Prácticamente todo el cuerpo de prensa de la élite y los grandes sectores de la clase política se unieron para denunciar al actual presidente no sólo como incompetente, sino como un traidor consciente y activo.
Teniendo en cuenta la cualidad interminable de la saga Trump/Rusia, es probable que este furor vuelva a surgir en un futuro próximo.
Entonces, ¿cuál es la
raíz de todo esto?
Esto es cierto, hasta donde se sabe.
Pero existe algo más fundamental con lo que Trump alimenta tal angustia:
El que sostiene que los motivos de Estados Unidos son siempre puros y de amor a la democracia, que sus agencias de espionaje son infalibles y que su superioridad moral es evidente.
Trump evidentemente no
cree ninguna de estas cosas, y por eso no es un jefe de Estado
debidamente elegido, sino más bien un saboteador a quien la clase
política y los medios de comunicación nunca podrán tolerar.
Pero, en aspectos cruciales, el vigor nacionalista que encarna no es necesariamente el mismo que el mito de la "nación excepcional" que ha inspirado la autoconcepción de la clase política estadounidense durante décadas.
Para sus detractores en
los think tanks y las instituciones mediáticas de la élite,
esto es una herejía.
Trump, en cambio, hace hincapié en una especie de transaccionalismo crudo que, si bien siempre está cargado de fanfarronadas superficialmente patrióticas, representa una desvalorización del excepcionalismo.
En el mito excepcionalista, Estados Unidos no es simplemente una hegemonía, sino un ejemplo moral:
En sus momentos de descuido, Trump traiciona a una parte esencial del escepticismo de esta mitología.
Para Trump, no existe una superioridad esencial que distinga necesariamente a Estados Unidos de, por ejemplo, Rusia, o que impida que los dos países se sitúen como pares morales.
Quizás incluso más que cualquier otro de los excesos retóricos de Trump, ésta es la manera más contundente con la que ha desestabilizado la conciencia de la clase política y de los medios de comunicación, que se criaron con una dieta constante a base de dogmas excepcionalistas, ya sea la versión conservadora, militarista, arrogante, de "mi país correcto o incorrecto", o la versión liberal, bondadosa, humanitaria y protectora del orden mundial.
En definitiva, Trump no
se adhiere a ninguna de las dos y esto provoca cierta histeria en
las élites paranoicas por el
declive de su país.
Al no estar sujeto a la
mitología popular del excepcionalismo y, en cambio, estar
sujeto a la mitología de su propia habilidad para hacer tratos,
Trump no está amarrado a las típicas restricciones retóricas que
limitaban lo que incluso su predecesor podía decir sobre la
naturaleza del poder estadounidense.
En una era anterior, el Partido Republicano se habría hinchado de furia ante la mera sugerencia de que Estados Unidos y Rusia podrían ser considerados en el mismo plano moral, pero eso es exactamente lo que su abanderado, Trump, ha hecho.
Sin embargo, debido a que
él combina este anti-excepcionalismo con tópicos nacionalistas, no
se le reconoce extensamente como el descarnado repudio que es tan
claramente.
Mitt Romney, el candidato presidencial republicano que precedió a Trump, escribió una autobiografía titulada "Sin disculpas - Argumentos a favor de la grandeza estadounidense / No Apology - The Case for American Greatness", y el tópico se calcificó rápidamente en la sabiduría convencional republicana.
Ignore el hecho de que los comentarios dispersos de Obama nunca equivalieron a nada cercano al rechazo generalizado del poderío estadounidense que los jefes republicanos jamás querrían imaginar.
Obama nunca llegó tan lejos como Trump en socavar las mismas premisas que constituyen los cimientos de la cosmovisión excepcionalista.
De hecho, la "marca" de Obama se basaba en lo excepcional que era que alguien con un pasado como el suyo pudiera ascender a las más altas esferas del poder político.
Trump generalmente no
vende tales ilusiones...
Durante la campaña presidencial de 2016, Clinton alegó con frecuencia que Trump no había demostrado suficiente reverencia por el pedigrí excepcional de Estados Unidos.
Clinton contrastó esto con la postura más cautelosa demostrada por Trump, a quien denunció por pensar supuestamente que,
Estrictamente hablando, no estaba equivocada...
Su acusación de que Trump sería un mal administrador del imperium americano, y su observación de que Trump no estaba del todo de acuerdo con el mantra del excepcionalismo, eran correctas.
Pero el ataque fracasó políticamente porque Trump siempre fue capaz de disimular su escepticismo con insinuaciones regulares de la "grandeza" estadounidense y otras variaciones propias del gusto nacionalista.
Clinton nunca fue capaz de garantizar el alto terreno patriótico.
Por el contrario, Trump no ve en Estados Unidos un conjunto de ideales políticos excepcionales, sino un conjunto de actividades comerciales.
El tema de su campaña no se basaba en que Estados Unidos estuviera brillando, sino ardiendo.
Él es lo que se podría llamar un post-excepcionalista.
Y a medida que Estados
Unidos entra en una fase post-excepcionalista, sus élites no desean
asumir lo que esto augura.
Pero cuando improvisa espontáneamente, el "verdadero Trump" suele emerger, como ocurrió en Helsinki.
Y para las angustiadas élites, el "verdadero Trump" es un impostor, una imposición desagradable al cuerpo político que debe estar al servicio de un siniestro tirano extranjero.
Ésa es para ellos la única explicación que tiene sentido...
Porque de lo contrario,
su misma presencia en el escenario mundial sugiere que el proyecto
estadounidense no es tan "excepcional" como se les ha
hecho creer...
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