por Antonio Fernández
Ellos alaban y promueven el mito de la 'democracia' estadounidense - incluso mientras estamos siendo despojados de las libertades civiles y el dinero sustituye el voto. Seleccionan los especialistas y expertos, casi siempre procedentes de los centros de poder para interpretar la realidad y explicar la política.
Por lo general, se basan
en las notas de prensa, escritos por las empresas, para sus
noticias. Y llenan la mayor parte de sus faltas de noticias con
chismes de celebridades, historias de la vida, deportes y
curiosidades.
Las corporaciones, que son dueñas de la prensa, contratan a periodistas dispuestos a ser cortesanos a las élites, y que ellos promueven como celebridades.
Estos cortesanos
periodísticos, que pueden ganar millones de dólares, son invitados a
los círculos internos del poder, los que ostentan la "información
privilegiada".
Y a lo largo de las
generaciones hay una larga lista de leprosos periodísticos.
Estos ataques son un acto de auto-justificación. Son un intento de los medios de comunicación para enmascarar la colaboración que existe entre ellos y la élite del poder.
Los medios de comunicación, como el resto del establecimiento (establishment) liberal, buscan envolverse en la chapa moral de la búsqueda valiente de la verdad y la justicia.
Pero para mantener este
mito tienen que destruir la credibilidad de los periodistas, como
Webb, que saca a luz el siniestro y asesino funcionamiento interno
del imperio.
Poco después de que Webb lo sacara a la luz en 1996, The Washington Post dedicó casi dos páginas completas a atacar las afirmaciones de Webb.
El diario Los Angeles Times publicó tres artículos separados azotando tanto a Webb como a su historia. Fue un capítulo sórdido, repugnante y vergonzoso en el periodismo estadounidense.
Pero hubo más...
Alexander Cockburn
y Jeffrey St. Clair, en el artículo de 2004 "Cómo
la Prensa y la CIA mataron la carrera de Gary Webb,"
detalla la dinámica de la campaña de desprestigio a nivel nacional.
Sabemos, en parte debido a una investigación del Senado liderado por el entonces senador, John Kerry, que Webb estaba en lo cierto.
Pero la verdad nunca fue el problema para aquellos que se opusieron al periodista.
Webb expuso a la CIA como un grupo de matones, de contrabandistas de drogas y de armas. Expuso a los medios de comunicación, que dependen de fuentes oficiales para la mayoría de sus noticias y por lo tanto son rehenes de esas fuentes, como siervos cobardes del poder.
Había cruzado la línea. Y
pagó por ello...
Los medios de comunicación están plagados por la misma mediocridad y corporativismo que hay en las instituciones culturales y académicas, en los sindicatos, las artes, los partidos y las instituciones religiosas.
Se aferran al mantra del auto-servicio de imparcialidad y objetividad para justificar su sumisión al poder.
La prensa escribe y habla - a diferencia de los académicos que charlan entre ellos, con su jerga arcana correspondiente, por lo que a veces, no son escuchados ni comprendidos por el público.
Y por esta razón la prensa es más potente y más estrechamente controlada por el estado.
Desempeña un papel
esencial en la difusión de la propaganda oficial. Pero para difundir
eficazmente la propaganda estatal la prensa debe mantener la ficción
de la independencia y la integridad. Debe ocultar sus
verdaderas intenciones.
Imparten a los lectores y espectadores su sentido de sí mismos.
Ellos les dicen lo que
sus aspiraciones deben ser. Prometen ayudarles a alcanzar estas
aspiraciones. Ofrecen una variedad, consejos y esquemas que prometen
el éxito personal y profesional.
Ellos usan el lenguaje y
las imágenes para manipular y formar opiniones, no para fomentar un
auténtico debate democrático o para abrir un espacio público para la
acción política libre y la deliberación pública.
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