Hace
casi dos décadas que al genetista Cary Fowler y a un
grupo de agricultores se les ocurrió una idea para
'salvar' a la Humanidad.
Si
lo peor que le podía pasar a la Tierra en caso de
hecatombe, tsunami o guerra era perder las plantas
comestibles, la base de la alimentación,
¿qué mejor idea que crear una Bóveda Mundial de las
Semillas donde almacenar una copia de seguridad de
todas y cada una de las muestras del planeta?
El
sitio debía ser recóndito, y solo el archipiélago
de
Svalbard, en el Círculo Polar Ártico, que
apenas supera los 0o, cumplía los requisitos.
Es
uno de los territorios con menos actividad sísmica, roza
el Polo Norte y su soberanía, Noruega, llamaban a
confiar en ello.
Hoy,
la conocida como 'Arca de Noé de las Plantas' ha cumplido
diez años recopilando más de un millón de semillas
procedentes de más de 200 países.
Es primavera, pero la nieve sigue cayendo en
Longyearbyen, la ciudad donde se aloja este tesoro
vegetal, en la
isla de Spitsbergen.
En
el lugar habitado más al norte del mundo la temperatura
ronda los -10oC y las ventiscas son tan
frecuentes que el frío cala hasta los huesos a sus 1.500
vecinos.
La
fortificación de este legado se encuentra en una montaña
helada. Los visitantes llegan hasta aquí armados con
escopetas porque, fuera, un cartel advierte del peligro
de osos polares, los verdaderos dueños del lugar.
Dentro, un pasadizo de 120 metros guía hasta tres
cámaras frigoríficas.
Asmund Asdal, el agrónomo encargado de la conservación
de la Bóveda, explica el funcionamiento:
"Elegimos este lugar por el permafrost, la nieve
helada que hace que la temperatura sea siempre de -4oC
a -5oC.
Dentro de las cámaras, las semillas se guardan
artificialmente a -18oC.
Lo bueno es que, en caso de fallo eléctrico, las
muestras seguirán congeladas".
El
funcionamiento de la Bóveda, sin embargo, es diferente
al del resto de almacenes del mundo.
Aquí
las semillas no se reparten, se guardan; un signo de que
el apocalipsis no ha llegado.
La única vez que una
institución reclamó las semillas guardadas con
anterioridad en Svalbard fue en 2015, con motivo de la
guerra de Siria.
El
banco que se encontraba en Alepo (ICARDA) albergaba las
variedades de las zonas más áridas del mundo, pero el
conflicto hizo que el almacén quedase totalmente
destruido.
Hoy,
el director de ICARDA, Ahmed Amri, se congratula de
recuperar buena parte de la colección depositada en el
Ártico:
"Hemos sido los primeros en demostrar el valor de la
Bóveda. Vamos a redistribuir el 80% de nuestras
plantas en Marruecos y Líbano".
Hasta hoy, 73 instituciones han llevado sus recursos
hasta Svalbard, pero España todavía se encuentra en
trámites para hacer el primer envío.
Luis
Guasch, director del principal banco de semillas
español, el Centro de Recursos Fitogenéticos en Alcalá
de Henares, confía en que se efectúe en 2019.
El pasado febrero un seminario abordó los retos a los
que se enfrenta la agricultura tradicional, que
atraviesa la mayor crisis de su historia.
Marie Haga, directora de
Crop Trust - la fundación
encargada de la supervisión del proyecto, junto al
gobierno noruego y el banco de semillas
NordGen - habló
de lo que queda por hacer:
"Tendremos que producir más comida, en menos tierra,
con menos agua, con menos pesticidas y con menos
impacto ambiental, lo que supone un reto de casi
todos los países".
Mientras las organizaciones como Crop Trust siguen en su
misión de hacer ver al mundo la importancia de la
cooperación internacional, la Bóveda permanece vetada a
los turistas.
Solo
es frecuentada por sus cuidadores, como el genetista
Roland von Bothmer, de NordGen, al que le brillan los
ojos cuando habla de la magnificencia del sitio.
"Cuando escuchas el silencio total de este lugar y
su eco te das cuenta de que hasta los conflictos,
aquí dentro, también se enfrían".