por Ignacio Castro Rey
28 Septiembre 2025
del Sitio Web
BrownstoneEsp

 

 

Ignacio Castro Rey

es filósofo y crítico de la cultura.

Aparte de numerosos artículos, críticas literarias y cinematográficas, sus últimos tres libros son: Antropofobia. Inteligencia artificial y crueldad calculada (Pre-Textos), En espera. Sobre la hipótesis de una violencia perfecta (LaOficina ed.) y

Sexo y silencio (Pre-textos).






"La guerra"

 (1932), Otto Dix



El odio a Putin

encubre las caricias a Netanyahu.

 

Mientras el supremacismo israelí

machaca sin piedad Gaza

en nombre de la "democracia",

cierto progresismo

considera a Rusia e Israel

como 'un mismo mal'...

 

 

"Las élites europeas se han enfurecido, la hostilidad sigue aumentando. Sus raíces son profundas.

 

No se trata sólo de una rusofobia secular, sino también de la esperanza de vengarse de las numerosas derrotas sufridas a manos de Rusia, desde los tiempos de la batalla de Poltava contra los suecos (1709) y de la invasión napoleónica, que afectó a casi toda Europa.

 

Aún más países sufrieron la derrota en 1945, cuando la inmensa mayoría de los europeos marchaban bajo las banderas de Hitler o trabajaban para su ejército.

 

Durante mucho tiempo mostramos una nobleza que resultó ser miope, enfatizamos el papel de los pequeños grupos partisanos antifascistas, en su mayoría comunistas, cerrando los ojos ante el hecho de que Hitler contaba con el apoyo de decenas, si no cientos, de veces más europeos".
Sergei Karagánov

"Una mala ruptura con Europa".



La guerra más estúpida y peligrosa del mundo. Tan estúpida que hasta Trump parece a veces darse cuenta.

 

Por el contrario, los europeos la manejamos para tapar nuestras vergüenzas, desde las políticas antipopulares de la UE - teñidas de inclusión minoritaria - a la miserable complicidad con la matanza de Gaza.

 

El odio a Putin encubre las caricias a Netanyahu. Mientras el supremacismo israelí machaca sin piedad Gaza, en nombre de la democracia y la lucha contra las tinieblas, buscando además la escombrera sobre la que edificar un lujoso resort libre al fin de palestinos, otro progresismo sigue usando la comparación entre Rusia e Israel como si se tratara de dos potencias maléficas similares, merecedoras del mismo repudio.

 

Nos equivocamos de manera vergonzante, unos y otros.

En esta línea de apariencias fatales, la última es que Donald Trump, partidario acérrimo de una solución final en Palestina, acaba de decir que Ucrania puede recuperar todos los territorios perdidos - e incluso "más allá" - con la ayuda de la OTAN.

 

Evidentemente, como tantas veces, no se pueden tomar estas palabras del empresario neoyorquino al pie de la letra. Aparte de que el Kremlin no lo ha hecho, es imposible que sea tan cretino quien se acaba de tomar la molestia de reunirse con Putin en Alaska.

 

De hecho, desde Moscú parecen seguir como si nada, en su paciente campaña militar y cuidando la relativa comprensión del último gobierno estadounidense.

 

Como dicen los rusos, Trump es un "gran negociante" y esa frase es un anzuelo más para conseguir ventajas comerciales en el terreno del gas y la venta de armas.

 

Pero los actuales dirigentes europeos son tan ineptos que se lo pueden volver a creer, albergando ilusiones de infringirle a Rusia una derrota estratégica. Parecen haber olvidado que los rusos, como ellos han insistido por activa y por pasiva, viven el actual enfrentamiento como un conflicto existencial de supervivencia.

 

Las risas continuas de Kaja Kallas, responsable de relaciones externas de la UE, sugieren más bien que nosotros sólo respetamos a aquellos a los que le compramos el petróleo... o que nos preocupa, únicamente, el futuro inmediato de Eurovisión.

Como explica Karagánov en "Una mala ruptura con Europa", texto que todo europeo debería preocuparse por leer para comprender cierta mirada rusa:

"Repito, si alguien tenía dudas sobre la amenaza a la que nos enfrentamos, el ataque de todo Occidente en junio contra Irán, que utilizó a Israel como utiliza a Ucrania, debería hacernos entrar en razón.

 

Antes destruyeron Irak, que se interponía en el camino de la hegemonía en Oriente Medio, luego Libia, y en 1990, incluso antes de Irak, violaron de manera ejemplar Yugoslavia.

 

Hay que detener la revancha de Occidente.

 

Antes de que sea demasiado tarde".

En Europa no sólo padecemos unas concepciones maniqueas heredadas del puritanismo y su mentalidad palurda.

 

Además, nos impide conocer el mundo actual y tomar en serio a Rusia el hecho de que llevemos demasiado tiempo destrozando con total impunidad países exangües.

 

Recordemos que Palestina es sólo el último eslabón de una larga cadena.

 

Aunque parezca increíble, puede ser que las mediocres cabezas que dirigen la Europa actual no sepan hasta qué punto con Rusia nos enfrentamos a algo absolutamente distinto a Irak y Libia, a Yemen o Siria.

 

La invasión rusa de Ucrania es actualmente la disculpa de unos preparativos bélicos que - con la vista puesta en cinco o seis años - son ya indisimulables.

 

La amarga verdad es que, dirigida por Obama, la perfidia europea hizo en Minsk y en el Maidán todo lo posible para acabar provocando esa invasión.

 

Desde los tiempos de Yeltsin soñamos con la partición de Rusia en cómodos trocitos (K. Kallas), igual que hicimos con Yugoslavia.

De nuevo Karagánov en "Una mala ruptura con Europa":

"La ira viene dictada por el resentimiento por las ganancias perdidas.

 

Tras exprimir a los europeos del este y perder la esperanza de hacerlo también a costa de Rusia, los europeos occidentales, especialmente los alemanes, contaban con aprovechar,

las ricas tierras, los recursos y la laboriosa población de Ucrania...

Estos cálculos se están frustrando ante nuestros ojos (aunque varios millones de nuevos trabajadores migrantes - refugiados - se han incorporado a la economía europea en declive).

 

La razón principal de esta hostilidad sin precedentes es más profunda. Se trata del fracaso generalizado de las élites europeas y el estancamiento del proyecto europeo.

 

Sus problemas comenzaron ya en los años 70 y 80, pero quedaron temporalmente ocultos por el inesperado colapso de la URSS y del bloque socialista (que tuvo sus propias causas internas), lo que liberó a varios cientos de millones de trabajadores baratos y consumidores hambrientos.

 

Al mismo tiempo, se abrieron los mercados de China. Pero desde finales de la década del 2000, la inyección externa de adrenalina económica y moral comenzó a agotarse.

 

Llegó el momento de pagar por la codicia de la burguesía europea, que desde la década de 1960 había dado rienda suelta a las multitudes de inmigrantes para reducir el coste de la mano de obra y debilitar a los sindicatos.

 

El resultado es una crisis migratoria creciente y, por ahora, sin salida.

 

Desde hace casi dos décadas, la clase media europea se está reduciendo, la desigualdad va en aumento y los sistemas políticos son cada vez menos eficaces.

 

El golpe de la revolución estudiantil de 1968 a la educación superior, el predominio de la nueva corrección política en las ciencias humanas y, lo que es más importante, el hecho de que la democracia en condiciones normales conduce a una selección anti-meritocrática, han provocado una acelerada caída de la calidad de las élites políticas".

Que nadie se ofenda, pero es difícil no adelantar otra incómoda hipótesis adicional.

 

La entusiasta incorporación de tantas mujeres que nunca han disparado una carabina de feria a estos aires de guerra - mucho después de las adorables M. Allbright y C. Rice, tardaremos en olvidar a la enérgica Victoria Nuland repartiendo bocadillos a los fascistas armados del Maidán,

¿no confirma que la percepción de Rusia como un peligro mortal para Europa y, a la vez, la ilusión óptica de que poder derrotar militarmente a la nación de Tolstoi, proviene de una inmersión fatal de Occidente en la endogamia doméstica?

En verdad, todo el día ante el televisor, con o sin palomitas, deja poco margen para un pensamiento estratégico.

Esta es al menos una de las líneas argumentales de Karagánov:

"La situación se agrava aún más por el 'parasitismo estratégico' que se ha instalado gracias a la prolongada paz, la ausencia de miedo a la guerra, incluso nuclear, y la pérdida del instinto de supervivencia entre las élites europeas y la población.

 

Tres cuartos de siglo a espaldas de Estados Unidos, que en su constante confrontación con la URSS garantizaba la paz en Europa y reprimía la eterna hostilidad mutua entre naciones europeas, han agotado su capacidad de pensamiento estratégico y han llevado a un embrutecimiento casi total de las élites.

 

Los pocos europeos que entienden lo que está pasando no pueden decir casi nada".

Si creen ustedes que estamos ante una exageración, pregúntenle a Emmanuel Todd, por poner un caso.

Pero atendamos a cómo razona Karagánov, miembro destacado de una intelligentzia que está detrás, muy atrás del Kremlin, incluso seriamente enfrentado a él en la estrategia a seguir para asegurar la pervivencia de la patria de Pushkin.

 

¿Es Putin lo peor?, ¿seguro?

 

Escuchemos entonces el modo de pensar de esa gélida Rusia profunda que un día, con Solzhenitzyn y otros, quisimos poner de nuestro lado, liberándola de la melancolía de la tundra para abrazar los radiantes valores europeos:

"Recuerdo lo obvio, pero a menudo ocultado a nosotros mismos:

Europa es el centro de todos los males principales de la humanidad, dos guerras mundiales, innumerables genocidios, colonialismo, racismo y muchos otros 'ismos' repugnantes.

En los últimos años, el totalitarismo liberal [sic], mezclado con el transhumanismo, el lgbtismo, la negación de la historia y, en esencia, la antihumanidad".

Como buen ruso, y además judío,

¿exagera Karagánov, miente incluso descaradamente en este diagnóstico?

Es posible...

 

Para confirmarlo, preguntemos sobre valores europeos a algún gazatí de los que todavía puedan hablar.

Quizá pocos de nosotros se atreverán a recorrer esas casi veinte páginas, plagadas de sorpresas, de "Una mala ruptura con Europa".

Primero, porque se trata de un intelectual ruso, que aún por encima no es enemigo declarado de Putin - aunque discuta seriamente su orientación - y Rusia ha caído hace tiempo del lado del mal.

 

Segundo, porque creemos - con una arrogancia típicamente europea que Karagánov fustiga - conocer de sobra a esa supuesta nación de tercera.

Sería, con todo, una lástima tal ausencia de atención, pues el artículo de Sergei Karagánov, demasiado espiritual para ser un simple halcón, está lleno de anuncios que nos interesan.

 

Sobre todo si vamos en serio, tras Mark Rutte, Merz y Úrsula von der Leyen, en la idea de que un enfrentamiento con la Federación Rusa es moralmente inevitable y, por tanto, obligatoriamente victorioso.

Una de las primeras notas desconcertante de "Una mala ruptura con Europa" es que no nos habla a nosotros. Ni le interesamos especialmente ni intenta ya convencernos.

 

Al tanto de nuestra sordera, el intelectual ruso se dirige sólo a la élite de esa quinta parte de la tierra que despreciamos. Karagánov declara incluso como un craso error - que ha alimentado nuestro engreimiento - lo que él considera una tradicional eurófila de Moscú.

 

Lejos de ese supuesto mantra de las élites rusas, Karagánov plantea rotundamente un "retorno a casa", al santuario helado de una Siberia que permita hacerse más fuertes y afrontar una posible guerra termonuclear... la que estamos deseando, por lo que parece.

¿Querremos escuchar, sólo una vez...?:

"Es necesario por fin renunciar, al menos a nivel de expertos, a la tontería heredada de la época de Gorvachov y Reagan:

la afirmación de que 'en una guerra nuclear no puede haber vencedores y por tanto no debe desencadenarse'."

No se lo pierdan...

 

Mientras las élites europeas gesticulan ante el espanto totalitario que encarnaría Putin, Karagánov - que no nació ayer - considera que es la tibieza de Moscú con Europa la que ha agigantado nuestra vanidad hasta niveles de megalomanía autista.

 

Aunque este investigador reconoce que el "injerto europeo" en el tronco de la cultura tradicional rusa ha producido la "mejor literatura del mundo", y un poder científico y militar sin precedentes, a la vez ha debilitado a Rusia con falsas esperanzas occidentales.

 

Además, según él, alimentó el embrutecimiento europeo con una arrogancia suicida:

"No voy a seguir con la agradable (teniendo en cuenta la hostilidad de Europa hacia Rusia) enumeración de los numerosos indicios de una crisis compleja y global del proyecto europeo y de Europa.

 

No hay nada de lo que alegrarse.

 

Desmoronándose por dentro, las élites europeas ya hace una década y media tomaron el rumbo de exagerar la imagen de Rusia como 'enemigo mortal'...

 

Luego, con entusiasmo, se dedicaron a intentar infligir una derrota estratégica a través de Ucrania.

 

Y ahora se han embarcado abiertamente en la preparación para la guerra, alimentando la histeria militar".

Así pues, en nuestra descalificación global de Rusia olvidamos una cuestión crucial: la gravedad de una disensión interna - no necesariamente a favor de nuestros intereses - que podría estar pesando en las deliberaciones del Kremlin.

 

Aunque es respetuoso y persuasivo, Karagánov parece muy enfrentado a la élite moscovita en una cuestión clave:

la "moderación" de la Operación Militar Especial no ha hecho más que alimentar la infatuación militarista europea.

Frente a ella, y la amenaza para Rusia de una guerra interminable de desgaste, la guerra nuclear, a diferencia de lo que piensa Putin, no debe ser excluida como una guerra en la que,

"no puede haber vencedores"...

Si Rusia es tan uniforme como nos gusta creer,

¿qué opinamos de esta crucial diferencia que podría estar tejiéndose en las altas esferas?

Karagánov no nos amenaza a nosotros, los occidentales, sino que está sólo advirtiendo a los suyos de una ingenuidad que considera funesta.

Es obvio que Rusia no es una nación santa...

¿Las hay?, ¿serían posibles...?

No obstante, lleva décadas intentando hacerse oír entre nosotros.

 

Pero de un viejo racismo, de una eslavofobia reactivada en los últimos veinte años, no reciben más que portazos en la cara. Sobre todo desde que gobierna Putin, que tiene la mala fama de ser un patriota ruso...

 

Precedida del fiasco de Minsk, la agresión armada del Euromaidán, muy anterior a la invasión de Ucrania y con 30.000 muertos de cultura y habla rusa que hemos olvidado, fue uno de las penúltimas declaraciones de guerra occidentales.

Dentro de la dureza de su decepción, dirigido sólo a los rusos, el artículo de Karagánov ayuda a entender el riesgo que enfrentamos en la beligerancia con esa quinta parte de la tierra - el equivalente en geografía a lo que China representa demográficamente - que hace décadas nos empeñamos en despreciar.

 

La propia administración estadounidense, tan fóbicamente antirusa con Biden, justificó el esfuerzo - o el teatro - del reciente encuentro de Alaska argumentando que estaban intentando negociar con la primera potencia nuclear mundial en el plano táctico y la segunda en el terreno estratégico.

A pesar de su comprensible alianza, Rusia tiene poco que ver con la enigmática y prudente China.

 

Aun así, fijémonos en Starmer.

Como buenos provincianos posmodernos, no sabemos ya nada de la nación de Turgueniev; nada de hasta qué punto son parientes lejanos nuestros, nos conocen y nos siguen admirando.

Justo contra esta admiración, en una situación casi límite, reacciona Karagánov.

 

No podemos entender a Chéjov, a Dostoievski y Sokurov, de acuerdo.

¿Podremos admitir al menos que nuestro supuesto enemigo, usando de otro modo nuestro bagaje espiritual y científico, puede destruir Londres, Berlín y París en unas pocas horas?:

"En términos operativos y tácticos, por ahora estamos ganando, aunque a un precio considerable.

 

Pero estratégicamente podemos empezar a perder. El enemigo cruza una 'línea roja' tras otra. Hablamos de respuestas 'espejo', que son una táctica puramente defensiva (...)

 

Entiendo perfectamente que el uso de armas nucleares, incluso limitado, no sólo es peligroso, sino también un gran pecado.

 

Morirán masivamente personas inocentes, entre ellas niños. Me imagino las angustiosas reflexiones de nuestro comandante en jefe.

 

Sé que el escenario descrito hiela la sangre en las venas y una vez más provocaré una oleada de indignación contra mí.

 

Pero esta parece ser la única alternativa posible a verse envuelto en una guerra interminable, aunque sea con interrupciones, con la pérdida de decenas y cientos de miles de nuestros mejores hombres y luego, de todos modos, con el deslizamiento hacia el Argamedón nuclear y/o el colapso del país.

 

Hay que hacer entrar en razón a los europeos enloquecidos, quebrantar su voluntad de confrontación y detener el deslizamiento hacia la Tercera Guerra Mundial, hacia la que, olvidando las anteriores y sin haber recibido el merecido castigo por ellas, vuelven a empujar".

Karagánov, el hombre que así habla, ya ni siquiera se dirige a nosotros, los europeos.

Quien firma estas líneas, sin embargo, ¡...!

Aun temiendo predicar en el desierto, uno todavía se siente en la obligación moral de hacerlo.