Parte Segunda
"El Anillo"
 


 


16 - Extraños sonidos en la noche

De nuevo sobre la balsa, abandonada a la suerte del río y dejando que la fuerza de éste los llevase a alguna parte; ya a la realidad de donde ellos procedían tras despertar del ensueño, ya al mundo fantástico de aquella misteriosa mujer.

 

Sea donde fuere, de cualquier manera la increíble experiencia sobrehumana aún les sobrecogía.

 

Un muro creado desde la fuerte seducción por lo vivido minutos antes, cuya combinación de fuerzas tales como el horror, la alarma y la conmoción, era objeto de derribo por los cuatro componentes del grupo de exploradores; sin embargo, difícilmente les era posible extraer una sola lasca.

El silencio pareciera un espíritu caminando entre ellos, pues nadie se atrevía a decir nada al respecto; el aturdimiento no lo permitía; la confusión negaba el paso al orden; y el sentido común no entendía de lógica. Sólo esperaban a que otro iniciase el tema. En realidad todos querían hacerlo pero ninguno se aventuraba a ser el primero.

Por fin Marvin levantó la cabeza y objetó con algo de despecho:

—¿De verdad habéis creído una palabra de lo que ha dicho?

—No veo el motivo que tendría de mentirnos —saltó Peter.

—¡Esa mujer está como un cencerro! —volvió a criticar Marvin.

Norman, que estaba ensimismado hasta ese momento, soltó el trozo de caña con el que estaba remando e inquirió:

—¿Si todo ha sido una invención suya, qué razón la mueve con tanto interés a querer que accedamos a su supuesto mundo?

—En todo caso —expuso Peter—. ¿Con qué intención? ¡Ella misma nos ha advertido de los centinelas!

Eddie aún estaba absorto y en completo silencio. Parecía haberse quedado mudo ante lo evidente.

 

Sin embargo, Marvin, una vez abierta la Caja de Pandora, no paraba de argumentar posibilidades.

—¿Y si todo forma parte de una encerrona para desviar nuestra atención por algún extraño interés?

Peter, al comentario de Marvin, negaba enérgicamente con la cabeza, y exclamó:

—¡Un fraude! ¿Es que no visteis sus ojos, la transformación de su rostro, los cuchillos dando vueltas, su nave cuando regresó a por ella? ¡No! ¡Es imposible!

—A mí tampoco me lo ha parecido —opinó Norman.

Eddie, enfrascado en un profundo pensamiento, oía a sus compañeros como el gorgoteo de una fuente lejana mientras contemplaba el horizonte cóncavo.

 

Éste no quiso intervenir en las especulaciones del grupo; sin embargo, con la mirada clavada en la lejanía, una orden determinó su postura:

—¡Seguiremos adelante! Es la única forma de averiguarlo.

Para descansar los brazos, aprovecharon un tramo del río por el cual el agua fluía con fuerza. Varios kilómetros fueron cubiertos sin apenas esfuerzo.

 

Tiempo en que Peter apuraba para examinar a fondo el plano que Izaicha les ofreció, cuando de repente exclamó excitado:

—¡Es increíble, aún no consigo dar crédito a todo esto! Según este plano, también dice que la Tierra es hueca. Ahora ya todo me cuadra: desde el incremento continuado de la temperatura, hasta el horizonte invertido, incluyendo la inclinación del sol. ¡Esto es alucinante! ¡No hay dudas! ¡Vamos hacia el interior del planeta! ¿Habéis pensado que podríamos ser los primeros seres humanos en conocerlo? —comentaba con gran entusiasmo.

Aunque no lo querían reconocer, a todos al igual que a Peter les estimulaba la idea.

 

Era como un sueño mágico del que aún no deseaban despertar.

Las aguas del río eran cada vez más rápidas y sinuosas. Recorrieron algo más de sesenta y cinco kilómetros en tres horas. Y casi sin que se dieran cuenta, comenzaron a adentrarse en la zona de "El Anillo" que anteriormente Izaicha les había referido.

Observaron que las cuerdas que amarraban los travesaños de la balsa comenzaban a deteriorarse. Algunas de las cuales incluso estaban rotas, por lo que las uniones parecían aflojarse por momentos. La estructura ya no ofrecía la estabilidad del principio, pese a ello aguantó bien el notable incremento de la corriente.

 

Era fundamental reforzar los amares de inmediato.

—¡Debemos buscar un lugar apropiado para atracar! ¡Esto no durará firme mucho tiempo! —advirtió Eddie mientras se cubría el rostro con la mano, intentando evitar los rayos del sol que tenía justo en frente, muy por encima respecto al horizonte de donde se encontraban horas antes.

Peter observó su gesto y comprobó sobre el plano que efectivamente habían alcanzado la zona de "El Anillo", informando emocionado:

—¡Chicos, hemos llegado al punto indicado por Izaicha! ¡Observad la inclinación del sol y la intensidad de la luz!

Después de constatar excitados que efectivamente habían logrado llegar al lugar justo donde según el plano comenzaba la franja marcada por la zona de "El Anillo", determinaron que era el mejor momento para reparar la balsa.

En seguida comprobaron que la vegetación de la orilla derecha era demasiado densa como para atracar y nada propicia para acampar, prácticamente sin un resquicio donde poder hacerlo.

 

Por el contrario, la izquierda presentaba cierta dificultad a la hora de subir la balsa, y mostraba una superficie pedregosa cuya cota ascendía unos cincuenta centímetros sobre el agua. No obstante, estudiando ambos emplazamientos, resolvieron por este último.

La humedad, acumulada durante todo el trayecto, hacía que el peso de la pequeña embarcación fuese mucho mayor que cuando la construyeron.

 

Por lo que la dificultad fue grande a la hora de alzarla sobre la superficie, invirtiendo más tiempo y esfuerzo de lo esperado. De manera que, ayudados de unas cuerdas amarradas en los extremos de la estructura, entre los cuatro consiguieron arrastrarla hasta la orilla seca del terreno.

En previsión de un posible aumento de la fuerza del río, fue debidamente reforzada con cañas de mayor diámetro y nuevas cuerdas que la hizo aún más estable y resistente.

El sol les acompañó durante varias horas de intenso trabajo, para después ocultarse detrás de ellos; un tranquilo atardecer iba dando paso al manto oscuro de la noche. Ver algo tan normal como puede ser el anochecer en cualquier otra parte del planeta, se les hizo extraño e insólito en aquel lugar de la Antártida. Sin embargo, la particularidad geográfica en la zona de la apertura polar en donde se encontraban lo hacía posible.

Pronto les abandonarían los escasos rayos de luz que filtraba la vegetación.

 

Y navegar a oscuras era demasiado arriesgado. Como arriesgado era también dejar rastros a la vista de los que según Izaicha iban en su búsqueda. De modo que limpiaron todo y después desplazaron la balsa reforzada hasta introducirla bajo el resguardo de varios matorrales de hojas anchas y verdes. Un resto aún visible fue camuflado con algunas ramas sueltas.

Esperar a que amaneciera fue la mejor y única opción defendida por todos. Por lo que aprovecharon para descansar.

Comenzaba a hacer algo de fresco y Peter, frotándose las manos, sugirió buscar algo de leña.

Pero la negación de Eddie fue tajante:

—Si es cierto que nos están buscando, no sería buena idea encender un fuego. La luz de las llamas podría advertir de nuestra presencia —le explicó.

—Tienes razón.

El resto del grupo asintió con la cabeza.

La temperatura descendió considerablemente, y el frío se intensificaba a medida que iba avanzando la noche. De modo que, obligados a buscar algo de refugio, utilizaron la disposición de dos arbustos que se encontraban lo suficientemente próximos uno del otro; éstos formaban un espacio ideal para el abrigo de los cuatro.

 

Unas cuantas ramas de hojas grandes sirvieron para conseguir cubrirlo por completo. El resultado fue una especie de cascarón cerrado que les suministraría cobijo durante la fría y húmeda noche.

El propio calor corporal y a las características aislantes de aquel improvisado regazo natural, proporcionó un ambiente cálido mientras tomaban algo de alimento.

Una linterna encendida contra el suelo fue suficiente para aún verse los rostros.

—¡Hei! —exclamó Norman—. ¿Habéis oído eso?

—No. ¿Qué ha sido? —preguntó Eddie.

—¡No lo creeréis! —decía sorprendido—, pero me ha parecido una carcajada.

—¡Yo ya me lo creo todo! —bromeó Marvin con la boca llena de una especie de galleta de trigo.

—¡Shsssss! ¡Silencio! —murmuró Eddie—. Intento poner atención.

—Es cierto, acabo de escuchar como unas voces —musitó Peter.

Apagaron la linterna y, poniendo extremo cuidado de no hacer ruido, todos salieron al exterior.

 

Sólo fue necesario unos instantes de extrema concentración para advertir que, efectivamente, del interior del bosque, en dirección oblicua al río, parecían provenir unas voces muy lejanas.

El desconcierto los bloqueó durante unos segundos.

—¿Y qué hacemos ahora? —preguntaba Peter asustado—. ¿Cogemos la balsa y nos largamos de aquí?

—Sería un suicidio —apuntó Marvin.

—Deberíamos acercarnos para comprobar de dónde provienen esas voces — sugirió Eddie—. No me quedaría tranquilo dentro de este refugio sin estar del todo seguro.

—Quizá sean exploradores como nosotros —explicaba Norman.

—Lo dudo —negó Eddie acordándose de las palabras de Izaicha.

Empuñaron sus machetes y, de la mano de la prudencia, se dirigieron muy despacio hacia donde se originaba aquel extraño y entrecortado murmullo.

 

Peter decidió permanecer en el interior del refugio, pero al percibir el inmediato alejamiento de sus compañeros, desistió en la idea de quedarse allí solo, y apresurándose corrió a reunirse con ellos. Marvin le puso cara burlona y el científico no tuvo más remedio que resignarse.

Tras una intensa vegetación repleta de árboles, comenzaron a vislumbrar un ligero resplandor en el fondo. A medida que se iban acercando, las voces se oían cada vez más nítidas; era como una especie de breves diálogos.

 

Al aproximarse lo suficiente observaron claramente a dos centinelas vestidos de uniforme negro.

 

Una línea de color gris metalizado recorría de arriba abajo los costados de los pantalones, al igual que de las cazadoras; éstas estaban decoradas con lo que parecía un símbolo a la altura del corazón. Del mismo color, una gorra cubría sus cabezas.

 

Armados hasta los dientes:

un Subfusil M3 les colgaba de sus hombros, y una Colt Semiautomática dentro de una pequeña cartuchera suspendía del cinturón. Tal era la composición de su indumentaria.

Éstos custodiaban el acceso de un enorme edificio construido con grandes bloques de piedra, de aspecto antiguo.

 

Por su gran altura podía decirse que tenía dos plantas, incluso más. Sin embargo, nada había en la fachada que diferenciara una de la otra; la ausencia de ventanas era de extrañar. Una farola iluminaba la zona central de la construcción.

 

Los centinelas hacían allí su guardia mientras vigilaban una robusta y gran puerta metálica negra de dos hojas; al parecer un acceso de servicio para carga y descarga de vehículos pesados.

 

A su derecha, a tan sólo unos metros, otra puerta pequeña individual. Bordeando la edificación, justo por la parte occidental, un camino asfaltado y debidamente señalizado para tráfico rodado, al que se unía una carretera que parecía proceder del interior del bosque. Instalada entre ambas puertas, vigilando cualquier actividad, una cámara móvil. Sobre ella, pintado en la pared, idéntico distintivo que adornaba el atuendo de los centinelas; se trataba de un enorme triángulo con un ojo justo en su centro.
 

 

 


17 - Alguien a quien acudir


Boston (Massachusetts)

La lluvia comenzó a cernirse sobre la ciudad; la típica tormenta invernal.

 

Era por la tarde, y Kat miraba melancólica a través de la ventana cómo las gotas formaban pequeños charcos dispersos, que poco a poco iban fusionándose mediante una especie de red neuronal.

 

Los recuerdos de Norman paseaban por su mente con aires de felicidad, aunque debido a la distancia le parecían muy lejanos.

"Debo pedir ayuda" meditaba mientras dibujaba su nombre en el cristal empañado.

Aquellos pensamientos la activó con la fuerza imparable de un ciclón.

"Tal vez no es el mejor momento para salir de casa".

Sin embargo, a toda prisa se calzó unas botas, cogió la gabardina y un paraguas, y decidió realizar una visita inesperada a su entrañable y muy querido padre adoptivo, Elías Hopkins, ex-agente especial del FBI, jubilado hacía ya varios años.

 

Kat conocía su dilatada experiencia profesional y sabía que aún estaba al tanto de sus numerosos contactos. Confiaba en que pudiera ayudarla a desvelar el misterioso asunto de las visitas.

Durante todo el tiempo que Kat vivió con Elías, éste hizo las veces de padre y de madre. Cuando tuvo edad para independizarse, sus buenos consejos y apoyo moral la ayudaron a triunfar en su carrera como agente de policía.

Kat tan sólo tenía tres años cuando, de una forma trágica y desafortunada, su madre murió en un accidente de tráfico. Diez años más tarde también tuvo que sufrir la pérdida de su padre, asesinado mientras realizaba un servicio.

 

Aún agónico, minutos antes de su fallecimiento, suplicó a su íntimo amigo y compañero de trabajo que se encargara de su hija, que apenas si cumplió los trece años cuando quedó huérfana.

 

De modo que esto hizo que ahora su nuevo padre la cuidase y quisiese como a su propia hija.

Elías Hopkins, a pesar de estar jubilado, llevaba varios años como gerente de una agencia de detectives privados que él mismo fundó. A su edad era un hombre muy activo aún laboralmente, de hecho detestaba quedarse en casa sentado en el sofá "mirando la caja tonta", como solía decir. Tenía un carácter un tanto risueño, aunque a veces bastante cabezota.

Kat fue a verle a su oficina.

—¡Dios mío hija, cuánto tiempo! —exclamó con júbilo mientras torpemente se incorporaba del asiento. Sus setenta y cuatro años ya no le permitían realizar movimientos más hábiles—. ¡Qué alegría me da verte! Estás más guapa que nunca.

—¡Que va a decir un viejo como tú! —reía Kat de forma cariñosa mientras cerraba la puerta del despacho y soltaba la gabardina y el paraguas.

—Bueno, a mi edad estoy aún de buen ver.

—Eso es cierto padre.

Durante unos segundos ambos se abrazaron tiernamente. La música que le pareció producir la palabra padre en los labios de Kat hizo que a Elías se le empañasen los ojos.

 

Se quitó las gafas y con un pañuelo comenzó a secarlos.

—Siéntate hija —dijo con un nudo en la garganta.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Kat recogiéndose su cabello rojizo, humedecido por la lluvia.

—Estoy muy bien, y ahora mucho mejor al verte.

Elías era un hombre bastante esbelto, bien trajeado y conservaba bien el aire atractivo del que siempre se caracterizó, algo mujeriego en sus años más jóvenes.

 

El ya escaso pelo gris tan sólo le cubría las sienes. Sus ojos eran marrones, acaramelados, con una nariz un poco respingona y rosada por la punta; todo en su conjunto hacía de él un rostro amable. Elías contrajo matrimonio por dos veces, pero desafortunadamente, por una causa o por otra, nunca llegó a tener sus propios hijos.

 

La felicidad paternal únicamente pudo disfrutarla en compañía de su queridísima Kat, cosa que le bastaba.

—Parece que tu agencia sigue funcionando muy bien —comentó ella con entusiasmo.

—No me puedo quejar —dijo con media sonrisa—. Se hace lo que se puede. Aunque, hay días en los que desearía cerrarla. Ya estoy viejo hija, y mis fuerzas no son las mismas. Pero bueno, cuéntame, ¿cómo te van las cosas? ¿Has mandado a pasear a ese estúpido engreído? ¿Tienes por fin otra pareja? —la interrogaba con impaciencia.

—Bueno, el empleo me va muy bien, como ya sabes. Y lo de Joe fue algo esporádico, lo dejamos a las pocas semanas.

—Pero… ¿tienes otro chico, o no?

—Que manía tienes con eso —dijo sonriendo—. Ya sabes lo exigente que soy.

—Para mí, lo más importante es que seas feliz. Se lo prometí a tu padre.

—Bueno, si eso te da tranquilidad, tengo un buen amigo. Hace tres meses que vivimos juntos. Se llama Norman.

—¿Norman? —preguntó frunciendo las cejas—. ¿No será ese tipo raro que detuvo la policía por escándalo público?

—¡No! —exclamó riendo—. ¡No tiene nada que ver con él! Mi amigo Norman es un buen hombre.

En ese momento sonó el teléfono, pero para Elías no había nada más importante en ese momento que atender a su querida Kat.

 

De modo que advirtió a la secretaria que no le molestase hasta nueva orden.

—Precisamente —comentaba Kat—, en parte quiero hablarte sobre él.

—Ya sabes que puedes contar conmigo. Dame todos sus datos y lo mantendré bajo vigilancia las veinticuatro horas del día. Asignaré al mejor hombre que tengo. Te daré un informe tan completo que sabrás cuantas veces va a mear al día.

—No se trata de eso papá —negaba mientras movía la cabeza—. Mira, te explicaré…

Kat le expuso con detalle todo lo referente a la expedición: quiénes la formaban, a qué lugar se dirigieron, y para qué.

 

También le refirió lo sucedido el día anterior con las extrañas visitas domiciliarias.

Elías, tras escuchar con atención lo que su hija le había contado, dejó caer su espalda sobre el respaldo del mullido sillón, como un gladiador vencido antes del combate.

 

Su rostro se transformó por completo, y durante algunos segundos quedaría en completo silencio con la mirada clavada en la mesa.

—Cariño —comenzó a hablar al fin—, debéis evitar cualquier interacción con esos tipos. Están por encima de la Ley, incluso por encima del gobierno. Su influencia es tan grande que nadie se atreve a recriminarlos. A esta gente no les gusta que se hable de ellos, y mucho menos que se interfiera en sus asuntos — musitaba nervioso mientras dirigía sus ojos hacia la puerta, como si creyese que alguien estuviese detrás escuchando—. Cuando trabajé para el FBI —continuaba —, se nos tenía terminantemente prohibido discutir sobre este tema. Sin embargo, sé que tienen gente infiltrada en todas partes.

Después de oír aquellas palabras, Kat arrugó la frente. Pero lo que más le preocupó fue la reacción de Elías. Jamás le había visto de esa manera.

—¿Se sabe quiénes están detrás?

—No. Realmente mantienen muy bien las apariencias.

—Pero… ¿Qué intereses pueden tener en la Antártida que tanto les preocupa la travesía de unos simples exploradores? ¿Qué es lo que temen que descubran? Tan sólo son personas pacíficas que lo único que tratan es de encontrar los restos de otros exploradores.

—No lo sé cariño. Esta gentuza lo maneja todo. Tal vez estén realizando allí algún experimento científico, y no desean que se les moleste. Quién sabe…

—Entonces… ¿es posible que Norman y sus compañeros se encuentren en peligro? —le preguntó Kat preocupada.

—No es mi deseo asustarte hija, pero me temo que sí. Éstos son capaces de

cualquier cosa. Durante mi carrera, muchas han sido las experiencias que mi vieja espalda ha tenido que soportar, y te puedo asegurar que la mayoría de las situaciones que he vivido fueron premeditadamente enturbiadas por intereses ocultos.

—Padre, Norman es muy importante para mí —decía a modo de súplica, inclinándose hacia él y agarrándole las manos—, y no desearía que algo le ocurriese. ¡Debe haber algo que podamos hacer!

—¡Cielo, tienes las manos heladas! —exclamó el viejo Elías poniendo las suyas enormes y arrugadas sobre las de Kat, y apretándolas fuertemente—. Es fundamental actuar con mucha cautela. Nadie debe saber nada de todo esto. Como sabes, los comentarios corren como la pólvora. Trataremos de indagar algo más. Por fortuna, tengo una gran amistad con un tipo que trabajaba para los servicios de inteligencia del gobierno. Le he hecho muchísimos favores a lo largo de mi vida, y estoy seguro que no tendrá inconveniente de aclararnos ciertos aspectos del asunto.

A Kat le volvió a iluminar la cara.

—Gracias papá, eres un ángel.

—Hija, no sabes lo feliz que me siento cuando me llamas papá.

Desde que Kat se independizó, Elías la echaba mucho en falta; aunque al menos, durante un periodo de tiempo pudo disfrutar de su cariño.

 

Cosa que le ayudó a sobrellevar los dos infructuosos y cortos matrimonios. Sin embargo, en los últimos años en los que la soledad era su única compañera, intentó refugiarse en lo que siempre había hecho: trabajar. Y Kat irradiaba calor a su alma cada vez que le visitaba.

Después de la charla y de que tomaran un café juntos, ambos quedaron para verse otro día. Kat estaba convencida de que el viejo Elías iba a hacer todo lo que estuviese en su mano para intentar ayudarla.

 

 


18 - La base secreta


Apertura Polar Sur "El Anillo"

Se extendía entre los árboles una vegetación salvaje cuya espesura difícilmente dejaba entrever más allá de la penumbra que separaba la luz de la oscuridad.

 

Ocultándose tras los matorrales, los cuatro expedicionarios se iban aproximando sigilosamente. Una extraña alambrada de cinco metros de altura, compuesta por cables horizontales de acero reforzado, pero con el suficiente espacio entre si como para que una persona de corpulencia normal pudiese atravesarla, los separaba de la gran edificación.

 

A simple vista podía apreciarse de que no se trataba de un enrejado común, sino más bien de una especie de barrera intimidatoria.

 

Pero…

"¿De qué se estarán protegiendo?" "¿Qué será era aquello que procuran no dejar escapar?".

Tales eran las reflexiones que como flechas atravesaban sus mentes; cosa que les hacía erizar toda la piel.

—Tenemos que entrar ahí como sea —murmuraba Eddie.

—¿Te has vuelto loco? —susurró Peter sin creer lo que estaba oyendo—. Esa gente comenzará a disparar cuando vean asomar nuestras cabezas. No se lo pensarán dos veces.

—Si estamos atentos a la conversación —musitó Norman—, tal vez obtengamos alguna pista.

La idea fue bien recibida, por lo que extremando la precaución decidieron cruzar la alambrada de uno en uno.

 

Se ocultaron entre los últimos arbustos y matorrales que emergían sobre la penumbra y que lindaban con la explanada del edificio. Ahora, una superficie de treinta metros de asfalto que rodeaba toda la estructura era lo único que los separaba de los dos centinelas.

 

La iluminación de la farola no llegaba a cubrir todo el ancho del terreno, por lo que favorablemente se encontraban en un ocaso de luz; una zona protectora y cómoda para estar relativamente tranquilos. De modo que, allí permanecieron agazapados intentando oír lo que decían.

Pero antes, el olfato de Marvin advirtió algo:

—¡Diablos, que peste! —exclamó en voz baja cubriéndose la nariz y la boca, mientras que con la otra mano señalaba el lugar de alivios fisiológicos.

Instantáneamente, como si sus cerebros estuviesen conectados mediante cables, Eddie y Norman se miraron con una complicidad extraordinaria.

 

Ambos habían pensado lo mismo. Parecía claro que uno de los dos centinelas, o quizá los dos, acostumbraba a evacuar su vejiga en el mismo lugar.

 

Por lo tanto, tarde o temprano alguno accedería al punto clave, donde el hábito fue transformado ya en una tradición.

—¡Oh, no! ¿No pensaréis…?

—No te preocupes Peter —susurraba Eddie tranquilizándolo—, ni se enterará. Cuando despierte tan sólo sentirá un fuerte dolor de cabeza.

—Eddie, lo haré yo, sé lo que me hago —propuso Norman muy seguro de su estrategia—. Me esconderé justo detrás de estas ramas. Habré acabado antes de que se eche la mano a la cremallera del pantalón.

—Está bien, ten mucho cuidado. Nosotros nos retiraremos a ese otro matorral. Estaremos atentos a lo que dicen.

La brisa corría a favor, es decir, hacia el bosque, por lo que la fortuna les sonrió en ese aspecto.

 

Y poniendo especial atención comenzaron a oír la conversación que mantenían los dos centinelas:

—…no que va, ayer volví a tener servicio con Forrest. ¡Ese capullo es un imbécil! ¡Más de mil tíos trabajando en todas las bases y me tiene que tocar otra vez con él! ¿Sabes que me dijo el cabronazo el otro día? ¡Que no soportaba más este trabajo!

El compañero rió desconsoladamente mientras expulsaba el humo de un cigarrillo:

—Pues le queda para un rato. ¡Será estúpido! ¡Como si pudiera renunciar cuando se le antoje! Eso lo tenía que haber pensado antes de firmar la cláusula del contrato.

—¿Sabes Clair? Me comentó que una vez tuvo que acompañar a un científico nuevo a la zona restringida y vio algo que le removió el estomago. A mí, desde luego, mientras me paguen el sueldo me importa una mierda lo que estén haciendo ahí dentro.

—¡Si vio algo que no le gustó, pues que cierre los ojos o mire para otro lado, coño! No nos pagan para que vigilemos una maldita residencia de ancianos. Mira Bernie, olvídate de ese tipo porque no merece la pena hablar de él.

—Lo sé, pero me cabrea cada vez que coincidimos en el servicio de guardia. No hace otra cosa que quejarse de la empresa. Y me da mal rollo escucharlo. Me deprime. ¿Es que no está contento con el sueldo? ¡Poca gente tiene estos honorarios! ¿Quién dispone de seis meses de vacaciones pagadas al año? También es cierto que estamos otros seis sin ver a nuestras familias, y que cuando nos transportan a otras bases lo hacen como si fuésemos animales, con vehículos sin ventanas. Pero luego tiene su recompensa. ¿No es cierto Clair?

—Por su puesto. No pienses más en ello. Forrest es un cretino. Perdona Bernie, pero no aguanto más, voy a descargar las cervezas que me he tomado.

Tras disculparse de su compañero, Clair apagó la colilla de un pisotón.

 

Y sin soltar ni una sola arma se dirigió perpendicular hacia los matorrales. De los dos era sin duda el que ostentaba una corpulencia física mayor, por lo que Eddie, a pesar de saber de la fortaleza de su amigo Norman, tragó saliva angustiado.

Allí era justo donde se encontraba agazapado el rudo de Norman, aguantando a duras penas la respiración, no por temor a lo que tendría que hacer en unos segundos, sino por el hedor nauseabundo que emanaba la zona.

Al igual que él, el resto del grupo había escuchado perfectamente toda la conversación.

 

Y como un octópodo cuando se dispone a atrapar a su presa, éstos tensionaron los músculos de todo el cuerpo al ver acercarse al hombre armado, caminando despacio, relajado, entregado a su ritual, casi ilusionado por lo que iba a hacer. Ellos, sin embargo, aunque confiaban plenamente en su compañero Norman, les afloraron los nervios por un desenlace incierto. Había llegado el momento crítico.

 

A Peter le temblaban las piernas, el sudor que se derramaba a grandes caudales por su frente sustituyó al frío que minutos antes padecía,

"un sólo movimiento en falso y estamos acabados" pensaba aterrorizado.

Suplicaba al cielo porque Norman no fallara.

 

Eddie y Marvin fingían estar tranquilos, si bien, era únicamente un disfraz; tragaban saliva para humedecer sus gargantas y apretaban los dientes ante lo que estaba a punto de suceder.

El centinela comenzó a retirarse de la zona iluminada y poco a poco se iba adentrando unos pasos en la penumbra.

 

Norman estaba situado en el punto justo donde, por las señales del terreno, intuyó que iba a aliviarse el centinela. Se inclinó detrás de una gran maraña de hojarasca, aguardó el momento preciso en que el necesitado apareció y, con un trozo de tronco, arreó un fuerte y certero golpe en la nuca.

Una especie de sonido sordo salió de entre los matorrales, cosa similar a cuando se batea una pelota de madera recubierta de corcho. Fulminante, el sujeto cayó al suelo desfallecido. Entre los cuatro asieron su cuerpo inerte y lo retiraron unos metros hacia el interior del bosque, cerca de la alambrada. Una zona segura donde nadie pudiera oírlo ni verlo. Le despojaron del uniforme y de las armas.

Sujetaron su cuerpo al tronco de un árbol mirando hacia la alambrada y, para amordazarlo en el caso de que se despertase, le ataron fuertemente un pañuelo enrollado en la boca.

—Buen golpe —musitó Marvin con un gesto de aceptación.

Pocas personas se mostraban tan seguras de su fuerza como Norman; era conocido por todos como un auténtico portento físico. Los que sabían de su destreza, decían que una sola mano le bastaba para asfixiar a un hombre.

Peter no se sentía cómodo con aquella violencia. Se veía reflejado en su rostro.

—No te preocupes Peter —lo tranquilizó Norman—, se recuperará pronto. Cuando despierte no sabrá que ha pasado.

Aunque a Peter las palabras de Norman no le sirvieron de mucho, si bien percibió cierto humanismo en su compañero que le complació.

Para tranquilizarlo, Eddie le dio una palmadas en el hombro. Y luego expresó:

—Ahora me toca a mí. Creo que este traje me quedará bien.

Una vez Eddie se cambió de ropa, volvieron al lugar de la acción para concebir un plan.

 

Pues aún debían neutralizar al segundo centinela. Pero, ¿cómo hacerlo sin ser vistos por la cámara móvil?

Eddie ya tenía diseñado un escenario en mente:

—Marvin —susurraba a todos la idea a seguir—, tú tienes el tono de voz muy parecido a este tal Clair. Mientras finjo estar buscando mi encendedor cerca del último matorral, te ocultarás detrás de ese árbol y luego llamarás a Bernie para que venga a ayudar a buscarlo. ¿De acuerdo? El resto, ocultaros bien.

Tal fue explicado su planteamiento, tal fue aceptado por todos.

De inmediato se situaron en posición.

 

Eddie, debidamente uniformado y armado como el propio centinela, se aproximó al último matorral, e inclinándose de espaldas al edificio, haciendo como si se le hubiese perdido algo, envió la señal a Marvin para que empezara a reclamar la presencia del otro centinela.

—¡Disculpa, Bernie! ¿Me ayudas a buscar mi encendedor? ¡Se me ha caído por aquí! —gritaba Marvin haciéndose pasar por Clair, distorsionando algo su voz con un pañuelo en la boca.

—¿Cómo no? Ahora voy.

Impaciente, lo esperaba Eddie con la mirada clavada en la superficie.

 

Tras oír sus pasos aproximarse agarró el Subfusil M3 fuertemente con ambas manos. El centinela alcanzó la posición y se inclinó para ayudarle a buscar, momento preciso en que Eddie sólo tuvo que incorporarse y, con la culata del Subfusil, asestarle un golpe infalible en la cabeza. De inmediato, éste perdió el conocimiento y cayó redondo sobre el terreno.

El procedimiento que continuó fue idéntico al primero; es decir, se apoderaron de su uniforme y de las armas para luego amarrarlo a otro árbol.

—Este tío tiene más o menos mi talla, creo que el traje me encajará bien — dijo Norman mientras se probaba la cazadora negra.

Nuevamente volvieron al lugar.

 

Marvin y Peter se escondieron en la penumbra. Mientras, como si nada hubiese pasado, Eddie y Norman se dirigieron resueltos hacia la puerta que estaban custodiando los centinelas.

 

Debían tomar la misma posición que los originales antes de que el posible vigilante de la cámara pudiera sospechar algo.

—Norman, recuerda que tú eres Bernie y yo Clair —expresó Eddie entre dientes—. No te muevas de aquí. Intentaré ver que se cuece ahí dentro. Volveré enseguida.

—Entendido.

Aparentando total normalidad, Eddie accedió por la puerta individual. Se encontró con un enorme y solitario distribuidor, el cual estaba perfectamente iluminado.

 

Diez pasos de largo y otros diez de ancho limitaban sus paredes, éstas disponían de diversas puertas dobles. En la pared de la izquierda había dibujado el mismo símbolo del exterior; es decir, un ojo encerrado en un gran triangulo. Sobre cada una de las puertas rótulos informativos: Comedor, Sala de Descanso, Sala Recreativa, Dormitorios, Aseos... entre algunos de ellos. Pero el que más le llamó la atención, fue el que figuraba como Sólo Acceso Autorizado.

 

No obstante, Eddie se dirigió en primer lugar hacia la puerta de los dormitorios, la abrió y se encontró con un pasillo ancho y varias aberturas a los lados que daban al interior de cada una de las habitaciones comunes.

 

Todo parecía estar en completo silencio, únicamente era roto por dispersos ronquidos de fondo. Justo a su altura, en la pared de la derecha, un pequeño tablón de anuncios; el cuadrante de servicios colgaba de una chincheta. Al analizarlo comprobó que aún restaba algunos minutos para relevar de sus puestos a Clair y Bernie.

 

Quizás un tiempo algo ajustado para echar un vistazo tras la misteriosa puerta restringida y salir cuanto antes del recinto alambrado con sus compañeros sin que fuesen descubiertos. Sin embargo, sabía que era el mejor momento para hacerlo, "imposible tener otra oportunidad como esta", pensó. Aunque en breve efectuarían el cambio de guardia, su naturaleza aventurera era más fuerte que el propio miedo que pudiera sentir.

 

Ni dos veces lo meditó cuando ya se encontraba rebasando la puerta del Sólo Acceso Autorizado, la cual accedía a otro enorme pasillo. Unas luces de emergencia lo iluminaban.

 

A ambos lados una distribución de varias puertas con la parte superior acristalada, por la que se podía ver a través instrumentos de laboratorio. Aquello sólo hizo aumentar su curiosidad, por lo que no pudo evitar adentrarse unos pasos más en el pasillo. Otros distribuidores lo cruzaban dando la impresión de estar en un recinto hospitalario. Giró hacia la izquierda por el primero y continuó caminando despacio. Al fondo otra puerta en la que ponía Área Restringida.  3

 

La tentación espoleada por la corriente de adrenalina se multiplicaba todavía más. Justo detrás otro pequeño pasillo, pero bastante más estrecho que los anteriores.

 

Cuatro puertas se repartían en distancias iguales, dos a cada lado, y a unos veinte metros entre ellas. Esta vez, a diferencia de las anteriores, la parte superior no se encontraba acristalada. Eddie accedió por la primera de la derecha en la que un rótulo decía Proyecto M13. Una iluminación vaporosa y circundante de la estancia dejaba entrever su interior: una especie de laboratorio, éste con un extraño aunque soportable miasma. Dominando el centro de la gran sala rectangular, una enorme mesa de operaciones algo desordenada con instrumentos científicos.

 

En la pared izquierda de la puerta por donde accedió, una consola estrecha y alargada a modo de estantería con grandes frascos de vidrio llenos de algún líquido transparente. Y encerrados en ellos, fetos de lo que parecían diversos tipos de animales deformes, muchos eran criaturas extrañas, algunas con un aspecto monstruoso y escalofriante.

Eddie iba recorriendo la estantería lentamente, estremecido, con la mirada clavada en aquellos frascos de la barbarie, y con la mano cubriéndose la nariz. Algo verdaderamente aberrante creado desde una conciencia cruel. Pero aquello sólo fue el principio.

 

Sintió una especie de sacudida en su corazón cuando presenció el espectáculo más dantesco y horroroso que mostraba la pared de enfrente: gigantescos receptáculos de cristal, ordenadamente puestos en pie, de más de dos metros y medio de altura, contenían el mismo líquido transparente. Inmersos en su interior había extrañas criaturas de tamaño adulto y aspectos desiguales, cuyos cuerpos, algunos de ellos deformes, se encontraban entubados por el ombligo mediante una especie de cordón umbilical artificial; del mismo modo, sus cabezas se hallaban cableadas por la nuca.

 

De la nariz, o lo que parecían orificios de respiración, surgían pequeñas burbujas de aire, hecho que hacía pensar que presentaban vida, al menos en forma vegetal.

Eddie giraba la mirada a su derredor y no daba crédito a lo que estaba viendo. Paralizado por el tremendo horror de aquella siniestra atmósfera, puso esta vez la mano sobre su boca y continuó caminando despacio con los ojos casi desorbitados.

Ocho receptáculos en total contenían a otros tantos seres de diversas dimensiones y morfologías. Todos presentaban una piel muy pálida y carecían de vello corporal.

 

Algunos más corpulentos aparentaban un gran desarrollo muscular; otros sin embargo eran más delgados y aunque pequeños disponían de una cabeza desproporcionada al cuerpo. Sin embargo, Eddie mostró especial atención en uno particularmente distinto al resto, de pequeña estatura, podría decirse que menos de un metro.

 

Su piel era blanquecina, tirando a gris verdosa, y los brazos prominentes, al igual que sus delgados dedos; cabeza grande y ovalada, con enormes ojos oscuros y brillantes, que se prolongaban hacia lo que parecía unas pequeñas aberturas en lugar de orejas. Tal era el aspecto físico de aquel ser, que en su conjunto aparentaba delatar cierta debilidad, y que a Eddie tanto desconcertó.

Discurrió lentamente frente a todos los receptáculos observando con estupor cada uno de ellos, sin poder evitar estremecerse al mirarles a los ojos. Sus expresiones parecían querer decirle algo, incluso creyó percibir que algunos lo seguían con la mirada. Sentimientos encontrados inundaron su alma.

 

Por una parte experimentaba una tremenda tristeza, una especie de compasión, y por otra un terror espeluznante que hizo saltar todos los vellos de su cuerpo. Jamás hubiese imaginado encontrarse con un escenario tan dantesco e inhumano a la vez, algo que jamás olvidaría por el resto de su vida.

Un reloj en la pared le recordó el tiempo que restaba para efectuarse el relevo de la guardia. No había mucho más tiempo para entretenerse. Debía salir de allí cuanto antes.

No obstante, justo cuando iba a girarse para regresar, vio a su izquierda, justo detrás de la gran mesa de operaciones, una abertura rectangular en el suelo que daba lugar a una escalera estrecha.

 

Se dirigió hacia ella expectante y bajó unos peldaños. Sin duda, su composición era antigua, creada con grandes bloques de piedra. Las tinieblas reinaban en el fondo. "Dios mío que habrá ahí abajo" pensó.

 

Aún en la penumbra pudo observar un interruptor que accionó de inmediato. La luz de una vieja y polvorienta bombilla iluminó todo el tramo de escalera hasta llegar abajo. Descendió sus incómodos veinticuatro peldaños del mismo material, desgastados por el paso del tiempo. En la terminación accionó otro interruptor. Una bifurcación redondeada, de aspecto arcaico, con forma de cúpula se iluminó. Ésta se extendía en al menos diez pasos de diámetro.

 

Su interior distribuía tres pasadizos arqueados suficientemente anchos como para acceder por ellos dos personas al mismo tiempo.

"Es inútil continuar" se dijo, "debo volver a toda prisa".

El tiempo apremiaba, ya que probablemente era la hora del cambio de guardia.

 

Pero justo antes de salir, en la bóveda de la bifurcación divisó lo que era una gran esvástica Nazi, tallada sobre la roca. Aquella visión lo dejó con gran perplejidad. El tiempo pasaba inexorablemente, no había para más y, atropellado por la premura, regresó sobre sus pasos hasta encontrarse con Norman, en el exterior.

Al edificio accedió un Eddie y pareció salir otro muy distinto. Su rostro se hallaba tan pálido como la piel de los seres que vio en el interior.

Primero uno y después el otro, volvieron disimuladamente al encuentro de sus compañeros. Por este orden, se desprendieron de los trajes, desataron a los centinelas aún inconscientes, colocaron los uniformes a sus propietarios y posteriormente lo arrastraron cerca del asfalto, justo en la penumbra.

 

Marvin aprovechó una petaca de whisky que llevaba uno de ellos y derramó un poco sobre el pecho de ambos. De forma que, cuando los nuevos centinelas fuesen a hacerles el relevo creerían encontrarlos completamente borrachos. Al despertar, ni ellos mismos sabrían que es lo que había sucedido.

 

Probablemente los propios compañeros encubrirían su presunta embriaguez; una muy grave violación según las normas establecidas por la organización.

 

 


19 - Inoportuno giro del cauce del río


Apertura Polar Sur "El Anillo"

El nuevo día daba comienzo. Y en forma de bienvenida, las aves agradecían con sus esplendidos cánticos los madrugadores rayos de sol.

 

La hierba brillaba solemne su humedad nocturna, mientras las hojas de los árboles sucumbían al no poder ya abarcar más rocío fresco de la mañana. Una de estas frías gotas parecía tener vida propia cuando se dejó caer sobre el rostro de Peter, al que despertó sobresaltado de la última guardia.

 

Como siempre, en su regazo la libreta de apuntes, o como a él le gustaba llamar: "el cuaderno de bitácora", donde horrorizado había apuntado con detenimiento y mimo todo lo acontecido la noche anterior, incluida la espeluznante experiencia que Eddie había tomado a bien contar, con todo detalle, sobre lo que descubrió en el interior de aquella extraña base.

De inmediato, despertó al resto que descansaban plácidamente en el interior del improvisado refugio. Habían de partir lo antes posible, pues se hacía evidente lo arriesgado de permanecer más tiempo allí, teniendo en cuenta que ya era día.

El grupo se puso en marcha. Engulleron algo enlatado, que todavía conservaban en las mochilas, y partieron a toda prisa hacia la balsa oculta tras los arbustos.

Mientras tanto, no había otro tema de conversación que de lo ocurrido la noche anterior.

 

Y a Peter no le entraba en la cabeza que nada de eso pudiese estar pasando:

—¿Quién puede hacer algo tan espantoso?

—¡Miserables! —exclamó Marvin—. ¡Qué mierda de científicos! Peter, aludido, giró el rostro hacia él.

—Lo siento Peter —se disculpó Marvin—. No te ofendas. Sé que nunca te involucrarías en una cosa de esas.

—Los científicos no son los responsables —aclaró Eddie—. Ellos son meros instrumentos de gente mucho más poderosa y con falta de escrúpulos.

—¿Qué es lo que pretenden conseguir con ese tipo de experimentos? —se preguntaba Peter en voz alta.

—No es difícil imaginárselo —comentó Norman, mientras ayudaba a arrastrar la balsa.

Ya debidamente reforzada del día anterior, la consiguieron arrastrar hasta la orilla del río dejándola caer sobre la superficie líquida.

 

Un simple impulso y luego la propia corriente los alejó de la orilla. Ahora se sentían a salvo nuevamente; pues los más probable hubiese sido que los centinelas sospecharan de algo y comenzaran a rastrear la zona, hasta encontrarlos.

 

La distancia que los separaba del lugar de donde acamparon además del propio movimiento continuo de las aguas que los impulsaba hacia adelante les ofrecía ese plus de protección; tal era la sensación que se experimenta al ponernos ante una pared para cubrirnos las espaldas en el momento de sentir peligro.

Navegaron unos trescientos metros cuando la dirección del cauce giró de forma inesperada 45º hacia el occidente del bosque. A la izquierda divisaron una enorme construcción. Una amplia explanada limpia de vegetación con algunos árboles salteados se interponía entre la fachada principal y la orilla del río. Sorpresivamente, la misma base asaltada la noche anterior.

 

Tan sólo cien pasos los distanciaban de aquella terrible aparición.

—¡Dios mío! ¡Agachaos! —susurró Eddie.

Un camino de asfalto rodeaba el edificio por delante, el mismo que se perdía en el bosque por la derecha.

 

La gran puerta principal se alzaba en mitad de la fachada. Ésta, a diferencia de la parte trasera, estaba provista de grandes ventanales, probablemente de oficinas. Varios automóviles de color negro permanecían estacionados fuera, uno de ellos de gran opulencia. También una especie de minibús sin ventanas. Y otros dos centinelas custodiaban la puerta principal del edificio.

Pero esta vez, la fortuna no les acompañó de la misma forma.

Desgraciadamente, uno de los centinelas dirigió la mirada hacia el río y, perplejo ante lo que estaba presenciando, mientras señalaba el lugar del avistamiento, dio la voz de alarma. El compañero, no menos desconcertado que él, pues era la primera vez que ocurría algo así, se percató rápidamente frotándose los ojos y, gritando airosamente, ambos empezaron a pedir refuerzos.

 

Unos segundos bastaron para que por todos los rincones del edificio comenzaran a surgir centinelas, congregándose en la explanada una veintena de ellos; todos estaban provistos de armamento.

—¡Yujuuu! —gritaron algunos.

—¡Al fin un poco de acción, chicos! —exclamaban otros.

—Ahora ya sabemos el por qué de nuestro dolor de cabeza Bernie — expresaba Clair.

—¡Hijos de puta! —maldijo éste— ¡Acabemos con ellos!

—¡Vamos, démosle la bienvenida como se merecen! —gritó uno alzando su arma.

La exaltación de todos los centinelas era evidente, ya que el aburrimiento entre ellos era cosa normal. Aquella situación les activo la adrenalina que tanto tiempo habían tenido dormida.

 

Y sin contemplaciones, pues tenían orden explicita de abrir fuego al sospechar de algún movimiento extraño a menos de quinientos metros a la redonda, dispararon los subfusiles a diestro y siniestro.

—¡Por todos los santos! —exclamó Peter aterrorizado—. ¡Van a acabar con nosotros!

—¡Rápido, vayámonos de aquí! —desesperadamente gritó Eddie de rodillas sobre la balsa.

Sin embargo, la corriente del río tampoco les sonrío; la disposición de la curva parecía disminuir su velocidad justo frente a aquella construcción.

De inmediato, el sonido de los proyectiles comenzaron a aparecer; algunos se detenían de golpe en los escasos troncos de los árboles que se interponían entre ellos, éstos y los cien metros que los separaban eran sus únicos aliados contra lo que parecía una lluvia de acero endemoniado.

 

Las astillas desprendidas se desparramaban sobre una vegetación segada por un punto de mira más bajo.

—¡Vamos! —gritaba Eddie—. ¡Remar a toda prisa!

Los nervios del grupo dieron paso al más puro terror; sus rostros expresaban lo que era verdaderamente el pánico.

 

Todos comenzaron a remar trágicamente con las cabezas casi entre las piernas. Mientras tanto, oían como las balas chasqueaban el agua al atravesar la superficie del río, y cómo hacían crujir las cañas de la balsa al ser alcanzada.

Totalmente indefensos, remaban desesperados con toda la fuerza que únicamente en situaciones similares el cuerpo humano es capaz de alcanzar. Sabían que era la única opción, pues ¿qué más podrían hacer?

Distanciada algo más de cuarenta metros, alcanzar la próxima masa forestal de la ribera era el objetivo que podía salvarles la vida. Y si existía una mínima oportunidad de salir airosos de la ensordecedora ráfaga de disparos, era ésta. Tan sólo los separaba quince segundos de la salvación, un corto espacio de tiempo, aunque para ellos sin embargo toda una eternidad que parecía ir a cámara lenta, pues percibían el aire de los proyectiles pasar entre sus cuerpos.

Al fin, tras un esfuerzo descomunal, llegaron a la ansiada espesura salvaje del bosque, no obstante, la inercia sumada al propio horror hacían que continuasen remando sin parar. La intensa vegetación comenzaba a entorpecer la visión de los centinelas, cuyos disparos lo hacían ya sin un claro objetivo, únicamente la imaginación les ayudaba a seguir apretando el gatillo, aunque ahora con menos intensidad, desistiendo de hacerlo algunos de ellos.

 

Pero justo en ese momento, la providencia quiso mostrar su cara más amarga. Una bala perdida que cruzaba entre la espesa vegetación, desviada y rechazada varias veces por la intersección de arbustos, hizo que la mala fortuna se cebara con Marvin, dándole de lleno. Los tres observaron impotentes cómo caía desplomado sobre la balsa.

 

Desalentados por su compañero, pero con toda rabia sacada de lo sobrehumano, continuaron los tres remando sin parar, hasta que al fin oyeron desaparecer el sonido sordo de los últimos disparos.

Con algo de fortuna, habían conseguido distanciarse del peligro lo suficiente como para no ser vistos; el cauce serpenteante del río en esa zona les ayudó a burlar el envite desaforado de los centinelas.

No obstante, Marvin yacía sobre la balsa inconsciente. El rostro estaba bañado en su propio líquido rojo. Un reguero de sangre recorría su pecho hasta estancarse entre varias oquedades que formaban las cañas de la estructura dañada. El proyectil le había atravesado el hombro izquierdo. Rápidamente, Peter, con una mano, taponaba la herida sangrante mientras que con la otra le tomaba el pulso en el cuello.

 

Eddie y Norman continuaban remando con fuerza mirando de vez en cuando el trágico escenario.

—¡Se nos va, Marvin se nos va! —exclamaba impotente Peter.

Percibían el latente peligro a sus espaldas; sin embargo era urgente socorrerlo, antes de que perdiera más sangre.

 

Rápidamente remaron unos metros más hasta desaparecer por completo de la posible vista de los centinelas. Y de inmediato, protegidos por un macizo de vegetación, Eddie ordenó atracar en la orilla derecha justo en un pequeño y suave meandro. La particularidad de la zona permitió inmovilizar la balsa.

 

Mientras tanto, Peter cosería con destreza ambos orificios que dejó el proyectil al atravesar el cuerpo de su compañero.

—Gracias a Dios que le ha dado en el hombro —suspiró Eddie, alerta en todo momento.

—Sí —afirmó Peter examinándolo atentamente—. Parece una herida limpia y creo que no ha roto ningún hueso. Por suerte, la bala ha salido por el otro lado.

Con un poco de agua en la cara, Marvin recobró el conocimiento. Recostado sobre su propia mochila, se encontraba con los orificios desinfectados y con varios puntos dados en cada uno de ellos.

—Debí reservar… —dijo nada más abrió los ojos, y algo entrecortado— una de aquellas petacas de whisky.

—Es imposible hacerte perder el buen humor ¿eh?, viejo zorro —sonreía Eddie, contento por verlo de nuevo despierto.

La pronta recuperación de Marvin los animó.

Pero a escasos quinientos metros, los centinelas aún confusos por la aparición de aquellos hombres, se organizaban por grupos para ir en su busca. Con anterioridad, jamás habían tenido que utilizar sus armas en las inmediaciones de cualquiera de las bases. Para éstos era pura diversión, todo un día de esparcimiento ante tanta apatía en medio de ninguna parte.

 

Sin embargo, la orden recibida fue clara y concisa: "¡Bajo ninguna circunstancia debéis dejarlos escapar! ¡Los queremos vivos o muertos!".
 

 



20 - La reunión


Nueva York

Entre tanto, a primera hora de la mañana, una eventual reunión de carácter urgente tenía lugar en un antiguo y gran edificio de Nueva York.

 

Treinta representantes entre mujeres y hombres de diversas nacionalidades se congregaron alrededor de una redonda y gigantesca mesa de caoba. Deliberaban sobre el contratiempo que se había presentado y las estrategias que debían adoptar para su inmediata resolución.

 

Sus rostros mostraban cierta intranquilidad, y la discusión parecía algo exaltada.

—¡Señoras y señores tengan calma, por favor! —llamaba al orden el portavoz.

Después de varios intentos, al fin los asistentes aplacaron algo los nervios por la situación imprevista que se había generado.

 

Situación de la que estaban al tanto gracias a un detallado informe repartido a cada uno de ellos, y cuyo problema figuraba como de "inminente solución."

—La investigación muestra que existe un colectivo organizado detrás de esta expedición —comenzó uno de ellos mientras repasaba el informe.

—Ya hemos interrogado a sus familiares sin éxito —comentó otro.

—¡Pues entonces habrá que hacerles hablar! —saltaban excitados algunos.

—¡Exacto, estamos de acuerdo! —manifestaban otros alzando la voz.

El ambiente volvió a ponerse tenso e irritado.

 

Momento en que varios de entre los asistentes intentaban poner orden ante tanta algarabía de opiniones y sugerencias:

—¡Por favor, señores! ¡De uno en uno!

—¿Pero qué diablos han ido a hacer allí? —preguntaba enfurecido un individuo con aspecto de perro pit bull, que se hallaba sentado al otro lado de la mesa, una vez la normalidad se restableció.

—Según hemos indagado —respondía un hombre uniformado—, al parecer han ido a buscar los restos de los expedicionarios desaparecidos el año pasado.

—¿Qué…? ¿Pero no…?

Los rostros de algunos participantes mostraron cierto desconcierto.

—Tranquilícense, señores. De aquello no hay que preocuparse —explicó otro

—Dimos buena solución a los cuerpos. Jamás podrán encontrarlos.

—¡Eso ya lo sabemos todos! Pero muchos de los que estamos aquí no creemos que ese sea el motivo por el cual se han desplazado hasta allí. ¿De veras lo creen ustedes? ¿Jugarse la vida por buscar unos cuerpos desaparecidos el año anterior? ¡Vamos señoras y señores, no seamos ingenuos!

—¡Interroguemos de nuevo a las familias! —gritaba uno encrespado— ¡Seguro que saben algo!

—¡Pero esta vez usando la fuerza si es necesario! —exclamaba otro más.

—No podemos hacer eso —negaban desde el lado opuesto de la mesa—. Levantaríamos demasiadas sospechas.

Un pequeño instante de silencio se interpuso.

 

Tiempo de incertidumbre en que un ser frío y calculador aprovechó para plantear lo siguiente:

—Todos y cada uno de los movimientos del entorno familiar deben ser vigilados —dijo de forma serena mientras se incorporaba de su asiento—. Controlaremos cada una de las entradas y salidas de todos sus miembros; también con cada persona que haya una mínima relación; cualquier paso que den será examinado por nuestro servicio de inteligencia. Tarde o temprano hallaremos alguna información que nos pueda interesar. Y si esto no ofrece resultado, buscaremos soluciones más drásticas.

—Estoy de acuerdo con eso.

—¡Y yo!

Muchos de los asistentes comenzaron a ratificar su postura.

Un gran murmullo se hizo de nuevo en la sala y todos quedaron satisfechos con la última proposición.

Pero cuando la reunión parecía concluida, una mujer de edad avanzada se puso en pie y alzó su voz grave y ejecutora:

—¡Señoras y señores! —exclamó poniendo un silencio sepulcral con las puntas de sus dedos sobre la mesa—. Lo más importante en estos momentos no son las familias, sino los exploradores. Encontrarlos y hacerlos desaparecer debería ser nuestro principal objetivo. Nuestras bases no pueden ser descubiertas.

—¡Efectivamente! Yo estoy de acuerdo —admitió otro frente a ella e incorporándose igualmente—. Sin embargo, que descubran las bases es el menor de nuestros problemas. Lo más grave de este asunto es que hayan podido tener un contacto con los intraterrenos.

En ese instante, pareciese que un velo oscuro enturbiara la atmósfera de la sala, quedando ésta completamente eclipsada.

 

El problema para ellos era aún más grave de lo que en un principio habían pronosticado.

—En ese caso —replicó la mujer con un semblante aún más duro— hay poner en alerta a todos nuestros efectivos. ¡Que busquen de debajo de las piedras si es preciso! Tenemos que acabar con ellos cuanto antes si no queremos que nuestra milenaria línea de sangre comience a desvanecerse. ¡Y no estoy dispuesta a que eso suceda!

—Estoy contigo —afirmó otro—. Si llegasen al interior del planeta nuestro dominio peligraría.

—¡No podemos permitir eso! —gritaban varios.

—Entonces… ¿A qué estamos esperando? —decretó nuevamente la mujer con un tono de voz que causaba respeto—. ¡Comencemos de una vez por todas antes de que sea demasiado tarde!

 

¡Pongamos en marcha nuestros recursos! ¡Descubramos quienes están detrás de esa expedición! Y por supuesto, ¡eliminemos a todos sus integrantes! —concluyó de forma autoritaria, cuyo mandato apoyaron por unanimidad.

La reunión fue corta pero intensa, y sus asistentes tenían muy claro la estrategia a seguir.

 

Redactaron otro informe completo y actualizado incluyendo lo acordado en la junta para hacerlo llegar, de manera urgente, e informar de lo sucedido a todos y cada uno de los miembros de la sociedad secreta repartidos por toda la superficie del planeta.
 

 



21 - Persecución maldita


Apertura Polar Sur "El Anillo"

Protegidos por la caprichosa forma del meandro, se mantuvieron agazapados durante unos minutos.

 

El tiempo mínimo y necesario para curar a Marvin de sus heridas y que éste se restableciera lo suficiente como para poder continuar. Sin embargo, el grupo apenas había recuperado el aliento cuando se vio obligado a poner rumbo de inmediato.

 

El olor a pólvora quemada aún se podía respirar en el ambiente, y les angustiaba terriblemente el hecho de que todavía era posible percibir el rumor de las voces que propiciaban los centinelas, cuyo infierno custodiaban implacablemente y del que por fortuna los cuatro lograron salir con vida; si bien, la situación era similar a la que se produce cuando un indefenso cervatillo se encuentra bajo el acoso de un hambriento león.

 

Había que salir de aquella zona cuanto antes.

Marvin recobró la consciencia y su hombro, pese a que le dolía, se encontraba curado y perfectamente vendado. No obstante, su brazo izquierdo estaba débil y en unos días no podría forzarlo demasiado. En cuanto a la balsa, aunque estaba algo astillada, había soportado con dignidad los impactos; mantenía un aspecto bastante sólido y la estabilidad continuaba siendo aceptable.

El escenario bélico se hallaba excesivamente cerca; el runrún de los disparos aún les resonaban en los oídos. Embarcaron nuevamente a toda prisa y dejaron que la corriente del río los llevase lejos de allí.

Ya con la tranquilidad de saberse distanciados de la base unos kilómetros, un nuevo paisaje les recibía. Los árboles iban desapareciendo dando lugar a una esplendorosa pradera verde; flores diversas impregnaban colores desordenados en su manto aterciopelado: violetas, amarillas, rojas, naranjas...

 

Toda una maravillosa panorámica. Un artista bajo los influjos de su musa parecía haber creado aquel espectáculo, y el serpenteante cauce del río, justo en medio de aquella sensacional belleza, rubricaba la obra de arte con tinta de plata.

El grupo se encontraba absorto por tan extraordinaria creación de la naturaleza. Sin embargo, algo hizo desarmonizar el ambiente apacible en el que estaban inmersos, casi olvidando el terrible escenario dejado atrás hacía tan sólo unos minutos.

Un ruido de fondo inquietó a Eddie.

—¿Habéis oído eso?

—¿Como una especie de zumbido bronco? —contestó Norman con otra pregunta.

—Sí, algo parecido —afirmaba Eddie.

Marvin y Peter no lograban oír absolutamente nada, y aunque intentaron poner atención, continuaron deleitándose de aquella exquisitez visual.

Pero tan sólo unos segundos después, el sonido se hizo más evidente.

—¡Me temo que son los motores de al menos dos lanchas! —intervino Norman con muestras evidentes de preocupación.

Eddie lo miró alarmado durante un instante porque intuía que lo que decía su compañero era cierto. Y acto seguido le preguntó:

—Según la intensidad del sonido, ¿a qué distancia crees que podrían estar?

—No lo sé con exactitud —argumentó—, pero creo que a varios kilómetros, tal vez a cinco o a seis. Si no me equivoco, calculo que en menos de diez minutos nos habrán alcanzado.

La respuesta de Norman los sobrecogió, y como un ser siniestro arrastrándose sobre la balsa, la angustia iba de nuevo poco a poco apoderándose de ellos.

Aquella noticia dejó a Peter asustado como a un niño tras una pesadilla.

—¡Oh, dios mío! ¡Vamos a morir!

Norman lo intentaba tranquilizar cogiéndolo del hombro.

—Cálmate amigo, eso no va a ocurrir.

Marvin, preocupado por su estado, ya que no podría ayudar a remar en plena facultad, propuso:

—Abandonemos la balsa y corramos por la pradera hasta encontrar algún lugar donde escondernos.

—Creo que no es una buena idea —explicaba Norman—. La masa forestal se encuentra a varios kilómetros de la orilla. No llegaríamos con vida. Nos encontrarían dándonos caza como a animales.

—Además —apuntó Eddie—, seguramente también nos estén buscando por tierra. Creo que lo más sensato sería continuar por el río hasta alcanzar de nuevo la zona arbolada, inaccesible para sus vehículos; podríamos ocultarnos entre la maleza. Aquí no tenemos ninguna posibilidad.

Norman asintió con la cabeza.

 

Sin embargo, Peter contempló desalentado el estado de Marvin, algo débil por la pérdida de sangre.

—No os preocupéis por mí chicos, estoy bien —resolvió éste ante las miradas abatidas de sus compañeros.

—La corriente del río ha aumentado bastante —expuso Eddie, intentando dar ánimos ante la situación—. Si remamos con fuerza estoy convencido que podremos escapar.

Éste agarró su trozo de caña que utilizaba como remo y comenzó a paletear con determinación

 

Acción que espoleó al resto del grupo. Marvin, que hasta ese momento navegaba en proa junto a Eddie —en el lado de babor—, se intercambió con Norman a una posición más favorable de la balsa en la que podría hacer un mayor esfuerzo con su brazo diestro.

En efecto, la corriente del río se había visto incrementada considerablemente, por lo que la velocidad a la que se desplazaban era aún mayor, aminorando la diferencia que probablemente pudiera existir con las lanchas a motor. Una suerte que esta vez sí corría en favor de ellos. Si bien, la estabilidad de la estructura, algo deteriorada tras el encuentro con los centinelas, iba en detrimento al aumento de velocidad, y el esfuerzo por mantenerse en equilibrio también era mucho mayor, como mayor era el riesgo de caer al río.

Avanzaban a toda prisa, y las aguas cada vez más bravas, elevando sus crestas como los delfines emergen sus aletas, parecían acompañarlos en un viaje sin retorno. Sin embargo, a sus espaldas percibían la maldita pesadilla de ser acribillados nuevamente, cosa que hacía que la concentración no decayese ni un solo segundo.

 

Remaban sin cesar en un estado de extrema excitación, el pavor de ser alcanzados les incitaba a hacerlo de esa manera.

De lejos, muy de lejos aún, comenzaba a camuflarse el rugido de los motores con el alboroto de las aguas. Sin embargo, las lanchas cargadas de centinelas armados y dispuestos a satisfacer la adrenalina acumulada, ignorantes aún de tener al alcance de su mano a los perseguidos —gracias a otro tramo sinuoso del cauce del río que les impedía ver más allá—, ganaban terreno.

Para el grupo, la hermosa pradera que contemplaban a ambos lados del río, de repente, se había convertido en un terrorífico corredor de la muerte.

 

Parecía no tener fin la maldita llanura; y lo que era aún peor, en el horizonte no se apreciaba indicios de zona forestal, ni maleza alguna, tal y como había pronosticado Eddie. La angustia en sus rostros reflejaba lo evidente, pues un terrible dragón los acecharía de un momento a otro descargando su ira por sus gigantescas fauces; tal era ya el rugido de las lanchas.

 

¡Cómo ansiaban una zona de intensa vegetación que los protegiera! Para desdicha suya, el cauce del río enderezó su rumbo, de modo que, a popa comenzaron a apreciar de lejos las lanchas motoras como puntos negros en un fondo coloreado. Igualmente, los esbirros advirtieron la balsa y aceleraron los motores al máximo mientras lanzaban una especie de grito en forma de júbilo, alzando al aire sus armas de fuego. Sin duda, el momento de diversión esperado por ellos, ya que sólo era cuestión de tiempo darles caza.

Lejos de darse por vencidos, e indefensos por completo ante la manifiesta tragedia que se les venía encima, continuaron remando hasta la extenuación. Pero muy poco podían hacer contra la velocidad mecánica de las lanchas, ya muy próximas a ellos.

Marvin comenzaba a resentirse de su herida, mas trataba de impedir que se le notase. El tremendo esfuerzo hizo estallar varios puntos de sutura y sangraba nuevamente de manera abundante dejándolo cada vez más débil. Sin embargo, los mercenarios, lejos de condonarles la vida, se mostraban cada vez más excitados; no ofrecían tregua alguna. Ya escasos doscientos metros separaban a los exploradores de un exterminio seguro.

 

La situación era tan evidente que relajaron los motores y esperaron pacientes a tenerlos tan cerca como para descargar a placer en sus cuerpos toda la artillería. El deseo de los centinelas fue que la excursión no acabase tan pronto; de tal tamaño era el gozo que experimentaban.

Pero de repente, justo en ese momento, un desconcertante ruido de fondo comenzó a mezclarse con el rugir de las lanchas.

 

Paradójicamente, éstas empezaron a desacelerar mucho más su velocidad. Y una gran confusión comenzó a apoderarse de todos.

"¿Qué diablos está ocurriendo?"

No podían saberlo.

 

Pero aquel extraño sonido se convirtió en un bullicioso estruendo, por momentos más estrambótico y ensordecedor.

—¡Detened los motores! —ordenó el oficial al mando de los centinelas— ¡Veamos el espectáculo, chicos! —comenzó a reír ante el inesperado escenario que se había presentado.

Tal fue la concentración y esfuerzo que emplearon en remar, que no advirtieron a tiempo de la espeluznante aproximación de una gigantesca catarata.

Ya resignados con el cruel desenlace que les deparaba el azar, abandonaron los remos y los cuatro se miraron con rostros derrotados, como si entre ellos se estuviesen despidiendo para siempre. Habían llegado al final del recorrido. La sumisión del terrible destino fue acompañada de una completa relajación muscular.

 

Una muerte aceptada trazaba cierta serenidad, pues contra la corriente del río no podrían luchar jamás, la misma que en un principio les salvó de los centinelas, y que después de forma contradictoria e injusta sería la que irremediablemente les haría caer por un enorme torrente de agua de más de cuarenta metros de altura.

Los mercenarios, detenidos a contra corriente con sus lanchas motoras, parecían divertirse ante aquella situación.

Fue tan sólo un abrir y cerrar de ojos cuando la balsa rebasó el borde de la catarata a una velocidad extraordinaria, despedida hacia adelante en el aire como un disco de hockey sobre hielo, y cayendo los cuatro al vacío mientras veían como pasaba en un instante todo el transcurso de sus vidas.

 

Cada uno por un lado y con movimientos espasmódicos, todos parecían querer agarrarse a algo invisible en el vacío. Gritaban desconsoladamente durante los interminables cuatro segundos que duró el descenso hacia una enorme poza natural de aguas turbulentas.

Durante el descenso, Marvin terminó perdiendo el conocimiento, Eddie y Norman sin embargo intentaban aferrarse a la vida, y Peter cerró sus ojos evitando observar las tinieblas.

Ya en la turbia y embravecida agua debido a la continua tromba que caía desde lo alto, sumergidos en ella y casi asfixiados, con la escasa fuerza física que les mantenía vivos, los tres luchaban por salir a flote del interior.

 

De manera sin igual, daban brazadas convulsivamente hasta conseguir impulsarse hacia la luz, hacia una superficie espumosa e indomable que parecía querer empujarlos hacia el oscuro abismo. Pataleando como pudieron, bien hacia un lado, bien hacia el otro lado de la cascada, lograrían alcanzar la orilla abrupta y desigual del estanque.

 

Primero lo hizo Peter, que la fortuna lo haló hacia una especie de minúscula playa con arena fina y blanca; luego Norman un poco más allá, sobre unos matorrales; y por último Eddie que se sujetó como pudo a unas rocas justo en frente. Estos dos consiguieron arrastrar sus cuerpos fuera del agua, justo donde Peter los esperaba tendido boca abajo mientras expulsaba con dificultad el líquido contenido en los pulmones.

Desfallecidos, el cielo celeste era su único punto de referencia durante los primeros minutos.

 

Tiempo que emplearon en completo mutismo para recuperarse físicamente, mas sobre todo para poder asimilar la situación del duro golpe moral que supuso la pérdida de su compañero y amigo Marvin.
 

 

 


22 - Buscando contactos


Boston (Massachusetts)

Intranquilo por lo que en la lluviosa tarde del día anterior le había contado su hija adoptiva, Elías comenzó a meditar: "Me extraña que Kat haya venido a pedirme ayuda.

 

Hacía mucho tiempo que no lo hacía". En su rostro percibió cierta inquietud aquella tarde, y él no soportaba verla preocupada. Para Elías era aún su niña pequeña.

Esa misma mañana, llamó por teléfono a Irving Weiss, ex agente de los servicios de inteligencia del gobierno de los EE.UU. de Norte América, y amigo íntimo desde el día en que decidió trabajar para el FBI. Irving ya se encontraba jubilado, no obstante seguía teniendo importantes influencias en el ámbito laboral.

 

Lo hizo como ambos acostumbraban, y como éste le había enseñado: de manera codificada.

—¡Hola Irving, viejo zorro!

—¡Elías! ¡Cuánto tiempo sin saber nada de ti!

—Bueno, ya sabes que sigo siendo un hombre muy ocupado —dijo con sarcasmo.

—¿Pero cuando lo vas a dejar? Ya estás para que te ayuden a bajar la bragueta del pantalón —bromeó Irving.

—Al menos a mí no me tienen que dar la sopa con una cañita, viejo baboso. Ambos reían el intercambio de golpes.

—Cuando no pueda moverme por mí mismo —continuaba Elías—, entonces lo dejaré. Mientras tanto seguiré plantando mis propios tomates.

—Veo que sigues siendo un cabezota duro de pelar. ¡Te advertí que trabajar la tierra no da para mucho!

—Bueno, me conoces bien.

—¿A qué tengo que agradecer tu llamada? —preguntó Irving.

—Ya sabes. Hace tiempo que no jugamos juntos. La última vez me venciste a los bolos, ¡bribón! Quiero la revancha cuanto antes —sugirió Elías de forma codificada.

—No creas que te lo pondré fácil.

—Lo sé. Por eso me gusta jugar contra ti.

—Sabes perfectamente que los bolos son mi pasión. Pero dime, ¿dónde prefieres batir tus fuerzas esta vez, en mi bolera o en la tuya? —continuó hablando en clave Irving.

—No quiero que tus achacosas piernas se molesten, así que iré a la tuya.

—De acuerdo, te esperaré impaciente hasta este fin de semana, a la misma hora de siempre. Para entonces, no olvides ponerte en forma viejo carcamal.

—Allí estaré. Te daré tal paliza que no lo olvidarás jamás. Además, quiero que sepas que esta vez voy a llevar un juez para que no hagas trampas — concluyó riendo Elías, y siempre hablando en clave.

—Será un placer conocerle. Auf wiedersehen.

—Ciao.

Sin más, ambos colgaron el teléfono.

Después de haber cumplido toda su carrera profesional en los servicios de inteligencia, Irving siempre sugería que en situaciones comprometidas había que actuar de forma prudente, incluso cuando tenía que hablar por teléfono con un amigo. Ya que debido a su dilatada experiencia y por consiguiente a la enorme información confidencial, de la cual era conocedor, sería muy probable que su línea de teléfono estuviese intervenida.

 

Siempre comentaba a Elías que nunca se sabía cuántos oídos y con qué pretensiones podían estar escuchando una conversación privada. Si bien, esto se lo transmitió a su amigo poco después de jubilarse, desde entonces, lo practicaban cada vez que se llamaban por teléfono.

Elías terminó de conversar con Irving e inmediatamente después llamó a su querida Kat invitándola a visitar el parque al día siguiente por la mañana, en un punto y hora determinados; por supuesto no coincidía con el fin de semana, tal y como en clave ambos amigos habían hablado.

 

Ella se mostró algo desconcertada, aunque no quiso preguntar nada al respecto, limitándose a aceptar la invitación.

"Elías no es un hombre de ir al parque", pensó. "Seguramente quiere contarme algo". "Pero… ¿por qué en el parque?", se preguntaba confusa y al mismo tiempo expectante.




23 - Divina providencia


Apertura Polar Sur "El Anillo"

Esta vez el gran esfuerzo que supuso escapar de los centinelas, además del duro golpe tanto físico como moral sufrido en la caída, fue demasiado fuerte como para levantar un solo músculo de aquella humedecida arena.

 

Sin embargo, después de girar varias veces sobre si mismo y expeler los últimos restos de agua de sus pulmones, Eddie logró ponerse de rodillas y, arrastrándose como pudo, comprobó que sus otros dos compañeros estaban con vida.

Tras ponerse en pié no sin dificultad, manifestó su lamento al ver que su amigo Marvin no se encontraba entre ellos. Probablemente, su grito desgarrador y lleno de furia pudo oírse a varios cientos de metros a la redonda.

Pero lejos de resignarse el delirio momentáneo pasó a un estado de esperanza, y ésto lo alentó a buscar por los alrededores de la gigantesca cascada.

"No cesaré hasta encontrarte amigo", se dijo para si mismo.

 

"¡Debí hacerte caso y escapar por aquella llanura!"

 

"¡Oh, Dios!" suplicaba deshecho, mientras secaba las lágrimas de su rostro atormentado. "Al menos tendrás una digna sepultura" pensaba, examinando cada centímetro de matorral.

Y es que Eddie no podía aún creer que su buen amigo Marvin había perdido la vida.

De repente, en una zona donde la fuerza de las aguas proyectaba una bifurcación hacia lo que parecía dos arroyos, Eddie distinguió algo entre una acumulación de trozos de ramas atrapadas entre las rocas; se trataba del cuerpo de Marvin, que yacía atrapado en el interior. Saltó rápidamente hacia él sumergiéndose de nuevo en las aguas turbulentas. Apartó como pudo todo el ramaje y le sujetó del cuello con su brazo izquierdo, arrastrándole hacia la orilla más próxima, que estaba formada por grandes guijarros.

 

¡Marvin aún vivía! Y aunque el hilo que le sostenía a este mundo era ya muy fino, quizá demasiado, Eddie desesperado, intentando alguna reacción de su amigo, comenzó a golpear su pecho fuertemente al tiempo que le tapaba la nariz para insuflarle aire en los pulmones.

"¡No te vayas, Marvin! ¡Despierta!", gritaba al mismo tiempo.

Al fin, su corazón consiguió responder con mayor vigor, y Marvin empezó a expectorar toda el agua que llevaba dentro.

Peter y Norman, emocionados, llegaron justo en ese instante, y entre los tres consiguieron llevarlo a la pequeña playa de arena.

Marvin se encontraba semiconsciente, confuso y delirando. Tremendamente débil. Los síntomas, nada esperanzadores, confirmaban que se hallaba a punto de entrar en shock: su piel estaba helada, el rostro muy pálido y mortecino los labios. Además, todos los puntos de la herida se le habían soltado, y debido a esto la pérdida de sangre llegaba a ser letal.

Volvieron a trasladarlo urgentemente a una zona más cálida y seca. Un lugar apartado y tranquilo donde algunos rayos de sol lograban inmiscuirse entre las ramas de los inmensos árboles, hasta calentar una pequeña porción de la enorme pared vertical rocosa del lado derecho de la catarata.

Mientras Peter volvía a coserle la herida, Norman encendía rápidamente un fuego, pues el cuerpo de Marvin debía recuperar la temperatura lo antes posible. Eddie, tras quitarle la ropa húmeda, le envolvió en una manta que recuperó del interior de una de las mochilas, que por fortuna encontró atrapada en unos matorrales muy cerca de la orilla y que gracias a su impermeabilidad aún estaba seca.

 

La sangre dejó de brotarle y, aunque muy lentamente, la temperatura del cuerpo iba recuperando su estado normal. Sin duda, ahora el tiempo corría a su favor, y mientras el calor del fuego le ayudaba a reponerse, Marvin dormía profundamente. La angustia inicial que desató a los tres compañeros fue aliviada de momento.

Aún envueltos en un estado de aturdimiento por todo lo ocurrido, nadie había reparado en la extraordinaria belleza del lugar. Extasiados durante un buen rato quedaron ante el maravilloso espectáculo que nuevamente les obsequiaba la naturaleza. Aquello que les rodeaba debía ser lo más parecido al edén.

 

Un paraíso terrenal que casi hizo perder la vida a su compañero Marvin y que, sin embargo, tal vez los salvara de un final más trágico a manos de aquellos hombres.

No obstante, habían de hacer lo posible por encontrar el resto de las mochilas, pues en ellas aún llevaban algo de alimento para ofrecerle cuando despertara.

 

Alejados unos metros del lugar, donde un recodo parecía amortiguar el ruido intenso provocado por la caída del agua, Peter quedó al cuidado de Marvin, mientras que Eddie y Norman fueron a buscarlas; cosa que lograrían rápidamente. Una de ellas se hallaba enganchada en el amasijo de cañas de la desafortunada balsa.

 

Las cuerdas que unía la estructura no soportaron el tremendo envite de la caída, quedando atrapada en una roca que predominaba por su envergadura en la orilla opuesta de la configuración del embalse, cuya formación estaba originada por la fuerza de la gigantesca columna de agua que abatía furiosa desde una altura de más de cuarenta metros. Esto hacía que se creara a su alrededor una orilla arenosa, salpicada tan sólo por algunos cúmulos de rocas de grandes proporciones.

 

El embalse, cuyo diámetro superaba el largo de un campo de fútbol, se enconaba por su parte central hasta formar una especie de embudo; de éste, su agua sobrante fluía hacia una bifurcación de dos ramales donde daba lugar el nacimiento de un nuevo cauce del río, creando en su interior una pequeña isleta, la cual milagrosamente, y por fortuna, detuvo el cuerpo de Marvin.

Un sol respetuoso y algo tímido parecía esconderse tras la intensa vegetación.

Y solemne ante ellos, se erigía la impresionante y a la vez hermosa catarata. Una gran pared vertical se perdía de vista a cada lado del salto de agua, y vestía sus mejores galas con plantas briofitas; 7 éstas, cubrían toda la superficie hasta la cima. Los alrededores del embalse se encontraban cubiertos por diversas especies de gigantescos árboles; grandes y abundantes hojas los adornaban, y un follaje espeso de diversas tonalidades verdes se esparcía por toda la zona.

 

Aves manchadas de colores y de múltiples aspectos revoloteaban sin cesar, sus cantos unían los acordes en un extraño concierto con el rugido estrepitoso del agua al caer; una especie de eco sordo y continuo que retumbaba una y otra vez contra la gran pared rocosa recubierta de verde musgo. Tal era el fragor que casi no permitía oír sus voces.

Por última vez, dirigieron sus miradas hacia la cima del inmenso salto de agua, como si quisieran despedirse de él y, de alguna forma, como un gesto de agradecimiento por haberlos salvado.

A medida en que Eddie y Norman se acercaban al punto en donde Peter cuidaba del enfermo, el ruido de la zona fue difuminándose hasta casi desaparecer.

El calor del fuego secó toda la ropa, pero el cansancio era de importancia y estaban hambrientos. Necesitaban con urgencia recuperar las fuerzas; sin embargo, la mayor parte del alimento se perdió tras la caída, y el que pudieron rescatar se había estropeado. En todo caso, la pequeña ración fue reservada para Marvin. Tal fue el tributo que pagarían por salvar las vidas.

El enfermo fue recuperando la temperatura corporal, aunque aún estaba inconsciente. Y pese a que sabían del peligro que corrían permaneciendo allí por mucho más tiempo, aquello dificultaba enormemente la continuidad de la marcha.

No obstante, Norman encontró por los alrededores varias raíces y tallos comestibles que tras masticar pudieron tragar sus jugos. Esto conseguiría saciar el hambre al menos durante unas horas. Recostados cómodamente sobre las rocas, bajo la protección del calor de las llamas, la extenuación hizo que quedaran completamente dormidos.

Horas más tarde, los tres despertaron sobresaltados ante lo que sería una situación violenta e inesperada. Frente a ellos, observándolos con cierta curiosidad y distanciados unos diez pasos, un grupo de ocho personas entre hombres y mujeres permanecían inmóviles y en completo silencio. Ninguno se atrevió a mover un solo músculo. Aunque de haberlo hecho, las fuerzas no hubiesen dado para mucho. Menos aún la moral, teniendo en cuenta el estado crítico de Marvin.

 

Por lo que impotentes, se abandonaron nuevamente a la providencia.

El aspecto aborigen, un tanto primitivo, los desconcertó por completo. No portaban arma alguna, ni aparentaban ser peligrosos, en todo caso, parecían querer entablar algún tipo de comunicación gestual.

Sus vestiduras eran muy escasas. Las féminas cubrían sus pechos con dos pequeños trozos de piel suave de algún animal, y otro más grande en las partes íntimas hasta la mitad del muslo. Los hombres usaban una especie de taparrabos.

 

En ambos casos no mostraban ningún tipo de colgantes, pendientes o plumas. Ellas sin embargo decoraban sus largas melenas con flores de diversas especies. El color del cabello no era determinante, ya que algunos eran rubios y otros morenos.

 

Estilizados rostros algo alargados con inmensos ojos almendrados daba por concluida una apariencia física singularmente bella. La altura, bastante dispar, podía depender de la persona y el sexo, rondaba entre un metro sesenta y un metro setenta y cinco centímetros.

 

A diferencia de otros tipos de indígenas repartidos por la geografía terrestre, sólo era de extrañar la pigmentación de su piel, aparentemente muy pálida, casi blanca se podría decir. Esto era debido a que permanecían en plena oscuridad la mitad del año, sin obtener los cálidos y luminosos rayos de sol.

Inmediatamente, el instinto defensivo de Norman hizo agarrar su machete.

—¡No, déjalo! —exclamó Eddie sujetando el brazo de su compañero—. Parece que no quieren hacernos daño, de lo contrario no nos hubieran dejado despertar.

Eddie se incorporó y, muy despacio, se acercó al hombre que estaba algo más adelantado; éste aparentaba ser el mayor de todos.

 

Extendió su mano abierta y el individuo pareció desconcertarse. Eddie volvió a intentarlo acercándola aún más. Desde atrás palpaba su machete Norman, siempre preparado por lo que pudiera ocurrir. Hubo un momento de máxima tensión, pero al fin, con cierta timidez, el nativo fue condescendiente y aceptó estrechar la mano de Eddie.

 

Ambos intercambiaron una leve sonrisa, instante en el que el grupo de nativos comenzó a reír desconsoladamente. Ahora los desconcertados eran Eddie, Norman y Peter. Sin embargo, aquello sirvió para disminuir el estrés inicial hasta desarrollarse en una correspondencia afectiva. Definitivamente fue el primer paso hacia un saludo en un lenguaje desconocido, acompañado de extrañas gesticulaciones.

Más tarde supieron que dar la mano era como pedir salir a la otra persona, ya sea el ofrecimiento por parte de una mujer o de un hombre; la diferencia de género no existía en su cultura. De ahí la carcajada que soltaron.

El hombre se acercó al enfermo aún inconsciente, lo examinó con sumo cuidado, giró su rostro hacia el resto de aborígenes y gesticulando pareció comentarles algo no demasiado esperanzador.

Con un gesto acompañado de un sonido grave que salió de su garganta, fueron invitados a seguirlos hacia su poblado. Sin objeción alguna aceptaron los tres, pues, ¿qué tenían que perder? Se encontraban demasiado desfallecidos como para despreciar cualquier tipo de ayuda.

En un abrir y cerrar de ojos los nativos prepararon un gran trozo de piel rectangular sujeta longitudinalmente mediante dos palos donde fue acostado Marvin. Era como una especie de camilla que acostumbraban a realizar para transportar a sus enfermos.

Se adentraron en el bosque unos metros, y los hombres y mujeres recogieron sus armas ocultadas previamente detrás de unos matorrales, probablemente para evitar alguna situación violenta de sus invitados; gesto que demostraba tremenda inteligencia. Los tres admiraron las formas de actuar, dignas de una civilización pacífica cuanto menos.

 

Las armas consistían en arcos con flechas, cerbatanas y hondas. Dependiendo de la habilidad de cada individuo éste portaba una de ellas, a veces incluso hasta dos distintas. Sólo las utilizaban en la cacería para alimentarse y, en casos excepcionales, para defenderse de algún depredador.

Entre la espesura del bosque, caminaron sin detener el ritmo hasta encontrarse con una masa rocosa de altura considerable. Al igual que una porción de tierra aislada en medio del océano, estaba rodeada de vegetación salvaje. Un sendero pedregoso en espiral ascendía muy suave hasta la cima.

 

Cima formada por una gran meseta redondeada y protegida en todo su perímetro por la propia cadena rocosa. Si pudiera compararse con algo, sería lo más parecido al cráter de un gigantesco y extinto volcán.8  

 

Sin lugar a dudas, era obra de la propia naturaleza, y la tribu, quizá durante milenios, simplemente se valió de ella para guarecerse y hacerla su hogar. Una ciudad formada por cientos de carpas redondas en forma de tiendas de unos cinco metros de diámetro se establecía en su espacio interior. Familias de hasta seis individuos se cobijaban en ellas.

 

Dispuestas para formar calles entre si, estaban inteligentemente distribuidas en grupos de cuatro. En el centro del poblado se hallaba un gran espacio abierto, parecido a una plaza, que utilizaban como foro, lugar de encuentros, reuniones y demás necesidades comunitarias, donde se resolvía cualquier problema y decidían los temas importantes concernientes a toda la tribu.

Una gran armonía parecía gobernar el poblado, de tal forma organizado y perfectamente acondicionado para el buen funcionamiento del mismo. Cada individuo sabía que debía hacer en todo momento.

Bajo el sol del medio día, los niños jugaban felices en un espacio dedicado para ellos. El resto de personas adultas realizaban sus labores sin restricciones horarias ni nadie que los controlasen; únicamente sus conciencias hacían que el engranaje de toda la maquinaria funcionase a la perfección, al igual que una gran colmena de abejas, pero sin reina.

 

El tiempo no existía para ellos, de la misma forma que tampoco parecían necesitarlo. Grupos organizados de cazadores y otros de recolectores iban y venían del bosque acarreando mercancías y alimentos para la comunidad. Varios se dedicaban a reparar los útiles y armas de cacería.

 

Otros arreglaban los posibles desperfectos de las tiendas, mientras que lo más capacitados en el arte culinario, ya fuesen hombres o mujeres, preparaban la comida para el resto; una buena y equilibrada alimentación a la que consideraban de vital importancia. También existían mujeres y hombres, normalmente de mayor edad, que realizaban las labores de curanderos, recolectando todo tipo de hierbas, flores y raíces del bosque con propiedades analgésicas o curativas.

Una estructura familiar gigantesca de al menos ochocientas personas donde todo se hacía para el beneficio colectivo.

 

Cualquier recurso era repartido por igual, pues todos y cada uno de los individuos eran necesarios, sin importar a qué dedicaban sus habilidades. La carne conseguida en las cacerías, sus pieles, las recolecciones de alimentos vegetales, el agua, incluso las alegrías y tristezas eran compartidos en toda la extensión de la palabra.

 

Dedicaban las mañanas a los quehaceres de la tribu y normalmente las tardes eran destinadas al ocio, cuyo tiempo podía emplearse en juegos diversos, para las danzas, coloquios, etc.

 

Por lo general, los padres enseñaban las labores a sus hijos, pero dejaban que llegara el momento en que los pequeños mostraran el interés por aprender, pues según decían los sabios del lugar era el momento en el que se sentían preparados para ser adultos; generalmente, cuando alcanzaban cierta edad en la que los juegos infantiles dejaban de ser divertidos para ellos, era cuando entonces sentían la necesidad de realizarse como persona adulta haciendo algo más creativo y útil para la comunidad. De manera que las habilidades técnicas, la artesanía o cualquier otra labor se iban transmitiendo de generación en generación.

Todo estaba sincronizado con la armonía de la propia naturaleza y con su proceso cíclico, pues ella era la que decidía cuándo y cómo se debían hacer las cosas.

Al entrar al poblado, los tres, ya que Marvin continuaba inconsciente sobre la camilla, quedaron perplejos pero fascinados al mismo tiempo; pues fue grande la expectación levantada por sus habitantes al ver llegar a un grupo de individuos de aspecto extraño y tan diferentes a ellos.

Peter comenzaba a presentar síntomas de caer al suelo desplomado de un momento a otro. El tono de su rostro parecía tan pálido como el de Marvin.

Eddie le animaba susurrándole al oído mientras lo sujetaba del brazo ante las miradas curiosas de los nativos:

—¡Aguanta un poco!

Norman, aunque siempre con la mano derecha sobre su machete, examinaba todo a su alrededor:

—Parece gente pacífica.

Los aborígenes no deparaban en observar con cierta indiscreción la forma de vestir de los extranjeros; aquel detalle les llamaba mucho la atención.

El hombre mayor los condujo hacia la zona este del poblado, al segundo grupo de tiendas de la última calle. Amablemente y gesticulando los invitó a entrar en la primera tienda, en la que también accedió él. De forma inmediata, dos muchachas jóvenes la prepararon con todo tipo de comodidades: alrededor de su perímetro, junto a la pared y a ras de suelo, dispusieron cuatro camastros de apariencia bastante agradable, en uno de ellos acomodaron a Marvin. Justo en el centro, un espacio con enormes hojas verdes hacía la función de tapete. Sobre él, depositaron alimentos frescos y algún tipo de bebida, también un recipiente de caldo caliente.

La estancia era suficientemente grande y lo bastante acogedora como para garantizar el confort de una familia de seis miembros. Aunque en raras ocasiones, y sólo cuando el número de individuos se excedía, podía anexarse otra tienda.

 

Según las horas del día, la iluminación interior era adaptada según los casos: por la noche, colgado en el centro, encendían una especie de lámpara o candil realizado de arcilla; y durante el día, aprovechaban la luz solar de una forma bastante ingeniosa: destapaban varias aberturas pequeñas y rectangulares, distribuidas inteligentemente a cierta altura de la carpa, asegurando de esta manera cierta intimidad en su interior.

 

Para ello, ataban un palo vertical a modo de bandera, con el que enrollaban cuando querían destapar el pequeño hueco, o desenrollaban cuando necesitaban cubrirlo. Estos huecos también hacían la función de respiradero.

Mientras las muchachas preparaban las viandas en el centro de la tienda, el hombre de mayor edad que inició el contacto con ellos, se presentó cordialmente con el nombre de Insadi. Eddie, Peter y Norman hicieron lo propio, agradeciendo todas las atenciones.

Insadi, antes de marcharse, les comunicó en su idioma y gesticulando exageradamente que vendrían a atender al enfermo, y que mientras tanto disfrutaran de los alimentos.

No obstante, antes de que pudiesen poner un dedo sobre los deliciosos manjares, un hombre octogenario apareció de repente. Su increíble agilidad física demostraba una sorprendente salud de hierro. Era delgado, casi esquelético, piel muy arrugada, nariz estrecha y algo curvada, con una prominente barba blanca como la nieve, al igual que los largos cabellos que cubrían sus hombros.

 

Traía consigo una extraña caja de madera provista de asas con pequeños compartimentos tapados muy cuidadosamente por tablillas; éstas estaban talladas con una especie de simbología de color negro. El anciano se inclinó levemente y saludó con la mano levantada hasta la altura de su rostro. Sin decir nada, se aproximó a Marvin sentándose a su lado con las piernas cruzadas.

En ese momento Peter sintió la necesidad de acercarse al anciano para explicarle el estado de la herida, pero Eddie se lo impidió sujetándolo del brazo y meneando la cabeza.

Con una sutileza propia de una monja enfermera, le quitó la venda húmeda y enrojecida, y con precisión extraordinaria examinó la herida. El aspecto no era demasiado agradable, por lo que de la boca del curandero anciano pareció salir una expresión lastimosa.

 

De forma casi ceremonial, retiró las tablillas de tres de los muchos compartimentos de la caja, y con esmero las amontonó justo al lado. Del primero extrajo algo que parecía ser semillas secas trituradas, del segundo un poco de polvo marrón, y del último dos minúsculas hojas amarillentas.

Después vertió todo en un pequeño mortero de madera que trajo consigo, machacó con sumo cuidado, y luego mezcló lentamente con unas gotas de agua hasta conseguir una amalgama pegajosa.

 

Con extrema delicadeza fue untada la masa en el cuerpo de Marvin, dejándola totalmente al descubierto. El anciano recogió todo de la misma forma, puso las manos sobre sus propias rodillas, cerró los ojos y quedó en completo mutismo durante unos minutos.

 

Una vez concluyó, extraños y cortos cánticos salieron de su garganta, al tiempo que tomaba tierra del suelo para derramarla sobre sus brazos. Más tarde se supo que esto era un ritual que hacían los curanderos del poblado para agradecer a la madre naturaleza las plantas curativas que les brindaba cada temporada.

Inmóviles en sus respectivos asientos, fueron minutos algo violentos para los tres, mas por respeto reprimieron hacer algún comentario.

Al concluir la ceremonia, el curandero cubrió al enfermo con una mullida manta aterciopelada. Y con un movimiento solemne y en arrolladora calma, abandonó la tienda sin articular palabra.

 

 


24 - Máxima prioridad


Mientras tanto, en la base secreta

Dos lanchas motoras con cinco tripulantes a bordo de cada una regresaban triunfantes a la base, con el convencimiento de haber cumplido la orden.

 

Justo en ese momento, acababa de llegar una comitiva con varios delegados representando a los asistentes de la reunión que tuvo lugar el día antes en Nueva York. Sus intenciones eran claras y determinantes: garantizar personalmente que todo se cumpliera tal y como se acordó; cometer un solo error no entraba dentro de los planes marcados, y por supuesto fracasar no era algo a lo que la organización estuviese acostumbrada.

 

Todo habría de quedar perfectamente planificado y dispuesto para su ejecución.

El asunto era de extrema importancia, un acontecimiento sin precedentes, pues jamás antes un miembro de la élite había asistido en persona para dirigir de manera explícita un consenso a ninguna de las bases instaladas en la Antártida.

Los centinelas desembarcaron de las lanchas e informaron inmediatamente a sus superiores de lo que para ellos creían un afortunado incidente en la catarata, y por lo tanto, de la más que probable muerte de los exploradores.

Sin embargo, de nada sirvió el comunicado. Los mandos superiores ya habían recibido nuevas y contundentes órdenes de la cúpula.

"¡Traedlos vivos o muertos!", tal era la resolución.

Buscar hasta dar con sus cuerpos para evitar por todos los medios que llegasen al lugar prohibido, y este no era otro que la "Zona Oscura".

Para ello, pusieron en alerta máxima a los miembros de seguridad de todas las bases de la zona antártica con el siguiente comunicado:

"Prioridad absoluta para localizarlos, ya sea vivos o muertos. La eliminación debe ser inmediata y sin contemplaciones".

Era evidente la preocupación de la organización secreta, un gobierno en la sombra que maneja los hilos del mundo.

 

Su existencia y, por consiguiente, la supremacía sobre la superficie del planeta se encontraba en peligro; o lo que era lo mismo, la manipulación y control de todos los seres humanos se hallaba bajo una seria amenaza.

 

Evitar que aquel ignoto conocimiento fuese descubierto e impedir por todos los medios que se revelase la existencia del mundo intraterreno era de máxima prioridad. En juego estaba por tanto el mayor secreto jamás antes guardado de la historia de la humanidad.

 

Y para los oscuros intereses de la élite todo debía seguir siendo ocultado.

 

 


25 - Un encuentro imposible


Apertura Polar Sur "El Anillo"

Las jóvenes adornaron el centro de la tienda con ricas viandas.

 

Una gran cazuela de barro presidía al resto; en su interior un caldo caliente, hecho de algún tipo de verdura salvaje y mezclado con un poco de carne y grasa animal, pero de paladar agradable. A su alrededor figuraban todo tipo de frutas, algunas de ellas desconocidas para los invitados, otras sin embargo eran muy similares a las manzanas y a las uvas, aunque de tamaño algo más reducido, al igual que una especie de plátanos salvajes realmente minúsculos, pero de una dulzura aún mayor.

 

Entremezclada en ellas, había también una especie de masa horneada, parecida al pan, hecho a base de harina de diferentes semillas silvestres.

 

Y por último, e igualmente repartido en derredor del plato principal, infinidad de frutos secos como la almendra, el cacahuete y la avellana, además de otros desconocidos para ellos. Para beber había agua y una especie de zumo fermentado semejante al vino pero de un color verdoso.

Los tres disfrutaban del jugoso banquete al tiempo que comentaban en voz baja sobre el insólito ritual del anciano y sabio curandero, cuando de repente, Marvin abrió los ojos. La herida cubierta con la untuosa pasta realizada minuciosamente por aquel misterioso hombre parecía haberle hecho efecto. Al menos dejó de sangrar, y el dolor había disminuido considerablemente.

De inmediato, arrastraron hacia el enfermo el tejido de cuero sobre el cual estaban todos los alimentos, y se sentaron junto a él. Tomó con deseo un poco de caldo caliente que le ofreció Eddie, y Marvin fue recuperándose poco a poco. Los ánimos del grupo volvían a su cauce normal.

 

Mientras eso sucedía, comieron y bebieron hasta que no pudieron introducir nada más en el estomago. Después, el sueño les rindió, durmiendo plácidamente casi seis horas seguidas. Nadie molestó al grupo en todo ese tiempo.

La gente del poblado continuaba con sus quehaceres diarios, que consistía en la recolección de alimentos vegetales, la cacería, el acopio de la leña, la puesta a punto de las armas de caza, las reparaciones de utensilios, la preparación de la comida e incluso los juegos de los más pequeños eran sólo algunos de los muchos y variados que tenían a lo largo del día.

 

Sin embargo, todo se establecía en un orden extraordinario; cada individuo o grupo de trabajo rezumaba una armonía increíblemente desconcertante, y la paz podía respirarse en cada rincón del poblado.

Al despertar, los cuatro sintieron la enorme curiosidad por saber quiénes eran estas personas, de qué manera vivían y como se organizaban. Decidieron salir para comprobarlo.

Marvin intentó incorporarse por si solo, pero Eddie se lo recriminó:

—Será mejor que te quedes recuperándote del todo, aún estás muy débil.

—¡De eso nada! —protestó incorporándose el primero, con un gesto de dolor que intentó en vano disimular—. Quiero ir con vosotros.

—¡Si no conociera lo cabezota que eres! Sé que no podré retenerte.

—Entonces, iremos despacio —apuntó Peter ayudándolo del brazo.

—No quiero ser una carga.

—No lo eres —dijo Norman. Y lo agarró del otro brazo.

—Agradezco todo lo que habéis hecho por mí —expuso lamentándose de su estado.

—Lo importante es que estamos vivos —dijo Eddie—. Aunque sea de milagro.

—Sí. Eso es cierto —afirmó Marvin—. Lo último que recuerdo es caer por la catarata.

—Tal vez aquello fue lo que nos salvó de los mercenarios —comentó Norman.

—Es posible, pero la próxima vez preferiría escapar de otra forma —sugirió sonriendo Peter.

Eddie descorrió la lona y salieron al exterior.

 

Insadi se encontraba dos grupos de hileras de tiendas a la izquierda, sentado frente a la puerta de su hogar. Realizaba labores de mantenimiento de su arco, y a las flechas le sacaba punta. De las tres que utilizaba Insadi para cazar, ésta era su favorita, con la que mostraba una mayor destreza. La introdujo en una especie de zurrón que tenía al lado de la entrada de su carpa, se incorporó y, acercándose hacia ellos, con ayuda de gestos, los saludó.

 

Después, con voz grave y acento tosco, dijo:

—Conmigo venir.

Sorprendidos ante las dos palabras que pronunció Insadi en su idioma, se preguntaban cómo era posible aquello.

Los condujo cruzando por el centro de tiendas, hasta llegar a una pared rocosa que se elevaba al menos treinta metros, y que delimitaba el contorno redondeado de la meseta en donde se cobijaba el poblado. Era lo más parecido a la boca cerrada de un volcán, y ellos vivían resguardados en su interior.

 

Sin duda, una formación curiosa creada por la propia naturaleza. El sol ya casi se ocultaba justo detrás, proyectando algunos de sus rayos en la parte superior de la barrera opuesta.

Llegaron a una especie de abertura lo suficientemente grande como para entrar sin dificultad los cinco a la vez. El hueco daba acceso a una gran concavidad natural. La forma abovedada podía alcanzar los doce metros de altura. Su interior disponía de cuatro huecos más pequeños, quizás algo más grande que la abertura de una puerta común.

 

Justo en el lado izquierdo de cada una de ellas, en una pequeña hendidura realizada artificialmente, aparecía empotrado el mismo tipo de candil o lámpara que colgaba en la tienda que gentilmente les proporcionaron.

"¿Dónde querrá llevarnos?" se preguntaban desconcertados.

Accedieron por la primera de la izquierda, la más próxima a la entrada principal y, curiosamente, la única que tenía aquel candil encendido en la puerta.

 

Era una cueva grande, de unos nueve metros de profundidad por siete de ancho, iluminada por otras cuatro lámparas del mismo estilo.

 

La fabricación de estas luminarias era bastante ingeniosa. Para ello utilizaban una mecha realizada con la combinación de algún tipo de raíz y musgo seco, introducida en una mezcla de grasas animales. De esta manera conseguían mantenerlas encendidas por largos periodos de tiempo. Todo ello dispuesto en un depósito de arcilla perfectamente modelado y diseñado con exquisito equilibrio creativo.

Un hombre con apariencia racial diferente a la del poblado, muy delgado y fibroso —dando la espalda de pié al fondo de la cueva—, se encontraba trabajando sobre una mesa de madera. Su cabello largo y oscuro le cubría por completo la cabeza. Descubierto el torso. Tan sólo llevaba puesto unos pantalones remendados, de color impreciso, tal vez descoloridos por el tiempo.

Insadi hizo un saludo verbal y el hombre se volvió tranquilo con una herramienta en la mano derecha. Una prominente barba escondía su anguloso rostro, cuyo gesto frunció de inmediato. Sorprendido, dejó caer el utensilio al suelo. Y sin articular palabra, corrió veloz al encuentro de Eddie abrazándole con fuerza.

La perplejidad de Eddie ante aquel hecho no le dejaba reaccionar, no sabía cómo hacerlo. Inmóvil, quedó mirando a sus tres compañeros.

—¡Dios mío, Eddie! ¡Querido amigo! ¿Es que no me reconoces? —decía el hombre mientras continuaba abrazado a él.

—Yo… no… yo… yo…—balbuceaba perplejo Eddie.

—¡Soy Allan! ¡Allan Parker! —expresó agarrándolo de los hombros y separando su rostro para observar la expresión de sorpresa de su amigo.

—¡Allan! —exclamó Eddie boquiabierto y con los ojos desorbitados, esta vez rodeándolo él con sus brazos—. Creía que… —dijo sin terminar la frase y con lágrimas en los ojos.

—Lo sé. Creías que estaba muerto.

—Pero… ¿Cómo es posible…?

Insadi, con una sonrisa en los labios, e igualmente sorprendido, se disculpó en su idioma y se marchó dejándolos a los cinco en la cueva.

Eddie presentó a su amigo Allan al resto, también gratamente sorprendidos por el acontecimiento.

 

Allan los invitó a sentarse alrededor de una mesa, sobre unos taburetes de madera que él mismo fabricó.

—Contadme, ¿qué estáis haciendo aquí? —preguntaba impaciente Allan Parker— ¿Cómo habéis logrado llegar?

—La historia es muy larga —dijo aún aturdido Eddie.

—Aquí tenemos todo el tiempo del mundo.

Tras acomodarse Eddie en el taburete y poner las manos sobre la mesa comenzó a contar a grandes rasgos.

—Una organización ha financiado nuestra expedición. El propósito era encontrar vuestros restos —Eddie bajó el rostro—. Pero luego, todo se complicó…

Eddie supo que no era el mejor momento para exponer con detalle todo lo que les había sucedido, y tan sólo se limitó a narrar las dificultades y contratiempos del recorrido. Allan se mostraba atento aunque no parecía sorprenderse de nada.

Después, de una forma sosegada, éste les explicó toda su espantosa historia de supervivencia:

—Todo fue perfecto hasta que aparecieron ellos —dijo antes de hacer una pausa y masajear levemente con la mano su cervical—. Antes de que sucediera… comenzamos a experimentar subidas bruscas de temperaturas, impensables en la Antártida. Pero nuestro asombro se multiplicó cuando llegamos a un extraño horizonte, ¡su curvatura era cóncava!

 

Aquello nos motivó a seguir adelante, hasta llegar a una zona donde el hielo y la nieve comenzaban a derretirse. Luego, de manera inexplicable e incomprensiblemente para nosotros, empezó a aparecer vegetación, hasta convertirse en paisajes boscosos, con una temperatura casi tropical.

El oscuro recuerdo que fluía por su mente le obligó a realizar una pausa:

—Sí. Allí fue donde aquellos criminales nos esperaban para darnos caza. ¡Cobardes! —exclamó apretando sus puños.

 

Instante en que Eddie y sus compañeros intercambiaron una mirada de estupor y alivio al mismo tiempo—. Estoy seguro que sabían de antemano que llegaríamos hasta ese punto geográfico. Es impensable que fuese de otra forma. Aquellos uniformes negros nos persiguieron como si fuésemos animales salvajes, disparando a matar con sus armas automáticas. ¡Fue terrible, Eddie!

 

Todos corrimos despavoridos, cada uno por un lado. Algunos se subieron a los árboles, otros se tiraron al río, intentando escapar de aquel incomprensible exterminio. Pero poco a poco fuimos alcanzados por los proyectiles que disparaban sin parar. Vi cómo mis compañeros caían al suelo. Fue dantesco. A veces, escuchaba de lejos los gritos desgarradores de algunos, que mal heridos suplicaban que alguien los auxiliara.

¡No pude hacer otra cosa, Eddie, más que correr y ponerme a salvo! ¡Dios lo sabe! Pero de nada sirvió, un disparo a bocajarro me alcanzó la zona del estómago. Caí varios metros hacia atrás.

 

Por fortuna me dieron por muerto y se marcharon.

 

"Cuando recobré el conocimiento estaba cubierto de sangre con un tremendo hueco en el abdomen, pero inexplicablemente dejé de sangrar tan abundantemente. Me taponé la herida con una mano y con dificultad logré incorporarme. Al parecer el proyectil no alcanzó ningún órgano vital.

 

Por un momento pensé que me hallaba inmerso en una terrible pesadilla, pero por desgracia no fue así y caí de rodillas ante la realidad que tenía frente a mis ojos; era el escenario más horrible que jamás había presenciado. Todos mis compañeros habían sido asesinados.

 

¡Aquellos bárbaros no tuvieron piedad! Ni siquiera se habían molestado en enterrarlos; tal vez por suerte para mí, porque un minuto después fui rescatado por los hombres de Insadi. Aparecieron en el momento oportuno, ya que de no haber sido por ellos estoy seguro que con el tiempo habría muerto desangrado. Afortunadamente se encontraban cazando cerca.

 

A veces recorren distancias más largas para cazar, y a menudo cambian de zonas para no agotar los recursos de un mismo entorno. Gracias a ellos pude sobrevivir.

Allan Parker terminó de exponer su triste experiencia con ojos humedecidos.

 

Su mirada parecía perderse en el abismo. Aquella desgraciada historia dejó a todos cabizbajos. Sólo la guerra les hacía recordar algo tan cruel y espantoso.

 

Sin embargo, aquello fue, de ninguna forma, una contienda que pudiera ser explicada, ya que una de las partes ni siquiera tuvo opción de defenderse, tampoco de comprender o justificar tan terrible acción. El escenario del río pasando ante la maldita base volvió a reflejarse como diapositivas en sus cabezas.

De repente, la conversación fue interrumpida por una especie de melodía rítmica que empezó a oírse de fondo, tocada con algunos instrumentos de percusión. Era evidente la destreza y el talento de los músicos.

 

Parecía compuesta para levantar el ánimo de los más afligidos; y no pudo comenzar en un momento mejor.

—Es hora de reunirnos en la plaza del poblado —dijo Allan. Escuchar aquellos oportunos acordes no sólo lo devolvió al presente, sino que le hizo recuperar la luz de su rostro—. Acompañadme, seguro que os gustará y nos servirá para olvidar todo esto.

Todos los días por la tarde, justo antes de terminar de ponerse el sol, los habitantes del poblado realizaban una ceremonia dedicada al astro rey, agradeciendo el calor que diariamente les ofrece durante los seis meses de luz.

Insadi ya estaba aguardando en medio de la plaza.

 

Con las manos hacía gestos a los cinco para que se colocasen en el sitio que les tenía reservado.

—Parece ser que la ceremonia de hoy va a ser especial —comentó Allan, feliz de ver junto a él a su amigo Eddie—. Os van a dedicar una danza.

Allan Parker e Insadi se sentaron justo detrás de los cuatro invitados, ofreciéndoles el privilegio de presenciar el espectáculo en primera fila.

 

Frente a ellos crepitaba un enorme fuego que adornaba el centro de la plaza; incluso podían sentir su calor. De izquierda a derecha, tomando como punto focal el propio fuego, estarían acomodados justo por este orden y en primer lugar Norman, después Marvin, junto a él Eddie y, por último, cerrando la fila Peter, encontrándose éste junto a un estrecho camino de menos de un metro que la muchedumbre acostumbraba a dejar para el paso de los participantes del singular acto.

Mientras todos esperaban pacientes a que el sol se pusiera tras los picos más altos de las montañas rocosas que rodeaba al poblado para que comenzase la ceremonia, Marvin hizo un pequeño gesto de dolor.

—Te acompañaré a la tienda —dijo Eddie—, debes descansar.

—Por nada del mundo me perdería esto —negó agarrándose la herida.

Allan, que estaba justo detrás de él, se percató y quiso ofrecerle un trago de una bebida que llevaba Insadi en el interior de un pellejo seco de animal; era una especie de licor amarillento verdoso de olor fuerte y peor sabor, como a mil rayos.

—¡Dios! —exclamó encogiendo todo su rostro Marvin, mientras espurreaba por la boca.

—Te hará bien —dijo Allan sonriendo.

—Claro que me hará bien, esto me matará antes —bromeaba Marvin. Insadi y los demás reían al mismo tiempo.

Después de todo lo que había sucedido, Eddie no podía creer verse allí sentado con sus mejores amigos.

 

Se inclinó y fue el primero en pedir el pellejo de animal.

Al final todos participaron de él, y lo que en un principio parecía la bilis de un dragón, después se convirtió en la bebida de la noche. Incluso Peter, que normalmente no bebía alcohol, terminó dando varios tragos.

La ceremonia dio comienzo con un corto redoble de tambores. Y un respeto exquisito, que parecía provenir de salas de conciertos de las más importantes ciudades del mundo, silenció una enorme plaza en la que se congregaban casi todos los habitantes del poblado.

Un segundo después, cuando las llamas de la imponente hoguera situada en el centro de la plaza estaban en su momento más álgido, y algunas estrellas comenzaban a dibujarse en el lienzo del cielo, el ritmo de un toque pausado de percusión hizo aparecer en escena una sombra alargada y misteriosa; se trataba de una pequeña mujer anciana y jorobada, la hechicera más vieja del poblado, que aparentaba tener al menos ciento veinte años.

 

Ésta comenzó a arrastrarse por el terreno haciendo extraños movimientos de danza. Sin embargo, a pesar de su avanzada edad, su agilidad y flexibilidad eran tales como los de una felina.

 

Cubierto por una especie de piel curtida de algún animal, su rostro arrugado, al igual que todo su cuerpo, permanecían ocultos para el público.

 

Con un palo a modo de báculo, casi el doble de grande que ella misma, en cuyo extremo había acoplado un trozo de corcho redondeado imitando al sol, recorría toda la plaza saltando alrededor del fuego mientras se lo cambiaba de mano con sorprendente agilidad; el ritmo del tambor la acompañaba en todos su movimientos. Momento solemne que ofrecía gran atención y al mismo tiempo de un misticismo algo espeluznante por parte de todo el público; un ritual que se hacía con la intención de invocar al Sol a que volviera de nuevo a iluminarlos al día siguiente.

De repente, la vieja hechicera terminó de danzar al tiempo que el tambor dejó de sonar.

 

Se ajustó su capa por encima y seguidamente se acercó al fuego con el extremo del báculo por delante, incendió el corcho y todo el público congregado participó de un grito repetido y continuado que traducido en su lengua era: "gracias, Sol".

 

Cuando aquel corcho que simulaba al astro rey hubo ardido por completo y derramado sus partículas incandescentes sobre el cuerpo oculto de la vieja, ésta dio un brinco y salió veloz de la plaza pasando entre el público mientras todos la azuzaban con el cántico.

Arropados por un ambiente cálido y ceremonial, los cuatro disfrutaban del espectáculo. Sin duda la bebida que contenía el pellejo también ayudaba a ello. Marvin se encontraba en su mejor momento, la herida ya no existía para él, y sus ojos parecían poseer la misma luz que el fuego que tenía justo enfrente.

La noche apenas hizo comenzar. Lo que después seguiría era dedicado en exclusiva a los invitados. Un acto que únicamente se realizaba en casos excepcionales: bien podía ser en la unión de una pareja, en el nacimiento de un nuevo miembro de la tribu, o incluso en las concesiones y bienvenidas para las nuevas generaciones de hechiceros o curanderos.

De pronto, el sonido de los tambores transformó su tono a una intensidad rítmica más alegre. Un grupo de diez jóvenes y bellas doncellas comenzaron a salir de entre las vías de acceso que dejaba el público.

 

Iban vestidas con un pequeño trozo de cuero fino aterciopelado muy flexible, que tan sólo les cubrían las partes bajas más íntimas; adornados con pequeñas florecillas blancas y violetas unidas entre si mediante una fina cuerda y personalizados según la creatividad y gustos de cada una de las muchachas. Sus pechos, firmes y desnudos, se insinuaban tras sus largos cabellos negros o castaños, según el caso, los cuales eran embellecidos por preciosos pétalos blancos.

 

Contorneaban sus cuerpos esculturales, y mientras danzaban rítmicamente alrededor del gran fuego, una fragancia embriagadora emanaba de la brisa que desprendían los sensuales movimientos. La percusión de los tambores junto al sonido rítmico que hacían en la superficie polvorienta los pies desnudos de las hermosas jóvenes, hacían de la ceremonia, en su conjunto, algo extraordinario en todos los sentidos.

En el tiempo en que todo eso ocurría, el público permanecía en perfecto silencio bajo los influjos de la noche. Una noche que invitaba a ser perfecta, pues las estrellas lucían tras el manto azulado y brillante de la bóveda celeste; parecieran querer participar del espectáculo.

Después de un cautivador cuarto de hora de puro frenesí controlado, los tambores comenzaron a aminorar progresivamente su intensidad sonora, al igual que las chicas suavizaron la danza hasta detener sus movimientos poco a poco.

 

Los cuatro quedaron embelesados. Sin duda era una noche mágica para ellos. A ninguno les faltó ganas de aplaudir enérgicamente, pero al parecer, nadie del poblado lo hacía, no era costumbre, o simplemente no conocían la manera de expresarlo mediante palmadas; así que no se atrevieron.

 

Según pudieron saber después, la sonrisa junto al silencio más puro era la forma que tenían de agradecer colectivamente los actos en público. Y mediante un abrazo era como lo hacían de manera individual. También supieron que el significado de un abrazo para los nativos es la fusión del cuerpo y el alma en uno solo; como brindar a la otra persona lo más preciado que tenían; y tal cosa era todo su ser.

Las bailarinas empezaron a abandonar el círculo por el pasillo que los nativos hicieron antes de que diera comienzo la función, y cuyo acceso era el que tenía inmediatamente a su izquierda Peter.

 

Justo a la altura de éste, a la última muchacha se le desprendió una de las ristras de florecillas blancas y violetas que adornaban su minúsculo vestido. Peter, creyendo que ella no reparó en la perdida, se incorporó y la tomó del suelo para devolvérsela tan rápidamente que casi no le dio tiempo a la bella muchacha volverse.

 

Justo en mitad del paso, ambos tropezaron y se miraron tiernamente a los ojos, hipnotizados y atraídos por un magnetismo especial.

 

Un cosquilleo en el estómago les hizo entrar en una especie éxtasis. Ninguno deseaba retirar la mirada del otro; y el tiempo parecía detenerse para ellos. Era como si la misma línea que ataban las flores engarzadas, también unieran sus dos corazones por los extremos.

 

Al fin Peter soltó su cabo, comprendiendo en ese instante que abandonaba algo que jamás había sentido. La muchacha sonrió con dulzura y, sin apartar la vista de los castaños ojos de Peter, anudó los dos extremos colocándole a éste la ristra de flores a modo de collar. Los colores comenzaron a brotar del rostro del joven científico, y cuando creyó que ya todo habría concluido, ella se acercó aún más y lo abrazó cálidamente; él, en un principio turbado, se dejó llevar e hizo lo propio.

 

En aquellos instantes, durante un solo segundo, recorrieron juntos las dimensiones más sutiles del cosmos. Acto seguido, la muchacha le ofreció la mano y Peter se la estrechó enérgicamente.

Allan volvió su rostro a Eddie y sonriendo murmuró:

—Creo que ella hoy ha encontrado su media naranja.

Sorprendidos por la disposición de Peter, los tres se miraban entre sí.

 

Jamás habían visto a su compañero actuar de esa forma con una mujer, y comprendieron que probablemente él también había encontrado su otra mitad.

 

 


26 - La noche continúa

Es posible que la bebida que había compartido Insadi, o el ritual de la vieja hechicera, o la danza sensual de aquellas hermosas bailarinas, o la mirada que mantuvo con la muchacha, o quizás todo a la vez hubiesen transformado a Peter, porque en aquel momento parecía iluminarse su rostro.

La chica al ver que Peter aceptó estrechar su mano, no sólo no la soltó sino que tiró de él sacándolo de la muchedumbre.

 

Él apenas pudo mirar un instante hacia atrás para comprobar que los compañeros sonreían mientras asentían con la cabeza.

—¡Vaya! En este poblado hay que tener cuidado al dar la mano —bromeaba Marvin antes de volver a dar buena cuenta del pellejo.

—Sí —afirmó Allan—. Dar la mano representa la aceptación de una especie de compromiso entre ambos.

—¿Qué hubiese ocurrido de no haber aceptado Peter? —preguntó Eddie.

—Nada, en absoluto. Simplemente que la chica se hubiese dado media vuelta y largado de allí. Eso sí, ella jamás le ofrecería nuevamente la mano. Esperaría paciente a que él lo reconsiderase mientras no encontrara a otro hombre. En el caso en que el rechazado fuese él ocurriría exactamente lo mismo.

La joven nativa condujo a Peter de la mano hasta el borde occidental del poblado, justo donde las paredes rocosas comenzaban a rodear su perímetro.

 

Los sonidos residuales de la ceremonia iban poco a poco abandonándolos hasta casi desaparecer. Subieron por lo que parecía unas gradas en forma de espiral creadas por la propia naturaleza, aunque en algunas ocasiones trabajadas artificialmente para poder acceder hasta la cima. Era un lugar amplio, solitario, libre de ruidos, donde se respiraba una paz absoluta, únicamente el susurro del cielo sería testigo de lo que allí sucediese.

 

Una especie de terraza pétrea semicubierta se hallaba orientada hacia el exterior, hacia el frondoso bosque, a una altura considerable debido a la diferencia de cota con respecto al poblado. Incluso Peter pudo apreciar de lejos la catarata que milagrosamente los salvó de los centinelas.

Ambos se sentaron justo en el borde y, como dos duendes de la noche dispuestos a hacer la travesura más grande, cruzaban complices miradas llenas de ternura.

Ella era una muchacha joven con rasgos indígenas aunque, debido a la escasa luz solar —de la que sólo podían disfrutar los seis meses del periodo estival—, la pigmentación de su piel era blanquecina, casi transparente, evolucionada a lo largo del tiempo para absorber cualquier resquicio de luz. No obstante, la belleza de su raza era sublime.

 

La chica, de estatura algo más baja que la de Peter, tenía un rostro bello y perfilado, nariz pequeña con hermosos ojos negros y rasgados, y labios esponjosos.

 

Una larga melena negra semirecogida mediante adornos de pétalos blancos cubría sus desnudos pechos, a veces descubiertos por la juguetona y cálida brisa que corría esa noche en la rocosa cima. Una noche que vestía sus mejores galas, pues el cielo parecía cubrirlos con un extraordinario manto de estrellas; jamás había visto algo parecido Peter.

 

Un maravilloso escenario los envolvía como en un paraíso creado únicamente para los dos, y los dos disfrutaban de él como subidos en la nube de nirvana. Instante en que la existencia del resto del mundo nada le importaba al joven científico, ni tan siquiera lo que había venido hacer allí con sus compañeros, sólo gozaba de aquel preciso momento; del aquí y ahora.

 

Si se pudiese explicar aquella sensación, estar en la gloria sería la definición más acertada. Dedicaron minutos enteros contemplándose el uno al otro. Se atraían como la orilla es atraída por las olas, sumergiéndose ambos en el profundo océano del amor, y unidos como en una sola alma emergían de él cual delfín hacia el infinito.

De repente ella le mostró su más hermosa sonrisa, y después sus labios expresaron, poniendo la mano izquierda a la altura de su corazón y la derecha en el pecho de Peter:

—Yo Nainsa. ¿Y tú?

Éste, sorprendido por cómo se expresó en su idioma, contestó devolviéndole la sonrisa:

—Yo me llamo Peter.

La profunda y al mismo tiempo tímida mirada del joven científico atraía enormemente a Nainsa, de la misma forma que sus rasgos físicos tan diferentes a los de la tribu lo hacían aún más atractivo para ella.

 

Para Peter sin embargo toda la muchacha era como una obra artística; cautivadora por sus curvas femeninas, por sus dóciles y exquisitos movimientos, por la fragancia que desprendía su cuerpo, y por sus dulces ojos y embriagadores labios.

Nainsa se acercó al oído y de forma delicada le susurró:

—¡Peter!

Y clavándole la mirada en los ojos lo empujó suavemente hacia atrás.

 

Las estrellas palpitaban al igual que lo hacían sus corazones. Ella se apartó el ridículo trozo de cuero que cubría su parte más íntima y se deslizó sobre su regazo. Ligeramente cohibido, Peter, que en ese instante sólo se dejaba llevar, notó el intenso calor del cuerpo de Nainsa, como si se fusionara en él. Ésta únicamente tuvo que desabrocharle el pantalón y, de inmediato, Peter se introdujo en el interior más profundo de Nainsa, la cual sintió una pequeña molestia.

 

Ambos amantes, recién conocidos, de mundos distintos, sucumbieron en los estrechos lazos de la pasión más desaforada. Primero él y luego ella padecieron la áspera superficie en la espalda, mas poco importaba eso en aquel momento mágico de sus vidas.

La cultura igualitaria de la comunidad hacía que el papel de la mujer dispusiera de los mismos derechos que los hombres, incluso alguno más, debido a que ellas podían dar a luz a nuevos miembros del clan, por consiguiente, su protección era aún mayor.

 

La posible escasez, si la hubiese, de carácter alimentaria, medicinal o de cualquier otra índole, serían ellas junto a los niños las últimas en padecerla. En cuanto a placeres y responsabilidades, ambos sexos eran considerados por igual; la tradición del clan lo hacía inconcebible de otra manera.

Mientras ambos amantes se fundían en un solo cuerpo, la gente de la tribu comenzó a reunirse en grupos de trabajo alrededor del fuego. Siempre lo hacían, todas las noches, hubiera o no ceremonia.

 

Lo habitual era debatir sobre lo transcurrido en la jornada, planificando para el día siguiente según las necesidades; y si había surgido algún tipo de contratiempo, darle la mejor solución entre todos; sin embargo, esa noche era especial, todo el mundo comentaba con curiosidad sobre la presencia de los extranjeros.

Insadi se retiró para unirse al grupo de caza que se hallaba a unos metros de ellos.

 

Y Allan aprovechó para conversar con los tres invitados.

—No os preocupéis por Peter —tranquilizó sonriendo—, puedo asegurar que está en buenas manos. Esta gente es admirable. Para ellos no existen los prejuicios. Tanto hombres como mujeres viven en completa igualdad. Yo mismo me enamoré de una mujer a los pocos días de estar aquí, fue ella la que me curó de la grave herida en el estómago. Me salvó la vida, ¿sabéis? Hasta que logré recuperarme no se alejó de mi lado. Ahora esperamos un hijo —concluyó alegremente.

—¡Enhorabuena! —exclamó Eddie sonriendo.

—Gracias. Nos queremos muchísimo y tenemos una gran ilusión por la nueva vida que está a punto de nacer.

—¿Os habéis casado?

—¡No! —meneó la cabeza—. Aquí no existe el matrimonio como tal, o como lo conocemos en nuestra civilización. Las parejas viven juntas simplemente porque se atraen mutuamente y así lo acuerdan entre ellos. Eso es indispensable. Funciona igual cuando deciden, por la razón que sea, abandonar la relación. Respetan cualquier decisión que tomen. Parece increíble, pero aquí no existe confrontación alguna entre sentimientos. La persona que no es correspondida no guarda ningún rencor hacia la otra, todo lo contrario, siente agradecimiento por el tiempo que haya podido estar con ella. La sinceridad es lo que más me gusta de esta gente.

—¿Qué pasa cuando tienen hijos en común y deciden separarse como pareja? —sintió curiosidad Eddie.

—Simplemente dejan a los niños elegir con quien desean vivir. Aquí no hay demasiados problemas con eso ya que el poblado es relativamente pequeño y todas las familias conviven muy cerca una de la otra. A veces, incluso he visto a los niños de padres separados ir cambiando de familia en familia en el mismo día. Son libres de hacerlo y sus padres lo ven con buenos ojos. Una comunidad de ochocientas personas es como una gran familia donde todos se respetan y se valoran para contribuir a una buena relación fraternal.

—¿Tienen algún tipo de religión? —Preguntó Marvin.

—¡Nada de religiones, amigo! —contestó de manera rotunda—. No conocen esa palabra. Únicamente honran a la Tierra y al Sol y viven en armonía con ellos. Es como una filosofía de vida. Saben cuándo tienen que dejar de cazar o recolectar en una zona. Interpretan perfectamente el verdadero significado del equilibrio sobre los recursos que les ofrece la naturaleza. Jamás llegan a agotarlos. Son tremendamente sabios en ese aspecto.

—¡Vaya! Parece que son mucho más inteligentes que nosotros —intervino Norman.

—No te quepa duda —asintió Allan—. No tienen complejos en admitir que existen otros seres muy superiores a ellos, sus antepasados así lo consideraban en las historias que contaban. Sin embargo, la forma en cómo adoran a sus dioses no es la misma que en cualquiera de nuestras religiones. También sienten tremenda admiración por los astros del cielo y por los continuos avistamientos que observan a su alrededor. Creen que cuando ven algo brillar y sobrevolar una zona es para indicarles donde deben recolectar o cazar al día siguiente. Al parecer, fue gracias a eso por lo que me localizaron. Sea como fuere les estaré eternamente agradecido.

En ese momento se miraron atónitos los tres.

 

Eddie tragó saliva y sin poder contenerse más lo interrumpió para detallarle todo cuanto les había sucedido durante el recorrido; y a quién conocieron justo antes de acceder a la zona de "El Anillo".

Tras la explicación y recuperarse de la fascinación que le produjo oír aquello en boca de Eddie, exclamó excitado Allan:

—¡Lo sabía! ¡Algo en mi interior me decía que algo de eso era cierto! Fuimos embaucados. No eran hallazgos arqueológicos lo que vinimos a buscar.

—Al igual que nuestra expedición —añadía Eddie—. Encontrar vuestros restos no fue el fin por el que vinimos, cada vez estoy más convencido.

—Pero… ¿cuál será la razón por la que desean que lleguemos al interior de la Tierra y entablemos un contacto con ellos? —se preguntaba Allan en voz alta.

—Para bien o para mal pronto lo descubriremos, amigo —dijo Eddie antes de dar un trago al pellejo.

Para un geofísico como Allan fue muy difícil asimilar todo aquello. Muchos años de estudio eran tirados a la basura.

 

Pero sin duda, gracias a su mentalidad abierta, recibió la información de manera positiva, aun sabiendo que muchos de sus dogmas científicos ya no servían para nada.

—Ahora veo con una perspectiva más amplia las historias que me han contado los ancianos de este lugar —reflexionaba Allan.

Pasados algunos minutos, ya muchos de los habitantes del poblado se habían retirado a sus respectivas tiendas. Un halo místico quedó como impregnado en el ambiente.

 

Y los efectos de la bebida además de las cálidas brasas de un fuego casi agonizante hicieron que por un instante quedaran los cuatro casi hipnotizados.

—Creo que por hoy está bien —dijo de repente el geofísico—. Ya está bajando la temperatura y la gente comienza a marcharse. Mañana al amanecer os revelaré varias cosas que me transmitieron y que estoy seguro os servirá de gran ayuda para vuestra misión.

—¿Que nos servirá? —preguntó sorprendido Eddie—. ¿Es que no piensas venir con nosotros?

—Mi hogar ya se encuentra en este lugar —dijo convencido—, con esta gran familia. Además, estoy esperando un hijo de una mujer a la que amo, al igual que ella a mí. El sentido de mi vida ha cambiado, y ahora aún más después de lo que me habéis transmitido. Esta gente me salvó la vida y me acogieron como si fuera uno más de su tribu. Amigo, tú sabes que nunca he tenido una familia.

Siempre he estado sumergido en mi carrera sin tener en cuenta otras cosas.

 

He aprendido muchísimo de ellos. Me han enriquecido como persona. Me han enseñado a vivir y a darle importancia a lo que realmente merece la pena. Ahora soy otro, Eddie. Puedo decir que me he reencontrado a mí mismo, y me siento muy feliz de que haya sucedido de esta manera.

 

Jamás podría abandonarlos.

—Comprendo —asintió Eddie.

—Bueno, será mejor que vayáis a buscar a Peter —bromeaba Allan—. Aunque me da la impresión que él no tiene mucho frío.

Todos terminaron riendo.

 

 


27 - La cita y algo más


Boston (Massachusetts)

El pitido de la cafetera comenzó a sonar en una mañana especialmente fría en la ciudad.

 

La humedad brotaba de los cristales de las ventanas, y Kat, tras mirar a través de ellos con la taza en la mano, creyó necesario protegerse bien con ropa adecuada: un jersey de lana de cuello vuelto de color verde pálido, un pantalón beige y un chaquetón marrón oscuro con una bufanda de color gris azulado y detalles en blanco; era el conjunto que había elegido. Por último, las manos al igual que los pies los protegió con cuero negro.

Kat caminaba meditativa junto a una verja que delimitaba el jardín privado de una gran casa, la última antes de la entrada al parque. El día anterior se había citado con Elías a primera hora cerca de un estanque redondo, justo en el banco situado a la izquierda del mismo.

 

De todos los que disponía el estanque era el asiento mejor ubicado, puesto que lo rodeaban varios árboles y arbustos de pequeña y mediana altura, permitiendo así una mínima intimidad, o al menos mayor comodidad a la hora de mantener una conversación más fluida.

Como de costumbre, Kat llegó la primera, la puntualidad era algo habitual en ella; no soportaba que la estuviesen esperando. Mientras hacía tiempo a que llegase la hora en la que se habían citado, se acomodó en el banco y, observando dos cisnes que jugueteaban en el estanque, quedó abstraída por un momento.

 

Probablemente preocupada por Norman, pues nada sabía de él. Aquél turbio asunto la intranquilizaba; temía perderle. En la distancia comprendió que estaba enamorada, que lo quería con locura y se sentía muy feliz cuando estaba junto a él. Jamás había sentido algo parecido con otro hombre.

A su izquierda, un puñado de pajarillos revoloteaban en el suelo, reñían por un trozo pequeño de pan duro.

 

Kat abrió el bolsillo derecho de su abrigo, y del interior de una bolsa pequeña de plástico extrajo una galleta recubierta de chocolate, partió un trozo de ella y se la arrojó a los gorriones.

—Veo que te siguen gustando los animales —dijo sonriendo Elías, sobresaltando a Kat.

—¡Elías! —exclamó mientras se incorporaba—. Estaba tan ensimismada que…

—Te presento a mi amigo Irving Weiss. Ya te he hablado de él en alguna ocasión.

—Sí, lo recuerdo. Es un placer conocerlo —dijo Kat, estrechando su mano.

—El placer es mío —contestó Irving—. Veo que Elías se quedó corto a la hora de describirte físicamente —sonrió.

Kat quedó sonrojada y no dijo nada.

—Bueno, dejémonos de cumplidos y sentémonos —interrumpió Elías.

Los tres se acomodaron en el amplio banco de acero. Kat aguardó a que ellos lo hicieran primero, para luego colocarse ella a la derecha de Elías, dejando a éste en el centro.

Casualmente, ambos amigos se encontraron en la entrada del parque, y por el camino hacia el estanque Elías lo puso al corriente de todo.

—Bueno, ahora que conozco de qué se trata —intervino Irving de forma misteriosa—, trataré de explicaros algo muy importante. En primer lugar debéis saber que sobre este asunto no se puede hacer gran cosa. Creed lo que digo. Son ya muchas décadas a mis espaldas trabajando para los servicios de inteligencia y sé de qué estoy hablando. Nadie ha podido burlar la fuerte estructura que tienen establecida.

 

Es como una gran telaraña que lo salpica todo. Aunque la araña se encuentre mirando para otro lado, ésta, mediante las vibraciones que viajan a través de los filamentos de seda, acabará siempre percatándose del intruso que se ha topado con su entramada red.

 

Todos los que lo han intentado, ahora están muertos o con alguna enfermedad incurable. Y los que han corrido mejor suerte se han visto obligados a abandonar todo: familia, profesión, país etc., e irse lejos con una identidad diferente.

 

No pretendo asustaros, pero estamos hablando de una organización secreta muy poderosa a nivel mundial. Una especie de gobierno en la sombra capaz de dirigir el mundo a su antojo. De hecho, es muy probable que en estos momentos yo mismo pueda estar corriendo un riesgo terrible contando todo esto. Lo hago porque confío plenamente en Elías y sé que tú eres lo que más quiere en este mundo —dijo refiriéndose a Kat.

—Gracias, señor Irving. Pero... ¿qué se supone que ocultan en el continente antártico tan importante? —quiso saber Kat.

—Bien, esa información es sólo conocida por ellos y los que trabajan para ellos. Pero os puedo asegurar que debe ser algo realmente gordo.

De la información confidencial que existe ésta es la más censurada y protegida de todas, incluso he podido llegar a saber que es de tal magnitud el secreto que no dejan que nadie de los que están por debajo de un nivel jerárquico determinado conozcan lo que allí ocurre.

 

Existen muchas hipótesis al respecto, pero nada que pueda ser del todo creíble, al menos para mí. Únicamente unos cuantos en todo el mundo manejan este tipo de confidencialidad.

 

Para que podáis haceros una idea de cómo es el funcionamiento interno: la estrategia de su estructura se mantiene sujeta a una especie de escala piramidal; es decir, mientras más alto tengas el nivel en la pirámide, mayor conocimiento manejas y por ende, de más poder dispones.

 

Así hasta llegar a la cúspide, donde en exclusiva unas decenas de familias muy poderosas en todo el mundo son las que manejan a su antojo el destino de este planeta.

—¿Insinúas que esta gentuza oculta información transcendental al resto de mortales? —preguntó exasperado Elías.

—Me temo que así es, amigo mío. En ocasiones se filtra alguna cosa registrada de alto secreto.

—¿Puedes adelantarnos algo? —preguntaba con curiosidad Kat—. ¿De qué podría tratarse?

—Una vez, llegó a mis oídos un documento relacionado con los nazis. Era algún tipo de investigación científica para un desarrollo tecnológico muy avanzado. Por lo que se sabe, ellos tenían bases secretas en los dos polos. Al parecer, cuando finalizó la guerra, los aliados se apoderaron de todas esas infraestructuras. Pero de la misma forma todo fue silenciado.

—¿Qué puede ser tan importante como para mantener a la humanidad al margen de todo eso? —reflexionaba Elías en voz alta y mirando al suelo.

—Ojalá lo supiera, pero según pienso debe ser algo tan extraordinario que cambiaría por completo el concepto de nuestra realidad. Como amigo tuyo que me considero —dijo mirando a Kat a los ojos—, y casi hermano de tu padre, os aconsejo, a los dos, que no profundicéis mucho más en todo este asunto, y lo dejéis tal cual está. Es muy peligroso. Esta gente no tiene escrúpulos.

—Pero… ¿habrá algo que podamos hacer? —expresó preocupada. Kat no podía resignarse y mantener los brazos cruzados—. Nuestros amigos se encuentran indefensos. Son ajenos a todo. ¿Si al menos hubiese alguna forma de advertirles para que regresen a casa?

—Siento ser tan duro —dijo Irving—, pero en este caso no está en mi mano ofreceros una solución. Lo único que podemos hacer es rezar para que su desaparición no salga en los noticiarios.

—¡Oh, Dios! —exclamó Kat, llevándose las manos a la cara.

—¿Crees que la expedición anterior fue eliminada a propósito? —preguntó Elías.

—Juraría que sí —dijo tajante.

Aquellas palabras de Irving dejó bloqueada, durante unos segundos, la mente de Kat. Y un silencio generalizado se hizo presente en la fría y húmeda mañana, pareciera que una escarcha sobre los cuerpos paralizase a los tres.

 

Sólo el voznar de los cisnes en el estanque, además del piar de los gorriones que seguían revoloteando por los alrededores del banco, rompía el sombrío ambiente.

—Bueno, creo que no hay mucho más que decir —expresó cordialmente Elías mientras se incorporaba—. Te agradezco de corazón que hayas venido. No queremos entretenerte más. Sé que tienes cosas que hacer.

—Ha sido un placer —dijo Irving abrazando a su amigo—. Aunque a mi pesar no he podido ser de más utilidad.

—Para mí sí lo ha sido —contestó Kat, y le dio un apretón de manos—. Te agradezco toda la información que has compartido con nosotros.

Irving se disculpó porque tenía que marchar para hacer unos recados.

—Dale un beso a Karen de mi parte —gritó Elías mientras Irving se alejaba.

Hija y padre aprovecharon la ocasión para pasear juntos un rato más por el entorno natural, y reflexionar sobre la reunión mantenida con Irving, cuya conversación dejó a Kat aún más desalentada.

Mientras tanto, el jubilado ex agente de inteligencia Irving Weiss cruzaba el parque por un sendero estrecho; era un pequeño atajo que tomó para salir antes de él. Llevaba un sombrero y una gabardina color beige, y en su mano derecha un gran paraguas negro a modo de bastón que le ayudaba a mantener el equilibrio.

 

Se encontraba rodeado de un hermoso jardín botánico, y disfrutaba observándolo mientras andaba despacio pero firme. Justo en mitad del camino, a su derecha, entre unos setos con enormes hojas verdes, observó una preciosa y solitaria orquídea violeta salvaje, con forma de ángel, cuya erguida y orgullosa presencia sobre el resto de vegetación le llamó poderosamente la atención. Su aspecto era de una hermosura casi misteriosa.

 

Durante unos instantes, se detuvo para contemplarla más de cerca, incluso pensó en cómo llegar hasta ella para cogerla y así poderla regalar a su esposa Karen. Pero recordó que tenía prisa y no quiso perder más tiempo; debía realizar aquellos recados. Arrepentido de no haberse detenido prosiguió su camino; ya era demasiado tarde para volver, pues se encontraba saliendo del recinto.

 

Caminaba por el exterior junto a la verja que lo delimitaba. La gran avenida se encontraba justo a su derecha, casi desértica, aún bastante solitaria debido a la temprana hora de la mañana. Había de continuar caminando hasta llegar a la segunda manzana por donde cruzar por un paso de peatones.

 

Pero de repente, justo en ese instante, a unos sesenta metros de donde él se encontraba, un oscuro y misterioso automóvil negro arrancó precipitadamente en su dirección. Irving, sobresaltado, se percató de la situación e intentó cruzar corriendo la avenida de seis carriles.

 

Y aunque físicamente aún se hallaba en buenas condiciones, sus setenta y dos años impidió que lograra con tiempo suficiente atravesarla, invistiéndolo letalmente de costado y haciéndole dar varias volteretas en el aire por encima del vehículo, cayendo inerte sobre el duro y humedecido asfalto.

Kat y Elías, después de que pasearan por un buen rato, tomaron la misma puerta hacia el exterior, observando en la avenida un enorme revuelo: coches de policía, ambulancias y mucha gente curiosa alrededor de lo que parecía un accidente. De forma inmediata, ambos se miraron contrariados. Y un pinchazo atravesó el corazón de Elías Hopkins que casi lo partió en dos.

 

Con ayuda de Kat transitó con toda la prisa que su viejo cuerpo le permitía y, efectivamente, su intuición no lo engañó; junto a un enorme charco de sangre, su amigo yacía sin vida totalmente destrozado sobre la superficie de una de las principales arterias de la ciudad. Ambos se abrazaron impotentes y abatidos por el tremendo dolor. Conmocionados por la triste y trágica escena, ya nada podían hacer por él.

Como una premonición, el desgraciado ex agente Irving Weiss les reveló una información importante aunque comprometida, delegando en ellos un conocimiento confinado en las ocultas guaridas de algunas conciencias.

 

Peligrosamente se habían adentrado en la misteriosa e imperturbable tela de araña.

 

 


28 - Cálidas galerías para un crudo invierno


Apertura Polar Sur "El Anillo"

Sin duda, la noche anterior fue excitante para los cuatro. Sin embargo, el agotamiento pudo con ellos y durmieron hasta el amanecer.

Entre bromas, conversaron sobre lo ocurrido. Marvin parecía restablecido de sus heridas, y dispuesto más que nunca a seguir adelante con la misión.

Aprovechando la situación, para volver a ver a Peter, Nainsa les llevó a la tienda el desayuno basado en diversas frutas. Ninguno de los dos quitaba los ojos de encima al otro; sus rostros estaban iluminados. Ciertamente, ambos estaban enamorados y, en ese instante, aquello fue comprobado por sus propios compañeros.

 

Es un misterio de la vida cuando dos almas se encuentran y, sin remedio o antídoto que valga, caen atrapadas en las estrechas redes del amor.

—No te vayas. Quédate a desayunar con nosotros —dijo Peter antes de que Nainsa atravesara la puerta.

—Grashiiaas —contestó dulcemente la muchacha con alguna dificultad en el idioma.

Los cinco se sentaron para comer alrededor de la fruta haciendo un pequeño corrillo, y Nainsa se colocó muy pegado a Peter.

 

Todos menos él, se sentían algo violentados por la presencia de la hermosa muchacha. No obstante, no tardarían en acostumbrarse a la situación al ver que ella se comportaba como si los conociera de toda la vida, pues en todo momento se mostró con increíble naturalidad y confianza.

 

Quizás aquel imperio llamado prejuicio se olvidara de invadir esa pequeña parte del mundo.

Tal y como acordaron la noche anterior, Allan ya se encontraba esperando junto a la tienda de Insadi; ambos dialogaban de lo que iban a realizar durante el día. Allan sonrió cuando los vio llegar.

 

Se saludaron, y en primer lugar los condujo a la tienda para presentarles a su pareja, que estaba siendo atendida por su madre, ya que el embarazo se encontraba bastante avanzado.

Era costumbre que las mujeres al final de su embarazo fuesen atendidas por sus madres. Si carecían de éstas, o por algún motivo no se encontraban en condiciones físicas de ayudar, sus parientes femeninos más cercanos se encargaban de ellas, y si tampoco fuese posible, cualquier vecina con experiencia en partos se ofrecía con gusto; después de todo eran como una gran familia.

Allan les enseñó todo el perímetro rocoso de la meseta, donde vivían cuando concluía el periodo estival. Durante los seis meses de noche interminable se recluían en el interior de las cuevas con todas las reservas de alimentos acumuladas en el verano.

La zona periférica de la planicie era una elevación rocosa que a su vez servía de protección al poblado. Disponían de una gran cantidad de huecos que daban acceso a galerías internas de diversos tamaños y formas, donde a menudo se bifurcaban en pequeñas cavernas en las que cada familia tenía configurado su hogar.

 

Algunas de ellas podían estar enlazadas con otras —ya sean artificialmente o incluso a veces de manera natural— con túneles que se conectaban entre sí mediante ramificaciones a veces laberínticas. De esta forma se facilitaba el desplazamiento de un sitio a otro sin necesidad de salir al exterior. Sus habitantes conocían a la perfección todo el entramado, orientándose en él sin ningún problema.

Allan los invitó a pasar para que lo viesen con sus propios ojos. Los puntos de iluminación se hallaban dispuestos de tal manera que no existía un solo palmo oculto por la oscuridad; mediante candiles iluminaban las esquinas, recodos o bifurcaciones.

 

En los túneles de tramos largos también instalaban los puntos de luces necesarios justo cuando el suelo dejaba de ser visible. Y los niños de cada zona que comenzaban a hacer labores de mayor responsabilidad eran los encargados de tenerlos siempre encendidos en la época en que el Sol los abandonaba durante los seis largos meses de invierno.

 

Miles de metros de túneles que accedían a grandes cavidades en forma de cúpulas, y que servían tanto de acceso a las cavernas familiares como a lugares más amplios de reuniones.

 

Muchas de estas cavidades podían medir más de sesenta metros de diámetro. Las aberturas menos habitables las utilizaban como almacenes de alimentos, enseres o herramientas de caza, también para la leña suficiente como para aguantar todo el invierno. Tal era el número de cuevas y túneles existentes en aquella zona, la mayoría de ellos inexplorados, que podría dar cobijo a dos tribus más como la que habitaba allí.

Continuaron caminando durante varios minutos hasta llegar a unos pasadizos laberínticos donde ya no había iluminación instalada, y solo podían caminar en fila de uno, aunque en algunas ocasiones se ensanchaban. Allan encendió un par de candiles de mano y uno se lo dio a Eddie.

A la altura de una bifurcación de cuatro accesos, de tres metros de diámetro, se detuvo Allan:

—En este sitio hay restos de esqueletos Nazis —dijo señalando el suelo mientras lo iluminaba y el eco de su voz retumbaba como en una caja de resonancia—. He podido comprobar que existen otros tantos repartidos por el laberinto de cuevas. Al parecer Hitler envió a sus hombres a que exploraran esta zona. Muchos se perdieron y jamás pudieron salir de aquí.

—¡Dios, es cierto! —exclamó Eddie mientras examinaba los restos del uniforme militar—. Parece ser que no fue el único lugar al que Hitler envió su ejército. ¿Recuerdas la base que te conté? En ella había un acceso subterráneo, y en su interior también vi dibujos de la esvástica Nazi.

—Eso hace indicar que todo el subsuelo puede estar conectado por galerías subterráneas —explicó Peter.

—Según me ha contado Insadi, la tribu tuvo que abandonar el lugar mientras la exploración ocurría, intimidados por esos miserables.

—Sí, en pecho arma fuego —interpretaba Insadi haciendo gestos con la mano.

—¿Qué tratarían de encontrar esos criminales? —preguntó Marvin.

—Seguramente Hitler sabía algo sobre la existencia de tecnología reptiliana de la que os comentó Izaicha —expuso Allan—, y de algún modo sus intenciones eran apoderarse de ella.

—Sí. Es posible que así fuera —musitó Eddie mientras continuaba inspeccionando el suelo.

Insadi, tras mostrar curiosidad por todo lo que se comentaba, explicó que sus antepasados relataban una leyenda en la que decía que su pueblo fue ayudado por hombres verdes en las cuevas; y que fue narrada a lo largo de generaciones.

 

También les explicó que los viejos del lugar a menudo cuentan una fábula donde se dice que existe un túnel por donde se acede a un lugar mágico.

Los comentarios de Insadi captaron la atención de todos, hasta que llegó la hora de volver al exterior.

Regresaron a la zona de las tiendas cuando, de repente, unos gritos desgarradores sobresaltó a todo el poblado. Provenían de un hombre joven que corría despavorido en dirección a ellos.

 

Sus ojos estaban rojos y desencajados, y todo su cuerpo salpicado de sangre.

 

Se trataba del único superviviente de un grupo de diez cazadores que partió al amanecer.

 

 


29 - Cuando la desesperación colma su límite


Nueva York

Mientras aquello ocurría en el poblado, en una oficina de la ciudad de Nueva York, el director encargado de dar caza al grupo de expedicionarios decidía potenciar aún más la búsqueda.

 

Cada minuto que pasaba sin recibir noticias al respecto multiplicaba la preocupación de la organización secreta, y la tensión entre sus integrantes se hacía cada vez más evidente.

—¡Libera a todos los Dracontes! —dijo con rotundidad a su subordinado.

—Señor Brandon, ¡no podemos hacer eso! —explicaba el científico jefe de uno de los proyectos genéticos militares—. ¡No hace ni medio día que soltamos a los diez que tenemos mejor instruidos! Sabemos con seguridad que responderán a su programación. Solo necesitan un poco de tiempo.

—¡Me da igual! —gritó exasperado dando un puñetazo sobre la mesa— ¡Quiero que los soltéis a todos! ¡Es una orden!

El desgraciado científico no sabía cómo hacer razonar a su jefe, ya que sabía del peligro que conllevaba la liberación del resto sin previa programación.

—Señor, le pido, por favor, que reconsidere su postura —dijo desesperado—. Estamos dispuestos a duplicar los esfuerzos por programar alguno más en pocas horas.

—¿En pocas horas? ¿Cuánto tiempo necesitáis para programar al resto?

—Señor, para el resto son necesarios meses de intenso trabajo. Quizá en unas veinte horas podremos terminar otros dos.

—¡Veinte horas…! ¡Dos…! —exclamaba gritando mientras se puso en pié. Después comenzó a moverse agitado de un lado a otro detrás de su sillón—. ¡No hay tiempo para eso! ¡Quiero que soltéis todas las unidades!

—Señor Brandon, las unidades que fueron liberadas han sido probadas hace tan solo unos meses y los resultados fueron más que favorables. Por contra, si soltamos al resto de los Dracontes puede ser una tragedia, no están preparados para ser expuestos al exterior, y aún no tenemos suficientes garantías de poderlos controlar. Podrían incluso actuar contra nuestro propio personal.

—¡Me importa un bledo tu personal! —exclamó en tono despectivo— ¡Tenemos que eliminar a esos desgraciados antes de que sea demasiado tarde! ¡Mi puesto está en juego, lo entiendes imbécil!

—Señor Brandon —insistía nervioso delante de la mesa—, igualmente lo estará si damos un paso en falso.

—¡Está bien! —exclamó furioso—. Esperaré sólo un poco más. ¡Pero quiero resultados! ¡Ya!

—Se lo prometo señor. Haré todo lo que esté en mi mano.

—¡Largo de aquí! —concluyó alzando su voz mientras señalaba la puerta.




30 - Una cacería sangrienta


Apertura Polar Sur "El Anillo"

Insadi intentó tranquilizar al pobre muchacho acompañándolo a su tienda. Allan, Eddie y sus compañeros lo siguieron.

El superviviente, totalmente aterrorizado, con el habla entre cortada les describió una escena espantosa. Al parecer, cuando el grupo de cazadores examinaba un sector del bosque, tuvieron la mala fortuna de cruzarse en el camino con algo que jamás habían visto, un enorme y extraño ser de más de dos metros y medio de altura se aproximaba velozmente.

 

Ellos se asustaron y comenzaron a disparar sus flechas, sin embargo éstas parecían de juguete al tropezar contra el verde y escamoso cuerpo de aquella horrible criatura.

 

Pero la desacertada y poco afortunada agresión de los cazadores no le sentó nada bien a aquella extraña bestia y, en un abrir y cerrar de ojos, saltó hacia ellos a una velocidad sobrehumana. Un gruñido ronco pareció salir de sus terroríficas fauces; entonces empezó a desgarrar los cuerpos de los pobres desgraciados.

 

Algunos de ellos saltaron sobre la bestia intentado en vano acudir en la ayuda de sus compañeros, pero éste se los quitaba de encima con una simple sacudida de su extenso brazo, lanzándolos a varios metros de distancia y siendo estampados contra el suelo o con algún árbol que se les pusiera por delante.

El pobre hombre con el rostro desencajado contaba a todos cómo oía crujir los huesos de sus compañeros. La sangre brotaba como rojos veneros de sus convulsionados cuerpos casi inertes en posturas imposibles, regándolo todo de líquido rojo a treinta pasos a la redonda. Su fuerza era abrumadora, incluso para diez fornidos y acostumbrados cazadores.

 

Solo el muchacho superviviente quedó al margen de la matanza, rezagado impotente a varias decenas de metros de la tragedia, y observando petrificado tras un árbol todo el escenario dantesco casi sin poder mover sus extremidades.

—¿Qué aspecto tenía el monstruo? —le preguntó Insadi.

—¡Muy grande y fuerte! —contestó gesticulando, aún asustado.

El cazador, en situación de pánico absoluto, continuó explicando las características de la bestia; según él, era muy musculoso con piel verdosa y escamas parecidas a las de un reptil. Las pupilas de sus grandes ojos eran verticales. Un cuello corto pero muy ancho y fibroso. Disponía de una cola que la usaba de defensa, como la extensión de otro brazo.

 

En sus manos tenía cinco enormes garras, al igual que sus pies, solo que estos presentaban tres garras aún más grandes.

—Creo que debemos largarnos cuanto antes —dijo Eddie convencido—, están buscándonos a nosotros, y si permanecemos mucho más tiempo aquí pondremos en peligro a todo el poblado.

Eddie y sus compañeros se miraron con resignación.

—Me duele enormemente ratificar lo que dices, pero estoy de acuerdo contigo —expresó Allan afectado—. Sea lo que fuere, parece estar entrenado para buscaros.

En ese momento, Allan y Eddie se dieron un apretado abrazo, sentían que el destino volvía a separarlos, pero sabían que la prematura elección era la más conveniente para todo el mundo.

Marcharon a la tienda a toda velocidad para preparar las mochilas.

 

Nainsa se presentó con algunos alimentos imperecederos, como frutos secos, raíces y tallos comestibles… repartidos en varios paquetes pequeños de piel suave para cada uno.

—He estado hablando con Insadi y hemos acordado que lo mejor para vosotros es salir por las grutas subterráneas —dijo Allan sofocado, entrando repentinamente en la tienda—. Salir por el bosque sería muy peligroso. Esos seres os acabarían encontrando.

—¿Esos seres? —preguntó confuso Eddie por el plural de la frase.

—Sí. Acaban de comunicarme que el grupo recolector de alimentos ha regresado espantado por otro extraño ser gigantesco.

—Pero… es probable que sea el mismo —expresó Eddie.

—No lo creo. Al parecer este grupo se encontraba en otra zona del bosque totalmente opuesta a la de los cazadores —explicó—. Gracias a Dios, ellos no se enfrentaron a él y salieron corriendo. Las descripciones son las mismas que dio el muchacho.

Eddie se mostraba sensiblemente preocupado pero, al recibir la noticia de Allan, su preocupación aumentó y ordenó preparar las mochilas a toda prisa.

 

Su cabeza daba vueltas buscando soluciones a un nuevo problema difícilmente afrontable.

—Me pregunto cuántos más habrá ahí fuera —dijo Norman pensativo mientras se colocaba la suya en la espalda.

—¡Oh dios, no quiero ni pensarlo! —exclamó Marvin.

—Os guiaré hasta la galería de las leyendas de los ancianos, ¿recordáis? — propuso Allan—. Os espero en la cueva de esta mañana.

—De acuerdo. En un minuto estamos preparados.

Al salir de la tienda, Nainsa los esperaba con su propio morral, dispuesta a irse con Peter.

—No puedes venir con nosotros —le dijo Peter rodeándola fuertemente con sus brazos— ¿Lo entiendes?

Aunque disgustada, Nainsa asintió con la cabeza.

Los ojos vidriosos de ambos transmitían amargura por la inminente separación. Y Ambos abrazados se fundieron en un apasionado beso. Tan solo se conocían de algunas horas, pero para ellos era como si hubiesen estado juntos toda la vida.

Estiraban los brazos todo lo que podían para seguir teniendo contacto con sus dedos, pero ella comenzó a sollozar, y él no pudo evitar que de sus ojos le brotaran las lágrimas.

—¡Te prometo que vendré a buscarte! —gritó Peter mientras se alejaba con el grupo hacia las cuevas.

La muchacha hizo un gesto con su mano hacia el corazón y después la perdió de vista.

Allan los volvió a guiar por el entramado laberinto de las galerías hasta encontrar la abertura por donde tendrían que continuar solos. Ésta se encontraba medio tapada por varias rocas grandes y unos troncos viejos dispuestos verticalmente.

 

De ella salía una corriente de aire fresco que acariciaba sus rostros y hacían batir suavemente las telas de arañas que colgaban entre los resquicios.

—Bueno, amigos míos, lamento despediros por la puerta de atrás —dijo Allan algo emocionado—. Que la suerte os acompañe.

—Gracias Allan. Despídete de todos de nuestra parte —añadió Eddie—. Hazle saber que han sido verdaderamente como una familia para nosotros. Diles que… les estamos muy agradecidos por el trato tan cordial que hemos recibido. Y que sentimos mucho que nuestra presencia ocasionara las desgraciadas pérdidas humanas.

—Así es —expresó Marvin tocándose la cicatriz de su herida ya sanada.

—No os preocupéis por eso, ellos no conocen el rencor. Creen que las cosas siempre pasan por algún motivo —explicó—. Hasta la vista amigos —fueron sus últimas palabras.

Solo tuvieron que desplazar uno de los troncos para poder deslizarse sobre la roca más pequeña e introducirse en el interior de la gruta a través de un hueco dejado.

De inmediato, encendieron las linternas. La oscuridad de la inexplorada galería era del todo sobrecogedora. Economizar las baterías era lo más inteligente, por lo que decidieron usar solo una de ellas, pues era incierto el tiempo que iban a necesitar para salir de allí.

Comenzaron a adentrarse y, como de una vieja y polvorienta casa sin amueblar se tratase, el profundo eco de sus pasos se hacía cada vez más presente.

La galería era lo suficientemente ancha y alta como para caminar dos personas al mismo tiempo. Eddie y Marvin iban delante con la linterna, y a solo un paso por detrás, pegados como dos lapas, lo hacían Peter y Norman.

A varios cientos de metros encontraron la primera bifurcación.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Peter, mientras Eddie confuso iluminaba las dos vías.

—Dicen que todos los caminos conducen a Roma —comentó Marvin mientras se quitaba una tela de araña de la cabeza.

—No estoy muy seguro de que aquí dentro funcione eso —expresó Eddie— ¿Qué os parece si probamos por el de la derecha?

—Disculpa Eddie, creo que tengo una propuesta —interrumpió Norman— ¿Qué os parece si aseguramos el mejor itinerario al dividirnos en dos grupos? Podemos recorrer cada camino durante cinco minutos. Luego, volveríamos a este punto y decidimos qué vía tomar.

—Aunque no me gusta la idea de separarnos, creo que la finalidad puede ser beneficiosa —contestó Eddie.

—A mí el plan me parece bueno —dijo Marvin.

—Creo que prefiero no opinar al respecto —señaló Peter algo temeroso mientras miraba las sombras de sus propios cuerpos.

Al final emprendieron ambos caminos con la misma formación de parejas, es decir: Eddie y Marvin tomaron el camino de la derecha, mientras que Peter y Norman el de la izquierda.

Al cabo de unos metros, la ruta de la derecha iba descendiendo de manera muy sinuosa, al tiempo que iban encontrando más aberturas de posibles alternativas.

Mientras que la ruta que tomaron Peter y Norman era bastante menos compleja. Un túnel relativamente recto y sin dificultad en su recorrido, pero éste no contenía huecos alternativos.

A los cinco minutos, ambos grupos volvieron sobre sus pasos para encontrarse nuevamente en el punto inicial de la bifurcación.

Difícil decisión la que tendrían que tomar. Bien, ¿el camino sinuoso y ligeramente descendente aunque con otras alternativas?, o por el contrario, ¿el recto y fácil de recorrer sin huecos alternativos?

Aunque fuese de mayor complejidad, entre todos acordaron tomar el camino de la derecha, ya que disponía de mayores posibilidades de encontrar alguna salida ante cualquier contratiempo. También importante, fue el hecho de que el camino elegido era descendente, ya que el poblado indígena que habían dejado atrás se encontraba bastante más alto con respecto al nivel del bosque.

Convinieron ir por los túneles de mayor envergadura, más rápidos y menos dificultoso de cruzar, pero también los que presentaran nuevas arterias donde elegir.

Trascurrían ya varias horas caminando por aquellas tétricas galerías subterráneas sin encontrar un destello de luz natural, y la moral del grupo comenzaba a resentirse.

 

El miedo a no salir jamás de la oscuridad, y sobre todo el hecho de sentirse enterrado en vida, era suficiente motivo como para que la mente comenzara a jugar malas pasadas. El cerebro se bloqueaba y no dejaba fluir las ideas con normalidad. Una y otra vez, aparecían en sus mentes las imágenes esqueléticas de aquellos nazis que perdieron su vida dentro, y que Allan horas antes les mostró.

 

El oxígeno en aquellas galerías era abundante, sin embargo, a sus pulmones parecían faltarles el aire y comenzaban a respirar más rápidamente de lo habitual; en consecuencia, el ritmo cardíaco aumentaba su velocidad de bombeo. Eran los síntomas naturales de la fobia que, unos más que otros, comenzaban a padecer.

Con esos síntomas transcurrieron varios minutos.

 

De modo que, en una zona donde parecía ensancharse y la sensación de opresión se hacía algo menor, decidieron descansar un poco. El suelo pétreo estaba frío, aún así se dejaron caer sobre él. Eddie apagó la linterna, pero Peter no soportó aquella tremenda angustia.

 

El efecto era como estar encerrado dentro de la versión más pequeña de una muñeca matrioska.

—Por favor Eddie, necesito algo de luz —resollaba Peter, haciendo revotar su eco entre las estrechas paredes, que mas que cansado estaba agobiado por la situación.

—La dejaré encendida mientras nos recuperamos.

Nadie se atrevía a decir nada. Los rostros eran de lógica preocupación.

 

La escasa luz de la linterna era suficiente como para proyectar sus propias imágenes en la arriscada pared de la cavidad, escenificando figuras fantasmagóricas.

—No os preocupéis chicos, saldremos de esta —intentaba animar a sus compañeros Marvin.

Pero el resultado no fue el esperado. Las cuerdas vocales estaban agarrotadas.

 

En aquella situación no cabía conversación alguna. Solo los malos presagios parecían hacerse hueco y meter baza entre las neuronas de sus cerebros.

Para colmo, la luz de la linterna comenzó a debilitarse por momentos, hasta que dejó de funcionar, parecía como si un mal augurio les hubiese visitado en aquel instante. Inmediatamente, Peter encendió la suya. Después de todo, aún le quedaban tres, pero debían darse prisa en encontrar una salida, si no querían caminar a tientas durante el resto de la búsqueda; aquel pensamiento colectivo sugestionó al grupo aún más.

Durante un minuto recuperaron el aliento sentados alrededor de la linterna, su único rayo de luz, la luz de la esperanza, la que debía ayudarlos a salir de aquel oscuro laberinto subterráneo.

De repente, justo antes de que Eddie ordenara continuar, el eco lejano de un espantoso gruñido salió de las profundidades de las galerías que habían dejado atrás. Toda la piel se les erizó en un segundo, y un tremendo escalofrío les recorrió todo el cuerpo hasta llegar a la coronilla. De un salto se incorporaron y salieron corriendo sin rumbo detrás de Peter, que fue el primero en agarrar la linterna.

 

Ya no era una simple sugestión, sino el puro terror impregnado en sus mentes. Corrían sin saber a dónde dirigirse, solo los guiaba la extrema voluntad de sobrevivir y el pánico producido por aquellos alaridos diabólicos.

Uno de los Dracontes había conseguido dar con el rastro, y se aproximaba velozmente hacia ellos. Éste no necesitaba luz para desplazarse por las tinieblas. Disponía de unos ojos especiales que podían ver en la oscuridad, una especie de visión nocturna que poseen algunos animales, pero en este caso aún más potente y mortífera.

 

El ser estaba preparado y entrenado para rastrear visualmente todos los ADN programados e inyectados en una cavidad cerebral previamente diseñada. Un arma biológica creada por la organización secreta, y destinada para uso terrorista y militar. Al parecer, había conseguido acceder por alguna de las muchas entradas exteriores del macizo rocoso.

El grupo corría despavorido y sin parar. Eddie indicó a sus compañeros que lo mejor sería tomar por una gruta pequeña, donde la enorme bestia tuviera dificultad en atravesar. Combinado con el sonido hueco que hacían al correr sus botas, volvieron a escuchar el quejido de aquella horrible bestia.

Por momentos el Draconte les ganaba terreno. El sobrecogedor eco de los potentes gruñidos se hacía cada vez más nítido. Escasos cien metros lo separaba de conseguir su funesto objetivo, que no era otro que acabar con las vidas de los cuatro expedicionarios. Su increíble envergadura de más de dos metros y medio, lo obligaba a ir encorvado por la mayoría de los túneles.

 

No obstante, eso no evitaba que se desplazase a una tremenda velocidad, puesto que podía ayudarse de sus garras superiores apoyándose en las abruptas paredes, dejando caer tras él trozos de rocas como si fuesen de mantequilla.

Mientras se precipitaban por las estrechas galerías, el sudor comenzaba a correrles por todo el cuerpo. La angustia de sentir de cerca al monstruo se hacía cada vez más espantosa.

 

Encontraron una entrada aún más pequeña, donde ellos mismos tenían que ir inclinados para evitar tropezar en la parte superior de la gruta. De dimensiones suficientes como para que una persona pudiese entrar con relativa dificultad. Al menos aquello incrementaría las posibilidades de supervivencia intentando hacer aminorar la velocidad del Draconte.

Desesperadamente, consiguieron acceder los cuatro por el nuevo pasadizo rocoso, justo cuando la bestia llegó a él, y enfurecida aún más por el oportuno estrechamiento, soltó un tremendo rugido que les atravesó como puñales los tímpanos.

 

Tan solo diez metros les separó de una muerte terrible y segura. Sin embargo, ellos continuaron sin mirar atrás. El Draconte no se rindió y medio arrastrándose se hizo paso a una velocidad inferior. Comenzaron a tomarle algunos metros de ventaja, pero no suficientes como para sentirse liberados de su aterrador perseguidor.

 

De forma inesperada, la galería empezó a estrecharse cada vez más y a descender progresivamente. En un principio, su estrechez les obligó a desplazarse a gatas pero, la continua disminución de las dimensiones les hizo que tuviesen que ir arrastrándose por el pasaje. Eddie cedió el paso a sus compañeros para quedarse el último, y Peter se puso el primero alumbrando con la linterna.

El Draconte, pacientemente continuaba avanzando.

 

A veces, de su garganta salía la articulación de un extraño sonido. Parecía querer decir que tarde o temprano iba a cumplir con su objetivo. De nuevo, comenzó a restar distancia entre ellos, y los cuatro percibían su aliento tan de cerca que solo los separaban siete metros. Incluso ya podían oler su espantoso hedor; nada antes experimentado por ellos podía compararse con aquella terrorífica situación.

Por aquel estrecho hueco, continuaban arrastrándose cada vez con mayor dificultad, intentando aprovechar, por muy pequeña que fuese, cualquier oportunidad de supervivencia.

 

Sus cuerpos empezaban a sufrir diversas rozaduras y contusiones, pero el dolor físico no era comparable con el terror que padecían. Las mochilas ya rozaban en el techo, por lo que tuvieron que quitársela para empujarlas hacia adelante.

La bestia seguía ganando distancia, hasta el punto de estar a solo un metro de los pies de Eddie. Éste, aterrado, gritaba con desesperación a sus compañeros para que fuesen más deprisa. Convulsivamente, sacudía sus piernas intentado golpear con fuerza las terribles garras del Draconte; percibía su aliento ronco y pestilente justo detrás de él.

Un segundo después, mientras avanzaban unos metros, comenzaron a notar cierta humedad en la superficie rocosa. Peter, continuaba sin desfallecer, los demás le seguían, y el Draconte ya arañaba con sus potentes garras las botas del agonizante Eddie. La humedad se hacía cada vez más presente, hasta llegar a producir pequeños hilos de agua que caían por las paredes para seguir el mismo recorrido que ellos.

 

Eddie seguía defendiéndose como podía sacudiendo fuertemente sus piernas e intentando encogerlas lo máximo posible para no ser destrozadas por los zarpazos de la bestia.

Súbitamente, a la altura de Peter, se produjo un fuerte crujido, y por momentos, las rocas comenzaron a resquebrajarse. Peter y Norman sentían a su alrededor como se movía todo, al mismo tiempo que experimentaron una extraña sensación de confusión y perdida de estabilidad.

 

De repente, se produjo un espantoso estruendo, y cayeron al oscuro vacío. Durante dos segundos, Marvin quedó aturdido con medio cuerpo fuera del abismo, hasta que el trozo resquebrajado en que estaba apoyado se deshizo e irremediablemente cayó también.

En total oscuridad, Eddie, perplejo, ignoraba por completo lo que había ocurrido. Solo escuchó en la lejanía los gritos de sus compañeros al caer, junto con un profundo chapoteo de agua; quince metros agonizantes de caída libre, hasta llegar a la superficie de una gran poza natural.

Eddie continuaba defendiéndose de la agresión de la bestia, ésta parecía estancarse en la estrecha gruta y su avance era de mayor dificultad. Alargaba su largo brazo escamoso mientras arañaba la superficie rocosa para intentar atraparlo. Desde abajo, los tres aún aturdidos por la caída pero conscientes del peligro en el que se encontraba Eddie, comenzaron a gritar el nombre de su compañero.

 

Temían lo peor.

—¡Salta Eddie!, ¡salta! —gritaban desesperadamente.

Alentado por las voces lejanas sus compañeros, Eddie continuó arrastrándose unos centímetros más hasta conseguir llegar al borde agrietado del hueco producido por el desplome.

 

Sin duda, lanzarse al vacío de manera consciente era una cosa muy distinta a caer totalmente desprevenido. Sin embargo, el jadeo ronco de la bestia y el sonido que hacían sus garras al arañar las rocas hicieron que no se lo pensara dos veces y, al fin, saltó al oscuro abismo.

El Draconte quedó obturado en la gruta sin poder continuar; el mismo derrumbe lo había atrapado aún más. Un fuerte rugido de impotencia y rabia que retumbó en toda la caverna hizo confirmar que había perdido la batalla.

Los cuatro pudieron salir del agua ayudados por los escasos rayos de luz de la linterna que, afortunadamente, Peter no soltó en la caída.

Extenuados y expeliendo el agua de los pulmones quedaron tendidos sobre la abrupta orilla.

 

Sus cuerpos aún temblaban, aunque no precisamente de estar empapados de agua.
 

 



31 - Unidas en la desesperación


Boston (Massachusetts)

Ángela citó en su casa a Kat y a su amiga Mary.

Kat se mostraba muy abatida por el trágico suceso de la mañana.

 

Aún no podía creer lo que había ocurrido, sin embargo, sacó fuerzas de donde no las tenía para contar toda la conversación que mantuvo ella y su padre adoptivo con el malogrado ex-agente Irving Weiss.

—¿Crees que fue intencionado? —preguntaba preocupada Ángela.

—Por supuesto, no fue un accidente como quieren hacer creer en las noticias

—dijo Kat muy segura de sí misma—. Irving caminaba por la acera cuando el automóvil lo invistió.

—¿Nadie pudo ver su matrícula? —quiso saber Mary.

—No, justo en aquel momento no había nadie por la avenida. El conductor del auto se dio a la fuga.

—Pobre hombre —expresó afligida Ángela.

—Estoy segura que lo esperaron a la salida del parque. De alguna manera supieron que nos revelaría alguna información. Él mismo nos advirtió — concluyó lamentándose con la mirada perdida.

—Pero… eso quiere decir… que las tres estamos en peligro —dijo con la voz temblorosa Mary.

—Así es —afirmó Kat—. Además, pienso que pueden estar vigilándonos.

—Creo que no debemos separarnos durante algún tiempo —propuso Ángela.

Justo en ese instante, Lisa, la hija de Ángela, asustada y abrazada a su peluche, corría gritando hacia el salón, donde ellas estaban reunidas alrededor de una pequeña mesa de centro.

—¡Mamá!, ¡mamá! Hay un hombre muy raro dentro de un coche negro. Las tres se miraron atemorizadas.

De repente, el automóvil estacionado frente a su casa arrancó derrapando sus ruedas.

 

Y alarmadas corrieron hacia la ventana sin conseguir ver quiénes eran.

—Quizá haya sido tan solo una advertencia —dijo Kat mientras sujetaba la persiana—. Conozco esta forma de actuar, es típica de la mafia. Te asustan para que no sigas removiendo la mierda.

—No tengo ninguna gana de quedarme sola en casa. Creo que tenéis que considerar mi propuesta —expresó Ángela—. Mi casa es lo suficientemente grande para las cuatro. Tengo alimentos al menos para un mes.

—Tú sabes lo miedosa que soy, así que yo acepto —dijo Mary—. Aunque la ropa…

—No es un problema —continuó Ángela—. Tengo vestuario suficiente para las tres. Nuestras tallas deben ser muy parecidas. Quizá para Kat tendré que buscar alguna cosa de cuando yo hacía escalada con Eddie —sonrió Ángela—. Ya se sabe, cuando se tienen hijos la cintura no es la misma.

—No digas tonterías Ángela —dijo Mary—, sigues estando fenomenal.

—Yo con un par de pantalones y camisetas me conformo —indicó Kat.

En ese momento sonó el teléfono, las tres se miraron de inmediato y, con algo de recelo, Ángela se dirigió a cogerlo.

—Sí, dígame.

—¿Es la casa de Ángela?

—Sí soy yo. ¿Qué desea?

—¿Qué tal, Ángela? Soy Elías, el padre de Kat. ¿Se puede poner al teléfono?

—Hola Elías, lamento mucho lo de su amigo.

—Gracias.

—En seguida le paso.

Kat miró extrañada a Ángela y cogió el aparato.

—¡Padre! ¿Ocurre algo? —preguntó preocupada—. ¿Cómo sabías que estaba en casa de Ángela?

—Me lo imaginé. Bueno, ahora eso no es lo importante. Me acaban de llamar de las altas esferas, gente con cargos que ni yo mismo sabía que existían. Han dejado claro que si persisto en las investigaciones sobre los expedicionarios, podría tener consecuencias, muy graves, y no solo yo. Así que por el bien de todos dejaré de indagar, y tú debes hacer lo mismo. Sabes lo mucho que te quiero y jamás me perdonaría que te hicieran daño.

—Sí, por favor papá, déjalo todo como está. Irving y tú erais muy buenos amigos y por mi culpa lo han matado.

—No pienses más en ello. Nadie ha tenido la culpa, además fui yo quien contactó con él —dijo tranquilizándola, aunque preocupado por la situación—. Ahora quiero que tengas especial cuidado con cualquier movimiento que realices. Incluso a la hora de salir a comprar el pan. Hija, te conozco demasiado bien y sé que eres tan obstinada como tu padre. Por favor, déjalo todo como está y olvídate de este asunto.

—No te preocupes, haré lo que me dices —tranquilizó ella.

Se despidieron y Kat colgó el teléfono.

Aunque Elías escuchó en boca de su querida hijastra lo que quería oír, quedó tremendamente angustiado por ella.

Kat, después de colgar, se dirigió ensimismada nuevamente a la ventana y, tras desplazar la persiana, volvió a mirar al exterior para comprobar si había alguien vigilando la casa.

Durante unos minutos, ninguna de las tres se atrevía a pronunciar una sola palabra. No obstante, unidas en un mismo lugar se sentían algo más seguras, aunque muy preocupadas por lo que les pudiera suceder a sus compañeros sentimentales.

Mientras tanto, con la típica inocencia de una niña de seis años, Lisa jugaba sobre el sofá con su peluche marrón, ajena a todo lo que acontecía a su alrededor.

 

 


32 - Atrapados entre las oscuras y frías paredes de la agonía


Apertura Polar Sur "El Anillo"

Era una gran caverna abovedada, más o menos circular, de unos cincuenta metros en su diagonal más larga. En las zonas más bajas su altura era de quince metros, y unos veinte en la más alta, coincidiendo ésta justo por donde se precipitaron.

Peter, aún tendido, dirigió el foco de luz de la linterna hacia esa zona de la bóveda, y observó que levemente continuaba cayendo unas gotas de agua sobre la poza natural donde afortunadamente cayeron. Su forma era casi redondeada, de unos quince pasos de longitud en la parte más alargada.

 

Después, inclinó un poco su espalda y comenzó a alumbrar el resto de las abruptas paredes. Se incorporó completamente y después de caminar unos pasos en círculo se dejó caer de rodillas; una risa nerviosa se apoderó de él al comprobar que no existía ningún hueco para salir de allí.

 

El eco de sus carcajadas retumbaba por todos los recovecos de la bóveda.

Sus compañeros, sorprendidos por la actuación casi teatral de Peter, fueron incorporándose poco a poco evidenciando por ellos mismos la trágica situación en la que se encontraban.

La segunda linterna comenzó a parpadear hasta agotarse. Los cuatro quedaron sentados y agotados tanto física como moralmente. No sobraban fuerzas para pensar en nada, solo podían dejarse llevar por la terrible desesperanza mientras se sabían atrapados en una burbuja subterránea de sólida roca. La resignación no debía formar parte del plan. Había que pensar en algo.

 

Pero la terrible oscuridad no dejaba que fluyeran las ideas con normalidad; la mente quedó bloqueada por el desasosiego. Ahora, el pánico no era porque una terrible bestia les perseguía, sino porque dentro de algún sitio sin salida y totalmente a oscuras, parecía que estuviesen en las mismísimas fauces de un gigantesco monstruo.

Sin embargo, aunque no percibían el terror físico tan cercano como antes, éste, como si de una niebla espesa y oscura se tratase, se aproximaba lentamente y sin pausa hacia ellos. Pues, ¿qué mayor terror existía que una muerte lenta y segura?

En este caso, el abandonarse a las garras de la agonía no era lo mejor.

 

Eddie se levantó de un salto y cogió la tercera linterna y, exhaustivamente, examinó cada rincón de la caverna; pero no encontró una miserable grieta por donde escapar. Todo el esfuerzo por huir del Draconte había sido en vano, solo habrían conseguido demorar la muerte unos días más, incluso podían ser semanas, ya que al menos, agua no les iba a faltar.

Eddie se negaba a creer que ese iba a ser el final del recorrido, que él y sus compañeros morirían encerrados en aquel lúgubre y oscuro sitio.

"¿Por qué tuve que escoger aquella galería?" pensó.

Miró hacia el hueco de la bóveda, pero estaba demasiado alto como para alcanzarlo de alguna forma.

Obstinado, volvió a examinarlo todo y, gracias a eso, en una zona del techo, comprobó que había unas vetas más oscuras, muchas de ellas vacías.

 

Alumbró justo debajo y, esparramadas por el suelo, vio varios trozos de raíces fosilizadas, casi transformadas en carbón por el paso del tiempo; el propio movimiento de las placas tectónicas habría hecho posible que llegasen hasta allí.

—¡Chicos¡ ¡Ayudadme! —el eco rebotó por toda la galería—. Tenemos que coger todas estas raíces y amontonarlas en ese otro sitio. Intentaremos encender un fuego con ellas.

—¡No podemos hacer eso! —interrumpió Peter—. Acabaremos asfixiados por el humo y el propio fuego consumiría todo el oxígeno de la cueva.

—El humo se irá por el hueco de arriba —apuntó Marvin—. No habrá ningún problema.

—El efecto chimenea no es posible en este lugar, para eso sería necesario una entrada de aire en la zona inferior. En pocos minutos, el humo se concentrará en toda la cueva y moriremos por inhalación de monóxido de carbono —explicó el científico.

—Lo sé Peter. Pero no queda otra que arriesgarnos —dijo convencido Eddie

—Si conseguimos encender un fuego, el movimiento del humo nos podría advertir de una posible corriente de aire.

—Y así averiguar dónde existe un resquicio para intentar abrirnos paso por él —añadía Norman.

—Así es —asintió Eddie.

Peter miró fascinado a Eddie por la maravillosa reflexión, e inmediatamente comenzó a amontonar los trozos de raíces descompuestos.

Así lo hicieron todos. Al menos, tenían bastante combustible fósil para mantener el fuego encendido varios días. En primer lugar, separaron todas las raíces más pequeñas y podridas para desmenuzarlas.

 

Éstas servirían de chasca para ayudarles a prender la primera llama. No tardaron mucho en conseguirlo. Los fragmentos más pequeños amontonados fueron suficientes para que la chispa prendiera con relativa facilidad. Añadieron varios trozos pequeños, y éstos consiguieron encenderse rápidamente.

 

Después, poco a poco, fueron incorporando los pedazos más grandes.

Al fin, la luz se abrió paso en la oscuridad. De manera extraordinaria toda la caverna comenzó a tener otro aspecto, y las llamas del fuego la iluminaron sin necesidad de utilizar las linternas. La moral del grupo se restableció considerablemente. Aunque aún quedaba lo más esencial sin duda ese fue un paso importante.

Se sentaron alrededor del fuego y pusieron la ropa a secar.

La temperatura ambiente de la cueva era bastante agradable, no hacía ni frío ni calor. Pero las cálidas llamas del fuego les daba un plus de tranquilidad y motivación para continuar luchando por sobrevivir.

Abrieron las bolsitas de piel que Nainsa, amablemente, antes de que abandonaran el poblado, les preparó con diversas semillas de frutos secos, raíces y tallos comestibles, y las dosificaron y repartieron a partes iguales. Para no morir de hambre, tenían suficiente alimento para casi una semana; una raíz, un tallo comestible y cinco semillas de frutos secos diarias para cada uno. El agua no era un problema.

No era demasiado abundante el humo que salía del fuego, pero fue lo suficiente como para observar que se esfumaba rápidamente por el hueco del techo dejado por ellos al caer.

 

Las raíces descompuestas que se desprendieron de la bóveda habían dejado un pequeño resquicio lo suficientemente grande como para que un hilo de aire corriera hacia dentro, consiguiendo de esta forma hacer de tiro para los gases. Con resignación, comprobaron que aquellas minúsculas grietas eran igualmente inalcanzables para ellos.

 

La amargura y el desánimo volvieron a hacerse presente en el grupo.

—¡Jamás saldremos de aquí! —dijo consternado Peter, meneando la cabeza.

—No digas eso. Ya se nos ocurrirá algo —tranquilizaba Norman.

Eddie, aunque no estaba seguro de que pudiera funcionar, extrajo de las mochilas todas las cuerdas de escalada que lograron recuperar de la balsa cuando ésta se despeñó por la catarata, y que sirvieron de amarres para su fabricación.

 

Por sus compañeros y también por él mismo, tenía que intentar hacer algo.

 

Comprobó que las cuerdas, o lo que quedaba de ellas, estaban en muy malas condiciones; deshilachadas y bastante desgastadas por el roce de la embarcación. Su experiencia como escalador le decía que era casi imposible, pero no se conformó, su obstinación era más fuerte, e intentó hacer una prueba de resistencia en la pared. La sujetó a un gancho que previamente clavó en la roca a un par de metros de altura, para comprobar que aguantase el peso de su cuerpo. Efectivamente, sus malos presagios se hicieron realidad.

 

La cuerda iba cediendo hasta romperse.

Después de aquella tentativa, los rostros se vinieron aún más abajo.

—Tomemos nuestra porción individual de alimento—sugirió Eddie disimulando su consternación—. Seguro que con el estomago lleno y un buen descanso nos ayudará a pensar en algo.

Después, sobre las mochilas, se echaron alrededor de un fuego tranquilizador, aunque igualmente inquietante; su único gran aliado en aquella desgraciada situación.

 

El crujir de las llamas, junto con el eco armonioso producido por las gotas de agua que besaban la poza pausadamente, hizo de la resignada relajación un profundo sueño.

 

 


33 - Nos vigilan


Boston (Massachusetts)

En casa de Ángela, a primeras horas de la tarde, también se respiraba una tensa preocupación.

 

De sus compañeros aún no habían recibido noticias, quizás para ellas era lo mejor. Se sentían vigiladas y forzadas a una reclusión. Una situación incómoda que les hacía estar en alerta permanente.

Ángela subió al piso superior, a su habitación. Era una casa bastante amplia, de dos niveles. La planta alta disponía de cuatro grandes habitaciones, dos de ellas estaban en desuso, aunque completamente amuebladas y en perfecto estado para las visitas. Las examinó por si faltaba algo y abrió sus grandes ventanales de par en par para airearlas; los rayos del Sol entraron hasta el fondo.

 

Volvió a su dormitorio, era el más grande de la vivienda, con un baño completo y un gran vestuario en su interior. De los muebles comenzó a sacar prendas de vestir, toallas y varias mantas para repartirlas en cada una de las habitaciones en las que se instalarían su amiga Mary y Kat.

 

Con nostalgia, se detuvo a mirar una cajita que Eddie tenía sobre una balda del armario, donde coleccionaba todo tipo de pequeños objetos inservibles; le gustaba conservar cualquier cosa que consideraba importante o guardara algún recuerdo sentimental: tickets, notas, conchas de mar, monedas de otros países, algunas semillas de árboles, o incluso pequeñas piedras con formas extrañas de los muchos viajes por el mundo que realizó con Ángela.

 

No pudo resistirse en cogerla y se la llevó a los pies de la cama, donde se sentó y la abrió con delicadeza.

 

Le atormentaba pensar que algo le pudiera pasar a su marido, e intentaba contrarrestar cada pensamiento negativo que recorría por su mente con bonitos recuerdos de las muchas experiencias que vivieron juntos.

"No se atreverá a dejarme sola" meditaba mientras sacaba algunos de los objetos del interior de la caja, haciéndole rememorar momentos inolvidables.

De todos ellos, le llamó especial atención uno en particular; era un trozo de papel doblado puesto bajo una mariquita de metal; el misterioso autómata que el Doctor regaló a Eddie. Sin embargo, solo sintió curiosidad por lo que pudiese contener aquella nota; no era otra cosa que el nombre y la dirección del Doctor Clarence Sandoval.

"¡Este fue el hombre que le ofreció el empleo!" recordó sorprendida y con rabia.

Arrugó el papel con fuerza en el interior de su mano y volvió a poner la cajita en su sitio.

Y bajó rápidamente las escaleras.

—¡Chicas, tengo la dirección del hombre que les contrató!— exclamó entrando al salón.

—¿Dirección…? —preguntó desconcertada Mary.

—Sí. Es el hombre que lo llamó por teléfono, y tengo su dirección.

—¿Insinúas en querer hacerle una visita? —preguntó sorprendida Mary— ¿No será demasiado peligroso?

—Desde luego —apuntó Kat—. Sería como entrar en la cueva del oso.

—Es posible, pero… si le preguntamos qué es lo que está ocurriendo a lo mejor nos da alguna información. Él es el principal responsable de todo esto, y tendrá que darnos algunas explicaciones —manifestó indignada Ángela.

—Quizás tengas razón —dijo Mary—, al menos que nos asegure si ellos se encuentran bien.

—No parece mala idea —comentó Kat—. Al fin y al cabo, solo vamos a preguntar por ellos. ¿Qué puede haber de malo en eso? —aunque por una parte Kat sabía del peligro que conllevaba, por otra se alegró que sus compañeras decidieran hacerlo. Su naturaleza le negaba a quedarse de brazos cruzados.

Antes de salir, Kat quiso recorrer todas las habitaciones de la casa, para desde las ventanas, de forma sigilosa, comprobar que no había nadie vigilando desde el exterior.

 

Todo parecía tranquilo y normal en un día frío aunque soleado.

Ángela dejaría a la pequeña Lisa con sus abuelos maternos, que vivían dos manzanas más abajo. La niña estaría más segura con ellos, y ella misma se sentiría más tranquila sabiéndolo, mientras investigaba sobre el estado de su marido.

Las tres cruzaron la calle de manera acuciada, y se dirigieron al automóvil que Kat estacionó justo en frente cuando llegó, era un precioso Chevrolet Sedán del 51, de color granate. Que no hubiese nadie vigilándolas por los alrededores les hizo sentirse más seguras; era un tranquilo barrio residencial, de lujosas casas unifamiliares, rodeadas de jardín propio. Subieron al coche, y Kat arrancó.

Mientras conducía por las avenidas de la ciudad, todas las miradas, por muy normales que fuesen, eran siempre sospechosas para ellas; sentían la extraña sensación de estar siempre observadas por alguien. Cualquier señal, gesto o manifestación extraña por parte de algún individuo era motivo de tensión y angustia.

Para llegar a la dirección que estaba escrita en la nota, tuvieron que atravesar toda la ciudad. La oficina del Doctor Clarence se encontraba casi a las afueras, en un antiguo edificio en propiedad, donde igualmente vivía, aunque solitario, sin familia a la que cuidar o que lo cuidasen, excepto con Jim el mayordomo. Sus salidas eran siempre por motivos profesionales, y raramente se encontraba fuera de casa.

Kat no se atrevió a entrar al parking exterior del edificio, por lo que estacionó su Chevrolet fuera del recinto, junto al acceso principal de la propiedad. Con relativa calma, comprobó que disponía de su pistola en el interior de su chaqueta, la cogió y comenzó a recargarla.

 

Desde el asiento de atrás, a Mary le empezaban a temblar las piernas, y Ángela, que se encontraba en el asiento del copiloto, la observaba intranquila; jamás habían estado en una situación parecida ninguna de las dos, y aquel tenso ambiente les producía un cierto espanto.

—Si lo preferís, podéis quedaros dentro del vehículo —dijo Kat al verlas algo violentadas por la situación.

—De eso ni hablar, quiero entrar también —declaró Ángela—. Mary, quédate tú si quieres.

—¿Yo…? ¿Aquí…? ¿Sola…? —su cara descompuesta lo decía todo. No iba a quedarse de ninguna de las maneras.

Dejaron atrás el arco grande cuyo desvío a la derecha accedía al parking exterior.

 

Pero otro pequeño camino peatonal atravesaba directamente el cuidado y hermoso jardín, y llegaba justo a la entrada principal de la mansión.

Curiosamente, la puerta se encontraba entreabierta. Desconcertada, Kat miró a sus compañeras. Percibía que algo no andaba bien y sacó su pistola tomándola fuertemente entre las manos.

 

De forma sigilosa, entraron al gran recibidor, miraron en derredor, y de repente, se sobresaltaron al escuchar un extraño sollozo, seguido de un lamento con murmullos entrecortados que parecía provenir de la planta alta. Atemorizadas, subieron muy despacio por las amplias escaleras de caracol hasta el distribuidor, y una de las puertas de enfrente estaba abierta por completo; el lamento parecía salir de allí.

 

Kat agarró bien su pistola y se dispuso a entrar. Justo en el lado derecho del escritorio, vio tendido en el suelo a un hombre mayor algo rechoncho, con el rostro empapado en sangre. Una bala parecía haberle atravesado el cerebro. Sin embargo, aún estaba con vida, y Jim, su inseparable mayordomo, con lágrimas en los ojos, le sujetaba la cabeza.

Inmediatamente, Kat guardó su pistola y se presentó como policía. Mary cogió el teléfono y llamó directamente a la ambulancia.

—¿Eres… Ángela…? —preguntó con la respiración ahogada el Doctor Clarence.

—No, soy Kat. No se esfuerce hablando. Pronto llegará la ambulancia.

—Yo soy Ángela —dijo inclinándose y cogiéndole del brazo.

—Su ma…ri…do…, dí…gale que lo sien…to —entrecortaba sus palabras el Doctor.

—No se preocupe ahora por eso —lo tranquilizó apretándole la mano.

—El… inteee… intee… riorrr… —decía asfixiándose mientras las tres se miraban desalentadas—. Tiiiee… rraaa… —hacía pausas intentado recuperar el poco aliento que le quedaba—. Eee… llooos…

De manera agonizante, estas fueron las últimas palabras del Doctor Clarence; después, exhaló su último suspiro, como si saliera toda su alma por la boca, momento en que Ángela notó su mano aflojarse.

El mayordomo desconsolado, no dejaba de sujetarle la cabeza que se desplomaba entre sus brazos. Fueron muchos años de su vida sirviéndole y entre ellos siempre existió cierta confianza y respeto mutuo.

 

Con lágrimas en los ojos y totalmente afligido exclamó:

—¡Entraron unos hombres vestidos de negro y le dispararon sin más!

Una vez que Kat cooperó con los agentes de policía en el informe de lo sucedido, y tras algunos minutos de interrogación, las tres, destrozadas, regresaron a casa.

Sus últimas palabras las trastornaron muy profundamente, no consiguieron entender lo que el Doctor Clarence quiso decirles antes de morir.

 

Aunque lo que verdaderamente les aterrorizaba era el hecho de que los asesinos se adelantaran a su movimiento.

—¿Cómo es posible que consiguieran saber que íbamos a visitarle?— preguntó ensimismada Kat.

—¿Y si fuese eso…? Quiero decir que… lo que el Doctor pretendía decirnos era precisamente el motivo de que ellos se nos adelantaran —explicaba Mary.

—¿Intentas decir que ellos sabían de antemano lo que el Doctor iba a revelarnos y por eso acabaron con su vida? —cuestionó Ángela.

—¿Por qué no?

—Puede tener sentido —apuntó Kat—, y ahora que lo pienso, quizás ocurriese algo similar con el asesinato del ex agente Irving. Es probable que utilicen algún tipo de dispositivo con el que oír conversaciones a distancia. En la agencia donde trabajo he oído que lo usan para el espionaje.

—Me gustan las novelas policíacas —decía Mary—, y según cuentan en ellas, ponen cerca pequeños micrófonos para escuchar las conversaciones privadas.

Ángela se aterrorizó al oír eso y, nerviosamente, comenzó a dirigir su mirada por todo el salón. Puso su dedo índice sobre sus labios, y preguntó susurrando:

—¿Han podido entrar en mi casa para instalar algún dispositivo?

—Pudiera ser —asintió de la misma forma Kat—. Con tu permiso, deberíamos examinar todos los rincones de la casa —le dijo al oído.

Durante más de dos horas, las tres comenzaron a rebuscar desesperadamente por todas las dependencias; bajo la mesa, en los cajones de los muebles, en el interior del sofá, camas, detrás de los cuadros…

 

No dejaron un solo sitio donde escrutar con esmero; sin embargo, incomprensiblemente, y para sorpresa de ellas, el resultado fue negativo.

—Quizá fuesen meras casualidades y nosotras llegáramos justo en el momento del crimen —explicó Ángela.

—No sé, algo no me cuadra —dudaba Kat—. Han sido tantas coincidencias en tan poco tiempo… —aún tenía en mente el asesinato del ex agente Irving Weiss.

—Recuerdo que el Doctor dijo algo sobre… ¿tierra? —expuso Mary—. ¿Qué querría decir con eso?

Todo era bastante confuso, además de sobrecogedor para ellas. Cualquier movimiento que realizaban era precedido por un terrible asesinato. Las ideas se iban agotando, e ignoraban qué hacer para averiguar la verdad sobre ello.

Mientras tanto, las preguntas sin respuestas eran cada vez más numerosas, y martilleaban una y otra vez sus cabezas: realmente, ¿por qué fueron enviados a la Antártida? ¿Qué debían encontrar allí? ¿Por qué había gente a la que no le interesaba que se supiera?

 

¿Qué existía detrás tan importante, y con tanto misterio, como para que incluso fuesen sacrificadas vidas humanas?
 

 



34 - Una gota de esperanza


Apertura Polar Sur "El Anillo"

Eddie despertó sobresaltado y sudoroso. Incorporó su espalda y miró aterrorizado a su alrededor.

 

Había tenido una terrible pesadilla, pero al fijar su vista en las oscuras paredes, comprobó angustiado que en realidad aún estaba allí.

"No puede ser" pensó. "No quiero morir aquí dentro. Tengo por delante una vida maravillosa con mi esposa e hija. Por favor, Dios, ¡ayúdame!" continuaba meditando.

Eddie no era en absoluto religioso, pero en su estado de impotencia y desconsuelo imploraba la ayuda a lo más divino.

Se levantó y, mientras el resto continuaba durmiendo, volvió a examinar palmo a palmo toda la cueva: pequeñas grietas en las paredes, cualquier diferencia de tonalidad de las rocas, por muy pequeña que esta fuera, tipos de rugosidad, incluso las olía para intentar encontrar algún atisbo de esperanza.

 

Pasaba sus manos por todos los rincones y salientes intentando localizar en vano una puerta secreta. Con otro trozo de roca puntiaguda rascaba algunas grietas, pero no conseguía absolutamente nada, las paredes parecían herméticas e infranqueables.

 

Una burbuja pétrea, que con el paso del tiempo la naturaleza se había encargado de crear, y que parecía haber estado esperando la desgraciada visita del grupo de exploradores, para servirles de eterno sepulcro, como si del interior de una pirámide egipcia se tratase.

Desconsolado, miraba hacia arriba y observaba cómo el humo del fuego, ayudado por alguna pequeña corriente de aire, se deslizaba suave hacia el hueco por donde cayeron al vacío.

"Si al menos pudiéramos conseguir llegar allí" se dijo.

Pero la gran distancia que lo separaba del suelo lo hacía prácticamente imposible; para colmo, las cuerdas no estaban en condiciones para aguantar el peso de un cuerpo, ni tan siquiera el de Peter, el menos robusto de los cuatro.

Al fin, se dio por vencido y observó como el fuego se estaba debilitando, se dirigió al montón de leña y puso varias raíces sobre el mismo. Con desánimo, casi derrotista, verificó que las raíces fosilizadas se consumían antes de lo previsto. Al avivar la hoguera, los chasquidos de las llamas hicieron despertar al resto.

Nadie tenía ganas de conversar, ni siquiera el mismísimo Marvin. Los rostros alicaídos lo decían todo.

—¿Nos mostrará alguna información el plano que nos dio Izaicha? — preguntó Peter después de frotarse los ojos.

Aquella parecía la mejor de las ideas, pues era la única. Se miraron con expectación, e impacientes esperaban a que Peter extrajera el plano de la mochila. Cualquier pequeña idea servía para alentarlos, por muy baladí que ésta fuese.

Éste, desdobló con cuidado el plano casi transparente y medio engomado al tacto. En el suelo, completamente desplegado, como por arte de magia se activó de forma automática, presentando la apertura polar, y un punto rojo intermitente en donde se encontraban ellos.

 

Peter, pulsó levemente sobre la señal, y la escala gráfica aumentó varias veces. Sin duda, muy lejos de la superficie curvada que dibujaba la apertura polar sur, y sin nada alrededor que ofreciera un camino a seguir o posible salida alternativa. Desgraciadamente, el plano solo estaba concebido para el recorrido sobre la superficie, y no así para el interior de las cavernas.

Entonces, la desesperación del grupo aumentó considerablemente. El plano no servía de gran ayuda. Pasaban las horas y el fuego continuaba engullendo raíces rápidamente.

 

Sabían que en pocas horas la oscuridad sería nuevamente su compañera, algo terrible para sus mermados pensamientos. Aunque ya importaba poco, puesto que la resignación a morir lentamente allí dentro era cada vez mayor; encriptados y abandonados en vida, en un espacio vacío creado por la naturaleza y sabiendo con certeza que nadie vendría a socorrerlos.

Peter, comenzaba a mostrar signos de impotencia con ataques de pánico, se desplazaba por la cueva de un lado a otro como si la locura se hubiese apoderado de él. Comenzó a gritar auxilio desesperadamente.

 

Marvin, que pareció afectarle también el estado de su amigo, se incorporó para gritar al mismo tiempo. Ambos, parecían dos maniáticos compulsivos encerrados en una celda especial para criminales psicópatas. Albergaban la mínima esperanza de que alguien podría oírles.

 

Nada más lejos de la realidad, puesto que se encontraban a cuatrocientos metros bajo tierra y a más de ocho kilómetros del poblado.

En aquellos momentos, casi deseaban haber perecido en las garras de aquella bestia.

"¡Al menos no hubiésemos sufrido tanto!" maldijo Marvin, escuchando su propio eco.

Nada consiguieron al gritar, pues solo estaban ellos y las rocas que parecían abrazarlos dulcemente con eterna paciencia.

Norman se dirigió a la poza de agua y se refrescó la cara y el cuello. Enojado, agarró una gran piedra y con toda su fuerza y rabia la tiró contra la apertura del techo, "¡maldita sea!" gritó. La piedra rebotó por las paredes del hueco, e hizo que se desplomase otro trozo del mismo, cayendo los restos de rocas sobre la poza de agua.

 

Norman, desahogado, anduvo sobre sus pasos y se volvió a sentar alrededor del fuego.

—No soporto más esta situación. Quiero ser el primero en morir —dijo delirando Marvin mientras sujetaba por la zona cortante su machete, ofreciéndoselo a Norman—. De esta forma padeceremos menos.

—No podemos hacer eso —se negó Norman—. ¿Quién diablos acabará con el último?

—Lo echaremos a suerte —le contestó.

El pánico a una muerte lenta les estaba afectando y sus pensamientos comenzaban a tener síntomas de desvarío.

Eddie, abstraído en sus pensamientos, e intentando no escuchar las dolorosas sugerencias de sus compañeros, observaba pacientemente las ondas de agua sobre la poza, provocadas por el pequeño derrumbe.

 

Segundos más tarde, la superficie se estabilizó y volvió a la normalidad con el continuo goteo de agua; fue precisamente esto, como el ave fénix, lo que hizo surgir de la nada una reflexión a Eddie. Hasta que, la pequeña gota de agua que continuaba cayendo desde arriba, volvió a tener el protagonismo del escenario sobrecogedor.

Esto hizo iluminar por un instante el rostro de Eddie.

—Peter —llamó la atención a éste—. ¿Crees que esa gota de agua llevará mucho tiempo cayendo sobre la poza?

—Supongo que sí —afirmó con desgana—. Llevará desde los comienzos de la Tierra. Imagínate…

—¿Cuánto tiempo crees que sería necesario para inundar toda esta caverna? —volvió a indagar.

—¡Puf! Muchísimo —contestó mientras sacaba su libreta de apuntes—. Ahora mismo te lo calculo.

Solo unos segundos le bastó al científico para decir el resultado exacto:

—Teniendo en cuenta las dimensiones de la cueva y la frecuencia de, aproximadamente, dos gotas por segundo, calculo que, para llenarla por completo de agua se necesitaría unos nueve mil quinientos años —explicó mientras repasaba sus resultados en la libreta.

—Lo que quiere decir que… —pensaba en voz alta Eddie mientras los demás lo miraban con cierta expectación— si tenemos en cuenta que el planeta tiene unos cuatro mil quinientos millones de años, justo en estos momentos la cueva debería estar llena de agua a rebosar —concluyó con cara de satisfacción.

—Pudiera ser que la cueva se formase mucho después —objetó Peter.

—De acuerdo. Dejemos entonces una cifra que sea considerable para la formación de la corteza terrestre; como los volcanes, placas tectónicas y demás fenómenos geológicos —expuso entusiasmado Eddie.

Marvin y Norman no entendían nada en absoluto, y Peter aún no sabía a dónde quería llegar Eddie con sus conjeturas.

—¿Qué te parece cuatro mil millones de años? —continuaba explicando—. Todavía nos quedaría quinientos millones de años, frente a los insignificantes nueve mil quinientos años que según tus cálculos harían falta para inundarla por completo. Como puedes comprobar, es una cifra más que suficiente como para que estuviese llena de agua hace muchísimo tiempo.

—¿Estás tratando de decir que el agua de la poza se está filtrando por algún sitio? —preguntaba sorprendido Peter por la brillante reflexión de su compañero.

Eddie se limitó a mover la cabeza afirmando su postura.

 

El resto de compañeros comenzaron a excitarse por la posibilidad de salir con vida de allí. Todos apoyaban la idea y clamaban al cielo para que aquello fuera posible. Una nueva motivación les hizo levantar el ánimo perdido entre aquellas pétreas paredes.

Eddie se deshizo por completo de la ropa dejándose puesto tan solo los calzoncillos de algodón, cuya pernera le cubría los muslos. Tomó una linterna y el trozo más grande de cuerda de escalada que aún les quedaba; uno de los extremos se lo ató a su cintura y el otro se lo confió a Marvin.

La cuerda, aunque para la escalada estaba en malas condiciones, serviría perfectamente para las pretensiones que Eddie tenía en mente, pues la resistencia bajo el agua disminuía hasta una décima parte.

—Cuando tire dos veces de la cuerda me sacáis de inmediato —explicó Eddie—. Si tiro una sola vez, es que todo va bien.

—No te preocupes, lo hemos entendido —dijo Marvin.

Con la linterna en la mano se acercó a la poza y rodeando su orilla la iluminó hasta dar con una zona donde el acceso fuese más cómodo. Introdujo el pié derecho en el agua y éste se cubrió hasta casi la rodilla.

 

Por suerte, el agua no estaba demasiado fría, tan solo a unos grados por debajo de la temperatura ambiente de la cámara. Comprobó que era una zona escalonada hasta que ya no sintió nada donde apoyar sus pies; inspiró fuertemente y soltó el aire varias veces para acostumbrar los pulmones a una dilatación mayor, y con una inspiración más profunda que las anteriores, después de despedirse con un gesto de mano, se sumergió de golpe.

Desde la orilla, Marvin iba soltando la cuerda a medida que Eddie se adentraba en las profundidades. Alrededor de la poza, los cuatro se quedaron expectantes ante la inminente posibilidad de una buena noticia.

Descendió cinco metros hasta conseguir llegar al fondo. En una primera vista y ayudándose de la luz de la linterna, examinó los alrededores del interior de la poza, comprobando lo escarpado de sus paredes. La zona inferior se ensanchaba bastante, más de lo que era realmente en su superficie; tenía una forma similar a la de una vasija de barro. En el fondo vio, partida en varios trozos, una gran estalactita esculpida por la gota durante un largo periodo de tiempo, junto a ella yacían los restos de las rocas desprendidas por ellos al desplomarse al vacío.

La preparación física de Eddie hacía que dispusiera de un volumen pulmonar bastante amplio, por lo que podía estar buceando algo más de tres minutos. Sus compañeros se impacientaban, pero para tranquilizarlos, cada poco, contestaba con un tirón de cuerda.

Justo en el último momento, antes de emerger hacia la superficie, memorizó todos los recovecos y salientes del fondo. Parecía tener claro dónde iba a dirigirse de manera directa en su próxima inmersión.

A la señal establecida, Marvin tiró de la cuerda hasta que lo sacó de las profundidades, y Eddie tomó con anhelo una gran bocanada de aire. Sus pulmones aún no estaban adaptados en aquella primera inmersión. Sin embargo, pensó que lo importante era examinar aquellas zonas donde hubiese posibilidades de la existencia de algún hueco.

 

Con el recorrido ya estudiado, en las siguientes inmersiones le resultaría más fácil y rápido avanzar.

—Chicos, la cavidad del fondo es enorme —dijo mientras recuperaba el aliento—. Aún no he visto nada, necesito sumergirme de nuevo.

Después de unos segundos recuperándose, volvió a coger aire y se hundió en el agua.

 

Esta vez, sin perder una sola molécula de oxígeno, se dirigió directo a la izquierda, justo donde en la primera inmersión pudo memorizar un enorme saliente de roca; pero éste no parecía tocar el fondo. De modo que buceó hasta allí, soltando de vez en cuando un poco de aire por la nariz. Y efectivamente, ayudado por relieve abrupto, se deslizó con las manos hasta encontrar un hueco.

 

Se detuvo e iluminó los alrededores comprobando que no existía más alternativa que esa. No le quedaba mucho más tiempo, pero pensó que si se adentraba lo suficiente podría examinar su interior; así que tiró una vez de la cuerda y soltó unas cuantas burbujas por la nariz para inmediatamente después acceder por la abertura. Era un pasadizo angosto y quebrado que parecía no tener fin. Deseaba continuar examinándolo, pero pronto sus pulmones comenzarían a fallar, sabía que debía dejar alguna reserva para regresar con garantías.

 

Pero justo cuando se disponía a realizar la señal para que Marvin lo sacase de las profundidades, vislumbró al fondo del pasadizo una especie de bifurcación de galerías.

"¿Cómo podría llegar hasta allí?" pensó.

La idea le surgió de inmediato, cuando tiró dos veces de la cuerda. Marvin desde arriba comenzó a tirar a toda prisa. La idea de la cuerda funcionaba, ya que a Eddie le ayudaba a estar más tiempo sumergido sin necesidad de gastar energías ni oxigeno para volver.

Después de expulsar un poco de agua, y de recobrar la respiración normal, los compañeros oían expectantes sus explicaciones de lo que vio en el pasadizo, y cómo habría que hacer para llegar lo más rápido posible a esa bifurcación.

—Cogeremos todos los trozos de cuerdas que tengamos y los uniremos — explicaba mientras frotaba sus manos alrededor del fuego—. Esta vez me llevaré varios ganchos y el piolet. Engancharé la cuerda en varios tramos del recorrido hasta conseguir llegar a la ramificación. De esta forma podré desplazarme bastante más rápido y el esfuerzo será mínimo.

—¿Y cómo sabremos si te ocurre algo? —preguntó Marvin.

—No me ocurrirá nada —dijo muy seguro de sí mismo.

Ahora ya no podrían notar la señal, puesto que la cuerda sería destinada para otra cosa.

Después de varias agotadoras inmersiones, Eddie logró sujetar la cuerda tal y como dijo; hasta llegar a la bifurcación, fue clavando los ganchos en grietas más blandas de la roca y pasando la cuerda por ellos.

 

Solo en algunos casos, cuando observaba algún peligro de que la cuerda se rompiese por el desgaste, amarraba ésta a los propios ganchos; de esa forma, evitaba poner en riesgo todo el recorrido. En el pasadizo instaló la cuerda por el suelo, de modo que fuese mucho más cómodo y veloz avanzar por él.

Esta vez, con la ingeniosa idea de la cuerda, tan solo invertiría un tercio de tiempo buceando hasta la bifurcación, punto en donde el recorrido se dividía en tres diferentes e inquietantes itinerarios. Debía examinarlos a fondo con la esperanza de encontrar una salida, pues de ello dependía su vida y la de sus compañeros, que esperaban impacientes en la orilla de la poza para ver aparecer a Eddie con buenas noticias.

Exploró el primero que tenía a su izquierda; el acceso era bastante cómodo y su recorrido tan solo constaba de tres metros, pero en el extremo no observó salida alguna. Su descarte fue inmediato.

 

Rápidamente, soltando unas burbujas de aire se dirigió al, inmediatamente posterior, segundo hueco; éste pasadizo era más angosto y curvado, por lo que dificultaba a la hora de bucear por él; aunque aquello, lejos de ser un problema, era un punto a favor para avanzar más rápido, pues los riscos y salientes del mismo le servían de gran ayuda al impulsarse sobre ellos.

 

Eddie continuó adentrándose, pero lo sinuoso del pasadizo impedía ver más allá de dos metros. Decidió dar media vuelta y aprovechar la reserva pulmonar para explorar el tercer itinerario. Tenía la esperanza de que quizás éste último tuviese una salida cercana. Soltó un poco de aire y se deslizó a través de él.

 

Aunque también muy estrecho era más recto que el anterior. Cinco metros fueron tan solo los que tuvo que bucear para dar con una poza muy similar, aunque bastante más pequeña. Iluminó la parte de arriba y, a través de la lente que produce el agua en su capa superficial, comprobó con júbilo que al otro lado al fin aparecía un espacio vacío. Alentado por haber encontrado la salida, dio varias brazadas con fuerza y emergió animosamente hacia la superficie.

Se sentó en un saliente de la roca mientras cogía aire.

 

Y luego examinó la cueva minuciosamente, pero por desgracia nada parecía indicar la existencia de una salida. La cueva no era como imaginaba, era igualmente otra pequeña burbuja de aire de unos tres o cuatro metros de diámetro. Su entusiasmo se frustró rápidamente. Decepcionado en ese momento, pensó que debía volver, ya que sus compañeros estarían muy preocupados por la tardanza; habían pasado algo más de cinco minutos desde que se zambulló por última vez.

Se dirigió veloz hacia ellos, y Norman, el más preparado de los tres en cuanto a inmersiones, estaba en la orilla a punto de saltar al agua cuando Eddie asomó por la superficie.

—¡Dios mío Eddie! Nos has preocupado —exclamó Marvin desde arriba.

—Perdonad chicos. He encontrado otra poza con una pequeña cueva en su superficie, pero nada que nos pueda dar una salida por ahora.

Los rostros volvieron a mostrar notables signos de preocupación. La idea de perecer irremediablemente allí dentro retomó su cauce inicial.

 

Desmoralizados, se sentaron alrededor de la poza.

—La buena noticia —dijo para levantar el ánimo— es que esa pequeña cueva me ha de servir de bombona de oxígeno para explorar más en profundidad una galería que no pude completar antes —explicó, lejos de mostrarse derrotista ante sus compañeros.

—Está bien, pero esta vez iré contigo —sugirió Norman. Eddie aceptó la propuesta.

Norman terminó de desnudarse, cogió la última linterna, y con un cinturón se sujetó el piolet al cuerpo.

Siguió a Eddie hasta la poza pequeña. Allí, en la superficie, y con la ayuda de la herramienta, comenzó a picar las grietas de la cueva con la esperanza de encontrar una salida.

Mientras tanto, Eddie se dirigió hacia la galería que faltaba por examinar al completo.

La proximidad de la cueva pequeña le facilitaba enormemente la exploración, ya que podría adentrarse a mucha más distancia.

Buceó durante al menos treinta y cinco metros por la galería de paredes estrechas y retorcidas. Había tramos en los que debido a lo apretados que eran, la escasa maniobrabilidad dificultaba enormemente su recorrido. Incluso hubo momentos en que llegó a temer quedar atrapado en medio de algún pasaje.

 

No obstante, y a pesar de que el desánimo aumentaba al comprobar que no aparecía ninguna señal de salida, Eddie continuaba adentrándose en las tinieblas. Su resistencia pulmonar casi había llegado a su mitad. Si no quería morir asfixiado, sabía que muy pronto tendría que regresar a la cueva pequeña, donde le esperaba Norman. Justo en ese momento le inundó la nostalgia. Y de inmediato, un conflicto interno se apoderó de él: si regresaba sin solución alguna, no habría esperanza de sobrevivir para nadie, y tarde o temprano todos morirían lentamente.

 

Si continuaba buceando corría el riesgo de no encontrar nada y de consumir el resto de oxigeno de sus pulmones y, en consecuencia, perecer asfixiado en el recorrido de vuelta, sepultado para siempre en una recóndita galería. Morir de todas formas, ¿ahora o después?

 

Este era su gran dilema.

 

Sin embargo, la opción más optimista era poder descubrir una salida y llegar hasta ella:

"¿qué posibilidades tendría de encontrarla?" se preguntaba. "Pero… si no lo intento no lo sabré nunca" el diálogo con su conciencia era el más profundo que jamás había tenido en su vida, y que ahora el destino se habría encargado de brindarle la oportunidad de poder experimentar.

En ese momento, con el contundente coraje que sólo aparece cuando estamos ante el borde del precipicio, surgieron en su mente los recuerdos de las últimas palabras de Izaicha; éstas se quedarían grabadas para los restos:

"Siempre que tengáis que tomar alguna decisión, recordad buscar en vuestro interior".

Esta frase le llegó con tremenda energía al corazón, y desde ese momento tuvo claro qué tenía que hacer: por su familia y sus compañeros debía continuar, aunque para ello las probabilidades de seguir con vida fueran las mínimas.

Con arrojo, y ya sin ningún temor por lo que pudiera pasar, continuó adelante.

 

El diálogo mantenido con su conciencia le ofreció la paz y tranquilidad suficiente de estar haciendo lo correcto. En un espacio tan corto de tiempo, conteniendo la respiración en unas galerías inundadas bajo las mismísimas entrañas de la Tierra, se había encontrado cara a cara con él mismo. Fuera lo que fuera lo que ocurriese, desde ese instante Eddie dejaría de ser la misma persona.

La abnegación le fluía por todo su ser mientras avanzaba por lo que parecía la arteria oscura de un dragón. El esfuerzo llegaba poco a poco a su extremo, del mismo modo que sus pulmones iban anunciando de su pronta necesidad de oxigeno. Eddie continuaba ayudándose de las manos, éstas, a menudo, se intercambiaban la linterna para deslizarse con mayor velocidad. También, cuando aprovechaba algún saliente de la estrecha galería, hacía uso de los pies para tomar mayor impulso.

El desconsuelo iba apoderándose de él, pues bien sabía que, justo llegado a este punto, no había ninguna posibilidad de retorno. Mientras avanzaba, ya lentamente y sin esperanzas, como rayos comenzaron a pasar por su cabeza infinidad de recuerdos; pensó en su familia, en su querida hija y su amada esposa, y en sus compañeros que lo esperaban atrás ávidos de buenas noticias.

 

Pequeñas gotas de agua salada escaparon de su lagrimal, pero éstas no tendrían contacto alguno con su rostro, pues se desvanecieron como por arte de magia en el agua cristalina de la oscura galería.

 

Después, pasaría a un estado de pánico, ya que solo le restaba unos segundos de contención respiratoria para después encontrarse con una terrible muerte.

En una de las veces que alargó la mano que sujetaba la linterna, y justo cuando ya se daba por vencido, percibió al fondo de un recodo, una gradación de colores diferente. La luz de la linterna se proyectó por las paredes rocosas, y la propia agua hizo de aumento para volver a las retinas de Eddie; pareciera tener un ángel acompañándolo.

Aún ya tragando agua, no tardaría ni tres segundos en llegar al recodo, y ver con júbilo una gran masa de agua donde las paredes casi se perdían de vista. Emergió precipitadamente un par de metros y, al fin, la recompensa de una gran bocanada de oxigeno volvió a ofrecerle la vida.

Una gigantesca bóveda como la de una catedral gótica le daba la bienvenida.

Enormes estalactitas y estalagmitas decoraban el inmenso salón. Sin duda, un diseño de la naturaleza digno de admiración. Debido a su grandiosidad, la luz de la linterna no llegaba a iluminar las paredes.

Eddie lleno de felicidad trepó por la orilla, y no tardó en comprobar las diferentes posibilidades que existía. En otro momento habría contemplado estupefacto el espectáculo que le rodeaba. Pero en ese instante lo verdaderamente importante para él eran las numerosas grietas y aperturas de todos los tamaños que daban paso a diversas galerías.

Tras recuperarse, ni un solo segundo perdió en volver presto y veloz a la cueva en la que Norman, angustiado, lo esperaba impaciente.

 

 


35 - La visita sorpresa


Boston (Massachusetts)

A través de las calles de la ciudad, la tarde iba desvaneciéndose entre suaves velos de tinieblas, dando lugar a la noche que comenzaba a abrirse paso en el horizonte opuesto al sol. Las farolas prendían progresivamente creando un halo de humedad a su alrededor.

Desde el exterior, el salón de la casa de Ángela se vislumbraba iluminado. En su interior, las tres mujeres continuaban atormentadas, sin saber qué hacer, solo su acompañamiento les producía cierto consuelo. Por temor a escuchar lo que no desearían jamás, intentaban evitar ver los noticiarios de la televisión, limitándose a conversar entre ellas de cosas sin importancia.

Ángela, un momento antes, y como si su instinto le advirtiese de algo, estuvo durante unos minutos con un episodio de ansiedad; su cuerpo sudaba más de lo normal, y el corazón le palpitaba a cien.

 

Su órgano sentimental parecía advertirle del peligro que en ese mismo instante estaba corriendo su marido. Sin embargo, en ese momento, ella no quiso decir nada, no deseaba mostrar su debilidad a las demás, y mantuvo el tipo como buenamente pudo hasta que hubo controlado sus miedos.

De repente, en el exterior se escuchó cerrarse la puerta de un automóvil. Ángela y Mary se miraron atemorizadas. Kat agarró su pistola y corrió hacia la ventana, y oculta tras las rendijas de la persiana, observó un vehículo aparcado frente a la casa. Un hombre alto con sombrero y gabardina oscura se dirigía misterioso hacia la puerta; parecía consultar una nota cerciorándose de la dirección correcta. Con cierto descaro, miraba a su alrededor.

 

Durante unos segundos, paró de caminar, pero luego continuó su marcha parsimoniosa hacia la entrada principal. Kat intentó ver su rostro, pero no lo consiguió; el sombrero bien encajado, las prominentes solapas de la gabardina que casi cubrían buena parte de su cabeza, junto a la oscuridad ya instalada de una noche cerrada y fría, lo evitaron. Al fin continuó dando unos pasos hacia el descansillo de la puerta, hasta que el ángulo de visión y el propio tabique del pequeño porche hicieron que Kat lo perdiera de vista.

 

De inmediato, ésta señaló a las demás que no hicieran ruido. Durante unos interminables segundos aguardaron el sonido del timbre. Despacio, y casi de puntillas, Kat se dirigió hacia el recibidor con la pistola entre sus manos. De la misma forma, la siguieron Ángela y Mary, que tras ella manifestaban su terror con los rostros desencajados.

Al fin, el misterioso individuo, y como si pretendiera dar un punto de más intriga a la escena, en lugar de tocar el timbre, con los nudillos golpeó lentamente tres veces la puerta.

A todas les comenzó a acelerar el pulso, mientras se dirigían una inquietante mirada. Kat se aproximó sigilosamente a la puerta y miró por la mirilla; era un hombre alto, de mediana edad y su rostro tenía aspecto europeo.

 

Con la mano, Kat les indicó que se quedaran rezagadas. Muy despacio, y casi sin hacer ruido puso la cadena, y después, entreabrió la puerta.

—Buenas noches, ¿qué desea? —preguntó casi sin asomar su rostro por el hueco dejado.

—Hola, soy amigo de Eddie Barnes —dijo con un extraño acento alemán— ¿Es usted su esposa?

—No, no lo soy. En estos momentos, la señora Barnes no se encuentra en casa.

—¿Sería usted tan amable de darle una nota de mi parte? Por favor. — preguntó educadamente al tiempo que cogía una pequeña libreta del bolsillo de la gabardina. En ella apuntó algo. Después arrancó el trozó y se lo entregó a Kat por el estrecho hueco.

Kat aceptó el recado, y el hombre se despidió con un simple, gracias, alejándose lentamente hacia su automóvil.

Cuando cerró la puerta, Kat leyó la nota y preguntó a Ángela:

—¿Conoces a alguien que se llame A10?

Inmediatamente, Ángela se dirigió hacia la puerta, la abrió y comenzó a llamar al hombre corriendo en su encuentro; éste se disponía a arrancar el coche.

—¡Señor soy Ángela, la esposa de Eddie! —gritó casi sin aliento.

Ella recordó al instante el nombre de A10. Su marido, cuando lo hubo visitado a instancia del Doctor Clarence, le contó sobre su extraña experiencia en la Antártida.

En seguida lo invitó a pasar a su casa. Aunque desconfiaba de su presencia, no parecía ofensivo. "Quizás él nos pueda ayudar" pensó Ángela.

A10 era un hombre bien parecido, de unos cincuenta y cinco años de edad,

delgado y bastante alto. Ojos negros al igual que su cabello, algo ondulado y peinado hacia la derecha. Aunque un poco arqueada, su nariz no desencajaba entre los dos pómulos que resaltaban de su aristado rostro.

Una vez sentados en el salón, Ángela le ofreció una copa. A10 se negó tomando solo agua.

—Dígame, ¿para qué ha venido? ¿Sabe usted algo de mi marido? — preguntaba impaciente Ángela.

—No, desgraciadamente no sé mucho de su marido ni del resto del grupo — dijo con su acento alemán, mientras, Mary y Kat se cruzaron las miradas—. Vi la amañada y triste noticia en los periódicos del asesinato del Doctor. Quiero que sepan que no se trata de ajustes de cuentas como escriben en la prensa. Mis contactos también me informaron sobre el sospechoso atropello de un ex agente de los servicios de inteligencia del gobierno. Por lo que he podido averiguar, las dos muertes están relacionadas con el grupo expedicionario que dirige Eddie. Vine a informaros en seguida que lo supe.

—Si, el ex agente fue íntimo amigo de mi padre adoptivo —explicó Kat— Unos minutos antes de su trágica muerte tuvimos con él una charla en privado.

—Lo siento. Esta gente está dispuesta a lo que sea con tal de que la verdad no sea revelada. Además, deseo compartir algo muy importante con vosotras, antes de que algo pueda sucederme.

—Por favor, cuéntenos. ¿Qué sabe usted de todo esto? ¿De qué gente habla? —preguntaba Ángela.

—Se trata de una poderosa organización secreta a nivel mundial. Ellos tienen el control de las instituciones y gobiernos de todo el mundo. Utilizan el miedo como forma de coaccionar, mintiéndonos bajo dominación sin que seamos conscientes de ello. Disponen del poder financiero para manipular todos los medios que estén a su alcance.

—¿Los gobiernos no tienen la suficiente capacidad para acabar con ellos? — Ángela era inconsciente de su pregunta. Aún incrédula de la información que A10 les estaba proporcionando.

—Amiga, los gobiernos son fácilmente manipulables. Sé que todo esto os parecerá increíble, pero es cuanto os puedo decir. Prácticamente todos los líderes mundiales están situados en el poder gracias a ellos. Ellos son simples títeres de la organización.

Desconcertadas y algo escépticas se miraban entre ellas. Solo Kat recordaba en sus palabras la información transmitida por el desgraciado Irving.

Pero lejos de darse por escuchado, A10 continuaba explicándoles:

—La democracia ha perdido su valor social. Nos hacen creer que disfrutamos de libertad accediendo a las urnas, pero nada más lejos de la realidad, amigas. Todo en este maldito mundo está amañado.

 

¿Individuos honrados? Sí, los hay. Pero si en el camino que ellos marcan, en una especie de agenda, se encuentran con alguno, nada más fácil que la coacción con represalias, chantajes o amenazas, hacia él y su familia, para hacerle parar sus intenciones morales o patrióticas.

 

Y si el tipo es obstinado, siempre les queda el último y más infalible recurso; un accidente, atentado o algo que acabe con su vida. No hay nada que ellos no puedan hacer —concluyó dando un sorbo de agua.

—Entonces… ¿el mundo está dirigido por ellos? —preguntó Kat.

—Así de triste es. Lo siento.

—Asesinaron al Doctor justo antes de que nosotras llegásemos —expuso Ángela—. Y al parecer, la muerte del ex agente Irving tuvo lugar en circunstancias similares, después de que hablara con Kat y su padre. Sospechamos que pueden estar haciéndonos escuchas.

—Es posible —apuntó.

—Hemos examinado toda la casa, pero no hemos encontrado nada —explicó Kat.

—Debéis saber algo… —dijo mientras apoyaba su espalda sobre el sofá—. Os aconsejo que antes de decidir algo trascendente vigiléis los alrededores de la casa, ya que a cierta distancia pueden leeros la mente —expuso mirando fijamente los rostros confusos de las tres—. Quizá diez o quince metros sea la distancia máxima con la que lo pueden lograr, no lo sé con exactitud.

 

Sin embargo, conozco cómo combatir esto; si disponéis de algo que os entretenga, o simplemente os haga recordar un fragmento del pasado, eso creará unos patrones de interferencias con lo que les será muy difícil captar vuestros pensamientos.

 

Los instruyen mentalmente. Disponen de instalaciones por todo el mundo para este fin. También tienen bases subterráneas en las que realizan experimentos científicos y tecnológicos muy por encima de lo que cualquier persona pueda llegar a comprender.

—Pero… ¿qué tiene que ver la Antártida en todo esto? —inquirió algo confusa Ángela, no creyendo del todo lo que decía A10.

—Cuando Eddie vino a visitarme, justo antes de partir para la expedición, le conté solo una parte de lo que realmente sabía. No quise revelarle todo el secreto, pues me hubiese tomado por un excéntrico y jamás me habría creído. Debía dejar que él mismo lo viera con sus propios ojos.

 

Quizá vosotras me podáis creer, porque comenzáis a experimentar situaciones extrañas. Pero, aún hay más. Todo esto es solo la punta del iceberg. Veréis… realmente no he venido para contaros todo lo anterior, sino lo que a continuación os será revelado: cómo ya sabéis, la vida me cambió por completo al tener aquella experiencia en la Antártida, cuando estaba aún sirviendo para los nazis. Desde entonces, supe que mi vida la iba a dedicar a descubrir la verdad.

 

Todo se ha encubierto de manera que nuestra ignorancia es lo que a ellos les hace más poderosos. Sé que para vosotras será muy duro escuchar lo que voy a transmitiros. También lo fue para mí. Pero para eso me encuentro aquí —expuso para después de una pausa decir —: no estamos solos en el planeta.

En ese momento las tres se miraron desconcertadas. No estaban seguras de haber oído bien aquella última frase.

Kat fue valiente y no quiso andar con rodeos:

—¿Trata de decirnos que existen los marcianos? —preguntaba con el rostro fruncido.

Kat comenzó a no tomarlo en serio. Ángela y Mary empezaban a sospechar que estaban perdiendo el tiempo, pues, ¿quién podía creerse una sola palabra de una persona que había estado en el bando nazi y que parecía hablar como un esquizofrénico?

A10 percibió el gesto escéptico en el rostro de las tres.

 

Aunque ya intuyó de antemano que sus palabras no iban a ser del todo bien recibidas, también supo que debía ser atrevido y exponerlas a toda costa.

—No he venido para que me creáis —dijo antes de humedecer su garganta con un poco de agua—. Mi intención es compartir con vosotras mis propias experiencias y todos mis años de investigación.

—Pero… ¿por qué tiene usted tanto interés en contarnos todo esto? No somos más que tres mujeres corrientes de ciudad —le restaba importancia al asunto Ángela.

—Veréis, en el momento en que vuestros compañeros han llegado dónde creo que han llegado, y han descubierto toda la verdad, vuestras vidas dejan de ser corrientes. Si en estos momentos, y ojalá no ocurriese, a ellos les pasara algo y no pudieran cumplir con la misión que les ha sido asignada, sois vosotras las que adoptáis una gran responsabilidad con el futuro de la humanidad. Yo solo estoy aquí para informaros de esto, y haceros comprender el importante papel que jugáis vosotras.

—¿Usted cree que pueden morir? —preguntó con preocupación Ángela.

—No deseo dar falsas esperanzas, pero según mis cálculos, y aún viendo que no ha salido publicada ninguna noticia al respecto, creo que han podido escapar.

Aunque seguramente aún les quede bastante por llegar a la zona segura.

 

Si recordáis el trágico suceso ocurrido el año pasado a la anterior expedición, los medios oficiales informaron rápidamente de su desaparición. En este caso, me consta que el grupo de Eddie lleva bastante más tiempo que aquellos pobres desgraciados.

 

Por lo que deduzco que hasta ahora han conseguido sobrevivir.

—¿Y que se supone que tenemos que hacer nosotras? —preguntó Mary, que hasta ese momento estaba atónita escuchando toda la conversación.

—En estos momentos nada, simplemente manteneros con vida, y es imprescindible que comencéis a abrir vuestras mentes. Si llegase a ocurrir algo os mantendrán informadas.

—¿Quién nos mantendrán informadas? —cuestionó Kat, con cara estupefacta y aún con cierta incredulidad de lo que estaba escuchando.

—Ellos.

—¿Ellos?, ¿quiénes son ellos?

En ese momento A10 hizo otra pausa más larga que la anterior, antes de sorber otro trago de agua.

 

Reflexionaba en la manera en que podía contarlo para que fuese más creíble.

—"Ellos…" desde que tuve aquella experiencia, a menudo tienen contacto conmigo —dijo muy pausadamente y con la mirada perdida—. La mayoría de las veces lo hacen a través de los sueños. Son seres muy evolucionados que viven en el interior de la Tierra.

—¿En el interior de la Tierra? —frunció el rostro Ángela.

—Comprendo que es lo más difícil de creer, pero así es. A lo largo de todos estos años me han ido transmitiendo muchas cosas. En todo momento, ellos saben quienes están preparados para recibir cierta información y, al parecer, yo soy uno de ellos; nuestra misión es transmitirla al resto. Solo desean apoyarnos para que solo por nuestros medios podamos salir de esta falsa realidad. Algo mucho más grande nos espera —concluyó aún sabiendo que no lo creerían. Dejó con cuidado el vaso vacío de agua sobre la mesita de centro, agarró su sombrero y lo puso sobre sus rodillas.

—No entiendo nada —protestó Ángela un poco harta de toda la conversación. Realmente creía que estaban hablando con un perturbado mental —¿seres del interior de la tierra? ¿No entiende usted que todo esto carece de sentido?

A10 se incorporó en ese momento. Supo que su visita había concluido.

—De veras lamento que sea de esta forma como os ha sido transmitido todo esto —se disculpó A10—. No os puedo contar mucho más. Sin embargo, antes de marcharme quiero que comprendáis una cosa: en cada uno de nosotros está la llave que nos liberará de las cadenas —concluyó para después hacer un gesto de despedida y dirigirse hacia la salida solo.

"Organización secreta", "seres de otros mundos y del interior de la Tierra", "liberación de la humanidad"…, eran conceptos aún incomprensibles para ellas.

 

Una especie de estado de shock unido a cierto escepticismo las dominaba, y A10 lo percibió sobradamente. Pero había cumplido con su parte, que no era otra que sembrar una semilla de conciencia en las tres mujeres. Era solo cuestión de tiempo que, en forma de preguntas, comenzaran a germinar en la profundidad de su alma.

 

Solo entonces, las respuestas fluirían de manera natural, haciendo que el velo que tenían ante sus ojos fuese cada vez más transparente, y ofreciéndoles la gran oportunidad de ver más allá de él.

 

 


36 - Una misteriosa luz


Apertura Polar Sur "El Anillo"

Tras recibir con gran entusiasmo la noticia, Norman acompañó a Eddie hasta la cueva donde Peter y Marvin aún los esperaban preocupados; pero aquella preocupación fue disuelta rápidamente cuando los vieron aparecer.

El grupo volvió a respirar tranquilo sabiendo que no iban a ser sepultados vivos, al menos allí.

Con ánimos enardecidos, todo fue preparado de inmediato para una inmersión que les daría la oportunidad de seguir con vida y poder así completar la misión.

 

Eddie ordenó abandonar cualquier cosa inservible o innecesaria que contuviesen las mochilas, ya que bajo el agua debían ir lo más ligero posible; desecharon las dos linternas agotadas, los cuatro arneses y los ganchos, puesto que ya no disponían de cuerda para utilizarlos, también las brújulas, que además de continuar inservibles, podían disponer del plano de Izaicha, por último comieron el resto de alimento que les daría la fuerza necesaria para atravesar buceando toda la galería.

 

Aunque las mochilas ya eran en sí mismas impermeables, solo lograban resistir la humedad que pudiera derivarse de la nieve o el hielo. De modo que, junto a la indumentaria fueron introducidas en unas bolsas herméticas y resistentes al agua que llevaban preparadas. De esta forma se aseguraban que la ropa estuviese seca para después.

Desnudos, con las bolsas herméticas sujetadas a las espaldas y con las dos últimas linternas en la mano, se sumergieron en las oscuras y cristalinas aguas realizando la necesaria y vital parada intermedia en la burbuja de aire que Eddie, afortunadamente, descubrió en mitad del recorrido.

 

Gracias a este pequeño habitáculo de aire que la providencia parecía haber puesto a su disposición, tenían la posibilidad, en última instancia, de esquivar una muerte terrible.

Una vez en la burbuja, Eddie se sumergió con Norman con el propósito de indicarle con precisión cuál era el pasaje por donde, más tarde, tendría que bucear con Marvin hasta llegar a la gran bóveda. Después, instruyó a los tres de

cómo debían hacerlo. Todo tendría que realizarse con rapidez, puesto que la distancia era algo justa para la resistencia pulmonar; y cualquier retraso inoportuno dentro de la galería, por muy insignificante que este fuese, podría dar lugar al ahogamiento.

Sujetas al pasadizo del tramo inicial, consiguieron dos trozos de cuerdas de varios metros, y se lo ataron en parejas con nudos de lazos, dejando cierta distancia entre ellos. De esa manera el rezagado podría ser ayudado por su compañero tirando de la cuerda; por el contrario, y en caso de extrema emergencia, advirtiendo de un posible peligro de quedar ambos asfixiados, el primero con solo deshacer fácilmente el lazo podría tristemente abandonar a su compañero, sacrificando así la vida de éste.

Todo ello fue expuesto y explicado debidamente por Eddie, no sin antes entrenarlos lo suficiente para que se familiarizaran con la situación buceando varias veces.

 

Un entrenamiento imprescindible para acostumbrar los músculos al esfuerzo, pero sobre todo para que ampliasen su capacidad pulmonar. Eddie conocía la tremenda dificultad de la empresa, pero conllevaba llegar hasta la ansiada salida, y no deseaba dejar escapar ni un solo detalle. Las vidas de sus amigos estaban en juego.

Al fin, inflando completamente los pulmones de aire, se sumergieron todos. Eddie se hizo cargo de Peter, ya que era el de menor resistencia pulmonar. Lo hizo en primera posición. A tan solo unos metros por detrás, estaba Norman, que precedía a Marvin, ambos también sujetos por otra cuerda.

 

Aunque buceaban con entereza, la dificultad era extrema para los cuatro. Eddie tuvo que usar varias veces la cuerda para ayudar a su compañero, pero gracias al previo entrenamiento y a sus acertadas instrucciones, pudieron llegar todos sanos y salvos a la gran cueva. No sin contar con los apuros de Marvin y de Peter, ya que este último debió expulsar por la boca varios litros de agua.

Abrazados, formaron una piña. Jamás se habían visto en una situación tan desagradable. Ni tan siquiera la espantosa persecución del Draconte era comparable con aquella agonía.

Mientras se sumían en una profunda calma emocional, las prendas secas hicieron calentar sus cuerpos en seguida, traduciéndose en la necesidad de un inmediato y necesario reposo.

Durante unos minutos apagaron las linternas y usaron las mochilas de almohadas antes de decidir qué salida tomar, pues las había de todos los tamaños posibles.

La cueva era inmensamente grande, similar a las dimensiones de un campo de fútbol. Su contemplación sobrecogedora; una obra de arte creada por el paso del tiempo y al antojo creativo de la mismísima naturaleza.

 

De su colosal bóveda colgaban, unas más que otras, infinidad de estalactitas, algunas realmente enormes, haciendo formas tan hermosas que ni la mismísima imaginación del hombre podría llegar a crear. En su proyección, desde el suelo, como si quisieran fundirse en un eterno abrazo, esperaban paciente sus hermanas las estalagmitas.

 

Las más antiguas vinculaban sus almas para siempre hasta transformarse en bellas y espectaculares columnas que parecían sostener la impresionante bóveda. La reverberación del sonido en su interior creaba melodías que se hubiera podido pensar que provenían de mundos celestiales.

Aseguraron cada uno de los sacos herméticos a las espaldas y, usando solo una linterna, fueron explorando todo el contorno de la cueva. La mayoría de las grietas o aberturas eran ciegas y no correspondían a ninguna salida, solo formaban parte de la propia estructura aleatoria. Otras tantas eran demasiado pequeñas y dificultosas de traspasar. Finalmente, solo quedarían media docena de posibles alternativas.

Eddie ordenó tomar la abertura por la que corriese más aire.

 

Pensaba que su recorrido hacia la salida debería ser el más corto. Ésta correspondía a una gran grieta en la pared pétrea en forma de triángulo, con más de cuatro metros de altura en su vértice superior y tres metros de ancha en su base. A través de ella corría una ligera brisa fresca que les hacía recordar el exterior; la liberación de un tenebroso mundo que les oprimía cada vez más.

Su interior caprichoso y escarpado daba lugar a que en ocasiones el recorrido fuese algo accidentado; cambios de nivel que debían afrontar e incluso peligrosos obstáculos que sortear. A veces accedían a espacios tan amplios que dificultaba la tarea de tomar el camino adecuado; enrevesadas pasarelas, algunas de ellas muy altas, cruzaban lo que parecían grandes cúmulos de agua.

 

En otras sin embargo percibían su profundidad infinita y seca al desprenderse algunos riscos por donde pisaban. Estos tramos fueron los más embarazosos de cruzar, puesto que la dificultad añadida de haber consumido la tercera de las linternas se produjo precisamente en aquel momento.

No obstante, la mentalidad era muy distinta a la que tuvieron en horas previas. Ahora eran libres de elegir el camino, antes solo les esperaba la muerte.

Poco a poco y con la paciencia de un folívoro 9 iban cubriendo todo el recorrido. Ya habían transcurrido dos horas y media desde que abandonaron la gran bóveda.

De repente, Marvin percibió un aroma familiar; sin duda, era de vegetación.

—¿Son ilusiones mías, o huelo a bosque? —preguntó.

—¡Es cierto, yo también lo percibo! —exclamó Peter.

En la penumbra del chorro de luz de la linterna, pudieron observar cómo el pasaje se ensanchaba cada vez más, hasta acceder al interior de una pequeña cueva de unos ocho metros de diámetro.

 

Ésta a su vez parecía disponer de otra cavidad en su extremo opuesto. Eddie dirigió la luz hacia ese punto, reparando que no era otro acceso más, sino el ansiado paso a la libertad; al fin el gran bosque, oculto por una noche cerrada y oscura, les daba la bienvenida.

Alzaron sus brazos y pudieron disfrutar del exterior, del sentimiento de libertad, de la brisa fresca de la noche y de la humedad del rocío en sus rostros. Aunque la oscuridad no les permitía ver más allá de tres metros, sí percibían el sonido de la naturaleza y sus olores característicos. Nunca antes habían valorado tanto aquellas sensaciones, con frecuencia olvidadas por el ser humano.

Eligieron una zona cómoda de la cueva y acumularon suficiente leña para pasar la noche. El fuego calentó sus cuerpos y volvió a ofrecerles abundante luz y tranquilidad. Recostados sobre las mochilas masticaron varias de las raíces comestibles que pudieron encontrar por los alrededores. Después durmieron hasta el amanecer, no sin la debida y necesaria rotación de guardias.

Los primeros rayos de la mañana hicieron desaparecer una espesa neblina. El Sol se acomodó justo delante de la cueva, en todo lo alto. Sus rayos penetraron hasta el fondo, parecía de alguna manera querer despertarlos.

 

Peter, como de costumbre, se quedó completamente dormido en su guardia.

—¡Peter! —gritó Marvin tirándole una ramita a la cara.

—¿Qué ocurre? ¿Qué ocurre? —preguntaba sobresaltado y frotándose los ojos.

—¡Serás imbécil! ¡Te has quedado dormido! —exclamó sonriendo Marvin.

—Lo siento. Solo han sido cinco minutos —dijo con los ojos hinchados.

—¡Seguro que sí! Tus legañas lo demuestran —bromeaba Marvin mientras Norman y Eddie se esperezaban.

—Debemos ponernos en marcha —ordenó Eddie una vez se incorporó.

Con las mochilas en las espaldas y los machetes ajustados en la cintura, algo extraordinario les aguardaba al salir de la cueva.

 

Un horizonte muy lejano que pareciera volcarse hacia ellos se vislumbraba al fondo. Incluso debían elevar sus rostros por encima de las copas de los árboles para poder ver el contorno cóncavo del mismo.

Por un momento sintieron vértigo y falta de estabilidad, sensación similar a la que se percibe cuando se está a los pies de un rascacielos y se mira hacia arriba.

Era algo espectacular y al mismo extraordinario jamás visto antes por el hombre. Se sentían como un minúsculo insecto dentro de un enorme embudo. No daban crédito a lo que estaban viendo. Diversas tonalidades de verdes, ocres y grises, con pequeñas manchas celestes de las que a veces las unían unas arterias del mismo color, presumiblemente los bosques, lagos y ríos, hacían la composición de lo que ellos podían apreciar a esa distancia. Sin duda, toda una hermosa representación artística y sobrecogedora a tener en cuenta que no pareciera afectarle la gravedad.

Aunque tardaron en reaccionar ante la imponente vista, inmediatamente repararon en que ellos también se encontraban en la misma situación, pero al otro lado de aquella especie de embudo natural. Cosa que les afectó de tal manera que sus estómagos se revolvieron; Eddie y Peter, apoyados en los árboles que tenían enfrente, comenzaron a vomitar los jugos gástricos.

 

Norman se volvió a la pared rocosa agarrándose a ella como si se fuese a caer. Y por último, Marvin se desplomó de rodilla con las manos sujetando el suelo y mirando hacia abajo. La sensación de mareos y vértigos continuó hasta casi dos horas después; no concluyó hasta que el propio cuerpo y sentido de la visión fue estabilizándose y acostumbrándose a una nueva percepción de la realidad.

 

Con el tiempo, terminarían incorporando sus cuerpos mientras intentaban permanecer en un estado casi normal.

—¡Oh, Dios, Izaicha tenía razón! —dijo aún con el rostro descompuesto Eddie.

Ya no albergaban duda alguna de que ella decía la verdad.

 

El plano marcaba su posición a más de la mitad de la distancia de "El Anillo". Sin darse cuenta, habían cubierto gran parte de su recorrido a través de las galerías subterráneas, evitando así la peligrosa superficie infectada, ahora, por los Dracontes.

 

Aún así, debían apresurarse en llegar a la "Zona Oscura", que según les comunicó Izaicha, era una zona segura para ellos. Un espacio donde la organización secreta no estaba autorizada a acceder.

De los diez, ahora solo nueve Dracontes continuaban desperdigados por el bosque, buscando incansablemente como perros de caza a su presa. Uno de ellos, el que les acechó en las galerías subterráneas no logró salir con vida, ya que en su empeño de abrirse paso por uno de los estrechos pasadizos, provocaría con su tremenda fuerza un derrumbamiento que le aplastó en el acto.

Cuando los cuatro hubieron estabilizado sus cuerpos, emprendieron la marcha hasta dejar atrás la cueva.

 

Caminaban por la franja trazada entre el bosque y el macizo rocoso, el cual mantenían a su derecha. Se sentían más protegidos sabiendo que su flanco oriental se encontraba asegurado de cualquier amenaza. De modo que, solo tenían que vigilar el interior del bosque y su retaguardia, al tiempo de estar bien atentos conforme iban avanzando.

Después de recorrer varios kilómetros comenzaron a acostumbrarse a la nueva percepción visual. Las características de la zona hacía bastante fácil caminar por ella, aunque su vegetación era rica, no dificultaba el avance en absoluto.

—¡Hey! ¿Habéis visto eso? —susurró Norman, mirando hacia el interior del bosque y deteniendo la marcha de todos.

—¿Qué es? —preguntó Eddie.

—Nada, serán cosas mías —se disculpó sin darle mayor importancia al tiempo que reanudaban la marcha.

Aún tenían el macizo rocoso a su derecha, pero éste a medida que avanzaban iba disminuyendo en volumen, por lo que pronto solo tendrían el bosque como punto de referencia.

—¡Mirad allí! —exclamó esta vez Peter, asustado y señalando hacia el interior —¡es una luz! ¡Juro que he visto una luz!

—¡Es cierto! ¡Yo también la he visto! —apuntó Marvin.

—¿Cómo una especie de resplandor entre los árboles? —preguntó Norman.

—Exactamente, algo semejante a eso —afirmó Peter. Marvin asintió con la cabeza mientras seguía con su vista clavada en el interior del bosque.

Eddie ordenó detener la marcha de inmediato para intentar examinar los alrededores con los prismáticos.

 

Pero no tuvo tiempo de utilizarlos cuando una esfera de luz del tamaño de una pelota de baloncesto se acercó a tan solo quince metros de donde estaban ellos. Realizaba movimientos rápidos y en ángulo recto, casi imperceptible para el ojo humano, y se desplazaba caprichosamente a diferentes alturas.

 

A veces se colocaba sobre sus cabezas, o bien a la altura de sus rostros, incluso a ras de suelo. Pareciera que su interior lo habitara un ser travieso y juguetón.

Cuando se hubo detenido por completo, a tan solo unos metros frente a ellos, y mientras flotaba en el aire como si estuviese en el fondo del mar, observaron que irradiaba un brillo blanquecino muy especial que no llegaba a molestar la vista. Los cuatro quedaron sin saber qué hacer, y aún menos que pensar, estupefactos por la aparición ante ellos de algo que no podían describir con sus mentes lineales.

 

No sentían ningún temor, pues no parecía peligrosa, si bien la situación les resultaba un tanto violenta;

"¿cómo poder comunicarse con algo que no tenía piernas o patas, ni tan siquiera un rostro donde poder observar sus expresiones?" pensaban todos.

Solo sus rápidos movimientos hacia adelante y hacia atrás, daba la sensación de querer comunicarse.

 

Sea lo que fuere mostraba inteligencia.

—Creo que intenta decirnos que la sigamos —interpretó Peter.

Todos dedujeron lo mismo y con algo de inquietud decidieron seguir aquella extraña esfera de luz.

 

De alguna manera supo que el grupo había entendido el mensaje, y comenzó a desplazarse suavemente hacia el interior del bosque. Ellos la acompañaban con cierto recelo. En algunos puntos se detuvieron para estudiar su reacción, pero ésta inmediatamente también se detenía paciente hasta que volvían a caminar.

Así recorrieron varios kilómetros, hacia el interior, sorteando a veces la espesa vegetación. El Sol, casi perpendicular, mantenía su brillo mañanero, y en ocasiones se dejaba ver entre las espesas ramas de los árboles. Toda clase de animales salían espantados al paso del grupo; algunos antílopes, de aspecto similar a una gacela, pero mucho más grande, fisgoneaban mientras rumiaban la hierba que habían engullido minutos antes.

Al fin, llegaron a una especie de sendero que cruzaba el bosque y que pareciera estar aguardándoles. Lo tomaron hacia su lado oriental mientras continuaban tras la esfera de luz, ésta permanecía firme en su enigmático propósito.

Ahora la espesura era menos densa y la dificultad se iba haciendo cada vez menor, recorriendo así otros tantos kilómetros. El Sol, que iba girando sobre sus cabezas, fue compañero inseparable todo el camino.

Después, atravesaron lo que quedaba de bosque hasta entrar en una inmensa llanura salpicada por algunos árboles. Era como una hermosa alfombra verde pintada con algunos trazos de rojos, violetas y amarillos; hierba fresca y diversos grupos de flores que campaban a sus anchas parecían darles la bienvenida.

 

Frente a ellos pudieron observar con claridad el mundo que pareciera caérseles encima; era el otro lado cóncavo de la apertura polar sur, que a medida que se adentraban iban dejando atrás el cielo para presenciar atónitos el otro lado de "El Anillo"; tal y como sugería el plano de Izaicha.
 

 



37 - La guarida del acantilado


Apertura Polar Sur "El Anillo"

Aquella perspectiva surrealista de la apertura polar volvió a removerles las entrañas al grupo. Marvin se encontraba realmente mal y durante unos minutos tuvo que detener la marcha. La esfera de luz que pareciera entender la situación, se solidarizó y pacientemente esperaba unos metros más adelante.

Sus cuerpos no acabaron de acostumbrarse a aquella nueva percepción de la realidad. Se sentían extraños y como fuera de lugar. No conseguían comprender que les ocurría.

Al fondo de la llanura, donde observaron lo que parecía una especie de bruma, se dirigía la esfera de luz.

 

Por un momento pensaron en abandonarla, ya que a medida que avanzaban empeoraba gradualmente su estado físico.

—Creo que nos han preparado una emboscada —dijo fatigado Marvin.

Nadie se atrevió a contradecirlo, ya que todos se encontraban en el mismo estado que él.

 

En ese momento deseaban volver a la masa rocosa.

—Debemos seguirla —ordenó haciendo uso de su instinto Eddie.

Nadie mostró rechazo a la decisión de Eddie, pues su disposición fue siempre determinante para lograr la supervivencia, lo que le había hecho ganar con creces la total confianza del grupo.

A medida que se acercaban, la bruma, aunque no era demasiado espesa, se hacía cada vez más evidente. Detrás quedaba la verde llanura, acompañada del Sol con un ángulo mucho menor. Los pocos árboles desperdigados ya casi no se apreciaban. La vegetación desaparecía de la vista cuanto más avanzaban hacia la bruma, hasta convertir poco a poco su terreno fértil en una superficie plana y rocosa de color grisácea.

 

El nuevo paisaje representaba la cima de la cordillera de un gigantesco desfiladero, similar al Cañón del Colorado, y asomándose unos metros por encima, como si de una taza de té caliente te tratase, lo cubría una especie de atmósfera creada por minúsculas partículas de vapor de agua; atmósfera que ascendía de las enormes profundidades de las que un descontrolado y enorme rápido fluía con furor. Casi dos mil metros de altura distaban inquietantes desde donde ellos ojeaban con gran expectación.

La esfera de luz permanecía justo al borde de la cima, cerca de un saliente escalonado, indicándoles por donde debían continuar. Descendió por estrechas y húmedas plataformas formadas irregularmente en la pétrea pared.

 

Ellos la siguieron individualmente, cuidándose de posibles resbalones y caer al abismo. La vertiginosidad se hacía imponente, de la misma forma que lo era el eco que producía un vacío profundo, ya que el supuesto sonido que debía originarse en las aguas bravas no alcanzaba la altura suficiente para ser escuchado, tan solo un ligero murmullo.

 

Además de su profundidad, el propio viento que la reinaba se encargaría de limpiar cualquier residuo acústico.

 

En la vertical opuesta de la cordillera, que se distanciaba unos diez kilómetros, se podía apreciar cómo se precipitaban, aleatoriamente, diferentes cascadas, algunas de ellas desde la misma cima y muchas otras en perforaciones naturales de la pared rocosa; eran como blancos y largos hilos que parecían enhebrarse en los portentosos e infinitos muros.

Al fin, después de descender unos setenta metros, alcanzaron una superficie más amplia donde la esfera de luz se detuvo por unos instantes, momento que aprovecharon para tomar aliento.

 

Sus cuerpos seguían extraños, la sangre que corría por sus arterias parecían ir a menor velocidad de lo normal, por lo que el pálpito del corazón se hacía más lento. Del mismo modo una sensación de inestabilidad causaba en ellos un continuo estado de desconcierto.

 

Los ojos no terminaban de educarse a la nueva visión que tenían justo delante emergiendo hacia arriba; no era otra cosa que, el otro lado de "El Anillo", con la continua sensación de que de un momento a otro se les caería encima. El cielo exterior se redujo a una circunferencia, y ésta se hacía más pequeña a la vista a medida que iban avanzando.

La criatura luminosa, que hasta ese momento les producía cierta reticencia, se hacía cada vez más familiar.

 

Casi sin darse cuenta, se había convertido en su faro en la inmensidad de un océano por explorar; su guía y compañera de viaje hasta entonces. Se desplazó lentamente hacia un recodo y giró a la izquierda. Ellos no la perdían de vista. Justo detrás les esperaba una pequeña terraza natural de varios metros, precedida de una gran abertura en la pared que daba acceso a una cueva de unos quince metros de diámetro.

 

Ésta se detuvo en la entrada. Al fondo, en la penumbra, una figura humanoide estaba sentada en posición de loto. La esfera se dirigió a la figura, se suspendió sobre ella y lentamente descendió hasta fundirse en una espiral que penetró por la cabeza. Los cuatro quedaron atónitos mientras observaban la insólita escena desde la entrada.

 

Aquello pareció aportarle una especie de energía; un extraño halo luminiscente se formó alrededor de su cuerpo. Entonces, abrió sus grandes ojos castaños y se incorporó tranquilamente y con la misma facilidad que un muchacho, pues su fisonomía era como la de un anciano de al menos cien años.

 

Su rostro era amable, con un brillo muy especial en la mirada, cubierto casi por completo de una gran barba plateada, que parecía hacer juego con su largo cabello. Una túnica marrón oscura era lo único que cubría su delgado cuerpo, con una cuerda vegetal que la ataba a su cintura. Los pies calzaban un trozo recortado de lo que aparentaba ser corteza de árbol; unas cuerdas lo sujetaban a los tobillos.

El anciano extendió los brazos hacia ellos y dijo dulcemente:

—¡Bienvenidos hermanos! Acercad vuestros cuerpos y abrazadme.

Eddie, aunque un poco receloso, fue el primero que se acercó y lo rodeó con sus brazos. Su cuerpo estaba tenso, pero, a medida que percibía la energía cálida, agradable y acogedora que desprendía aquel ser, los músculos fueron relajándose por completo.

De la misma forma, el anciano fue abrazándolos a todos, como si los conociera de toda la vida. Incluso aquello pareció calmarles la fatiga e inestabilidad que padecían, además de los trastornos estomacales.

—Celebro con gran alegría que hayáis llegado sanos y salvos —dijo el anciano con entusiasmo.

—¡Sí! ¡Gracias a esa luz de…! —apuntó aún desconcertado Eddie, mientras señalaba en el aire una figura redonda con el dedo.

El anciano, al ver el gesto confuso de Eddie, expresó sonriente:

—Os vi un poco perdidos y quise orientaros.

—¿Qué quisiste…? ¿Quiere usted decir que esa esfera de luz es…? — preguntó Eddie sin atreverse a terminar la frase.

—Si, soy yo —contestó—. Es mi conciencia.

—¿Su conciencia?

—Es algo que aún no estáis preparados para llegar a entender. Pero no precipitéis vuestra curiosidad. Os lo explicaré después detenidamente y de manera que podáis asimilarlo —expuso de forma sosegada—. Por cierto, mi nombre es Ciak.

—Nosotros somos…

—No os molestéis —interrumpió sin dejarlo terminar—. No hace falta que os presentéis. Sé quiénes sois, cómo os llamáis y para qué habéis venido. Os hemos estado esperando durante mucho tiempo. Por favor, acompañadme.

El anciano se dio media vuelta y traspasó la pared de la cueva como por arte de magia. Los cuatro se quedaron boquiabiertos.

—No temáis, es sólo una ilusión mental. Una proyección holográfica. Por favor, entrad en la roca —escucharon desconcertados desde el otro lado.

Eddie frunció su rostro y miró a sus compañeros, luego se acercó a la pared rocosa. Alargó su brazo, y con cierto escepticismo introdujo poco a poco su mano dentro de la roca. "¿Cómo es posible?" murmuró contrariado.

Al ver que su mano entraba sin dificultad y sin ningún dolor, introdujo su brazo lentamente, después el hombro, y un sentimiento de curiosidad le cautivo enormemente. "¿Qué habrá detrás?" pensó. Al fin, introdujo su cuerpo por completo y desapareció de la vista de sus compañeros que quedarían inmóviles y petrificados como los Guerreros de terracota.

Desde el otro lado, la voz de Eddie les tranquilizó, y de uno en uno, con la curiosidad de unos niños pequeños, comenzaron a atravesar la pared de la cueva hacia un lugar desconocido e insólito para ellos. Una vez traspasada la roca, examinaron sus cuerpos esperando que todo estuviera en su sitio, y una risa nerviosa brotó entre todos, incluso contagiando al anciano Ciak, que por otra parte parecía gozar siempre de muy buen humor.

Habían accedido a otro entorno completamente distinto. La iluminación parecía emanar mágicamente de los poros de la superficie blanca y redondeada de techos y paredes.

 

Era un habitáculo de cinco metros de diámetro que parecía hacer las veces de distribuidor. Los ángulos rectos no existían por ninguna parte, y aquella sinuosidad de formas daba un aspecto acogedor y tranquilizador. Una zona plateada en la pared delimitaba la puerta hacia el exterior, por donde ellos habían accedido.

 

Otros tres accesos, esta vez físicos, con pasillos de algo más de un metro de profundidad terminaban de definir el interior del habitáculo.

Ciak, incomprensiblemente, también había cambiado su aspecto en el instante de cruzar por aquella puerta. Aunque su indumentaria era similar, no así su textura y color, esta vez blanca y con un brillo radiante que la hacía especial.

Amablemente, les invitó a que soltaran las mochilas y a que pasaran por el primer acceso de la derecha; un extraño recinto esférico mucho más pequeño que el anterior.

 

Lugar que estaba destinado a la meditación colectiva, aunque también usado para reuniones esporádicas. Por su perímetro había repartidos hexagonalmente seis orificios con formas de cápsulas, labrados en la pared, y de tamaño suficientemente grande y cómodo para una persona.

 

Encontrándose a la altura aproximada de dos palmos del suelo, estas cápsulas estaban diseñadas de forma que cada individuo podía ver los rostros del resto de asistentes. En la zona superior de cada una de ellas, una especie de canalón se abría paso hacia el centro de la cúpula semiesférica del mismo recinto.

 

Los seis canalones desembocaban a su vez en otro espacio labrado más pequeño, y también semiesférico, que parecía servirles de conexión para las seis cápsulas de meditación. Nuevamente, en su centro de unión, existía una perforación de unos cuarenta centímetros de diámetro que ascendía hacia el exterior hasta alcanzar y sobrepasar la cima de la cordillera.

Los cinco se acomodaron en el interior de cada una de estas cápsulas. Solo bastó unos segundos, cuando de manera inmediata, algo especial comenzaban a percibir sobre sus cabezas. De alguna forma, era como si estuviesen conectados entre sí.

 

La quietud y el silencio que experimentaron eran tales que daba la impresión de que podían escuchar los pensamientos de cada uno, al tiempo que se impregnaban de un tremendo estado de paz, relajación y armonía.

—Nuestra hermana Izaicha me informó que veníais de camino —comentó apaciblemente Ciak—. Estoy seguro que ella os comunicó bastante sobre vuestra misión. Pero os he traído a este lugar para satisfacer vuestras inquietudes. Habéis logrado alcanzar con éxito otra fase más de vuestro propio viaje.

 

El entendimiento está ávido de nuevo conocimiento. Ahora estáis preparados para recibir cierta información que antes no debíais saber. Haced las preguntas adecuadas de manera inteligente, sólo queda tiempo suficiente antes de que los Dracontes se acerquen demasiado.

—¿Eres otro ser reptiliano al igual que Izaicha? —preguntó Peter antes de que Eddie pudiera abrir la boca.

—No —sonrió Ciak—, soy completamente humano, como vosotros. Muy pocas veces hemos sido vistos. Nos llaman de diferentes maneras; "Los más Ancianos", "Hombres de las Túnicas", "Ancianos Maestros"… Una entre las muchas funciones que desempeñamos es la de preservar la historia de la humanidad del planeta Tierra.

 

Somos una pequeña familia que desde hace millones de años vive entre el mundo intraterreno y la superficie del planeta; es decir, en ciudades subterráneas repartidas por todo el mundo, algunas de ellas conectadas entre sí. A diferencia de vuestra civilización, nuestra evolución a lo largo de la historia siempre fue continua y ascendente. Nunca tuvimos que comenzar de cero.

Eddie, con miles de preguntas por hacerle, sintió curiosidad por una:

—¿Qué quiso decir cuando dijo que la esfera de luz era su conciencia? El anciano volvió a sonreír.

—Todos los seres que habitamos este universo disponemos de lo que se denomina conciencia, o también podemos referirnos al alma —explicó Ciak—. La mayoría de los seres humanos de la superficie no lográis acceder a ella, y los que pueden no lo llegan a hacer por completo.

 

Es largo de explicar pero, para vuestro entendimiento debéis saber que existen otros seres de fuera de este planeta que, por servicio a sí mismos, se han asegurado de que no recordéis quienes sois realmente. No así nosotros, ya que la evolución espiritual nos ha permitido, mediante la meditación profunda, salir del cuerpo físico y viajar por todo el planeta sin necesidad de transporte tecnológico. Podemos desplazarnos a cualquier zona del planeta a la velocidad del pensamiento.

 

También podemos reunirnos físicamente en lugares similares a este para unificar nuestras conciencias, potenciándola en una sola, con el objetivo de ayudar enérgicamente al planeta cuando sea requerido. El cuerpo es simplemente un instrumento para poder tener experiencias físicas, no es lo único, ni tampoco lo más importante del ser humano.

—¿Sabe usted algo sobre los Dracontes? ¿Puedes explicarnos qué son? — Eddie seguía acumulando preguntas en su cabeza.

—¡Los Dracontes! —exclamó el anciano—. Afortunadamente, en las galerías subterráneas evitasteis a uno de ellos, ¿recordáis? Creo que no será necesario que os lo describa. Cuando supieron de nuestro plan, soltaron algunos de ellos para eliminaros —instantáneamente, los cuatro se miraron con espanto—

 

Son seres híbridos creados con fines militares por una especie de organización secreta que gobierna la superficie. Están elaborados a partir de una modificación genética sobre una raza alienígena reptiliana llamada Alfa Draconiano, ésta, procede de la constelación de Draco, de un planeta conocido por el nombre de Alfa Draconi.

"Los draconianos visitaron el planeta hace dieciocho años, en 1940. Hitler recibió a los grises, sus súbditos, dándoles la bienvenida.

 

Entre ellos firmaron acuerdos de cooperación negativamente trascendentales para la humanidad de la superficie, y para el propio planeta; conocimiento y material tecnológico a cambio de sustentar sus necesidades, como podían ser las propiedades de la genética humana, entre otras cosas.

"Los grises son razas procedentes de diversos planetas. Los draconianos clonaron algunas de ellas con el propósito de utilizarlos para servirles, al igual que los Dracontes. De ellos se puede decir que son medio robots al servicio de sus creadores.

—Aún no sabemos con exactitud qué debemos hacer. ¿Cuál es nuestra misión? —cuestionó Eddie confundido. Sus compañeros también lo estaban. Aunque el escepticismo del comienzo había sido anulado casi por completo, no les cabía en la cabeza pensar que ellos pudieran hacer algo en beneficio de la humanidad—. Se supone que vinimos para encontrar los restos de una expedición desaparecida.

—Eso fue solo una justificación para intentar desviar la atención —explicó Ciak—. Realmente muy pocos lo sabían. Incluso los familiares de los desaparecidos lo creyeron realmente. Los propios inversores pensaron que veníais a rescatar alguna fórmula secreta, o a descubrir algún hallazgo científico que les hiciera multimillonarios.

 

Todo se trazó muy cuidadosamente para no levantar sospechas y, si acaso las hubiera, adelantamos intencionadamente una semana vuestra fecha oficial de partida. Sabíamos que tarde o temprano se darían cuenta.

 

Tristemente, se ha producido una baja muy importante; se trataba de una gran persona que nos apoyó para que esto fuera posible. Ahora vuestro principal objetivo es llegar al mundo intraterreno de Agharta. Una vez allí, nuestros hermanos os informarán qué hacer. Mientras tanto, lamento no poder deciros nada más sobre esto.

Eddie no se pudo imaginar ni por un momento que la baja de aquel hombre al que hacía referencia Ciak fuese precisamente la persona que lo contrató, el Doctor Clarence Sandoval.

 

Durante meses, seres intraterrenos habían estado contactando con él tanto en sueños como telepáticamente. A10 también fue contactado de esa manera y, causalmente, hicieron que ambos se encontrasen.

 

Entre ellos prepararon el terreno para la expedición perfectamente planeada por los múltiples contactos que ambos mantenían con estos seres.

—Entonces… —infirió Peter, que hasta ese momento estuvo intentando asimilar toda la conversación—. Por lo que puedo deducir, la humanidad está bajo el control y manipulación de esta raza alienígena draconiana.

—Me temo que sí —afirmó el anciano—. Es por eso que existen otras razas benevolentes, además de las autóctonas del planeta Tierra, que desean ayudaros sin llegar a intervenir directamente, y respetando siempre la ley universal del libre albedrío.

—Somos nosotros como seres independientes y universales los que debemos liberarnos por nosotros mismos —dedujo Peter.

—Efectivamente.

—No lo entiendo —dijo confundido Norman—, ya que vosotros, entonces, estaríais rompiendo esa misma ley.

—Veréis… en vuestro caso es un poco más complejo. Hay algo que aún no sabéis, pero que comprenderéis perfectamente cuando llegue el momento.

Realmente no estamos rompiendo la ley, porque seréis vosotros mismos como humanidad los que dispongáis de la libertad de decidir si ser independientes o continuar como hasta entonces.

 

Nosotros solo estamos ayudando a abrir una ventana por la que podáis ver más allá de vuestra realidad. De no ser así, jamás podríais elegir libremente. Puesto que otros seres han intervenido en vuestra evolución, negándoos esa realidad, en definitiva vuestro libre albedrío. Si en la orilla del mar —quiso poner un ejemplo clarificador el anciano Ciak— os encontráis un pez encerrado en una pecera, y pudierais de alguna manera explicarle que más allá existe todo un océano lleno de vida, ¿le negaríais la opción de que pudiera elegir libremente?

 

Pensad que en este caso nunca estaríais infringiendo su libre albedrío, sino todo lo contrario.

—Siento una curiosidad —expuso Marvin, atento a todo lo que se hablaba—. ¿Exactamente de qué manera está siendo influenciada la vida humana en la superficie del planeta?

—Querido hermano, todo viene de muy atrás en el tiempo. Para que lo entendáis tengo que contaros algo antes. Como ya os adelantó nuestra hermana Izaicha, la evolución del ser humano no fue del todo natural. Fuimos modificados genéticamente con el propósito de acelerar el proceso evolutivo de la raza. La historia es realmente larga y complicada, pero en este corto tiempo que disponemos trataré de explicarla lo más clara y breve posible.

"La Tierra, en sus comienzos llamada Tiamat por nuestros hermanos reptilianos autóctonos, que como sabéis viven en el interior del planeta, fue visitada y ambicionada por muchas civilizaciones extranjeras.

 

Diversas confrontaciones y alianzas dieron lugar en aquellos tiempos; Orión, que fue la primera en encontrar Tiamat, se alió con Alpha Draconi, ésta, como trato de favor por dicha alianza, ocupó con varios asentamientos Tiamat, por supuesto, contra la voluntad de sus ya habitantes reptilianos autóctonos, que nada pudieron hacer para expulsarlos del planeta.

"Más tarde, un proyecto creado por la Confederación Galáctica, llamado Integración de Polaridades, que consistía en crear civilizaciones en todos los planetas que pudiesen encontrarse deshabitados o poco habitados por vidas inteligentes, concedería a Nibiru el derecho de llevarlo a cabo en este planeta.

 

Aquello hizo que Nibiru y Draco se enfrentasen por gobernar Tiamat. Tras un terrorífico ataque por parte de Nibiru, que aniquiló todos los asentamientos draconianos y casi toda la vida que habitaba en la superficie del planeta, dio lugar a que la raza reptiliana autóctona se refugiase en el interior de Tiamat.

"Una vez que Nibiru tomó el control, procedió a realizar tal proyecto, basándose en la creación de vida inteligente y que ésta evolucionara de manera rápida. Mientras lo hacían, descubrieron gran cantidad de oro, al parecer imprescindible para mantener la atmósfera de su planeta-nave Nibiru.

 

Con motivo a este proyecto genético, los Anunnaki, 10 tal y como fue nombrado por las ancestrales escrituras, tuvieron que vivir sobre la superficie de Tiamat durante un largo periodo de tiempo, necesitando gran cantidad de mano de obra.

 

Para ello, emplearon al ser que resultó del proyecto genético, es decir, a los llamados por ellos Lulus, que significa trabajador primitivo en lengua Nibiruana. Pero sobre esto os informarán ampliamente más adelante.

"A partir de entonces y hasta que se marcharon del planeta fuimos sus esclavos y sus sirvientes. Sin embargo, para cuando se dieron cuenta ya era demasiado tarde; el Homo-Sapiens comenzó a prosperar enormemente sobre la superficie, a decidir y pensar libremente por él mismo.

 

Teníamos un poder innato en nuestro interior, una capacidad de creación increíble, nuestra evolución avanzó mucho más deprisa de lo que pensaron los Anunnaki. Pero lo más importante, no era el poder de creación, sino la luz que mostrábamos en nuestro interior, algo que ni ellos mismos poseían, una energía que nos posibilitaba estar en el otro extremo de la polaridad, en la del amor.

 

Ellos no la tenían, al menos la gran mayoría, ya que sus características emocionales y sentimentales no les permitían desarrollarla. A diferencia nuestra, disponían de una mente mucho más desarrollada, pero su corazón carecía de esa energía especial que nos hacía diferentes a ellos.

"Después de que cumplieran con su proyecto genético y, sobre todo, cuando ya consiguieron explotar la mayor parte de los yacimientos de oro, abandonaron el planeta, no antes sin dejarnos su cultura y sus grandes monumentos tecnológicos repartidos por todo el mundo.

"Pero como os comenté antes, hace tan solo dieciocho años, en 1940, Draco regresó, esta vez para vengarse. Trajeron consigo sus súbditos, los grises, y apoyados por algunos renegados reptilianos autóctonos firmaron con Hitler acuerdos de cooperación.

 

Traicionando al dictador, los draconianos obtuvieron su ansiada recompensa. La humanidad de la superficie quedó bajo el control total de esta raza extranjera. Con su avanzada tecnología y, sobre todo, con su capacidad mental para desarrollar sistemas de control, crearon un medio en el que recluir en una matrix a todos los seres de la superficie del planeta.

 

La conciencia humana fue bloqueada, atrapada en sus redes, cautiva en una especie de granja diseñada por ellos, donde el ser humano de la superficie se encuentra bajo una constante manipulación mental; el odio entre vosotros, las continuas guerras, el terrorismo, el miedo, la inseguridad… toda esta energía negativa está concebida con un único propósito: alimentarlos.

Aquella verdad de la que Ciak hacía referencia les entró como un rayo en lo más profundo de su ser. Comprendieron enseguida que la humanidad se encontraba oprimida bajo las pezuñas de una gran bestia, y que ésta podía saciar su apetito cuando y cuanto quisiera.

El anciano Ciak hizo una pequeña pausa para que pudiesen asimilar aquella dura realidad.

—¿Para qué sirvió exactamente el Proyecto de Integración de Polaridades? —preguntó Eddie—. ¿Cuál fue su finalidad, además de crear civilizaciones en los planetas deshabitados?

—Bueno, esa es también una respuesta extensa, que trataré de resumirla lo máximo posible. Pronto los Dracontes encontrarán vuestro rastro y se aproximarán demasiado.

"Hubo un tiempo en que —continuó explicando—, debido a las infinitas exploraciones interplanetarias, las civilizaciones negativas y positivas iban tomando zonas alejadas del cosmos, tanto que las polaridades tendieron a separarse demasiado y a recogerse en sí mismas; esto motivó que nuestro universo comenzara a detener su evolución, así como a dejar de fluir con normalidad.

 

El juego de Integración se detuvo, por lo que el retorno a la Fuente también se inhabilitó. Y con el propósito de que las almas no quedasen estancadas decidieron reiniciar el juego de Integración.

 

Esto se fundamenta en crear civilizaciones en diversos planetas de nuestro cúmulo de galaxias, donde el bien y el mal se viesen enfrentados entre sí, y de esa forma producir la experiencia necesaria para el proceso de ascensión del alma, permitiendo de esta forma volver a iniciar el camino hacia la Fuente.

—¿Entonces, la muerte realmente no existe? —cuestionó Peter. Su mente científica aún era reticente a creer ciertas cosas.

—La muerte no existe tal y como vosotros la conocéis —afirmó el anciano

— Sólo el cuerpo desaparece. Dependiendo de las experiencias y lo que haya aprendido en el mundo físico, el alma continúa su recorrido ascendente. Para subir de nivel deberá cumplir una serie de requisitos, sin los cuales repetirá experiencias físicas hasta que lo consiga.

—Por favor Ciak, ¿podríamos de alguna forma saber acerca de nuestras familias? Estamos preocupados por ellos —preguntó Eddie.

—Se encuentran bien. Justo antes de que os encontrara en el bosque, les hice una visita sin que ellas notaran mi presencia. Cuando llegue el momento recibiréis instrucciones para garantizar la seguridad de vuestras familias y la vuestra propia.

—¿"Justo antes"? ¿Cómo es eso posible? —sentía curiosidad Peter.

—Como ya dije, con mi orbe puedo desplazarme a la velocidad del pensamiento —explicó el anciano—. Es la esfera luminosa que os acompañó hasta aquí. Algún día, los seres humanos de la superficie también podréis hacerlo. Para eso, tendréis que salir de la matrix y luego crecer espiritualmente.

—¿A vosotros no os afecta la matrix? —quiso saber Eddie.

—No. Nuestra evolución espiritual nos permite evitarla. A nosotros ya no nos pueden hacer daño.

—¿Por qué vivís en cuevas subterráneas? —preguntó Norman.

—Cuando nuestros antepasados aún eran esclavos mineros de los Anunnaki, muchos de ellos, escapando de sus opresores, aprovecharon las galerías subterráneas para crear pequeñas ciudades y vivir en ellas, incluso las ampliaron y extendieron por todo el planeta. En un principio fueron pequeños asentamientos, y luego crecieron en poblaciones más extensas. Con el paso del tiempo, su potencial interior fue desarrollado. Nuestros adelantos científicos y tecnológicos se supieron complementar con la evolución espiritual. Aprendimos a sanarnos, a alimentarnos del prana, 11 y poco a poco, de esa forma conseguimos reducir el envejecimiento del cuerpo físico. Mi edad es de ochocientos treinta y cuatro años —concluyó el anciano.

Ante eso, no pudieron evitar el mirarse entre ellos.

 

En sus rostros se dibujaron gestos de sorpresa. Ciak, de carácter bastante risueño, tampoco pudo contener una pequeña sonrisa en su cara. Marvin, al igual que el resto, quedó completamente fascinado, pero por su cabeza le rondaba algo que le preocupaba. Le espantaba el sólo hecho de pensar que tuviesen que volver a enfrentarse con algún Draconte.

 

Lo pasó realmente mal en la galería subterránea y temía que sus compañeros descubrieran su debilidad, viniéndose abajo su imagen de tipo duro y confiado.

—Si los Dracontes llegasen hasta aquí, ¿cómo os defenderíais? —preguntó intentando disimular su temor.

—No tendríamos que defendernos —dijo el anciano—. Cerraríamos las puertas holográficas evitando que accedieran por ellas. Podemos hacer que el mismo sistema holográfico no solo aparente una imagen física, sino que forme parte de la sólida estructura de su alrededor, texturizándose con idénticas propiedades.

Aunque la respuesta fue satisfecha no tranquilizó su inquietud para cuando nuevamente tuvieran que emprender el camino.

—Me agradaría continuar hablando con vosotros —comentó Ciak—, pero creo que ha llegado el momento de que sigáis con vuestra misión. Es probable que los Dracontes descubran vuestro rastro, debéis marcharos antes de que eso ocurra. Mis hermanos os han preparado un concentrado natural vitamínico. Lo encontrareis en unos recipientes individuales dentro de vuestras mochilas. Os aportará suficiente energía durante todo el trayecto. Mi consejo es que por el momento no toméis nada sólido.

Después de que bebieran un sorbo del complejo vitamínico, Ciak los acompañó hasta la salida de la cueva. El sol acababa de ocultarse tras la apertura polar. La luz se hizo más tenue y resultaba difícil divisar el otro lado de "El Anillo". Un abrazo muy cálido fue la forma con la que, físicamente, el afable anciano se despidió de ellos.

Regresaron sobre sus pasos hasta la cima de la cordillera ascendiéndola trabajosamente. Allí, cientos de esferas luminosas los esperaban a modo de despedida. Era una forma de darles ánimos y energía suficiente para que continuasen su complicada andadura. Los cuatro, detenidos al borde de la cordillera, quedaron literalmente impresionados. Aquellas esferas sin necesidad de hablar les estaban brindando apoyo y amor incondicional, y ellos lo percibieron al instante. Sus miradas comenzarían a brillar de contenida emoción. Todas las esferas menos una, salieron como un resorte disparadas hacia el horizonte; un segundo después, la última, igualmente partiría.

 


 

Referencias

  1. Primeras Motonieve que la compañía Bombardier Inc. creara de modo comercial en 1959.

  2. Se hace referencia al punto del continente Antártico más alejado del océano, por consiguiente más difícil de alcanzar.

  3. Gesto automático de supervivencia que tiene el ser humano cuando éste percibe peligro de caer desde alguna altura.

  4. La batraciofobia es un trastorno emocional relacionado con el miedo intenso a los reptiles.

  5. En la era de hielo, los mamuts emigraron hacia los casquetes polares. Por instinto no buscaban zonas frías como sugieren los científicos, sino las tierras cálidas de aquellas regiones. Se han hallado fósiles de mamuts en el polo norte, es una evidencia.

  6. Viga longitudinal de un barco que actúa como columna vertebral. Su función consiste en apoyar en ella toda la estructura transversal.

  7. Se hace referencia a los musgos y otras especies similares.

  8. Se hace referencia a una caldera volcánica, y se denomina así cuando el volcán presenta un cráter de paredes empinadas superior a un kilómetro de diámetro.

  9. Animal comúnmente conocido como perezoso.

  10. Según la mitología sumeria, el origen del nombre Anunnaki hace referencia a los hijos del dios Anu. "Los seres que del cielo descendieron"; concretamente a la civilización de Nibiru. Con el tiempo, esta palabra se usaría erróneamente para todas las razas de extraterrestres que visitaron la Tierra desde tiempos inmemoriales.

  11. Según la Ciencia Kun-Li, Prana es la energía Cósmica Primaria del Universo.

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