por Niall Ferguson
06 Abril 2025
del Sitio Web ElMundo

Información enviada por JHGP

 

 

Niall Ferguson

es historiador británico, miembro de la Institución Hoover (Universidad de Stanford) y fundador de la nueva Universidad de Austin.

Este artículo fue publicado en su versión original en inglés en The Times el 28 de marzo de 2025.









El presidente de EE.UU.

ha sustituido la ambigüedad deliberada

de la Casa Blanca en torno a Taiwán

por una estrategia que parece incierta.

 

¿Es una exhibición de fuerza o una retirada?

 



¿Halcón o paloma...?

 

En la campaña electoral del año pasado, Donald Trump amenazó con imponer un arancel general del 60% a las importaciones chinas.

 

Sin embargo, desde su victoria el 5 de noviembre - incluso tras ajustar brutalmente cuentas con sus adversarios nacionales y escandalizar a sus aliados europeos con su política sobre Ucrania - Trump se ha mostrado sorprendentemente suave con la superpotencia del otro lado del mundo.

Graham Allison escribió el libro que definió el antagonismo chino-estadounidense en el primer Gobierno de Trump:

Destined for War (Destinado a la guerra).

Pero no tardó en detectar el giro del presidente, que pasó de vapulear a China a codearse con ella.

 

Ahí acabó el recorrido de la predicción de enero de Ian Bremmer sobre una,

"ruptura entre Estados Unidos y China".

O quizá no...

 

Pese a toda la dulce charla de Trump, su Administración sigue planteando políticas agresivas hacia China, con incrementos de aranceles y otras medidas económicas punitivas.

 

Entonces,

¿Qué está pasando?

 

¿Seguimos en la "Segunda Guerra Fría", como vengo argumentando desde 2018?

 

¿O estamos volviendo discretamente a mi anterior modelo de "Chimérica", la simbiosis económica chino-estadounidense que precedió al liderazgo de Xi Jinping en Pekín?

Una semana en Asia me ha convencido de que en el otro lado del Pacífico del que está Trump (y el grupo de chat de Signal que al parecer ha reemplazado al Consejo de Seguridad Nacional...) nadie tiene la menor idea.

Consideremos, en primer lugar, la gama de pasos económicos dirigidos específicamente a Pekín que ha dado la nueva Administración.

 

Trump, cuyos aranceles de 2018-2019 sobre China no fueron eliminados por Joe Biden, ha añadido más desde su regreso a la Casa Blanca, elevando el arancel efectivo actual sobre los productos chinos del 10,6% al 34%.

 

El Gobierno también está dispuesto a imponer una tasa de hasta 1,5 millones de dólares por cada visita a puerto de los buques portacontenedores construidos en China.

 

Ha emitido un memorando pidiendo al Comité de Inversiones Extranjeras (CFIUS) del Departamento del Tesoro de EE.UU. que reduzca el gasto chino en tecnología, energía y otros sectores estratégicos de EE.UU.

 

También existen planes para restringir el acceso chino a los semiconductores más avanzados de Nvidia.

Mike Waltz, asesor de seguridad nacional, e Ivan Kanapathy, su director senior para Asia, son ambos halcones antichinos que, según se dice,

quieren renombrar la "política de una sola China" estadounidense, con medio siglo de antigüedad, y llamarla "política del Estrecho de Taiwán".

Marco Rubio, secretario de Estado, y David Feith, ex funcionario del Departamento de Estado que ahora trabaja en el Consejo de Seguridad Nacional (NSC), están a favor de restricciones más severas para limitar la inversión estadounidense en China.

 

Y Howard Lutnick, secretario de Comercio, acaba de añadir más de 70 grupos chinos a la "lista de entidades" de empresas a las que tanto estadounidenses como extranjeros tienen prohibido vender tecnología estadounidense.

Sin embargo, desde su reelección, Trump ha mantenido una estrategia contraria.

"Espero que resolvamos muchos problemas juntos, y de inmediato", declaró tras la primera llamada después de ser investido a Xi Jinping, a quien había invitado a la ceremonia de toma de posesión.

Ha anulado la decisión del Congreso y del Tribunal Supremo de suspender el funcionamiento de TikTok.

 

Ha afirmado que Xi,

"vendrá [a EE.UU.] en un futuro no muy lejano".

Según,

"media docena de asesores actuales y anteriores, y otras personas familiarizadas con el pensamiento de Trump" que hablaron con The New York Times, el presidente aspira a lograr un acuerdo de amplio alcance con Xi, que abarque comercio, inversión e incluso desarme.

 

"Tengo una excelente relación con el presidente Xi", declaró a la prensa el mes pasado.

 

"He tenido una excelente relación con él. Queremos que vengan e inviertan".

Incluso en el tema más delicado de todos, la isla de Taiwán, Trump ha buscado rebajar la tensión, que se intensificó notablemente durante el mandato de su predecesor.

 

Elbridge Colby, nominado por Trump para el tercer puesto en el Pentágono, evidentemente, recibió el mensaje.

 

Antaño partidario de priorizar a Taiwán sobre Ucrania e Israel, el autor de The Strategy of Denial (La estrategia de negación) sorprendió a varios asistentes a su audiencia de confirmación al negar que la autonomía de Taiwán fuera un "interés existencial" para EE.UU.

 

Darren Beattie, actual subsecretario de Estado interino para Diplomacia Pública, fue aún más lejos en julio pasado.

"La realidad es que Taiwán acabará inevitablemente siendo absorbido por China", escribió.

 

"Esto podría significar menos desfiles de drag queens en Taiwán, pero por lo demás no es el fin del mundo".

Hay una explicación sencilla para todo esto: el miedo.

 

Aparentemente imperialista - reivindicando descaradamente Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá - esta Administración es consciente, en silencio, de la vulnerabilidad de Estados Unidos en el escenario indopacífico.

"En todos los juegos de guerra [del Pentágono] contra China - dijo Pete Hegseth a un entrevistador en noviembre, antes de su confirmación como secretario de Defensa- perdemos cada vez...

 

China está construyendo un ejército específicamente dedicado a derrotar a EE.UU...

 

Quince misiles hipersónicos [chinos] pueden destruir 10 portaaviones en los primeros 20 minutos de un conflicto".

La historia sugiere que las grandes potencias buscan el desarme cuando ya no pueden permitirse carreras armamentísticas.

"Una de las primeras reuniones que quiero tener es con el presidente Xi de China y el presidente Putin de Rusia", dijo Trump en febrero.

 

"Y quiero decirles:

'Reduzcamos nuestro presupuesto militar a la mitad'.

Y podemos hacerlo. Y creo que podremos lograrlo".

El problema es que, hasta ahora, China ha mostrado poco interés en una distensión con Trump.

 

Ha respondido a los aranceles estadounidenses y otras medidas económicas con sus propios aranceles y restricciones a la exportación.

 

A diferencia de Canadá y México, no ha hecho concesiones a Trump.

 

Y los recientes esfuerzos chinos por hackear y comprometer las redes de telecomunicaciones e infraestructuras críticas estadounidenses sugieren un estado de ánimo en Pekín que dista mucho de ser conciliador.

"La intimidación no nos asusta", declaró el Ministerio de Asuntos Exteriores chino el 4 de marzo.

 

"La intimidación no funciona con nosotros. La presión, la coerción o las amenazas no son la forma correcta de tratar con China. Cualquiera que ejerza la máxima presión sobre China está eligiendo al hombre equivocado y calculando mal...

 

Si lo que Estados Unidos quiere es una guerra, ya sea arancelaria, comercial o de cualquier otro tipo, estamos listos para luchar hasta el final".

Tres días después, el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, afirmó que Pekín tomaría,

"contramedidas en respuesta a la presión arbitraria" de Washington.

 

"Ningún país debería fantasear con que puede reprimir a China y mantener buenas relaciones con ella al mismo tiempo", declaró Wang en una conferencia de prensa.

 

"Estos actos hipócritas no son buenos para la estabilidad de las relaciones bilaterales ni para fomentar la confianza mutua".

Como si quisieran reafirmar su postura, China, Rusia e Irán han realizado ejercicios navales conjuntos en el océano Índico, después de que dos buques de guerra chinos realizaran ejercicios con fuego real frente a las costas de Australia, llegando en un momento a navegar a 150 millas náuticas al este de Sidney.

 

Se han realizado ejercicios similares en el Golfo de Tonkín, frente a Vietnam.

 

El almirante Samuel Paparo, comandante del Comando Indo-Pacífico de EE.UU., advirtió en el Foro de Defensa de Honolulu el mes pasado de que las,

"maniobras agresivas de China en torno a Taiwán no son ejercicios, como ellos los llaman, sino ensayos... para la unificación forzada de Taiwán con China continental".

He planteado esta pregunta más de una vez en los últimos años:

si China decidiese un buen día bloquear Taiwán, o "poner en cuarentena" a la isla, por ejemplo, insistiendo en que todos los envíos entrantes pasen por la aduana china,

¿podría EE.UU. arriesgarse a una nueva crisis de los misiles de Cuba, con el presidente estadounidense en el papel de Nikita Kruschev, enfrentándose a la disyuntiva de aparentar ceder o iniciar una Tercera Guerra Mundial?

Un sorprendente número de estadounidenses está dispuesto a contemplar una guerra con China.

 

Según una encuesta realizada el año pasado por el Consejo de Asuntos Globales de Chicago, el 37 % de los estadounidenses - y el 42 % de los republicanos- afirmaron estar a favor de,

"utilizar la Armada estadounidense para romper el bloqueo chino en torno a Taiwán, incluso si pudiera desencadenar un conflicto directo entre EE.UU. y China".

La mala noticia:

en casi dos docenas de iteraciones de un simulacro de guerra realizado por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) en 2023,

"EE.UU. gastó típicamente más de 5.000 misiles de largo alcance en tres semanas de conflicto" y agotó todo su inventario de misiles antibuque de largo alcance "en la primera semana".

Con la defensa comprometida de Taiwán y el apoyo japonés, Paparo aún podría ganar una guerra así, pero solo a un coste alarmantemente alto.

 

En la mayoría de los escenarios,

"EE.UU. y sus aliados perdieron decenas de barcos, cientos de aviones y decenas de miles de militares", según el informe del CSIS.

La guerra del futuro siempre es en parte la guerra del pasado.

 

Si la "invasión" rusa de Ucrania resultó una mezcla entre Sin novedad en el frente y Blade Runner, en palabras de Max Boot, cualquier guerra chino-estadounidense, probablemente, será en parte Midway y en parte Matrix.

 

La parte familiar será la contienda entre armadas y fuerzas aéreas rivales por el control de las dos cadenas de islas que salpican la desconcertante inmensidad del Océano Pacífico:

  • la primera, desde el extremo sur de Japón hasta el Mar de la China Meridional

  • la segunda, abarcando las Islas Marianas del Norte, Guam y Palaos

Jugarán un papel de nuevo,

  • portaaviones y submarinos

  • el Cuerpo de Marines

  • posiblemente también las armas nucleares que fueron necesarias para poner fin a la guerra contra el Japón Imperial...

Pero la guerra del futuro también contará con misiles de un alcance y una precisión inimaginables en 1945:

drones no tripulados en el aire, en el mar y bajo las olas y, crucialmente, sistemas de comando, control y comunicaciones basados en computadoras y satélites que orbitan la Tierra.

La exploración siempre es crucial en los conflictos aeronavales, pero la exploración espacial de 2025 habría parecido ciencia ficción a los hombres de 1945.

El problema, como muestran Eyck Freymann y Harry Halem en su próximo libro, The Arsenal of Democracy (El arsenal de la democracia), es que China ha desarrollado capacidades desalentadoras en todos estos nuevos dominios.

Cuenta con 490 satélites de inteligencia, vigilancia y reconocimiento.

 

Posee una cantidad incalculable de drones.

 

Y tiene miles de misiles, incluyendo hipersónicos, balísticos y de crucero con alcances promedio superiores a los de las armas estadounidenses comparables.

Freymann y Halem también muestran el lamentable estado de los sistemas estadounidenses de logística naval, producción industrial de defensa y adquisiciones.

 

Es cierto que EE.UU. supera a China en número y calidad de sus submarinos y portaaviones. Y el arsenal nuclear chino, aunque crece rápidamente, sigue siendo inferior (actualmente cuenta con más de 600 ojivas en total, en comparación con las 1.700 ojivas estadounidenses desplegadas).

 

El problema es que todas estas ventajas podrían verse completamente anuladas si las armas antisatélite chinas (y rusas) lograran desmantelar las redes de las que depende el Ejército estadounidense.

 

Ese era el escenario que más preocupaba a los funcionarios de la Oficina de Evaluación de Redes del Pentágono, hasta que Trump la clausuró.

En su segundo mandato, el presidente Trump se ha presentado como un pacificador.

 

A pesar de las poses imperialistas que adopta, en realidad la política exterior de Trump se asemeja mucho más a la de Richard Nixon que a la de William McKinley o James Polk.

 

Enfrentado a un imponente eje autoritario formado por Rusia, China, Irán y Corea del Norte - en muchos sentidos, producto de la inepta política exterior de Joe Biden - Trump está aplicando una política de distensión.

Esta se basa en el análisis correcto de que EE.UU. no puede luchar en un frente y medio, y mucho menos en tres, sobre todo, porque está muy limitado fiscalmente por la Ley de Ferguson (que establece que, cuando los pagos de intereses superan el gasto en Defensa, el imperio tiene un problema).

El shock de Trump de las últimas semanas ha logrado, de forma sorprendente, obligar a los líderes europeos a tomarse por fin en serio su propia Defensa, algo que Nixon intentó sin éxito.

 

Rusia y Ucrania están más cerca de un alto el fuego que en ningún otro momento de los últimos tres años.

 

Y a Teherán se le está dando la opción de renunciar a su programa de armas nucleares de forma pacífica.

Pero existe el peligro de que, mientras el emisario de Trump, Steve Witkoff - un novato en el maquiavélico mundo del arte de gobernar - se centra en cerrar acuerdos con Moscú y Teherán, el presidente y sus asesores más cercanos subestimen la amenaza de China.

 

A pesar de su gran plan para una táctica de "reversión de Nixon", que alejaría a Vladimir Putin de Xi, EE.UU. hoy sigue estando mucho más lejos de Moscú y Pekín que ambos entre sí.

 

Además, en sus esfuerzos por conciliar a Putin a expensas de Ucrania, Trump podría haber dañado profundamente las relaciones entre Washington y sus aliados europeos.

Por tanto, un EE.UU. aislado podría encontrarse en una posición muy débil si Xi decidiera apostar por una,

"crisis de semiconductores en Taiwán".

La CIA concluyó hace dos años que había ordenado a sus jefes de Defensa que estuvieran listos para la guerra para 2027.

 

Esos preparativos son claramente visibles.

En una medida que sus críticos británicos y europeos no aprecian, porque están demasiado centrados en Ucrania, Trump necesita desesperadamente que su estrategia de distensión funcione.

 

Porque no hay manera de que EE.UU. pueda rearmarse con la suficiente rapidez como para restablecer la disuasión en el vasto escenario del Indopacífico en tan solo 24 meses.

 

E intentar reforzar las defensas de Taiwán podría desencadenar, en lugar de disuadir, a Pekín.

Enfrentado a la disyuntiva entre un enfrentamiento y una retirada respecto a Cuba en 1962, Kruschev cedió (para ser precisos, llegó a un acuerdo con los hermanos Kennedy que implicaba la retirada de los misiles soviéticos de Cuba y los estadounidenses de Turquía, pero nadie lo sabía en aquel momento).

 

Taiwán es 100 veces más importante económicamente que Cuba, porque es donde se fabrican casi todos los semiconductores más avanzados del mundo.

 

Pero,

¿iniciaría Trump la Tercera Guerra Mundial por los chips?

 

De no ser así, ¿cuál es exactamente el acuerdo que alcanzaría con Xi?

Un amigo de Hong Kong ha sugerido, medio en serio, que,

Trump podría cederle a China todo Taiwán, excepto TSMC, la Compañía de Fabricación de Semiconductores de Taiwán, que se convertiría en una bahía de Guantánamo de lujo...

La ambigüedad estratégica ha sido clave en la política estadounidense sobre Taiwán desde la década los 70:

no hay garantías de que el Gobierno estadounidense saldrá en defensa de la isla si Pekín afirmase que esta forma parte de la República Popular, ya que no existe un compromiso en un tratado como los que EE.UU. tiene con Japón, Filipinas y Corea del Sur. Pero esos días han quedado atrás.

La Administración Trump ahora tiene una estrategia ambigua hacia China en su conjunto:

agresiva y moderada a la vez.

"¿Qué va ocurrir?", es la pregunta que me hicieron con más frecuencia durante mi viaje a Asia la semana pasada.

 

Hasta que me inviten al grupo de chat de Mike Waltz en Signal, solo puedo hacer conjeturas...