Parte
Segunda
"El Anillo"
16 - Extraños sonidos
en la noche
De nuevo sobre la balsa, abandonada a la suerte del río y dejando
que la fuerza de éste los llevase a alguna parte; ya a la realidad
de donde ellos procedían tras despertar del ensueño, ya al mundo
fantástico de aquella misteriosa mujer.
Sea donde fuere, de
cualquier manera la increíble experiencia sobrehumana aún les
sobrecogía.
Un muro creado desde la
fuerte seducción por lo vivido minutos antes, cuya combinación de
fuerzas tales como el horror, la alarma y la conmoción, era objeto
de derribo por los cuatro componentes del grupo de exploradores; sin
embargo, difícilmente les era posible extraer una sola lasca.
El silencio pareciera un espíritu caminando entre ellos, pues nadie
se atrevía a decir nada al respecto; el aturdimiento no lo permitía;
la confusión negaba el paso al orden; y el sentido común no entendía
de lógica. Sólo esperaban a que otro iniciase el tema. En realidad
todos querían hacerlo pero ninguno se aventuraba a ser el primero.
Por fin Marvin levantó la cabeza y objetó con algo de despecho:
—¿De verdad habéis
creído una palabra de lo que ha dicho?
—No veo el motivo que tendría de mentirnos —saltó Peter.
—¡Esa mujer está como un cencerro! —volvió a criticar Marvin.
Norman, que estaba
ensimismado hasta ese momento, soltó el trozo de caña con el que
estaba remando e inquirió:
—¿Si todo ha sido una
invención suya, qué razón la mueve con tanto interés a querer
que accedamos a su supuesto mundo?
—En todo caso —expuso Peter—. ¿Con qué intención? ¡Ella misma
nos ha advertido de los centinelas!
Eddie aún estaba absorto
y en completo silencio. Parecía haberse quedado mudo ante lo
evidente.
Sin embargo, Marvin, una
vez abierta la Caja de Pandora, no paraba de argumentar
posibilidades.
—¿Y si todo forma
parte de una encerrona para desviar nuestra atención por algún
extraño interés?
Peter, al comentario de
Marvin, negaba enérgicamente con la cabeza, y exclamó:
—¡Un fraude! ¿Es que
no visteis sus ojos, la transformación de su rostro, los
cuchillos dando vueltas, su nave cuando regresó a por ella? ¡No!
¡Es imposible!
—A mí tampoco me lo ha parecido —opinó Norman.
Eddie, enfrascado en un
profundo pensamiento, oía a sus compañeros como el gorgoteo de una
fuente lejana mientras contemplaba el horizonte cóncavo.
Éste no quiso intervenir
en las especulaciones del grupo; sin embargo, con la mirada clavada
en la lejanía, una orden determinó su postura:
—¡Seguiremos
adelante! Es la única forma de averiguarlo.
Para descansar los
brazos, aprovecharon un tramo del río por el cual el agua fluía con
fuerza. Varios kilómetros fueron cubiertos sin apenas esfuerzo.
Tiempo en que Peter
apuraba para examinar a fondo el plano que Izaicha les ofreció,
cuando de repente exclamó excitado:
—¡Es increíble, aún
no consigo dar crédito a todo esto! Según este plano, también
dice que la Tierra es hueca. Ahora ya todo me cuadra: desde el
incremento continuado de la temperatura, hasta el horizonte
invertido, incluyendo la inclinación del sol. ¡Esto es
alucinante! ¡No hay dudas! ¡Vamos hacia el interior del planeta!
¿Habéis pensado que podríamos ser los primeros seres humanos en
conocerlo? —comentaba con gran entusiasmo.
Aunque no lo querían
reconocer, a todos al igual que a Peter les estimulaba la idea.
Era como un sueño mágico
del que aún no deseaban despertar.
Las aguas del río eran cada vez más rápidas y sinuosas. Recorrieron
algo más de sesenta y cinco kilómetros en tres horas. Y casi sin que
se dieran cuenta, comenzaron a adentrarse en la zona de "El Anillo"
que anteriormente Izaicha les había referido.
Observaron que las cuerdas que amarraban los travesaños de la balsa
comenzaban a deteriorarse. Algunas de las cuales incluso estaban
rotas, por lo que las uniones parecían aflojarse por momentos. La
estructura ya no ofrecía la estabilidad del principio, pese a ello
aguantó bien el notable incremento de la corriente.
Era fundamental reforzar
los amares de inmediato.
—¡Debemos buscar un
lugar apropiado para atracar! ¡Esto no durará firme mucho
tiempo! —advirtió Eddie mientras se cubría el rostro con la
mano, intentando evitar los rayos del sol que tenía justo en
frente, muy por encima respecto al horizonte de donde se
encontraban horas antes.
Peter observó su gesto y
comprobó sobre el plano que efectivamente habían alcanzado la zona
de "El Anillo", informando emocionado:
—¡Chicos, hemos
llegado al punto indicado por Izaicha! ¡Observad la inclinación
del sol y la intensidad de la luz!
Después de constatar
excitados que efectivamente habían logrado llegar al lugar justo
donde según el plano comenzaba la franja marcada por la zona de "El
Anillo", determinaron que era el mejor momento para reparar la
balsa.
En seguida comprobaron que la vegetación de la orilla derecha era
demasiado densa como para atracar y nada propicia para acampar,
prácticamente sin un resquicio donde poder hacerlo.
Por el contrario, la
izquierda presentaba cierta dificultad a la hora de subir la balsa,
y mostraba una superficie pedregosa cuya cota ascendía unos
cincuenta centímetros sobre el agua. No obstante, estudiando ambos
emplazamientos, resolvieron por este último.
La humedad, acumulada durante todo el trayecto, hacía que el peso de
la pequeña embarcación fuese mucho mayor que cuando la construyeron.
Por lo que la dificultad
fue grande a la hora de alzarla sobre la superficie, invirtiendo más
tiempo y esfuerzo de lo esperado. De manera que, ayudados de unas
cuerdas amarradas en los extremos de la estructura, entre los cuatro
consiguieron arrastrarla hasta la orilla seca del terreno.
En previsión de un posible aumento de la fuerza del río, fue
debidamente reforzada con cañas de mayor diámetro y nuevas cuerdas
que la hizo aún más estable y resistente.
El sol les acompañó durante varias horas de intenso trabajo, para
después ocultarse detrás de ellos; un tranquilo atardecer iba dando
paso al manto oscuro de la noche. Ver algo tan normal como puede ser
el anochecer en cualquier otra parte del planeta, se les hizo
extraño e insólito en aquel lugar de la Antártida. Sin embargo, la
particularidad geográfica en la zona de la apertura polar en donde
se encontraban lo hacía posible.
Pronto les abandonarían los escasos rayos de luz que filtraba la
vegetación.
Y navegar a oscuras era
demasiado arriesgado. Como arriesgado era también dejar rastros a la
vista de los que según Izaicha iban en su búsqueda. De modo que
limpiaron todo y después desplazaron la balsa reforzada hasta
introducirla bajo el resguardo de varios matorrales de hojas anchas
y verdes. Un resto aún visible fue camuflado con algunas ramas
sueltas.
Esperar a que amaneciera fue la mejor y única opción defendida por
todos. Por lo que aprovecharon para descansar.
Comenzaba a hacer algo de fresco y Peter, frotándose las manos,
sugirió buscar algo de leña.
Pero la negación de Eddie fue tajante:
—Si es cierto que nos
están buscando, no sería buena idea encender un fuego. La luz de
las llamas podría advertir de nuestra presencia —le explicó.
—Tienes razón.
El resto del grupo
asintió con la cabeza.
La temperatura descendió considerablemente, y el frío se
intensificaba a medida que iba avanzando la noche. De modo que,
obligados a buscar algo de refugio, utilizaron la disposición de dos
arbustos que se encontraban lo suficientemente próximos uno del
otro; éstos formaban un espacio ideal para el abrigo de los cuatro.
Unas cuantas ramas de
hojas grandes sirvieron para conseguir cubrirlo por completo. El
resultado fue una especie de cascarón cerrado que les suministraría
cobijo durante la fría y húmeda noche.
El propio calor corporal y a las características aislantes de aquel
improvisado regazo natural, proporcionó un ambiente cálido mientras
tomaban algo de alimento.
Una linterna encendida contra el suelo fue suficiente para aún verse
los rostros.
—¡Hei! —exclamó
Norman—. ¿Habéis oído eso?
—No. ¿Qué ha sido? —preguntó Eddie.
—¡No lo creeréis! —decía sorprendido—, pero me ha parecido una
carcajada.
—¡Yo ya me lo creo todo! —bromeó Marvin con la boca llena de una
especie de galleta de trigo.
—¡Shsssss! ¡Silencio! —murmuró Eddie—. Intento poner atención.
—Es cierto, acabo de escuchar como unas voces —musitó Peter.
Apagaron la linterna y,
poniendo extremo cuidado de no hacer ruido, todos salieron al
exterior.
Sólo fue necesario unos
instantes de extrema concentración para advertir que, efectivamente,
del interior del bosque, en dirección oblicua al río, parecían
provenir unas voces muy lejanas.
El desconcierto los bloqueó durante unos segundos.
—¿Y qué hacemos
ahora? —preguntaba Peter asustado—. ¿Cogemos la balsa y nos
largamos de aquí?
—Sería un suicidio —apuntó Marvin.
—Deberíamos acercarnos para comprobar de dónde provienen esas
voces — sugirió Eddie—. No me quedaría tranquilo dentro de este
refugio sin estar del todo seguro.
—Quizá sean exploradores como nosotros —explicaba Norman.
—Lo dudo —negó Eddie acordándose de las palabras de Izaicha.
Empuñaron sus machetes y,
de la mano de la prudencia, se dirigieron muy despacio hacia donde
se originaba aquel extraño y entrecortado murmullo.
Peter decidió permanecer
en el interior del refugio, pero al percibir el inmediato
alejamiento de sus compañeros, desistió en la idea de quedarse allí
solo, y apresurándose corrió a reunirse con ellos. Marvin le puso
cara burlona y el científico no tuvo más remedio que resignarse.
Tras una intensa vegetación repleta de árboles, comenzaron a
vislumbrar un ligero resplandor en el fondo. A medida que se iban
acercando, las voces se oían cada vez más nítidas; era como una
especie de breves diálogos.
Al aproximarse lo
suficiente observaron claramente a dos centinelas vestidos de
uniforme negro.
Una línea de color gris
metalizado recorría de arriba abajo los costados de los pantalones,
al igual que de las cazadoras; éstas estaban decoradas con lo que
parecía un símbolo a la altura del corazón. Del mismo color, una
gorra cubría sus cabezas.
Armados hasta los
dientes:
un Subfusil M3 les
colgaba de sus hombros, y una Colt Semiautomática dentro de una
pequeña cartuchera suspendía del cinturón. Tal era la
composición de su indumentaria.
Éstos custodiaban el
acceso de un enorme edificio construido con grandes bloques de
piedra, de aspecto antiguo.
Por su gran altura podía
decirse que tenía dos plantas, incluso más. Sin embargo, nada había
en la fachada que diferenciara una de la otra; la ausencia de
ventanas era de extrañar. Una farola iluminaba la zona central de la
construcción.
Los centinelas hacían
allí su guardia mientras vigilaban una robusta y gran puerta
metálica negra de dos hojas; al parecer un acceso de servicio para
carga y descarga de vehículos pesados.
A su derecha, a tan sólo
unos metros, otra puerta pequeña individual. Bordeando la
edificación, justo por la parte occidental, un camino asfaltado y
debidamente señalizado para tráfico rodado, al que se unía una
carretera que parecía proceder del interior del bosque. Instalada
entre ambas puertas, vigilando cualquier actividad, una cámara
móvil. Sobre ella, pintado en la pared, idéntico distintivo que
adornaba el atuendo de los centinelas; se trataba de un enorme
triángulo con un ojo justo en su centro.
17 - Alguien a quien acudir
Boston
(Massachusetts)
La lluvia comenzó a cernirse sobre la ciudad; la típica tormenta
invernal.
Era por la tarde, y Kat
miraba melancólica a través de la ventana cómo las gotas formaban
pequeños charcos dispersos, que poco a poco iban fusionándose
mediante una especie de red neuronal.
Los recuerdos de Norman
paseaban por su mente con aires de felicidad, aunque debido a la
distancia le parecían muy lejanos.
"Debo pedir ayuda"
meditaba mientras dibujaba su nombre en el cristal empañado.
Aquellos pensamientos la
activó con la fuerza imparable de un ciclón.
"Tal vez no es el
mejor momento para salir de casa".
Sin embargo, a toda prisa
se calzó unas botas, cogió la gabardina y un paraguas, y decidió
realizar una visita inesperada a su entrañable y muy querido padre
adoptivo, Elías Hopkins, ex-agente especial del FBI, jubilado hacía
ya varios años.
Kat conocía su dilatada
experiencia profesional y sabía que aún estaba al tanto de sus
numerosos contactos. Confiaba en que pudiera ayudarla a desvelar el
misterioso asunto de las visitas.
Durante todo el tiempo que Kat vivió con Elías, éste hizo las veces
de padre y de madre. Cuando tuvo edad para independizarse, sus
buenos consejos y apoyo moral la ayudaron a triunfar en su carrera
como agente de policía.
Kat tan sólo tenía tres años cuando, de una forma trágica y
desafortunada, su madre murió en un accidente de tráfico. Diez años
más tarde también tuvo que sufrir la pérdida de su padre, asesinado
mientras realizaba un servicio.
Aún agónico, minutos
antes de su fallecimiento, suplicó a su íntimo amigo y compañero de
trabajo que se encargara de su hija, que apenas si cumplió los trece
años cuando quedó huérfana.
De modo que esto hizo que
ahora su nuevo padre la cuidase y quisiese como a su propia hija.
Elías Hopkins, a pesar de estar jubilado, llevaba varios años como
gerente de una agencia de detectives privados que él mismo fundó. A
su edad era un hombre muy activo aún laboralmente, de hecho
detestaba quedarse en casa sentado en el sofá "mirando la caja
tonta", como solía decir. Tenía un carácter un tanto risueño, aunque
a veces bastante cabezota.
Kat fue a verle a su oficina.
—¡Dios mío hija,
cuánto tiempo! —exclamó con júbilo mientras torpemente se
incorporaba del asiento. Sus setenta y cuatro años ya no le
permitían realizar movimientos más hábiles—. ¡Qué alegría me da
verte! Estás más guapa que nunca.
—¡Que va a decir un viejo como tú! —reía Kat de forma cariñosa
mientras cerraba la puerta del despacho y soltaba la gabardina y
el paraguas.
—Bueno, a mi edad estoy aún de buen ver.
—Eso es cierto padre.
Durante unos segundos
ambos se abrazaron tiernamente. La música que le pareció producir la
palabra padre en los labios de Kat hizo que a Elías se le empañasen
los ojos.
Se quitó las gafas y con
un pañuelo comenzó a secarlos.
—Siéntate hija —dijo
con un nudo en la garganta.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Kat recogiéndose su cabello
rojizo, humedecido por la lluvia.
—Estoy muy bien, y ahora mucho mejor al verte.
Elías era un hombre
bastante esbelto, bien trajeado y conservaba bien el aire atractivo
del que siempre se caracterizó, algo mujeriego en sus años más
jóvenes.
El ya escaso pelo gris
tan sólo le cubría las sienes. Sus ojos eran marrones, acaramelados,
con una nariz un poco respingona y rosada por la punta; todo en su
conjunto hacía de él un rostro amable. Elías contrajo matrimonio por
dos veces, pero desafortunadamente, por una causa o por otra, nunca
llegó a tener sus propios hijos.
La felicidad paternal
únicamente pudo disfrutarla en compañía de su queridísima Kat, cosa
que le bastaba.
—Parece que tu
agencia sigue funcionando muy bien —comentó ella con entusiasmo.
—No me puedo quejar —dijo con media sonrisa—. Se hace lo que se
puede. Aunque, hay días en los que desearía cerrarla. Ya estoy
viejo hija, y mis fuerzas no son las mismas. Pero bueno,
cuéntame, ¿cómo te van las cosas? ¿Has mandado a pasear a ese
estúpido engreído? ¿Tienes por fin otra pareja? —la interrogaba
con impaciencia.
—Bueno, el empleo me va muy bien, como ya sabes. Y lo de Joe fue
algo esporádico, lo dejamos a las pocas semanas.
—Pero… ¿tienes otro chico, o no?
—Que manía tienes con eso —dijo sonriendo—. Ya sabes lo exigente
que soy.
—Para mí, lo más importante es que seas feliz. Se lo prometí a
tu padre.
—Bueno, si eso te da tranquilidad, tengo un buen amigo. Hace
tres meses que vivimos juntos. Se llama Norman.
—¿Norman? —preguntó frunciendo las cejas—. ¿No será ese tipo
raro que detuvo la policía por escándalo público?
—¡No! —exclamó riendo—. ¡No tiene nada que ver con él! Mi amigo
Norman es un buen hombre.
En ese momento sonó el
teléfono, pero para Elías no había nada más importante en ese
momento que atender a su querida Kat.
De modo que advirtió a la
secretaria que no le molestase hasta nueva orden.
—Precisamente
—comentaba Kat—, en parte quiero hablarte sobre él.
—Ya sabes que puedes contar conmigo. Dame todos sus datos y lo
mantendré bajo vigilancia las veinticuatro horas del día.
Asignaré al mejor hombre que tengo. Te daré un informe tan
completo que sabrás cuantas veces va a mear al día.
—No se trata de eso papá —negaba mientras movía la cabeza—.
Mira, te explicaré…
Kat le expuso con detalle
todo lo referente a la expedición: quiénes la formaban, a qué lugar
se dirigieron, y para qué.
También le refirió lo
sucedido el día anterior con las extrañas visitas domiciliarias.
Elías, tras escuchar con atención lo que su hija le había contado,
dejó caer su espalda sobre el respaldo del mullido sillón, como un
gladiador vencido antes del combate.
Su rostro se transformó
por completo, y durante algunos segundos quedaría en completo
silencio con la mirada clavada en la mesa.
—Cariño —comenzó a
hablar al fin—, debéis evitar cualquier interacción con esos
tipos. Están por encima de la Ley, incluso por encima del
gobierno. Su influencia es tan grande que nadie se atreve a
recriminarlos. A esta gente no les gusta que se hable de ellos,
y mucho menos que se interfiera en sus asuntos — musitaba
nervioso mientras dirigía sus ojos hacia la puerta, como si
creyese que alguien estuviese detrás escuchando—. Cuando trabajé
para el FBI —continuaba —, se nos tenía terminantemente
prohibido discutir sobre este tema. Sin embargo, sé que tienen
gente infiltrada en todas partes.
Después de oír aquellas
palabras, Kat arrugó la frente. Pero lo que más le preocupó fue la
reacción de Elías. Jamás le había visto de esa manera.
—¿Se sabe quiénes
están detrás?
—No. Realmente mantienen muy bien las apariencias.
—Pero… ¿Qué intereses pueden tener en la Antártida que tanto les
preocupa la travesía de unos simples exploradores? ¿Qué es lo
que temen que descubran? Tan sólo son personas pacíficas que lo
único que tratan es de encontrar los restos de otros
exploradores.
—No lo sé cariño. Esta gentuza lo maneja todo. Tal vez estén
realizando allí algún experimento científico, y no desean que se
les moleste. Quién sabe…
—Entonces… ¿es posible que Norman y sus compañeros se encuentren
en peligro? —le preguntó Kat preocupada.
—No es mi deseo asustarte hija, pero me temo que sí. Éstos son
capaces de
cualquier cosa. Durante mi carrera, muchas han sido las
experiencias que mi vieja espalda ha tenido que soportar, y te
puedo asegurar que la mayoría de las situaciones que he vivido
fueron premeditadamente enturbiadas por intereses ocultos.
—Padre, Norman es muy importante para mí —decía a modo de
súplica, inclinándose hacia él y agarrándole las manos—, y no
desearía que algo le ocurriese. ¡Debe haber algo que podamos
hacer!
—¡Cielo, tienes las manos heladas! —exclamó el viejo Elías
poniendo las suyas enormes y arrugadas sobre las de Kat, y
apretándolas fuertemente—. Es fundamental actuar con mucha
cautela. Nadie debe saber nada de todo esto. Como sabes, los
comentarios corren como la pólvora. Trataremos de indagar algo
más. Por fortuna, tengo una gran amistad con un tipo que
trabajaba para los servicios de inteligencia del gobierno. Le he
hecho muchísimos favores a lo largo de mi vida, y estoy seguro
que no tendrá inconveniente de aclararnos ciertos aspectos del
asunto.
A Kat le volvió a
iluminar la cara.
—Gracias papá, eres
un ángel.
—Hija, no sabes lo feliz que me siento cuando me llamas papá.
Desde que Kat se
independizó, Elías la echaba mucho en falta; aunque al menos,
durante un periodo de tiempo pudo disfrutar de su cariño.
Cosa que le ayudó a
sobrellevar los dos infructuosos y cortos matrimonios. Sin embargo,
en los últimos años en los que la soledad era su única compañera,
intentó refugiarse en lo que siempre había hecho: trabajar. Y Kat
irradiaba calor a su alma cada vez que le visitaba.
Después de la charla y de que tomaran un café juntos, ambos quedaron
para verse otro día. Kat estaba convencida de que el viejo Elías iba
a hacer todo lo que estuviese en su mano para intentar ayudarla.
18 - La base secreta
Apertura Polar
Sur "El Anillo"
Se extendía entre los árboles una vegetación salvaje cuya espesura
difícilmente dejaba entrever más allá de la penumbra que separaba la
luz de la oscuridad.
Ocultándose tras los
matorrales, los cuatro expedicionarios se iban aproximando
sigilosamente. Una extraña alambrada de cinco metros de altura,
compuesta por cables horizontales de acero reforzado, pero con el
suficiente espacio entre si como para que una persona de corpulencia
normal pudiese atravesarla, los separaba de la gran edificación.
A simple vista podía
apreciarse de que no se trataba de un enrejado común, sino más bien
de una especie de barrera intimidatoria.
Pero…
"¿De qué se estarán
protegiendo?" "¿Qué será era aquello que procuran no dejar
escapar?".
Tales eran las
reflexiones que como flechas atravesaban sus mentes; cosa que les
hacía erizar toda la piel.
—Tenemos que entrar
ahí como sea —murmuraba Eddie.
—¿Te has vuelto loco? —susurró Peter sin creer lo que estaba
oyendo—. Esa gente comenzará a disparar cuando vean asomar
nuestras cabezas. No se lo pensarán dos veces.
—Si estamos atentos a la conversación —musitó Norman—, tal vez
obtengamos alguna pista.
La idea fue bien
recibida, por lo que extremando la precaución decidieron cruzar la
alambrada de uno en uno.
Se ocultaron entre los
últimos arbustos y matorrales que emergían sobre la penumbra y que
lindaban con la explanada del edificio. Ahora, una superficie de
treinta metros de asfalto que rodeaba toda la estructura era lo
único que los separaba de los dos centinelas.
La iluminación de la
farola no llegaba a cubrir todo el ancho del terreno, por lo que
favorablemente se encontraban en un ocaso de luz; una zona
protectora y cómoda para estar relativamente tranquilos. De modo
que, allí permanecieron agazapados intentando oír lo que decían.
Pero antes, el olfato de Marvin advirtió algo:
—¡Diablos, que peste!
—exclamó en voz baja cubriéndose la nariz y la boca, mientras
que con la otra mano señalaba el lugar de alivios fisiológicos.
Instantáneamente, como si
sus cerebros estuviesen conectados mediante cables, Eddie y Norman
se miraron con una complicidad extraordinaria.
Ambos habían pensado lo
mismo. Parecía claro que uno de los dos centinelas, o quizá los dos,
acostumbraba a evacuar su vejiga en el mismo lugar.
Por lo tanto, tarde o
temprano alguno accedería al punto clave, donde el hábito fue
transformado ya en una tradición.
—¡Oh, no! ¿No
pensaréis…?
—No te preocupes Peter —susurraba Eddie tranquilizándolo—, ni se
enterará. Cuando despierte tan sólo sentirá un fuerte dolor de
cabeza.
—Eddie, lo haré yo, sé lo que me hago —propuso Norman muy seguro
de su estrategia—. Me esconderé justo detrás de estas ramas.
Habré acabado antes de que se eche la mano a la cremallera del
pantalón.
—Está bien, ten mucho cuidado. Nosotros nos retiraremos a ese
otro matorral. Estaremos atentos a lo que dicen.
La brisa corría a favor,
es decir, hacia el bosque, por lo que la fortuna les sonrió en ese
aspecto.
Y poniendo especial
atención comenzaron a oír la conversación que mantenían los dos
centinelas:
—…no que va, ayer
volví a tener servicio con Forrest. ¡Ese capullo es un imbécil!
¡Más de mil tíos trabajando en todas las bases y me tiene que
tocar otra vez con él! ¿Sabes que me dijo el cabronazo el otro
día? ¡Que no soportaba más este trabajo!
El compañero rió
desconsoladamente mientras expulsaba el humo de un cigarrillo:
—Pues le queda para
un rato. ¡Será estúpido! ¡Como si pudiera renunciar cuando se le
antoje! Eso lo tenía que haber pensado antes de firmar la
cláusula del contrato.
—¿Sabes Clair? Me comentó que una vez tuvo que acompañar a un
científico nuevo a la zona restringida y vio algo que le removió
el estomago. A mí, desde luego, mientras me paguen el sueldo me
importa una mierda lo que estén haciendo ahí dentro.
—¡Si vio algo que no le gustó, pues que cierre los ojos o mire
para otro lado, coño! No nos pagan para que vigilemos una
maldita residencia de ancianos. Mira Bernie, olvídate de ese
tipo porque no merece la pena hablar de él.
—Lo sé, pero me cabrea cada vez que coincidimos en el servicio
de guardia. No hace otra cosa que quejarse de la empresa. Y me
da mal rollo escucharlo. Me deprime. ¿Es que no está contento
con el sueldo? ¡Poca gente tiene estos honorarios! ¿Quién
dispone de seis meses de vacaciones pagadas al año? También es
cierto que estamos otros seis sin ver a nuestras familias, y que
cuando nos transportan a otras bases lo hacen como si fuésemos
animales, con vehículos sin ventanas. Pero luego tiene su
recompensa. ¿No es cierto Clair?
—Por su puesto. No
pienses más en ello. Forrest es un cretino. Perdona Bernie, pero
no aguanto más, voy a descargar las cervezas que me he tomado.
Tras disculparse de su
compañero, Clair apagó la colilla de un pisotón.
Y sin soltar ni una sola
arma se dirigió perpendicular hacia los matorrales. De los dos era
sin duda el que ostentaba una corpulencia física mayor, por lo que
Eddie, a pesar de saber de la fortaleza de su amigo Norman, tragó
saliva angustiado.
Allí era justo donde se encontraba agazapado el rudo de Norman,
aguantando a duras penas la respiración, no por temor a lo que
tendría que hacer en unos segundos, sino por el hedor nauseabundo
que emanaba la zona.
Al igual que él, el resto del grupo había escuchado perfectamente
toda la conversación.
Y como un octópodo cuando
se dispone a atrapar a su presa, éstos tensionaron los músculos de
todo el cuerpo al ver acercarse al hombre armado, caminando
despacio, relajado, entregado a su ritual, casi ilusionado por lo
que iba a hacer. Ellos, sin embargo, aunque confiaban plenamente en
su compañero Norman, les afloraron los nervios por un desenlace
incierto. Había llegado el momento crítico.
A Peter le temblaban las
piernas, el sudor que se derramaba a grandes caudales por su frente
sustituyó al frío que minutos antes padecía,
"un sólo movimiento
en falso y estamos acabados" pensaba aterrorizado.
Suplicaba al cielo porque
Norman no fallara.
Eddie y Marvin fingían
estar tranquilos, si bien, era únicamente un disfraz; tragaban
saliva para humedecer sus gargantas y apretaban los dientes ante lo
que estaba a punto de suceder.
El centinela comenzó a retirarse de la zona iluminada y poco a poco
se iba adentrando unos pasos en la penumbra.
Norman estaba situado en
el punto justo donde, por las señales del terreno, intuyó que iba a
aliviarse el centinela. Se inclinó detrás de una gran maraña de
hojarasca, aguardó el momento preciso en que el necesitado apareció
y, con un trozo de tronco, arreó un fuerte y certero golpe en la
nuca.
Una especie de sonido sordo salió de entre los matorrales, cosa
similar a cuando se batea una pelota de madera recubierta de corcho.
Fulminante, el sujeto cayó al suelo desfallecido. Entre los cuatro
asieron su cuerpo inerte y lo retiraron unos metros hacia el
interior del bosque, cerca de la alambrada. Una zona segura donde
nadie pudiera oírlo ni verlo. Le despojaron del uniforme y de las
armas.
Sujetaron su cuerpo al tronco de un árbol mirando hacia la alambrada
y, para amordazarlo en el caso de que se despertase, le ataron
fuertemente un pañuelo enrollado en la boca.
—Buen golpe —musitó
Marvin con un gesto de aceptación.
Pocas personas se
mostraban tan seguras de su fuerza como Norman; era conocido por
todos como un auténtico portento físico. Los que sabían de su
destreza, decían que una sola mano le bastaba para asfixiar a un
hombre.
Peter no se sentía cómodo con aquella violencia. Se veía reflejado
en su rostro.
—No te preocupes
Peter —lo tranquilizó Norman—, se recuperará pronto. Cuando
despierte no sabrá que ha pasado.
Aunque a Peter las
palabras de Norman no le sirvieron de mucho, si bien percibió cierto
humanismo en su compañero que le complació.
Para tranquilizarlo, Eddie le dio una palmadas en el hombro. Y luego
expresó:
—Ahora me toca a mí.
Creo que este traje me quedará bien.
Una vez Eddie se cambió
de ropa, volvieron al lugar de la acción para concebir un plan.
Pues aún debían
neutralizar al segundo centinela. Pero, ¿cómo hacerlo sin ser vistos
por la cámara móvil?
Eddie ya tenía diseñado un escenario en mente:
—Marvin —susurraba a
todos la idea a seguir—, tú tienes el tono de voz muy parecido a
este tal Clair. Mientras finjo estar buscando mi encendedor
cerca del último matorral, te ocultarás detrás de ese árbol y
luego llamarás a Bernie para que venga a ayudar a buscarlo. ¿De
acuerdo? El resto, ocultaros bien.
Tal fue explicado su
planteamiento, tal fue aceptado por todos.
De inmediato se situaron en posición.
Eddie, debidamente
uniformado y armado como el propio centinela, se aproximó al último
matorral, e inclinándose de espaldas al edificio, haciendo como si
se le hubiese perdido algo, envió la señal a Marvin para que
empezara a reclamar la presencia del otro centinela.
—¡Disculpa, Bernie!
¿Me ayudas a buscar mi encendedor? ¡Se me ha caído por aquí!
—gritaba Marvin haciéndose pasar por Clair, distorsionando algo
su voz con un pañuelo en la boca.
—¿Cómo no? Ahora voy.
Impaciente, lo esperaba
Eddie con la mirada clavada en la superficie.
Tras oír sus pasos
aproximarse agarró el Subfusil M3 fuertemente con ambas manos. El
centinela alcanzó la posición y se inclinó para ayudarle a buscar,
momento preciso en que Eddie sólo tuvo que incorporarse y, con la
culata del Subfusil, asestarle un golpe infalible en la cabeza. De
inmediato, éste perdió el conocimiento y cayó redondo sobre el
terreno.
El procedimiento que continuó fue idéntico al primero; es decir, se
apoderaron de su uniforme y de las armas para luego amarrarlo a otro
árbol.
—Este tío tiene más o
menos mi talla, creo que el traje me encajará bien — dijo Norman
mientras se probaba la cazadora negra.
Nuevamente volvieron al
lugar.
Marvin y Peter se
escondieron en la penumbra. Mientras, como si nada hubiese pasado,
Eddie y Norman se dirigieron resueltos hacia la puerta que estaban
custodiando los centinelas.
Debían tomar la misma
posición que los originales antes de que el posible vigilante de la
cámara pudiera sospechar algo.
—Norman, recuerda que
tú eres Bernie y yo Clair —expresó Eddie entre dientes—. No te
muevas de aquí. Intentaré ver que se cuece ahí dentro. Volveré
enseguida.
—Entendido.
Aparentando total
normalidad, Eddie accedió por la puerta individual. Se encontró con
un enorme y solitario distribuidor, el cual estaba perfectamente
iluminado.
Diez pasos de largo y
otros diez de ancho limitaban sus paredes, éstas disponían de
diversas puertas dobles. En la pared de la izquierda había dibujado
el mismo símbolo del exterior; es decir, un ojo encerrado en un gran
triangulo. Sobre cada una de las puertas rótulos informativos:
Comedor, Sala de Descanso, Sala Recreativa, Dormitorios, Aseos...
entre algunos de ellos. Pero el que más le llamó la atención, fue el
que figuraba como Sólo Acceso Autorizado.
No obstante, Eddie se
dirigió en primer lugar hacia la puerta de los dormitorios, la abrió
y se encontró con un pasillo ancho y varias aberturas a los lados
que daban al interior de cada una de las habitaciones comunes.
Todo parecía estar en
completo silencio, únicamente era roto por dispersos ronquidos de
fondo. Justo a su altura, en la pared de la derecha, un pequeño
tablón de anuncios; el cuadrante de servicios colgaba de una
chincheta. Al analizarlo comprobó que aún restaba algunos minutos
para relevar de sus puestos a Clair y Bernie.
Quizás un tiempo algo
ajustado para echar un vistazo tras la misteriosa puerta restringida
y salir cuanto antes del recinto alambrado con sus compañeros sin
que fuesen descubiertos. Sin embargo, sabía que era el mejor momento
para hacerlo, "imposible tener otra oportunidad como esta", pensó.
Aunque en breve efectuarían el cambio de guardia, su naturaleza
aventurera era más fuerte que el propio miedo que pudiera sentir.
Ni dos veces lo meditó
cuando ya se encontraba rebasando la puerta del Sólo Acceso
Autorizado, la cual accedía a otro enorme pasillo. Unas luces de
emergencia lo iluminaban.
A ambos lados una
distribución de varias puertas con la parte superior acristalada,
por la que se podía ver a través instrumentos de laboratorio.
Aquello sólo hizo aumentar su curiosidad, por lo que no pudo evitar
adentrarse unos pasos más en el pasillo. Otros distribuidores lo
cruzaban dando la impresión de estar en un recinto hospitalario.
Giró hacia la izquierda por el primero y continuó caminando
despacio. Al fondo otra puerta en la que ponía Área Restringida.
3
La tentación espoleada
por la corriente de adrenalina se multiplicaba todavía más. Justo
detrás otro pequeño pasillo, pero bastante más estrecho que los
anteriores.
Cuatro puertas se
repartían en distancias iguales, dos a cada lado, y a unos veinte
metros entre ellas. Esta vez, a diferencia de las anteriores, la
parte superior no se encontraba acristalada. Eddie accedió por la
primera de la derecha en la que un rótulo decía Proyecto M13. Una
iluminación vaporosa y circundante de la estancia dejaba entrever su
interior: una especie de laboratorio, éste con un extraño aunque
soportable miasma. Dominando el centro de la gran sala rectangular,
una enorme mesa de operaciones algo desordenada con instrumentos
científicos.
En la pared izquierda de
la puerta por donde accedió, una consola estrecha y alargada a modo
de estantería con grandes frascos de vidrio llenos de algún líquido
transparente. Y encerrados en ellos, fetos de lo que parecían
diversos tipos de animales deformes, muchos eran criaturas extrañas,
algunas con un aspecto monstruoso y escalofriante.
Eddie iba recorriendo la estantería lentamente, estremecido, con la
mirada clavada en aquellos frascos de la barbarie, y con la mano
cubriéndose la nariz. Algo verdaderamente aberrante creado desde una
conciencia cruel. Pero aquello sólo fue el principio.
Sintió una especie de
sacudida en su corazón cuando presenció el espectáculo más dantesco
y horroroso que mostraba la pared de enfrente: gigantescos
receptáculos de cristal, ordenadamente puestos en pie, de más de dos
metros y medio de altura, contenían el mismo líquido transparente.
Inmersos en su interior había extrañas criaturas de tamaño adulto y
aspectos desiguales, cuyos cuerpos, algunos de ellos deformes, se
encontraban entubados por el ombligo mediante una especie de cordón
umbilical artificial; del mismo modo, sus cabezas se hallaban
cableadas por la nuca.
De la nariz, o lo que
parecían orificios de respiración, surgían pequeñas burbujas de
aire, hecho que hacía pensar que presentaban vida, al menos en forma
vegetal.
Eddie giraba la mirada a su derredor y no daba crédito a lo que
estaba viendo. Paralizado por el tremendo horror de aquella
siniestra atmósfera, puso esta vez la mano sobre su boca y continuó
caminando despacio con los ojos casi desorbitados.
Ocho receptáculos en total contenían a otros tantos seres de
diversas dimensiones y morfologías. Todos presentaban una piel muy
pálida y carecían de vello corporal.
Algunos más corpulentos
aparentaban un gran desarrollo muscular; otros sin embargo eran más
delgados y aunque pequeños disponían de una cabeza desproporcionada
al cuerpo. Sin embargo, Eddie mostró especial atención en uno
particularmente distinto al resto, de pequeña estatura, podría
decirse que menos de un metro.
Su piel era blanquecina,
tirando a gris verdosa, y los brazos prominentes, al igual que sus
delgados dedos; cabeza grande y ovalada, con enormes ojos oscuros y
brillantes, que se prolongaban hacia lo que parecía unas pequeñas
aberturas en lugar de orejas. Tal era el aspecto físico de aquel
ser, que en su conjunto aparentaba delatar cierta debilidad, y que a
Eddie tanto desconcertó.
Discurrió lentamente frente a todos los receptáculos observando con
estupor cada uno de ellos, sin poder evitar estremecerse al mirarles
a los ojos. Sus expresiones parecían querer decirle algo, incluso
creyó percibir que algunos lo seguían con la mirada. Sentimientos
encontrados inundaron su alma.
Por una parte
experimentaba una tremenda tristeza, una especie de compasión, y por
otra un terror espeluznante que hizo saltar todos los vellos de su
cuerpo. Jamás hubiese imaginado encontrarse con un escenario tan
dantesco e inhumano a la vez, algo que jamás olvidaría por el resto
de su vida.
Un reloj en la pared le recordó el tiempo que restaba para
efectuarse el relevo de la guardia. No había mucho más tiempo para
entretenerse. Debía salir de allí cuanto antes.
No obstante, justo cuando iba a girarse para regresar, vio a su
izquierda, justo detrás de la gran mesa de operaciones, una abertura
rectangular en el suelo que daba lugar a una escalera estrecha.
Se dirigió hacia ella
expectante y bajó unos peldaños. Sin duda, su composición era
antigua, creada con grandes bloques de piedra. Las tinieblas
reinaban en el fondo. "Dios mío que habrá ahí abajo" pensó.
Aún en la penumbra pudo
observar un interruptor que accionó de inmediato. La luz de una
vieja y polvorienta bombilla iluminó todo el tramo de escalera hasta
llegar abajo. Descendió sus incómodos veinticuatro peldaños del
mismo material, desgastados por el paso del tiempo. En la
terminación accionó otro interruptor. Una bifurcación redondeada, de
aspecto arcaico, con forma de cúpula se iluminó. Ésta se extendía en
al menos diez pasos de diámetro.
Su interior distribuía
tres pasadizos arqueados suficientemente anchos como para acceder
por ellos dos personas al mismo tiempo.
"Es inútil continuar"
se dijo, "debo volver a toda prisa".
El tiempo apremiaba, ya
que probablemente era la hora del cambio de guardia.
Pero justo antes de
salir, en la bóveda de la bifurcación divisó lo que era una gran
esvástica Nazi, tallada sobre la roca. Aquella visión lo dejó con
gran perplejidad. El tiempo pasaba inexorablemente, no había para
más y, atropellado por la premura, regresó sobre sus pasos hasta
encontrarse con Norman, en el exterior.
Al edificio accedió un Eddie y pareció salir otro muy distinto. Su
rostro se hallaba tan pálido como la piel de los seres que vio en el
interior.
Primero uno y después el otro, volvieron disimuladamente al
encuentro de sus compañeros. Por este orden, se desprendieron de los
trajes, desataron a los centinelas aún inconscientes, colocaron los
uniformes a sus propietarios y posteriormente lo arrastraron cerca
del asfalto, justo en la penumbra.
Marvin aprovechó una
petaca de whisky que llevaba uno de ellos y derramó un poco sobre el
pecho de ambos. De forma que, cuando los nuevos centinelas fuesen a
hacerles el relevo creerían encontrarlos completamente borrachos. Al
despertar, ni ellos mismos sabrían que es lo que había sucedido.
Probablemente los propios
compañeros encubrirían su presunta embriaguez; una muy grave
violación según las normas establecidas por la organización.
19 - Inoportuno
giro del cauce del río
Apertura Polar
Sur "El Anillo"
El nuevo día daba comienzo. Y en forma de bienvenida, las aves
agradecían con sus esplendidos cánticos los madrugadores rayos de
sol.
La hierba brillaba
solemne su humedad nocturna, mientras las hojas de los árboles
sucumbían al no poder ya abarcar más rocío fresco de la mañana. Una
de estas frías gotas parecía tener vida propia cuando se dejó caer
sobre el rostro de Peter, al que despertó sobresaltado de la última
guardia.
Como siempre, en su
regazo la libreta de apuntes, o como a él le gustaba llamar: "el
cuaderno de bitácora", donde horrorizado había apuntado con
detenimiento y mimo todo lo acontecido la noche anterior, incluida
la espeluznante experiencia que Eddie había tomado a bien contar,
con todo detalle, sobre lo que descubrió en el interior de aquella
extraña base.
De inmediato, despertó al resto que descansaban plácidamente en el
interior del improvisado refugio. Habían de partir lo antes posible,
pues se hacía evidente lo arriesgado de permanecer más tiempo allí,
teniendo en cuenta que ya era día.
El grupo se puso en marcha. Engulleron algo enlatado, que todavía
conservaban en las mochilas, y partieron a toda prisa hacia la balsa
oculta tras los arbustos.
Mientras tanto, no había otro tema de conversación que de lo
ocurrido la noche anterior.
Y a Peter no le entraba
en la cabeza que nada de eso pudiese estar pasando:
—¿Quién puede hacer
algo tan espantoso?
—¡Miserables! —exclamó Marvin—. ¡Qué mierda de científicos!
Peter, aludido, giró el rostro hacia él.
—Lo siento Peter —se disculpó Marvin—. No te ofendas. Sé que
nunca te involucrarías en una cosa de esas.
—Los científicos no son los responsables —aclaró Eddie—. Ellos
son meros instrumentos de gente mucho más poderosa y con falta
de escrúpulos.
—¿Qué es lo que pretenden conseguir con ese tipo de
experimentos? —se preguntaba Peter en voz alta.
—No es difícil imaginárselo —comentó Norman, mientras ayudaba a
arrastrar la balsa.
Ya debidamente reforzada
del día anterior, la consiguieron arrastrar hasta la orilla del río
dejándola caer sobre la superficie líquida.
Un simple impulso y luego
la propia corriente los alejó de la orilla. Ahora se sentían a salvo
nuevamente; pues los más probable hubiese sido que los centinelas
sospecharan de algo y comenzaran a rastrear la zona, hasta
encontrarlos.
La distancia que los
separaba del lugar de donde acamparon además del propio movimiento
continuo de las aguas que los impulsaba hacia adelante les ofrecía
ese plus de protección; tal era la sensación que se experimenta al
ponernos ante una pared para cubrirnos las espaldas en el momento de
sentir peligro.
Navegaron unos trescientos metros cuando la dirección del cauce giró
de forma inesperada 45º hacia el occidente del bosque. A la
izquierda divisaron una enorme construcción. Una amplia explanada
limpia de vegetación con algunos árboles salteados se interponía
entre la fachada principal y la orilla del río. Sorpresivamente, la
misma base asaltada la noche anterior.
Tan sólo cien pasos los
distanciaban de aquella terrible aparición.
—¡Dios mío!
¡Agachaos! —susurró Eddie.
Un camino de asfalto
rodeaba el edificio por delante, el mismo que se perdía en el bosque
por la derecha.
La gran puerta principal
se alzaba en mitad de la fachada. Ésta, a diferencia de la parte
trasera, estaba provista de grandes ventanales, probablemente de
oficinas. Varios automóviles de color negro permanecían estacionados
fuera, uno de ellos de gran opulencia. También una especie de
minibús sin ventanas. Y otros dos centinelas custodiaban la puerta
principal del edificio.
Pero esta vez, la fortuna no les acompañó de la misma forma.
Desgraciadamente, uno de los centinelas dirigió la mirada hacia el
río y, perplejo ante lo que estaba presenciando, mientras señalaba
el lugar del avistamiento, dio la voz de alarma. El compañero, no
menos desconcertado que él, pues era la primera vez que ocurría algo
así, se percató rápidamente frotándose los ojos y, gritando
airosamente, ambos empezaron a pedir refuerzos.
Unos segundos bastaron
para que por todos los rincones del edificio comenzaran a surgir
centinelas, congregándose en la explanada una veintena de ellos;
todos estaban provistos de armamento.
—¡Yujuuu! —gritaron
algunos.
—¡Al fin un poco de acción, chicos! —exclamaban otros.
—Ahora ya sabemos el por qué de nuestro dolor de cabeza Bernie —
expresaba Clair.
—¡Hijos de puta! —maldijo éste— ¡Acabemos con ellos!
—¡Vamos, démosle la bienvenida como se merecen! —gritó uno
alzando su arma.
La exaltación de todos
los centinelas era evidente, ya que el aburrimiento entre ellos era
cosa normal. Aquella situación les activo la adrenalina que tanto
tiempo habían tenido dormida.
Y sin contemplaciones,
pues tenían orden explicita de abrir fuego al sospechar de algún
movimiento extraño a menos de quinientos metros a la redonda,
dispararon los subfusiles a diestro y siniestro.
—¡Por todos los
santos! —exclamó Peter aterrorizado—. ¡Van a acabar con
nosotros!
—¡Rápido, vayámonos de aquí! —desesperadamente gritó Eddie de
rodillas sobre la balsa.
Sin embargo, la corriente
del río tampoco les sonrío; la disposición de la curva parecía
disminuir su velocidad justo frente a aquella construcción.
De inmediato, el sonido de los proyectiles comenzaron a aparecer;
algunos se detenían de golpe en los escasos troncos de los árboles
que se interponían entre ellos, éstos y los cien metros que los
separaban eran sus únicos aliados contra lo que parecía una lluvia
de acero endemoniado.
Las astillas desprendidas
se desparramaban sobre una vegetación segada por un punto de mira
más bajo.
—¡Vamos! —gritaba
Eddie—. ¡Remar a toda prisa!
Los nervios del grupo
dieron paso al más puro terror; sus rostros expresaban lo que era
verdaderamente el pánico.
Todos comenzaron a remar
trágicamente con las cabezas casi entre las piernas. Mientras tanto,
oían como las balas chasqueaban el agua al atravesar la superficie
del río, y cómo hacían crujir las cañas de la balsa al ser
alcanzada.
Totalmente indefensos, remaban desesperados con toda la fuerza que
únicamente en situaciones similares el cuerpo humano es capaz de
alcanzar. Sabían que era la única opción, pues ¿qué más podrían
hacer?
Distanciada algo más de cuarenta metros, alcanzar la próxima masa
forestal de la ribera era el objetivo que podía salvarles la vida. Y
si existía una mínima oportunidad de salir airosos de la
ensordecedora ráfaga de disparos, era ésta. Tan sólo los separaba
quince segundos de la salvación, un corto espacio de tiempo, aunque
para ellos sin embargo toda una eternidad que parecía ir a cámara
lenta, pues percibían el aire de los proyectiles pasar entre sus
cuerpos.
Al fin, tras un esfuerzo descomunal, llegaron a la ansiada espesura
salvaje del bosque, no obstante, la inercia sumada al propio horror
hacían que continuasen remando sin parar. La intensa vegetación
comenzaba a entorpecer la visión de los centinelas, cuyos disparos
lo hacían ya sin un claro objetivo, únicamente la imaginación les
ayudaba a seguir apretando el gatillo, aunque ahora con menos
intensidad, desistiendo de hacerlo algunos de ellos.
Pero justo en ese
momento, la providencia quiso mostrar su cara más amarga. Una bala
perdida que cruzaba entre la espesa vegetación, desviada y rechazada
varias veces por la intersección de arbustos, hizo que la mala
fortuna se cebara con Marvin, dándole de lleno. Los tres observaron
impotentes cómo caía desplomado sobre la balsa.
Desalentados por su
compañero, pero con toda rabia sacada de lo sobrehumano, continuaron
los tres remando sin parar, hasta que al fin oyeron desaparecer el
sonido sordo de los últimos disparos.
Con algo de fortuna, habían conseguido distanciarse del peligro lo
suficiente como para no ser vistos; el cauce serpenteante del río en
esa zona les ayudó a burlar el envite desaforado de los centinelas.
No obstante, Marvin yacía sobre la balsa inconsciente. El rostro
estaba bañado en su propio líquido rojo. Un reguero de sangre
recorría su pecho hasta estancarse entre varias oquedades que
formaban las cañas de la estructura dañada. El proyectil le había
atravesado el hombro izquierdo. Rápidamente, Peter, con una mano,
taponaba la herida sangrante mientras que con la otra le tomaba el
pulso en el cuello.
Eddie y Norman
continuaban remando con fuerza mirando de vez en cuando el trágico
escenario.
—¡Se nos va, Marvin
se nos va! —exclamaba impotente Peter.
Percibían el latente
peligro a sus espaldas; sin embargo era urgente socorrerlo, antes de
que perdiera más sangre.
Rápidamente remaron unos
metros más hasta desaparecer por completo de la posible vista de los
centinelas. Y de inmediato, protegidos por un macizo de vegetación,
Eddie ordenó atracar en la orilla derecha justo en un pequeño y
suave meandro. La particularidad de la zona permitió inmovilizar la
balsa.
Mientras tanto, Peter
cosería con destreza ambos orificios que dejó el proyectil al
atravesar el cuerpo de su compañero.
—Gracias a Dios que
le ha dado en el hombro —suspiró Eddie, alerta en todo momento.
—Sí —afirmó Peter examinándolo atentamente—. Parece una herida
limpia y creo que no ha roto ningún hueso. Por suerte, la bala
ha salido por el otro lado.
Con un poco de agua en la
cara, Marvin recobró el conocimiento. Recostado sobre su propia
mochila, se encontraba con los orificios desinfectados y con varios
puntos dados en cada uno de ellos.
—Debí reservar… —dijo
nada más abrió los ojos, y algo entrecortado— una de aquellas
petacas de whisky.
—Es imposible hacerte perder el buen humor ¿eh?, viejo zorro
—sonreía Eddie, contento por verlo de nuevo despierto.
La pronta recuperación de
Marvin los animó.
Pero a escasos quinientos metros, los centinelas aún confusos por la
aparición de aquellos hombres, se organizaban por grupos para ir en
su busca. Con anterioridad, jamás habían tenido que utilizar sus
armas en las inmediaciones de cualquiera de las bases. Para éstos
era pura diversión, todo un día de esparcimiento ante tanta apatía
en medio de ninguna parte.
Sin embargo, la orden
recibida fue clara y concisa: "¡Bajo ninguna circunstancia debéis
dejarlos escapar! ¡Los queremos vivos o muertos!".
20 - La reunión
Nueva York
Entre tanto, a primera hora de la mañana, una eventual reunión de
carácter urgente tenía lugar en un antiguo y gran edificio de Nueva
York.
Treinta representantes
entre mujeres y hombres de diversas nacionalidades se congregaron
alrededor de una redonda y gigantesca mesa de caoba. Deliberaban
sobre el contratiempo que se había presentado y las estrategias que
debían adoptar para su inmediata resolución.
Sus rostros mostraban
cierta intranquilidad, y la discusión parecía algo exaltada.
—¡Señoras y señores
tengan calma, por favor! —llamaba al orden el portavoz.
Después de varios
intentos, al fin los asistentes aplacaron algo los nervios por la
situación imprevista que se había generado.
Situación de la que
estaban al tanto gracias a un detallado informe repartido a cada uno
de ellos, y cuyo problema figuraba como de "inminente solución."
—La investigación
muestra que existe un colectivo organizado detrás de esta
expedición —comenzó uno de ellos mientras repasaba el informe.
—Ya hemos interrogado a sus familiares sin éxito —comentó otro.
—¡Pues entonces habrá que hacerles hablar! —saltaban excitados
algunos.
—¡Exacto, estamos de acuerdo! —manifestaban otros alzando la
voz.
El ambiente volvió a
ponerse tenso e irritado.
Momento en que varios de
entre los asistentes intentaban poner orden ante tanta algarabía de
opiniones y sugerencias:
—¡Por favor, señores!
¡De uno en uno!
—¿Pero qué diablos han ido a hacer allí? —preguntaba enfurecido
un individuo con aspecto de perro pit bull, que se hallaba
sentado al otro lado de la mesa, una vez la normalidad se
restableció.
—Según hemos indagado —respondía un hombre uniformado—, al
parecer han ido a buscar los restos de los expedicionarios
desaparecidos el año pasado.
—¿Qué…? ¿Pero no…?
Los rostros de algunos
participantes mostraron cierto desconcierto.
—Tranquilícense,
señores. De aquello no hay que preocuparse —explicó otro
—Dimos buena solución a los cuerpos. Jamás podrán encontrarlos.
—¡Eso ya lo sabemos todos! Pero muchos de los que estamos aquí
no creemos que ese sea el motivo por el cual se han desplazado
hasta allí. ¿De veras lo creen ustedes? ¿Jugarse la vida por
buscar unos cuerpos desaparecidos el año anterior? ¡Vamos
señoras y señores, no seamos ingenuos!
—¡Interroguemos de nuevo a las familias! —gritaba uno
encrespado— ¡Seguro que saben algo!
—¡Pero esta vez usando la fuerza si es necesario! —exclamaba
otro más.
—No podemos hacer eso —negaban desde el lado opuesto de la
mesa—. Levantaríamos demasiadas sospechas.
Un pequeño instante de
silencio se interpuso.
Tiempo de incertidumbre
en que un ser frío y calculador aprovechó para plantear lo
siguiente:
—Todos y cada uno de
los movimientos del entorno familiar deben ser vigilados —dijo
de forma serena mientras se incorporaba de su asiento—.
Controlaremos cada una de las entradas y salidas de todos sus
miembros; también con cada persona que haya una mínima relación;
cualquier paso que den será examinado por nuestro servicio de
inteligencia. Tarde o temprano hallaremos alguna información que
nos pueda interesar. Y si esto no ofrece resultado, buscaremos
soluciones más drásticas.
—Estoy de acuerdo con eso.
—¡Y yo!
Muchos de los asistentes
comenzaron a ratificar su postura.
Un gran murmullo se hizo de nuevo en la sala y todos quedaron
satisfechos con la última proposición.
Pero cuando la reunión parecía concluida, una mujer de edad avanzada
se puso en pie y alzó su voz grave y ejecutora:
—¡Señoras y señores!
—exclamó poniendo un silencio sepulcral con las puntas de sus
dedos sobre la mesa—. Lo más importante en estos momentos no son
las familias, sino los exploradores. Encontrarlos y hacerlos
desaparecer debería ser nuestro principal objetivo. Nuestras
bases no pueden ser descubiertas.
—¡Efectivamente! Yo estoy de acuerdo —admitió otro frente a ella
e incorporándose igualmente—. Sin embargo, que descubran las
bases es el menor de nuestros problemas. Lo más grave de este
asunto es que hayan podido tener un contacto con los
intraterrenos.
En ese instante,
pareciese que un velo oscuro enturbiara la atmósfera de la sala,
quedando ésta completamente eclipsada.
El problema para ellos
era aún más grave de lo que en un principio habían pronosticado.
—En ese caso —replicó
la mujer con un semblante aún más duro— hay poner en alerta a
todos nuestros efectivos. ¡Que busquen de debajo de las piedras
si es preciso! Tenemos que acabar con ellos cuanto antes si no
queremos que nuestra milenaria línea de sangre comience a
desvanecerse. ¡Y no estoy dispuesta a que eso suceda!
—Estoy contigo —afirmó otro—. Si llegasen al interior del
planeta nuestro dominio peligraría.
—¡No podemos permitir eso! —gritaban varios.
—Entonces… ¿A qué estamos esperando? —decretó nuevamente la
mujer con un tono de voz que causaba respeto—. ¡Comencemos de
una vez por todas antes de que sea demasiado tarde!
¡Pongamos en marcha
nuestros recursos! ¡Descubramos quienes están detrás de esa
expedición! Y por supuesto, ¡eliminemos a todos sus integrantes!
—concluyó de forma autoritaria, cuyo mandato apoyaron por
unanimidad.
La reunión fue corta pero
intensa, y sus asistentes tenían muy claro la estrategia a seguir.
Redactaron otro informe
completo y actualizado incluyendo lo acordado en la junta para
hacerlo llegar, de manera urgente, e informar de lo sucedido a todos
y cada uno de los miembros de la sociedad secreta repartidos por
toda la superficie del planeta.
21 - Persecución maldita
Apertura Polar
Sur "El Anillo"
Protegidos por la caprichosa forma del meandro, se mantuvieron
agazapados durante unos minutos.
El tiempo mínimo y
necesario para curar a Marvin de sus heridas y que éste se
restableciera lo suficiente como para poder continuar. Sin embargo,
el grupo apenas había recuperado el aliento cuando se vio obligado a
poner rumbo de inmediato.
El olor a pólvora quemada
aún se podía respirar en el ambiente, y les angustiaba terriblemente
el hecho de que todavía era posible percibir el rumor de las voces
que propiciaban los centinelas, cuyo infierno custodiaban
implacablemente y del que por fortuna los cuatro lograron salir con
vida; si bien, la situación era similar a la que se produce cuando
un indefenso cervatillo se encuentra bajo el acoso de un hambriento
león.
Había que salir de
aquella zona cuanto antes.
Marvin recobró la consciencia y su hombro, pese a que le dolía, se
encontraba curado y perfectamente vendado. No obstante, su brazo
izquierdo estaba débil y en unos días no podría forzarlo demasiado.
En cuanto a la balsa, aunque estaba algo astillada, había soportado
con dignidad los impactos; mantenía un aspecto bastante sólido y la
estabilidad continuaba siendo aceptable.
El escenario bélico se hallaba excesivamente cerca; el runrún de los
disparos aún les resonaban en los oídos. Embarcaron nuevamente a
toda prisa y dejaron que la corriente del río los llevase lejos de
allí.
Ya con la tranquilidad de saberse distanciados de la base unos
kilómetros, un nuevo paisaje les recibía. Los árboles iban
desapareciendo dando lugar a una esplendorosa pradera verde; flores
diversas impregnaban colores desordenados en su manto aterciopelado:
violetas, amarillas, rojas, naranjas...
Toda una maravillosa
panorámica. Un artista bajo los influjos de su musa parecía haber
creado aquel espectáculo, y el serpenteante cauce del río, justo en
medio de aquella sensacional belleza, rubricaba la obra de arte con
tinta de plata.
El grupo se encontraba absorto por tan extraordinaria creación de la
naturaleza. Sin embargo, algo hizo desarmonizar el ambiente apacible
en el que estaban inmersos, casi olvidando el terrible escenario
dejado atrás hacía tan sólo unos minutos.
Un ruido de fondo inquietó a Eddie.
—¿Habéis oído eso?
—¿Como una especie de zumbido bronco? —contestó Norman con otra
pregunta.
—Sí, algo parecido —afirmaba Eddie.
Marvin y Peter no
lograban oír absolutamente nada, y aunque intentaron poner atención,
continuaron deleitándose de aquella exquisitez visual.
Pero tan sólo unos segundos después, el sonido se hizo más evidente.
—¡Me temo que son los
motores de al menos dos lanchas! —intervino Norman con muestras
evidentes de preocupación.
Eddie lo miró alarmado
durante un instante porque intuía que lo que decía su compañero era
cierto. Y acto seguido le preguntó:
—Según la intensidad
del sonido, ¿a qué distancia crees que podrían estar?
—No lo sé con exactitud —argumentó—, pero creo que a varios
kilómetros, tal vez a cinco o a seis. Si no me equivoco, calculo
que en menos de diez minutos nos habrán alcanzado.
La respuesta de Norman
los sobrecogió, y como un ser siniestro arrastrándose sobre la
balsa, la angustia iba de nuevo poco a poco apoderándose de ellos.
Aquella noticia dejó a Peter asustado como a un niño tras una
pesadilla.
—¡Oh, dios mío!
¡Vamos a morir!
Norman lo intentaba
tranquilizar cogiéndolo del hombro.
—Cálmate amigo, eso
no va a ocurrir.
Marvin, preocupado por su
estado, ya que no podría ayudar a remar en plena facultad, propuso:
—Abandonemos la balsa
y corramos por la pradera hasta encontrar algún lugar donde
escondernos.
—Creo que no es una buena idea —explicaba Norman—. La masa
forestal se encuentra a varios kilómetros de la orilla. No
llegaríamos con vida. Nos encontrarían dándonos caza como a
animales.
—Además —apuntó Eddie—, seguramente también nos estén buscando
por tierra. Creo que lo más sensato sería continuar por el río
hasta alcanzar de nuevo la zona arbolada, inaccesible para sus
vehículos; podríamos ocultarnos entre la maleza. Aquí no tenemos
ninguna posibilidad.
Norman asintió con la
cabeza.
Sin embargo, Peter
contempló desalentado el estado de Marvin, algo débil por la pérdida
de sangre.
—No os preocupéis por
mí chicos, estoy bien —resolvió éste ante las miradas abatidas
de sus compañeros.
—La corriente del río ha aumentado bastante —expuso Eddie,
intentando dar ánimos ante la situación—. Si remamos con fuerza
estoy convencido que podremos escapar.
Éste agarró su trozo de
caña que utilizaba como remo y comenzó a paletear con determinación
Acción que espoleó al
resto del grupo. Marvin, que hasta ese momento navegaba en proa
junto a Eddie —en el lado de babor—, se intercambió con Norman a una
posición más favorable de la balsa en la que podría hacer un mayor
esfuerzo con su brazo diestro.
En efecto, la corriente del río se había visto incrementada
considerablemente, por lo que la velocidad a la que se desplazaban
era aún mayor, aminorando la diferencia que probablemente pudiera
existir con las lanchas a motor. Una suerte que esta vez sí corría
en favor de ellos. Si bien, la estabilidad de la estructura, algo
deteriorada tras el encuentro con los centinelas, iba en detrimento
al aumento de velocidad, y el esfuerzo por mantenerse en equilibrio
también era mucho mayor, como mayor era el riesgo de caer al río.
Avanzaban a toda prisa, y las aguas cada vez más bravas, elevando
sus crestas como los delfines emergen sus aletas, parecían
acompañarlos en un viaje sin retorno. Sin embargo, a sus espaldas
percibían la maldita pesadilla de ser acribillados nuevamente, cosa
que hacía que la concentración no decayese ni un solo segundo.
Remaban sin cesar en un
estado de extrema excitación, el pavor de ser alcanzados les
incitaba a hacerlo de esa manera.
De lejos, muy de lejos aún, comenzaba a camuflarse el rugido de los
motores con el alboroto de las aguas. Sin embargo, las lanchas
cargadas de centinelas armados y dispuestos a satisfacer la
adrenalina acumulada, ignorantes aún de tener al alcance de su mano
a los perseguidos —gracias a otro tramo sinuoso del cauce del río
que les impedía ver más allá—, ganaban terreno.
Para el grupo, la hermosa pradera que contemplaban a ambos lados del
río, de repente, se había convertido en un terrorífico corredor de
la muerte.
Parecía no tener fin la
maldita llanura; y lo que era aún peor, en el horizonte no se
apreciaba indicios de zona forestal, ni maleza alguna, tal y como
había pronosticado Eddie. La angustia en sus rostros reflejaba lo
evidente, pues un terrible dragón los acecharía de un momento a otro
descargando su ira por sus gigantescas fauces; tal era ya el rugido
de las lanchas.
¡Cómo ansiaban una zona
de intensa vegetación que los protegiera! Para desdicha suya, el
cauce del río enderezó su rumbo, de modo que, a popa comenzaron a
apreciar de lejos las lanchas motoras como puntos negros en un fondo
coloreado. Igualmente, los esbirros advirtieron la balsa y
aceleraron los motores al máximo mientras lanzaban una especie de
grito en forma de júbilo, alzando al aire sus armas de fuego. Sin
duda, el momento de diversión esperado por ellos, ya que sólo era
cuestión de tiempo darles caza.
Lejos de darse por vencidos, e indefensos por completo ante la
manifiesta tragedia que se les venía encima, continuaron remando
hasta la extenuación. Pero muy poco podían hacer contra la velocidad
mecánica de las lanchas, ya muy próximas a ellos.
Marvin comenzaba a resentirse de su herida, mas trataba de impedir
que se le notase. El tremendo esfuerzo hizo estallar varios puntos
de sutura y sangraba nuevamente de manera abundante dejándolo cada
vez más débil. Sin embargo, los mercenarios, lejos de condonarles la
vida, se mostraban cada vez más excitados; no ofrecían tregua
alguna. Ya escasos doscientos metros separaban a los exploradores de
un exterminio seguro.
La situación era tan
evidente que relajaron los motores y esperaron pacientes a tenerlos
tan cerca como para descargar a placer en sus cuerpos toda la
artillería. El deseo de los centinelas fue que la excursión no
acabase tan pronto; de tal tamaño era el gozo que experimentaban.
Pero de repente, justo en ese momento, un desconcertante ruido de
fondo comenzó a mezclarse con el rugir de las lanchas.
Paradójicamente, éstas
empezaron a desacelerar mucho más su velocidad. Y una gran confusión
comenzó a apoderarse de todos.
"¿Qué diablos está
ocurriendo?"
No podían saberlo.
Pero aquel extraño sonido
se convirtió en un bullicioso estruendo, por momentos más
estrambótico y ensordecedor.
—¡Detened los
motores! —ordenó el oficial al mando de los centinelas— ¡Veamos
el espectáculo, chicos! —comenzó a reír ante el inesperado
escenario que se había presentado.
Tal fue la concentración
y esfuerzo que emplearon en remar, que no advirtieron a tiempo de la
espeluznante aproximación de una gigantesca catarata.
Ya resignados con el cruel desenlace que les deparaba el azar,
abandonaron los remos y los cuatro se miraron con rostros
derrotados, como si entre ellos se estuviesen despidiendo para
siempre. Habían llegado al final del recorrido. La sumisión del
terrible destino fue acompañada de una completa relajación muscular.
Una muerte aceptada
trazaba cierta serenidad, pues contra la corriente del río no
podrían luchar jamás, la misma que en un principio les salvó de los
centinelas, y que después de forma contradictoria e injusta sería la
que irremediablemente les haría caer por un enorme torrente de agua
de más de cuarenta metros de altura.
Los mercenarios, detenidos a contra corriente con sus lanchas
motoras, parecían divertirse ante aquella situación.
Fue tan sólo un abrir y cerrar de ojos cuando la balsa rebasó el
borde de la catarata a una velocidad extraordinaria, despedida hacia
adelante en el aire como un disco de hockey sobre hielo, y cayendo
los cuatro al vacío mientras veían como pasaba en un instante todo
el transcurso de sus vidas.
Cada uno por un lado y
con movimientos espasmódicos, todos parecían querer agarrarse a algo
invisible en el vacío. Gritaban desconsoladamente durante los
interminables cuatro segundos que duró el descenso hacia una enorme
poza natural de aguas turbulentas.
Durante el descenso, Marvin terminó perdiendo el conocimiento, Eddie
y Norman sin embargo intentaban aferrarse a la vida, y Peter cerró
sus ojos evitando observar las tinieblas.
Ya en la turbia y embravecida agua debido a la continua tromba que
caía desde lo alto, sumergidos en ella y casi asfixiados, con la
escasa fuerza física que les mantenía vivos, los tres luchaban por
salir a flote del interior.
De manera sin igual,
daban brazadas convulsivamente hasta conseguir impulsarse hacia la
luz, hacia una superficie espumosa e indomable que parecía querer
empujarlos hacia el oscuro abismo. Pataleando como pudieron, bien
hacia un lado, bien hacia el otro lado de la cascada, lograrían
alcanzar la orilla abrupta y desigual del estanque.
Primero lo hizo Peter,
que la fortuna lo haló hacia una especie de minúscula playa con
arena fina y blanca; luego Norman un poco más allá, sobre unos
matorrales; y por último Eddie que se sujetó como pudo a unas rocas
justo en frente. Estos dos consiguieron arrastrar sus cuerpos fuera
del agua, justo donde Peter los esperaba tendido boca abajo mientras
expulsaba con dificultad el líquido contenido en los pulmones.
Desfallecidos, el cielo celeste era su único punto de referencia
durante los primeros minutos.
Tiempo que emplearon en
completo mutismo para recuperarse físicamente, mas sobre todo para
poder asimilar la situación del duro golpe moral que supuso la
pérdida de su compañero y amigo Marvin.
22 - Buscando contactos
Boston
(Massachusetts)
Intranquilo por lo que en la lluviosa tarde del día anterior le
había contado su hija adoptiva, Elías comenzó a meditar: "Me extraña
que Kat haya venido a pedirme ayuda.
Hacía mucho tiempo que no
lo hacía". En su rostro percibió cierta inquietud aquella tarde, y
él no soportaba verla preocupada. Para Elías era aún su niña
pequeña.
Esa misma mañana, llamó por teléfono a Irving Weiss, ex agente de
los servicios de inteligencia del gobierno de los EE.UU. de Norte
América, y amigo íntimo desde el día en que decidió trabajar para el
FBI. Irving ya se encontraba jubilado, no obstante seguía teniendo
importantes influencias en el ámbito laboral.
Lo hizo como ambos
acostumbraban, y como éste le había enseñado: de manera codificada.
—¡Hola Irving, viejo
zorro!
—¡Elías! ¡Cuánto tiempo sin saber nada de ti!
—Bueno, ya sabes que sigo siendo un hombre muy ocupado —dijo con
sarcasmo.
—¿Pero cuando lo vas a dejar? Ya estás para que te ayuden a
bajar la bragueta del pantalón —bromeó Irving.
—Al menos a mí no me tienen que dar la sopa con una cañita,
viejo baboso. Ambos reían el intercambio de golpes.
—Cuando no pueda moverme por mí mismo —continuaba Elías—,
entonces lo dejaré. Mientras tanto seguiré plantando mis propios
tomates.
—Veo que sigues siendo un cabezota duro de pelar. ¡Te advertí
que trabajar la tierra no da para mucho!
—Bueno, me conoces bien.
—¿A qué tengo que agradecer tu llamada? —preguntó Irving.
—Ya sabes. Hace tiempo que no jugamos juntos. La última vez me
venciste a los bolos, ¡bribón! Quiero la revancha cuanto antes
—sugirió Elías de forma codificada.
—No creas que te lo pondré fácil.
—Lo sé. Por eso me gusta jugar contra ti.
—Sabes perfectamente que los bolos son mi pasión. Pero dime,
¿dónde prefieres batir tus fuerzas esta vez, en mi bolera o en
la tuya? —continuó hablando en clave Irving.
—No quiero que tus achacosas piernas se molesten, así que iré a
la tuya.
—De acuerdo, te esperaré impaciente hasta este fin de semana, a
la misma hora de siempre. Para entonces, no olvides ponerte en
forma viejo carcamal.
—Allí estaré. Te daré tal paliza que no lo olvidarás jamás.
Además, quiero que sepas que esta vez voy a llevar un juez para
que no hagas trampas — concluyó riendo Elías, y siempre hablando
en clave.
—Será un placer conocerle. Auf wiedersehen.
—Ciao.
Sin más, ambos colgaron
el teléfono.
Después de haber cumplido toda su carrera profesional en los
servicios de inteligencia, Irving siempre sugería que en situaciones
comprometidas había que actuar de forma prudente, incluso cuando
tenía que hablar por teléfono con un amigo. Ya que debido a su
dilatada experiencia y por consiguiente a la enorme información
confidencial, de la cual era conocedor, sería muy probable que su
línea de teléfono estuviese intervenida.
Siempre comentaba a Elías
que nunca se sabía cuántos oídos y con qué pretensiones podían estar
escuchando una conversación privada. Si bien, esto se lo transmitió
a su amigo poco después de jubilarse, desde entonces, lo practicaban
cada vez que se llamaban por teléfono.
Elías terminó de conversar con Irving e inmediatamente después llamó
a su querida Kat invitándola a visitar el parque al día siguiente
por la mañana, en un punto y hora determinados; por supuesto no
coincidía con el fin de semana, tal y como en clave ambos amigos
habían hablado.
Ella se mostró algo
desconcertada, aunque no quiso preguntar nada al respecto,
limitándose a aceptar la invitación.
"Elías no es un
hombre de ir al parque", pensó. "Seguramente quiere contarme
algo". "Pero… ¿por qué en el parque?", se preguntaba confusa y
al mismo tiempo expectante.
23 - Divina
providencia
Apertura Polar
Sur "El Anillo"
Esta vez el gran esfuerzo que supuso escapar de los centinelas,
además del duro golpe tanto físico como moral sufrido en la caída,
fue demasiado fuerte como para levantar un solo músculo de aquella
humedecida arena.
Sin embargo, después de
girar varias veces sobre si mismo y expeler los últimos restos de
agua de sus pulmones, Eddie logró ponerse de rodillas y,
arrastrándose como pudo, comprobó que sus otros dos compañeros
estaban con vida.
Tras ponerse en pié no sin dificultad, manifestó su lamento al ver
que su amigo Marvin no se encontraba entre ellos. Probablemente, su
grito desgarrador y lleno de furia pudo oírse a varios cientos de
metros a la redonda.
Pero lejos de resignarse el delirio momentáneo pasó a un estado de
esperanza, y ésto lo alentó a buscar por los alrededores de la
gigantesca cascada.
"No cesaré hasta
encontrarte amigo", se dijo para si mismo.
"¡Debí hacerte caso y
escapar por aquella llanura!"
"¡Oh, Dios!"
suplicaba deshecho, mientras secaba las lágrimas de su rostro
atormentado. "Al menos tendrás una digna sepultura" pensaba,
examinando cada centímetro de matorral.
Y es que Eddie no podía
aún creer que su buen amigo Marvin había perdido la vida.
De repente, en una zona donde la fuerza de las aguas proyectaba una
bifurcación hacia lo que parecía dos arroyos, Eddie distinguió algo
entre una acumulación de trozos de ramas atrapadas entre las rocas;
se trataba del cuerpo de Marvin, que yacía atrapado en el interior.
Saltó rápidamente hacia él sumergiéndose de nuevo en las aguas
turbulentas. Apartó como pudo todo el ramaje y le sujetó del cuello
con su brazo izquierdo, arrastrándole hacia la orilla más próxima,
que estaba formada por grandes guijarros.
¡Marvin aún vivía! Y
aunque el hilo que le sostenía a este mundo era ya muy fino, quizá
demasiado, Eddie desesperado, intentando alguna reacción de su
amigo, comenzó a golpear su pecho fuertemente al tiempo que le
tapaba la nariz para insuflarle aire en los pulmones.
"¡No te vayas,
Marvin! ¡Despierta!", gritaba al mismo tiempo.
Al fin, su corazón
consiguió responder con mayor vigor, y Marvin empezó a expectorar
toda el agua que llevaba dentro.
Peter y Norman, emocionados, llegaron justo en ese instante, y entre
los tres consiguieron llevarlo a la pequeña playa de arena.
Marvin se encontraba semiconsciente, confuso y delirando.
Tremendamente débil. Los síntomas, nada esperanzadores, confirmaban
que se hallaba a punto de entrar en shock: su piel estaba helada, el
rostro muy pálido y mortecino los labios. Además, todos los puntos
de la herida se le habían soltado, y debido a esto la pérdida de
sangre llegaba a ser letal.
Volvieron a trasladarlo urgentemente a una zona más cálida y seca.
Un lugar apartado y tranquilo donde algunos rayos de sol lograban
inmiscuirse entre las ramas de los inmensos árboles, hasta calentar
una pequeña porción de la enorme pared vertical rocosa del lado
derecho de la catarata.
Mientras Peter volvía a coserle la herida, Norman encendía
rápidamente un fuego, pues el cuerpo de Marvin debía recuperar la
temperatura lo antes posible. Eddie, tras quitarle la ropa húmeda,
le envolvió en una manta que recuperó del interior de una de las
mochilas, que por fortuna encontró atrapada en unos matorrales muy
cerca de la orilla y que gracias a su impermeabilidad aún estaba
seca.
La sangre dejó de
brotarle y, aunque muy lentamente, la temperatura del cuerpo iba
recuperando su estado normal. Sin duda, ahora el tiempo corría a su
favor, y mientras el calor del fuego le ayudaba a reponerse, Marvin
dormía profundamente. La angustia inicial que desató a los tres
compañeros fue aliviada de momento.
Aún envueltos en un estado de aturdimiento por todo lo ocurrido,
nadie había reparado en la extraordinaria belleza del lugar.
Extasiados durante un buen rato quedaron ante el maravilloso
espectáculo que nuevamente les obsequiaba la naturaleza. Aquello que
les rodeaba debía ser lo más parecido al edén.
Un paraíso terrenal que
casi hizo perder la vida a su compañero Marvin y que, sin embargo,
tal vez los salvara de un final más trágico a manos de aquellos
hombres.
No obstante, habían de hacer lo posible por encontrar el resto de
las mochilas, pues en ellas aún llevaban algo de alimento para
ofrecerle cuando despertara.
Alejados unos metros del
lugar, donde un recodo parecía amortiguar el ruido intenso provocado
por la caída del agua, Peter quedó al cuidado de Marvin, mientras
que Eddie y Norman fueron a buscarlas; cosa que lograrían
rápidamente. Una de ellas se hallaba enganchada en el amasijo de
cañas de la desafortunada balsa.
Las cuerdas que unía la
estructura no soportaron el tremendo envite de la caída, quedando
atrapada en una roca que predominaba por su envergadura en la orilla
opuesta de la configuración del embalse, cuya formación estaba
originada por la fuerza de la gigantesca columna de agua que abatía
furiosa desde una altura de más de cuarenta metros. Esto hacía que
se creara a su alrededor una orilla arenosa, salpicada tan sólo por
algunos cúmulos de rocas de grandes proporciones.
El embalse, cuyo diámetro
superaba el largo de un campo de fútbol, se enconaba por su parte
central hasta formar una especie de embudo; de éste, su agua
sobrante fluía hacia una bifurcación de dos ramales donde daba lugar
el nacimiento de un nuevo cauce del río, creando en su interior una
pequeña isleta, la cual milagrosamente, y por fortuna, detuvo el
cuerpo de Marvin.
Un sol respetuoso y algo tímido parecía esconderse tras la intensa
vegetación.
Y solemne ante ellos, se erigía la impresionante y a la vez hermosa
catarata. Una gran pared vertical se perdía de vista a cada lado del
salto de agua, y vestía sus mejores galas con plantas briofitas;
7 éstas, cubrían toda la superficie hasta la cima. Los
alrededores del embalse se encontraban cubiertos por diversas
especies de gigantescos árboles; grandes y abundantes hojas los
adornaban, y un follaje espeso de diversas tonalidades verdes se
esparcía por toda la zona.
Aves manchadas de colores
y de múltiples aspectos revoloteaban sin cesar, sus cantos unían los
acordes en un extraño concierto con el rugido estrepitoso del agua
al caer; una especie de eco sordo y continuo que retumbaba una y
otra vez contra la gran pared rocosa recubierta de verde musgo. Tal
era el fragor que casi no permitía oír sus voces.
Por última vez, dirigieron sus miradas hacia la cima del inmenso
salto de agua, como si quisieran despedirse de él y, de alguna
forma, como un gesto de agradecimiento por haberlos salvado.
A medida en que Eddie y Norman se acercaban al punto en donde Peter
cuidaba del enfermo, el ruido de la zona fue difuminándose hasta
casi desaparecer.
El calor del fuego secó toda la ropa, pero el cansancio era de
importancia y estaban hambrientos. Necesitaban con urgencia
recuperar las fuerzas; sin embargo, la mayor parte del alimento se
perdió tras la caída, y el que pudieron rescatar se había
estropeado. En todo caso, la pequeña ración fue reservada para
Marvin. Tal fue el tributo que pagarían por salvar las vidas.
El enfermo fue recuperando la temperatura corporal, aunque aún
estaba inconsciente. Y pese a que sabían del peligro que corrían
permaneciendo allí por mucho más tiempo, aquello dificultaba
enormemente la continuidad de la marcha.
No obstante, Norman encontró por los alrededores varias raíces y
tallos comestibles que tras masticar pudieron tragar sus jugos. Esto
conseguiría saciar el hambre al menos durante unas horas. Recostados
cómodamente sobre las rocas, bajo la protección del calor de las
llamas, la extenuación hizo que quedaran completamente dormidos.
Horas más tarde, los tres despertaron sobresaltados ante lo que
sería una situación violenta e inesperada. Frente a ellos,
observándolos con cierta curiosidad y distanciados unos diez pasos,
un grupo de ocho personas entre hombres y mujeres permanecían
inmóviles y en completo silencio. Ninguno se atrevió a mover un solo
músculo. Aunque de haberlo hecho, las fuerzas no hubiesen dado para
mucho. Menos aún la moral, teniendo en cuenta el estado crítico de
Marvin.
Por lo que impotentes, se
abandonaron nuevamente a la providencia.
El aspecto aborigen, un tanto primitivo, los desconcertó por
completo. No portaban arma alguna, ni aparentaban ser peligrosos, en
todo caso, parecían querer entablar algún tipo de comunicación
gestual.
Sus vestiduras eran muy escasas. Las féminas cubrían sus pechos con
dos pequeños trozos de piel suave de algún animal, y otro más grande
en las partes íntimas hasta la mitad del muslo. Los hombres usaban
una especie de taparrabos.
En ambos casos no
mostraban ningún tipo de colgantes, pendientes o plumas. Ellas sin
embargo decoraban sus largas melenas con flores de diversas
especies. El color del cabello no era determinante, ya que algunos
eran rubios y otros morenos.
Estilizados rostros algo
alargados con inmensos ojos almendrados daba por concluida una
apariencia física singularmente bella. La altura, bastante dispar,
podía depender de la persona y el sexo, rondaba entre un metro
sesenta y un metro setenta y cinco centímetros.
A diferencia de otros
tipos de indígenas repartidos por la geografía terrestre, sólo era
de extrañar la pigmentación de su piel, aparentemente muy pálida,
casi blanca se podría decir. Esto era debido a que permanecían en
plena oscuridad la mitad del año, sin obtener los cálidos y
luminosos rayos de sol.
Inmediatamente, el instinto defensivo de Norman hizo agarrar su
machete.
—¡No, déjalo!
—exclamó Eddie sujetando el brazo de su compañero—. Parece que
no quieren hacernos daño, de lo contrario no nos hubieran dejado
despertar.
Eddie se incorporó y, muy
despacio, se acercó al hombre que estaba algo más adelantado; éste
aparentaba ser el mayor de todos.
Extendió su mano abierta
y el individuo pareció desconcertarse. Eddie volvió a intentarlo
acercándola aún más. Desde atrás palpaba su machete Norman, siempre
preparado por lo que pudiera ocurrir. Hubo un momento de máxima
tensión, pero al fin, con cierta timidez, el nativo fue
condescendiente y aceptó estrechar la mano de Eddie.
Ambos intercambiaron una
leve sonrisa, instante en el que el grupo de nativos comenzó a reír
desconsoladamente. Ahora los desconcertados eran Eddie, Norman y
Peter. Sin embargo, aquello sirvió para disminuir el estrés inicial
hasta desarrollarse en una correspondencia afectiva. Definitivamente
fue el primer paso hacia un saludo en un lenguaje desconocido,
acompañado de extrañas gesticulaciones.
Más tarde supieron que dar la mano era como pedir salir a la otra
persona, ya sea el ofrecimiento por parte de una mujer o de un
hombre; la diferencia de género no existía en su cultura. De ahí la
carcajada que soltaron.
El hombre se acercó al enfermo aún inconsciente, lo examinó con sumo
cuidado, giró su rostro hacia el resto de aborígenes y gesticulando
pareció comentarles algo no demasiado esperanzador.
Con un gesto acompañado de un sonido grave que salió de su garganta,
fueron invitados a seguirlos hacia su poblado. Sin objeción alguna
aceptaron los tres, pues, ¿qué tenían que perder? Se encontraban
demasiado desfallecidos como para despreciar cualquier tipo de
ayuda.
En un abrir y cerrar de ojos los nativos prepararon un gran trozo de
piel rectangular sujeta longitudinalmente mediante dos palos donde
fue acostado Marvin. Era como una especie de camilla que
acostumbraban a realizar para transportar a sus enfermos.
Se adentraron en el bosque unos metros, y los hombres y mujeres
recogieron sus armas ocultadas previamente detrás de unos
matorrales, probablemente para evitar alguna situación violenta de
sus invitados; gesto que demostraba tremenda inteligencia. Los tres
admiraron las formas de actuar, dignas de una civilización pacífica
cuanto menos.
Las armas consistían en
arcos con flechas, cerbatanas y hondas. Dependiendo de la habilidad
de cada individuo éste portaba una de ellas, a veces incluso hasta
dos distintas. Sólo las utilizaban en la cacería para alimentarse y,
en casos excepcionales, para defenderse de algún depredador.
Entre la espesura del bosque, caminaron sin detener el ritmo hasta
encontrarse con una masa rocosa de altura considerable. Al igual que
una porción de tierra aislada en medio del océano, estaba rodeada de
vegetación salvaje. Un sendero pedregoso en espiral ascendía muy
suave hasta la cima.
Cima formada por una gran
meseta redondeada y protegida en todo su perímetro por la propia
cadena rocosa. Si pudiera compararse con algo, sería lo más parecido
al cráter de un gigantesco y extinto volcán.8
Sin lugar a dudas, era
obra de la propia naturaleza, y la tribu, quizá durante milenios,
simplemente se valió de ella para guarecerse y hacerla su hogar. Una
ciudad formada por cientos de carpas redondas en forma de tiendas de
unos cinco metros de diámetro se establecía en su espacio interior.
Familias de hasta seis individuos se cobijaban en ellas.
Dispuestas para formar
calles entre si, estaban inteligentemente distribuidas en grupos de
cuatro. En el centro del poblado se hallaba un gran espacio abierto,
parecido a una plaza, que utilizaban como foro, lugar de encuentros,
reuniones y demás necesidades comunitarias, donde se resolvía
cualquier problema y decidían los temas importantes concernientes a
toda la tribu.
Una gran armonía parecía gobernar el poblado, de tal forma
organizado y perfectamente acondicionado para el buen funcionamiento
del mismo. Cada individuo sabía que debía hacer en todo momento.
Bajo el sol del medio día, los niños jugaban felices en un espacio
dedicado para ellos. El resto de personas adultas realizaban sus
labores sin restricciones horarias ni nadie que los controlasen;
únicamente sus conciencias hacían que el engranaje de toda la
maquinaria funcionase a la perfección, al igual que una gran colmena
de abejas, pero sin reina.
El tiempo no existía para
ellos, de la misma forma que tampoco parecían necesitarlo. Grupos
organizados de cazadores y otros de recolectores iban y venían del
bosque acarreando mercancías y alimentos para la comunidad. Varios
se dedicaban a reparar los útiles y armas de cacería.
Otros arreglaban los
posibles desperfectos de las tiendas, mientras que lo más
capacitados en el arte culinario, ya fuesen hombres o mujeres,
preparaban la comida para el resto; una buena y equilibrada
alimentación a la que consideraban de vital importancia. También
existían mujeres y hombres, normalmente de mayor edad, que
realizaban las labores de curanderos, recolectando todo tipo de
hierbas, flores y raíces del bosque con propiedades analgésicas o
curativas.
Una estructura familiar gigantesca de al menos ochocientas personas
donde todo se hacía para el beneficio colectivo.
Cualquier recurso era
repartido por igual, pues todos y cada uno de los individuos eran
necesarios, sin importar a qué dedicaban sus habilidades. La carne
conseguida en las cacerías, sus pieles, las recolecciones de
alimentos vegetales, el agua, incluso las alegrías y tristezas eran
compartidos en toda la extensión de la palabra.
Dedicaban las mañanas a
los quehaceres de la tribu y normalmente las tardes eran destinadas
al ocio, cuyo tiempo podía emplearse en juegos diversos, para las
danzas, coloquios, etc.
Por lo general, los
padres enseñaban las labores a sus hijos, pero dejaban que llegara
el momento en que los pequeños mostraran el interés por aprender,
pues según decían los sabios del lugar era el momento en el que se
sentían preparados para ser adultos; generalmente, cuando alcanzaban
cierta edad en la que los juegos infantiles dejaban de ser
divertidos para ellos, era cuando entonces sentían la necesidad de
realizarse como persona adulta haciendo algo más creativo y útil
para la comunidad. De manera que las habilidades técnicas, la
artesanía o cualquier otra labor se iban transmitiendo de generación
en generación.
Todo estaba sincronizado con la armonía de la propia naturaleza y
con su proceso cíclico, pues ella era la que decidía cuándo y cómo
se debían hacer las cosas.
Al entrar al poblado, los tres, ya que Marvin continuaba
inconsciente sobre la camilla, quedaron perplejos pero fascinados al
mismo tiempo; pues fue grande la expectación levantada por sus
habitantes al ver llegar a un grupo de individuos de aspecto extraño
y tan diferentes a ellos.
Peter comenzaba a presentar síntomas de caer al suelo desplomado de
un momento a otro. El tono de su rostro parecía tan pálido como el
de Marvin.
Eddie le animaba susurrándole al oído mientras lo sujetaba del brazo
ante las miradas curiosas de los nativos:
—¡Aguanta un poco!
Norman, aunque siempre
con la mano derecha sobre su machete, examinaba todo a su alrededor:
—Parece gente
pacífica.
Los aborígenes no
deparaban en observar con cierta indiscreción la forma de vestir de
los extranjeros; aquel detalle les llamaba mucho la atención.
El hombre mayor los condujo hacia la zona este del poblado, al
segundo grupo de tiendas de la última calle. Amablemente y
gesticulando los invitó a entrar en la primera tienda, en la que
también accedió él. De forma inmediata, dos muchachas jóvenes la
prepararon con todo tipo de comodidades: alrededor de su perímetro,
junto a la pared y a ras de suelo, dispusieron cuatro camastros de
apariencia bastante agradable, en uno de ellos acomodaron a Marvin.
Justo en el centro, un espacio con enormes hojas verdes hacía la
función de tapete. Sobre él, depositaron alimentos frescos y algún
tipo de bebida, también un recipiente de caldo caliente.
La estancia era suficientemente grande y lo bastante acogedora como
para garantizar el confort de una familia de seis miembros. Aunque
en raras ocasiones, y sólo cuando el número de individuos se
excedía, podía anexarse otra tienda.
Según las horas del día,
la iluminación interior era adaptada según los casos: por la noche,
colgado en el centro, encendían una especie de lámpara o candil
realizado de arcilla; y durante el día, aprovechaban la luz solar de
una forma bastante ingeniosa: destapaban varias aberturas pequeñas y
rectangulares, distribuidas inteligentemente a cierta altura de la
carpa, asegurando de esta manera cierta intimidad en su interior.
Para ello, ataban un palo
vertical a modo de bandera, con el que enrollaban cuando querían
destapar el pequeño hueco, o desenrollaban cuando necesitaban
cubrirlo. Estos huecos también hacían la función de respiradero.
Mientras las muchachas preparaban las viandas en el centro de la
tienda, el hombre de mayor edad que inició el contacto con ellos, se
presentó cordialmente con el nombre de Insadi. Eddie, Peter y Norman
hicieron lo propio, agradeciendo todas las atenciones.
Insadi, antes de marcharse, les comunicó en su idioma y gesticulando
exageradamente que vendrían a atender al enfermo, y que mientras
tanto disfrutaran de los alimentos.
No obstante, antes de que pudiesen poner un dedo sobre los
deliciosos manjares, un hombre octogenario apareció de repente. Su
increíble agilidad física demostraba una sorprendente salud de
hierro. Era delgado, casi esquelético, piel muy arrugada, nariz
estrecha y algo curvada, con una prominente barba blanca como la
nieve, al igual que los largos cabellos que cubrían sus hombros.
Traía consigo una extraña
caja de madera provista de asas con pequeños compartimentos tapados
muy cuidadosamente por tablillas; éstas estaban talladas con una
especie de simbología de color negro. El anciano se inclinó
levemente y saludó con la mano levantada hasta la altura de su
rostro. Sin decir nada, se aproximó a Marvin sentándose a su lado
con las piernas cruzadas.
En ese momento Peter sintió la necesidad de acercarse al anciano
para explicarle el estado de la herida, pero Eddie se lo impidió
sujetándolo del brazo y meneando la cabeza.
Con una sutileza propia de una monja enfermera, le quitó la venda
húmeda y enrojecida, y con precisión extraordinaria examinó la
herida. El aspecto no era demasiado agradable, por lo que de la boca
del curandero anciano pareció salir una expresión lastimosa.
De forma casi ceremonial,
retiró las tablillas de tres de los muchos compartimentos de la
caja, y con esmero las amontonó justo al lado. Del primero extrajo
algo que parecía ser semillas secas trituradas, del segundo un poco
de polvo marrón, y del último dos minúsculas hojas amarillentas.
Después vertió todo en un pequeño mortero de madera que trajo
consigo, machacó con sumo cuidado, y luego mezcló lentamente con
unas gotas de agua hasta conseguir una amalgama pegajosa.
Con extrema delicadeza
fue untada la masa en el cuerpo de Marvin, dejándola totalmente al
descubierto. El anciano recogió todo de la misma forma, puso las
manos sobre sus propias rodillas, cerró los ojos y quedó en completo
mutismo durante unos minutos.
Una vez concluyó,
extraños y cortos cánticos salieron de su garganta, al tiempo que
tomaba tierra del suelo para derramarla sobre sus brazos. Más tarde
se supo que esto era un ritual que hacían los curanderos del poblado
para agradecer a la madre naturaleza las plantas curativas que les
brindaba cada temporada.
Inmóviles en sus respectivos asientos, fueron minutos algo violentos
para los tres, mas por respeto reprimieron hacer algún comentario.
Al concluir la ceremonia, el curandero cubrió al enfermo con una
mullida manta aterciopelada. Y con un movimiento solemne y en
arrolladora calma, abandonó la tienda sin articular palabra.
24 - Máxima prioridad
Mientras tanto,
en la base secreta…
Dos lanchas motoras con cinco tripulantes a bordo de cada una
regresaban triunfantes a la base, con el convencimiento de haber
cumplido la orden.
Justo en ese momento,
acababa de llegar una comitiva con varios delegados representando a
los asistentes de la reunión que tuvo lugar el día antes en Nueva
York. Sus intenciones eran claras y determinantes: garantizar
personalmente que todo se cumpliera tal y como se acordó; cometer un
solo error no entraba dentro de los planes marcados, y por supuesto
fracasar no era algo a lo que la organización estuviese
acostumbrada.
Todo habría de quedar
perfectamente planificado y dispuesto para su ejecución.
El asunto era de extrema importancia, un acontecimiento sin
precedentes, pues jamás antes un miembro de la élite había asistido
en persona para dirigir de manera explícita un consenso a ninguna de
las bases instaladas en la Antártida.
Los centinelas desembarcaron de las lanchas e informaron
inmediatamente a sus superiores de lo que para ellos creían un
afortunado incidente en la catarata, y por lo tanto, de la más que
probable muerte de los exploradores.
Sin embargo, de nada sirvió el comunicado. Los mandos superiores ya
habían recibido nuevas y contundentes órdenes de la cúpula.
"¡Traedlos vivos o
muertos!", tal era la resolución.
Buscar hasta dar con sus
cuerpos para evitar por todos los medios que llegasen al lugar
prohibido, y este no era otro que la "Zona Oscura".
Para ello, pusieron en alerta máxima a los miembros de seguridad de
todas las bases de la zona antártica con el siguiente comunicado:
"Prioridad absoluta
para localizarlos, ya sea vivos o muertos. La eliminación debe
ser inmediata y sin contemplaciones".
Era evidente la
preocupación de la organización secreta, un gobierno en la sombra
que maneja los hilos del mundo.
Su existencia y, por
consiguiente, la supremacía sobre la superficie del planeta se
encontraba en peligro; o lo que era lo mismo, la manipulación y
control de todos los seres humanos se hallaba bajo una seria
amenaza.
Evitar que aquel ignoto
conocimiento fuese descubierto e impedir por todos los medios que se
revelase la existencia del mundo intraterreno era de máxima
prioridad. En juego estaba por tanto el mayor secreto jamás antes
guardado de la historia de la humanidad.
Y para los oscuros
intereses de la élite todo debía seguir siendo ocultado.
25 - Un encuentro imposible
Apertura Polar
Sur "El Anillo"
Las jóvenes adornaron el centro de la tienda con ricas viandas.
Una gran cazuela de barro
presidía al resto; en su interior un caldo caliente, hecho de algún
tipo de verdura salvaje y mezclado con un poco de carne y grasa
animal, pero de paladar agradable. A su alrededor figuraban todo
tipo de frutas, algunas de ellas desconocidas para los invitados,
otras sin embargo eran muy similares a las manzanas y a las uvas,
aunque de tamaño algo más reducido, al igual que una especie de
plátanos salvajes realmente minúsculos, pero de una dulzura aún
mayor.
Entremezclada en ellas,
había también una especie de masa horneada, parecida al pan, hecho a
base de harina de diferentes semillas silvestres.
Y por último, e
igualmente repartido en derredor del plato principal, infinidad de
frutos secos como la almendra, el cacahuete y la avellana, además de
otros desconocidos para ellos. Para beber había agua y una especie
de zumo fermentado semejante al vino pero de un color verdoso.
Los tres disfrutaban del jugoso banquete al tiempo que comentaban en
voz baja sobre el insólito ritual del anciano y sabio curandero,
cuando de repente, Marvin abrió los ojos. La herida cubierta con la
untuosa pasta realizada minuciosamente por aquel misterioso hombre
parecía haberle hecho efecto. Al menos dejó de sangrar, y el dolor
había disminuido considerablemente.
De inmediato, arrastraron hacia el enfermo el tejido de cuero sobre
el cual estaban todos los alimentos, y se sentaron junto a él. Tomó
con deseo un poco de caldo caliente que le ofreció Eddie, y Marvin
fue recuperándose poco a poco. Los ánimos del grupo volvían a su
cauce normal.
Mientras eso sucedía,
comieron y bebieron hasta que no pudieron introducir nada más en el
estomago. Después, el sueño les rindió, durmiendo plácidamente casi
seis horas seguidas. Nadie molestó al grupo en todo ese tiempo.
La gente del poblado continuaba con sus quehaceres diarios, que
consistía en la recolección de alimentos vegetales, la cacería, el
acopio de la leña, la puesta a punto de las armas de caza, las
reparaciones de utensilios, la preparación de la comida e incluso
los juegos de los más pequeños eran sólo algunos de los muchos y
variados que tenían a lo largo del día.
Sin embargo, todo se
establecía en un orden extraordinario; cada individuo o grupo de
trabajo rezumaba una armonía increíblemente desconcertante, y la paz
podía respirarse en cada rincón del poblado.
Al despertar, los cuatro sintieron la enorme curiosidad por saber
quiénes eran estas personas, de qué manera vivían y como se
organizaban. Decidieron salir para comprobarlo.
Marvin intentó incorporarse por si solo, pero Eddie se lo recriminó:
—Será mejor que te
quedes recuperándote del todo, aún estás muy débil.
—¡De eso nada! —protestó incorporándose el primero, con un gesto
de dolor que intentó en vano disimular—. Quiero ir con vosotros.
—¡Si no conociera lo cabezota que eres! Sé que no podré
retenerte.
—Entonces, iremos despacio —apuntó Peter ayudándolo del brazo.
—No quiero ser una carga.
—No lo eres —dijo Norman. Y lo agarró del otro brazo.
—Agradezco todo lo que habéis hecho por mí —expuso lamentándose
de su estado.
—Lo importante es que estamos vivos —dijo Eddie—. Aunque sea de
milagro.
—Sí. Eso es cierto —afirmó Marvin—. Lo último que recuerdo es
caer por la catarata.
—Tal vez aquello fue lo que nos salvó de los mercenarios
—comentó Norman.
—Es posible, pero la próxima vez preferiría escapar de otra
forma —sugirió sonriendo Peter.
Eddie descorrió la lona y
salieron al exterior.
Insadi se encontraba dos
grupos de hileras de tiendas a la izquierda, sentado frente a la
puerta de su hogar. Realizaba labores de mantenimiento de su arco, y
a las flechas le sacaba punta. De las tres que utilizaba Insadi para
cazar, ésta era su favorita, con la que mostraba una mayor destreza.
La introdujo en una especie de zurrón que tenía al lado de la
entrada de su carpa, se incorporó y, acercándose hacia ellos, con
ayuda de gestos, los saludó.
Después, con voz grave y
acento tosco, dijo:
—Conmigo venir.
Sorprendidos ante las dos
palabras que pronunció Insadi en su idioma, se preguntaban cómo era
posible aquello.
Los condujo cruzando por el centro de tiendas, hasta llegar a una
pared rocosa que se elevaba al menos treinta metros, y que
delimitaba el contorno redondeado de la meseta en donde se cobijaba
el poblado. Era lo más parecido a la boca cerrada de un volcán, y
ellos vivían resguardados en su interior.
Sin duda, una formación
curiosa creada por la propia naturaleza. El sol ya casi se ocultaba
justo detrás, proyectando algunos de sus rayos en la parte superior
de la barrera opuesta.
Llegaron a una especie de abertura lo suficientemente grande como
para entrar sin dificultad los cinco a la vez. El hueco daba acceso
a una gran concavidad natural. La forma abovedada podía alcanzar los
doce metros de altura. Su interior disponía de cuatro huecos más
pequeños, quizás algo más grande que la abertura de una puerta
común.
Justo en el lado
izquierdo de cada una de ellas, en una pequeña hendidura realizada
artificialmente, aparecía empotrado el mismo tipo de candil o
lámpara que colgaba en la tienda que gentilmente les proporcionaron.
"¿Dónde querrá
llevarnos?" se preguntaban desconcertados.
Accedieron por la primera
de la izquierda, la más próxima a la entrada principal y,
curiosamente, la única que tenía aquel candil encendido en la
puerta.
Era una cueva grande, de
unos nueve metros de profundidad por siete de ancho, iluminada por
otras cuatro lámparas del mismo estilo.
La fabricación de estas
luminarias era bastante ingeniosa. Para ello utilizaban una mecha
realizada con la combinación de algún tipo de raíz y musgo seco,
introducida en una mezcla de grasas animales. De esta manera
conseguían mantenerlas encendidas por largos periodos de tiempo.
Todo ello dispuesto en un depósito de arcilla perfectamente modelado
y diseñado con exquisito equilibrio creativo.
Un hombre con apariencia racial diferente a la del poblado, muy
delgado y fibroso —dando la espalda de pié al fondo de la cueva—, se
encontraba trabajando sobre una mesa de madera. Su cabello largo y
oscuro le cubría por completo la cabeza. Descubierto el torso. Tan
sólo llevaba puesto unos pantalones remendados, de color impreciso,
tal vez descoloridos por el tiempo.
Insadi hizo un saludo verbal y el hombre se volvió tranquilo con una
herramienta en la mano derecha. Una prominente barba escondía su
anguloso rostro, cuyo gesto frunció de inmediato. Sorprendido, dejó
caer el utensilio al suelo. Y sin articular palabra, corrió veloz al
encuentro de Eddie abrazándole con fuerza.
La perplejidad de Eddie ante aquel hecho no le dejaba reaccionar, no
sabía cómo hacerlo. Inmóvil, quedó mirando a sus tres compañeros.
—¡Dios mío, Eddie!
¡Querido amigo! ¿Es que no me reconoces? —decía el hombre
mientras continuaba abrazado a él.
—Yo… no… yo… yo…—balbuceaba perplejo Eddie.
—¡Soy Allan! ¡Allan Parker! —expresó agarrándolo de los hombros
y separando su rostro para observar la expresión de sorpresa de
su amigo.
—¡Allan! —exclamó Eddie boquiabierto y con los ojos
desorbitados, esta vez rodeándolo él con sus brazos—. Creía que…
—dijo sin terminar la frase y con lágrimas en los ojos.
—Lo sé. Creías que estaba muerto.
—Pero… ¿Cómo es posible…?
Insadi, con una sonrisa
en los labios, e igualmente sorprendido, se disculpó en su idioma y
se marchó dejándolos a los cinco en la cueva.
Eddie presentó a su amigo Allan al resto, también gratamente
sorprendidos por el acontecimiento.
Allan los invitó a
sentarse alrededor de una mesa, sobre unos taburetes de madera que
él mismo fabricó.
—Contadme, ¿qué
estáis haciendo aquí? —preguntaba impaciente Allan Parker— ¿Cómo
habéis logrado llegar?
—La historia es muy larga —dijo aún aturdido Eddie.
—Aquí tenemos todo el tiempo del mundo.
Tras acomodarse Eddie en
el taburete y poner las manos sobre la mesa comenzó a contar a
grandes rasgos.
—Una organización ha
financiado nuestra expedición. El propósito era encontrar
vuestros restos —Eddie bajó el rostro—. Pero luego, todo se
complicó…
Eddie supo que no era el
mejor momento para exponer con detalle todo lo que les había
sucedido, y tan sólo se limitó a narrar las dificultades y
contratiempos del recorrido. Allan se mostraba atento aunque no
parecía sorprenderse de nada.
Después, de una forma sosegada, éste les explicó toda su espantosa
historia de supervivencia:
—Todo fue perfecto
hasta que aparecieron ellos —dijo antes de hacer una pausa y
masajear levemente con la mano su cervical—. Antes de que
sucediera… comenzamos a experimentar subidas bruscas de
temperaturas, impensables en la Antártida. Pero nuestro asombro
se multiplicó cuando llegamos a un extraño horizonte, ¡su
curvatura era cóncava!
Aquello nos motivó a
seguir adelante, hasta llegar a una zona donde el hielo y la
nieve comenzaban a derretirse. Luego, de manera inexplicable e
incomprensiblemente para nosotros, empezó a aparecer vegetación,
hasta convertirse en paisajes boscosos, con una temperatura casi
tropical.
El oscuro recuerdo que
fluía por su mente le obligó a realizar una pausa:
—Sí. Allí fue donde
aquellos criminales nos esperaban para darnos caza. ¡Cobardes!
—exclamó apretando sus puños.
Instante en que Eddie
y sus compañeros intercambiaron una mirada de estupor y alivio
al mismo tiempo—. Estoy seguro que sabían de antemano que
llegaríamos hasta ese punto geográfico. Es impensable que fuese
de otra forma. Aquellos uniformes negros nos persiguieron como
si fuésemos animales salvajes, disparando a matar con sus armas
automáticas. ¡Fue terrible, Eddie!
Todos corrimos
despavoridos, cada uno por un lado. Algunos se subieron a los
árboles, otros se tiraron al río, intentando escapar de aquel
incomprensible exterminio. Pero poco a poco fuimos alcanzados
por los proyectiles que disparaban sin parar. Vi cómo mis
compañeros caían al suelo. Fue dantesco. A veces, escuchaba de
lejos los gritos desgarradores de algunos, que mal heridos
suplicaban que alguien los auxiliara.
¡No pude hacer otra cosa, Eddie, más que correr y ponerme a
salvo! ¡Dios lo sabe! Pero de nada sirvió, un disparo a
bocajarro me alcanzó la zona del estómago. Caí varios metros
hacia atrás.
Por fortuna me dieron
por muerto y se marcharon.
"Cuando recobré el
conocimiento estaba cubierto de sangre con un tremendo hueco en
el abdomen, pero inexplicablemente dejé de sangrar tan
abundantemente. Me taponé la herida con una mano y con
dificultad logré incorporarme. Al parecer el proyectil no
alcanzó ningún órgano vital.
Por un momento pensé
que me hallaba inmerso en una terrible pesadilla, pero por
desgracia no fue así y caí de rodillas ante la realidad que
tenía frente a mis ojos; era el escenario más horrible que jamás
había presenciado. Todos mis compañeros habían sido asesinados.
¡Aquellos bárbaros no
tuvieron piedad! Ni siquiera se habían molestado en enterrarlos;
tal vez por suerte para mí, porque un minuto después fui
rescatado por los hombres de Insadi. Aparecieron en el momento
oportuno, ya que de no haber sido por ellos estoy seguro que con
el tiempo habría muerto desangrado. Afortunadamente se
encontraban cazando cerca.
A veces recorren
distancias más largas para cazar, y a menudo cambian de zonas
para no agotar los recursos de un mismo entorno. Gracias a ellos
pude sobrevivir.
Allan Parker terminó de
exponer su triste experiencia con ojos humedecidos.
Su mirada parecía
perderse en el abismo. Aquella desgraciada historia dejó a todos
cabizbajos. Sólo la guerra les hacía recordar algo tan cruel y
espantoso.
Sin embargo, aquello fue,
de ninguna forma, una contienda que pudiera ser explicada, ya que
una de las partes ni siquiera tuvo opción de defenderse, tampoco de
comprender o justificar tan terrible acción. El escenario del río
pasando ante la maldita base volvió a reflejarse como diapositivas
en sus cabezas.
De repente, la conversación fue interrumpida por una especie de
melodía rítmica que empezó a oírse de fondo, tocada con algunos
instrumentos de percusión. Era evidente la destreza y el talento de
los músicos.
Parecía compuesta para
levantar el ánimo de los más afligidos; y no pudo comenzar en un
momento mejor.
—Es hora de reunirnos
en la plaza del poblado —dijo Allan. Escuchar aquellos oportunos
acordes no sólo lo devolvió al presente, sino que le hizo
recuperar la luz de su rostro—. Acompañadme, seguro que os
gustará y nos servirá para olvidar todo esto.
Todos los días por la
tarde, justo antes de terminar de ponerse el sol, los habitantes del
poblado realizaban una ceremonia dedicada al astro rey, agradeciendo
el calor que diariamente les ofrece durante los seis meses de luz.
Insadi ya estaba aguardando en medio de la plaza.
Con las manos hacía
gestos a los cinco para que se colocasen en el sitio que les tenía
reservado.
—Parece ser que la
ceremonia de hoy va a ser especial —comentó Allan, feliz de ver
junto a él a su amigo Eddie—. Os van a dedicar una danza.
Allan Parker e Insadi se
sentaron justo detrás de los cuatro invitados, ofreciéndoles el
privilegio de presenciar el espectáculo en primera fila.
Frente a ellos crepitaba
un enorme fuego que adornaba el centro de la plaza; incluso podían
sentir su calor. De izquierda a derecha, tomando como punto focal el
propio fuego, estarían acomodados justo por este orden y en primer
lugar Norman, después Marvin, junto a él Eddie y, por último,
cerrando la fila Peter, encontrándose éste junto a un estrecho
camino de menos de un metro que la muchedumbre acostumbraba a dejar
para el paso de los participantes del singular acto.
Mientras todos esperaban pacientes a que el sol se pusiera tras los
picos más altos de las montañas rocosas que rodeaba al poblado para
que comenzase la ceremonia, Marvin hizo un pequeño gesto de dolor.
—Te acompañaré a la
tienda —dijo Eddie—, debes descansar.
—Por nada del mundo me perdería esto —negó agarrándose la
herida.
Allan, que estaba justo
detrás de él, se percató y quiso ofrecerle un trago de una bebida
que llevaba Insadi en el interior de un pellejo seco de animal; era
una especie de licor amarillento verdoso de olor fuerte y peor
sabor, como a mil rayos.
—¡Dios! —exclamó
encogiendo todo su rostro Marvin, mientras espurreaba por la
boca.
—Te hará bien —dijo Allan sonriendo.
—Claro que me hará bien, esto me matará antes —bromeaba Marvin.
Insadi y los demás reían al mismo tiempo.
Después de todo lo que
había sucedido, Eddie no podía creer verse allí sentado con sus
mejores amigos.
Se inclinó y fue el
primero en pedir el pellejo de animal.
Al final todos participaron de él, y lo que en un principio parecía
la bilis de un dragón, después se convirtió en la bebida de la
noche. Incluso Peter, que normalmente no bebía alcohol, terminó
dando varios tragos.
La ceremonia dio comienzo con un corto redoble de tambores. Y un
respeto exquisito, que parecía provenir de salas de conciertos de
las más importantes ciudades del mundo, silenció una enorme plaza en
la que se congregaban casi todos los habitantes del poblado.
Un segundo después, cuando las llamas de la imponente hoguera
situada en el centro de la plaza estaban en su momento más álgido, y
algunas estrellas comenzaban a dibujarse en el lienzo del cielo, el
ritmo de un toque pausado de percusión hizo aparecer en escena una
sombra alargada y misteriosa; se trataba de una pequeña mujer
anciana y jorobada, la hechicera más vieja del poblado, que
aparentaba tener al menos ciento veinte años.
Ésta comenzó a
arrastrarse por el terreno haciendo extraños movimientos de danza.
Sin embargo, a pesar de su avanzada edad, su agilidad y flexibilidad
eran tales como los de una felina.
Cubierto por una especie
de piel curtida de algún animal, su rostro arrugado, al igual que
todo su cuerpo, permanecían ocultos para el público.
Con un palo a modo de
báculo, casi el doble de grande que ella misma, en cuyo extremo
había acoplado un trozo de corcho redondeado imitando al sol,
recorría toda la plaza saltando alrededor del fuego mientras se lo
cambiaba de mano con sorprendente agilidad; el ritmo del tambor la
acompañaba en todos su movimientos. Momento solemne que ofrecía gran
atención y al mismo tiempo de un misticismo algo espeluznante por
parte de todo el público; un ritual que se hacía con la intención de
invocar al Sol a que volviera de nuevo a iluminarlos al día
siguiente.
De repente, la vieja hechicera terminó de danzar al tiempo que el
tambor dejó de sonar.
Se ajustó su capa por
encima y seguidamente se acercó al fuego con el extremo del báculo
por delante, incendió el corcho y todo el público congregado
participó de un grito repetido y continuado que traducido en su
lengua era: "gracias, Sol".
Cuando aquel corcho que
simulaba al astro rey hubo ardido por completo y derramado sus
partículas incandescentes sobre el cuerpo oculto de la vieja, ésta
dio un brinco y salió veloz de la plaza pasando entre el público
mientras todos la azuzaban con el cántico.
Arropados por un ambiente cálido y ceremonial, los cuatro
disfrutaban del espectáculo. Sin duda la bebida que contenía el
pellejo también ayudaba a ello. Marvin se encontraba en su mejor
momento, la herida ya no existía para él, y sus ojos parecían poseer
la misma luz que el fuego que tenía justo enfrente.
La noche apenas hizo comenzar. Lo que después seguiría era dedicado
en exclusiva a los invitados. Un acto que únicamente se realizaba en
casos excepcionales: bien podía ser en la unión de una pareja, en el
nacimiento de un nuevo miembro de la tribu, o incluso en las
concesiones y bienvenidas para las nuevas generaciones de hechiceros
o curanderos.
De pronto, el sonido de los tambores transformó su tono a una
intensidad rítmica más alegre. Un grupo de diez jóvenes y bellas
doncellas comenzaron a salir de entre las vías de acceso que dejaba
el público.
Iban vestidas con un
pequeño trozo de cuero fino aterciopelado muy flexible, que tan sólo
les cubrían las partes bajas más íntimas; adornados con pequeñas
florecillas blancas y violetas unidas entre si mediante una fina
cuerda y personalizados según la creatividad y gustos de cada una de
las muchachas. Sus pechos, firmes y desnudos, se insinuaban tras sus
largos cabellos negros o castaños, según el caso, los cuales eran
embellecidos por preciosos pétalos blancos.
Contorneaban sus cuerpos
esculturales, y mientras danzaban rítmicamente alrededor del gran
fuego, una fragancia embriagadora emanaba de la brisa que
desprendían los sensuales movimientos. La percusión de los tambores
junto al sonido rítmico que hacían en la superficie polvorienta los
pies desnudos de las hermosas jóvenes, hacían de la ceremonia, en su
conjunto, algo extraordinario en todos los sentidos.
En el tiempo en que todo eso ocurría, el público permanecía en
perfecto silencio bajo los influjos de la noche. Una noche que
invitaba a ser perfecta, pues las estrellas lucían tras el manto
azulado y brillante de la bóveda celeste; parecieran querer
participar del espectáculo.
Después de un cautivador cuarto de hora de puro frenesí controlado,
los tambores comenzaron a aminorar progresivamente su intensidad
sonora, al igual que las chicas suavizaron la danza hasta detener
sus movimientos poco a poco.
Los cuatro quedaron
embelesados. Sin duda era una noche mágica para ellos. A ninguno les
faltó ganas de aplaudir enérgicamente, pero al parecer, nadie del
poblado lo hacía, no era costumbre, o simplemente no conocían la
manera de expresarlo mediante palmadas; así que no se atrevieron.
Según pudieron saber
después, la sonrisa junto al silencio más puro era la forma que
tenían de agradecer colectivamente los actos en público. Y mediante
un abrazo era como lo hacían de manera individual. También supieron
que el significado de un abrazo para los nativos es la fusión del
cuerpo y el alma en uno solo; como brindar a la otra persona lo más
preciado que tenían; y tal cosa era todo su ser.
Las bailarinas empezaron a abandonar el círculo por el pasillo que
los nativos hicieron antes de que diera comienzo la función, y cuyo
acceso era el que tenía inmediatamente a su izquierda Peter.
Justo a la altura de
éste, a la última muchacha se le desprendió una de las ristras de
florecillas blancas y violetas que adornaban su minúsculo vestido.
Peter, creyendo que ella no reparó en la perdida, se incorporó y la
tomó del suelo para devolvérsela tan rápidamente que casi no le dio
tiempo a la bella muchacha volverse.
Justo en mitad del paso,
ambos tropezaron y se miraron tiernamente a los ojos, hipnotizados y
atraídos por un magnetismo especial.
Un cosquilleo en el
estómago les hizo entrar en una especie éxtasis. Ninguno deseaba
retirar la mirada del otro; y el tiempo parecía detenerse para
ellos. Era como si la misma línea que ataban las flores engarzadas,
también unieran sus dos corazones por los extremos.
Al fin Peter soltó su
cabo, comprendiendo en ese instante que abandonaba algo que jamás
había sentido. La muchacha sonrió con dulzura y, sin apartar la
vista de los castaños ojos de Peter, anudó los dos extremos
colocándole a éste la ristra de flores a modo de collar. Los colores
comenzaron a brotar del rostro del joven científico, y cuando creyó
que ya todo habría concluido, ella se acercó aún más y lo abrazó
cálidamente; él, en un principio turbado, se dejó llevar e hizo lo
propio.
En aquellos instantes,
durante un solo segundo, recorrieron juntos las dimensiones más
sutiles del cosmos. Acto seguido, la muchacha le ofreció la mano y
Peter se la estrechó enérgicamente.
Allan volvió su rostro a Eddie y sonriendo murmuró:
—Creo que ella hoy ha
encontrado su media naranja.
Sorprendidos por la
disposición de Peter, los tres se miraban entre sí.
Jamás habían visto a su
compañero actuar de esa forma con una mujer, y comprendieron que
probablemente él también había encontrado su otra mitad.
26 - La noche continúa
Es posible que la bebida que había compartido Insadi, o el ritual de
la vieja hechicera, o la danza sensual de aquellas hermosas
bailarinas, o la mirada que mantuvo con la muchacha, o quizás todo a
la vez hubiesen transformado a Peter, porque en aquel momento
parecía iluminarse su rostro.
La chica al ver que Peter aceptó estrechar su mano, no sólo no la
soltó sino que tiró de él sacándolo de la muchedumbre.
Él apenas pudo mirar un
instante hacia atrás para comprobar que los compañeros sonreían
mientras asentían con la cabeza.
—¡Vaya! En este
poblado hay que tener cuidado al dar la mano —bromeaba Marvin
antes de volver a dar buena cuenta del pellejo.
—Sí —afirmó Allan—. Dar la mano representa la aceptación de una
especie de compromiso entre ambos.
—¿Qué hubiese ocurrido de no haber aceptado Peter? —preguntó
Eddie.
—Nada, en absoluto. Simplemente que la chica se hubiese dado
media vuelta y largado de allí. Eso sí, ella jamás le ofrecería
nuevamente la mano. Esperaría paciente a que él lo reconsiderase
mientras no encontrara a otro hombre. En el caso en que el
rechazado fuese él ocurriría exactamente lo mismo.
La joven nativa condujo a
Peter de la mano hasta el borde occidental del poblado, justo donde
las paredes rocosas comenzaban a rodear su perímetro.
Los sonidos residuales de
la ceremonia iban poco a poco abandonándolos hasta casi desaparecer.
Subieron por lo que parecía unas gradas en forma de espiral creadas
por la propia naturaleza, aunque en algunas ocasiones trabajadas
artificialmente para poder acceder hasta la cima. Era un lugar
amplio, solitario, libre de ruidos, donde se respiraba una paz
absoluta, únicamente el susurro del cielo sería testigo de lo que
allí sucediese.
Una especie de terraza
pétrea semicubierta se hallaba orientada hacia el exterior, hacia el
frondoso bosque, a una altura considerable debido a la diferencia de
cota con respecto al poblado. Incluso Peter pudo apreciar de lejos
la catarata que milagrosamente los salvó de los centinelas.
Ambos se sentaron justo en el borde y, como dos duendes de la noche
dispuestos a hacer la travesura más grande, cruzaban complices
miradas llenas de ternura.
Ella era una muchacha joven con rasgos indígenas aunque, debido a la
escasa luz solar —de la que sólo podían disfrutar los seis meses del
periodo estival—, la pigmentación de su piel era blanquecina, casi
transparente, evolucionada a lo largo del tiempo para absorber
cualquier resquicio de luz. No obstante, la belleza de su raza era
sublime.
La chica, de estatura
algo más baja que la de Peter, tenía un rostro bello y perfilado,
nariz pequeña con hermosos ojos negros y rasgados, y labios
esponjosos.
Una larga melena negra
semirecogida mediante adornos de pétalos blancos cubría sus desnudos
pechos, a veces descubiertos por la juguetona y cálida brisa que
corría esa noche en la rocosa cima. Una noche que vestía sus mejores
galas, pues el cielo parecía cubrirlos con un extraordinario manto
de estrellas; jamás había visto algo parecido Peter.
Un maravilloso escenario
los envolvía como en un paraíso creado únicamente para los dos, y
los dos disfrutaban de él como subidos en la nube de nirvana.
Instante en que la existencia del resto del mundo nada le importaba
al joven científico, ni tan siquiera lo que había venido hacer allí
con sus compañeros, sólo gozaba de aquel preciso momento; del aquí y
ahora.
Si se pudiese explicar
aquella sensación, estar en la gloria sería la definición más
acertada. Dedicaron minutos enteros contemplándose el uno al otro.
Se atraían como la orilla es atraída por las olas, sumergiéndose
ambos en el profundo océano del amor, y unidos como en una sola alma
emergían de él cual delfín hacia el infinito.
De repente ella le mostró su más hermosa sonrisa, y después sus
labios expresaron, poniendo la mano izquierda a la altura de su
corazón y la derecha en el pecho de Peter:
—Yo Nainsa. ¿Y tú?
Éste, sorprendido por
cómo se expresó en su idioma, contestó devolviéndole la sonrisa:
—Yo me llamo Peter.
La profunda y al mismo
tiempo tímida mirada del joven científico atraía enormemente a
Nainsa, de la misma forma que sus rasgos físicos tan diferentes a
los de la tribu lo hacían aún más atractivo para ella.
Para Peter sin embargo
toda la muchacha era como una obra artística; cautivadora por sus
curvas femeninas, por sus dóciles y exquisitos movimientos, por la
fragancia que desprendía su cuerpo, y por sus dulces ojos y
embriagadores labios.
Nainsa se acercó al oído y de forma delicada le susurró:
—¡Peter!
Y clavándole la mirada en
los ojos lo empujó suavemente hacia atrás.
Las estrellas palpitaban
al igual que lo hacían sus corazones. Ella se apartó el ridículo
trozo de cuero que cubría su parte más íntima y se deslizó sobre su
regazo. Ligeramente cohibido, Peter, que en ese instante sólo se
dejaba llevar, notó el intenso calor del cuerpo de Nainsa, como si
se fusionara en él. Ésta únicamente tuvo que desabrocharle el
pantalón y, de inmediato, Peter se introdujo en el interior más
profundo de Nainsa, la cual sintió una pequeña molestia.
Ambos amantes, recién
conocidos, de mundos distintos, sucumbieron en los estrechos lazos
de la pasión más desaforada. Primero él y luego ella padecieron la
áspera superficie en la espalda, mas poco importaba eso en aquel
momento mágico de sus vidas.
La cultura igualitaria de la comunidad hacía que el papel de la
mujer dispusiera de los mismos derechos que los hombres, incluso
alguno más, debido a que ellas podían dar a luz a nuevos miembros
del clan, por consiguiente, su protección era aún mayor.
La posible escasez, si la
hubiese, de carácter alimentaria, medicinal o de cualquier otra
índole, serían ellas junto a los niños las últimas en padecerla. En
cuanto a placeres y responsabilidades, ambos sexos eran considerados
por igual; la tradición del clan lo hacía inconcebible de otra
manera.
Mientras ambos amantes se fundían en un solo cuerpo, la gente de la
tribu comenzó a reunirse en grupos de trabajo alrededor del fuego.
Siempre lo hacían, todas las noches, hubiera o no ceremonia.
Lo habitual era debatir
sobre lo transcurrido en la jornada, planificando para el día
siguiente según las necesidades; y si había surgido algún tipo de
contratiempo, darle la mejor solución entre todos; sin embargo, esa
noche era especial, todo el mundo comentaba con curiosidad sobre la
presencia de los extranjeros.
Insadi se retiró para unirse al grupo de caza que se hallaba a unos
metros de ellos.
Y Allan aprovechó para
conversar con los tres invitados.
—No os preocupéis por
Peter —tranquilizó sonriendo—, puedo asegurar que está en buenas
manos. Esta gente es admirable. Para ellos no existen los
prejuicios. Tanto hombres como mujeres viven en completa
igualdad. Yo mismo me enamoré de una mujer a los pocos días de
estar aquí, fue ella la que me curó de la grave herida en el
estómago. Me salvó la vida, ¿sabéis? Hasta que logré recuperarme
no se alejó de mi lado. Ahora esperamos un hijo —concluyó
alegremente.
—¡Enhorabuena! —exclamó Eddie sonriendo.
—Gracias. Nos queremos muchísimo y tenemos una gran ilusión por
la nueva vida que está a punto de nacer.
—¿Os habéis casado?
—¡No! —meneó la cabeza—. Aquí no existe el matrimonio como tal,
o como lo conocemos en nuestra civilización. Las parejas viven
juntas simplemente porque se atraen mutuamente y así lo acuerdan
entre ellos. Eso es indispensable. Funciona igual cuando
deciden, por la razón que sea, abandonar la relación. Respetan
cualquier decisión que tomen. Parece increíble, pero aquí no
existe confrontación alguna entre sentimientos. La persona que
no es correspondida no guarda ningún rencor hacia la otra, todo
lo contrario, siente agradecimiento por el tiempo que haya
podido estar con ella. La sinceridad es lo que más me gusta de
esta gente.
—¿Qué pasa cuando tienen hijos en común y deciden separarse como
pareja? —sintió curiosidad Eddie.
—Simplemente dejan a los niños elegir con quien desean vivir.
Aquí no hay demasiados problemas con eso ya que el poblado es
relativamente pequeño y todas las familias conviven muy cerca
una de la otra. A veces, incluso he visto a los niños de padres
separados ir cambiando de familia en familia en el mismo día.
Son libres de hacerlo y sus padres lo ven con buenos ojos. Una
comunidad de ochocientas personas es como una gran familia donde
todos se respetan y se valoran para contribuir a una buena
relación fraternal.
—¿Tienen algún tipo de religión? —Preguntó Marvin.
—¡Nada de religiones, amigo! —contestó de manera rotunda—. No
conocen esa palabra. Únicamente honran a la Tierra y al Sol y
viven en armonía con ellos. Es como una filosofía de vida. Saben
cuándo tienen que dejar de cazar o recolectar en una zona.
Interpretan perfectamente el verdadero significado del
equilibrio sobre los recursos que les ofrece la naturaleza.
Jamás llegan a agotarlos. Son tremendamente sabios en ese
aspecto.
—¡Vaya! Parece que son mucho más inteligentes que nosotros
—intervino Norman.
—No te quepa duda —asintió Allan—. No tienen complejos en
admitir que existen otros seres muy superiores a ellos, sus
antepasados así lo consideraban en las historias que contaban.
Sin embargo, la forma en cómo adoran a sus dioses no es la misma
que en cualquiera de nuestras religiones. También sienten
tremenda admiración por los astros del cielo y por los continuos
avistamientos que observan a su alrededor. Creen que cuando ven
algo brillar y sobrevolar una zona es para indicarles donde
deben recolectar o cazar al día siguiente. Al parecer, fue
gracias a eso por lo que me localizaron. Sea como fuere les
estaré eternamente agradecido.
En ese momento se miraron
atónitos los tres.
Eddie tragó saliva y sin
poder contenerse más lo interrumpió para detallarle todo cuanto les
había sucedido durante el recorrido; y a quién conocieron justo
antes de acceder a la zona de "El Anillo".
Tras la explicación y recuperarse de la fascinación que le produjo
oír aquello en boca de Eddie, exclamó excitado Allan:
—¡Lo sabía! ¡Algo en
mi interior me decía que algo de eso era cierto! Fuimos
embaucados. No eran hallazgos arqueológicos lo que vinimos a
buscar.
—Al igual que nuestra expedición —añadía Eddie—. Encontrar
vuestros restos no fue el fin por el que vinimos, cada vez estoy
más convencido.
—Pero… ¿cuál será la razón por la que desean que lleguemos al
interior de la Tierra y entablemos un contacto con ellos? —se
preguntaba Allan en voz alta.
—Para bien o para mal pronto lo descubriremos, amigo —dijo Eddie
antes de dar un trago al pellejo.
Para un geofísico como
Allan fue muy difícil asimilar todo aquello. Muchos años de estudio
eran tirados a la basura.
Pero sin duda, gracias a
su mentalidad abierta, recibió la información de manera positiva,
aun sabiendo que muchos de sus dogmas científicos ya no servían para
nada.
—Ahora veo con una
perspectiva más amplia las historias que me han contado los
ancianos de este lugar —reflexionaba Allan.
Pasados algunos minutos,
ya muchos de los habitantes del poblado se habían retirado a sus
respectivas tiendas. Un halo místico quedó como impregnado en el
ambiente.
Y los efectos de la
bebida además de las cálidas brasas de un fuego casi agonizante
hicieron que por un instante quedaran los cuatro casi hipnotizados.
—Creo que por hoy
está bien —dijo de repente el geofísico—. Ya está bajando la
temperatura y la gente comienza a marcharse. Mañana al amanecer
os revelaré varias cosas que me transmitieron y que estoy seguro
os servirá de gran ayuda para vuestra misión.
—¿Que nos servirá? —preguntó sorprendido Eddie—. ¿Es que no
piensas venir con nosotros?
—Mi hogar ya se encuentra en este lugar —dijo convencido—, con
esta gran familia. Además, estoy esperando un hijo de una mujer
a la que amo, al igual que ella a mí. El sentido de mi vida ha
cambiado, y ahora aún más después de lo que me habéis
transmitido. Esta gente me salvó la vida y me acogieron como si
fuera uno más de su tribu. Amigo, tú sabes que nunca he tenido
una familia.
Siempre he estado
sumergido en mi carrera sin tener en cuenta otras cosas.
He aprendido muchísimo de
ellos. Me han enriquecido como persona. Me han enseñado a vivir y a
darle importancia a lo que realmente merece la pena. Ahora soy otro,
Eddie. Puedo decir que me he reencontrado a mí mismo, y me siento
muy feliz de que haya sucedido de esta manera.
Jamás podría
abandonarlos.
—Comprendo —asintió
Eddie.
—Bueno, será mejor que vayáis a buscar a Peter —bromeaba Allan—.
Aunque me da la impresión que él no tiene mucho frío.
Todos terminaron riendo.
27 - La cita y algo más…
Boston
(Massachusetts)
El pitido de la cafetera comenzó a sonar en una mañana especialmente
fría en la ciudad.
La humedad brotaba de los
cristales de las ventanas, y Kat, tras mirar a través de ellos con
la taza en la mano, creyó necesario protegerse bien con ropa
adecuada: un jersey de lana de cuello vuelto de color verde pálido,
un pantalón beige y un chaquetón marrón oscuro con una bufanda de
color gris azulado y detalles en blanco; era el conjunto que había
elegido. Por último, las manos al igual que los pies los protegió
con cuero negro.
Kat caminaba meditativa junto a una verja que delimitaba el jardín
privado de una gran casa, la última antes de la entrada al parque.
El día anterior se había citado con Elías a primera hora cerca de un
estanque redondo, justo en el banco situado a la izquierda del
mismo.
De todos los que disponía
el estanque era el asiento mejor ubicado, puesto que lo rodeaban
varios árboles y arbustos de pequeña y mediana altura, permitiendo
así una mínima intimidad, o al menos mayor comodidad a la hora de
mantener una conversación más fluida.
Como de costumbre, Kat llegó la primera, la puntualidad era algo
habitual en ella; no soportaba que la estuviesen esperando. Mientras
hacía tiempo a que llegase la hora en la que se habían citado, se
acomodó en el banco y, observando dos cisnes que jugueteaban en el
estanque, quedó abstraída por un momento.
Probablemente preocupada
por Norman, pues nada sabía de él. Aquél turbio asunto la
intranquilizaba; temía perderle. En la distancia comprendió que
estaba enamorada, que lo quería con locura y se sentía muy feliz
cuando estaba junto a él. Jamás había sentido algo parecido con otro
hombre.
A su izquierda, un puñado de pajarillos revoloteaban en el suelo,
reñían por un trozo pequeño de pan duro.
Kat abrió el bolsillo
derecho de su abrigo, y del interior de una bolsa pequeña de
plástico extrajo una galleta recubierta de chocolate, partió un
trozo de ella y se la arrojó a los gorriones.
—Veo que te siguen
gustando los animales —dijo sonriendo Elías, sobresaltando a Kat.
—¡Elías! —exclamó mientras se incorporaba—. Estaba tan
ensimismada que…
—Te presento a mi amigo Irving Weiss. Ya te he hablado de él en
alguna ocasión.
—Sí, lo recuerdo. Es un placer conocerlo —dijo Kat, estrechando
su mano.
—El placer es mío —contestó Irving—. Veo que Elías se quedó
corto a la hora de describirte físicamente —sonrió.
Kat quedó sonrojada y no
dijo nada.
—Bueno, dejémonos de
cumplidos y sentémonos —interrumpió Elías.
Los tres se acomodaron en
el amplio banco de acero. Kat aguardó a que ellos lo hicieran
primero, para luego colocarse ella a la derecha de Elías, dejando a
éste en el centro.
Casualmente, ambos amigos se encontraron en la entrada del parque, y
por el camino hacia el estanque Elías lo puso al corriente de todo.
—Bueno, ahora que
conozco de qué se trata —intervino Irving de forma misteriosa—,
trataré de explicaros algo muy importante. En primer lugar
debéis saber que sobre este asunto no se puede hacer gran cosa.
Creed lo que digo. Son ya muchas décadas a mis espaldas
trabajando para los servicios de inteligencia y sé de qué estoy
hablando. Nadie ha podido burlar la fuerte estructura que tienen
establecida.
Es como una gran
telaraña que lo salpica todo. Aunque la araña se encuentre
mirando para otro lado, ésta, mediante las vibraciones que
viajan a través de los filamentos de seda, acabará siempre
percatándose del intruso que se ha topado con su entramada red.
Todos los que lo han
intentado, ahora están muertos o con alguna enfermedad
incurable. Y los que han corrido mejor suerte se han visto
obligados a abandonar todo: familia, profesión, país etc., e
irse lejos con una identidad diferente.
No pretendo
asustaros, pero estamos hablando de una organización secreta muy
poderosa a nivel mundial. Una especie de gobierno en la sombra
capaz de dirigir el mundo a su antojo. De hecho, es muy probable
que en estos momentos yo mismo pueda estar corriendo un riesgo
terrible contando todo esto. Lo hago porque confío plenamente en
Elías y sé que tú eres lo que más quiere en este mundo —dijo
refiriéndose a Kat.
—Gracias, señor Irving. Pero... ¿qué se supone que ocultan en el
continente antártico tan importante? —quiso saber Kat.
—Bien, esa información es sólo conocida por ellos y los que
trabajan para ellos. Pero os puedo asegurar que debe ser algo
realmente gordo.
De la información
confidencial que existe ésta es la más censurada y protegida de
todas, incluso he podido llegar a saber que es de tal magnitud el
secreto que no dejan que nadie de los que están por debajo de un
nivel jerárquico determinado conozcan lo que allí ocurre.
Existen muchas hipótesis
al respecto, pero nada que pueda ser del todo creíble, al menos para
mí. Únicamente unos cuantos en todo el mundo manejan este tipo de
confidencialidad.
Para que podáis haceros
una idea de cómo es el funcionamiento interno: la estrategia de su
estructura se mantiene sujeta a una especie de escala piramidal; es
decir, mientras más alto tengas el nivel en la pirámide, mayor
conocimiento manejas y por ende, de más poder dispones.
Así hasta llegar a la
cúspide, donde en exclusiva unas decenas de familias muy poderosas
en todo el mundo son las que manejan a su antojo el destino de este
planeta.
—¿Insinúas que esta
gentuza oculta información transcendental al resto de mortales?
—preguntó exasperado Elías.
—Me temo que así es, amigo mío. En ocasiones se filtra alguna
cosa registrada de alto secreto.
—¿Puedes adelantarnos algo? —preguntaba con curiosidad Kat—. ¿De
qué podría tratarse?
—Una vez, llegó a mis oídos un documento relacionado con los
nazis. Era algún tipo de investigación científica para un
desarrollo tecnológico muy avanzado. Por lo que se sabe, ellos
tenían bases secretas en los dos polos. Al parecer, cuando
finalizó la guerra, los aliados se apoderaron de todas esas
infraestructuras. Pero de la misma forma todo fue silenciado.
—¿Qué puede ser tan importante como para mantener a la humanidad
al margen de todo eso? —reflexionaba Elías en voz alta y mirando
al suelo.
—Ojalá lo supiera, pero según pienso debe ser algo tan
extraordinario que cambiaría por completo el concepto de nuestra
realidad. Como amigo tuyo que me considero —dijo mirando a Kat a
los ojos—, y casi hermano de tu padre, os aconsejo, a los dos,
que no profundicéis mucho más en todo este asunto, y lo dejéis
tal cual está. Es muy peligroso. Esta gente no tiene escrúpulos.
—Pero… ¿habrá algo que podamos hacer? —expresó preocupada. Kat
no podía resignarse y mantener los brazos cruzados—. Nuestros
amigos se encuentran indefensos. Son ajenos a todo. ¿Si al menos
hubiese alguna forma de advertirles para que regresen a casa?
—Siento ser tan duro —dijo Irving—, pero en este caso no está en
mi mano ofreceros una solución. Lo único que podemos hacer es
rezar para que su desaparición no salga en los noticiarios.
—¡Oh, Dios! —exclamó Kat, llevándose las manos a la cara.
—¿Crees que la expedición anterior fue eliminada a propósito?
—preguntó Elías.
—Juraría que sí —dijo tajante.
Aquellas palabras de
Irving dejó bloqueada, durante unos segundos, la mente de Kat. Y un
silencio generalizado se hizo presente en la fría y húmeda mañana,
pareciera que una escarcha sobre los cuerpos paralizase a los tres.
Sólo el voznar de los
cisnes en el estanque, además del piar de los gorriones que seguían
revoloteando por los alrededores del banco, rompía el sombrío
ambiente.
—Bueno, creo que no
hay mucho más que decir —expresó cordialmente Elías mientras se
incorporaba—. Te agradezco de corazón que hayas venido. No
queremos entretenerte más. Sé que tienes cosas que hacer.
—Ha sido un placer —dijo Irving abrazando a su amigo—. Aunque a
mi pesar no he podido ser de más utilidad.
—Para mí sí lo ha sido —contestó Kat, y le dio un apretón de
manos—. Te agradezco toda la información que has compartido con
nosotros.
Irving se disculpó porque
tenía que marchar para hacer unos recados.
—Dale un beso a Karen
de mi parte —gritó Elías mientras Irving se alejaba.
Hija y padre aprovecharon
la ocasión para pasear juntos un rato más por el entorno natural, y
reflexionar sobre la reunión mantenida con Irving, cuya conversación
dejó a Kat aún más desalentada.
Mientras tanto, el jubilado ex agente de inteligencia Irving Weiss
cruzaba el parque por un sendero estrecho; era un pequeño atajo que
tomó para salir antes de él. Llevaba un sombrero y una gabardina
color beige, y en su mano derecha un gran paraguas negro a modo de
bastón que le ayudaba a mantener el equilibrio.
Se encontraba rodeado de
un hermoso jardín botánico, y disfrutaba observándolo mientras
andaba despacio pero firme. Justo en mitad del camino, a su derecha,
entre unos setos con enormes hojas verdes, observó una preciosa y
solitaria orquídea violeta salvaje, con forma de ángel, cuya erguida
y orgullosa presencia sobre el resto de vegetación le llamó
poderosamente la atención. Su aspecto era de una hermosura casi
misteriosa.
Durante unos instantes,
se detuvo para contemplarla más de cerca, incluso pensó en cómo
llegar hasta ella para cogerla y así poderla regalar a su esposa
Karen. Pero recordó que tenía prisa y no quiso perder más tiempo;
debía realizar aquellos recados. Arrepentido de no haberse detenido
prosiguió su camino; ya era demasiado tarde para volver, pues se
encontraba saliendo del recinto.
Caminaba por el exterior
junto a la verja que lo delimitaba. La gran avenida se encontraba
justo a su derecha, casi desértica, aún bastante solitaria debido a
la temprana hora de la mañana. Había de continuar caminando hasta
llegar a la segunda manzana por donde cruzar por un paso de
peatones.
Pero de repente, justo en
ese instante, a unos sesenta metros de donde él se encontraba, un
oscuro y misterioso automóvil negro arrancó precipitadamente en su
dirección. Irving, sobresaltado, se percató de la situación e
intentó cruzar corriendo la avenida de seis carriles.
Y aunque físicamente aún
se hallaba en buenas condiciones, sus setenta y dos años impidió que
lograra con tiempo suficiente atravesarla, invistiéndolo letalmente
de costado y haciéndole dar varias volteretas en el aire por encima
del vehículo, cayendo inerte sobre el duro y humedecido asfalto.
Kat y Elías, después de que pasearan por un buen rato, tomaron la
misma puerta hacia el exterior, observando en la avenida un enorme
revuelo: coches de policía, ambulancias y mucha gente curiosa
alrededor de lo que parecía un accidente. De forma inmediata, ambos
se miraron contrariados. Y un pinchazo atravesó el corazón de Elías
Hopkins que casi lo partió en dos.
Con ayuda de Kat transitó
con toda la prisa que su viejo cuerpo le permitía y, efectivamente,
su intuición no lo engañó; junto a un enorme charco de sangre, su
amigo yacía sin vida totalmente destrozado sobre la superficie de
una de las principales arterias de la ciudad. Ambos se abrazaron
impotentes y abatidos por el tremendo dolor. Conmocionados por la
triste y trágica escena, ya nada podían hacer por él.
Como una premonición, el desgraciado ex agente Irving Weiss les
reveló una información importante aunque comprometida, delegando en
ellos un conocimiento confinado en las ocultas guaridas de algunas
conciencias.
Peligrosamente se habían
adentrado en la misteriosa e imperturbable tela de araña.
28 - Cálidas
galerías para un crudo invierno
Apertura Polar
Sur "El Anillo"
Sin duda, la noche anterior fue excitante para los cuatro. Sin
embargo, el agotamiento pudo con ellos y durmieron hasta el
amanecer.
Entre bromas, conversaron sobre lo ocurrido. Marvin parecía
restablecido de sus heridas, y dispuesto más que nunca a seguir
adelante con la misión.
Aprovechando la situación, para volver a ver a Peter, Nainsa les
llevó a la tienda el desayuno basado en diversas frutas. Ninguno de
los dos quitaba los ojos de encima al otro; sus rostros estaban
iluminados. Ciertamente, ambos estaban enamorados y, en ese
instante, aquello fue comprobado por sus propios compañeros.
Es un misterio de la vida
cuando dos almas se encuentran y, sin remedio o antídoto que valga,
caen atrapadas en las estrechas redes del amor.
—No te vayas. Quédate
a desayunar con nosotros —dijo Peter antes de que Nainsa
atravesara la puerta.
—Grashiiaas —contestó dulcemente la muchacha con alguna
dificultad en el idioma.
Los cinco se sentaron
para comer alrededor de la fruta haciendo un pequeño corrillo, y
Nainsa se colocó muy pegado a Peter.
Todos menos él, se
sentían algo violentados por la presencia de la hermosa muchacha. No
obstante, no tardarían en acostumbrarse a la situación al ver que
ella se comportaba como si los conociera de toda la vida, pues en
todo momento se mostró con increíble naturalidad y confianza.
Quizás aquel imperio
llamado prejuicio se olvidara de invadir esa pequeña parte del
mundo.
Tal y como acordaron la noche anterior, Allan ya se encontraba
esperando junto a la tienda de Insadi; ambos dialogaban de lo que
iban a realizar durante el día. Allan sonrió cuando los vio llegar.
Se saludaron, y en primer
lugar los condujo a la tienda para presentarles a su pareja, que
estaba siendo atendida por su madre, ya que el embarazo se
encontraba bastante avanzado.
Era costumbre que las mujeres al final de su embarazo fuesen
atendidas por sus madres. Si carecían de éstas, o por algún motivo
no se encontraban en condiciones físicas de ayudar, sus parientes
femeninos más cercanos se encargaban de ellas, y si tampoco fuese
posible, cualquier vecina con experiencia en partos se ofrecía con
gusto; después de todo eran como una gran familia.
Allan les enseñó todo el perímetro rocoso de la meseta, donde vivían
cuando concluía el periodo estival. Durante los seis meses de noche
interminable se recluían en el interior de las cuevas con todas las
reservas de alimentos acumuladas en el verano.
La zona periférica de la planicie era una elevación rocosa que a su
vez servía de protección al poblado. Disponían de una gran cantidad
de huecos que daban acceso a galerías internas de diversos tamaños y
formas, donde a menudo se bifurcaban en pequeñas cavernas en las que
cada familia tenía configurado su hogar.
Algunas de ellas podían
estar enlazadas con otras —ya sean artificialmente o incluso a veces
de manera natural— con túneles que se conectaban entre sí mediante
ramificaciones a veces laberínticas. De esta forma se facilitaba el
desplazamiento de un sitio a otro sin necesidad de salir al
exterior. Sus habitantes conocían a la perfección todo el entramado,
orientándose en él sin ningún problema.
Allan los invitó a pasar para que lo viesen con sus propios ojos.
Los puntos de iluminación se hallaban dispuestos de tal manera que
no existía un solo palmo oculto por la oscuridad; mediante candiles
iluminaban las esquinas, recodos o bifurcaciones.
En los túneles de tramos
largos también instalaban los puntos de luces necesarios justo
cuando el suelo dejaba de ser visible. Y los niños de cada zona que
comenzaban a hacer labores de mayor responsabilidad eran los
encargados de tenerlos siempre encendidos en la época en que el Sol
los abandonaba durante los seis largos meses de invierno.
Miles de metros de
túneles que accedían a grandes cavidades en forma de cúpulas, y que
servían tanto de acceso a las cavernas familiares como a lugares más
amplios de reuniones.
Muchas de estas cavidades
podían medir más de sesenta metros de diámetro. Las aberturas menos
habitables las utilizaban como almacenes de alimentos, enseres o
herramientas de caza, también para la leña suficiente como para
aguantar todo el invierno. Tal era el número de cuevas y túneles
existentes en aquella zona, la mayoría de ellos inexplorados, que
podría dar cobijo a dos tribus más como la que habitaba allí.
Continuaron caminando durante varios minutos hasta llegar a unos
pasadizos laberínticos donde ya no había iluminación instalada, y
solo podían caminar en fila de uno, aunque en algunas ocasiones se
ensanchaban. Allan encendió un par de candiles de mano y uno se lo
dio a Eddie.
A la altura de una bifurcación de cuatro accesos, de tres metros de
diámetro, se detuvo Allan:
—En este sitio hay
restos de esqueletos Nazis —dijo señalando el suelo mientras lo
iluminaba y el eco de su voz retumbaba como en una caja de
resonancia—. He podido comprobar que existen otros tantos
repartidos por el laberinto de cuevas. Al parecer Hitler envió a
sus hombres a que exploraran esta zona. Muchos se perdieron y
jamás pudieron salir de aquí.
—¡Dios, es cierto! —exclamó Eddie mientras examinaba los restos
del uniforme militar—. Parece ser que no fue el único lugar al
que Hitler envió su ejército. ¿Recuerdas la base que te conté?
En ella había un acceso subterráneo, y en su interior también vi
dibujos de la esvástica Nazi.
—Eso hace indicar que todo el subsuelo puede estar conectado por
galerías subterráneas —explicó Peter.
—Según me ha contado Insadi, la tribu tuvo que abandonar el
lugar mientras la exploración ocurría, intimidados por esos
miserables.
—Sí, en pecho arma fuego —interpretaba Insadi haciendo gestos
con la mano.
—¿Qué tratarían de encontrar esos criminales? —preguntó Marvin.
—Seguramente Hitler sabía algo sobre la existencia de tecnología
reptiliana de la que os comentó Izaicha —expuso Allan—, y de
algún modo sus intenciones eran apoderarse de ella.
—Sí. Es posible que así fuera —musitó Eddie mientras continuaba
inspeccionando el suelo.
Insadi, tras mostrar
curiosidad por todo lo que se comentaba, explicó que sus antepasados
relataban una leyenda en la que decía que su pueblo fue ayudado por
hombres verdes en las cuevas; y que fue narrada a lo largo de
generaciones.
También les explicó que
los viejos del lugar a menudo cuentan una fábula donde se dice que
existe un túnel por donde se acede a un lugar mágico.
Los comentarios de Insadi captaron la atención de todos, hasta que
llegó la hora de volver al exterior.
Regresaron a la zona de las tiendas cuando, de repente, unos gritos
desgarradores sobresaltó a todo el poblado. Provenían de un hombre
joven que corría despavorido en dirección a ellos.
Sus ojos estaban rojos y
desencajados, y todo su cuerpo salpicado de sangre.
Se trataba del único
superviviente de un grupo de diez cazadores que partió al amanecer.
29 - Cuando
la desesperación colma su límite
Nueva York
Mientras aquello ocurría en el poblado, en una oficina de la ciudad
de Nueva York, el director encargado de dar caza al grupo de
expedicionarios decidía potenciar aún más la búsqueda.
Cada minuto que pasaba
sin recibir noticias al respecto multiplicaba la preocupación de la
organización secreta, y la tensión entre sus integrantes se hacía
cada vez más evidente.
—¡Libera a todos los
Dracontes! —dijo con rotundidad a su subordinado.
—Señor Brandon, ¡no podemos hacer eso! —explicaba el científico
jefe de uno de los proyectos genéticos militares—. ¡No hace ni
medio día que soltamos a los diez que tenemos mejor instruidos!
Sabemos con seguridad que responderán a su programación. Solo
necesitan un poco de tiempo.
—¡Me da igual! —gritó exasperado dando un puñetazo sobre la
mesa— ¡Quiero que los soltéis a todos! ¡Es una orden!
El desgraciado científico
no sabía cómo hacer razonar a su jefe, ya que sabía del peligro que
conllevaba la liberación del resto sin previa programación.
—Señor, le pido, por
favor, que reconsidere su postura —dijo desesperado—. Estamos
dispuestos a duplicar los esfuerzos por programar alguno más en
pocas horas.
—¿En pocas horas? ¿Cuánto tiempo necesitáis para programar al
resto?
—Señor, para el resto son necesarios meses de intenso trabajo.
Quizá en unas veinte horas podremos terminar otros dos.
—¡Veinte horas…! ¡Dos…! —exclamaba gritando mientras se puso en
pié. Después comenzó a moverse agitado de un lado a otro detrás
de su sillón—. ¡No hay tiempo para eso! ¡Quiero que soltéis
todas las unidades!
—Señor Brandon, las unidades que fueron liberadas han sido
probadas hace tan solo unos meses y los resultados fueron más
que favorables. Por contra, si soltamos al resto de los
Dracontes puede ser una tragedia, no están preparados para ser
expuestos al exterior, y aún no tenemos suficientes garantías de
poderlos controlar. Podrían incluso actuar contra nuestro propio
personal.
—¡Me importa un bledo tu personal! —exclamó en tono despectivo—
¡Tenemos que eliminar a esos desgraciados antes de que sea
demasiado tarde! ¡Mi puesto está en juego, lo entiendes imbécil!
—Señor Brandon —insistía nervioso delante de la mesa—,
igualmente lo estará si damos un paso en falso.
—¡Está bien! —exclamó furioso—. Esperaré sólo un poco más. ¡Pero
quiero resultados! ¡Ya!
—Se lo prometo señor. Haré todo lo que esté en mi mano.
—¡Largo de aquí! —concluyó alzando su voz mientras señalaba la
puerta.
30 - Una cacería
sangrienta
Apertura Polar
Sur "El Anillo"
Insadi intentó tranquilizar al pobre muchacho acompañándolo a su
tienda. Allan, Eddie y sus compañeros lo siguieron.
El superviviente, totalmente aterrorizado, con el habla entre
cortada les describió una escena espantosa. Al parecer, cuando el
grupo de cazadores examinaba un sector del bosque, tuvieron la mala
fortuna de cruzarse en el camino con algo que jamás habían visto, un
enorme y extraño ser de más de dos metros y medio de altura se
aproximaba velozmente.
Ellos se asustaron y
comenzaron a disparar sus flechas, sin embargo éstas parecían de
juguete al tropezar contra el verde y escamoso cuerpo de aquella
horrible criatura.
Pero la desacertada y
poco afortunada agresión de los cazadores no le sentó nada bien a
aquella extraña bestia y, en un abrir y cerrar de ojos, saltó hacia
ellos a una velocidad sobrehumana. Un gruñido ronco pareció salir de
sus terroríficas fauces; entonces empezó a desgarrar los cuerpos de
los pobres desgraciados.
Algunos de ellos saltaron
sobre la bestia intentado en vano acudir en la ayuda de sus
compañeros, pero éste se los quitaba de encima con una simple
sacudida de su extenso brazo, lanzándolos a varios metros de
distancia y siendo estampados contra el suelo o con algún árbol que
se les pusiera por delante.
El pobre hombre con el rostro desencajado contaba a todos cómo oía
crujir los huesos de sus compañeros. La sangre brotaba como rojos
veneros de sus convulsionados cuerpos casi inertes en posturas
imposibles, regándolo todo de líquido rojo a treinta pasos a la
redonda. Su fuerza era abrumadora, incluso para diez fornidos y
acostumbrados cazadores.
Solo el muchacho
superviviente quedó al margen de la matanza, rezagado impotente a
varias decenas de metros de la tragedia, y observando petrificado
tras un árbol todo el escenario dantesco casi sin poder mover sus
extremidades.
—¿Qué aspecto tenía
el monstruo? —le preguntó Insadi.
—¡Muy grande y fuerte! —contestó gesticulando, aún asustado.
El cazador, en situación
de pánico absoluto, continuó explicando las características de la
bestia; según él, era muy musculoso con piel verdosa y escamas
parecidas a las de un reptil. Las pupilas de sus grandes ojos eran
verticales. Un cuello corto pero muy ancho y fibroso. Disponía de
una cola que la usaba de defensa, como la extensión de otro brazo.
En sus manos tenía cinco
enormes garras, al igual que sus pies, solo que estos presentaban
tres garras aún más grandes.
—Creo que debemos
largarnos cuanto antes —dijo Eddie convencido—, están
buscándonos a nosotros, y si permanecemos mucho más tiempo aquí
pondremos en peligro a todo el poblado.
Eddie y sus compañeros se
miraron con resignación.
—Me duele enormemente
ratificar lo que dices, pero estoy de acuerdo contigo —expresó
Allan afectado—. Sea lo que fuere, parece estar entrenado para
buscaros.
En ese momento, Allan y
Eddie se dieron un apretado abrazo, sentían que el destino volvía a
separarlos, pero sabían que la prematura elección era la más
conveniente para todo el mundo.
Marcharon a la tienda a toda velocidad para preparar las mochilas.
Nainsa se presentó con
algunos alimentos imperecederos, como frutos secos, raíces y tallos
comestibles… repartidos en varios paquetes pequeños de piel suave
para cada uno.
—He estado hablando
con Insadi y hemos acordado que lo mejor para vosotros es salir
por las grutas subterráneas —dijo Allan sofocado, entrando
repentinamente en la tienda—. Salir por el bosque sería muy
peligroso. Esos seres os acabarían encontrando.
—¿Esos seres? —preguntó confuso Eddie por el plural de la frase.
—Sí. Acaban de comunicarme que el grupo recolector de alimentos
ha regresado espantado por otro extraño ser gigantesco.
—Pero… es probable que sea el mismo —expresó Eddie.
—No lo creo. Al parecer este grupo se encontraba en otra zona
del bosque totalmente opuesta a la de los cazadores —explicó—.
Gracias a Dios, ellos no se enfrentaron a él y salieron
corriendo. Las descripciones son las mismas que dio el muchacho.
Eddie se mostraba
sensiblemente preocupado pero, al recibir la noticia de Allan, su
preocupación aumentó y ordenó preparar las mochilas a toda prisa.
Su cabeza daba vueltas
buscando soluciones a un nuevo problema difícilmente afrontable.
—Me pregunto cuántos
más habrá ahí fuera —dijo Norman pensativo mientras se colocaba
la suya en la espalda.
—¡Oh dios, no quiero ni pensarlo! —exclamó Marvin.
—Os guiaré hasta la galería de las leyendas de los ancianos,
¿recordáis? — propuso Allan—. Os espero en la cueva de esta
mañana.
—De acuerdo. En un minuto estamos preparados.
Al salir de la tienda,
Nainsa los esperaba con su propio morral, dispuesta a irse con
Peter.
—No puedes venir con
nosotros —le dijo Peter rodeándola fuertemente con sus brazos—
¿Lo entiendes?
Aunque disgustada, Nainsa
asintió con la cabeza.
Los ojos vidriosos de ambos transmitían amargura por la inminente
separación. Y Ambos abrazados se fundieron en un apasionado beso.
Tan solo se conocían de algunas horas, pero para ellos era como si
hubiesen estado juntos toda la vida.
Estiraban los brazos todo lo que podían para seguir teniendo
contacto con sus dedos, pero ella comenzó a sollozar, y él no pudo
evitar que de sus ojos le brotaran las lágrimas.
—¡Te prometo que
vendré a buscarte! —gritó Peter mientras se alejaba con el grupo
hacia las cuevas.
La muchacha hizo un gesto
con su mano hacia el corazón y después la perdió de vista.
Allan los volvió a guiar por el entramado laberinto de las galerías
hasta encontrar la abertura por donde tendrían que continuar solos.
Ésta se encontraba medio tapada por varias rocas grandes y unos
troncos viejos dispuestos verticalmente.
De ella salía una
corriente de aire fresco que acariciaba sus rostros y hacían batir
suavemente las telas de arañas que colgaban entre los resquicios.
—Bueno, amigos míos,
lamento despediros por la puerta de atrás —dijo Allan algo
emocionado—. Que la suerte os acompañe.
—Gracias Allan. Despídete de todos de nuestra parte —añadió
Eddie—. Hazle saber que han sido verdaderamente como una familia
para nosotros. Diles que… les estamos muy agradecidos por el
trato tan cordial que hemos recibido. Y que sentimos mucho que
nuestra presencia ocasionara las desgraciadas pérdidas humanas.
—Así es —expresó Marvin tocándose la cicatriz de su herida ya
sanada.
—No os preocupéis por eso, ellos no conocen el rencor. Creen que
las cosas siempre pasan por algún motivo —explicó—. Hasta la
vista amigos —fueron sus últimas palabras.
Solo tuvieron que
desplazar uno de los troncos para poder deslizarse sobre la roca más
pequeña e introducirse en el interior de la gruta a través de un
hueco dejado.
De inmediato, encendieron las linternas. La oscuridad de la
inexplorada galería era del todo sobrecogedora. Economizar las
baterías era lo más inteligente, por lo que decidieron usar solo una
de ellas, pues era incierto el tiempo que iban a necesitar para
salir de allí.
Comenzaron a adentrarse y, como de una vieja y polvorienta casa sin
amueblar se tratase, el profundo eco de sus pasos se hacía cada vez
más presente.
La galería era lo suficientemente ancha y alta como para caminar dos
personas al mismo tiempo. Eddie y Marvin iban delante con la
linterna, y a solo un paso por detrás, pegados como dos lapas, lo
hacían Peter y Norman.
A varios cientos de metros encontraron la primera bifurcación.
—¿Y ahora qué
hacemos? —preguntó Peter, mientras Eddie confuso iluminaba las
dos vías.
—Dicen que todos los caminos conducen a Roma —comentó Marvin
mientras se quitaba una tela de araña de la cabeza.
—No estoy muy seguro de que aquí dentro funcione eso —expresó
Eddie— ¿Qué os parece si probamos por el de la derecha?
—Disculpa Eddie, creo que tengo una propuesta —interrumpió
Norman— ¿Qué os parece si aseguramos el mejor itinerario al
dividirnos en dos grupos? Podemos recorrer cada camino durante
cinco minutos. Luego, volveríamos a este punto y decidimos qué
vía tomar.
—Aunque no me gusta la idea de separarnos, creo que la finalidad
puede ser beneficiosa —contestó Eddie.
—A mí el plan me parece bueno —dijo Marvin.
—Creo que prefiero no opinar al respecto —señaló Peter algo
temeroso mientras miraba las sombras de sus propios cuerpos.
Al final emprendieron
ambos caminos con la misma formación de parejas, es decir: Eddie y
Marvin tomaron el camino de la derecha, mientras que Peter y Norman
el de la izquierda.
Al cabo de unos metros, la ruta de la derecha iba descendiendo de
manera muy sinuosa, al tiempo que iban encontrando más aberturas de
posibles alternativas.
Mientras que la ruta que tomaron Peter y Norman era bastante menos
compleja. Un túnel relativamente recto y sin dificultad en su
recorrido, pero éste no contenía huecos alternativos.
A los cinco minutos, ambos grupos volvieron sobre sus pasos para
encontrarse nuevamente en el punto inicial de la bifurcación.
Difícil decisión la que tendrían que tomar. Bien, ¿el camino sinuoso
y ligeramente descendente aunque con otras alternativas?, o por el
contrario, ¿el recto y fácil de recorrer sin huecos alternativos?
Aunque fuese de mayor complejidad, entre todos acordaron tomar el
camino de la derecha, ya que disponía de mayores posibilidades de
encontrar alguna salida ante cualquier contratiempo. También
importante, fue el hecho de que el camino elegido era descendente,
ya que el poblado indígena que habían dejado atrás se encontraba
bastante más alto con respecto al nivel del bosque.
Convinieron ir por los túneles de mayor envergadura, más rápidos y
menos dificultoso de cruzar, pero también los que presentaran nuevas
arterias donde elegir.
Trascurrían ya varias horas caminando por aquellas tétricas galerías
subterráneas sin encontrar un destello de luz natural, y la moral
del grupo comenzaba a resentirse.
El miedo a no salir jamás
de la oscuridad, y sobre todo el hecho de sentirse enterrado en
vida, era suficiente motivo como para que la mente comenzara a jugar
malas pasadas. El cerebro se bloqueaba y no dejaba fluir las ideas
con normalidad. Una y otra vez, aparecían en sus mentes las imágenes
esqueléticas de aquellos nazis que perdieron su vida dentro, y que
Allan horas antes les mostró.
El oxígeno en aquellas
galerías era abundante, sin embargo, a sus pulmones parecían
faltarles el aire y comenzaban a respirar más rápidamente de lo
habitual; en consecuencia, el ritmo cardíaco aumentaba su velocidad
de bombeo. Eran los síntomas naturales de la fobia que, unos más que
otros, comenzaban a padecer.
Con esos síntomas transcurrieron varios minutos.
De modo que, en una zona
donde parecía ensancharse y la sensación de opresión se hacía algo
menor, decidieron descansar un poco. El suelo pétreo estaba frío,
aún así se dejaron caer sobre él. Eddie apagó la linterna, pero
Peter no soportó aquella tremenda angustia.
El efecto era como estar
encerrado dentro de la versión más pequeña de una muñeca matrioska.
—Por favor Eddie,
necesito algo de luz —resollaba Peter, haciendo revotar su eco
entre las estrechas paredes, que mas que cansado estaba agobiado
por la situación.
—La dejaré encendida mientras nos recuperamos.
Nadie se atrevía a decir
nada. Los rostros eran de lógica preocupación.
La escasa luz de la
linterna era suficiente como para proyectar sus propias imágenes en
la arriscada pared de la cavidad, escenificando figuras
fantasmagóricas.
—No os preocupéis
chicos, saldremos de esta —intentaba animar a sus compañeros
Marvin.
Pero el resultado no fue
el esperado. Las cuerdas vocales estaban agarrotadas.
En aquella situación no
cabía conversación alguna. Solo los malos presagios parecían hacerse
hueco y meter baza entre las neuronas de sus cerebros.
Para colmo, la luz de la linterna comenzó a debilitarse por
momentos, hasta que dejó de funcionar, parecía como si un mal
augurio les hubiese visitado en aquel instante. Inmediatamente,
Peter encendió la suya. Después de todo, aún le quedaban tres, pero
debían darse prisa en encontrar una salida, si no querían caminar a
tientas durante el resto de la búsqueda; aquel pensamiento colectivo
sugestionó al grupo aún más.
Durante un minuto recuperaron el aliento sentados alrededor de la
linterna, su único rayo de luz, la luz de la esperanza, la que debía
ayudarlos a salir de aquel oscuro laberinto subterráneo.
De repente, justo antes de que Eddie ordenara continuar, el eco
lejano de un espantoso gruñido salió de las profundidades de las
galerías que habían dejado atrás. Toda la piel se les erizó en un
segundo, y un tremendo escalofrío les recorrió todo el cuerpo hasta
llegar a la coronilla. De un salto se incorporaron y salieron
corriendo sin rumbo detrás de Peter, que fue el primero en agarrar
la linterna.
Ya no era una simple
sugestión, sino el puro terror impregnado en sus mentes. Corrían sin
saber a dónde dirigirse, solo los guiaba la extrema voluntad de
sobrevivir y el pánico producido por aquellos alaridos diabólicos.
Uno de los Dracontes había conseguido dar con el rastro, y se
aproximaba velozmente hacia ellos. Éste no necesitaba luz para
desplazarse por las tinieblas. Disponía de unos ojos especiales que
podían ver en la oscuridad, una especie de visión nocturna que
poseen algunos animales, pero en este caso aún más potente y
mortífera.
El ser estaba preparado y
entrenado para rastrear visualmente todos los ADN programados e
inyectados en una cavidad cerebral previamente diseñada. Un arma
biológica creada por la organización secreta, y destinada para uso
terrorista y militar. Al parecer, había conseguido acceder por
alguna de las muchas entradas exteriores del macizo rocoso.
El grupo corría despavorido y sin parar. Eddie indicó a sus
compañeros que lo mejor sería tomar por una gruta pequeña, donde la
enorme bestia tuviera dificultad en atravesar. Combinado con el
sonido hueco que hacían al correr sus botas, volvieron a escuchar el
quejido de aquella horrible bestia.
Por momentos el Draconte les ganaba terreno. El sobrecogedor eco de
los potentes gruñidos se hacía cada vez más nítido. Escasos cien
metros lo separaba de conseguir su funesto objetivo, que no era otro
que acabar con las vidas de los cuatro expedicionarios. Su increíble
envergadura de más de dos metros y medio, lo obligaba a ir encorvado
por la mayoría de los túneles.
No obstante, eso no
evitaba que se desplazase a una tremenda velocidad, puesto que podía
ayudarse de sus garras superiores apoyándose en las abruptas
paredes, dejando caer tras él trozos de rocas como si fuesen de
mantequilla.
Mientras se precipitaban por las estrechas galerías, el sudor
comenzaba a correrles por todo el cuerpo. La angustia de sentir de
cerca al monstruo se hacía cada vez más espantosa.
Encontraron una entrada
aún más pequeña, donde ellos mismos tenían que ir inclinados para
evitar tropezar en la parte superior de la gruta. De dimensiones
suficientes como para que una persona pudiese entrar con relativa
dificultad. Al menos aquello incrementaría las posibilidades de
supervivencia intentando hacer aminorar la velocidad del Draconte.
Desesperadamente, consiguieron acceder los cuatro por el nuevo
pasadizo rocoso, justo cuando la bestia llegó a él, y enfurecida aún
más por el oportuno estrechamiento, soltó un tremendo rugido que les
atravesó como puñales los tímpanos.
Tan solo diez metros les
separó de una muerte terrible y segura. Sin embargo, ellos
continuaron sin mirar atrás. El Draconte no se rindió y medio
arrastrándose se hizo paso a una velocidad inferior. Comenzaron a
tomarle algunos metros de ventaja, pero no suficientes como para
sentirse liberados de su aterrador perseguidor.
De forma inesperada, la
galería empezó a estrecharse cada vez más y a descender
progresivamente. En un principio, su estrechez les obligó a
desplazarse a gatas pero, la continua disminución de las dimensiones
les hizo que tuviesen que ir arrastrándose por el pasaje. Eddie
cedió el paso a sus compañeros para quedarse el último, y Peter se
puso el primero alumbrando con la linterna.
El Draconte, pacientemente continuaba avanzando.
A veces, de su garganta
salía la articulación de un extraño sonido. Parecía querer decir que
tarde o temprano iba a cumplir con su objetivo. De nuevo, comenzó a
restar distancia entre ellos, y los cuatro percibían su aliento tan
de cerca que solo los separaban siete metros. Incluso ya podían oler
su espantoso hedor; nada antes experimentado por ellos podía
compararse con aquella terrorífica situación.
Por aquel estrecho hueco, continuaban arrastrándose cada vez con
mayor dificultad, intentando aprovechar, por muy pequeña que fuese,
cualquier oportunidad de supervivencia.
Sus cuerpos empezaban a
sufrir diversas rozaduras y contusiones, pero el dolor físico no era
comparable con el terror que padecían. Las mochilas ya rozaban en el
techo, por lo que tuvieron que quitársela para empujarlas hacia
adelante.
La bestia seguía ganando distancia, hasta el punto de estar a solo
un metro de los pies de Eddie. Éste, aterrado, gritaba con
desesperación a sus compañeros para que fuesen más deprisa.
Convulsivamente, sacudía sus piernas intentado golpear con fuerza
las terribles garras del Draconte; percibía su aliento ronco y
pestilente justo detrás de él.
Un segundo después, mientras avanzaban unos metros, comenzaron a
notar cierta humedad en la superficie rocosa. Peter, continuaba sin
desfallecer, los demás le seguían, y el Draconte ya arañaba con sus
potentes garras las botas del agonizante Eddie. La humedad se hacía
cada vez más presente, hasta llegar a producir pequeños hilos de
agua que caían por las paredes para seguir el mismo recorrido que
ellos.
Eddie seguía
defendiéndose como podía sacudiendo fuertemente sus piernas e
intentando encogerlas lo máximo posible para no ser destrozadas por
los zarpazos de la bestia.
Súbitamente, a la altura de Peter, se produjo un fuerte crujido, y
por momentos, las rocas comenzaron a resquebrajarse. Peter y Norman
sentían a su alrededor como se movía todo, al mismo tiempo que
experimentaron una extraña sensación de confusión y perdida de
estabilidad.
De repente, se produjo un
espantoso estruendo, y cayeron al oscuro vacío. Durante dos
segundos, Marvin quedó aturdido con medio cuerpo fuera del abismo,
hasta que el trozo resquebrajado en que estaba apoyado se deshizo e
irremediablemente cayó también.
En total oscuridad, Eddie, perplejo, ignoraba por completo lo que
había ocurrido. Solo escuchó en la lejanía los gritos de sus
compañeros al caer, junto con un profundo chapoteo de agua; quince
metros agonizantes de caída libre, hasta llegar a la superficie de
una gran poza natural.
Eddie continuaba defendiéndose de la agresión de la bestia, ésta
parecía estancarse en la estrecha gruta y su avance era de mayor
dificultad. Alargaba su largo brazo escamoso mientras arañaba la
superficie rocosa para intentar atraparlo. Desde abajo, los tres aún
aturdidos por la caída pero conscientes del peligro en el que se
encontraba Eddie, comenzaron a gritar el nombre de su compañero.
Temían lo peor.
—¡Salta Eddie!,
¡salta! —gritaban desesperadamente.
Alentado por las voces
lejanas sus compañeros, Eddie continuó arrastrándose unos
centímetros más hasta conseguir llegar al borde agrietado del hueco
producido por el desplome.
Sin duda, lanzarse al
vacío de manera consciente era una cosa muy distinta a caer
totalmente desprevenido. Sin embargo, el jadeo ronco de la bestia y
el sonido que hacían sus garras al arañar las rocas hicieron que no
se lo pensara dos veces y, al fin, saltó al oscuro abismo.
El Draconte quedó obturado en la gruta sin poder continuar; el mismo
derrumbe lo había atrapado aún más. Un fuerte rugido de impotencia y
rabia que retumbó en toda la caverna hizo confirmar que había
perdido la batalla.
Los cuatro pudieron salir del agua ayudados por los escasos rayos de
luz de la linterna que, afortunadamente, Peter no soltó en la caída.
Extenuados y expeliendo el agua de los pulmones quedaron tendidos
sobre la abrupta orilla.
Sus cuerpos aún
temblaban, aunque no precisamente de estar empapados de agua.
31 - Unidas en la
desesperación
Boston
(Massachusetts)
Ángela citó en su casa a Kat y a su amiga Mary.
Kat se mostraba muy abatida por el trágico suceso de la mañana.
Aún no podía creer lo que
había ocurrido, sin embargo, sacó fuerzas de donde no las tenía para
contar toda la conversación que mantuvo ella y su padre adoptivo con
el malogrado ex-agente Irving Weiss.
—¿Crees que fue
intencionado? —preguntaba preocupada Ángela.
—Por supuesto, no fue un accidente como quieren hacer creer en
las noticias
—dijo Kat muy segura de sí misma—. Irving caminaba por la acera
cuando el automóvil lo invistió.
—¿Nadie pudo ver su matrícula? —quiso saber Mary.
—No, justo en aquel momento no había nadie por la avenida. El
conductor del auto se dio a la fuga.
—Pobre hombre —expresó afligida Ángela.
—Estoy segura que lo esperaron a la salida del parque. De alguna
manera supieron que nos revelaría alguna información. Él mismo
nos advirtió — concluyó lamentándose con la mirada perdida.
—Pero… eso quiere decir… que las tres estamos en peligro —dijo
con la voz temblorosa Mary.
—Así es —afirmó Kat—. Además, pienso que pueden estar
vigilándonos.
—Creo que no debemos separarnos durante algún tiempo —propuso
Ángela.
Justo en ese instante,
Lisa, la hija de Ángela, asustada y abrazada a su peluche, corría
gritando hacia el salón, donde ellas estaban reunidas alrededor de
una pequeña mesa de centro.
—¡Mamá!, ¡mamá! Hay
un hombre muy raro dentro de un coche negro. Las tres se miraron
atemorizadas.
De repente, el automóvil
estacionado frente a su casa arrancó derrapando sus ruedas.
Y alarmadas corrieron
hacia la ventana sin conseguir ver quiénes eran.
—Quizá haya sido tan
solo una advertencia —dijo Kat mientras sujetaba la persiana—.
Conozco esta forma de actuar, es típica de la mafia. Te asustan
para que no sigas removiendo la mierda.
—No tengo ninguna gana de quedarme sola en casa. Creo que tenéis
que considerar mi propuesta —expresó Ángela—. Mi casa es lo
suficientemente grande para las cuatro. Tengo alimentos al menos
para un mes.
—Tú sabes lo miedosa que soy, así que yo acepto —dijo Mary—.
Aunque la ropa…
—No es un problema —continuó Ángela—. Tengo vestuario suficiente
para las tres. Nuestras tallas deben ser muy parecidas. Quizá
para Kat tendré que buscar alguna cosa de cuando yo hacía
escalada con Eddie —sonrió Ángela—. Ya se sabe, cuando se tienen
hijos la cintura no es la misma.
—No digas tonterías Ángela —dijo Mary—, sigues estando
fenomenal.
—Yo con un par de pantalones y camisetas me conformo —indicó Kat.
En ese momento sonó el
teléfono, las tres se miraron de inmediato y, con algo de recelo,
Ángela se dirigió a cogerlo.
—Sí, dígame.
—¿Es la casa de Ángela?
—Sí soy yo. ¿Qué desea?
—¿Qué tal, Ángela? Soy Elías, el padre de Kat. ¿Se puede poner
al teléfono?
—Hola Elías, lamento mucho lo de su amigo.
—Gracias.
—En seguida le paso.
Kat miró extrañada a
Ángela y cogió el aparato.
—¡Padre! ¿Ocurre
algo? —preguntó preocupada—. ¿Cómo sabías que estaba en casa de
Ángela?
—Me lo imaginé. Bueno, ahora eso no es lo importante. Me acaban
de llamar de las altas esferas, gente con cargos que ni yo mismo
sabía que existían. Han dejado claro que si persisto en las
investigaciones sobre los expedicionarios, podría tener
consecuencias, muy graves, y no solo yo. Así que por el bien de
todos dejaré de indagar, y tú debes hacer lo mismo. Sabes lo
mucho que te quiero y jamás me perdonaría que te hicieran daño.
—Sí, por favor papá, déjalo todo como está. Irving y tú erais
muy buenos amigos y por mi culpa lo han matado.
—No pienses más en ello. Nadie ha tenido la culpa, además fui yo
quien contactó con él —dijo tranquilizándola, aunque preocupado
por la situación—. Ahora quiero que tengas especial cuidado con
cualquier movimiento que realices. Incluso a la hora de salir a
comprar el pan. Hija, te conozco demasiado bien y sé que eres
tan obstinada como tu padre. Por favor, déjalo todo como está y
olvídate de este asunto.
—No te preocupes, haré lo que me dices —tranquilizó ella.
Se despidieron y Kat
colgó el teléfono.
Aunque Elías escuchó en boca de su querida hijastra lo que quería
oír, quedó tremendamente angustiado por ella.
Kat, después de colgar, se dirigió ensimismada nuevamente a la
ventana y, tras desplazar la persiana, volvió a mirar al exterior
para comprobar si había alguien vigilando la casa.
Durante unos minutos, ninguna de las tres se atrevía a pronunciar
una sola palabra. No obstante, unidas en un mismo lugar se sentían
algo más seguras, aunque muy preocupadas por lo que les pudiera
suceder a sus compañeros sentimentales.
Mientras tanto, con la típica inocencia de una niña de seis años,
Lisa jugaba sobre el sofá con su peluche marrón, ajena a todo lo que
acontecía a su alrededor.
32 - Atrapados entre las oscuras y frías paredes de la agonía
Apertura Polar
Sur "El Anillo"
Era una gran caverna abovedada, más o menos circular, de unos
cincuenta metros en su diagonal más larga. En las zonas más bajas su
altura era de quince metros, y unos veinte en la más alta,
coincidiendo ésta justo por donde se precipitaron.
Peter, aún tendido, dirigió el foco de luz de la linterna hacia esa
zona de la bóveda, y observó que levemente continuaba cayendo unas
gotas de agua sobre la poza natural donde afortunadamente cayeron.
Su forma era casi redondeada, de unos quince pasos de longitud en la
parte más alargada.
Después, inclinó un poco
su espalda y comenzó a alumbrar el resto de las abruptas paredes. Se
incorporó completamente y después de caminar unos pasos en círculo
se dejó caer de rodillas; una risa nerviosa se apoderó de él al
comprobar que no existía ningún hueco para salir de allí.
El eco de sus carcajadas
retumbaba por todos los recovecos de la bóveda.
Sus compañeros, sorprendidos por la actuación casi teatral de Peter,
fueron incorporándose poco a poco evidenciando por ellos mismos la
trágica situación en la que se encontraban.
La segunda linterna comenzó a parpadear hasta agotarse. Los cuatro
quedaron sentados y agotados tanto física como moralmente. No
sobraban fuerzas para pensar en nada, solo podían dejarse llevar por
la terrible desesperanza mientras se sabían atrapados en una burbuja
subterránea de sólida roca. La resignación no debía formar parte del
plan. Había que pensar en algo.
Pero la terrible
oscuridad no dejaba que fluyeran las ideas con normalidad; la mente
quedó bloqueada por el desasosiego. Ahora, el pánico no era porque
una terrible bestia les perseguía, sino porque dentro de algún sitio
sin salida y totalmente a oscuras, parecía que estuviesen en las
mismísimas fauces de un gigantesco monstruo.
Sin embargo, aunque no percibían el terror físico tan cercano como
antes, éste, como si de una niebla espesa y oscura se tratase, se
aproximaba lentamente y sin pausa hacia ellos. Pues, ¿qué mayor
terror existía que una muerte lenta y segura?
En este caso, el abandonarse a las garras de la agonía no era lo
mejor.
Eddie se levantó de un
salto y cogió la tercera linterna y, exhaustivamente, examinó cada
rincón de la caverna; pero no encontró una miserable grieta por
donde escapar. Todo el esfuerzo por huir del Draconte había sido en
vano, solo habrían conseguido demorar la muerte unos días más,
incluso podían ser semanas, ya que al menos, agua no les iba a
faltar.
Eddie se negaba a creer que ese iba a ser el final del recorrido,
que él y sus compañeros morirían encerrados en aquel lúgubre y
oscuro sitio.
"¿Por qué tuve que
escoger aquella galería?" pensó.
Miró hacia el hueco de la
bóveda, pero estaba demasiado alto como para alcanzarlo de alguna
forma.
Obstinado, volvió a examinarlo todo y, gracias a eso, en una zona
del techo, comprobó que había unas vetas más oscuras, muchas de
ellas vacías.
Alumbró justo debajo y,
esparramadas por el suelo, vio varios trozos de raíces fosilizadas,
casi transformadas en carbón por el paso del tiempo; el propio
movimiento de las placas tectónicas habría hecho posible que
llegasen hasta allí.
—¡Chicos¡ ¡Ayudadme!
—el eco rebotó por toda la galería—. Tenemos que coger todas
estas raíces y amontonarlas en ese otro sitio. Intentaremos
encender un fuego con ellas.
—¡No podemos hacer eso! —interrumpió Peter—. Acabaremos
asfixiados por el humo y el propio fuego consumiría todo el
oxígeno de la cueva.
—El humo se irá por el hueco de arriba —apuntó Marvin—. No habrá
ningún problema.
—El efecto chimenea no es posible en este lugar, para eso sería
necesario una entrada de aire en la zona inferior. En pocos
minutos, el humo se concentrará en toda la cueva y moriremos por
inhalación de monóxido de carbono —explicó el científico.
—Lo sé Peter. Pero no queda otra que arriesgarnos —dijo
convencido Eddie
—Si conseguimos encender un fuego, el movimiento del humo nos
podría advertir de una posible corriente de aire.
—Y así averiguar dónde existe un resquicio para intentar
abrirnos paso por él —añadía Norman.
—Así es —asintió Eddie.
Peter miró fascinado a
Eddie por la maravillosa reflexión, e inmediatamente comenzó a
amontonar los trozos de raíces descompuestos.
Así lo hicieron todos. Al menos, tenían bastante combustible fósil
para mantener el fuego encendido varios días. En primer lugar,
separaron todas las raíces más pequeñas y podridas para
desmenuzarlas.
Éstas servirían de chasca
para ayudarles a prender la primera llama. No tardaron mucho en
conseguirlo. Los fragmentos más pequeños amontonados fueron
suficientes para que la chispa prendiera con relativa facilidad.
Añadieron varios trozos pequeños, y éstos consiguieron encenderse
rápidamente.
Después, poco a poco,
fueron incorporando los pedazos más grandes.
Al fin, la luz se abrió paso en la oscuridad. De manera
extraordinaria toda la caverna comenzó a tener otro aspecto, y las
llamas del fuego la iluminaron sin necesidad de utilizar las
linternas. La moral del grupo se restableció considerablemente.
Aunque aún quedaba lo más esencial sin duda ese fue un paso
importante.
Se sentaron alrededor del fuego y pusieron la ropa a secar.
La temperatura ambiente de la cueva era bastante agradable, no hacía
ni frío ni calor. Pero las cálidas llamas del fuego les daba un plus
de tranquilidad y motivación para continuar luchando por sobrevivir.
Abrieron las bolsitas de piel que Nainsa, amablemente, antes de que
abandonaran el poblado, les preparó con diversas semillas de frutos
secos, raíces y tallos comestibles, y las dosificaron y repartieron
a partes iguales. Para no morir de hambre, tenían suficiente
alimento para casi una semana; una raíz, un tallo comestible y cinco
semillas de frutos secos diarias para cada uno. El agua no era un
problema.
No era demasiado abundante el humo que salía del fuego, pero fue lo
suficiente como para observar que se esfumaba rápidamente por el
hueco del techo dejado por ellos al caer.
Las raíces descompuestas
que se desprendieron de la bóveda habían dejado un pequeño resquicio
lo suficientemente grande como para que un hilo de aire corriera
hacia dentro, consiguiendo de esta forma hacer de tiro para los
gases. Con resignación, comprobaron que aquellas minúsculas grietas
eran igualmente inalcanzables para ellos.
La amargura y el desánimo
volvieron a hacerse presente en el grupo.
—¡Jamás saldremos de
aquí! —dijo consternado Peter, meneando la cabeza.
—No digas eso. Ya se nos ocurrirá algo —tranquilizaba Norman.
Eddie, aunque no estaba
seguro de que pudiera funcionar, extrajo de las mochilas todas las
cuerdas de escalada que lograron recuperar de la balsa cuando ésta
se despeñó por la catarata, y que sirvieron de amarres para su
fabricación.
Por sus compañeros y
también por él mismo, tenía que intentar hacer algo.
Comprobó que las cuerdas,
o lo que quedaba de ellas, estaban en muy malas condiciones;
deshilachadas y bastante desgastadas por el roce de la embarcación.
Su experiencia como escalador le decía que era casi imposible, pero
no se conformó, su obstinación era más fuerte, e intentó hacer una
prueba de resistencia en la pared. La sujetó a un gancho que
previamente clavó en la roca a un par de metros de altura, para
comprobar que aguantase el peso de su cuerpo. Efectivamente, sus
malos presagios se hicieron realidad.
La cuerda iba cediendo
hasta romperse.
Después de aquella tentativa, los rostros se vinieron aún más abajo.
—Tomemos nuestra
porción individual de alimento—sugirió Eddie disimulando su
consternación—. Seguro que con el estomago lleno y un buen
descanso nos ayudará a pensar en algo.
Después, sobre las
mochilas, se echaron alrededor de un fuego tranquilizador, aunque
igualmente inquietante; su único gran aliado en aquella desgraciada
situación.
El crujir de las llamas,
junto con el eco armonioso producido por las gotas de agua que
besaban la poza pausadamente, hizo de la resignada relajación un
profundo sueño.
33 - Nos vigilan
Boston
(Massachusetts)
En casa de Ángela, a primeras horas de la tarde, también se
respiraba una tensa preocupación.
De sus compañeros aún no
habían recibido noticias, quizás para ellas era lo mejor. Se sentían
vigiladas y forzadas a una reclusión. Una situación incómoda que les
hacía estar en alerta permanente.
Ángela subió al piso superior, a su habitación. Era una casa
bastante amplia, de dos niveles. La planta alta disponía de cuatro
grandes habitaciones, dos de ellas estaban en desuso, aunque
completamente amuebladas y en perfecto estado para las visitas. Las
examinó por si faltaba algo y abrió sus grandes ventanales de par en
par para airearlas; los rayos del Sol entraron hasta el fondo.
Volvió a su dormitorio,
era el más grande de la vivienda, con un baño completo y un gran
vestuario en su interior. De los muebles comenzó a sacar prendas de
vestir, toallas y varias mantas para repartirlas en cada una de las
habitaciones en las que se instalarían su amiga Mary y Kat.
Con nostalgia, se detuvo
a mirar una cajita que Eddie tenía sobre una balda del armario,
donde coleccionaba todo tipo de pequeños objetos inservibles; le
gustaba conservar cualquier cosa que consideraba importante o
guardara algún recuerdo sentimental: tickets, notas, conchas de mar,
monedas de otros países, algunas semillas de árboles, o incluso
pequeñas piedras con formas extrañas de los muchos viajes por el
mundo que realizó con Ángela.
No pudo resistirse en
cogerla y se la llevó a los pies de la cama, donde se sentó y la
abrió con delicadeza.
Le atormentaba pensar que
algo le pudiera pasar a su marido, e intentaba contrarrestar cada
pensamiento negativo que recorría por su mente con bonitos recuerdos
de las muchas experiencias que vivieron juntos.
"No se atreverá a
dejarme sola" meditaba mientras sacaba algunos de los objetos
del interior de la caja, haciéndole rememorar momentos
inolvidables.
De todos ellos, le llamó
especial atención uno en particular; era un trozo de papel doblado
puesto bajo una mariquita de metal; el misterioso autómata que el
Doctor regaló a Eddie. Sin embargo, solo sintió curiosidad por lo
que pudiese contener aquella nota; no era otra cosa que el nombre y
la dirección del Doctor Clarence Sandoval.
"¡Este fue el hombre
que le ofreció el empleo!" recordó sorprendida y con rabia.
Arrugó el papel con
fuerza en el interior de su mano y volvió a poner la cajita en su
sitio.
Y bajó rápidamente las escaleras.
—¡Chicas, tengo la
dirección del hombre que les contrató!— exclamó entrando al
salón.
—¿Dirección…? —preguntó desconcertada Mary.
—Sí. Es el hombre que lo llamó por teléfono, y tengo su
dirección.
—¿Insinúas en querer hacerle una visita? —preguntó sorprendida
Mary— ¿No será demasiado peligroso?
—Desde luego —apuntó Kat—. Sería como entrar en la cueva del
oso.
—Es posible, pero… si le preguntamos qué es lo que está
ocurriendo a lo mejor nos da alguna información. Él es el
principal responsable de todo esto, y tendrá que darnos algunas
explicaciones —manifestó indignada Ángela.
—Quizás tengas razón —dijo Mary—, al menos que nos asegure si
ellos se encuentran bien.
—No parece mala idea —comentó Kat—. Al fin y al cabo, solo vamos
a preguntar por ellos. ¿Qué puede haber de malo en eso? —aunque
por una parte Kat sabía del peligro que conllevaba, por otra se
alegró que sus compañeras decidieran hacerlo. Su naturaleza le
negaba a quedarse de brazos cruzados.
Antes de salir, Kat quiso
recorrer todas las habitaciones de la casa, para desde las ventanas,
de forma sigilosa, comprobar que no había nadie vigilando desde el
exterior.
Todo parecía tranquilo y
normal en un día frío aunque soleado.
Ángela dejaría a la pequeña Lisa con sus abuelos maternos, que
vivían dos manzanas más abajo. La niña estaría más segura con ellos,
y ella misma se sentiría más tranquila sabiéndolo, mientras
investigaba sobre el estado de su marido.
Las tres cruzaron la calle de manera acuciada, y se dirigieron al
automóvil que Kat estacionó justo en frente cuando llegó, era un
precioso Chevrolet Sedán del 51, de color granate. Que no hubiese
nadie vigilándolas por los alrededores les hizo sentirse más
seguras; era un tranquilo barrio residencial, de lujosas casas
unifamiliares, rodeadas de jardín propio. Subieron al coche, y Kat
arrancó.
Mientras conducía por las avenidas de la ciudad, todas las miradas,
por muy normales que fuesen, eran siempre sospechosas para ellas;
sentían la extraña sensación de estar siempre observadas por
alguien. Cualquier señal, gesto o manifestación extraña por parte de
algún individuo era motivo de tensión y angustia.
Para llegar a la dirección que estaba escrita en la nota, tuvieron
que atravesar toda la ciudad. La oficina del Doctor Clarence se
encontraba casi a las afueras, en un antiguo edificio en propiedad,
donde igualmente vivía, aunque solitario, sin familia a la que
cuidar o que lo cuidasen, excepto con Jim el mayordomo. Sus salidas
eran siempre por motivos profesionales, y raramente se encontraba
fuera de casa.
Kat no se atrevió a entrar al parking exterior del edificio, por lo
que estacionó su Chevrolet fuera del recinto, junto al acceso
principal de la propiedad. Con relativa calma, comprobó que disponía
de su pistola en el interior de su chaqueta, la cogió y comenzó a
recargarla.
Desde el asiento de
atrás, a Mary le empezaban a temblar las piernas, y Ángela, que se
encontraba en el asiento del copiloto, la observaba intranquila;
jamás habían estado en una situación parecida ninguna de las dos, y
aquel tenso ambiente les producía un cierto espanto.
—Si lo preferís,
podéis quedaros dentro del vehículo —dijo Kat al verlas algo
violentadas por la situación.
—De eso ni hablar, quiero entrar también —declaró Ángela—. Mary,
quédate tú si quieres.
—¿Yo…? ¿Aquí…? ¿Sola…? —su cara descompuesta lo decía todo. No
iba a quedarse de ninguna de las maneras.
Dejaron atrás el arco
grande cuyo desvío a la derecha accedía al parking exterior.
Pero otro pequeño camino
peatonal atravesaba directamente el cuidado y hermoso jardín, y
llegaba justo a la entrada principal de la mansión.
Curiosamente, la puerta se encontraba entreabierta. Desconcertada,
Kat miró a sus compañeras. Percibía que algo no andaba bien y sacó
su pistola tomándola fuertemente entre las manos.
De forma sigilosa,
entraron al gran recibidor, miraron en derredor, y de repente, se
sobresaltaron al escuchar un extraño sollozo, seguido de un lamento
con murmullos entrecortados que parecía provenir de la planta alta.
Atemorizadas, subieron muy despacio por las amplias escaleras de
caracol hasta el distribuidor, y una de las puertas de enfrente
estaba abierta por completo; el lamento parecía salir de allí.
Kat agarró bien su
pistola y se dispuso a entrar. Justo en el lado derecho del
escritorio, vio tendido en el suelo a un hombre mayor algo
rechoncho, con el rostro empapado en sangre. Una bala parecía
haberle atravesado el cerebro. Sin embargo, aún estaba con vida, y
Jim, su inseparable mayordomo, con lágrimas en los ojos, le sujetaba
la cabeza.
Inmediatamente, Kat guardó su pistola y se presentó como policía.
Mary cogió el teléfono y llamó directamente a la ambulancia.
—¿Eres… Ángela…?
—preguntó con la respiración ahogada el Doctor Clarence.
—No, soy Kat. No se esfuerce hablando. Pronto llegará la
ambulancia.
—Yo soy Ángela —dijo inclinándose y cogiéndole del brazo.
—Su ma…ri…do…, dí…gale que lo sien…to —entrecortaba sus palabras
el Doctor.
—No se preocupe ahora por eso —lo tranquilizó apretándole la
mano.
—El… inteee… intee… riorrr… —decía asfixiándose mientras las
tres se miraban desalentadas—. Tiiiee… rraaa… —hacía pausas
intentado recuperar el poco aliento que le quedaba—. Eee… llooos…
De manera agonizante,
estas fueron las últimas palabras del Doctor Clarence; después,
exhaló su último suspiro, como si saliera toda su alma por la boca,
momento en que Ángela notó su mano aflojarse.
El mayordomo desconsolado, no dejaba de sujetarle la cabeza que se
desplomaba entre sus brazos. Fueron muchos años de su vida
sirviéndole y entre ellos siempre existió cierta confianza y respeto
mutuo.
Con lágrimas en los ojos
y totalmente afligido exclamó:
—¡Entraron unos
hombres vestidos de negro y le dispararon sin más!
Una vez que Kat cooperó
con los agentes de policía en el informe de lo sucedido, y tras
algunos minutos de interrogación, las tres, destrozadas, regresaron
a casa.
Sus últimas palabras las trastornaron muy profundamente, no
consiguieron entender lo que el Doctor Clarence quiso decirles antes
de morir.
Aunque lo que
verdaderamente les aterrorizaba era el hecho de que los asesinos se
adelantaran a su movimiento.
—¿Cómo es posible que
consiguieran saber que íbamos a visitarle?— preguntó ensimismada
Kat.
—¿Y si fuese eso…? Quiero decir que… lo que el Doctor pretendía
decirnos era precisamente el motivo de que ellos se nos
adelantaran —explicaba Mary.
—¿Intentas decir que ellos sabían de antemano lo que el Doctor
iba a revelarnos y por eso acabaron con su vida? —cuestionó
Ángela.
—¿Por qué no?
—Puede tener sentido —apuntó Kat—, y ahora que lo pienso, quizás
ocurriese algo similar con el asesinato del ex agente Irving. Es
probable que utilicen algún tipo de dispositivo con el que oír
conversaciones a distancia. En la agencia donde trabajo he oído
que lo usan para el espionaje.
—Me gustan las novelas policíacas —decía Mary—, y según cuentan
en ellas, ponen cerca pequeños micrófonos para escuchar las
conversaciones privadas.
Ángela se aterrorizó
al oír eso y, nerviosamente, comenzó a dirigir su mirada por
todo el salón. Puso su dedo índice sobre sus labios, y preguntó
susurrando:
—¿Han podido entrar en mi casa para instalar algún dispositivo?
—Pudiera ser —asintió de la misma forma Kat—. Con tu permiso,
deberíamos examinar todos los rincones de la casa —le dijo al
oído.
Durante más de dos horas,
las tres comenzaron a rebuscar desesperadamente por todas las
dependencias; bajo la mesa, en los cajones de los muebles, en el
interior del sofá, camas, detrás de los cuadros…
No dejaron un solo sitio
donde escrutar con esmero; sin embargo, incomprensiblemente, y para
sorpresa de ellas, el resultado fue negativo.
—Quizá fuesen meras
casualidades y nosotras llegáramos justo en el momento del
crimen —explicó Ángela.
—No sé, algo no me cuadra —dudaba Kat—. Han sido tantas
coincidencias en tan poco tiempo… —aún tenía en mente el
asesinato del ex agente Irving Weiss.
—Recuerdo que el Doctor dijo algo sobre… ¿tierra? —expuso Mary—.
¿Qué querría decir con eso?
Todo era bastante
confuso, además de sobrecogedor para ellas. Cualquier movimiento que
realizaban era precedido por un terrible asesinato. Las ideas se
iban agotando, e ignoraban qué hacer para averiguar la verdad sobre
ello.
Mientras tanto, las preguntas sin respuestas eran cada vez más
numerosas, y martilleaban una y otra vez sus cabezas: realmente,
¿por qué fueron enviados a la Antártida? ¿Qué debían encontrar allí?
¿Por qué había gente a la que no le interesaba que se supiera?
¿Qué existía detrás tan
importante, y con tanto misterio, como para que incluso fuesen
sacrificadas vidas humanas?
34 - Una gota de esperanza
Apertura Polar
Sur "El Anillo"
Eddie despertó sobresaltado y sudoroso. Incorporó su espalda y miró
aterrorizado a su alrededor.
Había tenido una terrible
pesadilla, pero al fijar su vista en las oscuras paredes, comprobó
angustiado que en realidad aún estaba allí.
"No puede ser" pensó.
"No quiero morir aquí dentro. Tengo por delante una vida
maravillosa con mi esposa e hija. Por favor, Dios, ¡ayúdame!"
continuaba meditando.
Eddie no era en absoluto
religioso, pero en su estado de impotencia y desconsuelo imploraba
la ayuda a lo más divino.
Se levantó y, mientras el resto continuaba durmiendo, volvió a
examinar palmo a palmo toda la cueva: pequeñas grietas en las
paredes, cualquier diferencia de tonalidad de las rocas, por muy
pequeña que esta fuera, tipos de rugosidad, incluso las olía para
intentar encontrar algún atisbo de esperanza.
Pasaba sus manos por
todos los rincones y salientes intentando localizar en vano una
puerta secreta. Con otro trozo de roca puntiaguda rascaba algunas
grietas, pero no conseguía absolutamente nada, las paredes parecían
herméticas e infranqueables.
Una burbuja pétrea, que
con el paso del tiempo la naturaleza se había encargado de crear, y
que parecía haber estado esperando la desgraciada visita del grupo
de exploradores, para servirles de eterno sepulcro, como si del
interior de una pirámide egipcia se tratase.
Desconsolado, miraba hacia arriba y observaba cómo el humo del
fuego, ayudado por alguna pequeña corriente de aire, se deslizaba
suave hacia el hueco por donde cayeron al vacío.
"Si al menos
pudiéramos conseguir llegar allí" se dijo.
Pero la gran distancia
que lo separaba del suelo lo hacía prácticamente imposible; para
colmo, las cuerdas no estaban en condiciones para aguantar el peso
de un cuerpo, ni tan siquiera el de Peter, el menos robusto de los
cuatro.
Al fin, se dio por vencido y observó como el fuego se estaba
debilitando, se dirigió al montón de leña y puso varias raíces sobre
el mismo. Con desánimo, casi derrotista, verificó que las raíces
fosilizadas se consumían antes de lo previsto. Al avivar la hoguera,
los chasquidos de las llamas hicieron despertar al resto.
Nadie tenía ganas de conversar, ni siquiera el mismísimo Marvin. Los
rostros alicaídos lo decían todo.
—¿Nos mostrará alguna
información el plano que nos dio Izaicha? — preguntó Peter
después de frotarse los ojos.
Aquella parecía la mejor
de las ideas, pues era la única. Se miraron con expectación, e
impacientes esperaban a que Peter extrajera el plano de la mochila.
Cualquier pequeña idea servía para alentarlos, por muy baladí que
ésta fuese.
Éste, desdobló con cuidado el plano casi transparente y medio
engomado al tacto. En el suelo, completamente desplegado, como por
arte de magia se activó de forma automática, presentando la apertura
polar, y un punto rojo intermitente en donde se encontraban ellos.
Peter, pulsó levemente
sobre la señal, y la escala gráfica aumentó varias veces. Sin duda,
muy lejos de la superficie curvada que dibujaba la apertura polar
sur, y sin nada alrededor que ofreciera un camino a seguir o posible
salida alternativa. Desgraciadamente, el plano solo estaba concebido
para el recorrido sobre la superficie, y no así para el interior de
las cavernas.
Entonces, la desesperación del grupo aumentó considerablemente. El
plano no servía de gran ayuda. Pasaban las horas y el fuego
continuaba engullendo raíces rápidamente.
Sabían que en pocas horas
la oscuridad sería nuevamente su compañera, algo terrible para sus
mermados pensamientos. Aunque ya importaba poco, puesto que la
resignación a morir lentamente allí dentro era cada vez mayor;
encriptados y abandonados en vida, en un espacio vacío creado por la
naturaleza y sabiendo con certeza que nadie vendría a socorrerlos.
Peter, comenzaba a mostrar signos de impotencia con ataques de
pánico, se desplazaba por la cueva de un lado a otro como si la
locura se hubiese apoderado de él. Comenzó a gritar auxilio
desesperadamente.
Marvin, que pareció
afectarle también el estado de su amigo, se incorporó para gritar al
mismo tiempo. Ambos, parecían dos maniáticos compulsivos encerrados
en una celda especial para criminales psicópatas. Albergaban la
mínima esperanza de que alguien podría oírles.
Nada más lejos de la
realidad, puesto que se encontraban a cuatrocientos metros bajo
tierra y a más de ocho kilómetros del poblado.
En aquellos momentos, casi deseaban haber perecido en las garras de
aquella bestia.
"¡Al menos no
hubiésemos sufrido tanto!" maldijo Marvin, escuchando su propio
eco.
Nada consiguieron al
gritar, pues solo estaban ellos y las rocas que parecían abrazarlos
dulcemente con eterna paciencia.
Norman se dirigió a la poza de agua y se refrescó la cara y el
cuello. Enojado, agarró una gran piedra y con toda su fuerza y rabia
la tiró contra la apertura del techo, "¡maldita sea!" gritó. La
piedra rebotó por las paredes del hueco, e hizo que se desplomase
otro trozo del mismo, cayendo los restos de rocas sobre la poza de
agua.
Norman, desahogado,
anduvo sobre sus pasos y se volvió a sentar alrededor del fuego.
—No soporto más esta
situación. Quiero ser el primero en morir —dijo delirando Marvin
mientras sujetaba por la zona cortante su machete,
ofreciéndoselo a Norman—. De esta forma padeceremos menos.
—No podemos hacer eso —se negó Norman—. ¿Quién diablos acabará
con el último?
—Lo echaremos a suerte —le contestó.
El pánico a una muerte
lenta les estaba afectando y sus pensamientos comenzaban a tener
síntomas de desvarío.
Eddie, abstraído en sus pensamientos, e intentando no escuchar las
dolorosas sugerencias de sus compañeros, observaba pacientemente las
ondas de agua sobre la poza, provocadas por el pequeño derrumbe.
Segundos más tarde, la
superficie se estabilizó y volvió a la normalidad con el continuo
goteo de agua; fue precisamente esto, como el ave fénix, lo que hizo
surgir de la nada una reflexión a Eddie. Hasta que, la pequeña gota
de agua que continuaba cayendo desde arriba, volvió a tener el
protagonismo del escenario sobrecogedor.
Esto hizo iluminar por un instante el rostro de Eddie.
—Peter —llamó la
atención a éste—. ¿Crees que esa gota de agua llevará mucho
tiempo cayendo sobre la poza?
—Supongo que sí —afirmó con desgana—. Llevará desde los
comienzos de la Tierra. Imagínate…
—¿Cuánto tiempo crees que sería necesario para inundar toda esta
caverna? —volvió a indagar.
—¡Puf! Muchísimo —contestó mientras sacaba su libreta de
apuntes—. Ahora mismo te lo calculo.
Solo unos segundos le
bastó al científico para decir el resultado exacto:
—Teniendo en cuenta
las dimensiones de la cueva y la frecuencia de, aproximadamente,
dos gotas por segundo, calculo que, para llenarla por completo
de agua se necesitaría unos nueve mil quinientos años —explicó
mientras repasaba sus resultados en la libreta.
—Lo que quiere decir que… —pensaba en voz alta Eddie mientras
los demás lo miraban con cierta expectación— si tenemos en
cuenta que el planeta tiene unos cuatro mil quinientos millones
de años, justo en estos momentos la cueva debería estar llena de
agua a rebosar —concluyó con cara de satisfacción.
—Pudiera ser que la cueva se formase mucho después —objetó
Peter.
—De acuerdo. Dejemos entonces una cifra que sea considerable
para la formación de la corteza terrestre; como los volcanes,
placas tectónicas y demás fenómenos geológicos —expuso
entusiasmado Eddie.
Marvin y Norman no
entendían nada en absoluto, y Peter aún no sabía a dónde quería
llegar Eddie con sus conjeturas.
—¿Qué te parece
cuatro mil millones de años? —continuaba explicando—. Todavía
nos quedaría quinientos millones de años, frente a los
insignificantes nueve mil quinientos años que según tus cálculos
harían falta para inundarla por completo. Como puedes comprobar,
es una cifra más que suficiente como para que estuviese llena de
agua hace muchísimo tiempo.
—¿Estás tratando de decir que el agua de la poza se está
filtrando por algún sitio? —preguntaba sorprendido Peter por la
brillante reflexión de su compañero.
Eddie se limitó a mover
la cabeza afirmando su postura.
El resto de compañeros
comenzaron a excitarse por la posibilidad de salir con vida de allí.
Todos apoyaban la idea y clamaban al cielo para que aquello fuera
posible. Una nueva motivación les hizo levantar el ánimo perdido
entre aquellas pétreas paredes.
Eddie se deshizo por completo de la ropa dejándose puesto tan solo
los calzoncillos de algodón, cuya pernera le cubría los muslos. Tomó
una linterna y el trozo más grande de cuerda de escalada que aún les
quedaba; uno de los extremos se lo ató a su cintura y el otro se lo
confió a Marvin.
La cuerda, aunque para la escalada estaba en malas condiciones,
serviría perfectamente para las pretensiones que Eddie tenía en
mente, pues la resistencia bajo el agua disminuía hasta una décima
parte.
—Cuando tire dos
veces de la cuerda me sacáis de inmediato —explicó Eddie—. Si
tiro una sola vez, es que todo va bien.
—No te preocupes, lo hemos entendido —dijo Marvin.
Con la linterna en la
mano se acercó a la poza y rodeando su orilla la iluminó hasta dar
con una zona donde el acceso fuese más cómodo. Introdujo el pié
derecho en el agua y éste se cubrió hasta casi la rodilla.
Por suerte, el agua no
estaba demasiado fría, tan solo a unos grados por debajo de la
temperatura ambiente de la cámara. Comprobó que era una zona
escalonada hasta que ya no sintió nada donde apoyar sus pies;
inspiró fuertemente y soltó el aire varias veces para acostumbrar
los pulmones a una dilatación mayor, y con una inspiración más
profunda que las anteriores, después de despedirse con un gesto de
mano, se sumergió de golpe.
Desde la orilla, Marvin iba soltando la cuerda a medida que Eddie se
adentraba en las profundidades. Alrededor de la poza, los cuatro se
quedaron expectantes ante la inminente posibilidad de una buena
noticia.
Descendió cinco metros hasta conseguir llegar al fondo. En una
primera vista y ayudándose de la luz de la linterna, examinó los
alrededores del interior de la poza, comprobando lo escarpado de sus
paredes. La zona inferior se ensanchaba bastante, más de lo que era
realmente en su superficie; tenía una forma similar a la de una
vasija de barro. En el fondo vio, partida en varios trozos, una gran
estalactita esculpida por la gota durante un largo periodo de
tiempo, junto a ella yacían los restos de las rocas desprendidas por
ellos al desplomarse al vacío.
La preparación física de Eddie hacía que dispusiera de un volumen
pulmonar bastante amplio, por lo que podía estar buceando algo más
de tres minutos. Sus compañeros se impacientaban, pero para
tranquilizarlos, cada poco, contestaba con un tirón de cuerda.
Justo en el último momento, antes de emerger hacia la superficie,
memorizó todos los recovecos y salientes del fondo. Parecía tener
claro dónde iba a dirigirse de manera directa en su próxima
inmersión.
A la señal establecida, Marvin tiró de la cuerda hasta que lo sacó
de las profundidades, y Eddie tomó con anhelo una gran bocanada de
aire. Sus pulmones aún no estaban adaptados en aquella primera
inmersión. Sin embargo, pensó que lo importante era examinar
aquellas zonas donde hubiese posibilidades de la existencia de algún
hueco.
Con el recorrido ya
estudiado, en las siguientes inmersiones le resultaría más fácil y
rápido avanzar.
—Chicos, la cavidad
del fondo es enorme —dijo mientras recuperaba el aliento—. Aún
no he visto nada, necesito sumergirme de nuevo.
Después de unos segundos
recuperándose, volvió a coger aire y se hundió en el agua.
Esta vez, sin perder una
sola molécula de oxígeno, se dirigió directo a la izquierda, justo
donde en la primera inmersión pudo memorizar un enorme saliente de
roca; pero éste no parecía tocar el fondo. De modo que buceó hasta
allí, soltando de vez en cuando un poco de aire por la nariz. Y
efectivamente, ayudado por relieve abrupto, se deslizó con las manos
hasta encontrar un hueco.
Se detuvo e iluminó los
alrededores comprobando que no existía más alternativa que esa. No
le quedaba mucho más tiempo, pero pensó que si se adentraba lo
suficiente podría examinar su interior; así que tiró una vez de la
cuerda y soltó unas cuantas burbujas por la nariz para
inmediatamente después acceder por la abertura. Era un pasadizo
angosto y quebrado que parecía no tener fin. Deseaba continuar
examinándolo, pero pronto sus pulmones comenzarían a fallar, sabía
que debía dejar alguna reserva para regresar con garantías.
Pero justo cuando se
disponía a realizar la señal para que Marvin lo sacase de las
profundidades, vislumbró al fondo del pasadizo una especie de
bifurcación de galerías.
"¿Cómo podría llegar
hasta allí?" pensó.
La idea le surgió de
inmediato, cuando tiró dos veces de la cuerda. Marvin desde arriba
comenzó a tirar a toda prisa. La idea de la cuerda funcionaba, ya
que a Eddie le ayudaba a estar más tiempo sumergido sin necesidad de
gastar energías ni oxigeno para volver.
Después de expulsar un poco de agua, y de recobrar la respiración
normal, los compañeros oían expectantes sus explicaciones de lo que
vio en el pasadizo, y cómo habría que hacer para llegar lo más
rápido posible a esa bifurcación.
—Cogeremos todos los
trozos de cuerdas que tengamos y los uniremos — explicaba
mientras frotaba sus manos alrededor del fuego—. Esta vez me
llevaré varios ganchos y el piolet. Engancharé la cuerda en
varios tramos del recorrido hasta conseguir llegar a la
ramificación. De esta forma podré desplazarme bastante más
rápido y el esfuerzo será mínimo.
—¿Y cómo sabremos si te ocurre algo? —preguntó Marvin.
—No me ocurrirá nada —dijo muy seguro de sí mismo.
Ahora ya no podrían notar
la señal, puesto que la cuerda sería destinada para otra cosa.
Después de varias agotadoras inmersiones, Eddie logró sujetar la
cuerda tal y como dijo; hasta llegar a la bifurcación, fue clavando
los ganchos en grietas más blandas de la roca y pasando la cuerda
por ellos.
Solo en algunos casos,
cuando observaba algún peligro de que la cuerda se rompiese por el
desgaste, amarraba ésta a los propios ganchos; de esa forma, evitaba
poner en riesgo todo el recorrido. En el pasadizo instaló la cuerda
por el suelo, de modo que fuese mucho más cómodo y veloz avanzar por
él.
Esta vez, con la ingeniosa idea de la cuerda, tan solo invertiría un
tercio de tiempo buceando hasta la bifurcación, punto en donde el
recorrido se dividía en tres diferentes e inquietantes itinerarios.
Debía examinarlos a fondo con la esperanza de encontrar una salida,
pues de ello dependía su vida y la de sus compañeros, que esperaban
impacientes en la orilla de la poza para ver aparecer a Eddie con
buenas noticias.
Exploró el primero que tenía a su izquierda; el acceso era bastante
cómodo y su recorrido tan solo constaba de tres metros, pero en el
extremo no observó salida alguna. Su descarte fue inmediato.
Rápidamente, soltando
unas burbujas de aire se dirigió al, inmediatamente posterior,
segundo hueco; éste pasadizo era más angosto y curvado, por lo que
dificultaba a la hora de bucear por él; aunque aquello, lejos de ser
un problema, era un punto a favor para avanzar más rápido, pues los
riscos y salientes del mismo le servían de gran ayuda al impulsarse
sobre ellos.
Eddie continuó
adentrándose, pero lo sinuoso del pasadizo impedía ver más allá de
dos metros. Decidió dar media vuelta y aprovechar la reserva
pulmonar para explorar el tercer itinerario. Tenía la esperanza de
que quizás éste último tuviese una salida cercana. Soltó un poco de
aire y se deslizó a través de él.
Aunque también muy
estrecho era más recto que el anterior. Cinco metros fueron tan solo
los que tuvo que bucear para dar con una poza muy similar, aunque
bastante más pequeña. Iluminó la parte de arriba y, a través de la
lente que produce el agua en su capa superficial, comprobó con
júbilo que al otro lado al fin aparecía un espacio vacío. Alentado
por haber encontrado la salida, dio varias brazadas con fuerza y
emergió animosamente hacia la superficie.
Se sentó en un saliente de la roca mientras cogía aire.
Y luego examinó la cueva
minuciosamente, pero por desgracia nada parecía indicar la
existencia de una salida. La cueva no era como imaginaba, era
igualmente otra pequeña burbuja de aire de unos tres o cuatro metros
de diámetro. Su entusiasmo se frustró rápidamente. Decepcionado en
ese momento, pensó que debía volver, ya que sus compañeros estarían
muy preocupados por la tardanza; habían pasado algo más de cinco
minutos desde que se zambulló por última vez.
Se dirigió veloz hacia ellos, y Norman, el más preparado de los tres
en cuanto a inmersiones, estaba en la orilla a punto de saltar al
agua cuando Eddie asomó por la superficie.
—¡Dios mío Eddie! Nos
has preocupado —exclamó Marvin desde arriba.
—Perdonad chicos. He encontrado otra poza con una pequeña cueva
en su superficie, pero nada que nos pueda dar una salida por
ahora.
Los rostros volvieron a
mostrar notables signos de preocupación. La idea de perecer
irremediablemente allí dentro retomó su cauce inicial.
Desmoralizados, se
sentaron alrededor de la poza.
—La buena noticia
—dijo para levantar el ánimo— es que esa pequeña cueva me ha de
servir de bombona de oxígeno para explorar más en profundidad
una galería que no pude completar antes —explicó, lejos de
mostrarse derrotista ante sus compañeros.
—Está bien, pero esta vez iré contigo —sugirió Norman. Eddie
aceptó la propuesta.
Norman terminó de
desnudarse, cogió la última linterna, y con un cinturón se sujetó el
piolet al cuerpo.
Siguió a Eddie hasta la poza pequeña. Allí, en la superficie, y con
la ayuda de la herramienta, comenzó a picar las grietas de la cueva
con la esperanza de encontrar una salida.
Mientras tanto, Eddie se dirigió hacia la galería que faltaba por
examinar al completo.
La proximidad de la cueva pequeña le facilitaba enormemente la
exploración, ya que podría adentrarse a mucha más distancia.
Buceó durante al menos treinta y cinco metros por la galería de
paredes estrechas y retorcidas. Había tramos en los que debido a lo
apretados que eran, la escasa maniobrabilidad dificultaba
enormemente su recorrido. Incluso hubo momentos en que llegó a temer
quedar atrapado en medio de algún pasaje.
No obstante, y a pesar de
que el desánimo aumentaba al comprobar que no aparecía ninguna señal
de salida, Eddie continuaba adentrándose en las tinieblas. Su
resistencia pulmonar casi había llegado a su mitad. Si no quería
morir asfixiado, sabía que muy pronto tendría que regresar a la
cueva pequeña, donde le esperaba Norman. Justo en ese momento le
inundó la nostalgia. Y de inmediato, un conflicto interno se apoderó
de él: si regresaba sin solución alguna, no habría esperanza de
sobrevivir para nadie, y tarde o temprano todos morirían lentamente.
Si continuaba buceando
corría el riesgo de no encontrar nada y de consumir el resto de
oxigeno de sus pulmones y, en consecuencia, perecer asfixiado en el
recorrido de vuelta, sepultado para siempre en una recóndita
galería. Morir de todas formas, ¿ahora o después?
Este era su gran dilema.
Sin embargo, la opción
más optimista era poder descubrir una salida y llegar hasta ella:
"¿qué posibilidades
tendría de encontrarla?" se preguntaba. "Pero… si no lo intento
no lo sabré nunca" el diálogo con su conciencia era el más
profundo que jamás había tenido en su vida, y que ahora el
destino se habría encargado de brindarle la oportunidad de poder
experimentar.
En ese momento, con el
contundente coraje que sólo aparece cuando estamos ante el borde del
precipicio, surgieron en su mente los recuerdos de las últimas
palabras de Izaicha; éstas se quedarían grabadas para los restos:
"Siempre que tengáis
que tomar alguna decisión, recordad buscar en vuestro interior".
Esta frase le llegó con
tremenda energía al corazón, y desde ese momento tuvo claro qué
tenía que hacer: por su familia y sus compañeros debía continuar,
aunque para ello las probabilidades de seguir con vida fueran las
mínimas.
Con arrojo, y ya sin ningún temor por lo que pudiera pasar, continuó
adelante.
El diálogo mantenido con
su conciencia le ofreció la paz y tranquilidad suficiente de estar
haciendo lo correcto. En un espacio tan corto de tiempo, conteniendo
la respiración en unas galerías inundadas bajo las mismísimas
entrañas de la Tierra, se había encontrado cara a cara con él mismo.
Fuera lo que fuera lo que ocurriese, desde ese instante Eddie
dejaría de ser la misma persona.
La abnegación le fluía por todo su ser mientras avanzaba por lo que
parecía la arteria oscura de un dragón. El esfuerzo llegaba poco a
poco a su extremo, del mismo modo que sus pulmones iban anunciando
de su pronta necesidad de oxigeno. Eddie continuaba ayudándose de
las manos, éstas, a menudo, se intercambiaban la linterna para
deslizarse con mayor velocidad. También, cuando aprovechaba algún
saliente de la estrecha galería, hacía uso de los pies para tomar
mayor impulso.
El desconsuelo iba apoderándose de él, pues bien sabía que, justo
llegado a este punto, no había ninguna posibilidad de retorno.
Mientras avanzaba, ya lentamente y sin esperanzas, como rayos
comenzaron a pasar por su cabeza infinidad de recuerdos; pensó en su
familia, en su querida hija y su amada esposa, y en sus compañeros
que lo esperaban atrás ávidos de buenas noticias.
Pequeñas gotas de agua
salada escaparon de su lagrimal, pero éstas no tendrían contacto
alguno con su rostro, pues se desvanecieron como por arte de magia
en el agua cristalina de la oscura galería.
Después, pasaría a un
estado de pánico, ya que solo le restaba unos segundos de contención
respiratoria para después encontrarse con una terrible muerte.
En una de las veces que alargó la mano que sujetaba la linterna, y
justo cuando ya se daba por vencido, percibió al fondo de un recodo,
una gradación de colores diferente. La luz de la linterna se
proyectó por las paredes rocosas, y la propia agua hizo de aumento
para volver a las retinas de Eddie; pareciera tener un ángel
acompañándolo.
Aún ya tragando agua, no tardaría ni tres segundos en llegar al
recodo, y ver con júbilo una gran masa de agua donde las paredes
casi se perdían de vista. Emergió precipitadamente un par de metros
y, al fin, la recompensa de una gran bocanada de oxigeno volvió a
ofrecerle la vida.
Una gigantesca bóveda como la de una catedral gótica le daba la
bienvenida.
Enormes estalactitas y estalagmitas decoraban el inmenso salón. Sin
duda, un diseño de la naturaleza digno de admiración. Debido a su
grandiosidad, la luz de la linterna no llegaba a iluminar las
paredes.
Eddie lleno de felicidad trepó por la orilla, y no tardó en
comprobar las diferentes posibilidades que existía. En otro momento
habría contemplado estupefacto el espectáculo que le rodeaba. Pero
en ese instante lo verdaderamente importante para él eran las
numerosas grietas y aperturas de todos los tamaños que daban paso a
diversas galerías.
Tras recuperarse, ni un solo segundo perdió en volver presto y veloz
a la cueva en la que Norman, angustiado, lo esperaba impaciente.
35 - La visita sorpresa
Boston
(Massachusetts)
A través de las calles de la ciudad, la tarde iba desvaneciéndose
entre suaves velos de tinieblas, dando lugar a la noche que
comenzaba a abrirse paso en el horizonte opuesto al sol. Las farolas
prendían progresivamente creando un halo de humedad a su alrededor.
Desde el exterior, el salón de la casa de Ángela se vislumbraba
iluminado. En su interior, las tres mujeres continuaban
atormentadas, sin saber qué hacer, solo su acompañamiento les
producía cierto consuelo. Por temor a escuchar lo que no desearían
jamás, intentaban evitar ver los noticiarios de la televisión,
limitándose a conversar entre ellas de cosas sin importancia.
Ángela, un momento antes, y como si su instinto le advirtiese de
algo, estuvo durante unos minutos con un episodio de ansiedad; su
cuerpo sudaba más de lo normal, y el corazón le palpitaba a cien.
Su órgano sentimental
parecía advertirle del peligro que en ese mismo instante estaba
corriendo su marido. Sin embargo, en ese momento, ella no quiso
decir nada, no deseaba mostrar su debilidad a las demás, y mantuvo
el tipo como buenamente pudo hasta que hubo controlado sus miedos.
De repente, en el exterior se escuchó cerrarse la puerta de un
automóvil. Ángela y Mary se miraron atemorizadas. Kat agarró su
pistola y corrió hacia la ventana, y oculta tras las rendijas de la
persiana, observó un vehículo aparcado frente a la casa. Un hombre
alto con sombrero y gabardina oscura se dirigía misterioso hacia la
puerta; parecía consultar una nota cerciorándose de la dirección
correcta. Con cierto descaro, miraba a su alrededor.
Durante unos segundos,
paró de caminar, pero luego continuó su marcha parsimoniosa hacia la
entrada principal. Kat intentó ver su rostro, pero no lo consiguió;
el sombrero bien encajado, las prominentes solapas de la gabardina
que casi cubrían buena parte de su cabeza, junto a la oscuridad ya
instalada de una noche cerrada y fría, lo evitaron. Al fin continuó
dando unos pasos hacia el descansillo de la puerta, hasta que el
ángulo de visión y el propio tabique del pequeño porche hicieron que
Kat lo perdiera de vista.
De inmediato, ésta señaló
a las demás que no hicieran ruido. Durante unos interminables
segundos aguardaron el sonido del timbre. Despacio, y casi de
puntillas, Kat se dirigió hacia el recibidor con la pistola entre
sus manos. De la misma forma, la siguieron Ángela y Mary, que tras
ella manifestaban su terror con los rostros desencajados.
Al fin, el misterioso individuo, y como si pretendiera dar un punto
de más intriga a la escena, en lugar de tocar el timbre, con los
nudillos golpeó lentamente tres veces la puerta.
A todas les comenzó a acelerar el pulso, mientras se dirigían una
inquietante mirada. Kat se aproximó sigilosamente a la puerta y miró
por la mirilla; era un hombre alto, de mediana edad y su rostro
tenía aspecto europeo.
Con la mano, Kat les
indicó que se quedaran rezagadas. Muy despacio, y casi sin hacer
ruido puso la cadena, y después, entreabrió la puerta.
—Buenas noches, ¿qué
desea? —preguntó casi sin asomar su rostro por el hueco dejado.
—Hola, soy amigo de Eddie Barnes —dijo con un extraño acento
alemán— ¿Es usted su esposa?
—No, no lo soy. En estos momentos, la señora Barnes no se
encuentra en casa.
—¿Sería usted tan amable de darle una nota de mi parte? Por
favor. — preguntó educadamente al tiempo que cogía una pequeña
libreta del bolsillo de la gabardina. En ella apuntó algo.
Después arrancó el trozó y se lo entregó a Kat por el estrecho
hueco.
Kat aceptó el recado, y
el hombre se despidió con un simple, gracias, alejándose lentamente
hacia su automóvil.
Cuando cerró la puerta, Kat leyó la nota y preguntó a Ángela:
—¿Conoces a alguien
que se llame A10?
Inmediatamente, Ángela se
dirigió hacia la puerta, la abrió y comenzó a llamar al hombre
corriendo en su encuentro; éste se disponía a arrancar el coche.
—¡Señor soy Ángela,
la esposa de Eddie! —gritó casi sin aliento.
Ella recordó al instante
el nombre de A10. Su marido, cuando lo hubo visitado a instancia del
Doctor Clarence, le contó sobre su extraña experiencia en la
Antártida.
En seguida lo invitó a pasar a su casa. Aunque desconfiaba de su
presencia, no parecía ofensivo. "Quizás él nos pueda ayudar" pensó
Ángela.
A10 era un hombre bien parecido, de unos cincuenta y cinco años de
edad,
delgado y bastante alto. Ojos negros al igual que su cabello, algo
ondulado y peinado hacia la derecha. Aunque un poco arqueada, su
nariz no desencajaba entre los dos pómulos que resaltaban de su
aristado rostro.
Una vez sentados en el salón, Ángela le ofreció una copa. A10 se
negó tomando solo agua.
—Dígame, ¿para qué ha
venido? ¿Sabe usted algo de mi marido? — preguntaba impaciente
Ángela.
—No, desgraciadamente no sé mucho de su marido ni del resto del
grupo — dijo con su acento alemán, mientras, Mary y Kat se
cruzaron las miradas—. Vi la amañada y triste noticia en los
periódicos del asesinato del Doctor. Quiero que sepan que no se
trata de ajustes de cuentas como escriben en la prensa. Mis
contactos también me informaron sobre el sospechoso atropello de
un ex agente de los servicios de inteligencia del gobierno. Por
lo que he podido averiguar, las dos muertes están relacionadas
con el grupo expedicionario que dirige Eddie. Vine a informaros
en seguida que lo supe.
—Si, el ex agente fue íntimo amigo de mi padre adoptivo —explicó
Kat— Unos minutos antes de su trágica muerte tuvimos con él una
charla en privado.
—Lo siento. Esta gente está dispuesta a lo que sea con tal de
que la verdad no sea revelada. Además, deseo compartir algo muy
importante con vosotras, antes de que algo pueda sucederme.
—Por favor, cuéntenos. ¿Qué sabe usted de todo esto? ¿De qué
gente habla? —preguntaba Ángela.
—Se trata de una poderosa organización secreta a nivel mundial.
Ellos tienen el control de las instituciones y gobiernos de todo
el mundo. Utilizan el miedo como forma de coaccionar,
mintiéndonos bajo dominación sin que seamos conscientes de ello.
Disponen del poder financiero para manipular todos los medios
que estén a su alcance.
—¿Los gobiernos no tienen la suficiente capacidad para acabar
con ellos? — Ángela era inconsciente de su pregunta. Aún
incrédula de la información que A10 les estaba proporcionando.
—Amiga, los gobiernos son fácilmente manipulables. Sé que todo
esto os parecerá increíble, pero es cuanto os puedo decir.
Prácticamente todos los líderes mundiales están situados en el
poder gracias a ellos. Ellos son simples títeres de la
organización.
Desconcertadas y algo
escépticas se miraban entre ellas. Solo Kat recordaba en sus
palabras la información transmitida por el desgraciado Irving.
Pero lejos de darse por escuchado, A10 continuaba explicándoles:
—La democracia ha
perdido su valor social. Nos hacen creer que disfrutamos de
libertad accediendo a las urnas, pero nada más lejos de la
realidad, amigas. Todo en este maldito mundo está amañado.
¿Individuos honrados?
Sí, los hay. Pero si en el camino que ellos marcan, en una
especie de agenda, se encuentran con alguno, nada más fácil que
la coacción con represalias, chantajes o amenazas, hacia él y su
familia, para hacerle parar sus intenciones morales o
patrióticas.
Y si el tipo es
obstinado, siempre les queda el último y más infalible recurso;
un accidente, atentado o algo que acabe con su vida. No hay nada
que ellos no puedan hacer —concluyó dando un sorbo de agua.
—Entonces… ¿el mundo está dirigido por ellos? —preguntó Kat.
—Así de triste es. Lo siento.
—Asesinaron al Doctor justo antes de que nosotras llegásemos
—expuso Ángela—. Y al parecer, la muerte del ex agente Irving
tuvo lugar en circunstancias similares, después de que hablara
con Kat y su padre. Sospechamos que pueden estar haciéndonos
escuchas.
—Es posible —apuntó.
—Hemos examinado toda la casa, pero no hemos encontrado nada
—explicó Kat.
—Debéis saber algo… —dijo mientras apoyaba su espalda sobre el
sofá—. Os aconsejo que antes de decidir algo trascendente
vigiléis los alrededores de la casa, ya que a cierta distancia
pueden leeros la mente —expuso mirando fijamente los rostros
confusos de las tres—. Quizá diez o quince metros sea la
distancia máxima con la que lo pueden lograr, no lo sé con
exactitud.
Sin embargo, conozco
cómo combatir esto; si disponéis de algo que os entretenga, o
simplemente os haga recordar un fragmento del pasado, eso creará
unos patrones de interferencias con lo que les será muy difícil
captar vuestros pensamientos.
Los instruyen
mentalmente. Disponen de instalaciones por todo el mundo para
este fin. También tienen bases subterráneas en las que realizan
experimentos científicos y tecnológicos muy por encima de lo que
cualquier persona pueda llegar a comprender.
—Pero… ¿qué tiene que ver la Antártida en todo esto? —inquirió
algo confusa Ángela, no creyendo del todo lo que decía A10.
—Cuando Eddie vino a visitarme, justo antes de partir para la
expedición, le conté solo una parte de lo que realmente sabía.
No quise revelarle todo el secreto, pues me hubiese tomado por
un excéntrico y jamás me habría creído. Debía dejar que él mismo
lo viera con sus propios ojos.
Quizá vosotras me
podáis creer, porque comenzáis a experimentar situaciones
extrañas. Pero, aún hay más. Todo esto es solo la punta del
iceberg. Veréis… realmente no he venido para contaros todo lo
anterior, sino lo que a continuación os será revelado: cómo ya
sabéis, la vida me cambió por completo al tener aquella
experiencia en la Antártida, cuando estaba aún sirviendo para
los nazis. Desde entonces, supe que mi vida la iba a dedicar a
descubrir la verdad.
Todo se ha encubierto
de manera que nuestra ignorancia es lo que a ellos les hace más
poderosos. Sé que para vosotras será muy duro escuchar lo que
voy a transmitiros. También lo fue para mí. Pero para eso me
encuentro aquí —expuso para después de una pausa decir —: no
estamos solos en el planeta.
En ese momento las tres
se miraron desconcertadas. No estaban seguras de haber oído bien
aquella última frase.
Kat fue valiente y no quiso andar con rodeos:
—¿Trata de decirnos
que existen los marcianos? —preguntaba con el rostro fruncido.
Kat comenzó a no tomarlo
en serio. Ángela y Mary empezaban a sospechar que estaban perdiendo
el tiempo, pues, ¿quién podía creerse una sola palabra de una
persona que había estado en el bando nazi y que parecía hablar como
un esquizofrénico?
A10 percibió el gesto escéptico en el rostro de las tres.
Aunque ya intuyó de
antemano que sus palabras no iban a ser del todo bien recibidas,
también supo que debía ser atrevido y exponerlas a toda costa.
—No he venido para
que me creáis —dijo antes de humedecer su garganta con un poco
de agua—. Mi intención es compartir con vosotras mis propias
experiencias y todos mis años de investigación.
—Pero… ¿por qué tiene usted tanto interés en contarnos todo
esto? No somos más que tres mujeres corrientes de ciudad —le
restaba importancia al asunto Ángela.
—Veréis, en el momento en que vuestros compañeros han llegado
dónde creo que han llegado, y han descubierto toda la verdad,
vuestras vidas dejan de ser corrientes. Si en estos momentos, y
ojalá no ocurriese, a ellos les pasara algo y no pudieran
cumplir con la misión que les ha sido asignada, sois vosotras
las que adoptáis una gran responsabilidad con el futuro de la
humanidad. Yo solo estoy aquí para informaros de esto, y haceros
comprender el importante papel que jugáis vosotras.
—¿Usted cree que pueden morir? —preguntó con preocupación
Ángela.
—No deseo dar falsas esperanzas, pero según mis cálculos, y aún
viendo que no ha salido publicada ninguna noticia al respecto,
creo que han podido escapar.
Aunque seguramente aún
les quede bastante por llegar a la zona segura.
Si recordáis el trágico
suceso ocurrido el año pasado a la anterior expedición, los medios
oficiales informaron rápidamente de su desaparición. En este caso,
me consta que el grupo de Eddie lleva bastante más tiempo que
aquellos pobres desgraciados.
Por lo que deduzco que
hasta ahora han conseguido sobrevivir.
—¿Y que se supone que
tenemos que hacer nosotras? —preguntó Mary, que hasta ese
momento estaba atónita escuchando toda la conversación.
—En estos momentos nada, simplemente manteneros con vida, y es
imprescindible que comencéis a abrir vuestras mentes. Si llegase
a ocurrir algo os mantendrán informadas.
—¿Quién nos mantendrán informadas? —cuestionó Kat, con cara
estupefacta y aún con cierta incredulidad de lo que estaba
escuchando.
—Ellos.
—¿Ellos?, ¿quiénes son ellos?
En ese momento A10 hizo
otra pausa más larga que la anterior, antes de sorber otro trago de
agua.
Reflexionaba en la manera
en que podía contarlo para que fuese más creíble.
—"Ellos…" desde que
tuve aquella experiencia, a menudo tienen contacto conmigo —dijo
muy pausadamente y con la mirada perdida—. La mayoría de las
veces lo hacen a través de los sueños. Son seres muy
evolucionados que viven en el interior de la Tierra.
—¿En el interior de la Tierra? —frunció el rostro Ángela.
—Comprendo que es lo más difícil de creer, pero así es. A lo
largo de todos estos años me han ido transmitiendo muchas cosas.
En todo momento, ellos saben quienes están preparados para
recibir cierta información y, al parecer, yo soy uno de ellos;
nuestra misión es transmitirla al resto. Solo desean apoyarnos
para que solo por nuestros medios podamos salir de esta falsa
realidad. Algo mucho más grande nos espera —concluyó aún
sabiendo que no lo creerían. Dejó con cuidado el vaso vacío de
agua sobre la mesita de centro, agarró su sombrero y lo puso
sobre sus rodillas.
—No entiendo nada —protestó Ángela un poco harta de toda la
conversación. Realmente creía que estaban hablando con un
perturbado mental —¿seres del interior de la tierra? ¿No
entiende usted que todo esto carece de sentido?
A10 se incorporó en ese
momento. Supo que su visita había concluido.
—De veras lamento que
sea de esta forma como os ha sido transmitido todo esto —se
disculpó A10—. No os puedo contar mucho más. Sin embargo, antes
de marcharme quiero que comprendáis una cosa: en cada uno de
nosotros está la llave que nos liberará de las cadenas —concluyó
para después hacer un gesto de despedida y dirigirse hacia la
salida solo.
"Organización secreta",
"seres de otros mundos y del interior de la Tierra", "liberación de
la humanidad"…, eran conceptos aún incomprensibles para ellas.
Una especie de estado de
shock unido a cierto escepticismo las dominaba, y A10 lo percibió
sobradamente. Pero había cumplido con su parte, que no era otra que
sembrar una semilla de conciencia en las tres mujeres. Era solo
cuestión de tiempo que, en forma de preguntas, comenzaran a germinar
en la profundidad de su alma.
Solo entonces, las
respuestas fluirían de manera natural, haciendo que el velo que
tenían ante sus ojos fuese cada vez más transparente, y
ofreciéndoles la gran oportunidad de ver más allá de él.
36 - Una misteriosa luz
Apertura Polar
Sur "El Anillo"
Tras recibir con gran entusiasmo la noticia, Norman acompañó a Eddie
hasta la cueva donde Peter y Marvin aún los esperaban preocupados;
pero aquella preocupación fue disuelta rápidamente cuando los vieron
aparecer.
El grupo volvió a respirar tranquilo sabiendo que no iban a ser
sepultados vivos, al menos allí.
Con ánimos enardecidos, todo fue preparado de inmediato para una
inmersión que les daría la oportunidad de seguir con vida y poder
así completar la misión.
Eddie ordenó abandonar
cualquier cosa inservible o innecesaria que contuviesen las
mochilas, ya que bajo el agua debían ir lo más ligero posible;
desecharon las dos linternas agotadas, los cuatro arneses y los
ganchos, puesto que ya no disponían de cuerda para utilizarlos,
también las brújulas, que además de continuar inservibles, podían
disponer del plano de Izaicha, por último comieron el resto de
alimento que les daría la fuerza necesaria para atravesar buceando
toda la galería.
Aunque las mochilas ya
eran en sí mismas impermeables, solo lograban resistir la humedad
que pudiera derivarse de la nieve o el hielo. De modo que, junto a
la indumentaria fueron introducidas en unas bolsas herméticas y
resistentes al agua que llevaban preparadas. De esta forma se
aseguraban que la ropa estuviese seca para después.
Desnudos, con las bolsas herméticas sujetadas a las espaldas y con
las dos últimas linternas en la mano, se sumergieron en las oscuras
y cristalinas aguas realizando la necesaria y vital parada
intermedia en la burbuja de aire que Eddie, afortunadamente,
descubrió en mitad del recorrido.
Gracias a este pequeño
habitáculo de aire que la providencia parecía haber puesto a su
disposición, tenían la posibilidad, en última instancia, de esquivar
una muerte terrible.
Una vez en la burbuja, Eddie se sumergió con Norman con el propósito
de indicarle con precisión cuál era el pasaje por donde, más tarde,
tendría que bucear con Marvin hasta llegar a la gran bóveda.
Después, instruyó a los tres de
cómo debían hacerlo. Todo tendría que realizarse con rapidez, puesto
que la distancia era algo justa para la resistencia pulmonar; y
cualquier retraso inoportuno dentro de la galería, por muy
insignificante que este fuese, podría dar lugar al ahogamiento.
Sujetas al pasadizo del tramo inicial, consiguieron dos trozos de
cuerdas de varios metros, y se lo ataron en parejas con nudos de
lazos, dejando cierta distancia entre ellos. De esa manera el
rezagado podría ser ayudado por su compañero tirando de la cuerda;
por el contrario, y en caso de extrema emergencia, advirtiendo de un
posible peligro de quedar ambos asfixiados, el primero con solo
deshacer fácilmente el lazo podría tristemente abandonar a su
compañero, sacrificando así la vida de éste.
Todo ello fue expuesto y explicado debidamente por Eddie, no sin
antes entrenarlos lo suficiente para que se familiarizaran con la
situación buceando varias veces.
Un entrenamiento
imprescindible para acostumbrar los músculos al esfuerzo, pero sobre
todo para que ampliasen su capacidad pulmonar. Eddie conocía la
tremenda dificultad de la empresa, pero conllevaba llegar hasta la
ansiada salida, y no deseaba dejar escapar ni un solo detalle. Las
vidas de sus amigos estaban en juego.
Al fin, inflando completamente los pulmones de aire, se sumergieron
todos. Eddie se hizo cargo de Peter, ya que era el de menor
resistencia pulmonar. Lo hizo en primera posición. A tan solo unos
metros por detrás, estaba Norman, que precedía a Marvin, ambos
también sujetos por otra cuerda.
Aunque buceaban con
entereza, la dificultad era extrema para los cuatro. Eddie tuvo que
usar varias veces la cuerda para ayudar a su compañero, pero gracias
al previo entrenamiento y a sus acertadas instrucciones, pudieron
llegar todos sanos y salvos a la gran cueva. No sin contar con los
apuros de Marvin y de Peter, ya que este último debió expulsar por
la boca varios litros de agua.
Abrazados, formaron una piña. Jamás se habían visto en una situación
tan desagradable. Ni tan siquiera la espantosa persecución del
Draconte era comparable con aquella agonía.
Mientras se sumían en una profunda calma emocional, las prendas
secas hicieron calentar sus cuerpos en seguida, traduciéndose en la
necesidad de un inmediato y necesario reposo.
Durante unos minutos apagaron las linternas y usaron las mochilas de
almohadas antes de decidir qué salida tomar, pues las había de todos
los tamaños posibles.
La cueva era inmensamente grande, similar a las dimensiones de un
campo de fútbol. Su contemplación sobrecogedora; una obra de arte
creada por el paso del tiempo y al antojo creativo de la mismísima
naturaleza.
De su colosal bóveda
colgaban, unas más que otras, infinidad de estalactitas, algunas
realmente enormes, haciendo formas tan hermosas que ni la mismísima
imaginación del hombre podría llegar a crear. En su proyección,
desde el suelo, como si quisieran fundirse en un eterno abrazo,
esperaban paciente sus hermanas las estalagmitas.
Las más antiguas
vinculaban sus almas para siempre hasta transformarse en bellas y
espectaculares columnas que parecían sostener la impresionante
bóveda. La reverberación del sonido en su interior creaba melodías
que se hubiera podido pensar que provenían de mundos celestiales.
Aseguraron cada uno de los sacos herméticos a las espaldas y, usando
solo una linterna, fueron explorando todo el contorno de la cueva.
La mayoría de las grietas o aberturas eran ciegas y no correspondían
a ninguna salida, solo formaban parte de la propia estructura
aleatoria. Otras tantas eran demasiado pequeñas y dificultosas de
traspasar. Finalmente, solo quedarían media docena de posibles
alternativas.
Eddie ordenó tomar la abertura por la que corriese más aire.
Pensaba que su recorrido
hacia la salida debería ser el más corto. Ésta correspondía a una
gran grieta en la pared pétrea en forma de triángulo, con más de
cuatro metros de altura en su vértice superior y tres metros de
ancha en su base. A través de ella corría una ligera brisa fresca
que les hacía recordar el exterior; la liberación de un tenebroso
mundo que les oprimía cada vez más.
Su interior caprichoso y escarpado daba lugar a que en ocasiones el
recorrido fuese algo accidentado; cambios de nivel que debían
afrontar e incluso peligrosos obstáculos que sortear. A veces
accedían a espacios tan amplios que dificultaba la tarea de tomar el
camino adecuado; enrevesadas pasarelas, algunas de ellas muy altas,
cruzaban lo que parecían grandes cúmulos de agua.
En otras sin embargo
percibían su profundidad infinita y seca al desprenderse algunos
riscos por donde pisaban. Estos tramos fueron los más embarazosos de
cruzar, puesto que la dificultad añadida de haber consumido la
tercera de las linternas se produjo precisamente en aquel momento.
No obstante, la mentalidad era muy distinta a la que tuvieron en
horas previas. Ahora eran libres de elegir el camino, antes solo les
esperaba la muerte.
Poco a poco y con la paciencia de un folívoro 9 iban
cubriendo todo el recorrido. Ya habían transcurrido dos horas y
media desde que abandonaron la gran bóveda.
De repente, Marvin percibió un aroma familiar; sin duda, era de
vegetación.
—¿Son ilusiones mías,
o huelo a bosque? —preguntó.
—¡Es cierto, yo también lo percibo! —exclamó Peter.
En la penumbra del chorro
de luz de la linterna, pudieron observar cómo el pasaje se
ensanchaba cada vez más, hasta acceder al interior de una pequeña
cueva de unos ocho metros de diámetro.
Ésta a su vez parecía
disponer de otra cavidad en su extremo opuesto. Eddie dirigió la luz
hacia ese punto, reparando que no era otro acceso más, sino el
ansiado paso a la libertad; al fin el gran bosque, oculto por una
noche cerrada y oscura, les daba la bienvenida.
Alzaron sus brazos y pudieron disfrutar del exterior, del
sentimiento de libertad, de la brisa fresca de la noche y de la
humedad del rocío en sus rostros. Aunque la oscuridad no les
permitía ver más allá de tres metros, sí percibían el sonido de la
naturaleza y sus olores característicos. Nunca antes habían valorado
tanto aquellas sensaciones, con frecuencia olvidadas por el ser
humano.
Eligieron una zona cómoda de la cueva y acumularon suficiente leña
para pasar la noche. El fuego calentó sus cuerpos y volvió a
ofrecerles abundante luz y tranquilidad. Recostados sobre las
mochilas masticaron varias de las raíces comestibles que pudieron
encontrar por los alrededores. Después durmieron hasta el amanecer,
no sin la debida y necesaria rotación de guardias.
Los primeros rayos de la mañana hicieron desaparecer una espesa
neblina. El Sol se acomodó justo delante de la cueva, en todo lo
alto. Sus rayos penetraron hasta el fondo, parecía de alguna manera
querer despertarlos.
Peter, como de costumbre,
se quedó completamente dormido en su guardia.
—¡Peter! —gritó
Marvin tirándole una ramita a la cara.
—¿Qué ocurre? ¿Qué ocurre? —preguntaba sobresaltado y frotándose
los ojos.
—¡Serás imbécil! ¡Te has quedado dormido! —exclamó sonriendo
Marvin.
—Lo siento. Solo han sido cinco minutos —dijo con los ojos
hinchados.
—¡Seguro que sí! Tus legañas lo demuestran —bromeaba Marvin
mientras Norman y Eddie se esperezaban.
—Debemos ponernos en marcha —ordenó Eddie una vez se incorporó.
Con las mochilas en las
espaldas y los machetes ajustados en la cintura, algo extraordinario
les aguardaba al salir de la cueva.
Un horizonte muy lejano
que pareciera volcarse hacia ellos se vislumbraba al fondo. Incluso
debían elevar sus rostros por encima de las copas de los árboles
para poder ver el contorno cóncavo del mismo.
Por un momento sintieron vértigo y falta de estabilidad, sensación
similar a la que se percibe cuando se está a los pies de un
rascacielos y se mira hacia arriba.
Era algo espectacular y al mismo extraordinario jamás visto antes
por el hombre. Se sentían como un minúsculo insecto dentro de un
enorme embudo. No daban crédito a lo que estaban viendo. Diversas
tonalidades de verdes, ocres y grises, con pequeñas manchas celestes
de las que a veces las unían unas arterias del mismo color,
presumiblemente los bosques, lagos y ríos, hacían la composición de
lo que ellos podían apreciar a esa distancia. Sin duda, toda una
hermosa representación artística y sobrecogedora a tener en cuenta
que no pareciera afectarle la gravedad.
Aunque tardaron en reaccionar ante la imponente vista,
inmediatamente repararon en que ellos también se encontraban en la
misma situación, pero al otro lado de aquella especie de embudo
natural. Cosa que les afectó de tal manera que sus estómagos se
revolvieron; Eddie y Peter, apoyados en los árboles que tenían
enfrente, comenzaron a vomitar los jugos gástricos.
Norman se volvió a la
pared rocosa agarrándose a ella como si se fuese a caer. Y por
último, Marvin se desplomó de rodilla con las manos sujetando el
suelo y mirando hacia abajo. La sensación de mareos y vértigos
continuó hasta casi dos horas después; no concluyó hasta que el
propio cuerpo y sentido de la visión fue estabilizándose y
acostumbrándose a una nueva percepción de la realidad.
Con el tiempo,
terminarían incorporando sus cuerpos mientras intentaban permanecer
en un estado casi normal.
—¡Oh, Dios, Izaicha
tenía razón! —dijo aún con el rostro descompuesto Eddie.
Ya no albergaban duda
alguna de que ella decía la verdad.
El plano marcaba su
posición a más de la mitad de la distancia de "El Anillo". Sin darse
cuenta, habían cubierto gran parte de su recorrido a través de las
galerías subterráneas, evitando así la peligrosa superficie
infectada, ahora, por los Dracontes.
Aún así, debían
apresurarse en llegar a la "Zona Oscura", que según les comunicó
Izaicha, era una zona segura para ellos. Un espacio donde la
organización secreta no estaba autorizada a acceder.
De los diez, ahora solo nueve Dracontes continuaban desperdigados
por el bosque, buscando incansablemente como perros de caza a su
presa. Uno de ellos, el que les acechó en las galerías subterráneas
no logró salir con vida, ya que en su empeño de abrirse paso por uno
de los estrechos pasadizos, provocaría con su tremenda fuerza un
derrumbamiento que le aplastó en el acto.
Cuando los cuatro hubieron estabilizado sus cuerpos, emprendieron la
marcha hasta dejar atrás la cueva.
Caminaban por la franja
trazada entre el bosque y el macizo rocoso, el cual mantenían a su
derecha. Se sentían más protegidos sabiendo que su flanco oriental
se encontraba asegurado de cualquier amenaza. De modo que, solo
tenían que vigilar el interior del bosque y su retaguardia, al
tiempo de estar bien atentos conforme iban avanzando.
Después de recorrer varios kilómetros comenzaron a acostumbrarse a
la nueva percepción visual. Las características de la zona hacía
bastante fácil caminar por ella, aunque su vegetación era rica, no
dificultaba el avance en absoluto.
—¡Hey! ¿Habéis visto
eso? —susurró Norman, mirando hacia el interior del bosque y
deteniendo la marcha de todos.
—¿Qué es? —preguntó Eddie.
—Nada, serán cosas mías —se disculpó sin darle mayor importancia
al tiempo que reanudaban la marcha.
Aún tenían el macizo
rocoso a su derecha, pero éste a medida que avanzaban iba
disminuyendo en volumen, por lo que pronto solo tendrían el bosque
como punto de referencia.
—¡Mirad allí!
—exclamó esta vez Peter, asustado y señalando hacia el interior
—¡es una luz! ¡Juro que he visto una luz!
—¡Es cierto! ¡Yo también la he visto! —apuntó Marvin.
—¿Cómo una especie de resplandor entre los árboles? —preguntó
Norman.
—Exactamente, algo semejante a eso —afirmó Peter. Marvin asintió
con la cabeza mientras seguía con su vista clavada en el
interior del bosque.
Eddie ordenó detener la
marcha de inmediato para intentar examinar los alrededores con los
prismáticos.
Pero no tuvo tiempo de
utilizarlos cuando una esfera de luz del tamaño de una pelota de
baloncesto se acercó a tan solo quince metros de donde estaban
ellos. Realizaba movimientos rápidos y en ángulo recto, casi
imperceptible para el ojo humano, y se desplazaba caprichosamente a
diferentes alturas.
A veces se colocaba sobre
sus cabezas, o bien a la altura de sus rostros, incluso a ras de
suelo. Pareciera que su interior lo habitara un ser travieso y
juguetón.
Cuando se hubo detenido por completo, a tan solo unos metros frente
a ellos, y mientras flotaba en el aire como si estuviese en el fondo
del mar, observaron que irradiaba un brillo blanquecino muy especial
que no llegaba a molestar la vista. Los cuatro quedaron sin saber
qué hacer, y aún menos que pensar, estupefactos por la aparición
ante ellos de algo que no podían describir con sus mentes lineales.
No sentían ningún temor,
pues no parecía peligrosa, si bien la situación les resultaba un
tanto violenta;
"¿cómo poder
comunicarse con algo que no tenía piernas o patas, ni tan
siquiera un rostro donde poder observar sus expresiones?"
pensaban todos.
Solo sus rápidos
movimientos hacia adelante y hacia atrás, daba la sensación de
querer comunicarse.
Sea lo que fuere mostraba
inteligencia.
—Creo que intenta
decirnos que la sigamos —interpretó Peter.
Todos dedujeron lo mismo
y con algo de inquietud decidieron seguir aquella extraña esfera de
luz.
De alguna manera supo que
el grupo había entendido el mensaje, y comenzó a desplazarse
suavemente hacia el interior del bosque. Ellos la acompañaban con
cierto recelo. En algunos puntos se detuvieron para estudiar su
reacción, pero ésta inmediatamente también se detenía paciente hasta
que volvían a caminar.
Así recorrieron varios kilómetros, hacia el interior, sorteando a
veces la espesa vegetación. El Sol, casi perpendicular, mantenía su
brillo mañanero, y en ocasiones se dejaba ver entre las espesas
ramas de los árboles. Toda clase de animales salían espantados al
paso del grupo; algunos antílopes, de aspecto similar a una gacela,
pero mucho más grande, fisgoneaban mientras rumiaban la hierba que
habían engullido minutos antes.
Al fin, llegaron a una especie de sendero que cruzaba el bosque y
que pareciera estar aguardándoles. Lo tomaron hacia su lado oriental
mientras continuaban tras la esfera de luz, ésta permanecía firme en
su enigmático propósito.
Ahora la espesura era menos densa y la dificultad se iba haciendo
cada vez menor, recorriendo así otros tantos kilómetros. El Sol, que
iba girando sobre sus cabezas, fue compañero inseparable todo el
camino.
Después, atravesaron lo que quedaba de bosque hasta entrar en una
inmensa llanura salpicada por algunos árboles. Era como una hermosa
alfombra verde pintada con algunos trazos de rojos, violetas y
amarillos; hierba fresca y diversos grupos de flores que campaban a
sus anchas parecían darles la bienvenida.
Frente a ellos pudieron
observar con claridad el mundo que pareciera caérseles encima; era
el otro lado cóncavo de la apertura polar sur, que a medida que se
adentraban iban dejando atrás el cielo para presenciar atónitos el
otro lado de "El Anillo"; tal y como sugería el plano de Izaicha.
37 - La guarida del
acantilado
Apertura Polar
Sur "El Anillo"
Aquella perspectiva surrealista de la apertura polar volvió a
removerles las entrañas al grupo. Marvin se encontraba realmente mal
y durante unos minutos tuvo que detener la marcha. La esfera de luz
que pareciera entender la situación, se solidarizó y pacientemente
esperaba unos metros más adelante.
Sus cuerpos no acabaron de acostumbrarse a aquella nueva percepción
de la realidad. Se sentían extraños y como fuera de lugar. No
conseguían comprender que les ocurría.
Al fondo de la llanura, donde observaron lo que parecía una especie
de bruma, se dirigía la esfera de luz.
Por un momento pensaron
en abandonarla, ya que a medida que avanzaban empeoraba gradualmente
su estado físico.
—Creo que nos han
preparado una emboscada —dijo fatigado Marvin.
Nadie se atrevió a
contradecirlo, ya que todos se encontraban en el mismo estado que
él.
En ese momento deseaban
volver a la masa rocosa.
—Debemos seguirla
—ordenó haciendo uso de su instinto Eddie.
Nadie mostró rechazo a la
decisión de Eddie, pues su disposición fue siempre determinante para
lograr la supervivencia, lo que le había hecho ganar con creces la
total confianza del grupo.
A medida que se acercaban, la bruma, aunque no era demasiado espesa,
se hacía cada vez más evidente. Detrás quedaba la verde llanura,
acompañada del Sol con un ángulo mucho menor. Los pocos árboles
desperdigados ya casi no se apreciaban. La vegetación desaparecía de
la vista cuanto más avanzaban hacia la bruma, hasta convertir poco a
poco su terreno fértil en una superficie plana y rocosa de color
grisácea.
El nuevo paisaje
representaba la cima de la cordillera de un gigantesco desfiladero,
similar al Cañón del Colorado, y asomándose unos metros por encima,
como si de una taza de té caliente te tratase, lo cubría una especie
de atmósfera creada por minúsculas partículas de vapor de agua;
atmósfera que ascendía de las enormes profundidades de las que un
descontrolado y enorme rápido fluía con furor. Casi dos mil metros
de altura distaban inquietantes desde donde ellos ojeaban con gran
expectación.
La esfera de luz permanecía justo al borde de la cima, cerca de un
saliente escalonado, indicándoles por donde debían continuar.
Descendió por estrechas y húmedas plataformas formadas
irregularmente en la pétrea pared.
Ellos la siguieron
individualmente, cuidándose de posibles resbalones y caer al abismo.
La vertiginosidad se hacía imponente, de la misma forma que lo era
el eco que producía un vacío profundo, ya que el supuesto sonido que
debía originarse en las aguas bravas no alcanzaba la altura
suficiente para ser escuchado, tan solo un ligero murmullo.
Además de su profundidad,
el propio viento que la reinaba se encargaría de limpiar cualquier
residuo acústico.
En la vertical opuesta de
la cordillera, que se distanciaba unos diez kilómetros, se podía
apreciar cómo se precipitaban, aleatoriamente, diferentes cascadas,
algunas de ellas desde la misma cima y muchas otras en perforaciones
naturales de la pared rocosa; eran como blancos y largos hilos que
parecían enhebrarse en los portentosos e infinitos muros.
Al fin, después de descender unos setenta metros, alcanzaron una
superficie más amplia donde la esfera de luz se detuvo por unos
instantes, momento que aprovecharon para tomar aliento.
Sus cuerpos seguían
extraños, la sangre que corría por sus arterias parecían ir a menor
velocidad de lo normal, por lo que el pálpito del corazón se hacía
más lento. Del mismo modo una sensación de inestabilidad causaba en
ellos un continuo estado de desconcierto.
Los ojos no terminaban de
educarse a la nueva visión que tenían justo delante emergiendo hacia
arriba; no era otra cosa que, el otro lado de "El Anillo", con la
continua sensación de que de un momento a otro se les caería encima.
El cielo exterior se redujo a una circunferencia, y ésta se hacía
más pequeña a la vista a medida que iban avanzando.
La criatura luminosa, que hasta ese momento les producía cierta
reticencia, se hacía cada vez más familiar.
Casi sin darse cuenta, se
había convertido en su faro en la inmensidad de un océano por
explorar; su guía y compañera de viaje hasta entonces. Se desplazó
lentamente hacia un recodo y giró a la izquierda. Ellos no la
perdían de vista. Justo detrás les esperaba una pequeña terraza
natural de varios metros, precedida de una gran abertura en la pared
que daba acceso a una cueva de unos quince metros de diámetro.
Ésta se detuvo en la
entrada. Al fondo, en la penumbra, una figura humanoide estaba
sentada en posición de loto. La esfera se dirigió a la figura, se
suspendió sobre ella y lentamente descendió hasta fundirse en una
espiral que penetró por la cabeza. Los cuatro quedaron atónitos
mientras observaban la insólita escena desde la entrada.
Aquello pareció aportarle
una especie de energía; un extraño halo luminiscente se formó
alrededor de su cuerpo. Entonces, abrió sus grandes ojos castaños y
se incorporó tranquilamente y con la misma facilidad que un
muchacho, pues su fisonomía era como la de un anciano de al menos
cien años.
Su rostro era amable, con
un brillo muy especial en la mirada, cubierto casi por completo de
una gran barba plateada, que parecía hacer juego con su largo
cabello. Una túnica marrón oscura era lo único que cubría su delgado
cuerpo, con una cuerda vegetal que la ataba a su cintura. Los pies
calzaban un trozo recortado de lo que aparentaba ser corteza de
árbol; unas cuerdas lo sujetaban a los tobillos.
El anciano extendió los brazos hacia ellos y dijo dulcemente:
—¡Bienvenidos
hermanos! Acercad vuestros cuerpos y abrazadme.
Eddie, aunque un poco
receloso, fue el primero que se acercó y lo rodeó con sus brazos. Su
cuerpo estaba tenso, pero, a medida que percibía la energía cálida,
agradable y acogedora que desprendía aquel ser, los músculos fueron
relajándose por completo.
De la misma forma, el anciano fue abrazándolos a todos, como si los
conociera de toda la vida. Incluso aquello pareció calmarles la
fatiga e inestabilidad que padecían, además de los trastornos
estomacales.
—Celebro con gran
alegría que hayáis llegado sanos y salvos —dijo el anciano con
entusiasmo.
—¡Sí! ¡Gracias a esa luz de…! —apuntó aún desconcertado Eddie,
mientras señalaba en el aire una figura redonda con el dedo.
El anciano, al ver el
gesto confuso de Eddie, expresó sonriente:
—Os vi un poco
perdidos y quise orientaros.
—¿Qué quisiste…? ¿Quiere usted decir que esa esfera de luz es…?
— preguntó Eddie sin atreverse a terminar la frase.
—Si, soy yo —contestó—. Es mi conciencia.
—¿Su conciencia?
—Es algo que aún no estáis preparados para llegar a entender.
Pero no precipitéis vuestra curiosidad. Os lo explicaré después
detenidamente y de manera que podáis asimilarlo —expuso de forma
sosegada—. Por cierto, mi nombre es Ciak.
—Nosotros somos…
—No os molestéis —interrumpió sin dejarlo terminar—. No hace
falta que os presentéis. Sé quiénes sois, cómo os llamáis y para
qué habéis venido. Os hemos estado esperando durante mucho
tiempo. Por favor, acompañadme.
El anciano se dio media
vuelta y traspasó la pared de la cueva como por arte de magia. Los
cuatro se quedaron boquiabiertos.
—No temáis, es sólo
una ilusión mental. Una proyección holográfica. Por favor,
entrad en la roca —escucharon desconcertados desde el otro lado.
Eddie frunció su rostro y
miró a sus compañeros, luego se acercó a la pared rocosa. Alargó su
brazo, y con cierto escepticismo introdujo poco a poco su mano
dentro de la roca. "¿Cómo es posible?" murmuró contrariado.
Al ver que su mano entraba sin dificultad y sin ningún dolor,
introdujo su brazo lentamente, después el hombro, y un sentimiento
de curiosidad le cautivo enormemente. "¿Qué habrá detrás?" pensó. Al
fin, introdujo su cuerpo por completo y desapareció de la vista de
sus compañeros que quedarían inmóviles y petrificados como los
Guerreros de terracota.
Desde el otro lado, la voz de Eddie les tranquilizó, y de uno en
uno, con la curiosidad de unos niños pequeños, comenzaron a
atravesar la pared de la cueva hacia un lugar desconocido e insólito
para ellos. Una vez traspasada la roca, examinaron sus cuerpos
esperando que todo estuviera en su sitio, y una risa nerviosa brotó
entre todos, incluso contagiando al anciano Ciak, que por otra parte
parecía gozar siempre de muy buen humor.
Habían accedido a otro entorno completamente distinto. La
iluminación parecía emanar mágicamente de los poros de la superficie
blanca y redondeada de techos y paredes.
Era un habitáculo de
cinco metros de diámetro que parecía hacer las veces de
distribuidor. Los ángulos rectos no existían por ninguna parte, y
aquella sinuosidad de formas daba un aspecto acogedor y
tranquilizador. Una zona plateada en la pared delimitaba la puerta
hacia el exterior, por donde ellos habían accedido.
Otros tres accesos, esta
vez físicos, con pasillos de algo más de un metro de profundidad
terminaban de definir el interior del habitáculo.
Ciak, incomprensiblemente, también había cambiado su aspecto en el
instante de cruzar por aquella puerta. Aunque su indumentaria era
similar, no así su textura y color, esta vez blanca y con un brillo
radiante que la hacía especial.
Amablemente, les invitó a que soltaran las mochilas y a que pasaran
por el primer acceso de la derecha; un extraño recinto esférico
mucho más pequeño que el anterior.
Lugar que estaba
destinado a la meditación colectiva, aunque también usado para
reuniones esporádicas. Por su perímetro había repartidos
hexagonalmente seis orificios con formas de cápsulas, labrados en la
pared, y de tamaño suficientemente grande y cómodo para una persona.
Encontrándose a la altura
aproximada de dos palmos del suelo, estas cápsulas estaban diseñadas
de forma que cada individuo podía ver los rostros del resto de
asistentes. En la zona superior de cada una de ellas, una especie de
canalón se abría paso hacia el centro de la cúpula semiesférica del
mismo recinto.
Los seis canalones
desembocaban a su vez en otro espacio labrado más pequeño, y también
semiesférico, que parecía servirles de conexión para las seis
cápsulas de meditación. Nuevamente, en su centro de unión, existía
una perforación de unos cuarenta centímetros de diámetro que
ascendía hacia el exterior hasta alcanzar y sobrepasar la cima de la
cordillera.
Los cinco se acomodaron en el interior de cada una de estas
cápsulas. Solo bastó unos segundos, cuando de manera inmediata, algo
especial comenzaban a percibir sobre sus cabezas. De alguna forma,
era como si estuviesen conectados entre sí.
La quietud y el silencio
que experimentaron eran tales que daba la impresión de que podían
escuchar los pensamientos de cada uno, al tiempo que se impregnaban
de un tremendo estado de paz, relajación y armonía.
—Nuestra hermana
Izaicha me informó que veníais de camino —comentó apaciblemente
Ciak—. Estoy seguro que ella os comunicó bastante sobre vuestra
misión. Pero os he traído a este lugar para satisfacer vuestras
inquietudes. Habéis logrado alcanzar con éxito otra fase más de
vuestro propio viaje.
El entendimiento está
ávido de nuevo conocimiento. Ahora estáis preparados para
recibir cierta información que antes no debíais saber. Haced las
preguntas adecuadas de manera inteligente, sólo queda tiempo
suficiente antes de que los Dracontes se acerquen demasiado.
—¿Eres otro ser reptiliano al igual que Izaicha? —preguntó Peter
antes de que Eddie pudiera abrir la boca.
—No —sonrió Ciak—, soy completamente humano, como vosotros. Muy
pocas veces hemos sido vistos. Nos llaman de diferentes maneras;
"Los más Ancianos", "Hombres de las Túnicas", "Ancianos
Maestros"… Una entre las muchas funciones que desempeñamos es la
de preservar la historia de la humanidad del planeta Tierra.
Somos una pequeña
familia que desde hace millones de años vive entre el mundo
intraterreno y la superficie del planeta; es decir, en ciudades
subterráneas repartidas por todo el mundo, algunas de ellas
conectadas entre sí. A diferencia de vuestra civilización,
nuestra evolución a lo largo de la historia siempre fue continua
y ascendente. Nunca tuvimos que comenzar de cero.
Eddie, con miles de
preguntas por hacerle, sintió curiosidad por una:
—¿Qué quiso decir
cuando dijo que la esfera de luz era su conciencia? El anciano
volvió a sonreír.
—Todos los seres que habitamos este universo disponemos de lo
que se denomina conciencia, o también podemos referirnos al alma
—explicó Ciak—. La mayoría de los seres humanos de la superficie
no lográis acceder a ella, y los que pueden no lo llegan a hacer
por completo.
Es largo de explicar
pero, para vuestro entendimiento debéis saber que existen otros
seres de fuera de este planeta que, por servicio a sí mismos, se
han asegurado de que no recordéis quienes sois realmente. No así
nosotros, ya que la evolución espiritual nos ha permitido,
mediante la meditación profunda, salir del cuerpo físico y
viajar por todo el planeta sin necesidad de transporte
tecnológico. Podemos desplazarnos a cualquier zona del planeta a
la velocidad del pensamiento.
También podemos
reunirnos físicamente en lugares similares a este para unificar
nuestras conciencias, potenciándola en una sola, con el objetivo
de ayudar enérgicamente al planeta cuando sea requerido. El
cuerpo es simplemente un instrumento para poder tener
experiencias físicas, no es lo único, ni tampoco lo más
importante del ser humano.
—¿Sabe usted algo sobre los Dracontes? ¿Puedes explicarnos qué
son? — Eddie seguía acumulando preguntas en su cabeza.
—¡Los Dracontes! —exclamó el anciano—. Afortunadamente, en las
galerías subterráneas evitasteis a uno de ellos, ¿recordáis?
Creo que no será necesario que os lo describa. Cuando supieron
de nuestro plan, soltaron algunos de ellos para eliminaros
—instantáneamente, los cuatro se miraron con espanto—
Son seres híbridos
creados con fines militares por una especie de organización
secreta que gobierna la superficie. Están elaborados a partir de
una modificación genética sobre una raza alienígena reptiliana
llamada Alfa Draconiano, ésta, procede de la constelación de
Draco, de un planeta conocido por el nombre de Alfa Draconi.
"Los draconianos
visitaron el planeta hace dieciocho años, en 1940. Hitler
recibió a los grises, sus súbditos, dándoles la bienvenida.
Entre ellos
firmaron acuerdos de cooperación negativamente
trascendentales para la humanidad de la superficie, y para
el propio planeta; conocimiento y material tecnológico a
cambio de sustentar sus necesidades, como podían ser las
propiedades de la genética humana, entre otras cosas.
"Los grises son razas procedentes de diversos planetas. Los
draconianos clonaron algunas de ellas con el propósito de
utilizarlos para servirles, al igual que los Dracontes. De
ellos se puede decir que son medio robots al servicio de sus
creadores.
—Aún no sabemos con
exactitud qué debemos hacer. ¿Cuál es nuestra misión? —cuestionó
Eddie confundido. Sus compañeros también lo estaban. Aunque el
escepticismo del comienzo había sido anulado casi por completo,
no les cabía en la cabeza pensar que ellos pudieran hacer algo
en beneficio de la humanidad—. Se supone que vinimos para
encontrar los restos de una expedición desaparecida.
—Eso fue solo una justificación para intentar desviar la
atención —explicó Ciak—. Realmente muy pocos lo sabían. Incluso
los familiares de los desaparecidos lo creyeron realmente. Los
propios inversores pensaron que veníais a rescatar alguna
fórmula secreta, o a descubrir algún hallazgo científico que les
hiciera multimillonarios.
Todo se trazó muy
cuidadosamente para no levantar sospechas y, si acaso las
hubiera, adelantamos intencionadamente una semana vuestra fecha
oficial de partida. Sabíamos que tarde o temprano se darían
cuenta.
Tristemente, se ha
producido una baja muy importante; se trataba de una gran
persona que nos apoyó para que esto fuera posible. Ahora vuestro
principal objetivo es llegar al mundo intraterreno de Agharta.
Una vez allí, nuestros hermanos os informarán qué hacer.
Mientras tanto, lamento no poder deciros nada más sobre esto.
Eddie no se pudo imaginar
ni por un momento que la baja de aquel hombre al que hacía
referencia Ciak fuese precisamente la persona que lo contrató, el
Doctor Clarence Sandoval.
Durante meses, seres
intraterrenos habían estado contactando con él tanto en sueños como
telepáticamente. A10 también fue contactado de esa manera y,
causalmente, hicieron que ambos se encontrasen.
Entre ellos prepararon el
terreno para la expedición perfectamente planeada por los múltiples
contactos que ambos mantenían con estos seres.
—Entonces… —infirió
Peter, que hasta ese momento estuvo intentando asimilar toda la
conversación—. Por lo que puedo deducir, la humanidad está bajo
el control y manipulación de esta raza alienígena draconiana.
—Me temo que sí —afirmó el anciano—. Es por eso que existen
otras razas benevolentes, además de las autóctonas del planeta
Tierra, que desean ayudaros sin llegar a intervenir
directamente, y respetando siempre la ley universal del libre
albedrío.
—Somos nosotros como seres independientes y universales los que
debemos liberarnos por nosotros mismos —dedujo Peter.
—Efectivamente.
—No lo entiendo —dijo confundido Norman—, ya que vosotros,
entonces, estaríais rompiendo esa misma ley.
—Veréis… en vuestro caso es un poco más complejo. Hay algo que
aún no sabéis, pero que comprenderéis perfectamente cuando
llegue el momento.
Realmente no estamos
rompiendo la ley, porque seréis vosotros mismos como humanidad los
que dispongáis de la libertad de decidir si ser independientes o
continuar como hasta entonces.
Nosotros solo estamos
ayudando a abrir una ventana por la que podáis ver más allá de
vuestra realidad. De no ser así, jamás podríais elegir libremente.
Puesto que otros seres han intervenido en vuestra evolución,
negándoos esa realidad, en definitiva vuestro libre albedrío. Si en
la orilla del mar —quiso poner un ejemplo clarificador el anciano
Ciak— os encontráis un pez encerrado en una pecera, y pudierais de
alguna manera explicarle que más allá existe todo un océano lleno de
vida, ¿le negaríais la opción de que pudiera elegir libremente?
Pensad que en este caso
nunca estaríais infringiendo su libre albedrío, sino todo lo
contrario.
—Siento una
curiosidad —expuso Marvin, atento a todo lo que se hablaba—.
¿Exactamente de qué manera está siendo influenciada la vida
humana en la superficie del planeta?
—Querido hermano, todo viene de muy atrás en el tiempo. Para que
lo entendáis tengo que contaros algo antes. Como ya os adelantó
nuestra hermana Izaicha, la evolución del ser humano no fue del
todo natural. Fuimos modificados genéticamente con el propósito
de acelerar el proceso evolutivo de la raza. La historia es
realmente larga y complicada, pero en este corto tiempo que
disponemos trataré de explicarla lo más clara y breve posible.
"La Tierra, en sus comienzos llamada Tiamat por nuestros
hermanos reptilianos autóctonos, que como sabéis viven en el
interior del planeta, fue visitada y ambicionada por muchas
civilizaciones extranjeras.
Diversas
confrontaciones y alianzas dieron lugar en aquellos tiempos;
Orión, que fue la primera en encontrar Tiamat, se alió con Alpha
Draconi, ésta, como trato de favor por dicha alianza, ocupó con
varios asentamientos Tiamat, por supuesto, contra la voluntad de
sus ya habitantes reptilianos autóctonos, que nada pudieron
hacer para expulsarlos del planeta.
"Más tarde, un
proyecto creado por la Confederación Galáctica, llamado
Integración de Polaridades, que consistía en crear
civilizaciones en todos los planetas que pudiesen
encontrarse deshabitados o poco habitados por vidas
inteligentes, concedería a Nibiru el derecho de llevarlo a
cabo en este planeta.
Aquello hizo que
Nibiru y Draco se enfrentasen por gobernar Tiamat. Tras un
terrorífico ataque por parte de Nibiru, que aniquiló todos
los asentamientos draconianos y casi toda la vida que
habitaba en la superficie del planeta, dio lugar a que la
raza reptiliana autóctona se refugiase en el interior de
Tiamat.
"Una vez que Nibiru tomó el control, procedió a realizar tal
proyecto, basándose en la creación de vida inteligente y que
ésta evolucionara de manera rápida. Mientras lo hacían,
descubrieron gran cantidad de oro, al parecer imprescindible
para mantener la atmósfera de su planeta-nave Nibiru.
Con motivo a este
proyecto genético, los Anunnaki, 10 tal y como
fue nombrado por las ancestrales escrituras, tuvieron que
vivir sobre la superficie de Tiamat durante un largo periodo
de tiempo, necesitando gran cantidad de mano de obra.
Para ello,
emplearon al ser que resultó del proyecto genético, es
decir, a los llamados por ellos Lulus, que significa
trabajador primitivo en lengua Nibiruana. Pero sobre esto os
informarán ampliamente más adelante.
"A partir de entonces y hasta que se marcharon del planeta
fuimos sus esclavos y sus sirvientes. Sin embargo, para
cuando se dieron cuenta ya era demasiado tarde; el
Homo-Sapiens comenzó a prosperar enormemente sobre la
superficie, a decidir y pensar libremente por él mismo.
Teníamos un poder
innato en nuestro interior, una capacidad de creación
increíble, nuestra evolución avanzó mucho más deprisa de lo
que pensaron los Anunnaki. Pero lo más importante, no era el
poder de creación, sino la luz que mostrábamos en nuestro
interior, algo que ni ellos mismos poseían, una energía que
nos posibilitaba estar en el otro extremo de la polaridad,
en la del amor.
Ellos no la
tenían, al menos la gran mayoría, ya que sus características
emocionales y sentimentales no les permitían desarrollarla.
A diferencia nuestra, disponían de una mente mucho más
desarrollada, pero su corazón carecía de esa energía
especial que nos hacía diferentes a ellos.
"Después de que cumplieran con su proyecto genético y, sobre
todo, cuando ya consiguieron explotar la mayor parte de los
yacimientos de oro, abandonaron el planeta, no antes sin
dejarnos su cultura y sus grandes monumentos tecnológicos
repartidos por todo el mundo.
"Pero como os comenté antes, hace tan solo dieciocho años,
en 1940, Draco regresó, esta vez para vengarse. Trajeron
consigo sus súbditos, los grises, y apoyados por algunos
renegados reptilianos autóctonos firmaron con Hitler
acuerdos de cooperación.
Traicionando al
dictador, los draconianos obtuvieron su ansiada recompensa.
La humanidad de la superficie quedó bajo el control total de
esta raza extranjera. Con su avanzada tecnología y, sobre
todo, con su capacidad mental para desarrollar sistemas de
control, crearon un medio en el que recluir en una matrix a
todos los seres de la superficie del planeta.
La conciencia
humana fue bloqueada, atrapada en sus redes, cautiva en una
especie de granja diseñada por ellos, donde el ser humano de
la superficie se encuentra bajo una constante manipulación
mental; el odio entre vosotros, las continuas guerras, el
terrorismo, el miedo, la inseguridad… toda esta energía
negativa está concebida con un único propósito:
alimentarlos.
Aquella verdad de la que
Ciak hacía referencia les entró como un rayo en lo más profundo de
su ser. Comprendieron enseguida que la humanidad se encontraba
oprimida bajo las pezuñas de una gran bestia, y que ésta podía
saciar su apetito cuando y cuanto quisiera.
El anciano Ciak hizo una pequeña pausa para que pudiesen asimilar
aquella dura realidad.
—¿Para qué sirvió
exactamente el Proyecto de Integración de Polaridades? —preguntó
Eddie—. ¿Cuál fue su finalidad, además de crear civilizaciones
en los planetas deshabitados?
—Bueno, esa es también una respuesta extensa, que trataré de
resumirla lo máximo posible. Pronto los Dracontes encontrarán
vuestro rastro y se aproximarán demasiado.
"Hubo un tiempo
en que —continuó explicando—, debido a las infinitas
exploraciones interplanetarias, las civilizaciones negativas
y positivas iban tomando zonas alejadas del cosmos, tanto
que las polaridades tendieron a separarse demasiado y a
recogerse en sí mismas; esto motivó que nuestro universo
comenzara a detener su evolución, así como a dejar de fluir
con normalidad.
El juego de
Integración se detuvo, por lo que el retorno a la Fuente
también se inhabilitó. Y con el propósito de que las almas
no quedasen estancadas decidieron reiniciar el juego de
Integración.
Esto se
fundamenta en crear civilizaciones en diversos planetas de
nuestro cúmulo de galaxias, donde el bien y el mal se viesen
enfrentados entre sí, y de esa forma producir la experiencia
necesaria para el proceso de ascensión del alma, permitiendo
de esta forma volver a iniciar el camino hacia la Fuente.
—¿Entonces, la muerte
realmente no existe? —cuestionó Peter. Su mente científica aún
era reticente a creer ciertas cosas.
—La muerte no existe tal y como vosotros la conocéis —afirmó el
anciano
— Sólo el cuerpo desaparece. Dependiendo de las experiencias y
lo que haya aprendido en el mundo físico, el alma continúa su
recorrido ascendente. Para subir de nivel deberá cumplir una
serie de requisitos, sin los cuales repetirá experiencias
físicas hasta que lo consiga.
—Por favor Ciak, ¿podríamos de alguna forma saber acerca de
nuestras familias? Estamos preocupados por ellos —preguntó
Eddie.
—Se encuentran bien. Justo antes de que os encontrara en el
bosque, les hice una visita sin que ellas notaran mi presencia.
Cuando llegue el momento recibiréis instrucciones para
garantizar la seguridad de vuestras familias y la vuestra
propia.
—¿"Justo antes"? ¿Cómo es eso posible? —sentía curiosidad Peter.
—Como ya dije, con mi orbe puedo desplazarme a la velocidad del
pensamiento —explicó el anciano—. Es la esfera luminosa que os
acompañó hasta aquí. Algún día, los seres humanos de la
superficie también podréis hacerlo. Para eso, tendréis que salir
de la matrix y luego crecer espiritualmente.
—¿A vosotros no os afecta la matrix? —quiso saber Eddie.
—No. Nuestra evolución espiritual nos permite evitarla. A
nosotros ya no nos pueden hacer daño.
—¿Por qué vivís en cuevas subterráneas? —preguntó Norman.
—Cuando nuestros antepasados aún eran esclavos mineros de los
Anunnaki, muchos de ellos, escapando de sus opresores,
aprovecharon las galerías subterráneas para crear pequeñas
ciudades y vivir en ellas, incluso las ampliaron y extendieron
por todo el planeta. En un principio fueron pequeños
asentamientos, y luego crecieron en poblaciones más extensas.
Con el paso del tiempo, su potencial interior fue desarrollado.
Nuestros adelantos científicos y tecnológicos se supieron
complementar con la evolución espiritual. Aprendimos a sanarnos,
a alimentarnos del prana, 11 y poco a poco, de esa
forma conseguimos reducir el envejecimiento del cuerpo físico.
Mi edad es de ochocientos treinta y cuatro años —concluyó el
anciano.
Ante eso, no pudieron
evitar el mirarse entre ellos.
En sus rostros se
dibujaron gestos de sorpresa. Ciak, de carácter bastante risueño,
tampoco pudo contener una pequeña sonrisa en su cara. Marvin, al
igual que el resto, quedó completamente fascinado, pero por su
cabeza le rondaba algo que le preocupaba. Le espantaba el sólo hecho
de pensar que tuviesen que volver a enfrentarse con algún Draconte.
Lo pasó realmente mal en
la galería subterránea y temía que sus compañeros descubrieran su
debilidad, viniéndose abajo su imagen de tipo duro y confiado.
—Si los Dracontes
llegasen hasta aquí, ¿cómo os defenderíais? —preguntó intentando
disimular su temor.
—No tendríamos que defendernos —dijo el anciano—. Cerraríamos
las puertas holográficas evitando que accedieran por ellas.
Podemos hacer que el mismo sistema holográfico no solo aparente
una imagen física, sino que forme parte de la sólida estructura
de su alrededor, texturizándose con idénticas propiedades.
Aunque la respuesta fue
satisfecha no tranquilizó su inquietud para cuando nuevamente
tuvieran que emprender el camino.
—Me agradaría
continuar hablando con vosotros —comentó Ciak—, pero creo que ha
llegado el momento de que sigáis con vuestra misión. Es probable
que los Dracontes descubran vuestro rastro, debéis marcharos
antes de que eso ocurra. Mis hermanos os han preparado un
concentrado natural vitamínico. Lo encontrareis en unos
recipientes individuales dentro de vuestras mochilas. Os
aportará suficiente energía durante todo el trayecto. Mi consejo
es que por el momento no toméis nada sólido.
Después de que bebieran
un sorbo del complejo vitamínico, Ciak los acompañó hasta la salida
de la cueva. El sol acababa de ocultarse tras la apertura polar. La
luz se hizo más tenue y resultaba difícil divisar el otro lado de
"El Anillo". Un abrazo muy cálido fue la forma con la que,
físicamente, el afable anciano se despidió de ellos.
Regresaron sobre sus pasos hasta la cima de la cordillera
ascendiéndola trabajosamente. Allí, cientos de esferas luminosas los
esperaban a modo de despedida. Era una forma de darles ánimos y
energía suficiente para que continuasen su complicada andadura. Los
cuatro, detenidos al borde de la cordillera, quedaron literalmente
impresionados. Aquellas esferas sin necesidad de hablar les estaban
brindando apoyo y amor incondicional, y ellos lo percibieron al
instante. Sus miradas comenzarían a brillar de contenida emoción.
Todas las esferas menos una, salieron como un resorte disparadas
hacia el horizonte; un segundo después, la última, igualmente
partiría.
Referencias
-
Primeras
Motonieve que la compañía Bombardier Inc. creara de modo
comercial en 1959.
-
Se hace
referencia al punto del continente Antártico más alejado del
océano, por consiguiente más difícil de alcanzar.
-
Gesto automático
de supervivencia que tiene el ser humano cuando éste percibe
peligro de caer desde alguna altura.
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La batraciofobia
es un trastorno emocional relacionado con el miedo intenso a
los reptiles.
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En la era de
hielo, los mamuts emigraron hacia los casquetes polares. Por
instinto no buscaban zonas frías como sugieren los
científicos, sino las tierras cálidas de aquellas regiones.
Se han hallado fósiles de mamuts en el polo norte, es una
evidencia.
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Viga longitudinal
de un barco que actúa como columna vertebral. Su función
consiste en apoyar en ella toda la estructura transversal.
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Se hace
referencia a los musgos y otras especies similares.
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Se hace
referencia a una caldera volcánica, y se denomina así cuando
el volcán presenta un cráter de paredes empinadas superior a
un kilómetro de diámetro.
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Animal comúnmente
conocido como perezoso.
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Según la
mitología sumeria, el origen del nombre Anunnaki hace
referencia a los hijos del dios Anu. "Los seres que del
cielo descendieron"; concretamente a la civilización de
Nibiru. Con el tiempo, esta palabra se usaría erróneamente
para todas las razas de extraterrestres que visitaron la
Tierra desde tiempos inmemoriales.
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Según la Ciencia
Kun-Li, Prana es la energía Cósmica Primaria del Universo.
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