17 Enero
2017 traducción de Miguel de Puñoenrostro 22 Enero 2017 del Sitio Web SinPermiso
Diego Torres Sylvester
CC BY 2.0 y los cerebros liberal-progresistas anegados en el formaldehído
de las políticas de identidad.
Y,
Así pues, hay que evitar
la protesta real, que no está libre de impuestos.
Se trató de actos electrizantes, con escritores que debatían cómo hacer frente a hechos ignominiosos que estaban aconteciendo en Abisinia, China y España.
Se leyeron telegramas de Thomas Mann, C. Day Lewis, Upton Sinclair y Albert Einstein, en los que se reflejaba el miedo al gran poder rampante y la convicción de que no era ya posible debatir de arte y literatura no ya sin política, sino sin entrar en la acción política directa.
Esas palabras resuenan
ahora como un eco a través de la unción y violencia de
la era Obama y el
silencio de quienes coadyuvaron a sus engaños.
No iba con ellos la
imposibilidad de escribir y promover literatura privada de política.
No iba con ellos la responsabilidad de hablar claro, ocupara quien
ocupara la Casa Blanca.
En 2016, Hillary Clinton estigmatizó a millones de votantes calificándolos como,
Ese insulto lo pronunció en una marcha LGBT como parte de su cínica campaña para atraerse a las minorías insultando a una mayoría blanca principalmente obrera.
Divide e impera, se llama eso; o política de las identidades, en la cual raza y género, al tiempo que esconden la clase social, permiten librar la guerra de clase.
Trump lo comprendió a la perfección.
No se trata de un fenómeno norteamericano.
Hace unos años, Terry Eagleton, entonces profesor de literatura en la Universidad de Manchester, opinaba que,
No hay un Shelley que hable a favor de los pobres, ni un Blake que escriba a favor de sueños utópicos; no hay un Byron que condene la corrupción de la clase dominante, ni un Thomas Carlyle y un John Ruskin que desvelen el desastre moral del capitalismo.
William Morris, Oscar Wilde, HG Wells o George Bernard Shaw no tienen hoy su equivalente.
Harold Pinter fue el último en levantar la voz.
Entre las insistentes voces del actual feminismo de consumo, ninguna se hace eco de Virginia Woolf, que tan bien describió,
Hay algo venal y profundamente estúpido en esos escritores que se aventuran fuera de su mundo mimado para abrazar una "causa".
En la sección de reseñas del Guardian del pasado 10 de diciembre había una refitolera imagen de Barack Obama mirando al cielo y estas leyendas:
El servilismo adulatorio discurría página tras página como una suerte de arroyuelo de pestilente parloteo.
He amalgamado estas citas.
Hay otras todavía más hagiográficas y carentes de moderación.
El apologista en jefe de Obama en The Guardian, Gary Younge, siempre se ha cuidado de mitigar un poco las loas.
Su héroe,
Pero nadie puede superar al escritor norteamericano Ta-Nehisi Coates, el agraciado con un beca para "genios" de 625.000 dólares otorgada por una fundación de izquierda liberal.
En un interminable ensayo para The Atlantic titulado "Mi Presidente era Negro", Coates aportó un nuevo significado a la postración.
El "capítulo" final, titulado "When You Left, You Took All of Me With You" (Cuando te vayas, te me llevarás todo contigo) - un paso de la canción de Marvin Gaye - describe el espectáculo de un Obama,
La Ascensión, nada
menos.
Se expresó y reforzó durante los dos mandatos de Barack Obama.
De acuerdo con la investigación del Consejo de Relaciones Exteriores, sólo en 2016 Obama lanzó 26.171 bombas. Es decir, 72 cada día.
Bombardeó a los más pobres de la Tierra,
Cada jueves - informa el New York Times - él personalmente seleccionaba a quién había que asesinar con endemoniados misiles lanzados con drones.
Bodas, funerales o pastores de rebaños se convirtieron en blancos de ataque, junto con quienes trataban de reunir las partes de los cuerpos diseminadas por el "objetivo terrorista".
Un senador Republicano, Lindsey Graham, estimaba - con aplauso - que los drones de Obama habían matado a 4.700 personas.
Como el fascismo de los años 30, grandes mentiras servidas con precisión de metrónomo.
Gracias a unos medios de comunicación omnipresentes, a la descripción de los cuales cuadran ahora las palabras del fiscal de Nuremberg:
Recuérdese la catástrofe en Libia.
En 2011, Obama dijo que el presidente libio Muammar Gaddafi estaba planeando un "genocidio" contra su propio pueblo.
Era la consabida mentira de las milicias islamistas abocadas a la derrota a manos de las fuerzas gubernamentales libias.
Se convirtió en la historia dilecta de los medios de comunicación; y la OTAN - dirigida por Obama y Hillary Clinton - lanzó 9.700 "incursiones punitivas" contra Libia, de las cuales más de un tercio dirigidas contra objetivos civiles.
Se usaron cabezas de uranio; las ciudades de Misurata y Sirte fueron arrasadas.
La Cruz Roja encontró fosas comunes, y la Unicef informó de que,
Bajo Obama, los EE.UU. extendieron las operaciones de "fuerzas especiales" a 138 países, el 70% de la población mundial.
El primer Presidente Afro-americano lanzó lo que equivalía a una invasión a gran escala de África. Reminiscente del Gran Reparto de África de fines del XIX, el Comando Africano de los EE.UU. (Africom) ha construido una red de peticionarios y suplicantes entre los regímenes africanos colaboracionistas, ávidos de sobornos y armas estadounidenses.
La doctrina "soldado a
soldado" del Africom incrusta oficiales estadounidenses en cada
nivel de mando, desde el generalato al último cabo furriel. Sólo
faltan los salacots...
Fue Obama quien, en 2011, anunció lo que ha terminado conociéndose como el "pivote de Asia", por el que casi dos tercios de las fuerzas navales estadounidenses fueron transferidas al Pacífico asiático para "confrontar a China" (en palabras de su Secretario de Defensa).
No había amenaza china; la aventura era de todo punto innecesaria.
Era una provocación
extrema para hacer feliz al Pentágono y a sus enloquecidos logreros.
Fue Obama quien emplazó
misiles que apuntaban a Rusia en la Europa del Este, y fue el
ganador del Premio Nobel de la "Paz" quien incrementó el
gasto en cabezas nucleares a un nivel más alto que cualquier otra
administración desde la Guerra Fría (después de haber prometido en
un emotivo discurso en Praga "ayudar a librar al mundo del armamento
nuclear").
Declaró culpable a Chelsea Manning antes del fin de un proceso que era una farsa.
Rechazó el perdón a Manning, que había sufrido años de tratamiento inhumano que la ONU equipara a tortura. Dio alas a una persecución judicial falsaria contra Julian Assange.
Prometió cerrar el campo
de concentración de Guantánamo, y no lo hizo.
La decisión del comité del Premio Nóbel fue parte de eso:
Tal es el "Atractivo de Obama".
No difiere mucho del silbido canino:
William I. Robinson, profesor en la Universidad de California, y miembro uno de los grupos de pensamiento estratégico incontaminados que han mantenido su independencia durante los años de silbidos caninos posteriores al 11S, escribía esta semana:
Robinson señala que,
El lecho de siembra es la República de Weimar de Obama, un paisaje de pobreza endémica, política militarizada y cárceles bárbaras:
Tal vez su mayor legado sea la cooptación y la desorientación de cualquier oposición real.
La engañosa "revolución"
de Bernie Sanders queda al margen. La propaganda es su
triunfo...
En el país que goza
constitucionalmente de la prensa más 'libre' del mundo, el
periodismo libre subsiste sólo por honrosas excepciones.
No son de "izquierda", ni siquiera particularmente "liberales".
Buena parte de la agresión norteamericana al resto de la humanidad ha venido de administraciones Demócratas autoproclamadas liberal-progresistas: como la de Obama.
El abanico político norteamericano va del mítico centro hasta la derecha lunática.
La "izquierda" son renegados sin techo, a los que Martha Gellhorn describió en su día como,
Excluidos quienes
confunden política con autofijación umbicular.
O más al caso:
Airado, elocuente, todos para uno y uno para todos.
Mientras la política real no regrese a las vidas de las gentes, el enemigo no es Trump, somos nosotros.
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