04 Julio 2021
del
Sitio Web
RT
Imagen ilustrativa
Reuters
Washington está preocupado
por las
implicaciones geopolíticas del proyecto,
anunció medidas
de represalia
y empezó a
construir una alianza
contra la
expansión económica del país asiático...
Las autoridades chinas anunciaron en 2013 la
Nueva Ruta de la Seda, una
iniciativa que inicialmente tenía la forma de un proyecto para
promover la renovación y la expansión de la infraestructura en los
países colindantes con el gigante asiático a fin de facilitar los
procesos comerciales de China.
Sin embargo, a lo largo
de los últimos años ha venido expandiéndose tanto geográfica, como
sectorialmente, abarcando aspectos financieros, de seguridad e
incluso culturales.
La crisis en las relaciones entre China y EE.UU. que se produjo
durante el mandato de
Donald Trump llevó a que los
oponentes de esta iniciativa levantaran la voz y comenzaran a llamar
la atención al hecho de que Pekín utilice este Puente Terrestre
Euroasiático como un instrumento de presión económica y política
sobre varios países del mundo.
Aun más, en marzo de 2021 el nuevo inquilino de la Casa Blanca,
Joe Biden, propuso que los países democráticos
crearan su propia alternativa a la Iniciativa de la Franja y la
Ruta, que implica la apertura de nuevas rutas comerciales y
corredores de transporte.
¿Por qué la idea china de
facilitar la fluidez del intercambio de mercancías se convirtió en
una 'piedra de tropiezo' en las relaciones entre el país asiático y
Occidente?
Martin Pollard
Reuters
Lineamientos
estratégicos de la iniciativa
El fundamento de esta iniciativa consiste en promover un nuevo
modelo de cooperación y desarrollo internacional mediante el
fortalecimiento de los mecanismos y estructuras regionales
bilaterales y multilaterales con la participación de China, basado
en el espíritu de la antigua Ruta de la Seda en tiempos medievales.
Además, la Franja y la Ruta adquirió el objetivo de estimular
la prosperidad económica de los países involucrados, fortalecer los
intercambios culturales y los lazos de diferentes civilizaciones,
además de promover la paz y el desarrollo sostenible.
El pasado 24 de junio el ministro de Relaciones Exteriores de China
Wang Yi reveló que,
actualmente 150
países participan en la Nueva Ruta de la Seda.
Además, el
intercambio comercial entre China y sus socios en el proyecto
superó los 9,2 billones de dólares.
A su vez, las
inversiones directas de empresas chinas en estos países
alcanzaron los 130.000 millones de dólares.
Durante la 5ª
Exposición Internacional de la Ruta de la Seda, celebrada en
China en mayo pasado, se firmaron varios acuerdos de cooperación que
prevén inversiones por valor de 24.500 millones de dólares.
Los acuerdos engloban 72
proyectos clave en las áreas de educación, modernización de la
agricultura y altas tecnologías, entre otras.
¿Por qué China
creó la Nueva Ruta de la Seda?
Desde el punto de vista de Glenn Diesen, profesor de la
Universidad Nacional de Investigación-Escuela Superior de Economía
de Moscú, el lanzamiento del megaproyecto por parte de China estuvo
motivado por la necesidad de disminuir la dependencia económica de
EE.UU., su principal socio comercial.
Este modelo económico,
que el país asiático estuvo aplicando en las últimas décadas del
siglo XX, se aproximó a su agotamiento.
La creación de ese mecanismo se explica por el hecho de que las
autoridades chinas se esfuerzan por impulsar los vínculos económicos
globales con varios países de Occidente, que, desde el punto de
vista del 'think-tank' estadounidense
Consejo de Relaciones Exteriores,
históricamente habían sido descuidados.
Al mismo tiempo, estaba previsto que el proyecto contribuyese al
desarrollo económico de la provincia occidental de Xinjiang (una
prioridad primordial para el Gobierno chino), al igual que debe
asegurar el suministro continuo de energía a largo plazo desde Asia
Central y Medio Oriente, especialmente a través de rutas que el
ejército estadounidense no puede interrumpir.
La Nueva Ruta de la Seda, en su esencia, constituye una
superestructura política sobre el poder económico de las empresas
privadas y estatales chinas, que comenzó a formarse ya en la década
de los 90 del siglo XX, explicó Vasili Kashin, investigador
principal del Centro de Estudios Integrales Europeos e
Internacionales de la Escuela Superior de Economía de Moscú.
"Posiciona la
actividad de las empresas chinas en un determinado marco
político y le permite a la República Popular China utilizar esta
actividad empresarial para ganar influencia en la política
regional y en la gobernanza global", comentó.
Alexánder Lomanov,
experto del
club de discusiones Valdái e
investigador del Instituto Primakov de Economía Mundial y
Relaciones Internacionales de la Academia de Ciencias de Rusia,
está de acuerdo con esta opinión:
"Aunque Pekín
prioriza el componente económico y niega la existencia de
motivos geopolíticos, en general el mundo tiene claro que este
proyecto está dirigido no solo a promover proyectos económicos,
sino también a incrementar la influencia política de China y su
capacidad para reformar la gobernanza global y el sistema de
relaciones internacionales", dijo el experto.
Visitantes observan un
modelo del sistema de agua
de la región del Paso de Yumen,
la puerta de entrada en la antigua Ruta de la Seda
en la provincia china de Gansu,
el 20 de septiembre de 2020.
CARLOS GARCIA RAWLINS
Reuters
Críticas de la
iniciativa
En general, expertos y políticos han cuestionado más de una vez la
política de China de conceder dinero barato a los países en
desarrollo que continúan experimentando dificultades económicas a
causa de la crisis financiera mundial.
En vez de seguir el procedimiento lento y burocrático de cumplir con
los estándares y las elevadas exigencias impuestas por instituciones
financieras como
el FMI o el Banco Mundial a la hora
de obtener ayuda financiera, los países recurren al crédito chino,
que no solo ayuda a mejorar la situación macroeconómica en un breve
período de tiempo, sino que también contribuye al desarrollo de
infraestructura bajo diversas iniciativas de la Nueva Ruta de la
Seda.
No obstante, el enfoque de prestar el dinero barato a los países con
inestabilidad económica genera cierta polémica y lleva a
discrepancias, como ocurrió en caso de Sri Lanka.
Ese país insular obtuvo créditos chinos por valor de más de 10.500
millones de dólares, lo que lo convirtió en uno de los receptores
más grandes de los fondos de la Franja y la Ruta.
Los problemas económicos
que surgieron posteriormente obligaron a las autoridades
esrilanquesas a renegociar su deuda y, como resultado de las
negociaciones con sus socios chinos, cederles el
puerto de Hambantota, uno de los
puntos más importantes de la ruta del comercio desde Asia hacia
Oriente Medio y Europa.
Esta decisión puso al Gobierno de Sri Lanka en una situación de
debilidad, ya que fue duramente criticado tanto dentro como fuera
del país.
En aquel entonces algunos
funcionarios estadounidenses señalaron que Sri Lanka,
"efectivamente cedió
la soberanía sobre un activo clave"...
A medida que el
megaproyecto del Puente Terrestre Euroasiático iba expandiéndose, su
componente geopolítico ganó una notoriedad particular.
El conflicto comercial
entre EE.UU. y China, que empezó durante la administración de Donald
Trump, llevó a que la nación norteamericana ejerciera se opusiera
frontalmente.
Como consecuencia,
empezaron a aparecer insinuaciones sobre la esencia de la Nueva
Ruta de la Seda, expresadas por varios políticos, expertos y
investigadores de los países occidentales.
Por ejemplo, investigadores del Instituto de Economía Mundial de
Kiel (Alemania) y la Universidad de Georgetown (EE.UU.)
hicieron hincapié en la falta de transparencia en la mayoría de los
acuerdos de préstamos que China pactó con los participantes de la
Ruta de la Seda.
"La absoluta mayoría
de los contratos chinos contienen cláusulas de confidencialidad
inusuales que prohíben a los prestatarios revelar los términos o
incluso la existencia de la deuda", escribieron los autores del
estudio.
Los prestamistas chinos
también se aseguraron una ventaja sobre otros acreedores al excluir
las deudas de la lista de casos de alivio de lo adeudado coordinado
por el
Club de París, un grupo de
representantes de acreedores que ayuda a los países deudores a
superar dificultades financieras.
Frente a estas acusaciones, las autoridades chinas negaron
repetidamente que la cooperación económica en el marco el proyecto
sirva como pretexto para la expansión de la influencia política.
Por ejemplo, en noviembre
de 2018 el líder chino Xi Jinping defendió la iniciativa,
observando que,
"no está diseñada
para servir a ninguna agenda geopolítica oculta, no está
dirigido contra nadie y no excluye a nadie".
"No es un club
exclusivo cerrado a los no miembros, y tampoco es una trampa
como lo han etiquetado algunas personas", aseguró el presidente
chino.
La reacción de
EE.UU. al proyecto
Desde el principio las autoridades estadounidenses se opusieron a la
iniciativa en su intento de limitar el crecimiento de la potencia
económica de China, aunque en
la era Obama
esta oposición no se expresó de manera abierta.
Las tensiones se
agravaron sin embargo durante el Gobierno de Donald Trump
después de que EE.UU. radicalizara su retórica hacia el país
asiático y emprendiera los primeros pasos restrictivos en la guerra
comercial.
En noviembre de 2018, el entonces vicepresidente de EE.UU., Mike
Pence, dijo que su país no iba a ofrecer a sus socios "un
cinturón asfixiante o un camino de un solo sentido", en alusión a la
propuesta china.
Cabe destacar que, paradójicamente, las restricciones comerciales
impuestas por EE.UU. sirvieron para expandir aún más la Franja y
la Ruta, ya que tuvieron el efecto de que para China resultara
urgente diversificar sus relaciones económicas.
En consecuencia, más
naciones de varias partes del mundo - Asia, África, América Latina -
se unieron al megaproyecto.
En este contexto conviene subrayar que la postura de los países
europeos acerca de la iniciativa difiere de la de Washington.
Varias naciones del
continente europeo manifestaron su interés en la Franja y la
Ruta y empezaron a desarrollar y realizar proyectos de
infraestructura financiados en gran parte por China.
Esto causó ciertas
molestias y preocupaciones al otro lado del Atlántico.
Por ejemplo, refiriéndose a la cooperación entre Italia
y China en marzo de 2019, Garrett Marquis,
entonces miembro del Consejo de Seguridad de EE.UU. tildó el
Puente Terrestre Euroasiático de,
"proyecto de vanidad
de infraestructura impulsado por China"...
Un mapa de la Ruta de la Seda
en
el Foro Financiero Asiático, Hong Kong,
el 18 de enero de 2016.
Bobby Yip
Reuters
Para contrarrestar la expansión de la Franja y la Ruta, la
Administración estadounidense optó por reavivar sus proyectos de
apoyo al desarrollo.
En 2019 se fundó la
Corporación de Financiamiento para el Desarrollo internacional
de EE.UU. (DFC, por sus siglas en inglés) en base a un conglomerado
de instituciones de la Agencia para el Desarrollo Internacional
(USAID).
Es interesante que Donald Trump, que anteriormente había mostrado su
escepticismo hacia los institutos encargados de proyectar el 'poder
blando' de EE.UU., decidiera emprender este paso.
Sin embargo, relanzar los
programas correspondientes parece no ser suficiente para contrapesar
la influencia de China sobre los países de varias partes del mundo.
En paralelo, EE.UU. empezó a considerar varios tipos de medidas de
represalia hasta revelar, en marzo de 2021 - ya durante el mandato
de Joe Biden - el paso simétrico de lanzar una 'alternativa' a la
Ruta de la Seda.
"Sugerí que
deberíamos tener, esencialmente, una iniciativa similar,
partiendo de [la participación en esta de] los Estados
democráticos, colaborando con las comunidades de todo el mundo
que, de hecho, necesitan ayuda", comentó el asunto Biden durante
una conversación telefónica con el primer ministro del Reino
Unido, Boris Johnson.
Con el objetivo de hacer
realidad este proyecto, EE.UU. empezó a forjar una coalición de los
países que se oponen al crecimiento de la influencia china en los
asuntos políticos y económicos.
Así, los líderes del G-7
acordaron en junio de 2021 una iniciativa de inversión en
infraestructura en los países en desarrollo.
La idea consiste en
establecer,
"una asociación de
infraestructura transparente, de alto nivel, impulsada por
valores y liderada por las principales democracias".
Imagen ilustrativa
Jason
Lee
Reuters
De esta manera, Washington subraya el componente político en la
cooperación económica y comercial, lo cual tendrá ciertas
implicaciones.
De hecho, a la vez que
acusaba a China de llevar a cabo algo semejante al Plan Marshall,
EE.UU. elaboró un plan que es mucho más parecido a ese proyecto de
recuperación de infraestructura de los países europeos después de la
Segunda Guerra Mundial, que tenía como objetivo principal frustrar
la expansión de la influencia de la URSS y estaba basado en la
adherencia de sus miembros a los principios de la democracia.
A la hora de elaborar el proyecto de la Franja y la Ruta,
China no se centró en cuestiones ideológicas, sino que sus acciones
fueron motivadas por las necesidades económicas, que, a su vez,
inminentemente adquirieron consecuencias políticas dado el volumen y
la escala de las actividades comerciales del país asiático.
A su vez, EE.UU.
respondió a la política de China con una iniciativa semejante,
pero enfocada en el factor ideológico.
Es aquí donde se
manifiesta la incompatibilidad de opiniones de las dos potencias
sobre el futuro de los procesos políticos y económicos...
De este modo, la
Franja y la Ruta se quedaron atascadas en un nudo gordiano de
obstáculos geopolíticos y ideológicos.
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