimientos, parémonos a considerar brevemente las razones por las que esas noticias nos llegan solamente a pedacitos, si es que nos llegan. Desde luego no es que alguien las censure. Como veremos, el problema de comunicación se debe, en parte, al propio carácter extraño de lo que se ha ido descubriendo; en parte resulta también de la extremada especialización de los investigadores que, como tales, carecen de una visión de conjunto. Hay muy poca gente que se dedique a hacer la síntesis de informaciones procedentes de lugares muy apartados entre sí. Es como si exploradores militares estuvieran continuamente regresando de misiones de reconocimiento, y no hubiera generales para reunir y aprovechar toda esa información.


Hubo un tiempo en que todo el mundo «hacía» ciencia. Mucho antes de que hubiera carreras científicas, la gente intentaba comprender la naturaleza como entretenimiento o por propio interés. Coleccionaban ejemplares, experimentaban, construían microscopios y telescopios. Aunque algunos de estos científicos aficionados llegaron a ser famosos, difícilmente se nos ocurre pensar que no habían recibido formación académica propiamente tal; desde luego no tuvieron que escribir tesis ni tesinas para ninguna universidad. Y también todos nosotros hemos sido científicos: niños curiosos, probándolo todo con la lengua, descubriendo la gravedad, atisbando entre las rocas, viendo figuras en las estrellas, preguntándonos por qué el cielo es azul y por qué la noche nos da miedo.


Pero el romanticismo de la ciencia desaparece rápidamente en la mayoría de los adolescentes, en parte debido al estilo reduccionista, de hemisferio izquierdo, de la enseñanza de la ciencia en el sistema educativo, y en parte a causa de la demanda tecnológica, de aplicaciones prácticas, ejercida por la sociedad. Quienes sienten amor por la naturaleza, pero les disgusta disecar animalitos, aprenden pronto a apartarse de la asignatura escolar llamada biología. Estudiantes que se apuntan a cursos de psicología, confiando aprender algo acerca de cómo piensa y siente la gente, se encuentran a sí mismos teniendo que aprender sobre ratas o sobre estadística más de lo que hubieran querido.

 

Dentro de la educación superior, la ciencia se estrecha aún más. Los estudiantes de letras y los de ciencias pastan en distintos cercados, como si fuesen ovejas y cabritos; en muchas universidades los centros dedicados a ciencias y los de humanidades están en bloques separados. La mayoría de los estudiantes evitan toda enseñanza científica fuera del mínimo de horas requeridas.

 

Los que sobresalen entre los estudiantes de ciencias son canalizados hacia especialidades, subespecialidades y microespecialidades. Ya en la universidad, apenas pueden comunicarse unos con otros. La mayoría acabamos por pensar que la ciencia es algo especial, aparte, que escapa a nuestra competencia, como el griego o la arqueología. Una minoría prosigue su senda entre estrechuras, y al final tenemos las Dos Culturas de que hablaba C. P. Snow, la Ciencia y el Arte, cada una creyéndose un poco superior a la otra, y envidiándola también un poco, trágicamente incompletas una y otra.
 

Toda disciplina científica es también una isla. La especialización ha impedido a muchos científicos pisar otros «campos» distintos del suyo por miedo a parecer necio y a causa de la dificultad de comunicación. La síntesis queda para unos pocos esforzados investigadores, irrefrenablemente creativos que sirven de motor a la industria entera con sus intuiciones penetrantes. Hace poco, con ocasión de celebrarse la asamblea anual de la Asociación Norteamericana para el Progreso de la Ciencia (fundada para promover la conexión interdisciplinar), se informaba de la reunión de un grupo de antropólogos en un hotel de Filadelfia a fin de intercambiar información sobre las causas posibles de la extinción de las tribus. A la misma hora, cientos de biólogos se reunían en un hotel cercano para examinar las razones de la extinción de determinadas especies. Los dos grupos, separados cada uno en su hotel, llegaron a una misma respuesta: la superespecialización.
 

La especialización ha engendrado otro problema: los lenguajes técnicos y matemáticos, auténtica Torre de Babel. Solamente en torno al cerebro, se publican anualmente cerca de medio millón de artículos científicos. La neurología se ha convertido en una disciplina tan esotérica, tan estrictamente subespecializada, que los investigadores encuentran una dificultad extraordinaria a la hora de comunicar entre sí. Sólo hay un puñado de investigadores que están intentando extraer un significado global del conjunto.


Una segunda razón de la fisura de comunicación existente proviene del carácter radicalmente extraño de la nueva visión del mundo. Nos vemos compelidos a ir de cambio de paradigma en cambio de paradigma, obligados a cambiar drásticamente nuestras viejas creencias para mirar desde una perspectiva nueva. Se ha dicho que la ciencia sustituye el sentido común por el conocimiento. Es verdad que nuestras más intrépidas aventuras intelectuales nos transportan a un país de las maravillas que trasciende las fronteras de nuestra comprensión lógica, lineal. Como observa el gran biólogo J. B. S. Haldane en una cita reproducida con frecuencia, la realidad no sólo es más extraña de lo que imaginamos, sino más extraña de lo que podemos imaginar.


En la naturaleza nunca tocamos fondo. No hay tal cosa como el nivel más profundo en que todo encontraría sentido. Eso puede amedrentarnos. Puede darnos la impresión de regresar a la infancia, cuando la naturaleza nos parecía inmensa, misteriosa, poderosa. Más tarde aprendíamos a separar los hechos de la fantasía, y a reducir el misterio a «explicaciones».

 

El conocimiento de los «hechos» subyacentes a fenómenos como el rayo, el magnetismo o las ondas de radio, por ejemplo, nos inducía a pensar que la naturaleza era comprensible o estaba a punto de ser comprendida. Esta concepción errónea, sostenida por la mayoría de los científicos de finales del siglo pasado, pasó a ser también patrimonio del pueblo y fue causa de la falsa idea popular sobre los poderes de la ciencia. Y ahora que la ciencia más avanzada comienza a sonarnos mítica y simbólica, ahora que está abandonando la esperanza de llegar a una última certeza, no la creemos. Es como si nos estuvieran pidiendo volver al asombro y la credulidad de nuestra primera infancia, cuando aún no sabíamos qué era «realmente» el arco iris.


Como veremos, la nueva ciencia, por encima de la fría observación clínica, nos hace entrar en un reino donde brilla parpadeante la paradoja, donde nuestra misma razón parece peligrar. Y sin embargo, así como hemos podido aprovecharnos de los grandes avances tecnológicos de nuestra civilización, como el transistor por ejemplo, así también la nueva visión del mundo de la ciencia de vanguardia va a liberar nuestras vidas, con independencia de que entendamos o no sus aspectos técnicos.


Muchas de las intuiciones fundamentales de la ciencia moderna se expresan en términos matemáticos, «lengua» que la mayoría de nosotros no hablamos ni entendemos. El lenguaje ordinario resulta inadecuado para tratar lo no-ordinario. Las frases y palabras nos han proporcionado una idea falsa de la comprensión, volviéndonos ciegos para la complejidad y la dinámica de la naturaleza. La vida no se construye como se construye una frase, con un sujeto que actúa sobre un objeto.

 

En la realidad, numerosos acontecimientos se afectan entre sí recíprocamente de forma simultánea. Tomemos por ejemplo la imposibilidad de establecer quién-hizo-qué-primero o qué-ocasionó-tal-conducta en una familia. Construimos todas nuestras explicaciones ajustándonos a un modelo lineal que solamente existe en cuanto ideal.


Especialistas en semántica como Alfred Korzybski y Benjamin Whorf advierten que las lenguas indo europeas nos vinculan a un modo de vida fragmentado. Descuidan la relación. Por medio de la estructura sujeto-predicado, moldean nuestro pensamiento, forzándonos a pensar simplemente en términos de causa y efecto. Por ello nos resulta muy difícil hablar, incluso pensar, sobre física quántica, sobre la cuarta dimensión, o sobre cualquier otra noción en donde no aparezcan claramente delimitados el comienzo y el fin, lo alto y lo bajo, el ahora y el luego.

 

En la naturaleza los acontecimientos tienen múltiples causas simultáneas. Algunas lenguas, particularmente el hopi y el chino, están estructuradas de forma diferente y pueden expresar ideas no lineales con menos esfuerzo. De hecho sirven para «hablar física». Nosotros, a semejanza de los antiguos griegos, cuya filosofía tanto influjo tuvo en la zurdera cerebral de Occidente, decimos: «La luz resplandeció». Pero la luz y el resplandor eran una sola cosa. Un hopi diría de forma más precisa: «¡Reh-pi!», esto es «¡Resplandor!».

 

Según Korzybski, no seremos capaces de captar la naturaleza de la realidad hasta no haber captado la limitación que suponen las palabras. El lenguaje enmarca el pensamiento, encartándolo por tanto entre barreras. El mapa no es el territorio. Una rosa no es una-rosa-es-una-rosa, la manzana del día 1 de agosto no es la manzana del 10 de septiembre, ni el fruto arrugado del 2 de octubre. El cambio y la complejidad exceden siempre a nuestra capacidad de descripción.


Curiosamente, la mayoría de los científicos tampoco relacionan sus conocimientos con su vida ordinaria. La presión ejercida por sus colegas les desanima del intento de buscar un más amplio sentido o significación «fuera de su propio campo», manteniendo así compartimentalizado e irrelevante su saber, como una religión que sólo se practica los días festivos. Sólo unos pocos tienen el rigor intelectual y el valor personal de intentar integrar su saber en sus propias vidas. Capra señalaba que la mayoría de los físicos vuelven del laboratorio a su casa para comportarse como si Newton, y no Einstein, fuera quien tuviera razón, como si el mundo fuera mecánico y estuviera fragmentado.

«Parecen no haberse dado cuenta de las implicaciones filosóficas, culturales y espirituales de sus propias teorías.»

Los aparatos que usamos como instrumentos de cuantificación, microscopios electrónicos, computadoras, telescopios, generadores de números aleatorios, electroencefalogramas, estadística, baterías de tests, cálculo integral, ciclotrones, nos han abierto paso finalmente a un reino situado más allá de los números. El resultado no es un sin sentido, sino una especie de meta-sentido, que no es ilógico, pero que trasciende la lógica, según lo hemos definido.


Crear una teoría nueva, decía una vez Einstein, no es levantar un rascacielos donde antes había un granero.

«Es más bien como trepar una montaña, descubriendo nuevas y más amplias perspectivas, conexiones inesperadas entre el punto de partida y toda la riqueza de su entorno. Pero el punto de partida sigue existiendo y podemos seguir viéndolo, aunque parezca más pequeño, como una parte diminuta en todo el amplio panorama...»
 

Asomándonos al nuevo mundo
Como les pasaba a los habitantes del País del Plano, también a nosotros nos faltaba al menos una dimensión. Esa dimensión, por extraño que pueda sonarnos al principio, es, en un sentido muy real, la génesis de nuestro mundo, de nuestro verdadero hogar.


Este capítulo trata de introducirnos a esa otra dimensión a través de unas cuantas puertas científicas. Los términos técnicos se han reducido al mínimo indispensable, para poder seguir mejor el «hilo conductor». Quienes deseen profundizar en ciertos datos, podrán encontrar las referencias técnicas correspondientes al final de la obra.


En un viaje de exploración, el cerebro izquierdo es un compañero útil, al menos hasta un cierto punto. Su habilidad para hacer mediciones es la que nos ha conducido a sentir respeto y a creer intelectualmente en esa dimensión más amplia. Pero en muchos aspectos es como Virgilio en la Divina Comedia de Dante. Virgilio podía acompañar al poeta en su recorrido por el Infierno y por el Purgatorio, donde todo era razonable, donde, por ejemplo, todo crimen recibía su adecuado castigo. Pero cuando Dante se acercaba a los linderos del Paraíso, Virgilio tuvo que quedarse atrás. Podía llegar ante el misterio, pero no le estaba permitido penetrar en él. Fue Beatriz, la musa del poeta, quien le acompañó por ese lugar de trascendencia.


La comprensión no lineal consiste más en un «sintonizarse» que no en un ir de un punto a otro. Los descubrimientos científicos a que alude este capítulo nos transportan a un país cuya cartografía puede ser sentida más que trazada. Cuando el cerebro izquierdo se ve confrontado con la dimensión no lineal, se pone a dar vueltas alrededor, a romper el todo en partes, a reconstruir los datos, y a hacer preguntas improcedentes como un periodista en un funeral. ¿Dónde, cuándo, cómo, por qué? A menos que dejemos en suspenso esa clase de preguntas y en general toda clase de juicio, no podremos «captar» la otra dimensión, como tampoco podemos captar a la vez las dos perspectivas de la conocida ilusión óptica en forma de escalones o cubos colgantes, ni podemos sumergirnos en el disfrute de una sinfonía si al mismo tiempo intentamos analizar cómo fue compuesta.


Sin embargo, un mundo sin espacio ni tiempo no es algo completamente ajeno a nuestra experiencia Es un poco como los sueños, donde se mezclan pasado y futuro y los lugares cambian de forma misteriosa. Recordemos el modelo de cambio de paradigma propuesto por Thomas Kuhn: en ciencia, toda idea nueva que sea importante suena rara al principio. Como señala el físico Niels Bohr, las grandes innovaciones parecen embrolladas, confusas, incompletas. Sus mismos descubridores las comprenden sólo a medias, y para todos los demás son un misterio. Toda especulación que no parezca absurda a primera vista tiene pocas probabilidades de resultar cierta, decía Bohr. Fue él mismo quien hizo una vez la siguiente observación sobre una idea que proponía su famoso colega Werner Heisenberg:

«No es lo suficientemente loca para ser verdad» (de hecho resultó no serlo).1

Si decidimos negarnos obstinadamente a considerar todo lo que pueda parecer mágico o increíble, nos encontraremos en compañía de gente muy distinguida. La Academia Francesa anunció en un momento dado que se negaba a aceptar en lo sucesivo ningún otro informe relativo a meteoritos, pues era claramente imposible que pudieran caer rocas del cielo. Muy poco después una lluvia de meteoritos estuvo a punto de romper los cristales de la Academia.


Si los científicos se toman su tiempo hasta aceptar una información nueva, la gente por lo general aún tarda más. El gran físico Erwin Schródinger decía una vez que para que un descubrimiento científico importante consiga hacerse de dominio público se requieren al menos cincuenta años; medio siglo hasta que la gente consigue darse cuenta realmente de las opiniones sorprendentes defendidas por los científicos. La especie humana no puede ya seguirse permitiendo el lujo de unos plazos tan largos y de unos cambios de mentalidad tan lentos por parte de una clase científica atrincherada en sus posiciones. Los costos para nuestra ecología, nuestras relaciones, nuestra salud, nuestros conflictos y nuestro futuro colectivo preñado de amenazas, son demasiado grandes. Tenemos el deber de buscar, de cuestionar, de abrir nuestras mentes.


Una de las tareas principales de la Conspiración de Acuario consiste en fomentar los cambios de paradigmas, señalando los fallos del viejo paradigma y mostrando cómo el nuevo contexto resulta más explicativo y tiene un sentido mayor. Como veremos, las ideas de la ciencia moderna con mayor potencial transformativo encajan entre sí como piezas de un rompecabezas. Se apoyan unas a otras, y juntas forman como una plataforma que permite contemplar una más amplia visión del mundo. Cada una de estas ideas principales forma un todo en sí misma, cada una compone un sistema de comprensión de una serie de fenómenos que tienen lugar en la sociedad y en nuestras vidas. Todas ofrecen también extraños paralelos con antiguas descripciones, poéticas y místicas, de la naturaleza. La ciencia no está haciendo ahora sino verificar lo que la humanidad ha conocido siempre intuitivamente desde el alborear de la historia.


En El retorno de los brujos, Pauwels y Bergier teorizaban sobre la existencia de una conspiración abierta entre los científicos que habrían descubierto esas realidades metafísicas. Muchos de los Conspiradores de Acuario son científicos, que forman una fraternidad de infractores de paradigmas, dispuestos a traspasar recíprocamente sus mutuas fronteras en busca de nuevas intuiciones. Muchos otros, aunque profanos, están también profundamente interesados en los avances de la ciencia, y diseñan modelos de cambio social inspirándose en las evidencias proporcionadas por la ciencia sobre el comportamiento real en último término de la naturaleza. Otros conspiradores llegan a interesarse por la ciencia, movidos del deseo de entender la base física subyacente a las experiencias que han podido tener en la práctica de las diversas psicotécnicas.2


Al apoyar encuentros de científicos pertenecientes a diversas disciplinas, para que puedan examinar conjuntamente las implicaciones de sus trabajos con el cambio personal y social, la Conspiración de Acuario juega un papel educativo importante. Por ejemplo, uno de estos típicos encuentros tuvo lugar en Nueva York a fines de 1978, y en él intervinieron dos físicos, el premio Nobel Eugene Wigner y Fritjof Capra, una psicólogo investigadora de estados alterados de conciencia, Jean Houston, un investigador del cerebro, Karl Pribran, y un yogui Swami Rama, que se hizo famoso en los años setenta cuando la Fundación Menninger y otros laboratorios comprobaron su notable capacidad para controlar sus propios procesos fisiológicos (incluso llegar a parar prácticamente el corazón).

 

El tema del encuentro fue: «Las nuevas dimensiones de la conciencia». El prospecto de la conferencia, típico también, aludía a la convergencia de ciencia e intuición:

"Hoy día nos encontramos al filo de una nueva síntesis. En los cuatro siglos anteriores, los conceptos científicos básicos han experimentado constantes estallidos y reformas. Recientemente la comunidad científica ha empezado a reconocer una sorprendente correspondencia entre sus descubrimientos y los expresados de forma abstrusa por místicos de otros tiempos. Esta es una convocatoria para todos los visionarios, hombres y mujeres, que se consideren pioneros de la nueva síntesis".

Encuentros semejantes se han celebrado por todo el país, en universidades, museos de la ciencia, y a niveles internos de la ciencia oficial, con títulos como: Sobre la naturaleza última de la realidad, La física de la conciencia, Conciencia y Cosmos, Conciencia y cambio cultural.
 


Investigaciones sobre el cerebro y la conciencia
Hasta los años sesenta había relativamente pocos científicos dedicados al estudio del cerebro, y aún menos que estuviesen investigando la interacción entre el cerebro y la experiencia consciente. Desde entonces, la investigación sobre el cerebro y la conciencia se ha convertido en una industria próspera. Cuanto más sabemos en este campo, tanto más se radicalizan las preguntas. «Esta tarea no va a tener fin, al menos durante siglos», ha dicho el neurofisiólogo y premio Nobel John Eccles.


Al comienzo de los años sesenta, la investigación sobre biofeedback demostró que los sujetos humanos podían controlar procesos internos delicados y complejos, considerados durante mucho tiempo involuntarios. En los laboratorios la gente era entrenada para acelerar o lentificar su ritmo cardíaco, alterar la actividad eléctrica de la superficie de la piel, y cambiar en ondas lentas, tipo alta, el ritmo rápido de la frecuencia beta del cerebro. Ciertos sujetos aprendían a «disparar» (causar en ella una acción bioeléctrica) una sola célula nerviosa motora. Barbara Brown, pionera en este campo investigativo, asegura que esa profunda conciencia biológica es un reflejo de la capacidad de la mente para alterar cualquier sistema fisiológico e influir en cualquier célula del cuerpo.


Los sujetos sometidos a experimentación con biofeedback podían sentir en sí mismos sus propios cambios, sin embargo eran incapaces de explicar cómo los conseguían. En un nivel, el biofeedback parece un fenómeno muy simple: una máquina detecta informaciones procedentes del cuerpo, las transforma en señales luminosas o sonoras, y permite al sujeto identificar las sensaciones asociadas a la fluctuación de las señales. Pero hay un salto misterioso de la intención a la acción fisiológica. ¿Cómo puede la voluntad seleccionar una única célula entre miles de millones y producir en ella una descarga? ¿O cómo puede liberar una determinada sustancia química? ¿O limitar la secreción de jugos gástricos? ¿O alterar el comportamiento rítmico de poblaciones enteras de células cerebrales? ¿O dilatar los capilares haciendo que aumente la temperatura de las manos?


La conciencia es más vasta y profunda y la intención es más poderosa de lo que nadie creía. Claramente, los seres humanos no han comenzado a explotar aún su potencial de cambio.


Los fenómenos de biofeedback obligaron a los investigadores a volver apresuradamente sobre sus pasos en busca del puñado de informaciones científicas aparecidas, relativas a yoguis que parecían poseer esas facultades de control sin ningún tipo de biofeedback. Antes de que este fenómeno quedase atestiguado en los laboratorios de biofeedback, se daba generalmente por supuesto que los yoguis habían conseguido engañar de algún modo a los pocos investigadores que se habían atrevido a investigar sus proezas.


Al mismo tiempo iban surgiendo también estudios de laboratorio sobre la meditación y otros estados alterados de conciencia. Se pudo establecer que quienes meditaban sufrían cambios fisiológicos específicos en la actividad eléctrica cerebral, en la superficie cutánea y en la respiración. La mayor amplitud, lentitud y ritmo de las ondas cerebrales vinieron a confirmar la pretensión de las psicotécnicas en el sentido de que quienes las practican alcanzan una mayor armonía interna.


Por la misma época, la investigación sobre el cerebro dividido (examinada en el capítulo 3) demostraba que los seres humanos tienen realmente «dos mentes», y que ambos centros de conciencia pueden funcionar independientemente uno de otro dentro de un mismo y único cráneo. No cabe sobre estimar la importancia de esta investigación, que vino a abrir paso a otro campo de investigación relacionado: el estudio de la especialización de los hemisferios cerebrales. También nos ha ayudado a comprender la naturaleza específica de los procesos «holísticos», esa forma misteriosa de conocimiento sobre la que se ha insistido, discutido y dudado durante siglos. En lo sucesivo, la «intuición» como fenómeno queda situada, aunque vagamente, sobre el mapa neuro anatómico.


El hemisferio cuantificador confirmaba la realidad innegable del otro hemisferio «menor», cualitativamente diferente, compañero de hecho perfectamente igual, aunque reprimido. Sus poderes resultaban evidentes en los logros asombrosos de los sujetos sometidos a biofeedback, en la alteración de procesos fisiológicos comprobada en personas en estado de meditación, y en la doble conciencia manifestada extrañamente en pacientes con el cerebro dividido.

 

Técnicas aún más sutiles pronto revelaron la presencia de la «otra mente» en la percepción en general. Los investigadores demostraron que nuestra atención es exquisitamente selectiva, influenciada como está por creencias y emociones; procesamos la información simultáneamente en canales paralelos; disponemos de una extraordinaria capacidad memorística (aunque no siempre nos resulte fácil acceder al propio banco de datos).


A mediados de los años setenta, una serie de hallazgos vinieron a abrir un nuevo campo de investigación apasionante, que está cuestionando radicalmente todo cuanto sabíamos acerca del funcionamiento del cerebro. El más conocido de todos es el descubrimiento de una clase de sustancias cerebrales conocida como endorfinas o encefalinas, a las que algunos han llegado a llamar «la morfina natural del cerebro», debido a que en un principio se las identificó a través de su acción en las zonas cerebrales donde ejerce su efecto la morfina. Las endorfinas, lo mismo que la morfina, son también analgésicos.
 

Las endorfinas y las otras sustancias cerebrales de la clase conocida como péptidos han aportado un principio nuevo de funcionamiento cerebral. Se ha podido rastrear en el cerebro la acción de los transmisores químicos conocidos; éstos trabajan de manera lineal, de célula a célula. Mientras que las nuevas sustancias actúan de forma más simultánea: su forma de modular la actividad de las células cerebrales se parece más bien al hecho de sintonizar una emisora de radio y ajustar el volumen. Algunas de ellas también «emiten» mensajes, lo que ha inducido a Roger Guillaumin, premio Nobel investigador en este campo, a sugerir la existencia de un sistema nervioso «nuevo» controlado por estas sustancias.
 

Como la acción de los péptidos es general y muy potente, a veces producen efectos espontáneos sobre el cuerpo y sobre el comportamiento. Se ha demostrado, por ejemplo, que las endorfinas afectan a la sexualidad, al apetito, a las relaciones sociales, a la percepción del dolor, a la atención, al aprendizaje, a las recompensas, a los ataques y a las psicosis. Ciertos experimentos han relacionado a las endorfinas con el misterioso efecto placebo, según el cual una sustancia neutra, como podría ser una píldora a base sólo de azúcar, produce alivio simplemente porque el paciente espera obtenerlo de ella.

 

Pacientes que habían experimentado alivio por medio de placebos frente a la molestia sentida después de una operación dental, afirmaron que les volvían los dolores después de habérseles administrado una sustancia química inhibitoria de las endorfinas. Aparentemente, la fe inspirada por el placebo libera endorfinas. Cómo sucede ello, es un misterio tan denso como el influjo de la intención en el biofeedback.


Las endorfinas son tal vez también el mecanismo que nos permite expulsar de la mente todo aquello que no queremos sentir o en lo que no queremos pensar: la química del rechazo. Asimismo tienen claramente que ver con los estados de bienestar mental Los cachorros que se sienten afectados por haber sido separados de sus madres, sufren una caída en los niveles de endorfinas. También hay evidencia de que el comer libera endorfinas en el aparato digestivo, lo que explicaría el placer que mucha gente encuentra en la comida.


La familia de las endorfinas comprende muchas sustancias diferentes que producen efectos distintos. Desde el punto de vista químico, las endorfinas son moléculas fraccionadas de una molécula muy grande, que a su vez, como se ha descubierto recientemente, se encuentra almacenada en el interior de una molécula enorme. El cerebro parece sacar estas sustancias del «refrigerador» a medida que las necesita.


Estados mentales como la soledad, la compulsión, la angustia, el apego, el dolor y la fe, no están solamente «en la cabeza», sino también en el cerebro. El cerebro, la mente y el cuerpo son un continuo. Los pensamientos, la intención, el miedo, las imágenes, la sugestión, las expectativas alteran la química del cerebro. Y ello funciona en ambos sentidos: también los pensamientos pueden alterarse cambiando la química del cerebro con drogas, alimentos u oxígeno.


El cerebro es de una complejidad desesperante. El biólogo Lyall Wattson aludía al dilema que encierra la investigación cerebral:

«Si el cerebro fuera lo suficientemente simple como para que pudiéramos entenderlo, nosotros mismos seríamos tan simples que no podríamos hacerlo».
 

El holismo y la teoría de sistemas
Curiosamente, los descubrimientos científicos sobre las facultades holísticas del cerebro, la capacidad de su hemisferio derecho de comprender globalmente, han hecho surgir serias dudas sobre el método científico en cuanto tal. La ciencia siempre ha intentado comprender la naturaleza reduciendo las cosas a sus partes integrantes. Ahora bien, resulta incuestionablemente claro que las totalidades no pueden ser comprendidas por medio del análisis.

 

Esto es un boomerang lógico, lo mismo que la prueba matemática de que ningún sistema matemático puede ser realmente coherente consigo mismo. El prefijo griego syn («junto con»), en palabras como síntesis, sinergia, sintropía, resulta cada vez más significativo. Cuando las cosas se juntan, sucede algo nuevo. Toda relación supone novedad, creatividad, mayor complejidad. Ya hablemos de reacciones químicas o de sociedades humanas, de moléculas o de tratados internacionales, hay en todas ellas cualidades que no pueden predecirse a partir de la simple observación de sus componentes.


Hace medio siglo, Jan Smuts, en su libro Holismo y Evolución, trataba de Sintetizar la teoría evolucionista de Darwin, la física de Einstein y sus propias ideas, en un intento de explicar la evolución de la mente y la materia. La globalidad, decía Smuts, es una característica fundamental del universo, producto de la tendencia de la naturaleza a sintetizar.

«El holismo es autocreador, y sus estructuras finales son más holísticas que las estructuras iniciales».

Efectivamente, esas totalidades, esas uniones, son dinámicas, evolutivas, creativas. Tienden hacia niveles de complejidad y de integración cada vez más elevados.

«La evolución, decía Smut, posee un carácter espiritual interior que no deja de profundizarse.»

Como veremos enseguida, la ciencia moderna ha comprobado esa cualidad globalizadora, esa característica de la naturaleza de reunir elementos para formar estructuras crecientemente sinérgicas y significativas. La Teoría General de Sistemas, moderna concepción que tiene que ver con este tema, afirma que en todo sistema cada una de las variables se relaciona con las demás de una forma tan completa que no cabe establecer separación entre causa y efecto. Una única variable puede ser a la vez causa y efecto. La realidad se resiste a quedarse quieta. ¡Y no es posible desmontarla! Es imposible comprender una célula, una rata, una estructura cerebral, una familia o una cultura, si la aislamos de su contexto. La relación lo es todo.


Para Ludwig von Bertalanffy, la Teoría General de Sistemas trata de comprender los principios de totalidad y de auto organización a todos los niveles:

"Sus aplicaciones van desde la biofísica de los procesos celulares a la dinámica de las poblaciones, y es aplicable a problemas de física o de psiquiatría, lo mismo que a temas políticos y culturales...


La Teoría General de Sistemas es sintomática del cambio operado en nuestra visión del mundo. Hemos dejado de ver el mundo como un juego de átomos a ciegas, y lo vemos más bien como una gran organización".

Según esta teoría, la historia, por interesante e instructiva que pueda resultar, es absolutamente incapaz de predecir el futuro. ¿Quién puede saber cuál va a ser el producto del baile de las variables mañana... , el mes que viene..., el año que viene? La sorpresa es inherente a la naturaleza.
 


Evolución: el nuevo paradigma
En la obra de Arthur Clarke Childhood's End (El fin de la infancia), los Superamos, misteriosos extraterrestres que han controlado la tierra durante cientos de años, explican que ellos son sólo protectores interinos de la humanidad. A pesar de sus mayores poderes intelectuales, los Superamos se encuentran en un callejón sin salida desde el punto de vista evolutivo, mientras que la humanidad tiene una infinita capacidad de evolución.

"Por encima de nosotros está la Supermente, que nos usa como un alfarero usa su rueda. Y vuestra raza es la arcilla que está siendo moldeada en esa rueda.


Nosotros creemos, aunque es sólo una teoría, que la Supermente está tratando de crecer, de extender su poder y su conciencia al universo entero. Por ahora, debe ser la suma de muchas razas, y hace tiempo que dejó atrás la tiranía de la materia... Nosotros hemos sido enviados aquí por Ella para cumplir sus mandatos, para prepararnos para la transformación que está ya a la vuelta de la esquina...


En cuanto a la naturaleza de ese cambio, poco podemos deciros... se extiende de forma explosiva, como la formación de cristales en torno al núcleo primitivo en una solución saturada."

Muchos autores científicos serios han expresado en términos académicos la metáfora literaria descrita por Clarke. Sospechan que tal vez podemos estar tocando el teclado de nuestra propia evolución, como si se tratara de un instrumento musical.


La teoría de la evolución de Darwin, fundada en las mutaciones por azar y en la supervivencia de los más aptos, ha resultado ser decididamente inadecuada para poder explicar una gran cantidad de observaciones en el campo de la biología.

 

Así como toda una serie de hechos que escapaban a los presupuestos de la física de Newton indujeron a Einstein a formular una sorprendente teoría nueva, así también está surgiendo un nuevo paradigma ante la necesidad de ensanchar nuestra comprensión de la evolución. Darwin insistía en que la evolución había tenido lugar de forma muy gradual. Steven Jay Gould, biólogo y geólogo de Harvard, señala que en vísperas de la publicación de El origen de las especies, T. H. Huxley escribió a Darwin prometiéndole luchar en su favor, pero avisándole que había recargado innecesariamente su argumentación con su insistencia.

 

La imagen de Darwin, de una evolución glacialmente lenta, reflejaba en parte su admiración por Charles Lyell, promotor de la concepción gradualista en geología. Según Gould, Darwin concebía la evolución como un proceso majestuoso y ordenado, que operaba a una velocidad tan lenta que escapaba a las posibilidades de observación durante la vida de una persona. Y al igual que Lyell rechazaba la evidencia de los cataclismos en geología, también Darwin eludía los problemas que se le hacían evidentes. Ciertamente parecía haber grandes saltos, peldaños ausentes en la escala de la evolución, pero lo atribuía a mera imperfección en los hallazgos geológicos.

 

El cambio no era abrupto más que en apariencia. Pero hasta el día de hoy sigue sin aparecer una evidencia fósil de esos necesarios eslabones ausentes. Para Gould, esa extremada escasez de restos fósiles de formas de vida transicionales constituye «el secreto de fabricación» de la paleontología. Otros científicos más jóvenes, a la vista de la ausencia constante de tales eslabones ausentes, miran con creciente escepticismo a la antigua teoría.

«La antigua explicación de que los restos fósiles resultan insuficientes, constituye en sí misma una explicación insuficiente», ha dicho Niles Eldredge, del Museo Americano de Historia Natural.

Gould y Eldredge, cada uno por su lado, han propuesto para resolver este problema una teoría que concuerda con los datos geológicos. Los paleontólogos soviéticos han propuesto una teoría similar. El puntuacionismo o equilibrio puntuado sugiere que el equilibrio de la vida viene «puntuado» de vez en cuando por serias tensiones. Si se aísla una pequeña porción de una población ancestral fuera de su hábitat normal, ello puede dar lugar a la aparición de una especie nueva. Por otra parte, la población sufre un intenso estrés cuando vive al límite de su tolerancia.

 

Según Gould,

«las variaciones favorables se extienden rápidamente».

«Las pequeñas porciones periféricas aisladas constituyen el laboratorio del cambio evolutivo».

La mayoría de las especies no cambian de dirección mientras perduran sobre la tierra.

«En los restos fósiles presentan una apariencia muy semejante a cuando desaparecen», dice Gould.

De acuerdo con las evidencias geológicas, la nueva especie surge de golpe. No evoluciona gradualmente a partir de un cambio constante operado en sus antecesores, sino que aparece de una vez y completamente formada.


El antiguo paradigma veía la evolución como un continuo trepar por una escala, mientras que Gould y otros la asemejan al proceso de continua división y subdivisión de las ramas de un árbol. Por ejemplo, los antropólogos han descubierto en los últimos años que en un tiempo hubo al menos tres formas de homínidos coexistentes, esto es, de criaturas que habían sobrepasado el estadio evolutivo de simios.

 

Anteriormente se pensaba que esos diversos especímenes formaban una secuencia. Hoy en día se sabe que alguno de los presuntos «descendientes» vivía al mismo tiempo que sus presuntos ancestros. Del trono parental, primates primitivos, se separaron vanas ramas diferentes. Algunas sobrevivieron y continuaron evolucionando, mientras que otras desaparecieron. El Homo, con su cerebro desarrollado, apareció totalmente de repente.


El nuevo paradigma atribuye la evolución a saltos periódicos efectuados por pequeños grupos.3 Esta idea del cambio es significativa al menos por dos razones: de una parte, porque requiere un mecanismo de cambio biológico más poderoso que la mera mutación al azar, y de otra, porque abre la posibilidad de una rápida evolución en nuestra propia época, en la que el equilibrio de la especie está puntuado por el estrés. En la sociedad moderna, el estrés se experimenta en las fronteras de nuestros limites psicológicos más que en las de nuestros limites geográficos. El ser pionero constituye una aventura cada vez más psicoespiritual, ya que las fronteras físicas están más que agotadas, ya no queda espacio por explorar.


A la vista de cuanto estamos aprendiendo sobre la naturaleza profunda del cambio, parece cada vez menos probable que la especie humana pueda transformarse.


Según Gould, en el siglo diecinueve los europeos favorecían la idea del gradualismo, tanto en geología como en la evolución; se adaptaba mejor a la filosofía dominante, que sentía horror por todo tipo de revoluciones, incluso naturales. Nuestras filosofías delimitan lo que nos permitimos ver, decía.4

 

Estamos necesitados de filosofías pluralistas que nos permitan percibir la evidencia desde distintos puntos de vista:

"Si el gradualismo, mas que un hecho natural, es un producto del pensamiento occidental, entonces deberíamos tomar en consideración otras filosofías alternativas respecto del cambio, a fin de ensanchar nuestro campo mas allá de los limites de prejuicios sofocantes. En la Unión Soviética, por ejemplo, los científicos utilizan una filosofía muy diferente con respecto al cambio...

 

Hablan de «transformación de la cantidad en calidad». Esto puede sonar a jerga de vendedor callejero, pero es una forma de sugerir que el cambio sucede a grandes saltos, a consecuencia de una lenta acumulación de tensiones sobre un sistema, que sigue aguantando hasta alcanzar el punto de ruptura. Calentad agua, y ésta alcanzará finalmente el punto de ebullición. Oprimid a los trabajadores más y más, y de pronto harán saltar sus cadenas".

Según los últimos hallazgos, la evolución puede acelerarse por determinados mecanismos genéticos. En efecto, se ha demostrado que en las bacterias y en otras formas de vida hay genes y segmentos de DNA que entran y salen de sus respectivos cromosomas, lo que sugiere que los cromosomas están tal vez sujetos a continua modificación. Los investigadores suponen que una reestructuración genética semejante podría darse en todas las formas de vida. Determinados segmentos del DNA no parecen contribuir en absoluto al cumplimiento por los genes de sus funciones ordinarias.

 

El descubrimiento de esas secuencias eventuales, que parecen un sin sentido en el contexto del código genético, fue calificado de «espantoso» por uno de los investigadores, Walter Gilbert, de la Universidad de Harvard. Según observaba el periódico británico New Scientist, «el mismo concepto de lo que es un gen está ahora en cuestión». Es posible que el DNA no sea ese sólido archivo que habían supuesto los biólogos, sino más bien un flujo, «un sistema dinámico en el que se dilatan y contraen conjuntos de genes, con elementos transeúntes que saltan fuera y dentro del mismo».5


El bioquímico Albert Scent-Gyorgyi, descubridor de la vitamina C y galardonado con el premio Nobel, ha sugerido que la tendencia hacia un orden más elevado podría muy bien ser un principio fundamental de la naturaleza. Él la denomina sintropía, lo opuesto a la entropía, y cree que la materia viva posee un instinto interior de autoperfeccionamiento. Tal vez en los organismos vivientes la parte periférica de cada célula transmite información de retorno al DNA situado en su núcleo, haciéndole cambiar sus instrucciones.

«Después de todo, ha dicho, hasta hace unos pocos años no se sabía la forma cómo el DNA transmite sus instrucciones a la célula en primer lugar. Algún otro tipo de proceso, igualmente elegante, podría alterar esas instrucciones.»

Scent-Gyorgyi rechaza la idea de que las mutaciones al azar puedan explicar la complejidad de la materia viva. Las reacciones biológicas son reacciones en cadena, y las moléculas encajan entre sí con mayor precisión que las ruedecillas de un reloj suizo. ¿Cómo, entonces, podrían haberse desarrollado de forma accidental?

"Porque en caso de cambiar una sola de esas «ruedecillas» sumamente específicas, todo el sistema deja sencilla y necesariamente de funcionar. Decir que puede mejorarse por la mutación aleatoria de un eslabón me suena como decir que se puede mejorar un reloj suizo dejándolo caer y haciendo así que se doble uno de sus ejes o ruedecillas. Para conseguir un reloj mejor, es preciso cambiar simultáneamente todos sus engranajes, haciendo que encajen de nuevo perfectamente".

Los biólogos han observado que la naturaleza ofrece muchas características «evolucionadas» del tipo todo-o-nada, tales como la estructura que permite volar a los pájaros, lo cual no puede haber ocurrido por mutaciones aleatorias y supervivencia de los más aptos. El tener medias alas no habría conferido ninguna ventaja para la supervivencia. Además, las alas no habrían servido para nada de no haber cambiado la estructura ósea al mismo tiempo.


La evolución implica una verdadera transformación, una reforma de la estructura básica, y no meras añadiduras.
Incluso en formas vitales más simples se encuentran logros evolutivos tan sorprendentes que nuestras teorías más elaboradas se sienten humilladas.

 

En African Genesis, Robert Ardrey evoca una anécdota que le sucedió en Kenia, donde Louis Leakey llamó su atención hacia lo que le pareció ser una flor de color coral formada por muchos brotecillos, como si fuera un jacinto. Al examinarla de cerca, cada uno de esos «brotes» de forma oblonga resultó ser el ala de un insecto: chinches flatidae, según Leakey.

 

Asombrado, Ardrey señaló que sin duda era un ejemplo sorprendente de defensa por imitación de la naturaleza. Leakey le escuchaba divertido; luego le explicó que la flor de coral «imitada» por las chinches flatidae no existe en la naturaleza. Más aún, en cada puesta de huevos de la hembra hay al menos una chinche flatidae con alas verdes, no de color coral, y varias además con alas de colores intermedios.

"La miré más de cerca. En el extremo de la flor formada por los insectos había un único botón verde. Tras él había una media docena de brotes no del todo maduros que presentaban nada más que algunas trazas de coral. Detrás de éstas, sobre la rama, se apelotonaba todo el resto de la sociedad de chinches flatidae en todo su esplendor, mostrando sus alas del más puro coral, y completando así la creación de toda la colonia, capaz de despistar los ojos del más hambriento de los pájaros.


Hay momentos en que la única respuesta frente a los logros evolutivos de la naturaleza puede ser una sensación de comezón en lo alto de la cabeza. Pero aún no había llegado al colmo de mi asombro. Leakey sacudió el ramaje. La colonia, sorprendida, abandonó la ramita y el aire se llenó por un momento de un batir de alas de chinches flatidae... enseguida volvieron a su vara. Se posaron sin guardar un orden determinado, y por un instante la ramita permaneció animada de pequeñas criaturas que saltaban unas por encima de otras al parecer de forma totalmente aleatoria. Pero el movimiento no tenía nada de azar.


Al poco, la rama estaba de nuevo quieta, y sobre ella podía verse la flor una vez más".

¿Cómo habían podido evolucionar así las chinches flatidae? ¿Cómo pueden conocer sus sitios respectivos, reptando unas sobre otras hasta quedar en posición, como niños de colegio que ocupan su lugar para participar en una ceremonia? Colin Wilson ha sugerido que no es solamente que estas chinches tengan una especie de conciencia común, sino que su misma existencia se debe a una conexión genética telepática. La comunidad de chinches flatidae es de alguna manera un único individuo, una única mente, cuyos genes sufrieron la influencia de su propia necesidad colectiva.


¿Es posible que estemos también nosotros expresando una necesidad colectiva, y nos estemos preparando para un salto evolutivo? El físico John Platt ha afirmado que la humanidad está experimentando en la actualidad un choque evolutivo frontal, y que,

«muy rápidamente podría resurgir coordinada de maneras desconocidas hasta ahora... implícitas no obstante en su material biológico desde el principio, tan ciertamente como la mariposa está implícita en la oruga».
 

La ciencia de la transformación
Cuando los rompecabezas y las paradojas reclaman una solución, se hace necesario un nuevo paradigma. Afortunadamente, la rápida evolución, biológica, cultural y personal, está encontrando una nueva, profunda y poderosa explicación.


La teoría de las estructuras disipativas valió a su autor, Ilya Prigogine, físico y químico belga, la concesión del premio Nobel de química en 1977. Esta teoría puede suponer para la ciencia en general un paso tan importante como lo fueron las teorías de Einstein para la física. Viene a tender un puente sobre el foso que separa la física y la biología: el eslabón ausente que uniría los sistemas vivientes con el universo aparentemente carente de vida en el que aquellos se desarrollan.


Esta teoría explica los «procesos irreversibles» que tienen lugar en la naturaleza, el movimiento hacia un orden vital cada vez más perfecto. Prigogine, interesado en un principio en la historia y las humanidades en general, sentía que la ciencia ignoraba esencialmente el tiempo. En el universo de Newton, el tiempo se consideraba únicamente con respecto al movimiento, con respecto a la trayectoria de un objeto en movimiento. Pero, como dice Prigogine, el tiempo tiene muchos aspectos: decadencia, historia, evolución, creación de nuevas formas, de nuevas ideas. ¿Dónde habla sitio en el antiguo universo para el devenir?


La teoría de Prigogine resuelve el enigma fundamental de los seres vivientes, que han ido siempre cuesta arriba en un universo donde se supone que todo corre pendiente abajo. Y además, esta teoría tiene aplicación inmediata a la vida cotidiana, a la gente. Ofrece un modelo científico de transformación en todos los niveles. Explica el papel crítico que juega el estrés en la transformación, ¡y el impulso transformador inherente a la naturaleza!

 

Como veremos, los principios revelados por la teoría de las estructuras disipativas pueden ayudarnos a comprender el cambio profundo en el campo de la psicología, del aprendizaje, de la salud, de la sociología, e incluso de la economía y la política. El ministerio de Transportes de los Estados Unidos ha utilizado esta teoría para predecir pautas de comportamiento en la circulación automovilística. Científicos pertenecientes a diversas disciplinas la están empleando en sus propios campos de especialización. Sus aplicaciones son infinitas.


La esencia de la teoría no es difícil de comprender, una vez superadas ciertas confusiones semánticas. Al describir la naturaleza, los científicos emplean a menudo en su sentido más literal palabras corrientes, palabras que tienen también para nosotros un significado abstracto y que pueden ir teñidas de una fuerte carga emocional. Para comprender la teoría de Prigogine, necesitamos dejar de lado los juicios de valor tradicionales aplicados a palabras como «complejidad», «disipación», «coherencia», «inestabilidad» y «equilibrio».


Ante todo, contemplemos de nuevo por un momento algunos ejemplos que nos recuerdan hasta qué punto la naturaleza está saturada de orden y es rica en estructuras: flores y colonias de insectos, interacciones celulares, estrellas del tipo pulsar y quasar, el código genético, los relojes biológicos, los intercambios simétricos de energía en la colisión de partículas subatómicas, los patrones de memoria en la mente humana. A continuación, recordemos que en la naturaleza, a un nivel profundo, no hay nada fijo. Todos esos patrones están en continuo movimiento. Incluso una roca es un baile de electrones.


Algunas formas naturales son sistemas abiertos, esto es, están implicados en un continuo intercambio de energía con el entorno. Una semilla, un huevo fecundado, un ser vivo, son todos ellos sistemas abiertos. También hay sistemas abiertos fabricados por el hombre. Prigogine cita el ejemplo de una ciudad: absorbe energía de la zona circundante (electricidad, materias primas), la transforma en las fábricas, y la devuelve al entorno. En los sistemas cerrados, por el contrario, tendríamos como ejemplos una roca, una taza de café frío, un tronco de leña, no existe una transformación interna de energía.


El término que Prigogine aplica a los sistemas abiertos es el de estructuras disipativas. Esto es, su forma o estructura se mantienen a base de una continua disipación (consumo) de energía. Igual que el agua se escapa en forma de torbellino, que es creado por ella en su fluir, así también la energía recorre las estructuras disipativas a la vez que las conforma. Todos los seres vivos y algunos sistemas no vivos (por ejemplo, ciertas reacciones químicas) son estructuras disipativas. Toda estructura disipativa podría muy bien definirse como un todo fluyente: altamente organizado, pero siempre en proceso.


Reflexionemos ahora sobre el significado de la palabra complejo: trenzado conjuntamente. Una estructura compleja presenta conexiones diversas en múltiples puntos. Cuanto más compleja es una estructura disipativa, tanta más energía se requiere para mantener todas esas conexiones. Por ello, resulta más vulnerable a las fluctuaciones internas. Se dice que está «lejos del equilibrio». En las ciencias físicas, equilibrio no significa una sana estabilidad mental, sino que se refiere al estado final de dispersión aleatoria de la energía. (El equilibrio supone una especie de muerte.)


Como las conexiones no pueden mantenerse más que a base de un flujo de energía, el sistema está siempre en estado de fluidez. Notemos la paradoja: mientras más coherente es la estructura, mientras más intrincadas sean sus conexiones, tanto más inestable será. ¡Aumento de coherencia significa aumento de inestabilidad! Precisamente esa inestabilidad es la clave de la transformación. Como ha demostrado Prigogine en elegantes términos matemáticos, la disipación de energía crea la potencialidad de un nuevo y repentino ordenamiento.


El continuo movimiento de energía a través del sistema se traduce en fluctuaciones; si éstas son pequeñas, el sistema las absorbe y no llegan a alterar su integridad estructural. Pero cuando las fluctuaciones alcanzan un nivel crítico, «perturban» el sistema. Aumentan el número de interacciones nuevas en su interior, agitándolo. Los elementos de la antigua estructura entran en contacto entre sí de nuevas formas, nuevas conexiones.


Las partes se reorganizan en una nueva totalidad. El sistema se escapa hacia un orden más elevado.


Cuanto más compleja o coherente es una estructura, tanto mayor es el nivel siguiente de complejidad. Cada transformación hace más probable la siguiente. Cada nuevo nivel posee un nivel de integración y de conexión superior al que le precede, por lo que requiere para su mantenimiento un flujo mayor de energía, lo que le hace ser aún menos estable. Por decirlo de otro modo, la flexibilidad engendra la flexibilidad.


Como decía Prigogine, en los niveles de complejidad elevados «cambia la naturaleza de las leyes de la naturaleza». La vida «come» entropía. Tiene la capacidad de crear nuevas formas por el simple procedimiento de permitir la agitación de las antiguas.


Los elementos de una estructura disipativa colaboran a provocar la transformación del conjunto. En ese cambio, incluso las moléculas no se limitan a interactuar con sus inmediatas vecinas, precisa Prigogine,

«sino que ellas también muestran un comportamiento coherente, apropiado a (las necesidades del) organismo originario».

A otros niveles, los insectos cooperan en el seno de sus colonias, y los seres humanos en el marco de las formas sociales. Recientemente se ha informado sobre un nuevo ejemplo de estructura disipativa en una clase de bacterias situadas experimentalmente dentro del agua, medio específicamente ajeno a ellas. Las bacterias se pusieron a interactuar de una forma sumamente organizada que permitió la supervivencia de algunas de ellas.


La reacción de Zhabotinskii, una estructura disipativa en el campo de la química, produjo cierta sensación entre los químicos en los años sesenta. En este ejemplo espectacular de creación natural de patrones tanto en el espacio como en el tiempo, una solución situada en un recipiente en un laboratorio muestra un despliegue de bellas formas enrolladas, cuyos colores alternan del rojo al azul a intervalos regulares. De modo semejante, al calentar ciertos tipos de aceite, aparece en la superficie una compleja estructura de hexágonos. Estos cambios son repentinos y no lineales. Hay múltiples factores que actúan a la vez, los unos sobre los otros.6


A primera vista, la idea de que por medio de la perturbación se puede crear un nuevo orden parece ridícula, como si agitando una caja que contuviera una serie de palabras introducidas al azar, pudiéramos esperar verlas convertidas en una frase con sentido. Sin embargo, el acervo de sabiduría tradicional contiene ideas semejantes.

 

Todos sabemos,

  • que bajo el influjo de la tensión aparecen con frecuencia nuevas soluciones repentinas

  • que las crisis se convierten a menudo en un aviso de una oportunidad

  • que el proceso creativo necesita pasar por el caos antes de que surja la forma

  • que las personas salen con frecuencia fortificadas del sufrimiento y las adversidades

  • que las sociedades están necesitadas del aire fresco de la disidencia

La sociedad humana ofrece un ejemplo de autoorganización espontánea. En una sociedad lo suficientemente densa, a medida que los individuos se relacionan unos con otros, cada uno ve crecer sus puntos de contacto en todo el sistema a través de amigos o de amigos de amigos. Cuanto mayor sea la inestabilidad y la movilidad de una sociedad, tanta mayor interacción se dará en ella. Esto significa un potencial mayor de conexiones nuevas, de nuevas organizaciones, de diversificación. Así como determinadas células u órganos de un cuerpo se especializan a lo largo de la evolución, así también las gentes que participan de unos mismos intereses saben encontrarse y acaban refinando su propia especificidad a través de la mutua estimulación e intercambio de ideas.


La teoría de las estructuras disipativas ofrece un modelo científico de la transformación de la sociedad por una minoría disidente, como es el caso de la Conspiración de Acuario. Prigogine ha señalado que su teoría «viola la ley de los grandes números». Y sin embargo, los historiadores han venido afirmando desde hace mucho tiempo que una minoría creativa es capaz de reordenar una sociedad.

«La analogía histórica es evidente», apunta Prigogine. «Las fluctuaciones, la conducta de un pequeño grupo de individuos puede cambiar la conducta de la totalidad del grupo.»

Las perturbaciones críticas, que constituyen una «dialéctica entre la masa y la minoría», pueden producir «una nueva media» en la sociedad. Las sociedades tienen un poder de integración limitado, decía. Cada vez que la perturbación supera la capacidad de la sociedad de «absorberla» o de reprimirla, la organización social se destruye, o bien deja paso a un orden nuevo.


Según Prigogine, las culturas son las estructuras disipativas más coherentes y extrañas que existen. Un número crítico de partidarios del cambio puede crear una «dirección privilegiada», de modo semejante a como un cristal o un imán organizan el entorno a su alrededor por su propia virtualidad interna. A causa de su tamaño y densidad, las sociedades modernas están sujetas a extensas fluctuaciones internas, que pueden desencadenar cambios hacia un orden superior y más rico. En palabras de Prigogine, pueden aportar un mayor pluralismo y diversificación a la sociedad.

 

Prigogine reconoce que esta "ciencia de la transformación" tiene un fuerte parecido con las concepciones de las filosofías orientales, de los poetas y los místicos, y de científicos y filósofos como Henry Bergson y Alfred North Whitehead. «Una profunda visión colectiva», la llamaba él. Y piensa que el abismo entre las dos culturas no consiste, como Snow creía, en que quienes profesan las humanidades no leen suficientes cosas sobre las ciencias, y viceversa.

«Uno de los aspectos básicos de las humanidades es el tiempo, el modo como cambian las cosas. Las leyes del cambio. Mientras en física y química no contábamos más que con esa ingenua idea del tiempo, la ciencia poco podía decir a las artes.»

La ciencia se está ahora pasando del mundo cuantitativo al mundo cualitativo, mundo en el que somos capaces de reconocernos: está surgiendo «una física humana». Esta visión del mundo sobrepasa la dualidad y las opciones tradicionales, para abordar una perspectiva cultural rica, pluralista, que reconoce que la vida en un orden superior no está sujeta a «leyes», sino que es capaz de abrirse a ilimitadas innovaciones y a otras realidades alternativas.

"Y este punto de vista ha sido expresado por muchos poetas y escritores como Tagore, Pasternak... El hecho de que podamos citar verdades enunciadas tanto por científicos como por poetas es ya en algún sentido una prueba de que es posible tender un puente entre las Dos Culturas, y de que nos encontramos a las puertas de un nuevo diálogo.


Nos estamos aproximando a una nueva unidad, a una ciencia no totalitaria, en la que nadie trata de reducir un nivel al otro".
 

El cerebro como estructura disipativa
Muchos antes de que la teoría de Prigogine fuera confirmada experimentalmente, un investigador israelí, Aharon Katchalsky, se había sentido impresionado por la magnitud de su alcance. Katchalsky, que era también físico y químico, había estudiado durante muchos años las pautas dinámicas del funcionamiento del cerebro, y estaba intentando comprender los mecanismos integrativos del cerebro y el significado de sus ritmos y oscilaciones.


El cerebro parecía ser un ejemplo perfecto de estructura disipativa. En cuanto a complejidad es el no va más. Tiene como característica su propia forma, el flujo que lo recorre, el estar en interacción con el entorno, el sufrir cambios abruptos, el ser muy sensible a las perturbaciones. Exige la parte del león respecto del total de la energía corporal: con un peso de sólo el 2 por ciento del cuerpo consume el 20 por ciento del oxígeno disponible. Los altibajos de su consumo energético son típicos de la inestabilidad de una estructura disipativa.


En la primavera de 1972, Katschalsky organizó una sesión de trabajo en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, a la que invitó a los principales investigadores sobre el cerebro, con el fin de presentarles la teoría recientemente propuesta por Prigogine. El mismo Katchalsky presentó también por su parte las pruebas que había acumulado sobre las propiedades dinámicas organizadoras de la naturaleza, y explicó cómo éstas se ven afectadas por fluctuaciones profundas y repentinas.

 

La teoría de las estructuras disipativas parecía poner en conexión las pautas dinámicas del cerebro con las alteraciones mentales. La psicología de la Gestalt, comentó, ha observado desde hace tiempo transiciones mentales repentinas, saltos en la percepción.

"La reestructuración de la personalidad individual puede suceder de forma repentina, como ocurre en casos de comprensión súbita, de captación de una habilidad nueva, de enamoramiento, o como en la experiencia de conversión de San Pablo".

En aquella sesión, Vernon Rowland de la Universidad de Case Western Reserve, predijo que este enfoque aplicado al cerebro permitiría desvelar el viejo misterio: en qué consiste la diferencia que hace que un todo sea más que la suma de sus partes. La clave parecía estar en la cooperación; cuanto mayor es la complejidad de un sistema, tanto mayor es también su capacidad de autotrascendencia.


Aunque la mayoría de los participantes desconocía la teoría, pronto se pusieron de acuerdo sobre la necesidad de proseguir su estudio en busca de la síntesis posible. Parecía probable que estuviera surgiendo todo un nuevo campo de investigación. Tal vez la idea de las estructuras disipativas podría ser clave para un progreso ulterior de la investigación sobre el cerebro, que parecía estar necesitando urgentemente un enfoque distinto del enfoque lineal habitual. Se decidió que Katchalsky presidiría otras sesiones futuras, organizaría el trabajo y sintetizaría los resultados.


Dos semanas más tarde, Katchalsky caía abatido por las balas de unos terroristas en el aeropuerto Lod de Tel Aviv.


Había estado a punto de conseguir un acercamiento muy prometedor: la aplicación de la teoría de las estructuras disipativas a la investigación de la conciencia y el cerebro humanos. Ello podría explicar el poder transformativo de las psicotécnicas; cómo es que por medio de éstas se pueden romper acondicionamientos que en estados ordinarios de conciencia se resisten firmemente al cambio.


Las ondas cerebrales reflejan fluctuaciones de energía. Suponen que hay un grupo de neuronas que están experimentando una actividad eléctrica lo suficientemente fuerte como para aparecer sobre el electroencefalograma (EEG). En estado de conciencia ordinario, el EEG de la mayoría de la gente está dominado por la presencia de ondas cerebrales pequeñas y rápidas (ritmo beta). En el estado beta, estamos más atentos al mundo exterior que a la experiencia interna. La meditación, la ensoñación, la relajación y otras diversas psicotécnicas tienden a aumentar las ondas cerebrales más lentas y más amplias, que se conocen con los nombres de alfa y theta. Dicho de otro modo, la atención interior genera una fluctuación más amplia en el cerebro. En estados alterados de conciencia, las fluctuaciones pueden alcanzar un nivel crítico, lo suficientemente amplio como para provocar el cambio a un nivel superior de organización.


Los recuerdos, que incluyen pautas de comportamiento y de pensamiento profundamente enraizadas en el sujeto, son estructuras disipativas. Son patrones o formas almacenadas en el cerebro. Recordemos que en una estructura disipativa las fluctuaciones pequeñas quedan amortiguadas por la forma existente, y carecen de efecto duradero. Pero las fluctuaciones de energía más amplia no pueden ser absorbidas por la estructura antigua. Instauran ondulaciones que atraviesan todo el sistema, creando en él nuevas conexiones repentinas. De esta forma, es probable que las pautas antiguas cambien en presencia de una perturbación o una agitación máxima, que es lo que sucede en estados de conciencia en los que se produce un flujo energético significativo.


La teoría de Prigogine puede ayudar a explicar los efectos espectaculares que a veces se producen en estados de meditación, de hipnosis o de ensoñación dirigida: la repentina liberación de una fobia o de un padecimiento físico que le había acompañado a uno desde siempre. La persona que revive un incidente traumático en un estado de atención interior profundamente concentrada perturba con ello la pauta de ese antiguo recuerdo específico. Ello desencadena una reorganización, una nueva estructura disipativa. La antigua organización queda rota.


El «cambio sentido» en la técnica de enfoque de la atención de Eugene Gendlin, caracterizado por un cambio de fase repentino en el EEG hacia los armónicos de las ondas alfa, responde probablemente a la aparición de un conocimiento nuevo, de una nueva estructura disipativa. Cambios similares del trazado electro-encefalográfico ocurridos en estados meditativos han podido asociarse a informaciones del sujeto sobre percepciones internas experimentadas por él en el mismo momento. La pauta mental correspondiente a un pensamiento bloqueado, un paradigma antiguo, una conducta compulsiva, un reflejo rotuliano... todo ello es estructuras disipativas, susceptibles de ampliación repentina.


La nueva estructura es como un paradigma más amplio. Y la perturbación que provoca un nuevo orden en una estructura disipativa es semejante a la crisis que ayuda a forzar el cambio en favor de un paradigma nuevo.


Una y otra vez encontramos la misma forma de proceder en la naturaleza a todos los niveles: moléculas y estrellas, conceptos y ondas cerebrales, individuos y sociedades, todos cuentan con el mismo potencial de transformación.


La transformación, como un vehículo que se desliza por una pendiente, acumula energía cinética durante su carrera. Las totalidades superan a sus partes en virtud de su propia coherencia interna, de la cooperación entre sus elementos, y del hecho de estar abierta a la entrada de nuevos datos. A mayor altura en la escala evolutiva, mayor libertad de reorganización. Una hormiga está obligada a cumplir su destino; el ser humano se labra el suyo. La evolución es un proceso continuo de ruptura de totalidades y de formación de otras nuevas, dotadas de mayor riqueza.


Incluso nuestro material genético está en estado de flujo. Si tratamos de vivir como sistemas cerrados, estamos condenados a la regresión. Si ensanchamos nuestra conciencia, si admitimos informaciones nuevas y sacamos provecho de la maravillosa capacidad de integración y reconciliación de nuestro cerebro, podemos dar un salto adelante.
 


PSI: lo desconocido en Física y en Parapsicología
Para comprender plenamente hasta qué punto la complejidad de la naturaleza trasciende la lógica ordinaria, uno solamente necesita hacer una visita al mundo fabuloso de la física quántica o a los laboratorios de parapsicología. Tanto en física teórica como en parapsicología, la letra griega psi designa lo desconocido.


Jeremy Bernstein, profesor de física en el Stevens Institute of Technology, ha dicho que algunas veces tiene la fantasía de estar en 1905 y de que es profesor de física en la universidad de Berna.

"Suena el teléfono y alguno de quien nunca he oído hablar se identifica como encargado de patentes en la oficina nacional de patentes en Suiza. Asegura haber oído decir que doy conferencias sobre la teoría electromagnética, y dice haber desarrollado algunas ideas que podrían interesarme. «¿Qué clase de ideas?» Pregunto en un tono un tanto despectivo.


Comienza a exponerme una serie de nociones sobre el espacio y el tiempo que suenan totalmente dementes: una regla puesta en movimiento se contrae; un reloj situado en el ecuador va más despacio que el mismo reloj situado en el polo Norte; la masa de un electrón aumenta con su velocidad; el que dos acontecimientos sean o no simultáneos depende del marco de referencia del observador, y así sucesivamente. ¿Cómo hubiera yo reaccionado?


Bueno, la gran mayoría de los contemporáneos de Albert Einstein habrían colgado el teléfono. Después de todo, en 1905 Einstein ni siquiera tenía un trabajo académico".

Pero una lectura cuidadosa de sus papeles habría demostrado que esas ideas estaban conectadas con lo que se sabía, decía Bernstein.

«Una teoría realmente nueva y auténtica puede aparecer completamente insensata a primera vista, pero si tiene algo de bueno debe ofrecer ese aspecto de conexión con lo anterior.»

No debe ser algo suspendido en el aire, y en eso se distingue de la pura especulación hueca.


La física moderna, que se ha dejado adentrar más y más en lo desconocido sin perder ese fino hilo de conexión, ha revelado la existencia de un nivel de realidad sumamente fluido, como los surrealistas relojes derretidos de Salvador Dalí. La materia tiene solamente «una tendencia a existir». No hay cosas, sólo existen conexiones. Sólo hay relaciones. Si la materia colisiona, su energía se redistribuye en otras partículas, en un caleidoscopio de vida y muerte como la danza de Shiva de la mitología hindú. En lugar de un mundo sólido y real, la física teórica nos presenta una red parpadeante de sucesos, relaciones y potencialidades.

 

Las partículas sufren transiciones repentinas, «saltos quánticos», comportándose a veces como unidades, y otras veces, de forma misteriosa, como si fuesen ondas. Una teoría actual contempla el universo como una «matriz de dispersión» en la que no existen partículas en absoluto sino solamente relaciones entre sucesos. Al nivel más primario, el universo parece ser paradójicamente global e indiferenciado, y esa textura inconsútil engendra de alguna forma el intrincado tapiz de nuestra experiencia, una realidad que no podemos de ninguna forma imaginar.


Pero las matemáticas pueden ir más allá que el sentido común. Mientras Prigogine desarrollaba un modelo matemático para describir esa extraña capacidad, autoorganizadora y trascendente, de la naturaleza, otra prueba matemática venía a amenazar los pilares de la física posteinsteniana, lo que era ya inimaginable para la mayoría de nosotros. Esta prueba, el teorema de Bell, fue enunciada en 1964 por J. S. Bell, un físico que trabajaba en Suiza, y fue confirmada experimentalmente por primera vez en 1972. El físico Henry Stapp, en un informe federal fechado en 1975, se refirió a él como al «descubrimiento más profundo de la ciencia».


El teorema de Bell había sido esbozado en 1935, cuando Einstein y otros dos colegas propusieron un experimento que creían iba a demostrar la falacia de la lógica quántica, que a Einstein le resultaba demasiado incierta para encontrarse cómodo con ella. Si la teoría de la mecánica quántica era correcta, decían, entonces un cambio en el spín de una partícula perteneciente a un sistema de dos partículas, afectaría simultáneamente a su gemela, incluso si ambas habían sido separadas previamente en el espacio.

 

A priori, la idea parecía absurda. ¿Cómo podían estar conectadas de esa forma dos partículas separadas? Este desafío, conocido más tarde con el nombre de «el efecto (o la paradoja) Einstein-Podolsky-Rosen», no consiguió refutar a la teoría quántica, que era lo que pretendía. En vez de ello, vino a llamar la atención sobre la extraña naturaleza del mundo subatómico. Lo cual nos lleva al sorprendente teorema de Bell. Los experimentos demuestran que si se separan dos partículas idénticas (de polaridad complementaria) y el experimentador cambia la polaridad de una de ellas, la de la otra cambia también instantáneamente. Las dos partículas permanecen, pues, misteriosamente, en relación.


Bernard d'Espagnat, físico de la universidad de París, escribía en 1979:

«La violación de los presupuestos de Einstein parece implicar que en algún sentido todos estos objetos constituyen un todo indivisible».

Según el físico Nick Herbert, ese efecto no se debe a un transfer de información, al menos en el sentido usual de la expresión. Más bien es,

«consecuencia sencillamente de la unidad de objetos aparentemente separados... una especie de tronera quántica a través de la cual la física viene a admitir no meramente la posibilidad sino incluso la necesidad de la visión unitaria de la mística: "Todos somos uno"».

Físicos de indudable seriedad se sienten sorprendidos por el curioso paralelismo que guardan sus descubrimientos con las antiguas descripciones místicas de la realidad. Esas semejanzas han sido puestas de relieve por Fritjof Capra en El Tao de la Física y por Gary Zukav en La Danza de los Maestros... 7.

 

Capra compara la visión orgánica, unificada y espiritual de la realidad en la filosofía oriental con el paradigma que está surgiendo en la física. El libro de Zukav toma su título de la expresión que se usa en chino para designar la física, wu li, traducible como «estructuras de la energía orgánica».

«El teorema de Bell no solamente sugiere que el mundo es completamente diferente de lo que parece, dice Zukav, "sino que lo exige". No hay duda acerca de ello. Está ocurriendo algo apasionante. Los físicos han "demostrado" de forma racional que las ideas racionales que tenemos sobre el mundo que vivimos son profundamente deficientes.»

Cita la opinión de Geoffrey Chew, director del departamento de física de la universidad de California, en Berkeley:

«Nuestra lucha actual (con los físicos avanzados) puede ser, pues, sólo una degustación de un esfuerzo humano intelectual completamente nuevo, que no solamente quedará fuera del campo de la física, sino que incluso se le describirá como "no científico"».

Según Zukav, en algún sentido puede que nos estemos aproximando al «final de la ciencia».

 

A la vez que seguimos intentando comprender, estamos aprendiendo a aceptar los limites de nuestros métodos reduccionistas. Sólo la experiencia directa puede proporcionarnos un sentido de este universo no local, de ese reino de lo interconectado. La conciencia ensanchada como por ejemplo en la meditación puede hacernos traspasar los limites de la lógica y asomarnos a un conocimiento más completo.

 

El fin de la ciencia convencional puede suponer,

«la llegada de la civilización occidental, a su debido tiempo y a su modo, a las dimensiones más elevadas de la experiencia humana».

En el curso de los años, muchos grandes físicos se han dejado absorber profundamente en el intento de descubrir el papel de la mente en la construcción de la realidad. Schródinger, por ejemplo, ha podido decir que explorar la relación entre la mente y el cerebro es la única tarea importante de la ciencia.

 

En cierta ocasión, citaba al místico persa Aziz Nasafi:

"El mundo espiritual es un único espíritu, situado como una luz detrás del mundo corporal. Cuando una criatura viene a la existencia, brilla a través de ella, como a través de una ventana. Según sea la clase y el tamaño de la ventana, entra más o menos luz en este mundo".

El pensamiento occidental está aún tratando de objetivarlo todo. Schródinger decía: «Necesita una transfusión de sangre de pensamiento oriental». Un sutra hindú reza: «En este mundo cambiante sólo existe la mente». Visión que encuentra un eco en el físico John Wheeler:

« ¿Será verdad que el mundo "es traído a la existencia", en algún extraño sentido, por el acto vital de participar?».

Para simbolizar su teoría de la complementariedad, Niels Bohr 8 diseñó un blasón que ostentaba el símbolo del yin y el yang. El aforismo taoísta «lo real es vacío y el vacío es real» no difiere mucho de esta afirmación del físico Paul Dirac:

«Toda materia ha sido creada de algún sustrato imperceptible..., de una nada, inimaginable e indetectable. Pero esa nada, de la que toda materia ha sido creada, tiene una forma peculiar».

En último término el psi sigue siendo incognoscible para la física. Revisando la teoría del Big Bang sobre los orígenes del universo, Robert Jastrow, un astrofísico que dirige el Instituto Godard de Estudios Espaciales de la NASA, señala que no se trata exactamente de una explicación causal.

«Si un científico examinase realmente sus implicaciones, quedaría traumatizado. Como de costumbre, cuando la mente debe afrontar algo traumático, reacciona ignorando sus implicaciones, en ciencia eso se llama "negarse a considerarlo", o trivializando el origen del mundo, dándole el nombre de Big Bang, como si el universo no fuera más que un petardo.»

Consideremos la enormidad del problema: la ciencia ha demostrado que el mundo comenzó a existir en medio de una gran explosión en un momento dado. Se pregunta: ¿cuál fue la causa que produjo ese efecto? ¿Qué o quién dotó de materia y energía al universo? ¿Fue creado el universo de la nada, o proviene de la reunión de materiales preexistentes? Y la ciencia es incapaz de responder a estas preguntas.


No es cuestión de esperar otro año, u otra década de trabajo, o de que surja otra medida u otra teoría. En este momento parece que la ciencia no podrá nunca alzar el telón tras el que se oculta el misterio de la creación


La naturaleza carece de niveles simples, ha señalado Prigogine. Cuanto más intentamos acercarnos a ellos, tanto mayor es la complejidad con que tropezamos. En este universo rico y creativo, las supuestas leyes de causalidad estricta son apenas caricaturas de la auténtica naturaleza del cambio.

 

Hay,

«una forma más sutil de realidad, en la que al mismo tiempo se encuentran implicadas todas las leyes y los juegos, el tiempo y la eternidad... En lugar de la clásica descripción del mundo como un autómata, estamos volviendo al antiguo paradigma griego que describía el mundo como una obra de arte».

Tanto Prigogine como sus colegas de Bruselas están ahora elaborando un concepto que juzgan más importante que la teoría de las estructuras disipativas: una especie de nueva teoría indeterminista, aplicable al nivel cotidiano de la realidad, y no solamente al campo de lo muy pequeño o de lo inconmensurable. Los procesos predecibles resultan alterados por lo impredecible. Aquí, como en general en la ciencia moderna, los descubrimientos clave se efectúan por sorpresa.

«Lo imposible se convierte en posible».

Lo que engendra este mundo nuestro de apariencias concretas es un dominio de indivisa totalidad; de esa dimensión, en la que sólo existen potencialidades, nosotros extraemos significados, sentimos, percibimos, medimos.


Según Eugene Wigner,

«todo fenómeno es inesperado y sumamente improbable antes de ser descubierto. Y algunos incluso siguen pareciendo irrazonables mucho tiempo después de haber sido descubiertos».

Los fenómenos paranormales fenómenos psi, probablemente no son menos naturales que los fenómenos de la física subatómica, pero son notoriamente menos previsibles. Y a mucha gente les resultan más amenazadores. Después de todo, si lo deseamos, podemos dejar de lado el mundo pavoroso de la física moderna. Una cosa es que un astrofísico como Stephen Hawking, de la universidad de Cambridge, hable de los agujeros negros,

«en los que el espacio-tiempo debe curvarse tanto que simplemente llega a su término, originando el derrumbamiento de todas las leyes físicas conocidas».

Nadie espera encontrarse en un agujero negro.


Pero otra cosa muy distinta es tener que reconocer la dimensión de lo desconocido en la vida cotidiana:

  • la evidencia de la visión a distancia (clásicamente conocida como clarividencia)

  • de la telepatía (transferencia de contenidos mentales)

  • de la precognición (conciencia de sucesos futuros)

  • de la psicoquinesis (interacción de la mente y la materia)

  • de la sincronicidad (coincidencia significativa, fenómeno compuesto de varios de los anteriores)

Salvo el de sincronicidad, estos fenómenos son susceptibles de experimentación. A pesar de la artificialidad del marco de laboratorio, de la importancia del estado mental y del notorio carácter escurridizo de psi, hay un cuerpo creciente de evidencias acumuladas en favor de la existencia irrefutable de este tipo de fenómenos y de que las psicotécnicas facilitan su producción. Se ha demostrado que la intención humana interactúa con la materia a distancia, afectando a partículas situadas en una cámara de burbujas, a cristales, e incluso a la tasa de desintegración radiactiva.

 

Se ha comprobado que la intención de «curar» altera las enzimas, los valores de la hemoglobina, y hasta los enlaces hidrógeno-oxígeno del agua. Se desconoce la forma cómo se transmite, así como también entre la intención y el efecto observado por control de biofeedback hay un eslabón ausente, y lo mismo sucede entre la sugestión y la reacción química cerebral que entraña el efecto placebo. Toda intención humana que se traduce en una acción física es fruto, efectivamente, de la acción de la mente sobre la materia. El modo de interacción entre la conciencia y el mundo físico sigue siendo un misterio.


La parapsicología, campo acotado de psicólogos y psiquiatras en otro tiempo, ha atraído a muchos físicos en los últimos años9. Incluso así, las teorías relativas al mecanismo de Psi son elementales, y la mayoría de ellas se limitan a intentar comprender lo que facilita o impide la producción de los fenómenos.


Un reciente estudio efectuado sobre más de setecientas referencias parapsicológicas recoge una variedad que marea de enfoques. Entre los factores estudiados, se encuentran:

  • efectos producidos por el tiempo y la distancia

  • elección forzada

  • impulsividad

  • motivación

  • factores interpersonales

  • el efecto-experimentador

  • alteraciones de la conciencia (sueños, hipnosis, biofeedback, drogas)

  • aspectos cerebrales correlativos (ondas alfa, especialización hemisférica, daños en el cerebro)

  • perfiles de personalidad de alta y baja puntuación (en neuroticismo, extraversión, creatividad, psicosis)

  • diferencias de sexo, de edad, y de puesto entre el número de hermanos

  • creencias

  • aprendizaje

  • signos de envejecimiento

  • cortocircuitos del ego

  • lenguaje corporal

  • respuestas a nivel del sistema nervioso autonómico (cambios en la circulación capilar, por ejemplo)

  • efectos producidos por luces estroboscópicas

La mente es un circuito invisible que nos une a todos.

«Pensad, pues, como si todos vuestros pensamientos fueran a ser grabados a fuego sobre el cielo a la vista de todos y de todo, porque así es en verdad como sucede», dice el Libro de Mirdad.

Psi no es un juego de salón. Esos fenómenos nos recuerdan que tenemos acceso a una fuente de conocimiento trascendente, a un dominio no limitado por el tiempo ni el espacio.
 


De la cantidad a la cualidad: los eslabones ausentes
En todos estos avances científicos nos encontramos con cambios cualitativos, con transformaciones más que con cambios graduales. Hay saltos, «eslabones ausentes».

 

Por ejemplo:

- Los cambios repentinos en la actividad cerebral, que se observan en los estados alterados de conciencia.
- El hiato que existe entre la intención y el efecto fisiológico consiguiente, en el biofeedback... y lo mismo entre la sugestión y la desaparición del dolor, en el efecto placebo.
- El carácter repentino de la intuición: el salto a la solución sin que haya unos claros pasos lógicos de por medio. La percepción repentina de gestalts, de percepciones globales, por el cerebro derecho.
- Los «genes saltarines» observados por los biólogos moleculares. Las mutaciones, o transformaciones del código genético. La súbita aparición de nuevas formas de vida en el curso de la evolución.
- Los saltos quánticos en física.
- La transferencia de información en los fenómenos para-normales.
- El cambio de una estructura disipativa a un orden superior.

En nuestras vidas y en nuestras instituciones culturales, hemos estado hurgando en aspectos cualitativos con instrumentos diseñados para detectar lo cuantitativo.

  • ¿Cómo podemos medir una sombra, o la llama de una vela?

  • ¿Qué es lo que miden los tests de inteligencia?

  • ¿Dónde se encuentra en el arsenal médico el deseo de 'vivir?

  • ¿Qué tamaño tiene la intención?

  • ¿Cuánto pesa una pena?

  • ¿Cómo es de profundo el amor?

Es imposible cuantificar las relaciones, las conexiones, la transformación. No hay nada en el mundo científico que pueda dar cuenta de la riqueza y complejidad de los cambios cualitativos. En un universo en transformación, la historia resulta instructiva, pero no es necesariamente un buen profeta. Como personas, sería tonto poner límites a nuestra propia capacidad, o a la de las otras personas, en función de nuestros conocimientos presentes o pasados, incluida la ciencia clásica.

 

Para quienes saben escuchar, la ciencia misma no deja de contarnos historias apasionantes de misterio, sin final, acerca de la riqueza inimaginable de este mundo. Así como quien abre un claro en la selva no hace sino aumentar la periferia de su zona de contacto con lo desconocido, también nosotros no estamos aprendiendo sino a conocer un poco mejor el alcance del territorio que aún nos queda por explorar.
 


Un mundo holográfico
Como observaba en 1972 Gunther Stent, especialista en genética molecular, algunos descubrimientos científicos aparecen de forma prematura. Muchos de estos descubrimientos, fruto de la intuición o del azar, permanecen descartados o ignorados basta que surge la posibilidad de conectarlos con los datos ya existentes. Aguarda, efectivamente, la aparición de un contexto que les dote de sentido.

 

El descubrimiento de los genes por Gregor Mendel, la teoría física de la absorción de Michael Polanyi, y la identificación, debida a Oswald Avery, del DNA como sustancia hereditaria básica, fueron ignorados durante años, e incluso décadas. Stent sugiere que la existencia de los fenómenos paranormales fue asimismo un descubrimiento prematuro, incapaz de ser apreciado por la ciencia, a pesar de los datos en su favor- mientras no hubiese surgido el marco conceptual adecuado.


Recientemente, un neurólogo de Stanford, Karl Pribram, ha propuesto un paradigma abarcativo que empareja la investigación cerebral con la física teórica; sirve para explicar la percepción normal, y al mismo tiempo excluye a las experiencias «para-normales» y trascendentales del campo de lo sobrenatural, demostrando que forman parte de la naturaleza.

 

Las afirmaciones de los místicos cogen sentido de repente al ser contempladas desde el ángulo radicalmente nuevo de esta «teoría holográfica». No es que Pribram estuviese interesado en lo más mínimo en dar crédito a visiones iluministas. Solamente estaba intentando encontrar sentido a la serie de datos acumulados en su laboratorio de Stanford, donde se habían llevado a cabo estudios rigurosos sobre los procesos cerebrales de mamíferos superiores, singularmente de primates.


Al principio de su carrera como neurocirujano, Pribram había trabajado con el famoso Karl Lashley, quien durante treinta años había estado buscando el misterioso «engrama» que supuestamente constituye la sede y la esencia misma de la memoria. Lashley entrenaba a una serie de animales experimentales, a los que luego dañaba sistemáticamente diversas porciones del cerebro, con la esperanza de poder determinar la zona donde se localiza lo aprendido.

 

Las extirpaciones parciales del cerebro empeoraban un tanto los resultados, pero le fue imposible erradicar en ellos lo aprendido sin producir daños mortales en su cerebro. En un momento dado, Lashley dijo humorísticamente que su investigación probaba la imposibilidad del aprendizaje. Pribram había tomado parte en la redacción de la investigación monumental de Lashley, lo que le hizo estar abocado al misterio del engrama ausente. ¿Cómo era posible que la memoria no estuviera almacenada en alguna parte del cerebro, sino distribuida por todo él?


Más tarde, cuando Pribram pasó al Center for Studies in the Behavioral Sciences de Stanford 10, aún se sentía turbado por el misterio que lo había atraído a investigar sobre el cerebro: ¿de qué forma recordamos? A mediados de los años sesenta, en un ejemplar de la revista Scientific American, leyó un artículo sobre la construcción por vez primera de un holograma, especie de «imagen» tridimensional obtenida por medio de una fotografía sin lentes. Dennis Gabor había inventado en principio la holografía en 1947, descubrimiento que le valió más tarde la concesión del premio Nobel, pero la construcción de un holograma tuvo que esperar hasta que fue inventado el láser.


El holograma es uno de los inventos realmente notables de la física moderna, algo realmente fantástico cuando se lo ve por primera vez. La imagen fantasmal que produce puede ser contemplada desde ángulos diversos, y aparece como suspendida en el espacio.

 

Lyall Watson describe perfectamente el principio en que se basa:

"Si dejamos caer un guijarro en un estanque, producirá una serie de ondas regulares que se desplazarán hacia afuera en círculos concéntricos. Si dejamos caer dos guijarros idénticos en diferentes puntos del estanque, se formarán dos series de ondas semejantes que se irán acercando recíprocamente. En las zonas de encuentro se producirán interferencias.

 

Cuando coincidan las crestas de una y otra, colaborarán a la formación de una onda reforzada que tendrá una altura doble de la normal. Cuando coincida una cresta con un vano, ambos se anularán produciendo un área aislada de agua en calma. De hecho, suceden todas las combinaciones posibles de ambas, con lo que el resultado final es un conjunto complejo de ondulaciones, conocido con el nombre de matriz de interferencia.


Las ondas luminosas se comportan exactamente de la misma forma. El tipo de luz más pura disponible es la producida por un láser, que emite un rayo en el que todas las ondas tienen la misma frecuencia, como las que produciría un guijarro ideal en un estanque perfecto.

 

Cuando dos rayos láser entran en contacto, producen una matriz de interferencia formada por ondulaciones oscuras y luminosas que pueden grabarse en una placa fotográfica. Y si uno de estos rayos, en vez de venir directamente del láser, viene primero reflejado en un objeto, corno por ejemplo un rostro humano, la matriz resultante será realmente muy compleja, pero a pesar de todo sigue siendo posible grabarla. Lo grabado será el holograma de ese rostro".

La luz llega a la placa fotográfica de dos fuentes: desde el mismo objeto y desde el rayo de referencia, esto es, la luz reflejada por un espejo hacia el objeto y de éste a la placa. El aparente sin sentido de ondas irregulares grabado en la placa no se parece en nada al objeto original, pero la imagen puede ser reconstituida por medio de una fuente de luz coherente como un rayo láser. El resultado es una apariencia tridimensional proyectada en el espacio a cierta distancia detrás de la placa


Si se rompe la placa, cualquier pedazo de ella tiene la facultad de poder reproducir entera la misma imagen.


Pribram vio en el holograma un modelo apasionante de la forma como el cerebro almacena la memoria11. Si la memoria se encuentra distribuida más que localizada en el cerebro, tal vez sea un holograma. Tal vez el cerebro se ocupa de interacciones, interpretando frecuencias bioeléctricas en toda su extensión. En 1966, publicó un primer artículo exponiendo esa conexión.

 

En los años siguientes, junto con otros investigadores, fueron descubriendo lo que parecían ser las estrategias de cálculo utilizadas por el cerebro para sentir y conocer. Parece que para poder ver, oír, oler, gustar, etc., el cerebro lleva a cabo una serie de cálculos complejos sobre las frecuencias de los datos que recibe. La dureza, el color rojo, o el olor a amoníaco, son solamente frecuencias cuando ingresan en el cerebro. Estos procesos matemáticos tienen poca relación, en términos de sentido común, con el mundo real tal como lo percibimos.


Según el neuroanatomólogo Paul Pietsch,

«los principios abstractos del holograma pueden explicar las propiedades más inasibles del cerebro».

El aspecto difuso de un holograma no ofrece mayor apariencia de sentido común que el cerebro. Todo el código se encuentra en cualquier punto del medio.

«La mente almacenada no es una cosa. Son relaciones abstractas... La mente es algo matemático, en el sentido de quebrados, ángulos y raíces cuadradas. No es de extrañar que sea difícil de sondear.»

Pribram ha sugerido que esos intrincados procesos matemáticos podrían llevarse a cabo por medio de las ondas lentas que, según se sabe, recorren las células nerviosas por una red de fibras muy finas. El cerebro podría descodificar las huellas almacenadas en su memoria, de un modo semejante a como la proyección de un holograma descodifica o aclara la imagen original. La eficacia extraordinaria del principio holográfico lo hace aún más atractivo. Como la configuración grabada en la placa holográfica no tiene dimensiones espacio-temporales, resulta posible grabar miles de millones de unidades de información en un espacio diminuto, como sin duda están también almacenadas en el cerebro.


Pero en 1970 ó 1971, Pribram comenzó a sentirse turbado por una última y penosa pregunta. Si el cerebro realmente conoce sobre la base de componer hologramas, transformando matemáticamente las frecuencias que le llegan «desde fuera», ¿quién es quien interpreta en el cerebro los hologramas? Es una pregunta antigua y recurrente. Desde los griegos, los filósofos no han dejado de preguntarse por «el espíritu de la máquina», por el «caballo de la locomotora», etc. ¿Dónde está el yo, la entidad que hace uso del cerebro? ¿Quién realiza el acto de conocer? O bien, como decía en una ocasión San Francisco de Asís, «lo que estamos buscando es lo que busca».


Una noche que estaba dando una conferencia en Minnesota, Pribram musitó pensativo que la respuesta podría estar en el campo de la psicología de la Gestalt, según la cual lo que percibimos «ahí fuera» es lo mismo que, es isomórfica con, los procesos cerebrales. De pronto exclamó: «¡Tal vez el mundo es un holograma!».

 

Asustado por las implicaciones de lo que acababa de decir, se quedó callado. ¿Eran hologramas los que estaban allí sentados escuchándole? ¿Eran representaciones de frecuencias interpretadas por su cerebro y por los cerebros de los demás? Si la misma naturaleza de la realidad es holográfica, y si el cerebro opera de forma holográfica, entonces el mundo es realmente maya, como afirman las religiones orientales: una mera apariencia mágica. Su materialidad concreta es una ilusión.


Poco después, mientras pasaba una semana con su hijo, físico, examinaban juntos estas ideas buscando una posible respuesta en el campo de la física. Su hijo mencionó que David Bohm, protegido en otro tiempo por Einstein, venía exponiendo desde hacía tiempo ideas similares. Pocos días después, Pribram había leído una copia de los principales artículos de Bohm, en los que invocaba la necesidad de un nuevo orden en el dominio de la física. Pribrain se sintió como sacudido por una descarga. Lo que Bohm estaba describiendo era un universo holográfico.


Todo este mundo aparentemente tangible, estable, visible y audible, es una ilusión, decía Bohm. Es dinámico y caleidoscópico: no está realmente «ahí». Lo que nosotros vemos normalmente es el orden ex-plicado, des-plegado, de las cosas: algo así como contemplar una película. Pero hay un orden subyacente, que es como el padre de esta realidad de segunda generación. A este otro orden lo llamaba orden im-plicado. Este orden implicado encierra en sí nuestra realidad, de un modo muy semejante a como el DNA presente en el núcleo de la célula encierra en sí toda la vida en potencia y dirige el curso de su despliegue.


Para ilustrar estas ideas, Bohm describe la imagen de una gota de tinta insoluble que se deja caer sobre glicerina. Si por medio de un dispositivo mecánico se hace girar lentamente el fluido de manera que no se difunda en él la tinta12, la gota acaba finalmente convirtiéndose en un fino hilillo distribuido por todo el sistema, de manera que acaba por resultar invisible a simple vista. Dando marcha atrás al dispositivo, el hilo comenzará lentamente a recobrarse hasta que acaba fundiéndose de pronto nuevamente en una gota visible.


Antes de producirse la fusión, puede decirse que la gota está «implicada» en el líquido viscoso, mientras que luego aparece de nuevo desplegada.


Imaginemos a continuación que hemos dejado caer varias gotas en el fluido en momentos diferentes y en distintas posiciones. Si hacemos dar vueltas a las gotas de tinta de forma continuada y lo suficientemente rápido, parecerá que hay una única gota de tinta que se mueve continuamente de un lado a otro en el fluido de base. Pero no existe tal cosa. Otros ejemplos: una fila de bombillas eléctricas que se encienden y se apagan en un anuncio luminoso, dando la impresión de una flecha en movimiento, o los dibujos animados, que producen la ilusión de un movimiento continuo. De igual forma, todas las sustancias y movimientos aparentes son ilusorios. Todos ellos provienen de Otro orden más primordial del universo. Bohm da a este fenómeno el nombre de holomovimiento.


Desde los tiempos de Galileo, afirma, hemos estado contemplando la naturaleza a través de lentes; como sucede en el microscopio electrónico, nuestro mismo empello por objetivar, altera lo que queremos ver. Queremos encontrar sus limites, dejarlo quieto por un momento, cuando su verdadera naturaleza pertenece a otro orden de realidad, a otra dimensión en la que no existen cosas. Es como si quisiéramos enfocar bien el objeto «observado», como si quisiéramos someter a análisis una imagen, cuando en realidad la forma más precisa de representarlo es la imagen desenfocada. La realidad básica en sí está desenfocada.


Pribram tuvo la ocurrencia de que el cerebro, al emplear sus estrategias matemáticas, podría estar enfocando la realidad a modo de una lente. Esas transformaciones matemáticas transforman las frecuencias en objetos. Reciben el potencial desenfocado, convirtiéndolo en sonido, color, olor, gusto y tacto.

«Tal vez la realidad no sea tal como la perciben nuestros ojos», dice Pribram. «Si no tuviéramos esa lente, las transformaciones matemáticas operadas por nuestro cerebro, posiblemente conoceríamos un mundo organizado como un campo de frecuencias. Sin espacio ni tiempo, sino tan sólo aconteceres. ¿Sería descifrable la realidad a partir de ese campo?»

Pribram ha apuntado que las experiencias trascendentales, los estados místicos, pueden permitimos un acceso directo ocasional a ese campo. Ciertamente, los informes de sujetos sometidos a esos estados suenan a menudo como si fueran descripciones de la realidad quántica, coincidencia que ha inducido a muchos físicos a hacer especulaciones semejantes. Si traspasamos nuestro modo ordinario, restrictivo, de percibir, lo que Aldous Huxley llamaba la válvula reductora, podemos sintonizarnos con la fuente o matriz de la realidad. Y las matrices de interferencias neurológicas del cerebro, sus procesos matemáticos, pueden ser idénticos al estado primordial del universo.

 

Es decir, nuestros procesos mentales están hechos de la misma materia que el principio organizador. Los físicos y astrónomos han señalado en ocasiones que la auténtica naturaleza del universo es inmaterial aunque ordenada. Einstein sentía frente a esta armonía una especie de reverencia mística. El astrónomo James Jeans ha dicho que el universo se parece más a un gran pensamiento que a una gran máquina, y el también astrónomo Arthur Eddington afirmó que «la materia del universo es de orden mental». Más recientemente, David Foster, especialista en cibernética, ha descrito «un universo inteligente», cuya aparente concreción viene generada en realidad por datos cósmicos procedentes de una fuente incognoscible y organizada.


En síntesis, la super teoría holográfica afirma que nuestros cerebros constituyen matemáticamente la realidad «sólida» mediante la interpretación de frecuencias provenientes de una dimensión que trasciende el espacio y el tiempo. El cerebro es un holograma que interpreta un universo holográfico. Somos realmente participantes en la realidad, observadores que afectan a lo observado.


Vistos a esta luz, los fenómenos paranormales no son sino subproductos de esa matriz omniubicua y simultánea. Los cerebros individuales son pedazos de un holograma más grande. Bajo ciertas circunstancias, tienen acceso a toda la información presente en el sistema cibernético total. La sincronicidad, esa red de coincidencias que parece testimoniar la existencia de alguna relación o intención superior, encaja también perfectamente en el modelo holográfico. Tales coincidencias cargadas de sentido derivan de la naturaleza estructurada, intencional y organizadora de la realidad matriz.

 

La psicoquinesis, la acción de la mente sobre la materia, puede ser resultado natural de esa interacción al nivel primordial. El modelo holográfico resuelve uno de los enigmas permanentes de Psi: la incapacidad de detectar por medio de instrumentos la aparente transferencia de energía que tiene lugar en la telepatía, en la curación a distancia o en la clarividencia. Si todo esto sucede en una dimensión que trasciende el espacio y el tiempo, no es preciso que la energía se desplace de un lado a otro. Como dice un investigador, «no hay aquí o allá».


Durante años, los interesados en los fenómenos mentales humanos han venido prediciendo la aparición de una nueva teoría revolucionaria, que apoyándose en una base matemática vendría a demostrar que lo sobrenatural forma parte de la naturaleza. El modelo holográfico se corresponde con esa teoría integral, que viene a abarcar todos los aspectos extravagantes de la ciencia y del espíritu. Muy bien podría tratarse del paradigma ilimitado, paradójico que la ciencia venía reclamando.

 

Su poder de explicación, al otorgar sentido a antiguos fenómenos y al suscitar nuevas y acuciantes preguntas, enriquece y ensancha el campo de muy diversas disciplinas. Esta teoría presupone que los estados de conciencia armónicos y coherentes favorecen ~ la sintonización con el nivel primordial de la realidad, que es una dimensión en la que reinan el orden y la armonía. Esa sintonización vendría dificultada por la cólera, la ansiedad y el miedo, en tanto que sería facilitada por el amor y la empatía.

 

Esto tiene implicaciones para el aprendizaje, el entorno, la familia, el arte, la religión, la filosofía, la curación y la autocuración. ¿Qué es lo que nos fragmenta? ¿Qué es lo que nos hace ser completos? Esas descripciones de sensación de fluidez, de cooperar con el universo que suelen acompañar al proceso creativo, a algunas proezas atléticas extraordinarias, y que a veces se dan hasta en la vida ordinaria, ¿son una señal de nuestra conexión con la fuente?


Las experiencias tan a menudo reseñadas en los cuestionarios de la Conspiración de Acuario, esas horas e incluso meses «de gracia», en los que tenemos la sensación de estar en cooperación con la fuente misma de la vida, ¿eran momentos en que estábamos en armonía con el nivel primordial de la realidad? Hay millones de personas que están experimentando con las psicotécnicas. ¿Están con ello contribuyendo a crear una sociedad más coherente, más en resonancia? ¿Están creando orden, como núcleos de cristalización, en el gran holograma social? Tal vez consiste en esto el proceso misterioso de la evolución colectiva.


El modelo holográfico permite también explicar el extraño poder de las imágenes: la forma como lo que imaginamos, lo que visualizamos, influye en los acontecimientos. Imágenes evocadas en un estado trascendente pueden convertirse en realidad.


Keith Floyd, un psicólogo del Virginia Intermont College, decía que de acuerdo con la hipótesis holográfica,

«y contrariamente a lo que todo el mundo piensa que es así, puede que no sea el cerebro el autor de la conciencia, sino más bien puede que sea la conciencia la que cree la apariencia del cerebro, de la materia, del espacio, del tiempo, y de todo lo demás que nos complacemos en interpretar como universo físico».

El acceso a unos dominios que trascienden el espacio y el tiempo podría explicar también antiguas intuiciones sobre la naturaleza de la realidad. Pribram señala que Leibniz, filósofo y matemático del siglo diecisiete, postuló en sus escritos un universo compuesto de mónadas, esto es, unidades que llevan incorporada en sí toda la información del conjunto. Es interesante notar que Leibniz había descubierto el cálculo integral que hizo posible la invención de la holografía. Leibniz sostenía que el comportamiento admirablemente ordenado de la luz, aspecto crucial en la holografía, indicaba la existencia de un orden de realidad subyacente, radical y estructurado.


Los antiguos místicos describieron también correctamente el funcionamiento de la glándula pineal siglos antes de que la ciencia pudiera confirmarlo.

« ¿Cómo pudieron surgir ideas como éstas siglos antes de contar con los instrumentos que nos permiten comprenderlas?», se preguntaba Pribram. «Tal vez en el estado holográfico, al nivel del campo de frecuencia, hace cuatro mil años es lo mismo que mañana.»

De un modo semejante, Bergson había dicho en 1907 que la última realidad es una red subyacente de conexiones, y que el cerebro refleja como en una pantalla esa realidad más vasta. En 1929, Whitehead describía la naturaleza como un gran plexo en expansión de acontecimientos situados más allá de toda percepción sensible. La materia y la mente son diferentes solamente en nuestra imaginación; de hecho, están entrelazados.


Bergson sostenía que los artistas, lo mismo que los místicos, tienen acceso al élan vital, al impulso creativo subyacente. Los poemas de T. S. Elliot están plagados de imágenes holográficas:

«El punto inmóvil del mundo en rotación», que no es humano ni inhumano, que no es movimiento ni detención. «Ni habléis tampoco de fijeza allí donde el pasado y el futuro se reúnen. A no ser por el punto, el punto inmóvil, no existiría la danza, y danza es todo lo que existe.»

El místico alemán Meister Eckhart dijo que «Dios se hace y se deshace». Y Rumi, el místico sufí, decía:

«Las mentes humanas perciben las causas segundas, pero sólo los profetas perciben la acción de la Causa Primera».

Emerson sugería que nosotros vemos, «de forma mediata, no directamente», que somos lentes coloreadas y distorsionadas. Quizá nuestras «lentes subjetivas» estén dotadas de poder creativo, decía, y no existan objetos reales fuera de nosotros en el universo: el juego e incluso el terreno de juego de la historia entera quizá no sean más que radiaciones producidas por nosotros.

 

Un folleto publicado por la Sociedad Teosófica en los años treinta describía la realidad como una matriz viviente, «en la que cada punto matemático contiene las potencialidades del conjunto...».

 

Teilhard creía que la conciencia humana puede retornar a un punto «en el que las raíces de la materia desaparecen de la vista». La realidad posee un «dentro», lo mismo que un «fuera», afirmaba. En los libros de Don Juan, Carlos Castañeda describe dos dimensiones que suenan como las dimensiones holográficas primaria y secundaria: el poderoso nagual, un vacío indescriptible en que todo se contiene, y el tonal, reflejo ordenado de eso indescriptible desconocido.
 

En El hombre que regaló el trueno a la tierra, Nancy Wood narra una historia taoísta:

"El Segundo Mundo es el auténtico centro de la vida, dijo el Viejo. Allí todo puede ocurrir, pues allí todo es posible. Es un mundo de tal vez y de por qué no... Está lleno de caminos en una sola dirección... El Segundo Mundo es un mundo en que los nudos se deshacen... un mundo en el que nada tiene nombre ni dirección... donde no hay respuestas aunque surgen continuamente nuevas preguntas".

Arthur Koestler habla de una «realidad de tercer orden», que contiene fenómenos que no pueden ser captados ni explicados en el ámbito sensorial o intelectual,

«y que sin embargo en ocasiones les invaden (a estos niveles) como meteoros espirituales que atravesasen la bóveda celeste del hombre primitivo».

En un antiguo sutra de Patanjali se afirma que el conocimiento de «lo sutil, lo oculto y lo distante» surge mirando con la pravritti, término sánscrito que significa «antes de la onda». Esta descripción sugiere la idea de un mundo aparentemente concreto generado por matrices de interferencia, por ondas.


Y en un sutra hindú se encuentra esta antigua y extraordinaria descripción de una realidad holográfica:

"Se dice que en el cielo de India existe una red de perlas dispuestas de tal manera que si se contempla una se ven todas las demás reflejadas en ella. De igual forma, todo objeto de este mundo no es él solamente, sino que encierra en sí a todos los demás objetos, y está de hecho en todos los demás objetos".

En una conferencia que tuvo lugar en San Diego en 1976, Pribram explicó que el cerebro, tal como a él se lo habían enseñado, era una computadora, pero que «el cerebro que hoy conocemos permite explicar las experiencias de que hablan las disciplinas espirituales».


Sin embargo, al pretender explicar de qué forma puedan ser alterados los procesos cerebrales, como para que resulte posible una experiencia directa del campo de frecuencias, seguimos moviéndonos en el terreno hipotético. Puede que implique un fenómeno de percepción conocido: la «proyección», que nos permite experimentar un sonido plenamente tridimensional como si emanase de un punto situado a medio camino entre ambos altavoces, en vez de provenir de dos fuentes distintas; también, si se golpean ambas manos de una persona a un ritmo determinado, ésta puede sentir como si tuviera una tercera mano en medio de ambas.

 

Pribram sugiere como hipótesis la implicación de una región cerebral profunda, sede de perturbaciones patológicas y de impresiones del tipo déja vu, que parece estar implicada en la experiencia mística de «conciencia sin contenido». Cierta alternancia de frecuencia y las relaciones de fase producidas en estas estructuras podría ser el «ábrete sésamo» de los estados trascendentales.


Según Pribram, la experiencia mística no es más extraña que muchos otros fenómenos naturales, como por ejemplo la liberación selectiva de DNA a fin de formar primero un órgano y luego otro.

«Si obtenemos fenómenos paranormales o de ESP (percepción extrasensorial), o fenómenos nucleares en física, eso significa simplemente que en ese momento estamos dejando expresarse otra dimensión. En la dimensión ordinaria, nos resulta incomprensible.»

Pribram reconoce que el modelo no es fácil de asimilar; subvierte demasiado radicalmente nuestro anterior sistema de creencias, nuestra forma de comprender las cosas, el espacio y el tiempo de acuerdo con el sentido común. Las nuevas generaciones crecerán acostumbradas a la forma holográfica de pensamiento; y para facilitar el camino, Pribram sugiere que los niños deberían familiarizarse con las paradojas desde la escuela primaria, ya que los nuevos descubrimientos científicos están preñados de contradicciones.


Un auténtico científico debe estar dispuesto a defender el espíritu tanto como los propios datos que lo apoyan.

«Ese es el concepto original de la ciencia: la búsqueda de la comprensión», dice Pribram. «Los días de los tecnócratas de cabeza y corazón frío parecen estar contados».

Pribram admite a veces con un aire de complicidad: «Espero que se den cuenta de que yo tampoco comprendo nada de esto». Esta confesión provoca generalmente un suspiro de alivio incluso entre los auditorios científicamente mejor preparados.


La extensa repercusión de la síntesis de las ideas de Pribrain con las de David Bohm y con el modelo de Prigogine ha suscitado el interés apasionado de sociólogos, filósofos y artistas13. Se han organizado Simposiums de equipos interdisciplinares por todo el país, y con la presencia de altos cargos del gobierno en Washington. En una conferencia a la que fue invitado, Pribram discutió sus ideas en una comisión con cinco premios Nobel14.


Toda esta rápida convergencia de revoluciones científicas en física, parapsicología, interacción de mente y cuerpo, evolución acelerada, la doble vía de conocimiento del cerebro y su capacidad de conciencia trascendente, nos está seguramente aportando un mensaje. Cuanto más aprendemos sobre la naturaleza de la realidad, más claramente apreciamos el carácter artificial de nuestro entorno y de nuestras vidas.

 

Por ignorancia o por arrogancia, hemos estado yendo a contracorriente de la naturaleza. No comprendiendo la capacidad del cerebro para transformar el dolor y el desequilibrio, los hemos amortiguado a base de tranquilizantes o nos hemos intentado distraer con lo primero que teníamos a mano. No comprendiendo que el todo es siempre más que la suma de sus partes, hemos acantonado nuestra información en islas, hasta formar un archipiélago de datos desconectados. Todas nuestras grandes instituciones han crecido aisladas las unas de las otras.

 

Sin darnos cuenta de que la evolución de nuestra especie es fruto de la colaboración, hemos optado por la competitividad en el trabajo, en la escuela, en las relaciones. Como no hemos comprendido la capacidad del cuerpo para reorganizar sus procesos internos, nos hemos drogado y automedicado, produciéndonos extraños efectos secundarios. Como no hemos comprendido a nuestras sociedades como grandes organismos, las hemos manipulado con «remedios» peores que los mismos males.


Más pronto o más tarde, si la sociedad humana tiene que evolucionar o dicho con mayor precisión, si tiene que sobrevivir, necesitamos ponemos a la altura de nuestros nuevos conocimientos. Durante demasiado tiempo las Dos Culturas, las humanidades impregnadas de estética y sentimiento y la ciencia fría y analítica, han funcionado independientemente una de otra, como los hemisferios derecho e izquierdo de un paciente con el cerebro dividido. Hemos sido víctimas de nuestra conciencia colectiva dividida.


El novelista Lawrence Durrel dice en Justine:

«En alguna parte en el corazón de toda experiencia reside un orden y una coherencia que seríamos capaces de captar si fuéramos lo suficientemente atentos, pacientes y amorosos. ¿Nos queda tiempo todavía?».

Tal vez, al fin, la Ciencia pueda decir sí a las Artes.


1. Charles Richet, premio Nobel por su descubrimiento del shock alérgico, fue muy criticado cuando emprendió el estudio del fenómeno de la clarividencia. «Yo nunca dije que fuera posible», respondió Richet. «Yo sólo dije que era verdad.»

2. En cierto sentido, los Conspiradores de Acuario representan a las Dos Culturas: por lo general tienen que ver a la vez con las ciencias y las artes. Un alto porcentaje de los encuestados toca un instrumento musical, ejerce algún ante u oficio, y lee literatura, poesía y ciencia-ficción. En la ciencia, buscan algo más que información; buscan sentido, meta esencial de todo artista.

3. El escritor científico George Alexander describía así la nueva teoría: "Mientras que el gradualismo compararía la evolución a un majestuoso desfile oficial en el que irían pasando unos tras otros una serie de grandes espectáculos, como sucede en el desfile del Día de San Patricio en Nueva York, el equilibrio puntuado la asemeja más bien a una serie de reuniones de vecinos o ferias callejeras. Estos sucesos localizados son fundamentalmente aislados"

4. El historiador y crítico de arte Rudolf Arnheim señalaba que cuando se formuló el Segundo Principio de la Termodinámica, Europa comenzó a echar mano de él para explicar todo lo que parecía ir por mal camino. "El sol se estaba empequeñeciendo, la tierra se estaba enfriando", y el mismo declive entrópico generalizado era evidente en los bajos niveles de disciplina en el ejército, en la decadencia social, en la disminución de la tasa de nacimientos, en el aumento de enfermedades mentales, de tuberculosis, de problemas en la visión.

5. La evolución, que se suponía requerir miles de años, puede no necesitar sino una sola generación, a juzgar por el reciente nacimiento de un «siabon», fruto de un gibón macho y una siamang hembra pertenecientes a especies de monos genéticamente diferentes. En la actualidad los científicos aventuran la hipótesis de que el mecanismo primario de divergencia específica podría consistir en múltiples reordenaciones del material genético más que en una acumulación de mutaciones.

6. La no-linealidad no es algo misterioso. Prigogine cita un ejemplo tomado de la vida cotidiana: la densidad del tráfico circulatorio. Cuando el tráfico es ligero, podemos conducir de forma lineal, moviéndonos más o menos según elijamos, simplemente reduciendo la velocidad o cambiando de carril. Pero cuando el tráfico es denso, "la cosa cambia, surge una competición entre los acontecimientos". Entonces no sólo conducirnos, sino que somos conducidos por el sistema. Ahora todos los coches se afectan recíprocamente.

7. El título original es The Dancing Wu Li Master, aparecido en castellano con el título que aparece en el texto. (N. del T.)

8. Niels Bohr, físico quántico, enuncio su teoría de la complementariedad para explicar la realidad dual onda-partícula de la luz. El ser partícula y onda son propiedades mutuamente excluyentes de nuestra interacción con la luz, pero igualmente necesarias para entenderla. No son propiedades de la luz, porque sin el observador la luz no existe. (N. del T.)

9. Históricamente ha habido numerosos científicos eminentes que se han sentido atraídos por Psi. Entre los primeros miembros de Society for Psychical Research británica, había tres premios Nobel: J. J. Thompson, descubridor del electrón; lord Raleigh (J. W. Strutt), descubridor del argón; y Charles Richet. William James, considerado generalmente como el padre de la psicología norteamericana, fue co-fundador de la American Society for Psychical Research. Entre otros premios Nobel interesados particularmente en los fenómenos Psi, podemos citar a Alexis Carrel, Max Planck, el matrimonio Curie, Schródinger, Charles Sherrington y Einstein (que escribió el prólogo a un libro de Upton Sinclair sobre telepatía, titulado Mental Radio). Carl Jung y el premio Nobel de tísica Wolgang Pauli elaboraron conjuntamente una teoría sobre la sincronicidad. Pierre Janet, famoso científico francés del siglo diecinueve, investigó activamente sobre Psi. Luther Burbank y Thomas Edison mostraron también un fuerte interés por este campo.
Otros Conspiradores de Acuario que respondieron al cuestionario (ver Apéndice) mostraron un nivel de creencia en los fenómenos Psi sumamente alto. Por lo general, este interés había recorrido unas pautas cronológicas: al principio, fascinación, miedo, o ambas cosas; luego, tendencia a evitar estos fenómenos, por considerarlos distractivos del proceso transformativo propiamente tal; y finalmente, aceptación de los mismos como naturales y plausibles, como una extensión de las facultades creativas humanas y como una prueba evidente de la unidad esencial de la vida entera.

10. Mientras Pribram trabajaba en su obra decisiva Los lenguajes del cerebro, Thomas Kuhn estaba escribiendo en el despacho de al lado La estructura de las revoluciones científicas.

11. Entre los investigadores que primero entrevieron la conexión entre los fenómenos de la conciencia y el principio holográfico, se cuentan Dennis Gabor, descubridor de la holografía; Ula Belas, de los laboratorios de la compañía telefónica Bell; Dennis y Terence McKenna; los físicos William Tiller y Evan Harris; el biólogo Lyall Watson; y los inventores Itzhak Bentov y Eugene Dolgotf

12. Ese dispositivo consiste en un cilindro embutido dentro de otro hueco, de tal manera que en el espacio entre ambos hay una capa de glicerina, en la que se deja caer la tinta. Girando el cilindro interior, se obtiene el efecto que se describe. (N. del T.)

13. ¿Cómo encaja la teoría holográfica con la teoría de las estructuras disipatívas? Pribram afirma que las estructuras disipativas son el medio por el cual se despliega el orden implicado, la manera como se manifiesta en el espacio y en el tiempo.
Entre tanto, Apolinario Nazarea, de la universidad de Texas, en Austin, ha expresado un «tranquilo optimismo» en que el desarrollo teórico de las estructuras disipativas pueda «reivindicar entre sus principales líneas directrices la así llamada teoría holográfica... aunque enfocada desde un ángulo distinto».

14. También en Europa tuvo lugar en 1979, en la ciudad de Córdoba, un Coloquio organizado por la emisora francesa de radio France-Culture con el título «Ciencia y Conciencia», que reunió entre sus participantes al propio Karl Pribram, a David Bohm, Fritjof Capra, Costa de Beauregard, y el premio Nobel Brian D. Josephson, entre otros físicos, además de personalidades eminentes, especialistas en diversas filosofías y tradiciones orientales.
Este Coloquio, también conocido por los especialistas como «Coloquio de Córdoba», se celebró en esta ciudad en recuerdo del encuentro que en ella tuvieron en el siglo trece el más célebre filósofo académico de la época, Averroes, con Ibn Arabi, uno de los mayores maestros sufíes del pensamiento y la experiencia mística del Islam en aquel tiempo.
El Coloquio pretendía renovar el encuentro entre «las dos lecturas del universo», el enfoque científico y la experiencia espiritual, simbolizadas por aquellos dos hombres, en un nuevo intento de comprobar la progresiva aproximación que se está produciendo entre el mundo de la ciencia y el mundo del espíritu.
La propia edición francesa incluye en el texto una referencia semejante, relativa a este Coloquio. (N. del T)


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