por Niall Ferguson
25 Marzo 2023
del Sitio Web ElMundo

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Niall Ferguson

es historiador y Milbank Family Senior Fellow

de la Hoover Institution,

un think tank de la Universidad de Stanford.

También es el autor de

'Kissinger, 1823-1968. El idealista' (2016).

El segundo volumen de esta biografía

se publicará a lo largo de 2023.






FOTOGRAFÍA: GUERIN BLASK

(The Sunday Times)




Henry Kissinger cumplirá 100 años el 27 de mayo.

 

Nacido en Alemania en plena hiperinflación de Weimar, no tenía ni 10 años cuando Hitler subió al poder y sólo tenía 15 cuando él y su familia aterrizaron como refugiados en Nueva York.

 

Resulta casi igual de asombroso que este antiguo secretario de Estado y gigante de la geopolítica estadounidense dejara su cargo hace ya 45 años.

A medida que se acerca a su siglo de vida, Kissinger no ha perdido ni un ápice de la potencia intelectual que le distinguió de otros profesores y profesionales de la política exterior, tanto de su generación como de las que vinieron después.

 

En el tiempo que yo llevo escribiendo el segundo volumen de su biografía, Kissinger ha publicado no uno, sino dos libros:

  • el primero, junto con el ex CEO de Google Eric Schmidt y el informático Daniel Huttenlocher, sobre inteligencia artificial

     

  • el segundo, una colección de seis perfiles sobre grandes mandatarios internacionales, que acaba de publicarse en España bajo el título 'Liderazgo - Seis estudios sobre estrategia mundial'.

Nos reunimos en su retiro rural, en lo profundo de los bosques de Connecticut, donde él y su esposa, Nancy, han pasado la mayor parte del tiempo desde el inicio de la crisis del coronavirus.

 

La 'pandemia' tuvo su lado positivo para ellos.

 

Era la primera vez en 48 años de matrimonio que el Dr. Kissinger, compulsivamente peripatético, se tomaba un descanso forzoso.

 

Alejado de las tentaciones de los restaurantes de Manhattan y los banquetes de Pekín, ha perdido kilos. Aunque camina con bastón, depende de un audífono y habla más despacio que antaño con ese inconfundible barítono de rana toro, su mente sigue tan aguda como siempre.

 

Tampoco ha perdido su habilidad para enfurecer a los profesores progresistas y a los estudiantes woke que dominan Harvard, la universidad donde forjó su reputación como erudito e intelectual público en los años 50 y 60.

Todos los secretarios de Estado y asesores de seguridad nacional (el primer cargo que ocupó en el Gobierno de EE.UU.) han tenido que elegir entre opciones malas y peores.

 

Antony Blinken y Jake Sullivan, que ocupan actualmente esos cargos, abandonaron en 2021 al pueblo de Afganistán en manos de los talibanes y desde el año pasado están vertiendo armas por valor de decenas de miles de millones de dólares en la zona de guerra que es Ucrania.

 

Sin embargo, esas acciones no despiertan las invectivas que se han dirigido contra Kissinger a lo largo de los años por su papel en acontecimientos como la guerra de Vietnam (una cantidad significativa de críticas también ha venido de la derecha, aunque por razones muy diferentes).

Nada podría ilustrar mejor su capacidad para enfurecer tanto a la izquierda como a la derecha como la polémica suscitada por su breve discurso en el Foro Económico Mundial (FEM) de Davos el 23 de mayo de 2022.

 

"Henry Kissinger - 'Ucrania debe ceder territorio a Rusia'," titulaba The Daily Telegraph, suscitando un número casi igual de tuits enfurecidos tanto de progresistas que han añadido los colores azul y amarillo de Ucrania a la última versión de la bandera del orgullo gay como de neoconservadores que aúllan por una victoria ucraniana y un cambio de régimen en Moscú.

 

En una mordaz respuesta, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, acusó a Kissinger de favorecer el apaciguamiento de la Rusia fascista al estilo de 1938.

Lo más extraño del furor fue que Kissinger no dijo nada parecido.

 

Al argumentar que en algún momento debe negociarse algún tipo de paz, se limitó a afirmar que,

"la línea divisoria entre Ucrania y Rusia debería ser una vuelta al statu quo ante bellum",

...es decir, a la situación anterior al 24 de febrero de 2021, cuando partes de Donetsk y Lugansk estaban bajo control de los separatistas pro-Moscú y Crimea formaba parte de Rusia, como ha ocurrido desde 2014.

 

Eso es lo que el propio Zelenski ha dicho en más de una ocasión, aunque algunos portavoces ucranianos han abogado recientemente por volver a las fronteras anteriores a 2014.
 

 

 


Este tipo de interpretaciones erróneas no son nada nuevo para Kissinger.

 

Cuando intentaba persuadir a Barack Obama para que se retirara de Afganistán, el entonces vicepresidente Joe Biden estableció una desafortunada analogía con el deshonrado ex presidente Richard Nixon.

"Tenemos que salir", le dijo al veterano diplomático Richard Holbrooke. "Tenemos que hacer lo que hicimos en Vietnam".

Holbrooke, representante especial de Obama para Afganistán y Pakistán, replicó que,

"pensaba que teníamos cierta obligación con la gente que había confiado en nosotros".

La respuesta de Biden fue reveladora:

"A la mierda", le dijo a Holbrooke. "No tenemos que preocuparnos por eso. Lo hicimos en Vietnam. Nixon y Kissinger se salieron con la suya".

Sin embargo, la realidad era, de nuevo, muy distinta.

 

Nixon y Kissinger rechazaron de plano la idea de abandonar Vietnam del Sur a su suerte, como les instaron a hacer los manifestantes contra la guerra en 1969.

 

En lugar de cortar por lo sano, trataron de lograr la "paz con honor".

 

Su estrategia de vietnamización era, de hecho, una versión de lo que EE.UU. está haciendo hoy en Ucrania:

proporcionar las armas para que el país pueda luchar por mantener su independencia, en lugar de depender de las botas estadounidenses sobre el terreno.

Los tipos de Harvard y Yale farfullarán aún más cuando vean a Nixon como uno de los seis protagonistas del Liderazgo de Kissinger, codeándose con,

  • Konrad Adenauer

  • Charles de Gaulle

  • el ex-presidente egipcio Anwar Sadat

  • el primer ministro de Singapur, Lee Kuan Yew

  • Margaret Thatcher (cuya inclusión hará farfullar también a los tipos de Oxford y Cambridge)...

Le pregunto a Kissinger por qué Nixon - el único presidente estadounidense obligado a dimitir - merece un capítulo en un libro sobre liderazgo.

 

¿No es un ejemplo de cómo no se debe liderar?

 

Kissinger empieza con el sucinto veredicto sobre el Watergate que dio Bryce Harlow, el experimentado operador de Washington que había sido el enlace de Nixon con el Congreso:

"Algún maldito idiota entró en el Despacho Oval e hizo lo que le dijeron".

Es decir, alguien en la Casa Blanca se había tomado a Nixon demasiado al pie de la letra.
 

 

GETTY


"Como proposición general", dice Kissinger, "los ayudantes deben a sus representados en política no dejarse llevar por declaraciones emocionales sobre cosas que sabes que no harían tras una reflexión más profunda".

Hubo muchas ocasiones en las que, en el calor del momento, o para impresionar a la compañía presente, Nixon daba órdenes verbales destempladas.

 

Kissinger aprendió rápidamente a no actuar cada vez que Nixon le ordenaba "bombardear" a alguien.

"Si nos fijamos en el Watergate", afirma, "fue en realidad una sucesión de transgresiones".

Empezando por los robos en la sede rival del Comité Nacional del Partido Demócrata, ordenados por la campaña para reelegir a Nixon en 1972.

 

Esas transgresiones se unieron en una sola investigación.

"Pensé entonces y sigo pensando ahora que aquello merecía una censura, pero no la destitución".

Desde el punto de vista de Kissinger, el Watergate fue un desastre porque echó por tierra la ingeniosa estrategia de política exterior que él y Nixon habían ideado para fortalecer la posición de Estados Unidos, que efectivamente iba perdiendo la Guerra Fría cuando ellos llegaron al poder en enero de 1969.

"Teníamos un gran plan", recuerda.

 

"Nixon quería poner fin a la guerra de Vietnam en términos honorables... Quería dar a la alianza atlántica una nueva dirección estratégica.

 

Y, sobre todo, quería evitar un conflicto [nuclear] con la Unión Soviética mediante una política de control de armamento".


"Sigo pensando que

el Watergate merecía

una censura a Nixon,

pero no su destitución"
 

"Y luego estaba el misterio inexplorado de China.

 

Nixon proclamó desde su primer día que quería abrirse a China. Comprendió que se trataba de una oportunidad estratégica, que dos adversarios de Estados Unidos estaban enfrentados" - una referencia a la guerra fronteriza que estalló entre la Unión Soviética y China en 1969, después de que las dos mayores potencias comunistas se separaran por cuestiones ideológicas ocho años antes.

 

"En su nombre di instrucciones para intentar situarnos más cerca de China y de Rusia de lo que ellos estaban el uno del otro".

El objetivo se estaba alcanzando, dice, el año anterior al estallido del Watergate.

"Al final de la presidencia de Nixon se había logrado una paz en Vietnam que en sus términos era honorable y sostenible por un presidente que contaba con apoyo interno.

 

Habíamos rehecho la política de Oriente Medio", expulsando a los soviéticos de la región y estableciendo a Estados Unidos como mediador de paz entre árabes e israelíes.

 

"Y nos habíamos abierto a China y negociado la limitación de armas estratégicas con Rusia. Por desgracia, el apoyo interno se desintegró.

 

Y en lugar de explotar todas esas oportunidades, por la debacle doméstica de Nixon nos vimos obligados a resistir".

El Nixon que emerge en Liderazgo es una figura trágica:

un maestro estratega cuyo encubrimiento sin escrúpulos del crimen de su equipo de campaña para la reelección destruyó no sólo su presidencia, sino que también condenó a Vietnam del Sur a la destrucción.

Y eso no fue todo.

 

Fue la derrota en Vietnam, sugiere Kissinger, lo que puso a EE.UU. en una espiral descendente de polarización política.

"El conflicto", escribe en su libro, "introdujo un estilo de debate público que cada vez se centra menos en la sustancia que en los motivos y las identidades políticas.

 

La ira ha sustituido al diálogo como forma de llevar a cabo las disputas, y el desacuerdo se ha convertido en un choque de culturas".

Le pregunto si EE.UU. está hoy más dividido que en la época de Vietnam.

"Sí, infinitamente más", dice.


EE.UU. está hoy

infinitamente más dividido

que durante la Guerra de Vietnam...
 


Asombrado, le pido que me lo explique.

 

A principios de los 70, dice, aún existía la posibilidad del bipartidismo.

"El interés nacional era un término con significado, no era en sí mismo un tema de debate. Eso se ha acabado.

 

Ahora cada administración se enfrenta a la hostilidad incesante de la oposición y lo hace de una forma que se construye sobre premisas diferentes...

 

El debate no declarado pero muy real en EE.UU. ahora mismo es sobre si los valores básicos de la nación han sido válidos", con lo que se refiere al estatus sacrosanto de la Constitución y la primacía de la libertad individual y la igualdad ante la ley.

Kissinger, republicano desde los 50, evita afirmar explícitamente que hay elementos de la derecha estadounidense que parecen cuestionar ahora esos valores.

 

Pero está claro que esos tipos populistas no le entusiasman más que en los tiempos de Barry Goldwater, el aspirante a la presidencia en los 60 que era un defensor a ultranza del individualismo y un anticomunista feroz.

 

En la izquierda progresista, dice, la gente argumenta ahora que,

"a menos que estos valores básicos sean revocados, y los principios de su ejecución alterados, no tenemos derecho moral ni siquiera a llevar a cabo nuestra propia política interior, y mucho menos nuestra política exterior".

 

"Ésta no es una opinión común todavía, pero es lo suficientemente virulenta como para impulsar todo lo demás en su dirección e impedir políticas unificadoras...

 

Es la opinión que defiende un amplio grupo de la comunidad intelectual, que probablemente domina todas las universidades y muchos medios de comunicación".

 

- ¿Puede algún líder arreglar esto?

- Cuando hay divisiones insalvables, pueden pasar dos cosas. O la sociedad se derrumba y ya no es capaz de llevar a cabo sus misiones bajo ninguno de los dos liderazgos, o los trasciende…

- ¿Necesita un choque externo o un enemigo externo?

- Esa es una forma de hacerlo. También podría haber una crisis interna imposible de manejar.

 

 


Le remito al más antiguo de los líderes de su libro, Konrad Adenauer, el primer canciller de Alemania Occidental.

 

En su último encuentro - porque, por supuesto, Kissinger conocía personalmente a los seis - Adenauer preguntó:

"¿Hay todavía algún líder capaz de llevar a cabo una auténtica política de largo alcance? ¿Sigue siendo posible hoy un verdadero liderazgo?".

Esa es seguramente la pregunta que se hace el propio Kissinger casi seis décadas después.

"El liderazgo se ha vuelto más difícil por la combinación de las redes sociales, los nuevos estilos de periodismo, Internet  y la televisión, que centran la atención en el corto plazo", dice.

Esto nos lleva a su particular visión del liderazgo.

 

Lo que su sexteto de líderes tenía en común eran cinco cualidades:

decían verdades duras, tenían visión de futuro y eran audaces.

Pero también eran capaces de pasar tiempo consigo mismos, en soledad. Y no temían ser divisivos...

"En la vida de un líder tiene que haber algún momento de reflexión",

...dice, señalando,

  • el exilio interior de Adenauer en la Alemania nazi

  • el tiempo que De Gaulle pasó como prisionero alemán en la Primera Guerra Mundial

  • los años salvajes de Nixon a mediados de los 60, después de que perdiera las elecciones a la presidencia y a la gobernación de California;

  • el tiempo que Sadat pasó en la cárcel cuando Egipto aún estaba bajo control británico...


El liderazgo

se ha vuelto hoy más difícil

por las redes, Internet  y la televisión,

que centran la atención en el corto plazo
 


Algunos de los pasajes más sorprendentes del libro se refieren a estos periodos de aislamiento.

"Dominarse a uno mismo debería convertirse en una especie de hábito", escribió De Gaulle cuando era prisionero de guerra, "un reflejo moral adquirido mediante una gimnasia constante de la voluntad, especialmente en las cosas más pequeñas: la ropa, la conversación, la forma de pensar".

En 1932, el futuro presidente francés calificó de "autodisciplina incesante" el precio del liderazgo:

"La asunción constante de riesgos y una perpetua lucha interior...

 

El grado de sufrimiento varía según el temperamento del individuo, pero no deja de ser menos atormentador que el cilicio del penitente".

El De Gaulle interior era profundamente compasivo, como revelaba el amor que sentía por su hija Anne, que padecía síndrome de Down. Pero el hombre exterior era austero, distante, antagónico incluso con sus aliados.

Volvamos a Thatcher, por quien Kissinger evidentemente desarrolló afecto además de respeto.

 

En una fase temprana de la guerra de las Malvinas, tras haber sido informado por el ministro de Exteriores británico, Francis Pym, Kissinger preguntó a Thatcher qué tipo de solución diplomática prefería.

"¡No aceptaré ningún compromiso!", le espetó ella.

 

"¿Cómo puedes, mi viejo amigo? ¿Cómo puedes decir estas cosas?"

"Estaba furiosa", recuerda Kissinger.

 

"No tuve valor para explicarle que la idea no era mía, sino de su jefe diplomático".

Sugiero que una figura como otro ex primer ministro británico Boris Johnson es casi lo opuesto a un líder tal y como Kissinger lo define.

 

Desde luego, últimamente no ha habido mucho de la autodisciplina de De Gaulle en Downing Street.

 

Una vez más, la respuesta de Kissinger me sorprende:

"En términos de la historia británica, Johnson ha tenido una carrera asombrosa. Ha conseguido alterar la dirección de Reino Unido respecto a Europa, algo que sin duda figurará como una de las transiciones más importantes de la historia.

 

Pero a menudo ocurre que las personas que completan una gran tarea no pueden aplicar sus cualidades a la ejecución de la misma, que es como institucionalizarla".

Cambiando cuidadosamente de tema para hablar de los líderes actuales, añade:

"No diría la verdad si dijera que el nivel de liderazgo es adecuado al desafío".

Contesto que seguramente nos está dando una clase magistral de liderazgo el presidente de Ucrania, la improbable figura del cómico convertido en héroe de guerra.

"No hay duda de que Zelenski ha realizado una misión histórica", coincide Kissinger.

 

"Procede de un entorno que nunca apareció en el liderazgo ucraniano en ningún periodo de la historia" - en referencia a que Zelenski es, como Kissinger, judío.

 

"Fue un presidente accidental debido a su frustración con la política del país.

 

Y entonces se enfrentó al intento de Rusia de devolver a Ucrania a una posición totalmente dependiente y subordinada. Y ha reunido a su país y a la opinión mundial detrás de él de una manera histórica. Ése es su gran logro".

Sin embargo, la pregunta sigue siendo:

"¿Podrá mantener eso si se alcanza la paz, especialmente una paz que implique algún sacrificio limitado?".

 

 


Le pregunto su opinión sobre el adversario de Zelenski, el presidente ruso Vladimir Putin, con quien se ha reunido en numerosas ocasiones, remontándose a un encuentro fortuito a principios de los 90, cuando Putin era teniente de alcalde de San Petersburgo.

"Me pareció un analista reflexivo", dice Kissinger.

 

"Tenía una visión de Rusia como una especie de entidad mística que se ha mantenido unida a través de 11 husos horarios mediante una especie de esfuerzo espiritual.

 

Y en esa visión Ucrania ha desempeñado un papel especial.

 

Los suecos, los franceses y los alemanes pasaron por ese territorio cuando invadieron Rusia y en parte fueron derrotados porque ese trayecto les agotó.

 

Esa es la visión de Putin".

Sin embargo, esa idea está en desacuerdo con aquellos periodos de la historia de Ucrania que la diferenciaron del imperio ruso.

 

El problema de Putin, dice Kissinger, es que,

"es el jefe de un país en declive" y "ha perdido el sentido de la proporción en esta crisis".

No hay "ninguna excusa" para lo que ha hecho.

Kissinger me recuerda el artículo que escribió en 2014, en el momento de la anexión rusa de Crimea, en el que argumentaba en contra de la idea de que Ucrania se uniera a la OTAN, proponiendo en su lugar un estatus neutral como el de Finlandia, y advirtiendo de que seguir hablando en términos de adhesión a la OTAN entrañaba el riesgo de una guerra.

 

Ahora, por supuesto, es Finlandia la que propone unirse a la Alianza Atlántica, junto con Suecia.

 

¿Es esta OTAN cada vez más grande?
 


Vladimir Putin

ha perdido el sentido de la proporción,

no hay excusa para lo que ha hecho...
 

"La OTAN era la alianza adecuada para hacer frente a una Rusia agresiva cuando ésta era la principal amenaza para la paz mundial", responde.

 

"Y la OTAN se ha convertido en una institución que refleja la colaboración entre Europa y Estados Unidos de una forma casi única. Por eso es importante mantenerla.

 

Pero es importante también reconocer que las grandes cuestiones van a tener lugar en las relaciones de Oriente Medio y Asia con Europa y América.

 

En este sentido, la OTAN es una institución cuyos componentes no tienen necesariamente puntos de vista compatibles.

 

Se unieron en Ucrania porque esto les recordaba a las viejas amenazas y lo hicieron muy bien. Yo apoyo lo que hicieron. La cuestión será ahora cómo poner fin a esa guerra.

 

Al final hay que encontrar un lugar para Ucrania y un lugar para Rusia, si no queremos que Rusia se convierta en un puesto avanzado de China en Europa".

Le recuerdo una conversación que mantuvimos en Pekín a finales de 2019, cuando le pregunté si ya estábamos en la "Segunda Guerra Fría", pero con China desempeñando ahora el papel de la Unión Soviética.

 

Me respondió, memorablemente:

"Estamos en las estribaciones de una guerra fría".

Un año más tarde lo mejoró:

"Estamos en los puertos de montaña de una guerra fría".

¿Dónde estamos ahora?

"Dos países con capacidad para dominar el mundo - Estados Unidos y China - se enfrentan como últimos contendientes. Se rigen por sistemas internos incompatibles.

 

Y esto ocurre además cuando la tecnología significa que una guerra podría dar marcha atrás a la civilización, si es que no la destruye".

En otras palabras, ¿la Segunda Guerra Fría es potencialmente aún más peligrosa que la Primera?

 

La respuesta de Kissinger es "sí", porque ambas superpotencias disponen ahora de recursos económicos comparables (lo que nunca ocurrió en la Primera Guerra Fría) y las tecnologías de destrucción son aún más terroríficas, especialmente con la llegada de la inteligencia artificial.

 

No tiene ninguna duda de que China y Estados Unidos son ahora adversarios.

 

Cree que,

"esperar a que China se occidentalice" ya no es una estrategia plausible.

 

"No creo que la dominación del mundo sea un concepto chino, pero podría ocurrir que se volvieran igual de poderosos. Y eso no nos interesa".

No obstante, afirma, las dos superpotencias,

"tienen una mínima obligación común de evitar que se produzca una colisión catastrófica".


Una guerra entre China y EE.UU.

daría marcha atrás a la civilización,

si es que no la destruye...
 


Este fue, de hecho, su punto principal en Davos, aunque pasó bastante desapercibido.

"En Occidente tenemos tareas aparentemente incompatibles. Necesitamos instituciones de defensa capaces de hacer frente a los desafíos modernos.

 

Al mismo tiempo, se necesita algún tipo de expresión positiva de la sociedad para que estos esfuerzos se hagan en nombre de algo, porque de lo contrario no se mantendrán.

 

En segundo lugar, necesitas un concepto de cooperación con la otra sociedad, porque ahora no puedes elaborar ningún motivo para destruirla. Así que es necesario un diálogo".

 

- Pero ese diálogo se ha interrumpido...

- Además de airear sus quejas. Eso es lo que me preocupa profundamente sobre hacia dónde vamos. Y otros países querrán explotar esta rivalidad, sin comprender sus aspectos únicos.

Un guiño, supongo, al creciente número de países que buscan la ayuda económica y militar de una u otra superpotencia.

"Así que nos dirigimos a un periodo muy difícil".

Le pregunto a Kissinger si él mismo se considera un líder.

"Cuando empecé probablemente no", responde.

 

"Pero ahora sí. No en un sentido total... pero sí intento ser un líder. Todos los libros que he escrito tienen un elemento que intenta responder a una pregunta:

¿Cómo llegar al futuro?".

Señalo que esto es excesiva modestia.

 

Tras haber dirigido el Consejo de Seguridad Nacional, el Departamento de Estado y, en algunos momentos durante el caso Watergate, prácticamente el gobierno de Estados Unidos, Kissinger es un líder plenamente cualificado, aunque nunca haya sido elegido.

Ha llegado el momento de marcharse.

 

Puede que el nonagenario siga funcionando a pleno rendimiento, pero yo me estoy apagando y tengo que coger un avión.

 

Una última inspiración me lleva a preguntarme por el corolario necesario del liderazgo.

"¿Qué hay de los seguidores de un líder?", pregunto. "¿Está la gente menos dispuesta a dejarse guiar que antes?"

Kissinger asiente:

"La paradoja es que la necesidad de liderazgo es hoy tan grande como siempre".

Hay quienes, sin duda, seguirán demonizando a Henry Kissinger y despreciando o menospreciando lo que dice.

 

A sus casi 100 años, sin embargo, bien puede permitirse ignorar a los que le odian. El veterano diplomático aún no ha perdido su impulso de liderazgo.

"El liderazgo", escribe en su libro, "es necesario para ayudar a las personas a llegar desde donde están hasta donde nunca han estado y, a veces, hasta donde apenas pueden imaginar llegar.

 

Sin liderazgo, las instituciones van a la deriva y las naciones se encaminan hacia una creciente irrelevancia y, en última instancia, hacia el desastre".

Nadie tiene la obligación de seguir a un líder.

 

Pero ir a la deriva hacia el desastre sin ningún liderazgo - o, peor aún, con un falso liderazgo carente de autodisciplina - parece una idea bastante peor...