por Thierry Meyssan
Versión en italiano A la derecha, los straussianos del Departamento de Estado,
Antony
Blinken y
Victoria Nuland.
Cada bando está convencido de que el otro quiere destruirlo y el miedo es muy mal consejero. Sólo será posible preservar la paz si cada bando es capaz de reconocer sus errores.
Tendrá que lograrse un
cambio radical porque hoy las acciones rusas y el discurso
occidental no corresponden a la realidad.
Por supuesto, siempre hay
individuos que empujan hacia el precipicio, pero son fanáticos y
extremadamente minoritarios.
Mientras tanto, en la
sombra, un pequeño grupo de individuos, los straussianos, desean
que se llegue al enfrentamiento.
En aras de disipar malentendidos, tenemos que escuchar la narración
de los dos bandos.
Este es el primer punto de divergencia ya que Washington interpreta aquel derrocamiento como una "revolución", la "revolución del EuroMaidan" o de la "dignidad", aunque ocho años después numerosos testimonios occidentales,
Los pobladores de
Crimea y del
Donbass rechazaron entonces el nuevo
poder instaurado en Kiev, plagado de "nacionalistas integristas",
sucesores de quienes habían colaborado con los nazis durante la
Segunda Guerra Mundial.
Rusia recordó al mundo que entre 1991 y 1995 no fue Kiev sino Moscú quien garantizó el pago de las jubilaciones y los salarios de los funcionarios en Crimea.
De hecho, Crimea seguía siendo rusa a pesar de ser considerada parte de Ucrania. Fue en definitiva el presidente ruso Boris Yeltsin quien, ante una situación de grave crisis económica, abandonó Crimea.
Pero Crimea votó entonces una Constitución que reconocía su autonomía en el seno de Ucrania, algo que Kiev nunca aceptó.
En 2014, el segundo referéndum realizado en Crimea arrojó nuevamente un voto aplastante de la población de la península a favor del regreso a la Federación Rusa, reclamo que Rusia aceptó.
Para fortalecer la
continuidad de su territorio, Rusia construyó un largo puente que
conecta su metrópoli con la península de Crimea a través del Mar de
Azov, "privatizando" de hecho ese pequeño mar.
Pero no reconoce el que realizó Crimea en 2014, a pesar de que el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos también se aplica a la población de esa península. Occidente señala que había en Crimea numerosos soldados rusos que no portaban las insignias de su ejército, lo cual es cierto.
Pero los resultados de
los referéndums realizados en la península, en 1990 y en 2014,
fueron sensiblemente similares, lo cual excluye toda sospecha de
fraude.
Esas sanciones violan la Carta de la ONU, documento donde se estipula que,
Los oblast de Donetsk y de Lugansk también rechazaron el régimen surgido del golpe de Estado de 2014, proclamaron su autonomía y asumieron el papel de la resistencia frente a los "nazis" de Kiev.
Ver a los "nacionalistas integristas" como "nazis" es algo
históricamente justificado pero que no permite que los no
ucranianos puedan entender lo que sucede.
Dontsov, inicialmente un filósofo de izquierda, se deslizó poco a poco hacia la extrema derecha. Durante la Primera Guerra Mundial, Dontsov fue agente remunerado del II Reich, antes de participar en el gobierno ucraniano de Simón Petliura, surgido durante la Revolución Rusa de 1917.
Durante el breve periodo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, Dontsov ejerció una especie de magisterio entre la juventud ucraniana y se convirtió en propagandista del fascismo y, después, del nazismo.
Se convirtió también en
un antisemita furibundo y aconsejaba la liquidación de los judíos
mucho antes de que esa posibilidad recibiese el apoyo de las
autoridades nazis, que antes de 1942 sólo hablaban de "expulsión".
Se ignora lo que hizo durante la guerra, sólo se conoce su activa participación en el Instituto Reinhard Heydrich, luego del atentado que costó la vida de ese dirigente nazi.
Pero los diarios de ese
órgano antisemita demuestran la importante implicación de Dontsov.
Actualmente, los libros de Dimitro Dontsov, sobre todo el que se titula Nacionalismo, son lectura obligatoria para los miembros de los grupos paramilitares ucranianos, principalmente para los elementos del Regimiento Azov.
Durante la Segunda
Guerra Mundial, los "nacionalistas integristas" ucranianos
masacraron al menos a 3 millones de sus compatriotas ucranianos.
En 2014, con el presidente Petro Porochenko, Kiev cortó toda ayuda a los "moscovitas" del Donbass.
Dejó de pagar las jubilaciones de sus conciudadanos y los salarios de sus funcionarios, prohibió la lengua rusa - idioma de la mitad de los ucranianos - y emprendió operaciones militares punitivas contra los "subhumanos" del Donbass, con un saldo 5 600 muertos y 1,5 millones de desplazados en sólo 10 meses.
Ante esos horrores,
Alemania, Francia y Rusia impusieron los Acuerdos de Minsk, que
tenían como objetivo hacer que Kiev volviese a la razón y proteger a
los pobladores del Donbass.
Al explicar su voto favorable a esa resolución, Estados Unidos desarrolló su lectura de aquel momento.
Para Washington, los pobladores rusoparlantes del Donbass sólo eran "separatistas" con apoyo militar de Moscú. Así que Estados Unidos afirmó que el acuerdo Minsk 2 (firmado el 12 de febrero de 2015) no reemplazaba los primeros acuerdos de Minsk (firmados el 5 y el 19 de septiembre de 2014).
Estados Unidos exigía entonces que Rusia retirase los soldados sin uniforme que había desplegado en el Donbass.
Alemania y Francia
hicieron agregar una declaración común, con Rusia como co-firmante,
que garantizaba la aplicación "obligatoria" de aquel conjunto de
"compromisos".
Durante los 7 años
posteriores a la adopción de la resolución 2202 fueron asesinados
otros 12 000 pobladores del Donbass - según las cifras de Kiev - o
20 000, según Moscú.
El presidente Vladimir Putin no sólo retiró las tropas rusas sino que además prohibió a un oligarca el envío de mercenarios en apoyo a los pobladores del Donbass, que quedaron así abandonados a su suerte por los garantes de los acuerdos de Minsk y por los demás miembros del Consejo de Seguridad de la ONU.
Siendo ya objeto de las sanciones adoptadas desde el regreso de Crimea a la Federación Rusa, Moscú sabía que Occidente recrudecería esas sanciones cuando Rusia decidiera intervenir para concretar la aplicación de la resolución 2202.
Así que los dirigentes rusos entraron en contacto con otros Estados que también eran objeto de sanciones, principalmente con Irán, para burlar las sanciones que ya existían contra Rusia y prepararse para burlar también las que seguramente vendrían.
Quienes suelen viajar a Rusia pudieron observar que el gobierno encabezado por Putin estaba desarrollando la autosuficiencia en materia de alimentación, incluyendo la producción de carne y queso, hasta entonces deficiente.
Rusia se acercó a China en el sector de la actividad bancaria - lo cual nosotros interpretamos entonces, erróneamente, como una simple iniciativa contra el dólar estadounidense.
En realidad, Rusia estaba
preparándose para su futura exclusión del sistema [de pagos
interbancarios] SWIFT.
Las tropas rusas
enviadas, con una cantidad de efectivos 3 veces inferior a los del
ejército ucraniano, comenzaron a tener dificultades y Moscú acaba
de decretar ahora una movilización parcial para enviar efectivos
frescos sin debilitar su defensa nacional.
Moscú respondió
anunciando, con la mayor claridad, que si Occidente va un poco más
allá, Rusia no vacilará en recurrir a sus nuevas armas.
Moscú y Pekín ya están en condiciones de destruir cualquier objetivo, en cualquier lugar del planeta y en cuestión de minutos.
Sus misiles hipersónicos
son actualmente imparables y ese desequilibrio se mantendrá como
mínimo hasta el año 2030, según reconocen los generales
estadounidenses.
Si decidiesen atacar, las fuerzas armadas de Rusia y de China destruirían previamente los satélites CS3 de Estados Unidos que garantizan las comunicaciones estratégicas. En sólo horas esos satélites quedarían imposibilitados de guiar los vectores nucleares y la respuesta de Occidente se vería simplemente paralizada.
En esas condiciones, no
queda mucho espacio para las dudas sobre el resultado del conflicto.
Por consiguiente, están de más las declaraciones grandilocuentes del presidente Biden sobre el riesgo que, según él, se cierne sobre el mundo.
En Estados Unidos, los discípulos del filósofo Leo Strauss - los llamados "straussianos" - un grupo muy reducido de políticos no electos, están decididos a provocar el apocalipsis.
Estiman que Estados Unidos ya no podrá dominar el mundo, pero que todavía está en condiciones dominar a sus aliados y que para eso el imperio estadounidense no debe vacilar en sacrificar a los "aliados".
Según la lógica de los
straussianos, si los aliados sufren más que Estados Unidos, Estados
Unidos seguirá predominando sobre sus aliados ya que seguirá siendo
"el primero", aunque no sea el mejor.
Las potencias del G7, cuyos ministros de Exteriores estaban participando en la apertura de la Asamblea General de la ONU, en Nueva York, reaccionaron de inmediato denunciando esos referéndums como consultas inaceptables por realizarse en medio de una situación de guerra, una opinión muy discutible.
Luego afirmaron que se trataba de una violación de la soberanía de Ucrania, de su integridad territorial y de la Carta de la ONU, pero eso es falso.
Por definición, el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos no contradice la soberanía ni la integridad territorial del Estado del que esos pueblos pueden separarse, si así lo desean.
Además, todos los
miembros del G7 - menos Japón - son firmantes del
Acta Final de
Helsinki, donde se comprometen a defender esos principios.
Por ejemplo:
Desde el punto de vista ruso, si fuesen reconocidos internacionalmente esos referéndums pondrían fin a las hostilidades.
Al rechazarlos, Occidente prolonga el conflicto. La intención es poner en manos de Rusia el resto de la Novorossiya. Pero si Odesa vuelve a ser rusa, Moscú tendrá que aceptar también la adhesión de Transnistria, territorio contiguo a la Federación Rusa.
Sólo que Transnistria no
es ucraniana sino moldava - de ahí su actual denominación es
República Moldava del Dniéster.
Al terminar esta exposición podemos ver que ambas partes tienen reproches justificados que hacer a la otra parte.
Pero, aunque son justificados, esos reproches no son de la misma envergadura.
Sólo podrá preservarse la
paz si ambos bandos reconocen sus errores.
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