por Walter Graziano
Ese sistema es nuestro enemigo. Pero cuando estás adentro y miras. ¿Qué ves? Hombres de negocios, maestros, abogados, carpinteros... Las mentes de la gente que queremos salvar. Pero hasta que lo hagamos, esa gente es parte de ese sistema, y eso los convierte en nuestros enemigos. Tienes que entender que mucha de esta gente no está lista para ser desconectada de la Matrix. Y muchos de ellos están tan habituados, dependen tan desesperadamente de ese sistema, que pelearán para protegerlo... Dentro de la Matrix,
ellos son todos... y son nadie... es muy usual que una gran cantidad de gente pase demasiado rápido,
de un estado de negación a uno de desesperación.
La Verdad Incómoda
y la verdad te hará libre. a la entrada de la sede central de la CIA, principal fuente mundial de desinformación.
Tomada de la Biblia (Juan
8:32).
Básicamente se trata de guerras, revoluciones, atentados terroristas ejecutados con complicidad interna, contaminación progresiva de estructuras como la Iglesia Católica, asesinatos de jefes de Estado "díscolos", etc.
También hemos visto que detrás de esta variada gama de hechos casi siempre violentos se esconde un esquema de dominio sutil, oculto a través de dos factores centrales de poder: el poder de emitir la moneda considerada como reserva universal de valor y el poder de controlar mayoritariamente las fuentes de energía.
En realidad ambos factores de poder están entrelazados
entre sí: sin energía de poco y nada serviría el dinero, y sin dinero, la
energía no podría estar disponible.
La moneda considerada casi universalmente como reserva de valor era la libra esterlina, y la energía mundial estaba basada sobre todo en el carbón. No se trataba de ninguna casualidad que los británicos ejercieran una suerte de hegemonía mundial como la que hoy ejercen los Estados Unidos. El Reino Unido tenía vastísimos yacimientos de excelente carbón muy barato. Con ello, y con el férreo control de la banca, hicieron posible su supremacía económica en Europa y todo el mundo.
Cuando la guerra civil norteamericana concluyó, una nueva tecnología energética asomaba como muy superior a la del carbón: se trataba del petróleo, más dúctil, menos contaminante, más fácil de transportar y de utilizar. Sin embargo, el Reino Unido no contaba con reservas conocidas en aquella época.
Pero dado que sus reservas carboníferas iban declinando
irremisiblemente, la banca inglesa financió de buena gana el desarrollo de
la tecnología petrolera en los Estados Unidos. Además, desde bastante antes
de la guerra civil norteamericana contaba con socios muy cercanos en Wall
Street, muchos de ellos vinculados con ella a través de lazos familiares y
origen.
No estaba en los planes ingleses que Alemania se desarrollara industrialmente de forma tan rápida como lo hizo luego de la guerra franco-alemana de 1870, y menos aún que estrechara fuertes lazos con el imperio otomano, que se imponía, entre otras zonas, sobre lo que hoy es Arabia Saudita, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos e Irak.
Tampoco estaba en sus planes que el muy cerrado régimen
zarista ruso descubriera vastísimos yacimientos petroleros en zonas como el
Cáucaso, y se convirtiera a inicios del siglo XX, en el primer productor
mundial, seguido por los Estados Unidos.
Como hemos visto, ésta fue la real causa de la
Primera Guerra Mundial y de su subproducto altamente deseado por la elite de
negocios anglo-norteamericana: la Revolución Rusa, el desalojo del zarismo
del poder en San Petersburgo y el nacimiento del régimen bolchevique, que en
buena parte por necesidad se acomodaría mejor con los años a los intereses
financieros y petroleros anglo- norteamericanos.
Por lo tanto, los ingleses se encontraron con otra situación impensada: ya no tenían la peligrosa rivalidad de alemanes ni rusos y además comenzaban a controlar importantes pozos petroleros en Irán a través de la recién nacida British Petroleum.
Pero su "socio menor", la elite norteamericana, comenzaba a disputarle el predominio hegemónico. Después de todo el petróleo era muy abundante en los Estados Unidos, y ahora la banca norteamericana era acreedora de la inglesa y no al revés.
Ello dio origen a un conflicto de
intereses entre socios, cuestión que ocasionó la más seria crisis económica
que la humanidad haya experimentado: la "Gran Depresión".
Ello iba a significar la necesidad de emitir moneda a un ritmo antes nunca visto.
Por lo tanto, la consecuencia inmediata de esos déficit fiscales financiados con emisión de moneda fue la necesidad de abandonar en forma generalizada los regímenes de patrón oro. Inglaterra ya conocía el asunto por experiencia propia, dado que un siglo antes, cuando se desarrollaron las guerras napoleónicas había hecho lo mismo con excelentes resultados.
Había podido volver al "patrón oro" sin costos tras la derrota de Napoleón, logrando aumentar su hegemonía mundial. Sin embargo, la cosa era mucho más complicada y difícil tras la Primera Guerra Mundial. La emisión de libras sin respaldo había hecho aumentar el nivel general de precios en el Reino Unido.
Tras la guerra, Londres deseaba recuperar la hegemonía financiera que ya se volcaba hacia el dólar, pero el problema era que los ingleses se encontraban ante un dilema cruel: si la libra volvía al patrón oro - cosa que debía ocurrir para recuperar la hegemonía financiera - a la cotización anterior a la guerra, su moneda se encontraría fuertemente sobrevaluada, por lo que la industria inglesa iba a perder todo tipo de competitividad.
Si en cambio la libra esterlina reingresaba al patrón oro
tras una devaluación compatible con la inflación producida en los años de la
guerra, Inglaterra recuperaba competitividad, pero ya no podría volver a ser
el centro financiero del mundo.
¿Por qué hacían esto los ingleses?
Porque la burguesía financiera era la clase dominante en
Inglaterra y porque sabían que recuperar la preeminencia como centro
financiero mundial les podía otorgar mayores beneficios económicos e
influencia geopolítica a nivel mundial que el camino alternativo.
El objetivo era claro: para recuperar el papel de centro financiero mundial habían fijado la libra contra el oro a niveles de preguerra.
Pero sólo a través de tasas de interés artificialmente bajas en lo que ya se constituía como el incipiente centro financiero alternativo mundial, Wall Street, podrían lograr que Londres recuperara el oro perdido durante la guerra. Comercialmente ello iba a ser imposible, dado que la sobrevaluación de la libra iba a impedir que el Reino Unido se beneficiara de un reflujo de oro como subproducto del comercio internacional.
El oro sólo afluiría a
Londres si las tasas de interés norteamericanas se ubicaban siempre por
debajo del nivel de las existentes en Inglaterra.
Los propios banqueros ingleses contribuían a alimentarla, dado que, con la liquidez que generaba el reflujo del oro a Londres, las principales casas bancarias londinenses se unieron a la burbuja norteamericana financiando a altos rendimientos las compras especulativas de acciones en Wall Street.
Todo comenzó a terminar cuando el Banco de Inglaterra, considerando que el reflujo de oro a Londres había sido insuficiente para garantizar su lugar de centro financiero del mundo, decidió efectuar un verdadero acto de terrorismo financiero como último intento por recuperar la hegemonía monetaria:
Fue el detonador que
la burbuja bursátil y la expansión de los "años locos" necesitaban para
estallar, que muestra a las claras que las divisiones internas de la elite,
cuando se trata de recuperar el predominio absoluto, pueden derivar en
sucesos incontrolables.
Las cotizaciones bursátiles en todo el mundo estaban dando "saltos al vacío", los bancos privados quebraban por doquier al no poder devolver a los depositantes los fondos que reclamaban, dado que habían prestado una gran parte de esos fondos depositados en créditos para la compra de acciones que ahora casi nada valían.
Los depositantes lo sabían, y por eso se agolpaban
para retirar sus ahorros de los bancos. La crisis financiera, la depresión
económica, el desempleo, la deflación y la pobreza invadieron el mundo
entero. La terquedad inglesa por no ceder el rol predominante a nivel
financiero mundial la pagó todo el mundo, Inglaterra incluida, dado que la
crisis obligó al Banco de Inglaterra a volver a suspender la paridad fija de
la libra contra el oro, cosa que pocos meses más tarde
el FED no tuvo más
remedio que imitar.
Esta última fue la primera medida que encaró Roosevelt ni bien inaugurado su gobierno en 1933: cerró los bancos por tiempo indeterminado.
No hizo más que dar un marco legal a algo que de todas maneras ya ocurría de estado a estado, en una especie de "efecto dominó". Lo que mucho más tarde se conoció como "New Deal", fue un conjunto de medidas heterodoxas para salir de la recesión y fomentar el empleo público a través de obras de infraestructura que solamente lograron en forma limitada ese cometido, dado que los Estados Unidos volverían a los niveles de empleo, salarios reales y producción industrial anteriores a la crisis de 1929 nada más con el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial.
Esta
determinaría, tras su final, el definitivo encumbramiento de Wall Street
como centro financiero del mundo, del dólar como moneda de reserva de valor
mundial, y la tecnología del petróleo como la indisputada prevaleciente
frente al carbón.
Para garantizar ese cambio, el dólar y las demás monedas volvieron a un esquema de paridades fijas contra el oro desde 1949. El FMI, recién creado, iba a encargarse inicialmente de vigilar el cumplimiento y funcionamiento del nuevo sistema de pagos creado.
Esta primera fase de hegemonía financiera norteamericana se apoyó en dos pilares principales:
Su gran crecimiento, no acompañado por un descubrimiento igualmente acelerado de nuevos pozos petroleros en territorio norteamericano obligó a que los Estados Unidos comenzaran a importar petróleo de terceros países hacia finales de esa década.
La situación se pudo mantener estable hasta 1970, cuando los Estados Unidos, sorpresivamente para muchos tocaron su "techo de producción" petrolera.
Ello recién se percibió con claridad en 1972, por lo que fue el
factor preponderante de las crisis petroleras de esa década, tal como hemos
comentado en el primer capítulo.
Y el petróleo, además debía ser importado en montos crecientes año a año.
Por lo tanto, el papel hegemónico del dólar fue reforzado a raíz de un pacto secreto negociado entre los Estados Unidos y la monarquía saudí entre 1973 y 1974, y concluido en 1975:
Los países y las empresas importadoras de petróleo debían entonces tener cuentas en dólares y en esos centros financieros para poder realizar las transacciones en la principal materia prima: el petróleo.
A su vez, los fondos provenientes de las ventas de petróleo de los países productores iban a ser invertidos en activos denominados exclusivamente en dólares como bonos del Tesoro norteamericano y depósitos bancarios a altas tasas de interés en los Estados Unidos e Inglaterra.
La liquidez excedente
proveniente de esa enorme masa de fondos producida con el crecimiento de las
transacciones mundiales del petróleo, los petrodólares, se reinvertiría a su
vez en países en vías de desarrollo, como los latinoamericanos, que iban a
endeudarse en dólares, y para pagar sus deudas iban a necesitar obtener esa
moneda en el futuro.
Las
monedas europeas y asiáticas, generalmente sustentadas en datos económicos
mucho más estables tales como superávit de balanza comercial, presupuestos
equilibrados y menores tasas de inflación, pasaban a un oscuro segundo lugar
frente a la supremacía de la moneda norteamericana, reflotada en forma
secreta entre los Estados Unidos y la OPEP, en cuyo seno influiría predeterminantemente Arabia Saudita.
En primer lugar, la posibilidad de emitir dólares o instrumentos de deuda sin respaldo en oro fue llevada por los Estados Unidos hasta puntos extremos. Déficit de balanza de pagos superiores al 4% del PBI son peligrosos para cualquier economía del mundo.
De más está decir que niveles cercanos al 7%
como los de los años 2005, 2006 y 2007 en ese país marcan señales rojas en
ciernes para el corto y mediano plazo, no sólo para los Estados Unidos sino
también para el dólar.
En tercer lugar, la aparición de líderes árabes
- como el
caso de Saddam Hussein - que intentan saltar el cerco de los petrodólares
para invertir los recursos provenientes del petróleo en euros (cosa que
crecientemente hace Irán ahora) hace que todo el complicado esquema creado
para que el dólar sin respaldo tenga un dominio excluyente caiga en serios
riesgos.
Aunque aún no se haya notado en todas sus consecuencias,
resulta obvio que con esa traslación de la riqueza financiera norteamericana
a manos de terceros países, empresas e individuos extranjeros, ya no son el
- ahora sobre-endeudado - público norteamericano ni su gobierno quienes pueden
mantener por sí mismos la salud de la economía norteamericana y su moneda.
El mundo está llegando rápidamente al "techo mundial" de producción de petróleo y gas natural.
Desde finales de los años ochenta la extracción anual de crudo supera con creces a los nuevos descubrimientos. Las reservas reales de crudo están descendiendo aun cuando nuevas tecnologías extractivas mejoran las posibilidades de rendimientos de muchos pozos. Este tema es especialmente conflictivo si se tiene en cuenta que en los próximos años los Estados Unidos necesitarán incrementar sus importaciones de petróleo en 7,5 millones de barriles diarios, debido a que el incremento anual de consumo estadounidense del orden del 2%, y la caída de su producción es del orden del 3%.
Pero aquí nos encontramos con un inconveniente insoslayable: el mundo hoy está produciendo a un ritmo de 82 millones de barriles diarios, y en pocos años no podrá ya mantener ese nivel, sino que lo verá caer a ritmo probablemente acelerado, por lo que abastecer a los Estados Unidos con 7,5 millones de barriles diarios adicionales implicaría dejar desabastecidos de petróleo a muchos países desarrollados y no desarrollados.
Estamos entonces frente a proyecciones de consumo
petrolero de imposible cumplimiento, cosa que está dando lugar, como hemos
visto, a sangrientas guerras y actos de terrorismo.
Es
difícil esperar entonces que el
financiamiento para el desarrollo rápido de nuevas tecnologías alternativas
sea implementado por los gobiernos en general. No hay que olvidar que el
paso del carbón al petróleo sólo fue posible debido a que la elite
financiera inglesa veía decrecer sus propias reservas en forma rápida y
poseía aliados incondicionales en territorio norteamericano.
Pero el desarrollo de una tecnología alternativa podría significar el fin, la extinción definitiva de los gigantescos pulpos petroleros, y por lo tanto, también del circuito cerrado de los petrodólares. Son demasiados intereses en juego como para que la elite anglo-norteamericana decida de buenas a primeras ceder el poder que tanto les costó acumular a través de los siglos.
Es muy probable que para que el cambio se produzca sea necesario que primero haya un cambio de manos en el poder financiero, a fin de que luego sea posible la transformación tecnológica en materia energética.
O sea, si en los Estados Unidos
encuentran dificultades crecientes para financiar su déficit externo y si la
causa de ello es que el resto del mundo decide incrementar sus tenencias de
euros y deshacerse de activos excedentes en dólares, entonces puede que se
inicie una nueva era de cambio de manos del poder, que a través de la
continuidad entre el imperio británico y el estadounidense no sólo se ha
vuelto insostenible hasta el momento (recordemos que el 85% de la energía
que hoy mueve al mundo proviene de hidrocarburos fósiles) sino que además ha
venido sojuzgando a la humanidad en los últimos cuatro siglos.
De otra manera, los cambios igualmente ocurrirán, debido a que de todas formas la producción mundial de crudo y gas natural va a comenzar a descender muy probablemente en apenas unos pocos años.
Pero esperar a que la restricción
energética se venga encima para empezar a realizar los cambios que la elite
petrolera-financiera anglo-norteamericana no haría de motu propio
implicaría cambios tardíos, posiblemente desesperados - y por lo tanto mal
hechos al ser de apuro - muy probablemente excesivamente críticos, con
muchas más guerras y actos de terrorismo que los que hemos evidenciado en
esta primera parte del siglo XXI, última etapa ascendente del inevitable,
aunque muy costoso, final de la era del petróleo y el gas natural.
La caída del dólar como reserva de valor mundial, contrariamente al temor que pueda inspirar a muchos, puede inaugurar una nueva fase auspiciosa aunque inicialmente sea muy dolorosa. Si eso no ocurre, algunas restricciones energéticas van a comenzar a operar.
Pero a fin de comprender acabadamente
el fenómeno es necesario comprender cómo está operando la globalización en
estos momentos.
El principal de ellos, a nivel económico, es que la integración mundial, altamente deseada por la elite de negocios anglo-norteamericana, implica un gran aumento en los beneficios de las principales empresas transnacionales que poseen capacidad de operación para invertir en forma directa en los mercados asiáticos en general (China, India, el Sudeste Asiático y Rusia).
Esta amplia zona del mundo que encierra más de la mitad de toda la población mundial poseía - y posee aún - salarios muchísimo más bajos que los existentes en Occidente.
El negocio, en general, ha sido entonces el siguiente: trasladar en forma creciente la producción de una vasta gama de productos hacia esos países con deprimidos niveles salariales y enormes masas de población desempleada. Eso ha provocado un gran descenso en los costos medios de las grandes empresas y los grandes capitales occidentales, dado que el principal costo de la producción es el trabajo y los gastos laborales en general.
Pero la
manufacturación creciente en países asiáticos de los productos que Occidente
consume ha producido por una doble vía el aumento en los niveles de
desempleo y el descenso en los niveles de salario real en muchos países
occidentales.
Ese doble proceso ha posibilitado hasta
ahora que las tasas de inflación en Occidente hayan sido muy bajas desde el
propio inicio de la década de los noventa, a pesar de las fuertes tasas de
expansión monetaria evidenciadas sobre todo en los Estados Unidos, y ha
provocado presiones deflacionarias que si bien benefician a aquellos
trabajadores que gozan de mejores empleos y salarios, perjudican a las
enormes masas de trabajadores no especializados, desempleados e incluso a
una vasta gama de profesionales universitarios occidentales.
Éste es el principal factor por medio del
cual en los últimos quince años han aumentado en Occidente las desigualdades
sociales, las enormes
diferencias en la distribución del ingreso, y la pobreza y la miseria.
Occidente no está en condiciones de competir industrialmente con los bajos
salarios asiáticos.
En otros, como en los Estados Unidos ello ha pasado hasta el
momento inadvertido merced a dos factores primordiales: el acceso indefinido
al crédito fácil y barato de las propias empresas radicadas en países
asiáticos y de los bancos centrales de esos países, y la posibilidad de
trasladar mano de obra de sectores industriales hacia el sector de servicios,
sobre todo a los servicios relacionados con la construcción y
comercialización de casas y bienes raíces.
En síntesis, entonces, mientras la producción y el
empleo industrial se movilizan en forma creciente a países asiáticos que
acumulan activos en dólares de manera incesante con el producto de esos
excedentes industriales, el empleo y el salario en Occidente sólo ha podido
ser mantenido adecuadamente en los Estados Unidos merced a la generación de
una "burbuja" inmobiliaria que logró mantener el consumo privado, el empleo
y el salario a pesar de la creciente falta de competitividad de los
productos norteamericanos.
Por las características globales - y por lo tanto masivas - de este esquema, hay razones más que suficientes para pensar que esta vez la crisis puede tener una magnitud inusitada, y probablemente en su magnitud relativa sólo pueda competir, en tamaño, con la de los años treinta, si el necesario ajuste de consumo y gasto estadounidense se maneja mal.
Una virtual caída mayor - o aun una mera estabilización en el tiempo - de los precios de la propiedad en los Estados Unidos, derivaría con rapidez en caídas del nivel de consumo, crecientes deudas imposibles de pagar por parte de los propietarios y consumidores norteamericanos hacia los bancos estadounidenses y una debilidad extrema del sistema financiero norteamericano.
Tal hecho sólo podría ser compatible con una caída muy acentuada del dólar que podría llegar a poner en cuestión el papel de la divisa norteamericana como reserva de valor mundial.
Sin embargo, los Estados Unidos no serían el único gran damnificado de una crisis como ésa. Los países asiáticos en general, que han disfrutado de tasas de crecimiento fenomenal gracias a la creciente radicación de capitales extranjeros que explotan sus bajos salarios, no podrían seguir aumentando la producción ni el empleo, dado que una crisis les quitaría el principal mercado que absorbe sus productos.
Por supuesto, las demás
naciones tampoco podrían salir indemnes, dado que un fenómeno de estas
características implicaría agudas presiones deflacionarias en bienes de
consumo, materias primas, bienes de capital y servicios a nivel mundial. De
allí la causa de que muchos bancos centrales no apuren un traslado más
rápido de activos en dólares a activos en otras divisas, especialmente euros.
Las potencias occidentales se verían, tras un corto tiempo, en la obligación de aplicar políticas fiscales y monetarias sumamente expansivas, y por lo tanto en el largo plazo muy peligrosas para mantener niveles mínimos aceptables de demanda y actividad.
Pero la asfixia
económica y financiera que todo esto implicaría en una vasta cantidad de
naciones bien debería hacer naufragar por completo la globalización, con
barreras aduaneras a la importación, subsidios para la sustitución de
importaciones y todo tipo de controles a la salida de capitales. La
globalización bien puede concluir en una fragmentación desordenada y caótica
si el necesario ajuste norteamericano se maneja mal, con países cerrándose
comercial y financieramente los unos a los otros.
Se lo ha hecho casi como una profesión de fe. Vastas poblaciones del mundo creyeron entonces a pie juntillas que si los gobiernos se abstienen de intervenir en la economía y se limitan a otorgar el máximo de libertad económica posible sin ningún tipo de interferencia estatal, se alcanza el máximo bienestar social posible.
Esa
presunción, basada íntegramente en la teoría económica clásica de Adam
Smith,1 fue demostrada como incorrecta en la década de 1950 por el
matemático John Nash, hecho que fue silenciado en una amplia gama tanto de
foros académicos como de medios de comunicación.
Al respecto cabe aclarar que Smith pensaba que
si se garantiza el máximo posible de libertad a los mercados la economía
alcanza el máximo grado de bienestar general, el "óptimo de todos los
óptimos", que es el único equilibrio posible en su línea de pensamiento.
En otras palabras, según los descubrimientos de Nash, nada garantiza que el accionar de los mercados en libertad total converja al mayor bienestar general, sino que puede ocurrir todo lo contrario o incluso puede que el equilibrio final se encuentre en el máximo bienestar para sólo uno de los participantes en el juego.
Para Nash existen intereses sectoriales específicos que, en caso de que un gobierno no los pueda controlar, logran imponer al resto de la sociedad sus estrategias, alcanzando para ellos mismos su máximo bienestar posible pero condenando al resto de la sociedad a condiciones de mucho menor bienestar general que el que sería posible con regulaciones gubernamentales adecuadas.
Este saber,
como hemos dicho, se silenció por completo durante décadas, y las teorías
librecambistas de Smith y David Ricardo han ocupado el centro de la escena
desde mucho antes de concluir la Guerra Fría.
Muchísimos millones de personas la aceptaron por la mera cuestión de que eran los propios medios más importantes, y las universidades más renombradas los que la daban a conocer y porque aparentemente se basaban en un saber "científico".
Mientras la verdad científica se mantenía amordazada, los partidos políticos de muchos países se peleaban entre sí por aplicar políticas librecambistas y captar así el voto de las masas, que, adormecidas, creían que el derrumbe de la "Cortina de Hierro" debía ser seguido del librecambismo más acérrimo a fin de lograr eliminar lo antes posible el desempleo y la pobreza.
El resultado ha sido diferente, más bien el contrario. Una verdadera trituradora de empleos y salarios en Occidente y una redistribución de ingresos que favoreció a los grandes capitales occidentales que se radicaron con su propio nombre o a través de subsidiarias en países asiáticos para explotar sus inferiores costos de producción. Lo que parecía un sueño se transformó en una pesadilla para millones y millones de personas de los sectores medios y más pobres.
El final que la globalización puede llegar a tener, como hemos
visto, tampoco puede aportar soluciones inmediatas para estos sectores, más
allá del hecho de que constituye una necesidad ineludible para salir del
sistema económico que ha esclavizado con bajos salarios a Asia y otros
continentes, y con desempleo a millones de trabajadores de países
desarrollados.
Es hora de introducir ese fenómeno nuevamente en el análisis, para observar en toda su magnitud lo problemático de la situación, dado que a la muy probable aparición de una crisis económica y financiera global se le puede sumar nada menos que una crisis energética no menos global.
Ambos factores pueden resultar en la pérdida de millones y millones de puestos de trabajo, una baja importante en los salarios reales medios, dificultades serias en el financiamiento de muchos países y un empobrecimiento general superior al evidenciado hasta ahora, además de una crisis bancaria generalizada, porque el sistema financiero global está interconectado.
Sin embargo, también es la gran
ocasión para que el mundo se saque de encima definitivamente el yugo
impuesto por la elite de negocios petrolera-financiera anglo-norteamericana,
lo que, a la postre, debería significar grandes beneficios para todos.
Viene de mucho tiempo antes de la caída de la Unión Soviética,
y vale la pena recordar cómo la crisis de 1929 se fue gestando desde el
propio fin de la Primera Guerra Mundial, cuando el Reino Unido decidió
mantener intacto el valor de la libra esterlina con relación al oro (y por
lo tanto, contra el dólar) a pesar de que el Banco de Inglaterra había
emitido moneda de manera muy acelerada durante cuatro años para financiar la
guerra, y a pesar de la pesada carga de su endeudamiento, principalmente con
la norteamericana banca Morgan, para darse cuenta de que los procesos
caóticos tienen sus raíces - fuertes y profundas - en el pasado lejano.
Reagan, que poco y nada sabía de economía, creía que su país se encontraba en un "sano" proceso de crecimiento del ahorro y la inversión del sector privado, cuando en realidad bajo su presidencia los Estados Unidos estaban embarcados en un exceso de gasto y consumo, un verdadero derroche, tanto del sector privado como del público.
Ello generó los denominados "déficit
gemelos". O sea, un fuerte exceso del gasto público sobre la recaudación de
impuestos (déficit en las cuentas públicas) y un nivel de importaciones muy
superior al nivel de exportaciones de los Estados Unidos (déficit externo).
En economía, se pueden solucionar ambos problemas con una variada gama de
medidas.
Teniendo en cuenta que el déficit externo llegaba hacia 1985 al - en aquel momento estratosférico - nivel de 3,5% del PBI norteamericano, las autoridades de lo que en aquel momento era el G-5 (los Estados Unidos, Alemania Occidental, Francia, Reino Unido y Japón) decidieron firmar un acuerdo el 22 de septiembre de 1985, destinado a devaluar el dólar contra las principales monedas del mundo.
El anuncio del
denominado Plaza Accord (por haber sido firmado en dicho hotel, en Nueva
York), produjo una devaluación del dólar contra el yen del orden del 100% en
un par de años, y una caída algo menor contra el marco. Las bases estaban
sentadas entonces para que los Estados Unidos "se sacaran de encima" un
peligroso desequilibrio en sus cuentas externas, "pasándole la pelota" de
sus problemas a Europa, pero sobre todo a Japón, con el cual tenía un muy
fuerte desequilibrio externo.
Las autoridades japonesas, preocupadas entonces por la creciente avalancha de dólares que intentaban "pasarse a yenes" - cosa que había sobrepasado las propias expectativas del G-5 - redujeron fuertemente las tasas de interés, pero esa medida no dejó de tener consecuencias.
Tal como señaláramos que ocurrió en la última parte de los años veinte en los Estados Unidos, las bajas tasas de interés generaron un verdadero boom bursátil y de la propiedad inmobiliaria en Japón, dado que el costo del crédito era muy barato, lo que incentivaba la especulación en activos financieros y físicos japoneses.
Pero tras el alza de ese tipo de activos, comenzaron a subir en Japón los precios de los bienes básicos de consumo, dado que las bajas tasas de interés también financiaban el consumo a crédito. Fue en ese momento cuando de manera precautoria el Banco de Japón subió las tasas de interés. Las consecuencias fueron caóticas.
El índice Nikkei - principal índice de la Bolsa nipona - se derrumbó de más 41.000 puntos a sólo 14.000, las propiedades inmobiliarias se desplomaron en sus valores, y los bancos japoneses - a las cotizaciones de mercado de aquel momento entre yen y dólar - los más grandes del mundo, estaban técnicamente quebrados dado que habían invertido los depósitos que tenían en yenes en créditos inmobiliarios a muy largo plazo, que ahora eran impagables.
Como se ve, a Japón le había costado carísima la "gran mano" que le había dado a los Estados Unidos en 1985.
Sólo cinco años más tarde la situación era caótica.
La recesión japonesa era abrumadora y afectaba a la economía mundial. La
economía que en los años ochenta parecía la más floreciente del mundo había
comenzado un proceso recesivo, el cual duraría - al menos - diecisiete años,
dado que aún en 2007 la recesión no ha cedido del todo.
La respuesta de los mercados fue inmediata:
La situación obviamente complicaba a los bancos norteamericanos que tenían estrechos lazos con los japoneses.
Si los bancos japoneses caían, los norteamericanos no podían cobrar, por lo que en un inicio era una crisis financiera y económica circunscripta a Japón podía traducirse en una crisis mundial de consecuencias impredecibles.
Para colmo de males, la rápida caída del yen - sumada a la devaluación del yuan chino - comenzó a producir una enorme distorsión monetaria en todo el Sudeste Asiático, que había acompañado la expansión económica previa japonesa.
Las monedas de Tailandia,
Malasia, Indonesia, Filipinas, Taiwán, Singapur, Hong Kong y otras como el
won coreano estaban pegadas al dólar a pesar de pertenecer claramente a la "zona
yen", y ello produjo una valoración en las monedas asiáticas a medida que el
dólar subía contra el yen, el yuan y las monedas europeas, pero no contra
las monedas del resto del Asia.
De tal forma, Japón recuperaba competitividad mientras todos sus vecinos la perdían.
Cuando el déficit externo tailandés llegó al estratosférico nivel de 8% de su PBI se desató la crisis que en cuestión de días, como un vendaval, asoló todo el Sudeste Asiático y Corea. En un verdadero "sálvese quien pueda" económico, los capitales comenzaron a emigrar en masa produciendo abruptas caídas bursátiles, mercados inmobiliarios con bajas abismales, y quiebras de importantes firmas relacionadas con el financiamiento.
La crisis no tardó en trasladarse a Wall Street. Un gran fondo especulativo de inversiones ("hedge fund") que ni siquiera era banco - existente gracias a la "fiesta" desreguladora que durante la era Reagan-Bush se había desarrollado en los Estados Unidos - había quedado "enganchado" con malas inversiones financieras de manera tal que era imposible evitar su caída sin ayuda del sistema financiero norteamericano.
El "hedge fund" en cuestión se llamaba Long Term Capital Management (LTCM) y estaba dirigido por un exótico e ignoto personaje que se hacía apodar "Master of the Universe".
Lo cierto es que "el amo del universo" tenía deudas impagables con los bancos norteamericanos por valor de nada más y nada menos que 50.000 millones de dólares - que obviamente nunca había tenido como capital propio - debido a que había operado en el sistema de "derivativos" (futuros y opciones) con monedas y acciones asiáticas.
O sea con poco dinero
había comprado opciones de
compra ("calls") de monedas y acciones de los países involucrados en la
crisis, que ahora no valían nada.
La "pelota" que los Estados Unidos habían pateado lejos, hacia Japón, les venía "de rebote" ahora con toda su fuerza a pesar de que habían, a principios de los años noventa, aliviado bastante pero nunca solucionado del todo su problema de sector externo de balanza de pagos.
Resultaba que la caída del LTCM y del "Master of the Universe" eran sólo la "punta del iceberg" de un problema muy complejo que podía involucrar a muchos más "hedge funds" y por lo tanto a los bancos que financiaban - y financian - sus alocadas operaciones por abultadísimos montos que, obviamente, no tienen como capital. Por lo tanto, arguyendo, en parte acertadamente que la crisis económica asiática iba a producir en corto tiempo una recesión en los Estados Unidos, Greenspan, al comando del FED, comenzó a bajar las tasas de interés en los Estados Unidos.
Estaba terminado entonces el proceso de largo plazo de valoración del dólar. Las tasas llegaron a bajar hasta sólo el 1% en los Estados Unidos, pero ese descenso en las tasas de corto plazo provocó un alza en las acciones que cotizan en Wall Street y una compra desenfrenada de bonos del Tesoro y privados en los Estados Unidos.
El boom bursátil estadounidense se extendió rápidamente a su mercado inmobiliario y al consumo privado. Las propiedades norteamericanas duplicaron y triplicaron sus valores en poco menos de una década y los consumidores llegaron a gastar más del 100% de sus ingresos con dinero que, obviamente, no era de ellos sino de los capitales que buscaban refugio ante la inestabilidad de la economía mundial.
Todo fue muy
confortable hasta las caídas de Enron, WorldCom y Tyco, entre otras, que
mostraron cómo los balances de las firmas norteamericanas que cotizan en
Bolsa pueden no ser más que papeles con tinta negra garabateada, llena de
ceros tras alguna otra cifra, pero nada más que eso: papeles.
¿Qué hicieron entonces? Exacerbaron la burbuja inmobiliaria.
Después de todo una
casa es una casa. No está construida con papel, sino con ladrillos, que algo
valen. Mejor dicho, con madera terciada, que es la que mayoritariamente se
utiliza en los Estados Unidos. Así, casas comunes y corrientes en lejanos
lugares estadounidenses comenzaron a valer cientos y cientos de miles - y a
veces millones - de dólares, cuando construirlas cuesta unas pocas decenas de
miles.
Mientras tanto, el consumidor promedio norteamericano también ha sido partícipe de la fiesta aun cuando no comprara casas. Se ha gastado en poco más de una década el dinero que puede llegar a ganar en dos, en la falsa creencia de que el fantasma del desempleo y de los despidos es cosa del pasado.
A medida que el alza del petróleo y de otros bienes básicos comenzó a elevar las tasas de inflación en los Estados Unidos, el FED comenzó a subir con suma cautela, y a niveles neutros, las tasas de interés de corto plazo, con enorme temor de que la medida pudiera causar un derrumbe bursátil o inmobiliario, cuidando de no elevar demasiado la "vital" tasa de interés de largo plazo, con la cual se financia la compraventa de propiedades inmobiliarias.
He aquí cómo
hemos llegado a la situación actual que algunos organismos internacionales,
como el ya inservible FMI, intentan desconocer mientras "silban bajito".
Recordemos que este "jueguito" de "patear la pelota lo más lejos posible" comenzó en los Estados Unidos a mediados de los años ochenta cuando el déficit externo estaba en 3,5% del PBI, cifra que se consideraba "muy peligrosa".
Pues bien, ahora la "pelota" está de nuevo en
los Estados Unidos y el déficit externo es el doble de aquél, con los
grandes bancos norteamericanos "enganchados" en créditos al consumo y a la
compra de casas a valor oro merced a la globalización que ha permitido la insania de que los fondos fluyan en masa y sin demoras ni barreras de un
país a otro causando primero booms y luego huracanes financieros.
El gran problema es que "patear la pelota lejos" ahora no es tan fácil como antes: Japón sigue en recesión y una valoración excesiva del yen lo pondría literalmente "de rodillas". Europa es más estable y sólida que todos los demás continentes, pero no viene creciendo lo suficiente como para absorber una crisis norteamericana de magnitud.
Los Estados Unidos necesitan devaluar mucho el dólar, pero Japón no puede soportarlos, Europa puede pero con ciertas reservas y China se niega persistentemente a dejar que su moneda se valorice demasiado contra la norteamericana.
¿Cómo termina entonces todo este crecimiento totalmente artificial que el mundo ha comportado durante la era de la globalización? ¿Cómo calificar todo esto sino como una verdadera "burbuja global", gestada desde los noventa, y financiada en buena medida por los bancos centrales y sus bajísimas tasas de interés para evitar crisis sucesivas?
¿Sabrá qué hacer Ben Bernanke?
...uno bien puede preguntarse cómo puede ser que los Estados Unidos sigan siendo el destino preferido de una gran cantidad de capitales fugados de otros países.
Suena
inaudito, dado que con las diez huellas dactilares de una persona se pueden
inventar muchas cosas, pero lo cierto es que es así.
Ésta es la lección que China debe tener en
cuenta cada vez que los Estados Unidos la presiona para que el yuan se
revalúe contra el dólar. O sea, no debería prestarse al mismo juego al que
se prestó Japón hacia fines de los ochenta.
¿Por qué Wall Street no cae?
Antes de meternos de lleno en el tema, es necesario tener en cuenta que una caída abrupta pondría en jaque a la economía norteamericana.
No sería sólo una cuestión bursátil, sino que dada la precaria situación del sector inmobiliario y bancario norteamericano, podría ser la señal inequívoca - aunque bien podría ser ni única ni necesaria - del comienzo de un proceso de fuga de capitales de los Estados Unidos al resto del mundo, que podría poner en serio riesgo el dominio mundial de la elite petrolero-financiera a través de los mecanismos financieros de Wall Street.
Si a ello le sumamos el hecho de que el déficit de sector externo norteamericano se encuentra en torno del 7% de su PBI en 2006 y 2007, entonces queda claro que evitar una crisis en Wall Street es un asunto de "vida o muerte" para la elite.
¿Cómo han logrado evitarlo tras la caída escandalosa de Enron y otras grandes empresas? ¿Cómo han podido subir las tasas de interés sin entrar en una crisis? Hay varios factores en juego, muchos de ellos son sencillos artilugios y artificios.
Veamos:
3 -
Al respecto se puede consultar "SEC plans to raise Hedge - Funds Investing
Requirements", en
www.bloomberg.com/apps/news?pid=20601087 &sid=aseDgoFdQtos&refer=home. 5 - Más información al respecto puede ser obtenida en "SEC's Palmrose May Push to Shield Auditors From Fraud Lawsuits" ("Palmore, del SEC, busca proteger a los auditores de legislación por fraude"), http://www. bloomberg.com/apps/news?pid=20601109&sid=aBN3a00110mA&refer=home.
6 -
Véase el sitio oficial del Tesoro norteamericano: http://www.ustreas.gov/
press/releases/hp118.htm.
Se trata de un cálculo que en realidad puede realizar tranquilamente en casa cada uno de nosotros con información clara y precisa que proporciona en Internet generalmente, en sitios más escondidos de los mismos medios de comunicación.
Sería provechoso que las autoridades regulatorias norteamericanas realizaran un detallado estudio acerca de si las M&A no son, muchas veces incluso un mero truco para repartir millonadas de dólares entre los funcionarios de los bancos intervinientes y de las cúpulas de las empresas destinadas al "matrimonio" que significa una M&A, lo que bien podría dar lugar a acciones penales y hasta a volver a ver por televisión a grandes empresarios norteamericanos con esposas (no precisamente matrimoniales) en sus muñecas saliendo de un rascacielos para ingresar en un celular policial, como ocurrió a inicios de este milenio y luego se tapó convenientemente.
Además, muchas veces la empresa compradora
de otra en un M&A está metiendo sus narices no sólo en una empresa que no
conoce a fondo, sino en mercados completamente desconocidos, por lo que el
M&A puede terminar en un desastre compartido que bien puede disimularse tras
la contabilidad de la nueva megacorporación.
Sin embargo, estos artificios y artilugios no pueden durar para siempre, y aun cuando lo sigan haciendo durante muchos años no pueden impedir una auténtica devaluación de las acciones cotizantes allí si el dólar cae - cosa muy posible por el tamaño de su déficit externo - como debería hacerlo, no sólo frente a las monedas más fuertes del mundo, sino también contra muchas divisas "débiles".
En tal caso, aun cuando Wall Street mantuviera sus niveles o subiera moderadamente, el valor de las acciones norteamericanas en otras monedas se deterioraría severamente. Algo de ello ya ha comenzado a ocurrir si se tiene en cuenta que el dólar ya no vale lo que antes: de sus máximos niveles de los últimos quince años de 0,82 por euro ha pasado a valer, en julio de 2007, 1,38 por euro.
Este proceso, en marcha y con largos
y contradictorios altibajos, está lejos de estar completo respecto de la
divisa
europea, y está lejos aún de haberse iniciado con respecto al yen, el yuan,
y muchas otras divisas.
Diremos, en cuanto al mediano plazo, que cabe esperar algunas cosas:
Por eso mismo, por ejemplo, no debe extrañar que la situación de
constantes actos terroristas en Irak favorezca la presencia de tropas
norteamericanas en ese país y en la región, lo cual es deseado por
Washington y Londres, más allá de que nominalmente se hable y se escriba
acerca de la necesidad de una retirada ordenada.
Incluso se usa como excusa la posible lucha a muerte entre sunnitas y chiítas iraquíes para tener más argumentos para dejar tropas en Oriente Medio que en realidad están cuidando las reservas petroleras, las inversiones de los oligopolios anglo-norteamericanos y la infraestructura creada alrededor del "oro negro" iraquí por la empresa de servicios Halliburton (antes presidida por Dick Cheney), a través de su filial Kellog & Root (hoy KRB) que, por sí sola, ya lleva un financiamiento estatal norteamericano acumulado de 20.000 millones de dólares entre la invasión de 2003 y octubre de 2006, sin rendir cuentas al Estado norteamericano respecto de los más elementales gastos que realiza.
La labor
de la compañía excede con creces lo estrictamente petrolero, dado que es la
encargada de la logística y abastecimiento de las tropas norteamericanas
destacadas en Irak.
Por eso ambos partidos, Republicano y Demócrata, difieren en el cómo hacer y no en el qué hacer en Irak. Prueba suficiente de ello son las noticias acerca del envío de presidiarios norteamericanos a luchar como soldados en Irak,9 a un ritmo que podría rondar los 30.000 por año entre 2003 y 2006, y que se intensifica en 2007.
Cabe preguntarse: ¿qué entrenamiento militar puede tener un ex delincuente y presidiario?
Y no sólo eso:
Pero los cambios al más alto nivel en el Pentágono y otros importantes sectores de la administración norteamericana tampoco implican cambios de rumbo.
Por ejemplo, en cuanto al reemplazo del secretario de Defensa Donald Rumsfeld por el ex jefe de la CIA Robert Gates a raíz de la derrota republicana en las elecciones de noviembre de 2006, las perspectivas que se abren son menos halagüeñas de lo que muchos han considerado.
De
darse ello, podría haber alivios circunstanciales respecto del alza del
precio del barril y evitarse una guerra directa, aun cuando el propio Robert
Gates parece a veces un "clon" de Donald Rumsfeld, en lo que se refiere a la
búsqueda de expandir las zonas de conflicto.12
Por lo tanto, es necesario remarcar que George Bush hijo nombró en la secretaría de Defensa a un verdadero "experto" en corromper y socavar los sistemas políticos y económicos de los grandes rivales de los Estados Unidos.
En síntesis, el nombramiento de Gates en lugar de Rumsfeld puede dar lugar a una variante en la táctica, pero nunca en la estrategia: alinear a Irán, por los medios que sea, con los Estados Unidos, para lo que pueden usarse un variado arsenal de armas económicas y financieras, el espionaje, y la corrupción de funcionarios iraníes, entre otros elementos.
Si alguna duda cabe, a pocos días del nombramiento de Gates, el New York Times titulaba: "U.S. Considers Raising Troop Levels in Iraq" ("Los Estados Unidos considera aumentar las tropas en Irak") en su edición del 21 de noviembre de 2006.13
El otro cambio clave ocurrió a finales de 2006: el nombramiento del embajador estadounidense en la ONU, John Negroponte, como subsecretario de Estado. Implica un brusco endurecimiento de la política estadounidense en Oriente Medio, la posibilidad de un estado de tensiones, guerras civiles y acontecimientos inesperables muy difícil de imaginar, dado que se trata de uno de los más rígidos "halcones" de la política exterior norteamericana.
No
debe extrañar entonces que el nombramiento de Negroponte haya sido
acompañado de un petitorio de Bush al Congreso norteamericano de aumentar en
20.000 - hasta 150.000 - el número de tropas norteamericanas en Irak, y del
cambio y desplazamiento de muchos de los comandantes del ejército en aquel
país.
Rockefeller es senador por el estado de West Virginia como miembro del Partido Demócrata, a pesar de que el propio David Rockefeller ha impulsado cada vez que pudo a George W. Bush.
Esto
muestra una gran versatilidad política del clan petrolero-financiero, y lo
poco que en realidad importa en los Estados Unidos el cambio de manos de las
cámaras legislativas, o incluso del propio poder ejecutivo, entre partidos
que no se diferencian en cuestiones de fondo, sino apenas en estilos.14
Las principales
compañías de defensa han visto aumentar sus ganancias un 20% en 2006, y se
espera otro tanto en 2007, superando ampliamente al índice general de la
Bolsa norteamericana.
Esto hace que los accionistas e inversores
de las empresas de armas norteamericanas se froten las manos con el
nombramiento de personajes siniestros como John Negroponte 16 en el cargo de
subsecretario de Condoleezza Rice.
Incluso los abogados de los
detenidos, según las nuevas instrucciones, no pueden usar libremente
información clasificada para
defender a los acusados, según anuncia la propia Associated Press.17
Un suceso así daría
pretexto para atacar al principal enemigo que le queda a los Estados Unidos,
sin necesidad de efectuar siquiera las mínimas "investigaciones" que se
efectuaron tras el primer 11-S para determinar que el "foco terrorista"
estaba en Afganistán.
Para ello la estrategia podría ser utilizar un plan secreto elaborado por el Pentágono que incluya el uso de armas nucleares - según el Concept Plan 8022 del Pentágono (CONPLAN 8022) - a fin de llegar a blancos subterráneos muy profundos en Irán.19
Tan solo considerar esa posibilidad
causa vértigo.
En forma nunca antes vista en Oriente Medio, esas mismas corporaciones podrán embolsar nada menos que 75% de los beneficios en los primeros años de vigencia de los contratos, que serán a 30 años.20
Si las petroleras anglosajonas ingresan al mercado iraní (las segundas reservas del mundo), dominado hoy por compañías de Europa occidental - tal como Saddam Hussein deseaba que ocurriera en Irak y no pudo - un porcentaje abrumador de las reservas mundiales estarán bajo control directo o indirecto de un pequeño grupo de megacorporaciones anglosajonas, controladas por un poco más de un par de clanes familiares, entre ellos, los Rockefeller y Rothschild.
No hay manera de revertirlo si no hay un cambio energético. Además,
como veremos más adelante, de producirse es necesario precisar muy bien cuál,
en qué tiempo, con qué clase de tecnología, a qué precios y costos, y sobre
todo qué grado de competencia tendrá ese nuevo mercado en oposición al
actual.
Con un déficit externo superior al 7% del PBI norteamericano, pues el mismo bien podría ser caótico. Es por eso que también se busca "administrar" la depreciación del dólar vis-à-vis al euro y otras monedas, al mismo tiempo que a los Estados Unidos les conviene que Japón, gran surtidor de capitales, siga creciendo muy poco y mantenga tasas de inflación muy bajas, o incluso sufra deflación, aun cuando el yen siga artificialmente subvaluado contra el dólar.
La recesión japonesa es un gran negocio para los Estados Unidos que de esa manera pueden financiar buena parte de su déficit externo vía el movimiento especulativo de bancos y "hedge-funds", que toman yenes prestados para invertir en dólares, aprovechando el diferencial de tasas de interés.
Es
necesario remarcarlo: el peor negocio del mundo para los Estados Unidos
sería que se produzca una reactivación importante del consumo y la inversión
interna japonesa, pues obligaría a los Estados Unidos a una contracción muy
importante de su consumo. Por otra parte, el mundo entero entraría en
recesión si las tasas de interés de corto plazo comienzan a trepar en Japón
unos dos o tres puntos porcentuales anuales.
De todas maneras, es posible
esperar que cuando las tasas de interés de corto plazo comiencen a descender
en los Estados Unidos merced al previsible enfriamiento de su mercado
inmobiliario y su consumo privado, la "administración" de la baja del dólar
se torne mucho más ardua, pudiendo depreciarse a un ritmo mucho más
acelerado.
Pero las propias contradicciones económicas del mundo actual y de
la rapacidad del capitalismo megacorporativo y oligopólico para "encerrar" a
prácticamente a toda la humanidad en sus parámetros los van tornando poco a
poco inevitables.
El primero posee grandes inconvenientes: es desconocido en
Occidente, su tasa de interés ha sido cero por años y años, y la reciente
depresión económica japonesa ha durado demasiados años como para volver a
posicionar a Japón como una economía lo suficientemente creíble para que su
moneda reemplace al dólar.
En las últimas dos décadas Europa casi nunca ha alcanzado los niveles de crecimiento de los Estados Unidos, pero tampoco ha incurrido en el derroche de consumo ni en la peligrosa tendencia estadounidense de invertir recursos tomados en forma de deuda externa en sectores que no generan capacidad de pago de esas mismas deudas.
La situación fiscal y externa europea ha sido y es, en general, ordenada, y el euro ya cotiza en múltiples plazas financieras donde se realizan transacciones de considerable nivel con esa moneda. Muchos bancos centrales van adoptando una creciente proporción de sus reservas en esa moneda, y hasta la cotización de varios "commodities" comienza a efectuarse en euros.
Por ejemplo, tanto Irán como Venezuela han decidido comenzar a
cotizar petróleo en euros, para "saltar el cerco" que el petrodólar imponía,
y aún impone.
El debilitamiento de la misma sería insoslayable. Pero con este cambio y nada más, la elite estaría lejos de perder todo su poder.
Ocurre que en un mundo globalizado, muchos de
los más prominentes
miembros de la elite son europeos y además el propio
núcleo estadounidense e inglés bien puede diversificar sus activos a euros.
Pero el esquema de dominio de los Estados Unidos en su fase superimperialista actual entraría en fuerte decadencia haciendo
impracticables las aventuras militares en las que actualmente se embarca el
todavía "Nuevo Imperio Romano".
Ocurre que una acumulación de los ahorros mundiales en euros en lugar de dólares impactaría muy fuerte en el alza de la moneda europea, cuestión que amenazaría con situar a Europa en recesión porque dificultaría seriamente la actividad exportadora. Además, como el euro es la moneda de 25 países, una excesiva sobrevaloración de la misma puede generar tensiones entre los países que la utilizan, dado que algunos entrarían más fácil y profundamente en recesión que otros.
Pero dada la presumible inevitabilidad de una
progresiva - puede que con altibajos - fortificación del euro vis-à-vis al
dólar y muchas otra monedas, sería necesario efectuar cambios fundamentales
en el esquema actual de comercio mundial que ha tendido, en las últimas
décadas, a bajar los aranceles a la importación en una inmensa mayoría de
los países del mundo, merced a las presiones de la elite globalista en la
WTO (Organización Mundial de Comercio).
Sin embargo, no sería nada que el mundo ya no haya
visto antes. Por ejemplo, en los propios años treinta.
Los hidrocarburos
fósiles (petróleo, gas natural) o están acabándose, o bien no pueden volver
a ser utilizados como antiguamente, y hasta acelerarían su propio declive en
cantidad de reservas si se los utilizara, tal como es el caso del carbón.21
22 -
Buena parte del lobby contra la energía atómica, realizado en parte por
instituciones pseudoecologistas, ha sido en realidad financiado por la
industria petrolera. En el caso del transporte no es tan fácil dado que esas fuentes energéticas no pueden ser utilizadas, y resulta utópico pensar en "enchufar" autos, camiones y autobuses para recargar baterías.
Hay una imposibilidad física para ello, y además el
petróleo, el gas natural y el carbón hoy representan nada menos que cerca
del 85% de la energía utilizada mundialmente en todos los sectores.
Ambos tienen la ventaja de ser fuentes de energía mucho más limpias y abundantes que los combustibles fósiles. El hidrógeno se encuentra en el agua y puede ser obtenido mediante electrólisis, los biocombustibles son derivados indirectos de la energía solar dado que provienen de los aceites de oleaginosas y otros vegetales.
Pero ambos ofrecen problemas de muy difícil solución si no se planea su uso con mucho tiempo - algunos creen que décadas - de antelación.
George W. Bush ha repetido en varias ocasiones que desea fomentar el reemplazo del petróleo por el hidrógeno, pero no ha hecho nada al respecto, y se ha comportado como un títere de las empresas petroleras que lo han seleccionado como una especie de "mesías negro" para consolidar su poder.
Él y sus propios
funcionarios principales provienen del sector petrolero norteamericano.23
Eso podría facilitar la continuación del oligopolio mundial petrolero, dado que frente a la escasez mundial que se avecina a paso acelerado, se lo utilizaría menos, pero en forma aún vital. El problema es complejísimo porque no basta con que cada país por separado encuentre una solución propia al problema, sino que el mundo entero debe ponerse de acuerdo en el uso de la misma tecnología.
Jeremy Rifkin sostiene, sin embargo, en La economía del Hidrógeno, que el cambio del petróleo por el hidrógeno es posible sin recurrir a lo nefasto que significaría tener que usar el hidrocarburo en forma reducida pero vital en baterías, y que el hidrógeno podría ser tan barato de producir que significaría el fin de la pobreza en vastas zonas del planeta.
Sin embargo,
no aporta soluciones concluyentes sobre el tema.
Sin
embargo hasta el momento el uso de los mismos se ve dificultado por un par
de inconvenientes. En primer lugar resultan caros de producir (aunque con el
petróleo por encima de 80 dólares el barril no lo serían tanto). Y en
segundo lugar, aún no hay señales concluyentes de que la imprescindible "ecuación
energética" cierre.
Muy sencillo: para que una fuente de energía sea viable, es necesario que la energía invertida en su fabricación sea menor a la que se obtiene con el combustible fabricado. Esa fue una de las causas por la cual el alcohol de caña de azúcar, usado en el pasado en Brasil dejó de ser utilizado.
Sin embargo, algunos sostienen,24 en una nota aparecida en La Nación del 15 de febrero de 2006 que la ecuación energética comienza a cerrar bien para los combustibles a partir del uso de la paja de cereales, basándose en un informe del INRA (Institut National de la Recherche Agronomique, francés).
A pesar de ello, las cifras parecen no
cerrar para muchas fuentes de biocombustibles, dado que la "ganancia
energética" estaría aún muy por debajo de la de los combustibles fósiles. En
promedio, en el mundo, invirtiendo un barril de petróleo pueden extraerse
cinco. En cambio, en lo referente a biocombustibles, esa ganancia se recorta
severamente a menos de dos.
Además habría que tener en cuenta el previsible aumento en los precios de los campos cultivables, dado que en los mismos no sólo se producirían alimentos, sino también la fuente de energía con la que comenzaría a moverse el mundo.
El alza en el precio de los alimentos sería quizás inevitable entonces "por
partida doble" (aumento de precios de los cereales, y de los campos),
tornando más difícil la situación de los países en los que vastas
proporciones de la población sufren desnutrición o pobreza y miseria.
Mientras ello ocurre, la industria petrolera, la mejor socia del siniestro sector armamentista, se frota las manos y sigue provocando guerras, invasiones y muerte por doquier. Dólar y petróleo. Petróleo y dólar. Las dos caras de una misma moneda.
La moneda de la elite globalista que ha entrado, sin saberlo, en decadencia.
Una decadencia que, resulta muy deseable, quizá concluya en su propia caída
y desaparición.
Hemos visto cómo la depresión de los años treinta condujo, a fin de reactivar su mercado interno, a que los Estados Unidos interviniera en la Segunda Guerra Mundial.
A su vez la misma tuvo
como factor preponderante la falta, y por lo tanto, dependencia del
petróleo, en la que habían quedado los países del Eje (Alemania, Italia y
Japón) tras la Primera Guerra Mundial. A su vez el propio cambio del sistema
energético mundial del carbón al petróleo, fue un factor preponderante en el
estallido de la Primera Guerra Mundial, cuyo principal propiciador fue
Inglaterra.
Cada uno de ellos es capaz de generar una guerra de peores consecuencias que la Segunda Guerra Mundial, pero ambos pueden condenar al mundo a algo verdaderamente nunca visto. Que ello no ocurra depende de que los Estados Unidos efectúe su necesario ajuste económico y financiero lo antes y mejor posible, y de que se elija un sistema energético mundial barato y abundante.
De otra manera, seguir con el petróleo y gas natural a
medida que se alcance su "techo mundial de producción", y peor aun, cuando
entren en declive productivo, necesariamente va a implicar una gran guerra
entre las naciones que son sus principales consumidoras, no sólo la invasión
o manipulación de los países productores y exportadores.
Hay que repetirlo:
No es probable que la elite así lo desee, porque perdería el control sobre el sistema energético, y con él el del mundo.
La posibilidad de que el actual gran malestar social mundial no se traduzca en algo muchísimo peor en algunos años, depende de que, por primera vez en centenas de años, la elite pierda su poder.
La cruda realidad es ésta: si ellos mantienen el poder, millones y millones de personas perderán la vida.
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