por Luis Hernández Navarro
26-Abril-2008
del Sitio Web
LaHaine
A pesar de la cruzada antiecológica, de obras como
Estado de miedo, El ecologista escéptico y de la censura de la administración
Bush,
el cambio climático ya no es una mera hipótesis o una opinión, sino
un hecho científicamente comprobado.
Las evidencias son sólidas:
sólo durante los últimos treinta años la temperatura promedio de la
superficie terrestre aumentó 0.6 grados centígrados.
Los Malvados Verdes
Richard John Kenner es un profesor que dirige el Centro para el
Análisis de Riesgos del prestigiado Instituto Tecnológico de
Massachusetts (MIT). No sólo duda que el cambio climático exista;
está convencido de que se trata de una coartada ambientalista que
oculta aviesos intereses.
Además de su vocación científica, Kenner es también un agente
secreto que busca hacer abortar un complot organizado por una
organización ecoterrorista,
coincidente con un congreso sobre cambio
climático.
Richard John Kenner no existe en la realidad. No hay en MIT ningún
Centro para el Análisis de Riesgos.
La organización ecoterrorista es
una quimera. El científico, su centro de investigación y el complot
son parte de una novela tecnothriller titulada Estado de miedo. Fue
escrita en 2004 por Michael Crichton, un médico y guionista nacido
en Chicago, Estados Unidos, autor de bestsellers como Parque
Jurásico, y de series de televisión como ER.
Crichton es un combatiente en la cruzada contra la teoría del
calentamiento global y el ecologismo político. Considera que “la
gran paradoja de la era de la información es que ha concedido nueva
respetabilidad a la opinión desinformada”, y piensa que tanto el
ambientalismo realmente existente como el efecto invernadero
expresan problemas que no son reales.
Según el escritor,
“la evidencia sobre el calentamiento global por
el supuesto ‘efecto invernadero' es, si la hay, muchísimo más débil
de lo que sus proponentes están dispuestos a admitir”.
Para él, el
Protocolo de Kyoto se basa en modelos de simulación matemáticos que
elaboran predicciones incumplidas.
Crichton sostiene que el ecologismo es una de las religiones más
poderosas del mundo occidental, una creencia para ateos urbanos. Su
fe es una reedición de las tradicionales convicciones
judeocristianas profundamente conservadoras; un asunto de dogma.
Aunque no se toma la molestia de sustentarlo, afirma que el
ecologismo ha matado entre 10 y 30 millones de personas desde los
años setenta.
En Estado de miedo el cambio climático no es un desafío para la
humanidad. El verdadero peligro, según la trama de la novela, son
los científicos que lo estudian y los activistas que se movilizan
para tratar de frenarlo.
Estado de miedo forma parte de la ofensiva que los neoconservadores
estadounidenses, las grandes trasnacionales petroleras y de la
industria del automóvil, las empresas de carbón, Australia - que es
la principal exportadora de carbón - y la administración de
George W.
Bush, han emprendido para criminalizar el ecologismo y cuestionar el
cambio climático.
Tan evidente resulta esta situación que, de acuerdo con el diario
londinense The Times:
“A George Bush le gustaría este libro.”
Por
supuesto, el periódico tendría que haber agregado que eso sucedería
en caso de que el mandatario leyera...
The New York Times afirma que
la novela se lee como una respuesta “chillona” y “absurda” de la
derecha al filme El día después de mañana, que trata del
calentamiento global. James Inhofe, senador republicano por
Oklahoma, integrante del comité de Asuntos Medioambientales del
Congreso, considera la novela de Crichton “materia de lectura
imprescindible para este comité”.
El senador asegura que la tesis de
que las emisiones de carbono son responsables del calentamiento
terrestre es,
“el bluff más grande perpetrado nunca contra del pueblo
estadounidense”.
El novelista ha sido frecuentemente invitado a
charlar sobre el calentamiento global en institutos conservadores de
gran influencia, como el American Enterprise Institute, y ha
participado en diversos debates sobre este asunto en canales de
televisión identificados con la derecha.
El Pastelazo
El
Foro Económico Mundial de Davos lo nombró en 2001 Global Leader
for Tomorrow.
La revista Business Week lo escogió como una de las
Cincuenta estrellas de Europa. La revista Time lo eligió en 2004 una
de las cien personas más influyentes de 2004. Ese mismo año el Foro
Económico Mundial lo designó
Young Global Leader. Foreign Policy lo
sitúa como el 14º intelectual más destacado del mundo.
El Comité
Danés sobre Deshonestidad Científica lo encontró culpable de
deshonestidad subjetiva, aunque años después invalidó la decisión
original.
Se llama Bjorn Lomborg, nació en Dinamarca, es profesor de
la Escuela de Negocios de Copenhague y es mundialmente conocido por
su libro El ecologista escéptico. En 2001, en Oxford, su colega Mark Lynas le lanzó a la cara un pastel de crema.
La tesis principal que Lamborg maneja en su ensayo es que nuestro
planeta parece estar bastante bien y se encuentra lejos de
encontrase en peligro. Apoyó su dicho en una multitud de
estadísticas y una amplia bibliografía.
El libro fue recibido con júbilo por The Economist, The Wall Street
Journal y The Washington Post. En cambio, las prestigiadas revistas
Nature y Scientific American le dedicaron devastadoras y
documentadas críticas.
Elegido en 2002 como director del Instituto de Evaluación
Medioambiental, organizó el llamado Consenso de Copenhague. Sus
objetivos consistieron en priorizar los recursos de la humanidad
para enfrentar los más importantes problemas. La lucha contra el
cambio climático fue relegada a uno de los últimos lugares.
Lamborg es escéptico sobre la magnitud del calentamiento global.
“Necesitamos –asegura– una visión más realista del impacto del
cambio climático. Se está hablando de que es inminente y dramático,
pero no es así. Por ejemplo,
Al Gore afirma que el nivel del mar
subirá seis metros, mientras que el Panel Intergubernamental de
Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) afirma que subirá treinta
centímetros, veinte veces menos.
Tenemos que mirar el problema con
perspectiva. Si echamos un vistazo a los últimos 150 años, el nivel
del mar también ha subido treinta centímetros. Algo similar ocurre
con el aumento de temperatura, que tampoco es tan catastrófico como
apuntan algunos. En definitiva, el cambio climático es un desafío a
nuestra civilización, pero no una catástrofe de proporciones
gigantescas.”
“Es –afirma– un gran problema, pero hoy podemos hacer poco para
cambiarlo y a un costo altísimo. Kyoto supondría reducir las
emisiones de CO2 en un treinta por ciento para el 2020 en el mundo
desarrollado. Pero aunque todos cumplieran, eso sólo retrasaría seis
años las emisiones previstas para 2100.
Y mientras, sacrificaremos
casi el dos por ciento del PBI anual para cumplir. [ ... ] Con el
presupuesto de sólo un año, el Tercer Mundo podría tener agua
potable. Además, dado lo costosa que es hoy la reducción de CO2,
sería mejor dedicar parte de nuestros esfuerzos a investigar fuentes
energéticas menos contaminantes. De nuevo, hay que mostrar a la
gente las prioridades verdaderas.”
Reescribiendo la Ciencia
Sucedió durante los primeros años de la administración de George W.
Bush.
Una línea del informe Nuestro Cambiante Planeta que decía que
la tierra está viviendo grandes cambios, fue sustituida por otra en
donde se sugería que podrían vivirse grandes cambios. Un párrafo
donde se afirmaba que la producción energética contribuye al
calentamiento fue suprimido. Una tras otra, toda evidencia
políticamente inconveniente sobre calentamiento global fue eliminada,
mutilada o transformada. De hecho, en un estudio sobre el
calentamiento global, se hizo desaparecer el término calentamiento
global. En un caso se pidió que se hicieran hasta cuatrocientas
modificaciones de último minuto que cambiaban sensiblemente el
sentido del texto.
El responsable de esta corrección editorial fue Philip Cooney, jefe
de asesores del Consejo para la Calidad Ambiental. No es científico
sino abogado. Antes de ocupar ese puesto trabajó como cabildero del
Instituto Americano del Petróleo, agrupación que aglutina los
intereses de la industria petrolera del Tío Sam. Ahora labora para
Exxon Mobil.
La actitud de Cooney expresa un hecho más profundo que el de la
simple censura sobre este asunto: el enorme desprecio de la Casa
Blanca hacia la ciencia. De hecho, la administración Bush ha animado
el cuestionamiento de la
teoría de la evolución en el sistema
escolar y ha protegido a los
creacionistas.
Entre las víctimas de Cooney se encuentra el científico Rick Piltz,
quien durante años ayudó a escribir “Nuestro cambiante planeta”, y
trabajó para el Programa Científico sobre Cambio Climático. La
reescritura de sus informes por parte de la Casa Blanca procuraba un
objetivo: hacer aparecer el calentamiento global menos desafiante.
Piltz denunció la manipulación semántica y renunció.
James Hansen es uno de los más destacados investigadores sobre
cambio climático. Dirige el instituto que la nasa creó para el
estudio del clima. Dice que “los políticos están reescribiendo la
ciencia”.
Asegura que la administración de Bush está bloqueando un
mensaje crucial: la humanidad tiene tan sólo diez años para reducir
la emisión de gases de efecto invernadero antes de que el
calentamiento global se convierta en un proceso imparable.
Estamos
muy cerca de llegar a un período de mutación irreversible y
descontrolada.
“En mis tres décadas de trabajar para el gobierno –advierte–
nunca he sido testigo de tantas restricciones para que los
científicos se puedan comunicar con el público.”
Y denuncia: “No
tengo la posibilidad de comunicarme libremente con la prensa.”
No son los únicos investigadores que han sufrido censura durante el
gobierno de Bush.
En un sondeo entre 1,600 científicos
gubernamentales realizado por la Union of Concerned Scientists, se
concluye que el cuarenta y seis por ciento de los encuestados fueron
advertidos de no usar conceptos como calentamiento global en sus
informes. El cuarenta y tres por ciento dijo que sus trabajos fueron
revisados y sus conclusiones alteradas. En los hechos, se ha
prohibido el uso de términos como calentamiento global o cambio de
clima en los reportes oficiales.
El Comité de Supervisión y Reforma del gobierno de Estados Unidos
presentó un informe en el que muestra que la actual administración
ha manipulado y censurado sistemáticamente información científica
relacionada con el calentamiento global con el objetivo de disminuir
sus riesgos. Han censurado testimonios sobre las causas y efectos de
este fenómeno, controlado el acceso a los medios de comunicación y
editado los informes científicos para presentar el asunto como una
cuestión de diferencia de opiniones y no de hechos.
El informe del Comité deja entrever algunos de los motivos
subyacentes en este comportamiento:
“En 1998, el Instituto Americano
del Petróleo elaboró un Plan de Comunicación en donde se afirmaba
que ‘alcanzarían la victoria si consiguiesen sembrar entre los
ciudadanos la incertidumbre sobre el cambio climático, y que el
reconocimiento de esta incertidumbre formase parte del punto de
vista convencional del público. '”
No hace falta ser muy perspicaz
para concluir que el grupo de interés de la industria petrolera tuvo
éxito en su empresa.
Sin embargo, no todos los investigadores tienen las convicciones de
Hansen y Piltz. Los grandes intereses han encontrado científicos
dispuestos a cuestionar la teoría del calentamiento global, e
incluso, a calificarla de ecomentiras.
La propaganda corporativa presenta a los científicos que alertan
sobre los peligros de esta amenaza como personajes ambiciosos,
deshonestos e indignos de confianza. La leyenda negra construida a
su alrededor señala que distorsionan los hechos científicos para
engrosar los subsidios a la investigación que realizan. Curiosa
ironía en un país en el que las corporaciones petroleras tienen un
enorme poder.
En un primer momento, los escépticos del calentamiento global
aseguraban que se trataba de un mito.
En la lucha de las ideas
acostumbraban decir que,
“por ahora no existen muchas evidencias
referente al cambio climático”, o que “todavía existe mucha
incertidumbre sobre la teoría del cambio climático.”
Sin embargo,
ante el alud de hechos en contra, ahora sostienen que el planeta se
está calentando, pero que se debe a “causas naturales” y no a la
acción
humana.
Se trata de presentar un cuadro en el que los científicos no están
de acuerdo con los diagnósticos de lo que sucede; que la comunidad
se encuentra dividida; que existen dudas razonables.
Pero lo cierto es que los grandes consorcios a los que las
regulaciones ambientales afectan, han repartido mucho dinero y
construido una gran coalición de fuerzas contrarias al cambio
climático.
Esta disputa semántica tiene una larga historia tras de sí. En 1995
los servicios públicos de Minnesota descubrieron que la industria
del carbón había pagado más de 800 millones de euros a cuatro
científicos que mostraban públicamente su disconformidad con el
calentamiento global.
Y Exxon Mobil ha gastado más de 10 millones de
euros desde 1998 en una campaña de relaciones públicas contra el
calentamiento global.
El Periodismo
Para amplios sectores de la nueva derecha, el fantasma del
ecologismo es una especie de bestia negra.
El nuevo imperativo
categórico formulado por Hans Jonas de “actuar de forma que los
efectos de la acción sean compatibles con la pervivencia de una vida
auténticamente humana en la tierra”, es inadmisible para el capital,
que sólo piensa en vivir al día, sea cual sea el eventual costo para
la naturaleza y la humanidad.
Esta animadversión contra el lenguaje de la biosfera y a favor del
lenguaje monetario del mercado, fue recientemente recordada por
Vaclav Klaus. El presidente de la República Checa escribió en el
Financial Times un artículo titulado “La libertad, y no el clima, es
lo que está bajo amenaza.”
Allí dice:
“Como alguien que ha vivido
bajo el comunismo la mayor parte de su vida, me siento obligado a
decir que actualmente veo una mayor amenaza a la libertad, a la
democracia, a la economía de mercado y a la prosperidad, procedente
del ecologismo, no del comunismo. Esta ideología pretende reemplazar
la libertad y la evolución natural de la humanidad por una especie
de planificación global centralizada.”
Sin embargo, a pesar de la cruzada antiecológica, de obras como
Estado de miedo, El ecologista escéptico y de la censura de la
administración Bush, el cambio climático ya no es una mera
hipótesis o una opinión, sino un hecho científicamente comprobado.
Las evidencias son sólidas:
-
sólo durante los últimos treinta años la
temperatura promedio de la superficie terrestre aumentó 0.6 grados
centígrados
-
se modificaron el inicio, la duración y el final de las
estaciones
-
aumentó en diez centímetros el nivel del mar debido al
aumento de la temperatura de los océanos y al derretimiento y
retracción de los glaciares
El Panel Intergubernamental sobre
Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), creado por el
Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, y la
Organización Meteorológica Mundial, ha proyectado escenarios futuros
bajo distintas variables.
A pesar de que los modelos elaborados
tienen un alto grado de incertidumbre en el detalle, no hay duda de
que en un futuro cercano la temperatura se elevará. De no tomarse
medidas correctivas, la temperatura podría incrementarse entre dos y
tres grados centígrados hacia el año 2050, y el nivel del mar
aumentar a más de un metro, cifras aparentemente pequeñas pero de
efectos devastadoras para el frágil equilibrio de nuestro ecosistema.
La preocupación por este asunto no proviene del convencimiento de
que la humanidad no tiene derecho a intervenir sobre los fenómenos
naturales de la forma como lo está haciendo en la actualidad.
Proviene, más bien, de la conveniencia de asumir los costos
económicos que implica la reducción de las emisiones de gases efecto
invernadero, ya que, de no hacerlo, el precio a pagar va a ser mucho
mayor.
La prensa ha desempeñado un controvertido papel en este asunto.
Quienes se oponen a la teoría del calentamiento global sostienen que
los periodistas han actuado con ligereza, amarillismo e
irresponsabilidad a la hora de informar sobre el tema. Sin embargo,
múltiples evidencias muestran que los
grandes grupos mediáticos han
seguido, hasta hace muy poco tiempo, el guión dictado desde el poder.
Las presiones de la industria de los combustibles fósiles a los
medios de comunicación para que otorguen el mismo peso a un puñado
de escépticos del calentamiento global que a los hallazgos de la
IPCC no ha desaparecido. Y los medios y los periodistas han aceptado
dejarse coaccionar.
Decía el recientemente fallecido Norman Mailer:
“Sobre los periodistas pesa un gran sentimiento de culpa. Saben que
contribuyen a mantener la ligera demencia de Estados Unidos.”
Y no
le faltaba razón, al menos en este asunto. Durante años, la prensa
de Estados Unidos abordó el tema del calentamiento global
básicamente desde la perspectiva política y diplomática, ignorando
los efectos del calentamiento en la agricultura, el agua, la vida
vegetal y animal y la salud pública.
La prensa estadounidense ha repetido sistemáticamente la versión de
que los científicos que alertan sobre el peligro del cambio global
son deshonestos.
“Resulta increíble –escribe
Al Gore– que el público
ha estado oyendo estas opiniones desacreditadas de los escépticos
tanto o más de lo que han oído las ideas consensuadas por la
comunidad científica global. Este hecho vergonzoso constituye una
notoria mancha en la historia de los medios de prensa
estadounidenses modernos y, tardíamente, muchos líderes del
periodismo están dando algunos pasos para corregirlo.”
A pesar de ello, los “escépticos” del cambio global han expresado
opiniones muy críticas sobre los periodistas.
El recule de la
cobertura informativa sobre el tema por parte de algunos medios de
comunicación ha sido fuertemente cuestionado. En el mejor de los
casos, se afirma que los hombres y mujeres de la prensa son
responsables de practicar un periodismo descuidado y parcial.
En Estado de miedo, los reporteros son meros copiadores de boletines
de prensa de los grupos ambientalistas, incapaces de contrastar la
información que obtienen con otras fuentes.
Es así como Peter Evans,
el personaje de la novela que trabaja como abogado de una importante
firma que tiene por clientes principales a organizaciones
ecologistas y a un magnate que las financia, pregunta sobre un
periodista que en el libro cubre temas sobre el medio ambiente:
“¿Este tipo está leyendo solamente un boletín de prensa?”
Y el
profesor Kenner les responde:
“Así es como los hacen hoy en día. Ni
siquiera se molestan en cambiar una frase aquí o allá. Sólo leen la
copia. Y, por supuesto, lo que dice no es verdad.”
La novela narra,
en el terreno de la ficción, lo que los escépticos afirman en la
realidad.
Durante un programa que el canal 4 de la televisión británica
proyectó titulado El gran engaño del calentamiento global, Níger
Calder, ex director de New Scientist, aseguró:
“Lo que me asombra,
tras toda la vida dedicada al periodismo, es ver cómo los más
elementales principios del periodismo parecieran haber sido
olvidados en este asunto [...] tenemos toda una nueva generación de
periodistas dedicados al tema medioambiental. Si la historia del
calentamiento global se va a la papelera, lo mismo pasará con sus
trabajos. Es así de crudo. De manera que la información tiene que
hacerse más y más histérica [...] Tienen la necesidad de ser más y
más estridentes.”
Cuando
George W. Bush se convirtió en un
cristiano renacido, le tomó
un enorme cariño a
una pintura de W. H. Koerner llamada
Un deber que
cumplir. Tanto así que su autobiografía lleva el mismo nombre. El
cuadro adorna su oficina. La obra de arte representa un vaquero de
nombre Charles Wesley montando a caballo, decidido a cruzar una
empinada y escabrosa vereda.
Según el presidente, el mensaje del
jinete es que,
“servimos a Alguien más grande que nosotros mismos”.
Es decir, para el mandatario, la misión de Wesley en el mundo fue
difundir la palabra del cristianismo metodista en el oeste de
Estados Unidos a finales del siglo XIX.
La vida de Charles Wesley fue, sin embargo, bastante diferente a
como la ve el presidente de Estados Unidos. Según el investigador
Jacob Weisberg, el vaquero del cuadro no es más que un ladrón de
caballos que, después de haber sido hecho prisionero, logra escapar
en Nebraska.
El cuadro representa su huída...
La versión de la administración de Bush y la de los escépticos sobre
el cambio climático guarda una enorme similitud con la visión que
sobre el cuadro de W. H. Koerner tiene el mandatario estadounidense.
Donde ellos quieren ver una labor misionera realmente se esconden
los intereses de forajidos.
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