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Jair Bolsonaro (segundo a la izquierda), rodeado de dos generales retirados con papel clave en su gobierno: el vicepresidente Hamilton Mourão (primero a la izquierda) y el ministro Jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, Augusto Heleno Pereira. El militar uniformado es jefe de la guardia presidencial. Detrás, a la derecha, Gustavo Bebbiano, ex secretario general de la Presidencia, también con rango de ministro, destituido el 18 de febrero por discrepancias con un hijo de Bolsonaro.
Crédito: Carolina Antunes/PR-Agência Brasil
A estas alturas es
evidente que
Jair Bolsonaro mantiene, como presidente, las
convicciones antidemocráticas y retrógradas de las que hizo gala
durante sus 30 años de vida parlamentaria y que ahora ponen a prueba
el ciclo de redemocratización de Brasil.
su llegada al palacio presidencial de Planalto como una revancha, no solo contra los civiles que rescataron la democracia, tildados todos de izquierdistas o socialistas, sino también contra lo que ojos radicales del estamento castrense
consideraron una rendición de los
militares.
Atribuyó a "agentes cubanos" el intento de diseminar dictaduras por el continente.
Esa guerra prosigue contra el "socialismo" que, en su opinión, era la ideología de todos sus antecesores en la presidencia y que,
Pretende revivir la Guerra Fría, en que todo vale contra el comunismo ahora referido como "socialismo", "marxismo cultural" o "globalismo" para no parecer tan arcaico y justificar sus ataques contra el periodismo, las artes, la enseñanza pública y el feminismo.
El ascenso de Bolsonaro, quién dejó el Ejército en 1988 como capitán para convertirse en diputado municipal y luego nacional, sin alejarse nunca de los cuarteles, representó una redención de los militares, antes rechazados como dictatoriales y responsables de la crisis económica de la "década perdida" de los 80.
Marginados de la política de redemocratizar el país iniciada en 1985, los militares volvieron ahora al poder con siete ministros y centenares de oficiales en todos los sectores del gobierno, además de la vicepresidencia.
El triunfo electoral del excapitán obedeció en gran parte a la popularidad recuperada por las Fuerzas Armadas, ante las frustraciones entre los 210 millones de habitantes de este país por los siete gobiernos civiles, especialmente por la corrupción desnudada en los últimos cinco años, que ha involucrado a centenares de políticos.
Una coyuntura probablemente única le permitió a Bolsonaro combinar en su candidatura,
El presidente Jair Bolsonaro, cuando abrió la lista de oradores en la 74 sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 24 de septiembre. Allí sorprendió a la audiencia al asegurar que la Amazonia está "prácticamente intacta" y negar el repunte de su deforestación en este año tras un gran esfuerzo para su reducción por los gobiernos anteriores, desde 2004. En su comitiva incluyó una indígena que presentó como lideresa, aunque carezca de legitimidad dentro de las organizaciones indígenas, en una maniobra que agrava los conflictos de su gobierno con los pueblos originarios. Crédito: Alan Santos/PR-Agência Brasil
Por sus pronunciamientos, Bolsonaro parece encarar su llegada al palacio presidencial de Planalto como una revancha, no solo contra los civiles que rescataron la democracia, tildados todos de izquierdistas o socialistas, sino también contra lo que ojos radicales del estamento castrense consideraron una rendición de los militares.
La devolución del gobierno a los civiles fue un proceso de "apertura lenta, gradual y segura", decidida y manejada por el grupo militar que ascendió al poder en 1974, bajo la presidencia del general Ernesto Geisel (1974-1979), y concluida por su sucesor, el general João Batista Figueiredo (1979-1985).
No fue una simple renuncia a la dictadura.
En 1974, la oposición había logrado una aplastadora votación en las elecciones legislativas, permitidas con restricciones por el régimen militar.
Además, la economía empezaba a sufrir efectos del primer brutal incremento de los precios petroleros en 1973. Pero sectores que Geisel definió como "bolsones radicales pero sinceros" se opusieron a la redemocratización.
La lucha interna entre los militares tuvo un desenlace en 1977 con la destitución del ministro del Ejército, el general Sylvio Frota, líder de los que pretendían seguir con la represión pura y dura contra sus opositores.
La muerte bajo tortura de dos presos políticos, el periodista Wladimir Herzog y el obrero Manoel Fiel Filho, en octubre de 1975 y enero de 1976, en el Centro de Operaciones de Defensa Interna (CODI), vinculado al Ejército en São Paulo, decidió a Geisel a extirpar el foco de resistencia a su apertura en 1977.
Las biografías y declaraciones de Bolsonaro y sus generales allegados dejan claro que pertenecen al grupo derrotado. Volver al poder ahora, de alguna manera, es saldar cuentas con el pasado, incluso en el ámbito interno castrense.
El general retirado Augusto Heleno Pereira, ministro jefe del Gabinete de Seguridad Institucional y considerado en más cercano al presidente, fue edecán del general Frota cuando este era ministro del Ejército.
El presidente Jair Bolsonaro conversa con el general Eduardo Villas Bôas, que dejó el comando del Ejército el 11 de enero para convertirse en asesor del Gabinete de Seguridad Institucional, cuyo jefe es otro general retirado, Augusto Heleno Pereira. Villas Bôas sufre de esclerosis múltiple, enfermedad degenerativa que le obliga a usar silla de ruedas. Tuvo un papel importante en la elección del presidente, como garantía de respaldo militar y de anticorrupción, un factor decisivo en el triunfo electoral del capitán retirado Bolsonaro. Crédito: Valter Campanato/Agência Brasil
Tanto Bolsonaro como su vicepresidente Hamilton Mourão, general retirado, celebran como "héroe" al coronel Carlos Brilhante Ustra, muerto en 2015, jefe del CODI de São Paulo donde murieron por lo menos 47 presos políticos, según la Comisión Nacional de la Verdad que, entre 2012 y 2014, investigó crímenes de la dictadura.
Diferentes CODI, creados en varias capitales brasileñas con una mezcla de militares y policías, constituían una fuerza irregular con licencia para torturar y matar "subversivos".
Operaban por encima de la jerarquía, con pequeños equipos comandados por capitanes.
De esos grupos salieron militares que pasaron a la criminalidad o cometieron atentados terroristas para sabotear la transición democrática.
La contundente defensa de la dictadura, cuyo error "fue torturar en lugar de matar" unos 30.000 opositores, según dijo en el pasado, vincula a Bolsonaro con el espíritu de esos grupos irregulares que actualmente se repiten en las milicias para-policiales.
Otras declaraciones suyas, ya como presidente confirman que sus creencias son profundas y persistentes, enraizadas en su formación como oficial del Ejército entre 1974 y 1977, en la Academia Militar das Agulhas Negras, en Resende, a 165 kilómetros de Río de Janeiro.
La mayoría de los generales que el presidente designó como ministros, al igual que el vicepresidente Mourão, se graduaron en la misma Academia entre 1969 y 1977, el período más brutal de la dictadura, en término de encarcelamientos, torturas, "desaparecidos" políticos y exilio forzado.
Según la Comisión Nacional de la Verdad, durante el régimen militar hubo al menos 434 muertos y desaparecidos políticos, además de decenas de miles de personas encarceladas y torturadas y unos 10.000 opositores exiliados.
Hay cierta comunión de opiniones entre esos altos oficiales que permanecen en altos cargos.
Otros generales, todos ya retirados, que no comparten el extremismo, fueron siendo destituidos tras algunos meses en ministerios o funciones de alto rango en el gobierno.
Es muy reveladora, en ese sentido, una frase de Bolsonaro durante la campaña electoral a la presidencia.
Ese pasado utópico coincide con,
Los indígenas recién comenzaban entonces su afirmación étnica y cultural que Bolsonaro ahora quiere borrar, con el argumento, calificado de etnocida por especialistas, de que "somos todos iguales"...
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