por Alberto Medina Mendez
14 Febrero 2016
del Sitio Web
TeoduloLopezMelendez
Desde hace algún tiempo se ha instalado una perversa idea que parece
muy simpática y cuenta con muchos adeptos, pero que oculta profundos
riesgos.
La llegada de algunos personajes a la
política, que no provienen de ella y que han intentado
diferenciarse, es la marca registrada de este tiempo.
Ellos pretenden mostrar que existe una nueva forma de hacer las
cosas y sostienen que los gobiernos deben simplemente emular a
las empresas. Este recurrente planteo convoca a un desafiante
debate de fondo.
Es probable, que el desparpajo de muchos dirigentes políticos en el
pasado, quienes a la hora de tomar decisiones apelaron solo a su
intuición, haya generado esta huella, creando el campo propicio para
el aterrizaje masivo de una casta de profesionales enrolados en esta
moderna tecnocracia.
Esta suerte de "gobierno de los técnicos" intenta anteponer
sus métodos científicos por delante de la política.
Creen, firmemente, en la neutralidad de
los criterios técnicos y afirman que todo se puede hacer sin
orientación ideológica alguna, apostando a la contundencia de una
supuesta evidencia.
Colocar en un plano de igualdad al gobierno con las empresas
constituye un grosero error conceptual.
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Una empresa tiene accionistas,
que invierten voluntariamente su propio dinero con el objeto
de maximizar ganancias, crear valor e incrementar sus
beneficios, utilizando el estímulo del lucro.
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Un gobierno tiene un rol bien
diferente. Fue creado para garantizar el pleno ejercicio de
derechos fundamentales para los miembros de una comunidad.
Se nutre exclusivamente de
recursos que extrae de la gente coercitivamente y no existe
en su esencia ni la rentabilidad, ni la búsqueda de
dividendos. Jamás podría funcionar como una empresa, porque
no lo es.
A no equivocarse...
La tecnología es siempre bienvenida,
pero se debe entender que solo es una herramienta y no una meta en
sí misma.
Es saludable ofrecer excelentes
resultados. Lo peligroso es creer que gobernar solo conlleva hacer
una buena gestión, administrar con eficiencia los recursos o
disponer de conocimientos especiales en abundancia.
La política es algo mucho más trascendente, que está distante de
esas incompletas concepciones que los tecnócratas traen consigo. La
tarea de gobernar implica proyectar una visión integradora que
abarca la filosofía, la economía y la política. Los técnicos solo
deben adaptarse a ella e intentar implementar esas decisiones
estratégicas de un modo inteligente.
Es innegable que son tiempos de profesionalización de la política.
Pero no se debe confundir una cosa con
la otra. Los que conocen el ruedo, los que dominan una materia, los
que se han formado en los diferentes campos, deben ser parte,
protagonizando esos procesos. Pero la conducción general del
gobierno no puede quedar en manos de esos "gerentes".
Ellos pueden aportar una mirada
específica, única, muy útil, pero siempre parcial. Están para
integrarse a los equipos de trabajo y administrar lo que les toca.
Cierta tentación contemporánea ha llevado a exacerbar esta
tendencia. Convocar a los mejores técnicos no hará que todo funcione
de maravillas, porque las cuestiones humanas son mucho más complejas
y asegurar derechos esenciales no es territorio exclusivo de los
especialistas en ciencias duras.
Existen, en la historia reciente, muchas experiencias parecidas con
gobiernos regidos por la dinámica de los números, pero que no han
logrado avances concretos en la calidad de vida, que sean tangibles
para los ciudadanos.
Las cifras ayudan a evaluar la marcha de
los acontecimientos, contribuyen de un modo decidido como
parámetros, aportan referencias vitales, pero jamás logran ser el
alma de una gestión de gobierno.
El rumbo lo determina siempre la impronta ideológica de quienes han
sido elegidos para encaminar la coyuntura.
De eso depende, en buena medida, el
éxito o el fracaso de esa etapa. Los aspectos técnicos siempre
inciden y contribuyen mucho, pero lo hacen respecto de las
definiciones políticas previas.
Es imperioso, entonces, eludir la
creencia de que los técnicos pueden gobernar y desterrar esta
simplificación que sostiene que poblar el Estado con este tipo de
perfiles es sinónimo de magníficos resultados.
Se trata de lograr un sano equilibrio.
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La política sin técnicos no
marchará adecuadamente, porque las mejores ideas necesitan
ser instrumentadas de un modo eficaz.
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Un gobierno repleto de técnicos,
pero sin norte, sin las sutilezas de la política, sin el
talento de esos liderazgos que permiten convertir lo
imposible en factible, tampoco puede lograr nada bueno.
Las reacciones espasmódicas nunca
ayudan.
La sensatez y la racionalidad no deben
perderse nunca, y mucho menos a la hora de ocuparse de los asuntos
públicos.
Ya se sabe que cuando llegan al poder
los demagogos, intuitivos e improvisados nada termina bien, pero se
debe evitar caer en la trampa de pensar que los expertos son una
alternativa válida para obtener todas las soluciones anheladas.
Si la dirección elegida, si la ruta seleccionada, no es la correcta
ningún avezado profesional, ni la suma de muchos de ellos logrará
llegar a buen puerto y nada resultará cómo algunos ingenuos esperan.
Lamentablemente, todo hace pensar que
los errores están asomando a la puerta, porque otra vez, la
tecnocracia se puso de moda.
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