por Red Voltaire
Desde
París (Francia)
5 Febrero 2005
del Sitio Web
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Siete nuevos Estados, provenientes todos del antiguo
Pacto de Varsovia,
acaban de integrarse a la OTAN.
Estructurada por Estados Unidos para
combatir a la Unión Soviética, la Alianza Atlántica es actualmente una
organización sin objetivos que Washington utiliza como instrumento de sus
ambiciones. Esta ampliación de la OTAN acrecienta su capacidad de
intervención a la vez que diluye aún más su razón de ser inicial.
A no ser
que se considere que la URSS era peligrosa no por soviética o bolchevique
sino por rusa.
La ceremonia fue tan formal como aburrida, el viernes 2 de abril de 2004, en
la sede de la OTAN en Bruselas.
En el gran patio, los ministros de
Relaciones Exteriores de los países miembros asistieron al izamiento de las
banderas de los 7 nuevos miembros:
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Bulgaria
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Estonia
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Letonia
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Lituania
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Rumania
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Eslovaquia
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Eslovenia
Vinieron después la foto oficial y la
conferencia de prensa en la que todos recitaron las formalidades habituales,
todo bajo la mirada inquieta de la delegación rusa, invitada a participar en
un ceremonial sin alegría.
Tal falta de entusiasmo traduce la reserva de buena parte de los miembros de
la alianza, así como la de la Federación Rusa, que se preguntan para qué
servirá esta organización.
Históricamente, la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN) fue creada por Estados Unidos para movilizar a sus
vasallos contra la Unión Soviética. Lo cual dio rápidamente lugar a la
aparición de una coalición similar cuando la URSS incorporó a sus propios
vasallos al
Pacto de Varsovia.
Pero, después de la desaparición de la
amenaza soviética y la disolución del Pacto de Varsovia, la OTAN, en vez de
disolverse también, se ha ampliado dos veces.
Después, de la cumbre de Praga, en noviembre de 2002, la OTAN adoptó la
jerga estadounidense según la cual las nuevas amenazas del siglo XXI serían
el terrorismo y la proliferación de las armas de destrucción masiva (ADM).
Se trata de una fórmula mediática que no tiene, sin embargo, ningún sentido.
El terrorismo es una forma de acción - a la que los Estados recurren por
cierto más frecuentemente que grupos no estatales - no un enemigo. A pesar de
la retórica, la proliferación de las ADM no representa en lo absoluto una
amenaza ya que Estados Unidos es el primer diseminador.
En cuanto al
concepto mismo de «armas de destrucción masiva», este consiste en poner al
mismo nivel algunos gases baratos y bombas atómicas de última generación, lo
cual carece de todo sentido en términos militares.
Recientemente, el Pentágono intentó convencer a la OTAN de adoptar nuevos
elementos de doctrina, como el de «guerra preventiva», pero ante el fracaso
de la estabilización de la situación en Irak, la idea fue a parar al cajón
de los argumentos inservibles.
En la OTAN es corriente oír hablar de la defensa de los «valores comunes».
Pero es poco probable que estos existan en realidad. Cuando los documentos
oficiales los mencionan es para hablar de «sistema político democrático
basado en la economía de mercado», fórmula que es, cuando menos, limitada.
Hay una regla no escrita que resume el espíritu de la OTAN:
«Mantener a
Estados Unidos dentro, a los rusos fuera y a los alemanes debajo».
Es sobre
esa base que los Estados de Europa central y oriental se unieron a la
organización, para protegerse de sus vecinos, excesivamente poderosos, Moscú
y Berlín.
Es por eso que algunos de los nuevos miembros no han podido evitar darse el
gusto de resaltar el paso que han dado. En Rumania, el presidente Ion Iliescu ordenó izar la bandera de la OTAN ante el parlamento y suprimió el «paso
soviético» de sus fuerzas armadas.
En Bulgaria, el primer ministro de ese
país, el príncipe Simeón de Saxe-Coburg-Gotha, mandó a recubrir la fachada
de la antigua sede del partido comunista con una gigantesca bandera de la
OTAN.
Para Washington, la OTAN representa una ventaja inmediata que puede utilizar
en función de cuatro opciones estratégicas diferentes que no se contradicen
entre sí.
Por el momento, la exigencia de compatibilidad en el armamento permite a
Estados Unidos obligar a los nuevos miembros a adquirir material
estadounidense que pagarían a largo plazo gracias a préstamos a bajo interés.
Esto da cierto tono de extorsión o chantaje a las reuniones de los jefes de
Estado o de gobierno de la alianza, en las que cada cual tratar de
consolarse como puede, pensando en la belleza intrínseca de las armas que no
le queda más remedio que comprar.
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La primera función de la OTAN podría ser la de contener a Rusia, como lo
hizo con la URSS. En ese caso, la incorporación de los Estados de Europa
central y oriental permite a las fuerzas de la OTAN acercarse a su objetivo.
Varios acuerdos de cooperación militar con países de Asia central, como
Georgia y Uzbekistán, deben permitir cercar a Rusia. La disolución de la
Unión Soviética debe completarse con la de la Federación Rusa, mediante la
estimulación de toda tendencia centrífuga, como la secesión chechenia.
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Otra opción estratégica podría ser la de convertir la OTAN en una policía
interna. La alianza atlántica aceptó ya, en 2004, jugar ese papel de policía
con vistas a los Juegos Olímpicos de Atenas y el mundial de fútbol de
Portugal. En ese sentido, Washington propone la incorporación de los órganos
de policía antiterrorista de los miembros de la OTAN a su Estado Mayor
militar.
La reforma del Tratado, que se adoptó en la cumbre del
cincuentenario de la OTAN, hace incluso posible la participación de la
alianza en la «guerra contra la droga» que la Casa Blanca desarrolla en
Colombia y otros países.
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La OTAN podría garantizar también la seguridad de los espacios comunes,
misión para la cual no existe actualmente un responsable preciso, aunque
Estados Unidos se ha encargado de ella después de la Segunda Guerra Mundial.
Actualmente, la alianza atlántica ya impone su ley en el Mediterráneo.
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Finalmente, una cuarta posibilidad podría ser sustituir sistemáticamente las
fuerzas de intervención de la ONU por las de la OTAN en todos los conflictos
periféricos para que Estados Unidos no se vea obligado a rendir cuentas al
Consejo de Seguridad. Fue así que la OTAN actuó sin mandato de la ONU cuando
atacó Yugoslavia, aunque lo hizo con un mandato para estabilizar Afganistán.
La alianza deseaba intervenir también en Irak y Haití.
Sin embargo, varios obstáculos se oponen a esas evoluciones.
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El primero es la disidencia de Bélgica, Alemania y Francia que impidió la
participación de la alianza en el ataque a Irak.
Peor aún, en el caso de
Turquía, país que parecía aún gobernado bajo cuerda por una casta militar a
las órdenes del Pentágono, decidió democráticamente bloquear el
funcionamiento de las bases de la alianza atlántica situadas en territorio
turco y prohibir el uso de su espacio aéreo.
Esta rebelión obligó la
coalición a revisar su plan de invasión, a desplazar parte de sus fuerzas y
a retrasar el ataque, todo ello a un costo exorbitante.
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En segundo lugar, durante cincuenta años Estados Unidos trató, en vano, de
obligar a los europeos a dotarse de una capacidad autónoma de intervención
militar para aliviar así el presupuesto estadounidense y, sobre todo, para
garantizar que en caso de conflicto con la URSS el campo de batalla quedara
circunscrito al territorio europeo.
Sin embargo, al desaparecer la amenaza
soviética aquel proyecto es retomado hoy por las grandes potencias de la
Unión Europea, incluyendo el Reino Unido, pero con el objetivo de
independizarse de Washington.
No obstante, el asunto es más complicado de lo que parece. Ningún Estado de
la OTAN tiene la posibilidad de independizarse de Estados Unidos sin
consecuencias concretas.
El Reino Unido es un claro ejemplo de lo anterior. Gran Bretaña dispone, con
mucho, del mejor ejército de Europa. Pero su capacidad nuclear depende de
Estados Unidos y, teniendo en cuenta los tratados, la perdería si se
independizara de Washington. Londres tendría que aceptar entonces una
preeminencia militar francesa y habría que revisar todo el equilibrio
regional.
En grados diversos, Bélgica, Alemania y Francia, están ligadas de manera
orgánica a Estados Unidos, a través de numerosas organizaciones
intergubernamentales y no gubernamentales. A pesar de la creencia general,
Bélgica y Alemania fueron las primeras en poner en tela de juicio el
unilateralismo de la
administración Bush, aunque no pudieron ir muy lejos.
Francia se mantuvo pasiva al principio y no se integró a la disidencia hasta
que no se sintió capaz de hacerlo como líder. Todo esto es por consiguiente
frágil y difícil de consolidar.
Sólo Turquía ha sido capaz de asumir el costo de la disidencia. Aunque se la
presenta como un país políticamente arcaico y dominado por los islamistas,
Turquía ha sido el único Estado miembro de la OTAN que debatió
democráticamente la cuestión de la guerra y decidió oponerse a esta. Si la
decisión pudo ser efectivamente aplicada fue justamente porque era
legítimamente popular.
Pero, fuera del contexto estratégico particular concerniente a Irak, Turquía
no juega un papel preponderante dentro de la OTAN. Heredera del imperio
otomano, ese país sigue pagando aún su derrota en la Primera Guerra Mundial
y no ha sido admitida en el seno de la Unión Europea.
La dependencia de los vasallos se manifiesta permanentemente. De esta manera,
Estados Unidos logró deshacerse la semana pasada de misiones ingratas de
mantenimiento de la paz en Bosnia dejándolas en manos de los europeos, pero
conservando la responsabilidad de la búsqueda de los criminales de guerra.
Esto último representa la garantía de que no serán arrestadas personas cuyos
testimonios podrían desembocar en la denuncia de soldados estadounidenses,
sobre todo teniendo en cuenta que Estados Unidos se opone al principio mismo
del Tribunal Penal Internacional.
Por otro lado, Washington desearía extender el modelo de la OTAN a otras
regiones del mundo.
Durante la Guerra Fría existió un pacto similar de
Estados Unidos con Australia y Nueva Zelanda (ANZUS) en el Pacífico. Existe
un sistema colectivo de inteligencia conocido con el nombre de
ECHELON entre
esos países, el Reino Unido y Canadá. Finalmente, entre Estados Unidos y
Canadá hay también un Pacto que sirve de base al
NORAD.
El principio de un nuevo Pacto ha sido avalado por los Estados implicados,
pero el Pentágono tiene aún dudas entre la posibilidad de unir todos los
Estados anglosajones -a pesar de la dispersión geográfica de estos- y la de
mantener una diferencia entre el Pacífico y América del Norte, incluyendo a
México en esta última región.
En ambos casos, el Reino Unido sería miembro
de otra alianza, aparte de la OTAN, lo que confirmaría su papel de segundo
de la potencia estadounidense, a la cual aporta su experiencia imperial.
Una
conferencia reciente, que se desarrolló en Calgary a fines de marzo, no
logró llegar a una solución definitiva.
En esas condiciones, es posible ejercer una influencia externa sobre la
evolución de la OTAN, factor que la Federación Rusa tiene la intención de
aprovechar. Invitado a Norfolk para una conferencia antiterrorista, el
ministro ruso de Defensa Igor Ivanov declaró el 7 de abril:
«Tengan la
seguridad que nuestra actitud [ante la ampliación de la OTAN] es de calma,
aunque de oposición».
Más aún, el presidente Vladimir V. Putin invitó a su homólogo francés,
Jacques Chirac, al centro espacial de Krasnoznamensk.
Según la publicación Nezavisimaya Gazeta, le presentó allí una demostración de las posibilidades
rusas en lo tocante a los misiles antimisiles, que podrían constituir una
respuesta creíble al armamento estadounidense. Poco antes, el presidente
había recibido al canciller alemán Gerhard Schroder.
La idea de un eje París-Berlín-Moscú, aunque parezca irrealizable a corto o
mediano plazo, complica en gran medida los proyectos atlantistas, sobre todo
porque ha comenzado a concretarse durante la crisis iraquí.