6  Por qué debemos defendernos de los Dioses

«Operación Rama»

Nocivos a nivel individual

Nocivos a nivel social

Ayudan en lo que les conviene

Redentores, salvadores y avataras

Pros y contras de las religiones

«Principios morales» falsos

Una nueva moral

 

Sé que hay mucha gente, sobre todo gente que ha sido contactada de alguna manera, que no está de acuerdo conmigo en la visión de todo el fenómeno ovni, y sobre todo en mi punto de vista de que el fenómeno es, a la larga, perjudicial al ser humano y más correctamente a la humanidad considerada en bloque.

 

Si estos individuos conociesen muchos otros casos de contactados, además del suyo, se convencerían de que lo que a ellos les ha pasado no es lo más frecuente. Y muchas veces estas ventajas y beneficios que algunos individuos han logrado con su comunicación con los Dioses, han sido sólo temporales, cayendo en la cuenta años más tarde, que el balance total tuvo mucho más de negativo que de positivo.

 

Y son innumerables los casos en que, cuando el humano ha querido salirse de esta relación, ya le ha sido totalmente imposible.
 

 


«Operación Rama»


Hace unos años cuando la «Operación Rama» estaba en todo su apogeo en España y en parte de Suramérica, me gané la enemistad de algunos de sus líderes porque, a preguntas de algunos de sus seguidores acerca de los beneficios de la «Operación Rama», contesté que me parecía que los que andaban en ella, andaban por las ramas, mal aconsejados por gentes llenas de buena voluntad, pero completamente ingenuos.

 

Andaban por las ramas del fenómeno ovni en cuanto a su profundidad y a su trascendencia. Y dije además, que pese a todas las apariencias de inocuidad y hasta de la positiva bondad de toda la operación, se exponían a serios peligros.

 

Peligros que se convirtieron en realidad en muchísimos casos en los que las vidas de los participantes sufrieron traumas y cambios nada positivos.

Esta «Operación Rama», originada en el Perú, consistía en fomentar el contacto con los «extraterrestres», presuponiendo que los «extraterrestres» son nuestros buenos hermanos del espacio, que vienen a ayudarnos y, en cierta manera, a solucionarnos nuestros problemas. Los jefes de este movimiento no habían todavía descubierto que los «extraterrestres», como ellos gustan de llamarlos (o «los Dioses», como nosotros les hemos venido llamando a lo largo de este libro), en vez de ser la solución de nuestros problemas, son el gran problema que la humanidad tiene y ha tenido siempre planteado.

 

Lo malo es que es únicamente ahora cuando empezamos a caer en la cuenta del problema. Yo mismo estuve imbuido de esta falsa idea cuando me puse en contacto con el fenómeno; pero esto fue hace ya bastantes años; y gracias a muchas reflexiones y a los muchos hechos investigados personalmente, ya hace tiempo que llegué a la conclusión de que tal bondad y tal generosidad por parte de «ellos», no es lo que a primera vista parece.

Tal como ya he dicho repetidamente, es poco más o menos la que nosotros tenemos con los animales que nos rodean, a los que indudablemente tratamos muy bien en muchas ocasiones y hasta nos sacrificamos por ellos, pero a la larga los tenemos a nuestro servicio y no dudamos en deshacernos de ellos o incluso en matarlos cuando nos molestan, o simplemente cuando nos conviene.

Uno de los medios que la «Operación Rama» tenía para buscar esta comunicación, era subirse a las montañas y acudir por las noches a lugares solitarios en donde presumiblemente podrían encontrarse con sus «buenos hermanos espaciales».

 

Esto originaba, a veces, posteriores contactos telepáticos para los que no se necesitaba salir de los centros de reunión. Y excusado es decir, que estos contactos telepáticos, para muchos psiquismos desequilibrados o propensos al desequilibrio, y para muchos adolescentes resultaron, a la larga, frustrantes o funestos.

Con lo dicho hasta aquí, ya hemos comenzado a contestar a la pregunta que nos hemos hecho en este capítulo: Debemos defendernos de los Dioses porque, a la larga, el contacto con ellos es nocivo para nosotros. Por lo menos el contacto indiscriminado, es decir, sin saber de antemano con quién nos estamos relacionando, y además teniendo el firme deseo de entregar nuestras mentes y nuestras voluntades a lo que ellos nos indiquen, sin sopesar de una manera crítica, si lo que nos dicen o nos mandan es útil o nocivo para nuestras vidas.

A manera de paréntesis, diremos que hay un paralelo muy grande entre esto que estamos diciendo y lo que sucede en el espiritismo. El espiritismo, muy probablemente, a mi manera de ver, es el mismo fenómeno de que estamos tratando en todo este libro, pero visto desde un ángulo completamente diferente. Es decir, en el espiritismo «los Dioses» se manifiestan en forma de espíritus muertos.

 

Aunque yo admito la posibilidad —y en algunos casos la probabilidad— de que algunos de los personajes que se manifiestan en una auténtica sesión espiritista, sean los restos de energía psíquica —actuando de una manera automática o cuasiautomática—, de algún difunto, fallecido no demasiado tiempo atrás.

 

(Y tengo que confesarle al lector que debido a mis conversaciones con el insigne espiritista puertorriqueño, Ingeniero Flavio Acarón, últimamente he comenzado a admitir la probabilidad de que en muchas ocasiones lo que se manifiesta es la propia alma o la mente desencarnada del difunto, que durante un tiempo vaga confusa en su nuevo estado, resistiéndose a abandonar el nivel de existencia en el que había estado hasta su muerte).

Pues bien, el pontífice del moderno espiritismo, Alan Kardec, repetidamente pone sobre aviso, en sus obras, a los seguidores del espiritismo, a que no se fíen sin más ni más de los espíritus que se manifiesten en las sesiones, y a que no abran ingenuamente sus almas a las influencias de estos espíritus, sin haberse cerciorado muy bien previamente, de qué espíritu se trata, y de si son en realidad los que dicen que son.

 

Porque, curiosamente, nos encontramos en el espiritismo —y admitido no sólo por Kardec, sino por todos los grandes maestros espiritistas— lo mismo que habíamos encontrado en nuestro trato con los Dioses: que hay que andar con mucho cuidado con ellos, por más evolucionados y superiores que parezcan, porque en ellos, el engañar y el mentir son cosas frecuentes y casi normales.

Los creyentes del espiritismo, al igual que los fanáticos religiosos y los devotos de los ovnis, creen que sus «guías», sus «santos», o sus «protectores extraterrestres» nunca engañan, y que los que lo hacen, son otros seres menos evolucionados.

 

Pero la realidad es que en los tres fenómenos —religión, espiritismo y ovnis— hay que andar con pies de plomo, porque la decepción está a la orden del día; y muy probablemente, ni los «santos» son tan santos como creen los religiosos, ni los «buenos hermanos del espacio» son tan buenos como creen los platilleros, ni los «guías espirituales» guían tan bien como creen los espiritistas.

Y profundizando un poco más en la negatividad de nuestro contacto con los Dioses, podríamos hacer una división y distinguir en qué consiste la nocividad para los seres humanos considerados individualmente, y en qué consiste para la humanidad considerada en bloque.
 

 


Nocivos a nivel individual


Las consecuencias de este contacto, en muchos seres humanos, han sido principalmente los grandes cambios perjudiciales que se han notado en sus vidas.

 

Muy frecuentemente, los individuos que han sido contactados por los «extraterrestres», se hacen erráticos, abandonan su trabajo o estudios y no raramente abandonan a su propia familia; algunos caen en unos estados de misticismo que los alejan por completo del mundo que los rodea, y en general se vuelven bastante problemáticos para la sociedad, creyendo ellos, por su parte, que están llevando a cabo una misión evangelizadora (predicadores de una «buena nueva») y salvadora de la humanidad, o sintiéndose depositarios de algún gran avance tecnológico.

 

En algunos casos más agudos, ha habido una pérdida total de las facultades mentales, trastornándose el individuo por completo; en otros, han sido objeto de ensañadas persecuciones, sufriendo mucho por ellas y hasta desapareciendo sin dejar rastro16. En algún libro mío he contado casos de suicidio —directamente conocidos por mí— en los que ha incurrido el individuo contactado; y hay que hacer notar que el suicidio fue debido directamente a las ideas que le fueron sugeridas por sus «protectores», según notas que los suicidas dejaron.

Por ser algo que está directamente relacionado con el tema que estamos tratando, narraré aquí una anécdota totalmente inédita, tal como me fue contada por el mismo soldado que participó en los hechos.

A mediados de la década del 70, mientras cumplía el servicio militar en un cuartel en las cercanías de Madrid, descubrió un día —en un paraje medio escondido en las inmediaciones del cuartel— el cadáver del soldado al que se disponía a relevar, con un balazo en la frente. La metralleta con la que estaba haciendo guardia estaba allí a su lado.

 

Del bolsillo salía un papel en el que estaba escrito un mensaje para su padre; en él le decía que mientras hacía guardia la víspera por la noche, se le había aparecido una mujer bellísima, vestida con muchos velos, que le había hablado del cosmos y de las muchas vidas que hay fuera de la Tierra; le dijo también que el límite de la felicidad era infinito; que ella había llegado hasta allí en una nave sideral y que lo invitaba a irse con ella.

 

El tuvo miedo, (entre otras cosas porque le daba temor el abandonar la responsabilidad militar que tenía en aquel preciso momento) y aunque le atraía la idea de irse con aquella mujer tan bella, al fin no se atrevió y la vio alejarse.

Naturalmente tras esta visión, quedó totalmente conmocionado y durante todo el día no dejó de pensar sobre ello, sin comunicarle a nadie lo que le había sucedido. Pero, en un momento, le vino un gran arrepentimiento de no haberse ido con ella y recordó que la dama le había dicho que siempre que lo desease la podría alcanzar.

 

Se le ocurrió entonces que la manera de reunirse con ella era quitándose la vida. Enseguida se puso a escribir la nota para su padre. En ella le decía también, que esa era la única causa de su muerte y que no pensase que estaba triste o amargado; además le prometía que volvería a visitarlo y que los ayudaría. Al día siguiente, cuando le tocó de nuevo su turno de guardia nocturna, se quitó la vida.

 

(El recluta que encontró su cadáver no enseñó la carta a nadie, excepto a un amigo de su entera confianza; pero no a las autoridades militares ni al mismo padre del suicida a quien iba dirigida. Dio enseguida parte de su macabro hallazgo, y por las extrañas circunstancias del caso, fue acusado de la muerte del centinela. Estuvo preso por ello 14 meses, pero al no encontrarse causa ninguna contra él, fue dejado en libertad)17.

17 Quien quiera ver el exacto cumplimiento de lo que estamos diciendo deberá leer los tres libros en que Victorino del Pozo (Editorial Barath, Madrid) narra la vida del lamoso «contacto» italiano E. Siragusa. A uno le da pena ver cómo un hombre lleno de buena voluntad, como Siragusa, es despiadadamente manipulado y utilizado por los Dioses, que fomentan sus ideas mesiánicas y delirantes contra las que el pobre hombre está completamente indefenso. Cuando ya no lo necesiten, lo abandonarán sin más explicaciones, dejándolo en un estado de total desesperación o induciéndolo al suicidio, tal como han hecho con tantos otros contactados.

Mucho después de haber escrito esto, leí en el «Diario 16» de Madrid con fecha 8 de marzo de 1984, la siguiente noticia que transcribo: «El cadáver del soldado Carlos A. M. fue encontrado esta mañana en la garita del centinela, al realizar el relevo de la guardia, con un disparo de bala en la cabeza, según informó el Cuartel General del Aire».

Por no venir a cuento, no quiero profundizar en este caso. Al lector desconocedor del vastísimo campo de la paranormalogia, le resultará extraño, pero la verdad es que es un suceso casi típico, en el que se aúnan características y detalles que son constantes en las manifestaciones de las hadas, en las apariciones de la «Virgen María» o de cualquier Diosa de otra religión, y en el vasto campo de la ovnilogía. Todos estos fenómenos, por más que los fanáticos de cada uno de ellos se aferren a la veracidad de su punto de vista, son una y la misma cosa en el fondo, y provienen de la misma causa.

Si trasladamos estos contactos con seres no humanos al campo religioso, nos encontramos con los mismos resultados, por más que los contactados sublimen toda su experiencia. Allí a los contactos se les llama «visiones», «apariciones», o «éxtasis», pero la vida del místico, de ordinario y fisiológicamente hablando, se convierte en un infierno, que él sobrelleva con resignación y hasta con alegría, a cambio de la iluminación que su mente recibe y a cambio de unas maravillosas sensaciones con las que de vez en cuando se ve inundado todo su ser18.
 

18 De nuevo podemos corroborar lo que decimos, con un ejemplo contemporáneo: Amparo Cuevas, la vidente de El Escorial. Esta humilde y honesta mujer está teniendo por estos días unas visiones que atraen a miles de devotos y curiosos de toda España. Ha sido atacada y golpeada por unos desconocidos asaltantes, y con frecuencia sangra en abundancia, sufriendo intensamente por el dolor que le causa los estigmas. Sus mensajes —muy semejantes a los de otros videntes—están llenos de angustiosas amenazas de terribles castigos inmediatos, que nunca se cumplen; (Todos los profetas, han sido siempre profetas de calamidades). Por otro lado «la STA. Virgen» le ha dicho que haga construir allí mismo, una capilla a donde vengan a reunirse sus devotos.


El que haya casos en los que el contactado haya salido beneficiado, no quita nada a la realidad de los hechos que acabamos de mencionar. Como ya dijimos, muchas veces sucede que estos beneficios son sólo iniciales y transitorios, y además los casos nocivos superan con mucho a estos casos en los que el terrestre ha salido beneficiado.

(Sobre la marcha, y como un botón de muestra entre mil: En el pueblecito de San Clemente, provincia de Cuenca, se venera en una ermita la Virgen del Rus, que según la tradición, se apareció allí mismo a unos pastores en una cueva al lado del río del mismo nombre. En la fiesta anual sacan en procesión la imagen, balanceándola constantemente. Hace unos años, la señora encargada de custodiar la ermita, se suicidó inexplicablemente. Dejó un papel en el que decía que «iba a reunirse con la Virgen». Allí está el árbol en que se ahorcó).
 

 


Nocivos a nivel social


El comunicado dice que el hecho ocurrió en una de las garitas avanzadas que dan limite entre la zona militar de la Escuela de Transmisiones y el poblado de Alcorcen, en las afueras de Madrid.

Concluye la nota de «Diario 16»:

«Se desconocen las causas que motivaron los hechos, si bien el estado depresivo en que se encontraba la víctima esa misma noche, según relatan sus compañeros de servicio, hace suponer que se trata de un suicidio».

No he podido saber todavía si el cuartel en donde sucedió este hecho es el mismo en que sucedió el relato en el texto. De ser el mismo o cercano cabe la posibilidad de que «la mujer bellísima» siga en su macabro deporte.

¿Por qué precisamente Amparo y por qué aquel lugar?

 

No lo sabemos con certeza, pero sospechamos que:

  1. por las ondas cerebrales de Amparo, que al igual que las de otros contactados y místicos, son captadas con especial facilidad por el Dios que se les aparece

  2. porque en ese lugar o región existe un especial magnetismo telúrico que propicia la manifestación de los Dioses.

(La actividad ovnística en esa región es muy abundante, y recuérdese la proximidad de otra ermita y del monasterio de San Lorenzo).

 

Si es importante el aspecto negativo que la. relación con los Dioses tiene a nivel individual, lo es mucho más a un nivel general o social. Esta negatividad y perjuicio que la humanidad en bloque, recibe de su relación con los Dioses, es en el fondo, el tema principal de este libro. Y si el título de él es «Defendámonos de los Dioses», es porque se presupone que para la humanidad en general, los Dioses son algo perjudicial de lo que nos tenemos que defender.

Y para que no se dé por asentado y por probado, algo que es el fundamento de todo el libro, insistiré un poco en este aspecto negativo de todo el fenómeno ovni, que es la manera que los. Dioses tienen de manifestarse en los tiempos modernos.

El axioma que el autor tiene en mente y que considera sumamente importante que los individuos más evolucionados vayan aceptando y teniendo siempre presente, es que la humanidad entera es una especie de granja de los Dioses; una granja en la que los animales domesticados y utilizados son los hombres.

 

Esta verdad es durísima para la mente y para la sensibilidad humana y le confieso al lector que para mí fue un verdadero «shock» cuando, después de haberme resistido por mucho tiempo a aceptarla, un buen día no tuve más remedio que admitirla, ante la reiterada contundencia de los hechos. (Hechos, que no sé si por desgracia o por suerte, son desconocidos por la mayoría de los humanos, siendo esto la causa de que se nieguen a admitir este axioma, cuando lo oyen por primera vez).

Junto con este axioma general y fundamental, podríamos enumerar otras verdades igualmente importantes para comprender muchos aspectos de la vida humana, que de otra manera se hacen completamente inexplicables.

 

He aquí algunas de estas verdades:

  • Los Dioses ni nos aman ni nos odian.

  • Nos ven y nos tratan poco más o menos como nosotros vemos y tratamos a los animales.

  • A éstos a veces los matamos, los maltratamos, los cazamos, o viceversa, los mimamos, los protegemos, los alimentamos y los defendemos de peligros que puedan tener. Pero en todas estas acciones, lo que los hombres pretendemos fundamentalmente, es darnos gusto a nosotros mismos, sea que matemos o que cuidemos al animal.

  • Su dueño cuida al caballo de carreras o al toro de lidia porque le va a dar dinero, o gloria o satisfacción al verlo actuar, pero luego no tiene inconveniente en venderlo para carne para sacarle el último provecho.

(El que alguien se niegue a venderlo y hasta le haga un monumento, no contradice en nada a lo que estamos diciendo; con esta acción, el ser humano está únicamente desfogando y manifestando los nobles sentimientos de su corazón, y en cierta manera dándose gusto a sí mismo en la manifestación del aprecio que tiene por el animal).

Para que veamos más claramente este aspecto egoísta de nuestra relación con los animales, consideremos el caso tan frecuente de los gatos, a quienes sus amos les hacen arrancar las uñas, (eso sí, hecho por un veterinario y sin dolor), para que no destrocen los muebles en casa; o el aún más drástico de la castración a que son sometidos tantos animales, y en concreto tantos perros y gatos, que, por otro lado, son tan consentidos y tan bien tratados en las casas.

Si le preguntásemos al perro o al gato si le gusta que le arranquen las uñas o lo castren, seguramente nos dirían que de ninguna manera, y de hecho, por mucho que quieran a sus amos, se defenderán como puedan contra tamaña «injusticia». Y si le preguntásemos a sus respectivos amos si de veras quieren a los animales, nos enseñarían las facturas de lo que les cuesta el veterinario y todas las latas de comida que les compran al cabo del año. Y sin embargo los castran, les arrancan las uñas, los privan de su libertad, etc.

 

¿Cómo es posible que se den conductas tan antagónicas?

Por lo que más arriba dijimos: porque el hombre, en su trato con los animales, busca primordialmente darse gusto a sí mismo; y en muchas ocasiones, ese gusto consiste en ser bueno con los animales.

Además en estos casos, podemos ver claramente lo que ya indicamos con anterioridad: que lo que el animal vería como una gran injusticia, el hombre lo ve como un derecho que tiene sobre el animal.

También hay que reconocer, tal como ya indiqué anteriormente, que a veces se da una innegable y excepcional relación amistosa o de antipatía entre ciertos Dioses y ciertos seres humanos, lo mismo que es innegable que muchos hombres y mujeres desarrollan un amor específico por determinado animal con el que han convivido mucho tiempo o por cualquier otra causa. No nos referimos pues, a estos casos peculiares, sino a la relación general que puede haber entre los Dioses y los hombres.

  • Los Dioses nos usan.

    Esa creo que es la afirmación más abarcadora que se puede utilizar para describir su relación con nosotros. Por duro que pueda parecer, el verbo usar es el que mejor describe la motivación que ellos tienen para relacionarse con nosotros. En un capítulo anterior ya abundé en este tema, cuando dije que se acercaban a nosotros por placer o por necesidad. También en esto hay un total paralelo con nuestras relaciones con los animales.
     

  • No les interesa mayormente nuestro sentir, nuestros juicios o nuestras reacciones a su manera de actuar con nosotros. (Excepto en los raros casos en que se haya desarrollado una relación especial e individual entre el Dios y el hombre).

    Hablando, pues, globalmente y considerando no a éste o aquel hombre, sino a la humanidad en general, se puede decir que a los Dioses no les importa si el fin de su acción o acciones es perjudicial a toda la humanidad; si les conviene a ellos, lo harán, aun sabiendo que nos perjudica.

(¿Dónde está entonces su moralidad? Ya hemos contestado anteriormente a esta pregunta: Su moralidad rige sólo entre ellos y no se extiende a nosotros; de la misma manera que la moralidad humana rige sólo entre los humanos, y no la extendemos a los animales, a pesar de que vemos que éstos defienden y luchan por su vida, con el mismo ahínco que nosotros defendemos y luchamos por la nuestra).

  • En sus relaciones con nosotros, el interés de ellos es siempre el que prima y el que priva; si algo les conviene y nos ayuda, lo harán; y si algo les conviene y nos perjudica, lo harán de la misma manera.

  • Toda la historia humana ha sido sutilmente guiada por ellos, de modo que nosotros hiciésemos lo que a ellos les convenía.

Con esta frase estamos contestando a la última pregunta que nos habíamos formulado en este capítulo y estamos entroncando con la idea general que íbamos desarrollando:

¿por qué la relación de los Dioses con nosotros es perjudicial, considerada de una manera global?

Lo es, porque al interferir en el desarrollo de la historia humana, interfieren en la evolución de toda la humanidad hacia niveles más altos de cultura, de civilización, de convivencia, de espiritualidad y hasta de tecnología. Y esto es lo que en realidad ha estado sucediendo hasta ahora, sin que los hombres cayésemos en la cuenta. La raza humana ha visto repetidamente frustrada su ascensión hacia estos mayores niveles de conciencia, debido a la intervención de los Dioses, interesados en que el hombre no madurase y siguiese a su servicio.

 

Para ello han usado todos los trucos y falsas pautas a las que hemos hecho referencia en el capítulo anterior (patrias, lenguas, guerras, tradiciones, y sobre todo, religiones y dogmas) que han tenido al espíritu humano estrangulado por milenios.
 

 


Ayudan en lo que les conviene


No se puede negar que hay un paralelo entre lo que los Dioses han hecho con nosotros, desde un punto de vista cultural y evolutivo, y lo que muchos países colonizadores han hecho con sus colonias; aunque aparentemente las han ayudado a progresar, sin embargo lo han hecho teniendo siempre en cuenta el interés de la metrópoli por encima del interés de la colonia.

 

En muchas ocasiones, cosas que positivamente perjudicaban a la colonia, se hacían, porque beneficiaban a la metrópoli; y en otras, se puede decir que, premeditadamente, se planeaba la no evolución de la colonia, para evitar que eso le trajese, a largo plazo, problemas al país colonizador, y al mismo tiempo lograr que los «nativos» siguiesen obedeciendo mansa e infantilmente las consignas que les llegaban de la metrópoli.

Al lado de esto, no se puede negar que, en muchos otros aspectos, las metrópolis han ayudado a progresar a sus colonias, debido a que este progreso convenía de alguna manera al país conquistador, o también porque la evolución era algo connatural a todo el proceso, y no se tomaban el trabajo de detenerla. Este aspecto beneficioso que indudablemente se da en muchos casos de contacto individual con los «extraterrestres», es el que única y miopemente ven algunos de los investigadores del fenómeno ovni.

El fenómeno de la «iluminación», que describimos en un capítulo anterior, al que han sido y siguen siendo sometidos muchos humanos, tiene un aspecto positivo grande, en cuanto que la mente del iluminado se expande enormemente, siendo capaz de comprender y de realizar cosas que anteriormente hubieran sido completamente imposibles para él19.

 

19 Sin embargo hay que notar, como contrapartida, que es muy frecuente que a estos reformadores o inventores nadie les haga caso, y se vayan al otro mundo con sus fórmulas o sin haber logrado las grandes reformas que pretendían. Da la impresión de que los mismos que se las dictaron (o quién sabe si fueron sus enemigos «extraterrestres») se encargan de que nadie los tome en serio, a pesar de lo beneficioso de sus innovaciones.

 

No sólo eso, sino que a veces este mejoramiento repentino de su espíritu se extiende al propio cuerpo, adquiriendo capacidades sobrehumanas, con las que es capaz —junto a sus dotes mentales mejoradas— de convencer a una gran cantidad de personas, realizando hazañas o fundando movimientos o instituciones que, con frecuencia, han hecho cambiar el curso de la historia.
 

 


Redentores, salvadores y avataras


Este es el caso de los grandes avataras y fundadores de religiones. Estos individuos, a pesar de que de ordinario nos son presentados por las diversas religiones como seres «divinos», «hijos de Dios» o «enviados del cielo», etc., etc., en realidad son sólo seres humanos a los que los Dioses han preparado para una extraordinaria misión entre sus hermanos los hombres; los han dotado de tales cualidades psíquicas, y les han otorgado tales poderes sobre la materia, que a los ojos de los demás mortales aparecen como “unos auténticos Dioses”.

Tal es el caso de un Buda, de un Krishna, de un Quetzalcóatl, de un Viracocha, o de un Bochica, según indicamos en el capítulo primero. Y aunque esto pueda parecerles blasfemia a los cristianos, tal es el caso de Jesús de Nazaret.

 

Si los cristianos se tomasen el trabajo de estudiar los inacabables paralelos que hay entre Cristo y los fundadores de otras religiones, no estarían tan seguros de la unicidad ni de la divinidad de su fundador. Pero desgraciadamente para la inmensa mayoría de los creyentes de todas las religiones, «la fe no se piensa; la fe se admite y se siente».

 

Y muy bien podría ser la razón de esto, el que, inconscientemente, se tiene miedo de encontrarse con que la fe no tiene un fundamento racional, sino que flota en el vacío, apoyada únicamente en sentimientos, con lo que el creyente se quedaría entonces en el aire, sin una base sólida en que apoyarse. Los Dioses se han encargado, a lo largo de los milenios, de hacernos unos animales rutinarios: rutinas somáticas y rutinas mentales. Pensar libremente, en la mayoría de nuestras sociedades tradicionales, es un auténtico pecado, mal visto por las autoridades.

De esto hay innumerables casos.

Pero uno podría lógicamente preguntar: ¿y no es una ayuda que los Dioses nos dan, el que se tomen el trabajo de preparar al estos avataras que luego fundan movimientos o religiones que impulsan la evolución moral de los pueblos?

Al contestar esta pregunta, estamos ahondando en las razones de por qué la interferencia de los Dioses en la vida humana es más perjudicial a un nivel general y masivo que a un nivel individual.

De las religiones se puede decir lo mismo que de las andaderas que antaño se usaban para los infantes: los ayudaban a comenzar a caminar, a no caerse y los defendían de muchos golpes a los que estarían expuestos si no estuviesen rodeados de tal artefacto. Pero pasado un tiempo, cuando el niño ya puede caminar por sí, las andaderas se convierten en una auténtica rémora. Y si al cabo varios años, el niño sigue todavía necesitando las andaderas para caminar, eso significará que las andaderas se han convertido en un grave daño para él, impidiéndole que desarrollase sus facultades naturales.

Por otro lado, a las religiones les pasa con respecto a las sociedades, lo mismo que les pasa a muchas de las capacidades y «poderes» con respecto a los individuos que las consiguen mediante el proceso de «iluminación» o de «contacto»: son, en ciertos aspectos y hasta cierto punto, buenas, pero de ahí en adelante les hacen daño.

Permítame el lector que reproduzca parcialmente lo que, acerca de este mismo tema, escribí en otra parte.
 

 


Pros y contras de las religiones


Hablando en general, las religiones tienden con sus enseñanzas a nivelar la humanidad al predicar que todos somos igualmente hijos de un mismo Padre, y al estar haciendo siempre hincapié con sus enseñanzas, en los dos grandes mandamientos de la justicia y el amor.

 

Si el cristianismo hubiese dedicado todos sus esfuerzos a que estos dos mandamientos fuesen una realidad en nuestro mundo, aunque no hubiese logrado ninguna otra cosa, el cristianismo sería considerado con todo derecho como la institución más beneficiosa de toda la historia humana.

Es innegable que en tiempos pasados, tanto el cristianismo como las otras religiones, ayudaron mediante estos principios básicos a convertir pequeñas sociedades feudales, atomizadas por un sin fin de caudillos y creencias, en una gran sociedad en donde la dignidad humana era más respetada y en donde el hombre ensanchaba los límites de su pequeña tribu o pueblo, sintiéndose por primera vez hermano de los demás hombres.

La religión espiritualiza al hombre, constantemente lastrado por su carne y por sus instintos de animal, al recordarle su vocación hacia el más allá, después de la muerte; y por otro lado, frena el desarrollo de estos primitivos instintos y de las inclinaciones torcidas, al amenazar con castigos después de la vida, a todos aquéllos que no se hayan atenido a las leyes que ella predica...

 

Por último no se puede negar que para millones de creyentes, la religión sirve como un gran tranquilizante ante el estremecedor interrogante de la muerte, y como un fortalecedor para los momentos de desgracia y de dolor que tanto abundan en este mundo y para los que la inteligencia humana nunca ha tenido una explicación convincente.

Naturalmente, un fiel cristiano nos diría que el principal beneficio de la religión es el habernos puesto en contacto directo con Dios, al manifestarnos su voluntad sobre nosotros y al prometernos los auxilios espirituales necesarios para entrar en el reino de los cielos. Pero no hay que olvidarse de que estamos hablando de una manera genérica de todas las religiones, viendo lo que todas tienen de beneficioso para el hombre. Probablemente cada una nos diría lo mismo que nos dice el cristianismo acerca de la verdad y de la exclusividad de sus creencias; (lo cual nos pondría lógicamente en guardia acerca de su «verdad»).

Echémosle ahora un breve vistazo a las partes negativas de la religión, considerada ésta como un conjunto de creencias y de ritos mediante los cuales conseguir algún tipo de salvación tras la vida.

El primer aspecto negativo que señalaremos en las religiones es el de su institucionalización que, tarde o temprano, las lleva a constituirse en «poder» o en auxiliar del poder constituido (que muy frecuentemente en la historia —por no decir siempre— ha sido opresor). Las religiones que comenzaron siendo meros principios moralizantes con los que los pueblos mejoraban sus costumbres, acaban convirtiéndose en instrumentos sociales o políticos de poder, en manos de unos pocos que usan «la voluntad de Dios» para fines totalmente ajenos a los principios de sus fundadores.

 

Fruto de esta traición a los principios de sus fundadores y a su voluntad de servicio a los hombres, y no de dominio, es la paralización en el espíritu y en la mente, que causa en los fieles pensantes. Estos, confusos ante una falta de lógica (dogmas inadmisibles), y rebeldes ante imposiciones absurdas o injustas («no» al divorcio y la píldora, etc.), optan por languidecer en la vida espiritual contentándose con seguir mecánicamente las tradiciones, para no hacerse notar en la sociedad; pero no buscan, que es en definitiva la esencia del espíritu religioso y que es en el fondo el motor de la evolución de la mente y del espíritu.

Esta paralización de la mente, degenera en aquellos menos dotados de cualidades intelectuales, en el nefasto fanatismo que tantos males le ha acarreado a la humanidad a lo largo de la historia.

 

El fanático es el individuo que, convencido como está de poseer toda la verdad, e incapaz por otra parte de pensar por sí mismo, (o quién sabe si muerto de terror por las horribles cosas que le han hecho creer) opta por defender contra viento y marea y con los medios que sea, «la verdad incambiable» que él posee. Y en el caso del fanatismo religioso, como esta verdad está directamente relacionada con Dios, el fanático se negará a oír cualquier razonamiento y, lo que es peor, usará cualquier medio por injusto que sea, para defender la honra del Supremo Dueño de la vida y del Sumo Juez.

 

¡Cuántos horrores han cometido los fanáticos religiosos a lo largo de la historia por defender la causa de Dios!

 

Esta paralización de la mente se extiende a todos los ámbitos de la vida humana. Los pueblos muy religiosos y sobre todo aquéllos que han ajustado fielmente sus vidas a algún «libro sagrado», han visto grandemente frenada su evolución. Los pueblos islámicos son un claro ejemplo de esto; y aunque a algunos parezca una blasfemia, la fidelidad a la Biblia tuvo paralizado durante mil ochocientos años el desarrollo técnico y social de las naciones cristianas.

 

Cuando, a principios del siglo pasado, los librepensadores rompieron las cadenas con que la Biblia tenía atadas las mentes del mundo occidental, éste comenzó a desarrollarse a toda prisa y avanzó más en cien años de lo que lo había hecho en dieciocho siglos. Aparte del caso de Galileo, hay muchos otros menos conocidos para probarlo.

Además, tal como ya apuntamos anteriormente, las religiones separan a la humanidad en grupos. Unen entre sí a los que profesan la misma fe, pero los separan de aquéllos que no la profesan; y no sólo eso, sino que en el seno de una misma religión son numerosísimos los casos de divisiones y odios por interpretaciones diversas de un mismo mandamiento o precepto. Las guerras religiosas llenan la .historia y es inútil ponerse a dar ejemplos que hasta los niños de la escuela conocen. Además en la actualidad nos basta con hojear el periódico.

Repetiré aquí la cita de Bertrand Russell acerca de esto mismo tomada de su libro «Por qué no soy cristiano»:

«Cuanto más intensa ha sido la religión en cualquier periodo y más profunda la creencia dogmática, mayor ha sido la crueldad y peores los incidentes. En las llamadas Edades de la Fe, cuando los hombres creían realmente en la religión cristiana en toda su integridad, existió la Inquisición con sus torturas; y muchas desdichadas mujeres fueron quemadas por brujas; aparte de muchísimas crueldades practicadas contra toda clase de gentes en nombre de la religión».

Algunos falsos principios religiosos, antinaturales y traumatizantes, inventados por fanáticos o por sicópatas constituidos en autoridad, e inculcados en las almas infantiles de miles y miles de creyentes, han sido la causa secreta de muchas neurosis que más tarde afloraron en la adultez causando infelicidad y conflictos.

 

El fiel cristiano es un pobre hombre acomplejado que, si «se salva», no es por méritos propios, sino únicamente por los méritos de Cristo, como si de suyo hubiese ya nacido para condenarse irremediablemente. Con un panorama así, ¿qué cristiano puede tener una idea optimista de esta vida, si desde que nacemos nos la presentan como el valle de lágrimas en el que, a poco que nos descuidemos, nos haremos reos de un fuego eterno?

Las religiones le tienen miedo al placer o por lo menos desconfían de él. La renuncia al placer es casi una idea fija en el cristianismo y un tópico para todo aquél que quiera perfeccionar su espíritu. Y lo mismo podemos decir de las demás grandes religiones. En cambio parece que se gozan con un regusto masoquista en buscar el dolor por el dolor, como si en él hubiese encerrada, alguna energía secreta para la otra vida.

 

Pero el dolor no es más que el fracaso del Dios padre y providente que nos presenta el cristianismo; ¿por qué nuestro Padre tiene que exigirnos dolor? Y ¿por qué atesorar energías para la otra vida a costa de ésta que es la que tengo entre manos en este momento?

¡Cuántas palabras han gastado todos los doctrinarios de todas las religiones en explicarnos el misterio del dolor en el mundo, y qué mal han contestado al enorme interrogante que éste nos presenta!

  • ¿No habíamos quedado en que el dolor de Cristo en la cruz era el que nos redimía?

  • ¿Para qué añadir entonces el dolor de esta pobre hormiga humana, que contra su voluntad es devorada por la tierra cuando apenas le ha permitido vivir unos días?

  • ¿No tendremos derecho a pensar que en caso de necesitar una salvación, nuestro dolor y nuestra muerte son los que nos salvan?

  • ¿Y no será, más bien, que ni hay necesidad de salvación alguna, ni el dolor ni el placer tienen nada que ver con lo que la religión nos dice?

 

«Principios morales» falsos


Hasta aquí, los pros y los contras de las religiones, considerados de una manera general.

 

Enfocando este mismo tema de una manera más concreta y desde el punto de vista que nos interesa en este capítulo, tenemos que decir que la humanidad debe defenderse de los Dioses y de las creencias que ellos nos han estado imponiendo desde el principio de los tiempos, porque la fidelidad a tales credos hace que no podamos progresar en una línea verdaderamente humana; es decir, el obedecer y seguir unos mandamientos que en muchas ocasiones son antihumanos, hace que el hombre no evolucione en una dirección connatural a su manera de ser.

 

En muchos aspectos, hemos desarrollado una moral completamente artificial, que no está de acuerdo a las necesidades y a la naturaleza del ser humano.

Muchas cosas que los moralistas llaman «ley natural», podrían llamarse con mucha razón, «ley antinatural»; algunas de ellas van contra la naturaleza, pero como se encuentran en los «libros sagrados» (o las autoridades religiosas las deducen directamente de ellos) nos las quieren imponer como «leyes naturales» cuando en realidad son "leyes bíblicas" artificiales que en nada benefician a la humanidad.

Tomemos como ejemplo de uno de estos «principios morales» equivocados, la triste decisión de Paulo VI —basada según él en textos bíblicos-— prohibiendo el uso de la píldora anticonceptiva o cualquier otro medio de limitar artificialmente la familia.

Allá los textos bíblicos y sus «inspirados» autores con sus raras ideas sobre la vida. La realidad es que tal prohibición y tal precepto moral y tal ley natural son un error mayúsculo, que, además de ir contra el sentido común, atenta de varias maneras contra la vida familiar, y en fin de cuentas, es nocivo para el buen desarrollo de la sociedad. Menos mal que gracias a una auténtica ley natural, la mayoría de las parejas católicas tienen sentido común y lo usan en situaciones como ésta para prescindir de imposiciones equivocadas.

Lo mismo se puede decir del divorcio. El divorcio es un mal necesario en una sociedad donde los matrimonios se hacen de la manera tan superficial (por no decir tan estúpida) como se hacen.

 

Y por más que esto que voy a decir pueda extrañar a muchos, lo mismo acontece con la furibundez y cerrazón de mente con que muchas buenas gentes, influenciadas por «doctrinas sagradas» y por autoridades eclesiásticas fanatizadas, atacan el aborto indiscriminadamente, aduciendo que esa es «la voluntad de Dios».

 

Pero si observasen la naturaleza con «ojos atentos, no estarían tan seguros de que todos los abortos sean «antinaturales»; la naturaleza es mucho más sabia y también mucho más drástica en su manera de actuar de lo que piensan los moralistas defensores de la «voluntad de Dios».

La naturaleza, por ejemplo, tiene siempre más en cuenta a la especie que al individuo, y esto lo podemos ver en mil ejemplos. La naturaleza sacrifica, como cosa normal, (en ocasiones despiadadamente) las vidas de miles y millones de criaturas vivas, en aras de un orden natural establecido, en el que las criaturas superiores se alimentan y viven naturalmente de la muerte de las criaturas inferiores.

 

Y los mismos furibundos antiabortistas, defensores absolutos de la vida del nonato, están de acuerdo con esta mentalidad y con este orden natural, cuando, muy probablemente, defienden la pena de muerte contra un criminal, basados en que eso es una salvaguarda para toda la sociedad. Este es un tema muy largo y profundo en que no quiero ahora entrar porque lo he traído sólo de pasada.

Por supuesto que no soy defensor indiscriminado del aborto, y pongo para él ciertas condiciones; pero en la posición de los que lo atacan de una manera absoluta y sin distinguir casos, veo un ejemplo de la influencia que tienen en muchas mentes, estas leyes que nos han querido hacer pasar como «naturales» y emanadas directamente de Dios, cuando toda la naturaleza nos está diciendo que la cosa no es así, o por lo menos no es tan clara como ellos piensan.

Al estar más atentos a lo que dicen los «libros sagrados» o «la autoridad», que a lo que dice el sentido común o la pura razón, o a lo que le conviene a la humanidad, no sólo frenamos nuestra evolución como seres inteligentes —con unas tendencias y aptitudes naturales— sino que echamos por caminos que a la larga son perjudiciales para nosotros. Y esto es, ni más ni menos, lo que ha estado pasando a lo largo de los siglos y de los milenios.

 

La historia humana, vista desapasionadamente, es algo que no tiene sentido; es un enorme conjunto de disparates, con mucha frecuencia monstruosos, cometidos increíblemente por el animal «más inteligente» del planeta.

¿A qué se debe el que hayamos estado en discrepancias perpetuas y a qué se debe el que hayamos estado dormidos, en cuanto a adelantos técnicos, hasta hace sólo sesenta o setenta años?

 

La única contestación está en que no nos han permitido usar libremente la cabeza; la contestación está en que nos han tenido entretenidos defendiendo «principios», «causas» y «tradiciones» que en nada ayudan al desarrollo de la raza humana; nos han tenido empleando todas nuestras energías en ser fieles a diversas doctrinas religiosas; nos han tenido construyendo templos y elaborando complicadísimos sistemas teológicos en vez de construir fábricas y, en vez de pensar en cómo superar el hambre que tantos humanos han padecido y siguen padeciendo; nos han tenido «haciendo méritos» para el más allá, mediante penitencias, renunciaciones y devociones; nos han tenido matándonos en defensa de nuestras respectivas patrias; nos han tenido acomplejados con la creencia de que este mundo es un valle de lágrimas y sólo lugar de paso para el otro...

¿Cómo han logrado los Dioses meternos en la cabeza —a nosotros, seres tan inteligentes— todo este complejo y absurdo mundo de ideas, de tradiciones, de principios morales y de leyes «naturales»?

 

Lo han logrado con las estrategias que explicamos en el capítulo anterior.

 

Las lenguas, las patrias y las religiones, y como resultado final, las guerras, han sido los medios de que los Dioses se han valido para tenernos engañados, divididos y peleando sin parar, de modo que no nos entendiésemos y nos uniésemos nuestros esfuerzos físicos y mentales para ponernos en camino de una evolución verdaderamente humana.
 

 


Una nueva moral


Recientemente el mundo occidental ha roto las cadenas bíblicas y dogmáticas en lo que se refiere a nuestras posibilidades físicas y materiales, y por eso estamos progresando a pasos agigantados.

 

Ya no creemos que es pecado volar, o practicar trasplantes de órganos u operaciones complicadas, o intervenir en la génesis y el desarrollo de la vida, o entrar en estado de trance para asomarnos a otras dimensiones, o bilocar el cuerpo sin que sea precisamente ayudados por Dios... ya no aceptarnos prohibiciones de las autoridades religiosas.

 

Pero desgraciadamente gran parte de la humanidad —incluido el mundo occidental— está todavía atada por muchos falsos «principios morales» referentes a la sociedad, a la familia y a los individuos. Sin que muchas veces caigamos en la cuenta, estamos aprisionados por mil costumbres y tradiciones —basadas, en el fondo, en principios religiosos— que hacen que las vidas de muchos seres humanos sean verdaderos presidios.

En otras palabras, estamos avanzando a gran velocidad en el terreno de la tecnología, pero nos estamos quedando atrás en el terreno de la moralidad; pero entiendo «moralidad» no como ha sido entendida hasta ahora esta palabra, sino entendiéndola como sinónimo de «humanidad» o de «humanismo».

 

Es decir, hasta ahora, engañados, habíamos desarrollado unos patrones de conducta y una moralidad «divina» que convenía a los Dioses, pero que ha sido muy perjudicial para la raza humana; lo que necesitamos es desarrollar una moralidad humana, es decir, unos principios morales que estén de acuerdo con nuestras necesidades y que nos lleven a ser- unos seres humanos más evolucionados, menos deshumanizados y más de acuerdo con nosotros mismos.

Los principios morales y la ética individual y social por la que se rige actualmente la humanidad, en buena parte no sirven para el hombre de hoy; y esa es la razón de la criminalidad y él caos moral reinante en el mundo. Son principios morales y jurídicos artificiales, absurdos y en muchos casos estúpidos que en el fondo fomentan el egoísmo humano y, a la larga, lo que hacen es defender y alentar a los antisociales.

En esta nueva moralidad humana que tenemos que crear, existirán ciertas normas y «leyes naturales» drásticas —a las que en la actualidad no estamos habituados— pero que van a ser de una gran ayuda para la evolución del hombre del futuro y, de paso, para el ordenamiento de esta sociedad caótica en la que vivimos.

Esta es la razón fundamental por la que tenemos que defendernos de los Dioses: porque no nos dejan ser hombres; auténticos hombres racionales (y la prueba está en la horrenda historia humana); porque quieren que sigamos siendo sus esclavos inconscientes y sumisos, proporcionándoles mansamente lo que buscan entre nosotros y porque, en fin, temen que lleguemos a ser sus rivales en el dominio del planeta.

No olvidemos la escena bíblica y mitológica (los mitos son muy frecuentemente la historia distorsionada de la intervención de los Dioses en la vida de los pueblos antiguos) en el Paraíso Terrenal:

«No quiere que comáis del Árbol de la Sabiduría porque si coméis seréis como Dioses».

En el último capítulo abundaré más sobre el particular.

Mientras la humanidad no caiga en la cuenta de esto, seguirá siendo una humanidad niña. Este conocimiento y esta rebelión son el arranque de una nueva teología: la teología de los Dioses.

 

La vieja teología que buscaba a Dios para adorarlo y para entregársele, ha resultado ser engañosa y dañina para el hombre; la nueva teología que estudia a los Dioses para desenmascararlos, es la verdadera.

 

Con esta nueva teología el hombre ocupará el lugar que le corresponde en el Universo y dejará de verse como un pobre esclavo pecador, desterrado en este valle de lágrimas, que desesperadamente busca a alguien que lo redima y lo salve de una condenación eterna.
 

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