por Mario Osava
9 Noviembre
2018
del Sitio Web
IPSNoticias
El presidente electo Jair Bolsonaro y el juez Sergio Moro,
designado como el próximo ministro de Justicia y Seguridad Pública,
durante
una visita en Brasilia al Superior Tribunal de Justicia,
una de
las cortes centrales de Brasil.
Ese
nombramiento ha intensificado la polémica
sobre
las actuaciones del juez contra la corrupción.
Crédito: José Cruz/Agência Brasil-Fotos Públicas
RÍO DE JANEIRO
Abolir el Ministerio del
Trabajo, una de las decisiones anunciadas por el presidente electo,
el ultraderechista
Jair Bolsonaro, explicita los
rumbos de su gobierno en el intento de ajustar Brasil a las
tendencias actuales del capitalismo, aun con propuestas regresivas.
Refleja la devaluación del trabajo por tecnologías que eliminan
trabajadores o los atomizan, tanto en la industria como en la
agricultura en todo el mundo, y que se acentuó con la llamada cuarta
revolución industrial, además de la globalización comercial.
En la formación del nuevo gobierno brasileño, que se pretende tenga
entre 15 y 17 ministros, contra los 29 actuales, lo más fácil es
sacrificar el del Trabajo.
Bolsonaro ya tuvo que retroceder en la anunciada extinción del
Ministerio de Medio Ambiente, cuyas funciones serian incorporadas a
la cartera de Agricultura.
La
extrema derecha victoriosa en Brasil
se distingue de
otras que se extienden por el mundo
por su repentino
ascenso y la falta de organicidad,
además de
carecer de un partido fuerte,
y por eso
depende del
éxito de su
gobierno para consolidarse...
Se rindió a las presiones de ambientalistas y principalmente de las
grandes empresas agrícolas, temerosas de perder exportaciones, ante
la reacción de mercados que rechazan productos vinculados, por
ejemplo,
a la deforestación.
La fuerza creciente que tienen temas ambientales, en contraste con
los laborales y sindicales, forzó también otra marcha atrás.
Brasil no dejará
el Acuerdo de París sobre cambio climático suscrito en 2015,
prometió Bolsonaro, días después de amenazar con la salida, como ya
hizo el presidente estadounidense
Donald Trump.
La composición del gobierno que tomará posesión el 1 de enero avanza
por un camino de anuncios encontrados, desnudando la acción
improvisada de protagonistas que no tienen experiencia anterior en
la gestión pública, como el mismo Bolsonaro y el designado como
superministro de Economía,
Paulo Guedes.
Se trata también de aclarar orientaciones y políticas que no fueron
debatidas durante la campaña electoral, en que predominaron ataques
personales, en busca de la llamada "desconstrucción" del adversario.
Bolsonaro, cuya historia de agresividad alimentó brotes de violencia
por parte de sus adeptos y el miedo a que la democracia esté
amenazada, moderó su discurso tras su triunfo en los comicios del 28
de octubre, prometiendo,
cumplir la
Constitución como "único norte" y "gobernar para todos".
Ese proceso de idas
y venidas matizó la euforia del mercado financiero, ante
el ascenso de la extrema derecha y permite vislumbrar que corrientes
asumen de hecho el poder en la coalición informal, diversa y a veces
contradictoria que sustenta a Bolsonaro.
Se trata de una amalgama de,
-
grupos militares
-
religiosos
-
empresarios
-
el llamado
agro-negocio
-
las clases medias
Privatizar todo
lo que sea posible, reducir el tamaño del Estado, liberar las
empresas de trabas tributarias, ambientales y del derecho laboral
son las políticas anunciadas por Guedes, economista posgraduado en
la Universidad Chicago donde adhirió a la corriente "monetarista" de
Milton Friedman (1912-2006), inspirador del llamado
neoliberalismo (como referencia, ver
Chicago Boys).
Jair Bolsonaro,
por primera vez en Brasilia como presidente electo,
en un encuentro con el mandatario saliente Michel Temer,
el 7 de noviembre, con el objetivo de concertar
el proceso de transición hasta que asuma
el nuevo gobernante, el 1 de enero.
Crédito: Rogério Melo/PR-Fotos Públicas
El rechazo a esa política económica, parcialmente adoptada en los
años 90, había sido decisivo en las elecciones presidenciales de
2002 a 2014, cuando triunfaron candidatos del izquierdista
Partido de los Trabajadores (PT), estatistas y duros críticos
del neoliberalismo.
La popularidad del PT, basada en programas sociales y
desarrollistas, se derrumbó ante los escándalos de corrupción
que llevaron a la cárcel varios de sus dirigentes, incluido el
ex-presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011), y la
recesión económica atribuida a su sucesora Dilma Rousseff,
destituida por el legislativo Congreso bicameral en agosto de 2016.
Ahora, por alternancia, le toca el turno a los neoliberales en este
país de 208 millones de habitantes, con una expresión mucho más
radical que la de los gobernantes moderados de los años 90.
Atacar al PT, como responsable de "la peor crisis económica" y de la
corrupción que pudrió todo el sistema político brasileño, fue un
arma decisiva de Bolsonaro, un gris diputado desde hace 27 años,
cuya repentina popularidad arrastró al poder decenas de diputados y
varios gobernadores de estado, hasta ahora desconocidos para los
brasileños.
Su base electoral incluye sectores que discrepan del liberalismo
económico, como militares nacionalistas y personas en situación de
pobreza, dependientes de programas estatales.
El mismo Bolsonaro, en su
pasado de diputado nacionalista, votó contra las privatizaciones y
la apertura comercial.
Su acercamiento al protestantismo, especialmente las iglesias
pentecostales, en una de las cuales se hizo bautizar
espectacularmente en el río Jordán, en Israel, en 2016, le permitió
articular con cierta coherencia el apoyo de distintos sectores y
corrientes en una idea de impulsar el reinicio del capitalismo
brasileño.
Es curioso oír a sus adeptos que su lucha es contra el comunismo,
identificándolo en los gobiernos del PT e incluso el anterior,
encabezado por el centrista Partido de la Socialdemocracia
Brasileña, acusado de neoliberal por los petistas.
Los pentecostales, más conocidos como evangélicos en
Brasil, aglutinan confesiones a las que adhieren más de 30 por
ciento de los brasileños y aumentan rápidamente en desmedro de los
católicos, según encuestas especializadas.
Especialmente los llamados
neopentecostales practican una
agresiva formación de nuevos emprendedores, en una prédica por un
esfuerzo individual de enriquecimiento.
Es la "teología de la
prosperidad", según la periodista franco-marroquí Lamia Oualalou
en su libro "Jesús
te ama", un reportaje sobre la expansión religiosa y
política de esas iglesias.
No se puede olvidar el papel de la religión en países más
desarrollados, constatado por el sociólogo Max Weber en su
obra "La
ética protestante y el espíritu del capitalismo", hace
poco más de un siglo.
Los evangélicos representaron así una catapulta para la candidatura
que Bolsonaro construyó desde 2014, no solo por su apoyo masivo en
las calles, redes sociales de comunicación y templos, sino porque
canalizaron hacia él 70 por ciento de sus votos.
Además sirvieron para promover la convergencia de distintos
sectores, divididos por intereses dispares, en el respaldo activo al
ex-capitán del Ejército.
Es lo que permitió neutralizar resistencias, generadas
principalmente por las violentas declaraciones de Bolsonaro como
diputado y candidato presidencial contra principios democráticos,
las mujeres, negros, indígenas o la comunidad homosexual.
Otro superministro ya designado parece confirmar el discurso con que
Bolsonaro trató de afirmarse como el más decidido combatiente de la
corrupción y de la criminalidad, prometiendo su dura represión y la
entrega de armas a la población.
El ministro de Justicia, que incorporará la seguridad pública a sus
tareas, será el juez Sergio Moro, famoso por coordinar desde
2014 los procesos que enjuiciaron centenares de políticos,
encarcelando decenas, incluyendo al ex-presidente Lula, por
corrupción, lavado de dinero y organización criminal.
Es una apuesta que fortalece el nuevo gobierno, por lo menos en su
inicio, aunque amplió las dudas sobre la imparcialidad del juez, en
los procesos contra Lula, ya que apuró las investigaciones y el
juicio que condenó el ex-mandatario y lo confinó en la cárcel desde
abril, impidiendo su candidatura presidencial, hasta entonces la
favorita según las encuestas.
La extrema derecha victoriosa en Brasil se distingue de otras que se
extienden por el mundo por su repentino ascenso y la falta de
organicidad, además de carecer de un partido fuerte, y por eso
depende del éxito de su gobierno para consolidarse.
Bolsonaro solo se afilió
al Partido Social Liberal en mayo de 2018 para poder
postularse, el octavo por el que ha transitado durante su carrera.
Su "populismo de derecha" es usual en países de sociedades más
homogéneas, no en un país de tanta desigualdad como Brasil, más
propicio a populismos de izquierda, destacó Anna Grzymala-Busse,
profesora de política en la estadounidense Universidad de Stanford,
en una entrevista al diario Folha de São Paulo el 29 de
octubre.
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