Invierno Austral 2015
12 Noviembre 2015
A 20 años del grito zapatista '¡Ya basta!' en Chiapas en contra del neoliberalismo y del Tratado de Libre Comercio de América del Norte - TLCAN (ver también "The North America Union") y a más de 15 años de la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela (y transcurridos más de dos años desde su muerte), los pueblos indo-afro-nuestro-americanos y sus tentativas de construcción de gramáticas emancipadoras parecen encontrarse en un nuevo punto de inflexión.
Un ciclo de mediana duración, social, político y económico parece agotarse paulatinamente, aunque de manera no uniforme, ni para nada lineal.
Con sus avances reales (pero
relativos), sus dificultades e importantes limitaciones, las
experiencias de los diferentes y muy variados gobiernos
"progresistas" de la región, sean procesos meramente de
centro-izquierda, social-liberales, o - al contrario - nacional-populares más radicales, que se reclamen anti-imperialistas
o se descalifiquen en los medios conservadores como "populistas",
sean revoluciones bolivarianas, ando-amazónicas o "ciudadanas" o
simples recambios institucionales hacia el progresismo, estos
procesos políticos parecen topar ante grandes problemáticas
endógenas, fuertes poderes fácticos conservadores (nacionales como
también globales) y no pocas indefiniciones o dilemas estratégicos
no resueltos.
Allí, apareció de nuevo la fuerza pública como ente regulador del mercado nacional, redistribuidor parcial de las rentas extractivas y de las riquezas del subsuelo hacia los y las más empobrecidas, con efectos directos e inmediatos para millones de ciudadanos y ciudadanas, un proceso que explica en parte la solidez de la base social y electoral de estas experiencias hasta el día de hoy (y en algunos casos después de más de más de 10 años de gobierno).
Por primera vez - desde hace décadas - varios gobiernos "pos-neoliberales", comenzando por,
...demostraron que sí es posible comenzar a retomar el control de los recursos naturales y, al mismo tiempo, hacer retroceder pobreza extrema y desigualdades sociales con reformas de inclusión política de amplios sectores populares, hasta el momento marginados del derecho de decidir, opinar y sobre todo participar.
También volvió a surgir en los imaginarios geopolíticos
continentales el sueño de Bolívar y las iniciativas de integración
regional alternativa y cooperación entre los pueblos (como el
ALBA-TCP), intentando recobrar espacio de soberanía nacional frente
a las grandes potencias del Norte, al imperialismo militar y a las
nuevas carabelas que son las firmas transnacionales o las órdenes
unilaterales de las instituciones financieras mundiales.
Cuando un país como Grecia intenta asomar la cabeza
frente a los embates de la deuda y de las clases dominantes europeas,
cuando muchos trabajadores, jóvenes y colectivos de esta parte del
mundo buscan derroteros emancipadores, mucho se podría aprender de
América Latina, de su traumática experiencia con el fundamentalismo
capitalista neoliberal y de sus ensayos heroicas de contrarrestarlo
desde el sur del sistema-mundo.
Es decir se trata de no sólo quedar atrapado en un objetivo de modernización pos-neoliberal y menos aún dentro de un neo-desarrollismo asistencialista o un intento de reacomodo entre crecimiento nacional, burguesías regionales y capitales extranjeros:
Sin duda, la tarea es gigantesca y ardua.
En esta perspectiva y en este momento histórico, a pesar de los avances democráticos conquistados [1] con sangre y sudor, afloran las múltiples tensiones y límites de los diversos progresismos latinoamericanos o, más bien, del periodo abierto a principios de los años 2000 en la lucha contra la hegemonía neoliberal.
Un intelectual - hoy estadista - como Álvaro García Linera presenta estas tensiones (en particular entre movimientos y gobiernos) como potencialmente "creativas" y "revolucionarias", como experiencias necesarias para avanzar gradualmente en dirección de un "socialismo comunitario", [2] tomando en cuenta la relación de fuerzas geopolíticas, políticas y sociales realmente existentes (y, de paso, despreciando sin mucho argumentos como "infantiles" a todas críticas que provengan de su izquierda…).
Dentro de esta orientación, la conquista electoral del gobierno por fuerzas nacional-populares es pensada como una respuesta democrática - y "concreta" - a la emergencia plebeya de los años 90-2000, y el Estado es considerado como instrumento esencial de "administración de lo común" frente al reino de la ley del valor y la disolución anémica neoliberal.
En
esta defensa de lo conquistado desde los diferentes progresismos
gubernamentales, muy a menudo analizados como un todo homogéneo,
encontramos también la pluma de intelectuales de renombre como Emir Sader o de la educadora popular y socióloga chilena
Marta Harnecker.
[3]
...entre otros, insisten en la dimensión cada vez más "conservadora" de las políticas estatales del progresismo o nacionalismo posneoliberal (desde Uruguay hasta Nicaragua pasando por Argentina) [4] e incluso en su carácter de "revolución pasiva" (en el sentido de Gramsci).
O sea una transformación "en las alturas" que modificaría efectivamente los espacios políticos, las políticas públicas y la relación Estado-sociedad, pero que va integrando - e in fine neutralizando - la irrupción de las y los de abajo en las redes de la institucionalidad, organizando un brusco reacomodo en el seno de las clases dominantes y del sistema de dominación, frenando la capacidad de autoorganización y control desde debajo de los pueblos movilizados. [5]
Visto así la "captura" del Estado por fuerza progresistas puede significar la captura de la izquierda… por las fuerzas del Estado profundo, su burocracia y los intereses capitalistas que representa; visto así la estrategia de la toma del poder para cambiar el mundo puede terminar en una izquierda tomada por el poder, cambiándolo todo para conservar lo principal del mundo actual como tal.
Para el escritor uruguayo Raúl Zibechi:
En las últimas semanas una avalancha de artículos de opinión - varios de los cuales ya hemos publicados en Rebelion.org - debaten de la existencia o no de un "fin de ciclo" progresista, incluso de la existencia de tal "ciclo", este debate llegando a tal nivel de polarización que unos autores acusan a los otros de hacerle el juego al imperio por ser "diagnosticadores de la capitulación" e "izquierdistas de cafetín" (dixit Garcia Linera), cuando los segundos tildan los primeros de haberse convertidos en intelectuales por encargo y acríticos al servicio de los Estados de la región y de gobiernos ya no progresivos si no que regresivos…
Este diálogo de sordos poco aporta para desentrañar el momento político actual.
Seguramente, las ideas en torno a posible "reflujo del cambio de época" [7] o, desde una óptica contraria, la idea de un paulatino "fin de la hegemonía progresista" [8] son seguramente más exactas y complejizadas para comenzar a dar esta discusión de manera constructiva aunque conflictiva.
Todo eso reconociendo que este fenómeno se da en condiciones territoriales-nacionales altamente diferenciadas:
Más allá de la polémica acerca de la dimensión del agotamiento, inflexión o reflujo del periodo en curso, y subrayando la variedad de los procesos analizados, surge que en muchos planos los progresismos gubernamentales parecen haber optado definitivamente, bajo la presión de actores globales como endógenos, por un "realismo modernizador" y la política de la "medida de lo posible", lo que es a menudo el mejor derrotero para justificar la renuncia a cambios estructurales en una dirección anticapitalista.
Esta es una dinámica que podría ser simbolizada por el encuentro (julio 2015) "fraternal" entre la presidenta brasilera Dilma Roussef - militante del Partido de los Trabajadores - y el criminal de lesa humanidad Henry Kissinger (ex-secretario de Estado de EE.UU.), en un momento en que Dilma buscaba un respaldo político imperial frente a una oposición en alza en el seno de la sociedad civil y a una derecha revitalizada por la amplitud de los casos de corrupción en filas oficialistas.
Por cierto, el objetivo del ejecutivo de la principal potencia latinoamericana con este tipo de gestos diplomáticos es, ante todo, dar un respaldo a "sus" sectores dominantes y otorgar más "seguridad" para los negocios en Brasil.
Desde otra trinchera y otra latitud, el tratado de libre comercio encubierto firmado en 2014 por Ecuador con la Unión Europea recuerda los límites de los anuncios sobre el "fin de la noche neoliberal", incluso por parte de uno de los gobiernos paragones de esta perspectiva en un plano discursivo.
Hoy, el gobierno Correa enfrentado con la derecha y denunciando los peligros de un "golpe blando" se muestra también enfrentado con movimientos sociales e indígenas (y con una aun débil izquierda), hasta tal punto que se podría hablar de una situación de "impasse político", en el sentido desarrollado por el marxista Agustín Cueva, donde la figura cesarista del presidente juega un papel de estabilizador funcional al capital:
De manera más general, es necesario mencionar, aunque no sea el único problema, la permanencia en todos los países progresistas de un modelo productivo y de acumulación donde se entrelazan, siguiendo varios grados e intensidades, capitalismo de Estado, neodesarrollismo y extractivismo de recursos primarios o energéticos, con sus efectos depredadores sobre comunidades indígenas, trabajadores y ecosistemas…
Esa tensión endógena se articula, de manera desigual y combinada, con un contexto financiero globalizado feroz y el hecho central de la actual coyuntura: la crisis económica que ya golpea fuertemente a la región, provocando una brusca caída del precio de las materias primas y en particular del barril de petróleo (que pasó de casi 150 dólares a menos de 50), terminando así con el periodo anterior de bonanzas y desnudando de nuevo la matriz productiva dependiente y neo-colonial de América latina, herencia maldita de siglos de sometimiento imperialista.
Este contexto corresponde a la vez a con una clara ofensiva del capital transnacional, de Estados del Norte y de algunos gigantes del Sur (comenzando por China) para acaparar más tierras agrícolas, energía, minerales, agua, biodiversidad, mano de obra, en una vorágine que pareciera sin fin… hasta las últimas gotas de vida.
En países como Bolivia o Ecuador donde hay más conciencia política de estos peligros, se defiende desde el gobierno y sus apoyos políticos la táctica - bastante sensata - de pasar por un necesario momento industrializador-extractivista para construir la transición con algo de fuerza económica.
Eso es algo como un "extractivismo transitorio pos-neoliberal" que permitiría desarrollar pequeños países con pocos recursos, crear riquezas de acumulación originaria para responder a la inmensa urgencia social que conocen esas naciones empobrecidas y a la vez debutar un lento proceso cambio del modelo de acumulación.
No obstante, según Eduardo Gudynas, secretario ejecutivo del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES):
De hecho, no es una casualidad que el ciclo de luchas populares y movilizaciones que está emergiendo en el corazón de América, anunciando - tal vez - un nuevo periodo histórico de luchas de clases, esté directamente ligado a estas depredaciones, represiones y sus consiguientes resistencias socio-territoriales:
Esta tendencia se manifiesta en el contexto ya descrito de fuertes sombras en relación al crecimiento económico de los últimos años, la profunda crisis del capitalismo mundial que sigue su curso y la permanencia de inmensas desigualdades sociales y asimetrías regionales en todo el continente.
Por otra parte, es menester subrayar la importante ofensiva de las diversas derechas empresariales y mediáticas como también de las oligarquías de la región que aprovechan el fin de la hegemonía progresista para retomar el terreno perdido desde hace 15 años frente a los diferentes líderes carismáticos y dirigentes progresistas.
Esas derechas conservadoras y neoliberales siguen controlando - en el plano político - ciudades, regiones y países claves (como México y Colombia), amenazando de manera constante los derechos arrancados en la última década y el proceso de nueva integración regional más autónoma de Washington.
Sabemos que estas fuerzas regresivas se
mostraron, y se muestran, listas para organizar múltiples formas de
desestabilización, e incluso golpes de Estado (como lo fue en la
última década en Paraguay, Honduras, Venezuela), con el apoyo
explícito o indirecto de la agenda imperial de EE.UU. [13]
El escenario es tenso y movedizo.
Pero, a pesar de todo el "viejo topo de la historia" (en el sentido que lo entendía Marx) sigue cavando y junto con él se despliegan una gran variedad de experiencias de luchas sociales, conflictos de clases y debates políticos acompañados de múltiples ejercicios de poder popular, alternativas radicales y utopías en construcción. [14]
Si algunos intelectuales críticos pudieron creer - y hacer creer–, durante un tiempo, que América Latina - o mejor dicho Abya Yala - alcanzaría el nuevo El Dorado del "socialismo del siglo XXI" gracias a un "giro a la izquierda" gubernamental y victorias electorales democráticas, sabemos que los caminos de la emancipación son más complejos, profundamente sinuosos y que los aparatos de poder (militares, mediáticos, económicos) de las oligarquías latinoamericanas e imperiales son sólidos, resilientes, enquistados, e incluso feroces cuando es necesario.
Transformar las relaciones sociales de producción y desbaratar las dominaciones de "raza" y de género en las sociedades de Nuestra América es una dialéctica que tendrá que partir, sin duda y de nuevo, desde abajo y a la izquierda, desde la autonomía y la independencia de clase, pero siempre en clave política, y no desde un ilusorio cambio sin tomar el poder.
Eso es sin negar que estos intentos colectivos de poder popular deban continuar apoyándose en avances electorales parciales o puedan considerar la importancia de conquistar espacios institucionales y partidarios dentro del Estado, si - y solo si - el desarrollo de tales nuevas políticas públicas se ponen al servicio de los "comunes" y de los subalternos.
¿Se puede utilizar el Estado para terminar con el Estado… capitalista, usándolo un tiempo como barrera de contención de colosales fuerzas hostiles ajenas? ¿o, como lo constató Marx, el Estado por ser fundamentalmente criatura de los dominantes no puede ser herramienta nuestra sin arriesgar colonizarnos, mente, alma y practicas?
Es evidente que el control del ejecutivo representa "sólo" la conquista de un poder parcial, y aún más limitado si no se posee mayoría parlamentaria y una base social movilizada: [15]
Por eso un gobierno de izquierda y de los pueblos, muestra su verdadero carácter alternativo cuando sirve de palanca y estímulo para las luchas auto-organizadas de los trabajadores y de los movimientos populares o indígenas, favoreciendo dinámicas de empoderamiento real, transformación de la relaciones sociales de producción, construcción de autogestión y caminos emancipatorios desde y para el "bien vivir".
En el caso contrario, las fuerzas
políticas de izquierda están condenadas a gestionar el orden
existente, e incluso en momento de inestabilidad a elevarse por
encima de la clases sociales de manera bonapartista para perpetuar
el leviatán estatal, administrando la dominación de manera más o
menos "progresista", con más o menos roces con las elites locales.
Es también el momento de volver a discutir lo nuevo sin olvidar lo "viejo" y debatir sobre las estrategias anticapitalistas y sus herramientas políticas para construir lo que proponemos llamar un ecosocialimo nuestro americano del siglo XXI:
Con este propósito, es fundamental abrir los ojos, el olfato, los sentidos y los corazones a los experimentaciones colectivas en curso, a menudo existentes por debajo y por encima de los radares mediáticos consensuales, sin duda todavía dispersas o pocos conectadas, pero que conforman una inmenso río de luchas en permanente transformación, desde lo real y lo concreto, desde sus errores y aciertos.
Experiencias que permiten entender dinámicas emancipadoras, tentativas originales colectivas y los peligros que deben enfrentar o sortear.
Por cierto, no nos permiten mostrar una forma ideal de tentativas de sublevación exitosas, sino más bien un mosaico de praxis-saberes-accionares.
Algunas centradas desde el campo-agrario y lo territorial, otras más desde lo productivo y las fábricas recuperadas, otras desde lo barrial y comunitario urbano, otras también iniciadas desde políticas estatales o institucionales pero controladas por sus usuarios:
Esa pluralidad de voces y de ejemplos posibilita retomar el hilo de una discusión que ya recorre las venas abiertas del continente; permite pensar más allá y más acá de proyectos progresistas gubernamentales, asumiendo que es, al mismo tiempo, indispensable crear frentes socio-políticos para enfrentar las amenazas del regreso masivo de las derechas y del imperialismo en Suramérica.
Sobre todo, nos obliga a pensar a contracorriente, en contra de una,
Y también saber pensar en contra de nuestros propios mitos desarrollistas y teleológicos, asumiendo la urgencia global de un planeta maltratado al borde del colapso ecológico y climático.
Por cierto, es esencial reconocer que estas diversas experiencias y vivencias que mencionamos aquí brevemente sobre cómo cambiar el mundo son contradictorias, incluso divergentes: algunas aisladas, muy localizadas y otras, al contrario, institucionalizadas o dependientes del Estado.
De allí el interés de retomar los grandes debates estratégicos del siglo XX, pero desde los tiempos actuales y con en memoria los balances de las dolorosas derrotas pasadas:
La gran Rosa Luxemburgo advertía, en 1915, "avance al socialismo o regresión a la barbarie".
En 2015, sus palabras cobran un sentido aún más catastrófico y premonitorio: "ecosocialismo o ecocidio global".
Sin dudas, es desde la "osadía de lo nuevo" que podremos volver a soñar en derribar los muros del capital, del trabajo asalariado, del neocolonialismo y del patriarcado:
La tarea ya comenzó, es pan de hoy día y seguirá mañana...
|