por Alejandro Martinez
Gallardo
del Sitio Web
PijamaSurf
26 Enero 2016
¿Acaso no la tecnología prometía alfabetizar al mundo y llevar a todo el orbe los frutos de la sociedad tecnológica y científicamente docta?
Hace algunos años, la ONU y el MIT lanzaron el programa "Una laptop por niño", en una especie de cruzada mundial de educación bajo el supuesto de que tener una computadora era un derecho universal - casi tan fundamental como la comida - y el detonador de la liberación de las fuerzas opresoras de la pobreza y la dictadura.
La computadora, sugiere el director del Media Lab del MIT y cabeza del proyecto, Nicholas Negroponte, es la herramienta de conocimiento más poderosa de la historia.
En esto estaría de
acuerdo
Steve Jobs, quien en varias
ocasiones habló del poder de las computadoras de revolucionar el
aprendizaje, y quien, incluso más que Negroponte, se encargó de
evangelizar al mundo y hacer que las computadoras fueran ya no sólo
deseables sino imprescindibles (al menos para nuestra percepción).
Quizás ha ocurrido lo opuesto, de la misma manera que la evangelización de la Iglesia Católica significó el yugo y la pérdida de tradición e identidad de los pueblos indígenas de América.
Negroponte y la ONU fundamentalmente reparten computadoras en África, pero esta evangelización tecnológica ha ocurrido de manera global, casi sin que nadie se inquiete por lo sucedido.
Y es que asumimos que las computadoras y la tecnología no tienen ninguna agenda y son esencialmente bienes materiales de gran valor cultural.
(El filósofo anarco-primitivista John Zerzan sugiere que existe,
Hace algunos años con la llegada del Internet se decía que vivimos en la era de la información.
Esto es indudable, todos hemos escuchado sobre cómo en nuestra época cada 5 años o algo así se duplica la cantidad total de información que generamos. El problema es que más información y más "especialistas" no nos hacen como individuos ni como sociedad más sabios.
A fin de cuentas la persona que puede contestar innumerables preguntas de trivia es sólo una curiosidad, la persona verdaderamente admirable es la que puede integrar toda esa información y aplicarla no sólo para producir algo valioso según el mercado - como un nuevo gadget - sino para aplicarla en su vida diaria y vivir sana y felizmente (independientemente de las presiones de su entorno).
Esta es la forma de hacer
real la información que de otra manera sólo nos lleva a estar
inmersos en un torrente virtual de data, que nunca para, pero
tampoco llega a ningún puerto, nunca está en paz.
Karl Taro Greenfeld escribe en un artículo en el New York Times:
Un estudio reciente sugiere que las personas que dicen ser expertos en realidad no lo son y existe una tendencia innata a exagerar lo que sabemos.
Quizás esto está pasando a escala global: una alucinación colectiva de creer o fingir que sabemos.
¿Saber un poco de todo es
lo mismo que no saber mucho de nada? O, ¿de toda esta panoplia de
trivia, de todas las conexiones de datos superfluos, del agregado
hipervinculado surge, como de una gestalt holística, la sabiduría?
Esto parece ser lo que está ocurriendo, la simple tesis de que sabemos más datos, sobre muchas más cosas, pero en realidad conocemos menos cosas a fondo, y tenemos menos capacidad de transformar lo que conocemos en algo valioso (y no me refiero a algo con lo que podemos ganar dinero).
Somos cada vez más
superficiales, adictos a tener cosas, a la pura materialidad, y
menos capaces de profundizar y menos interesados por las ideas y los
aspectos inmateriales de la realidad.
¿Acaso no hay una contradicción?
Ciertamente será un buen punto, pero me parece que es posible argumentar, con Sócrates, que el primer paso hacia el conocimiento es aceptar la propia ignorancia y esta humildad no es algo que uno pueda apreciar en la ciencia y en la tecnología modernas que avanzan con una supuesta seguridad inexorable a conquistar la realidad bajo un estrecho paradigma materialista, que poco se pregunta sobre las consecuencias que su "conocimiento" produce en la psique de los individuos y en su búsqueda de significado, y que impone su visión de mundo (de la misma forma que los misioneros religiosos).
Por otro lado, más allá de citar estadísticas de lectura, desigualdad, destrucción ecológica o demás cifras que podrían indicar un deterioro cualitativo de nuestra experiencia en el mundo, me remito a la observación del entorno, justamente a la dimensión cualitativa de la realidad y hago una pregunta al lector:
En la segunda parte (a
continuación mas abajo) de este ensayo seguiremos la tesis del poeta
Charles Simic, quien en 2012 describió nuestra era como "la
Era de la Ignorancia", notando que cada vez los jóvenes a los que
enseña literatura en la universidad llegan con menos conocimiento y
que existe, como si fuere,
una estupidización generalizada de
la población en Estados Unidos, la cual es sumamente conveniente
para la clase política y
la élite empresarial.
¿Por qué los jóvenes son cada vez más
ignorantes?
ha notado una preocupante tendencia: los jóvenes que llegan a la universidad cada vez saben menos...
Desencantado por las manifestaciones culturales de su país, donde en algún momento el grueso de la población llegó a creer que Saddam Hussein había sido responsable de los ataques del 11 de septiembre o que Obama era musulmán, Simic denunció lo que considera es una,
Lo que más me llamó la atención de leer el artículo de Simic, un destacado poeta amigo de Octavio Paz, es su diagnóstico puntual, basado en su observación como profesor universitario de literatura, de que los jóvenes son cada vez más ignorantes, pasan de la escuela a la universidad sin estar preparados y sobre todo adoleciendo en conocimientos de historia.
Esto mismo lo detecta Rushkoff en cierta forma en su libro Present Shock:
Todo es un perpetuo y atiborrado "ahora".
Simic escribe sobre la notable carencia que tienen los jóvenes de las grandes ideas de otros tiempos:
Tengo la impresión de que esto es un fenómeno global.
Hablo desde lo que observo en México, pero podemos citar también al exprofesor de Cambridge, Terry Eagleton, quien en un artículo en el mismo tenor que el de Simic denunció la influencia neocapitalista sobre la educación superior, considerando que las universidades son administradas como negocios y que las humanidades están al borde de desaparecer puesto que no pueden competir en la producción de capital con otras carreras.
Las impresiones de Simic son sobre los estudiantes en Estados Unidos, el país con la presencia mediática más incisiva del mundo, a la vez también, el país que más influencia tiene el mundo, siendo una especie de oficina central de adoctrinamiento cultural global.
Algunos países obtienen lo peor de los dos mundos:
Simic hace hincapié en que una de las cosas que se está perdiendo es el conocimiento de la historia - encandilados por el nuevo smartphone que hace desechable todo lo demás (incluyendo nuestra memoria); sin una noción histórica, el pueblo es fácilmente manipulable ya que no tiene el alcance de visión para percibir que los políticos están recurriendo a los mismos trucos o a las mismas falsas promesas que han utilizado antes sin entregar nunca resultados.
Como dijo el filósofo George Santayana,
Me pregunto si, correteando las actualizaciones incesantes que nos hacen llegar nuestros aparatos, no nos estaremos programando para repetir los mismos errores del pasado, pensando que éste ya no existe, que ya lo hemos superado y con él los grandes desafíos de la condición humana.
Simic considera que nuestra ignorancia, en el mundo real, nos hace presa fácil de la manipulación política e ideológica.
Cómo explicarnos este incremento en la ignorancia - incremento al menos en lo referente a las bellas artes, a las tradiciones religiosas, a la historia. Simic culpa en Estados Unidos a la educación.
Me pregunto si no existe una especie de loop de retroalimentación entre los medios electrónicos y la carencia educativa, uno magnificando el efecto de la otra.
Pasamos grandes cantidades de tiempo consumiendo contenido electrónico en forma de snack, pedacería diseñada para atrapar nuestra atención y ante este contenido - hecho a la medida de nuestra dopamina - las películas de cine de arte, los libros de filosofía clásica o las novelas de autores de hace más de 50 años nos parecen aburridas.
En inglés se ha creado el término "infotainment" para referirse a la información y al entretenimiento como una misma (y ubicua) cosa.
Hoy en día todo tiene que
ser entretenido, fácil de usar y útil (en el sentido de que nos
brinde un capital, algo que podamos presumir que sabemos o que
podamos vender).
Me pareció sintomática de lo que Simic llama la Era de la Ignorancia a la vez que, paradójicamente, denota un fuerte deseo de saber.
Blinkist ofrece resúmenes de miles de libros que puedes leer en 15 minutos, una especie de resumen ejecutivo compuesto de puros "insights" de populares obras de no ficción.
Promete hacerte más inteligente y ahorrarte toda la paja y la molestia de tener que realmente leer el libro.
En nuestra era todos
queremos ser CEOs, todos traducimos el tiempo en dinero y todos nos
preparamos para pasar el examen (no para realmente aprender, sino
para parecer que sabemos lo suficiente para pasar el punto de
control y obtener el beneficio social o económico).
Se podrá argumentar que los jóvenes no saben menos sino que sus saberes están orientados a lenguajes científico-técnicos, como por ejemplo la tecnología de la información, a través de la cual pueden, por ejemplo, extender su memoria a la Red y utilizar la Nube como un almacén de información mucho mayor de lo que las mentes más prodigiosas albergaban en la antigüedad.
Y, también, el siempre citado argumento de que las habilidades intelectuales modernas están orientadas hacia el reconocimiento de patrones y no a la memorización de información.
Como si fuéramos más ligeros y estuviéramos uniéndonos a una mente global incorpórea.
En algún momento esto puede llevar a creer incluso que estamos por manifestar el sueño de Teilhard de Chardin de la noósfera, la evolución de una capa de conciencia inmaterial, una especie de super-alma planetaria (al menos los entusiastas editores de la revista Wired así lo creían).
El juicio que he querido exponer aquí, sin embargo, es un juicio de valor:
A su vez, no tengo reparos en manifestar que el problema de educación que vivimos es un problema de valores, es decir un problema moral y estético.
Hoy la mayoría de las personas preferirían tener una habilidad que puedan capitalizar fácilmente y no una sensibilidad que sea inútil económicamente pero que alimente al individuo de belleza y de una riqueza que no cotiza en la bolsa.
Nuestras prioridades y deseos hoy son determinados en función de la economía, el éxito personal (deseo aspiracional) y el materialismo y no de la estética, la ética ni la espiritualidad.
En suma, simplemente digo aquí que para mi forma de ver el mundo - una visión 'tradicional' - el conocimiento debe estar ligado a principios que trascienden modas y corrientes pasajeras; ideas o valores que pueden encontrarse fundamentalmente en el arte, la religión y la filosofía (también en la ciencia, pero sólo en la ciencia que es capaz de encontrar sentido, es decir, en una ciencia siempre vinculada a la filosofía, como fue en el origen).
Más allá de las apariencias y las rápidas descargas del hedonismo, lo que todos deseamos es entrar en contacto con algo más duradero y profundo y lo único que sabemos de cierto que trasciende nuestra corta estancia bajo el Sol son las ideas y los valores.
Platón nos hablaría del Bien, de la Belleza, de la Unidad. Buda del Dharma (la ley de la cual el universo mismo es sólo una manifestación).
Quizás lo mejor que tenemos actualmente - en un mundo fanáticamente secular - son intentos como los de Carl Sagan por encontrar belleza y sentido dentro del supuesto azar de la ciega máquina universal e incrustar nuestros procesos dentro de la madeja de la evolución cósmica desde una perspectiva de participación.
Sobre lo último habría que recordar que las grandes ideas de Sagan,
...son solamente ecos o
reformulaciones casi exactas de nociones conocidas a través de una
ciencia interna hace miles de años por diversas culturas como la
védica, la griega o la egipcia, entre otras.
Marshall McLuhan, un autor al que todos deberíamos regresar en esta época, dijo que la tecnología es una extensión de nuestros sentidos, pero que de la misma forma que los amplifica también los amputa.
Un automóvil es una extensión de nuestras piernas (aunque alguno ha bromeado que también del pene), un teléfono de nuestros oídos y de nuestra voz (¿un smartphone es un genio o demonio atrapado en el bolsillo?), la Internet es una extensión de nuestro cerebro.
No hay duda que sus alcances son enormes, su potencial maravilloso, pero hay que detenernos a observar si su mismo poder, su fabuloso encantamiento no está obnubilando o inundando algunos aspectos de nuestra percepción o por lo menos modificando algunos hábitos que determinan nuestra relación con el mundo y nuestra capacidad de conectarnos con los demás.
El sentido de la frase de McLuhan queda claramente ejemplificado en el slogan repetido incansablemente, lo mismo por compañías de telecomunicación que sitios de Internet:
Como dice el anarco-primitivista John Zerzan:
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