
	por Jean-Michel Vernochet
	23 Mayo 2010
	
			del Sitio Web
			
			RedVoltaire
	
			
			Versión en Ingles
	
			 
	
			 
	
		
			
				
					
					La crisis presupuestaria griega, que ya se ha convertido en crisis del 
					Euro, 
	no es la fatal consecuencia de una autorregulación de los mercados, sino de 
	un ataque deliberado.
					
					 
					
					Para Jean-Michel Vernochet, dicha crisis es parte de 
	una guerra económica dirigida, desde Washington y Londres, siguiendo los 
	mismos principios que las actuales guerras militares: con la utilización de 
	la teoría de los juegos y la estrategia del caos constructor.
					
					 
					
					El objetivo 
	final es obligar a los europeos a integrarse a un Bloque Atlántico, o sea a 
	un imperio en el que automáticamente van a tener que pagar el déficit 
	presupuestario anglosajón a través de un Euro dolarizado.
					
					 
					
					Un primer paso en 
	esa dirección se ha concretado ya con el acuerdo concluido entre la Unión 
	Europea (UE) y el FMI, acuerdo que otorga al Fondo Monetario Internacional 
	una tutela parcial sobre la política económica de la UE.
				
			
		
	
	
	
	
	
	
	El director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, 
	
	
	y la 
	canciller alemana, Angela Merkel. 
	
	Al no poder reimplantar el Deutschemark, 
	
	
	Alemania ha tenido que aceptar que Europa recurriera a un préstamo del FMI.
	 
	
	 
	
	 
	
	El ataque financiero del que Grecia ha sido objeto debido a su deuda 
	soberana y a su potencial insolvencia ha resultado ser, en realidad, una 
	ofensiva contra el Euro y no tener más que una lejana vinculación con las 
	taras y carencias estructurales de la propia economía helénica.
	
	Se trata por cierto de «vicios» de los que también adolecen además la 
	mayoría de los países post-industriales, que han adquirido la mala costumbre 
	de vivir por encima de sus posibilidades reales y de depender del crédito, 
	dando así lugar a una inflación galopante de la deuda, a una «burbuja» 
	condenada - como cualquier otra - a terminar rompiéndose.
	
	Todo parece indicar, sin embargo, que tras la brutalidad del ataque y más 
	allá de una simple ansia por saquear las economías europeas se perfilan 
	además otros objetivos, esencialmente de orden geopolítico, objetivos que 
	han sido trazados de forma especialmente deliberada ya que los apetitos de 
	anónimos depredadores financieros no justifican, por acentuados que sean, la 
	intensidad y la duración de una ofensiva que, a corto plazo, amenaza con 
	hacer volar en pedazos la eurozona, la Unión de los 27, e incluso mucho más...
	
	La repetición de las crisis que han caracterizado las dos últimas décadas y 
	una rápida interpretación del desplazamiento de los peones sobre el Gran 
	Juego del «Tablero euroasiático» permiten apreciar que Europa se ha 
	convertido en escenario de una verdadera guerra geoeconómica (que es al fin 
	y al cabo una guerra en toda la extensión de la palabra), de una batalla que 
	por cierto ya tiene potencialmente perdida.
	
	En efecto, la adopción - ante los insistentes reclamos de la Casa Blanca - de un plan europeo destinado a poner a flote la deuda pública de los Estados 
	miembros de la Unión Europea, no sólo no constituye ninguna panacea, o sea 
	que no es una solución duradera para la crisis presupuestaria de carácter 
	estructural que está afectando a «todos» los Estados occidentales, sino que 
	va en el sentido deseado por el mentor estadounidense de una rápida 
	integración de la Unión Europea, condición obligatoria para la constitución 
	de un verdadero bloque occidental.
	
	Este plan europeo responde a una crisis de confianza, de solvencia (ampliamente 
	artificial al principio, pero que se ha hecho contagiosa y que está teniendo 
	un efecto de bola de nieve), a través de una recapitalización de los Estados, 
	como si se tratara de una simple crisis de liquidez. 
	
	 
	
	Se trata de un plan 
	europeo de 750,000 millones de Euros, superior por lo tanto al
	
	Plan Paulson 
	- de 700,000 millones de dólares - destinado, después de la 
	debacle de los 
	establecimientos financieros estadounidenses de septiembre del año 2008, a 
	ponerlos a flote recurriendo a los fondos públicos.
	
	
	Una solución cuyos efectos estamos viendo en este momento al comprobar que 
	la recapitalización del sector financiero privado ha tenido como aberrante 
	consecuencia un tremendo crecimiento de la deuda de los Estados a ambos 
	lados del Atlántico.
	
	Después de haber desatado la recesión, o sea luego de haber inutilizado el 
	motor económico, la crisis financiera nacida en Estados Unidos ha agotado 
	por lo tanto los recursos fiscales de los Estados, haciendo así más difícil 
	aún el servicio de una deuda cada vez más considerable.
	
	
	Pero la Unión Europea acaba de poner más deuda dentro de la deuda con estos 
	750,000 millones de Euros que gravarán aún más sus presupuestos nacionales (ya 
	que la tasa media de endeudamiento de la eurozona es actualmente de un 78%), 
	y lo hace supuestamente para,
	
		
		«restaurar la confianza de los mercados»…
	
	
	En aras de obtener ese resultado, la Unión Europea acaba de ponerse - voluntariamente 
	- a la merced del Fondo Monetario Internacional, que va a concederle préstamos 
	por unos 250,000 millones de Euros. 
	
	 
	
	Y se trata 
	
	del mismo FMI cuyo papel 
	parecía consistir, hasta ahora, en apoyar a las tambaleantes economías del 
	Tercer Mundo a golpe de planes de llamados ajustes estructurales. 
	
	 
	
	Es por lo 
	tanto una entidad supranacional con vocación «mundialista» la que va a 
	encargarse, de cierta manera, de supervisar más o menos directamente las 
	estructuras de gobernanza económica de las que la Unión Europea seguramente 
	se dotará si la eurozona no explota antes espontáneamente.
	
	Se trata de estructuras de carácter integrativo que ya viene reclamando 
	gritos Paul Volcker, el director del Consejo para el Redespegue Económico 
	(de Estados Unidos) en la Casa Blanca, quien desde Londres critica duramente 
	a los dirigentes europeos exigiendo un nuevo fortalecimiento del Euro, algo 
	que estadounidenses y británicos necesitan tremendamente para mantener a 
	flote sus propias economías.
	
	Hay señalar de paso que fue posiblemente muy a su pesar que la canciller 
	alemana se resignó a suscribir este gigantesco plan de apoyo a los países de 
	la eurozona que están enfrentando dificultades, mientras que su homólogo 
	francés - según un persistente rumor - la amenazaba con volver al franco si 
	ella no se plegaba. 
	
	 
	
	Si bien es cierto que «a la hormiga no le gusta prestar 
	lo que tiene», un regreso al Deutsch Mark equivaldría a firmar la sentencia 
	de muerte de la economía alemana ya que, al tener una moneda demasiado 
	fuerte, Alemania no podría seguir exportando su producción industrial, que 
	constituye la base de su economía. 
	
	 
	
	Bastó ese chantaje para obligar a Berlín 
	a que aceptara, contra su voluntad, someterse a las condiciones que imponía 
	la administración
	Obama.
	
	Dictados estadounidenses que conducen a una enorme trampa: ¡los capitales 
	obtenidos como préstamo en el mercado o prestados por el FMI para el 
	salvamento de los «PIIGS» [1] en peligro de caer en la cesación de pagos 
	deben apoyarse en estructuras que garanticen en definitiva la solvencia del 
	Euro! 
	
	 
	
	Moneda cuya solidez sólo podrá verse asegurada por las instituciones 
	federales que Jacques Attali viene promoviendo incansablemente a través de 
	nuestros medios de difusión cuando reclama,
	
		
		«la creación de una Agencia 
	Europea del Tesoro, inmediatamente autorizada a obtener préstamos en nombre 
	de la Unión, y de un Fondo Presupuestario Europeo, que inmediatamente 
	recibiría un mandato para controlar los gastos presupuestarios de los países 
	cuya deuda sea superior al 80% del PIB».
	
	
	A fin de cuentas, se trata ni más ni menos de poner a los Estados bajo un 
	tutelaje económico con el pretexto de salvar la eurozona, al parecer 
	condenada a una inevitable bancarrota… ya que el abandono de la moneda única 
	constituye un tabú que nadie parece dispuesto a tratar de modificar.
	
	Algunos proyectos van más lejos aun y ya tienen previsto que los 
	presupuestos de los Estados de la eurozona estén totalmente sometidos al 
	control y a las decisiones de un triunvirato conformado por,
	
		
	
	
	¿Qué pasaría entonces con la voluntad popular y con el Parlamento de 
	Estrasburgo?
	
	Pero nadie se preocupa por denunciar el sofisma o el paralogismo que 
	constituye esa fórmula de integración económica y de regreso a la confianza 
	en los mercados. 
	
	 
	
	En primer lugar, ¿por qué habría que permitir que sean los 
	mercados los que impongan su propia ley? ¿No sería además el momento adecuado para cuestionar el capitalismo 
	accionarial, anónimo y voluble, que ha demostrado ser capaz de arruinar a 
	las naciones en función de sus antojos o de sus cálculos?
	
	La gobernanza económica europea no es, en ese sentido, la solución adecuada, 
	como tampoco lo es la inundación de liquidez como respuesta a la actual 
	crisis. El excesivo endeudamiento provocado por el «plan» es sin dudas una 
	solución falsa impuesta desde el exterior con el objetivo de encadenarnos 
	más aun, a nosotros los europeos, a los mercados de capitales y a su 
	indescriptible dictadura.
	
	La idea de la gobernanza económica nace del mismo principio ya que se trata, 
	para decirlo con claramente, de algo insensato en la medida en que esa idea 
	no tiene en cuenta las diferencias que existen entre las diversas sociedades 
	implicadas en todas las etapas de la construcción europea: tipos o modelos 
	de crecimiento, regímenes fiscales y sociales, etc. 
	
	 
	
	Se trata de una «idea» 
	que no es tal, y no lo es porque tiene un carácter extremadamente ideológico… 
	se trata en realidad de un proyecto tras el cual se esconden un gran número 
	de segundas intenciones que no tienen nada que ver con la prosperidad 
	económica ni con el bienestar de los pueblos de la Unión Europea.
	
	Algunos se han dado cuenta, muy acertadamente, de que la crisis no era más 
	que el medio y el pretexto para precipitar la imposición de un férreo 
	sistema federal a 
	
	los 27 [Estados miembros de la Unión Europea], a despecho 
	de las voluntades populares a las que ya se impuso el
	
	Tratado de Lisboa de 
	la manera más solapada. 
	
	 
	
	Una crisis que es y que sigue siendo - no perdamos de 
	vista este importante factor - artificial, fabricada, en una palabra, es lo 
	contrario de una «fatalidad» inherente a lo que supuestamente sería una vida 
	autónoma y desencarnada de los mercados dirigidos por una «mano invisible».
	
	Un proceso que tiene la reputación de ser «infernal» pero que, para ser 
	anónimo, no deja de estar muy estar vinculado a las figuras de carne y hueso 
	de los grandes manipuladores de dinero y de otros personajes que dan órdenes 
	y que hacen con las bolsas lo que les viene en ganas. 
	
	 
	
	Es por eso que Estados 
	Unidos mantiene un doble discurso a través de dos voces diferentes. La de 
	los «mercados» y la de su presidente, quien interviene para sermonear a los 
	europeos y exigirles que estabilicen su moneda o, en otras palabras, las 
	políticas económicas europeas indisolublemente vinculadas a la salud, buena 
	o mala, de su moneda.
	
	Sin embargo, ¡no vayan a creer ustedes ni por instante que eso puede ser una 
	forma de injerencia en los asuntos de la Europa continental!
	
	
	¿Se imaginan ustedes a Angela Merkel o a Nicolas Sarkozy intimando a la Casa 
	Blanca a hacer una buena limpieza en Manhattan?
	
	La otra voz es la de quienes hacen lo que les da la gana con los mercados… o 
	sea, los que dan las órdenes desde el anonimato, aquellos que ni los propios 
	gobiernos pueden identificar, como confesó tan lastimeramente la ministra de 
	Finanzas de Francia, Christine Lagarde.
	
	
	Los que hacen subir y bajar las bolsas a su antojo, como el gato juega con 
	el ratón, anticipando las altas y bajas que ellos mismos provocan 
	artificialmente.
	
	El reclutamiento de esos oligarcas se desarrolla, en primer lugar, entre los 
	representantes de la alta finanza, de los complejos militaro-industriales, 
	de los megagrupos del petróleo y de la química o de la ingeniería genética, 
	pero también se reclutan entre los ideólogos y teóricos que se dedican a 
	legitimar el «sistema», nuevos sacerdotes de la religión de la ganancia como 
	nuevo monoteísmo, el del mercado. 
	
	 
	
	Pero esa gente tiene en realidad un 
	discurso muy diferente.
	 
	
	 
	
	
	
	
	Según Paul Volcker, director del Consejo de la Reactivación Económica en la 
	Casa Blanca, 
	
	los europeos deben aceptar una gobernanza externa y establecer 
	la paridad entre el Euro y el dólar.
	 
	
	 
	
	¿Qué otra explicación puede tener si no la evidente contradicción entre las 
	inquietudes expresadas por el presidente 
	Obama - por lo demás legítimas ya 
	que Estados Unidos necesita un Euro fuerte, que penalice las exportaciones 
	europeas dando así cierta ventaja a las industrias estadounidenses, útil 
	regalo debido a sus déficits abismales - 1,400 millones de dólares - y sobre 
	todo para apoyar el esfuerzo de guerra actualmente en marcha en Irak, 
	Afganistán y Pakistán - y la continuación de la desestabilización a fondo de 
	las economías occidentales mediante reiterados ataques de los mercados 
	contra el Euro?
	
	Por muy voraces, inconsecuentes e incluso irracionales que puedan ser los «operadores», 
	estos están concientes de que la continuación de la ofensiva contra el Euro 
	está poniendo en peligro a todo el sistema y puede precipitar a la economía 
	mundial en una nueva fase de caos.
	
	
	¿Por qué prosigue entonces este baile al borde del abismo? 
	
	 
	
	Nadie podrá 
	hacernos creer esa estupidez de que los mercados viven su propia vida, que 
	son incontrolables y que todo esto sólo se debe a un acelerón de la máquina 
	económica… 
	
	 
	
	En pocas palabras, que todo esto «no es culpa de nadie» sino la 
	simple consecuencia de una imposibilidad de manejar los actores y los 
	irracionales patinazos de los mercados.
	
	Digamos entonces claramente que el riesgo de derrumbe de todo el sistema es 
	parte esencial de la partida que se está jugando en este momento. Los 
	grandes jugadores, fríos y calculadores, son adeptos declarados de la «teoría 
	de los juegos» (de Neumann y Morgenstem), concepción probabilista que sirvió 
	de basamento a lo que fue la doctrina de la disuasión nuclear… 
	
	 
	
	El ganador es 
	aquel que sea capaz de ir más lejos en la mortal apuesta. Un ejemplo que 
	reviste un enorme parecido con lo que actualmente estamos viviendo: una 
	creciente desestabilización de las economías europeas, con consecuencias 
	nada despreciables del otro lado del Atlántico.
	
	Agreguemos a eso que el caos financiero, monetario y económico, de ambos 
	lados del Atlántico, representa una oportunidad extremadamente favorable 
	para quienes, digámoslo una vez más, se benefician con la resaca de los 
	números de la Bolsa, provocando y anticipando los accesos de pánico y de 
	euforia para jugar indistintamente con las tendencias al alza o la baja en 
	mercados que se han vuelto histéricamente erráticos.
	
	
	A principios del siglo 20, el economista Werner Zombart teorizaba sobre la «destrucción 
	creadora» (posteriormente retomada por Joseph Schumpeter).
	
	Desde entonces, esa idea ha venido abriéndose paso a través, entre otras, de 
	la teoría matemática del francés René Tom (la llamada teoría de las «catástrofes»). 
	Revisada y corregida por Benoit Mandelbrot, esta última se aplicará, a 
	través de la 
	geometría de los fractales, a la vida de los mercados, vistos 
	desde entonces como una entidad sometida a la teoría del caos, decididamente 
	muy de moda.
	
	Mientras tanto, el economista 
	
	Friedrich Von Hayek, uno de los teóricos del 
	neoliberalismo, pretendió promover la economía liberal a la categoría de 
	ciencia exacta. 
	
	 
	
	De esa manera, según su biógrafo Guy Sorman, 
	
		
		«el liberalismo 
	converge con las más recientes teorías físicas, químicas y biológicas, en 
	particular la ciencia del caos formalmente enunciada por 
		
		Ilya Prigogine. 
		
		 
		
		En 
	la economía de mercado, al igual que en la Naturaleza, el orden nace del 
	caos: la espontánea combinación de millones de decisiones y de informaciones 
	no conduce al desorden sino a un orden superior»… 
	
	
	No hay mejor imagen que 
	esa ya que nos entrega la clave que permite interpretar la crisis.
	
	A fines de los años 1990, los neoconservadores adeptos de Leo Strauss llevan 
	a su lógico paroxismo el nuevo dogma del desorden superior convirtiéndose en 
	apologistas del caos constructor como supuesta legitimación de todas las 
	guerras de conquista del siglo 19. 
	
	 
	
	Desde ese punto de vista, es posible ver 
	el caos en pleno trabajo en el Gran Medio Oriente, al igual que en este 
	mismo instante en Europa.
	
	Podemos tener la certeza de que el nuevo orden regional que los grandes 
	organizadores del caos pretenden hacer surgir de la actual crisis será una 
	Europa unificada, centralizada y federativa, bajo la tutela directa de 
	Estados Unidos a través de 
	la Reserva Federal estadounidense, que hará del 
	Banco Central Europeo una simple sucursal, y bajo la mirada vigilante del 
	FMI, representante o emanación de un poder mundial emergente, tan desterritorializado como tentacular.
	
	Resulta bastante evidente que el endiosamiento del mercado asociado a la 
	idea de un «caos constructor», completada a su vez por un uso intensivo de 
	la teoría de los juegos manipulada por adeptos de la demolición, constituye 
	una mezcla bastante explosiva que está a punto de explotarnos en la cara. 
	
	 
	
	Y 
	es importante señalar aquí que el «caos» (intencional) es hoy en día una 
	forma de gobernar, de transformar la sociedad y de conquistar sin lucha, una 
	versión dura del conocido divide y vencerás, al que se recurre aunque sea a 
	costa de la supervivencia de las naciones y los pueblos.
	
	A fin de cuentas, lo importante es poner a Europa de rodillas. Grecia - que 
	es ciertamente uno de los países más débiles de la eurozona, aunque no mucho 
	más que Italia, España, Irlanda o Portugal - ha sido hasta ahora una especie 
	de electrón suelto que obstaculiza una plena integración de los Balcanes a 
	la trama geoestratégica estadounidense.
	
	A modo de conclusión temporal, si la Unión Europea, en el marco de la 
	crisis, avanza a marcha forzada hacia una gobernanza económica federativa, 
	entrará entonces en una fase que la llevará hacia la atribución de un poder 
	prácticamente discrecional a la Comisión Europea, que se compone 
	esencialmente de tecnócratas no electos y reclutados en función de una 
	indestructible obediencia atlantista. 
	
	 
	
	Dicho claramente, ello significaría la 
	desaparición de los Estados-Naciones europeos.
	De hecho, ya nada se opondrá a que Europa sea integrada a un Bloque 
	Transatlántico. 
	
	 
	
	Con el tiempo, la fusión del Euro y del dólar sellará la 
	unión del Viejo Mundo y del Nuevo Mundo. Es evidente que no se trata de 
	simples especulaciones sino de una real proyección de las tendencias 
	arquitectónicas que visiblemente se están aplicando en el marco de un 
	proceso de redistribución o de recomposición geopolítica del mapa mundial. 
	
	
	 
	
	Lo cual equivale a decir que, si no se desintegra la eurozona, el destino de 
	los pueblos europeos parece definitivamente sellado, o sea encadenado para 
	bien y para mal al «Destino manifiesto» de Estados Unidos, 
	independientemente de una reforma del sistema económico mundial.
	
	Los financieros perderán quizás algunas plumas en ese proceso si la 
	comunidad internacional se pone de acuerdo para fijar límites a sus apetitos 
	mediante la reglamentación de los mercados. En todo caso, lo cierto es que 
	los promotores del caos constructor habrán ganado la partida al crear las 
	condiciones para nuevos incendios.
	
	Ya que «lo peor», que a menudo han mencionado en Francia individuos tan 
	influyentes como Bernard Kouchner y Jacques Attali, resulta ser sin embargo 
	lo menos improbable cuando los gobiernos, al verse con la espalda contra la 
	pared, no tienen otra posibilidad que «huir hacia delante». 
	
	 
	
	En Kuwait, en 
	1991, y en Irak, en 2003, entre los objetivos apenas ocultos de la guerra, 
	ocupaban un lugar importante la reactivación del motor económico a través de 
	los proyectos privados de reconstrucción… por no mencionar otros intereses 
	más evidentes y más inmediatos, como los combustibles fósiles, las ventas de 
	armas y todos los mercados que de ellos se derivan.
	
	Cualesquiera que sean los acuerdos entre Turquía e Irán sobre el 
	enriquecimiento de uranio con fines médicos, cualesquiera que sean las 
	contrariedades diplomáticas que esos acercamientos entre aliados y enemigos 
	de Estados Unidos impliquen para el Departamento de Estado, basta con releer 
	las fábulas de Jean de La Fontaine para saber que... ¡la retórica del lobo 
	siempre prevalece ante la del cordero!
	
	En el actual contexto de 
	extrema fragilidad de la economía mundial, tenemos 
	que prever que la salida de 
	la crisis tendrá que pasar por la dolorosa 
	puerta del caos constructor.
	
 
	
	Notas
	
		
		[1] Juego de palabras ideado por los 
		financieros anglosajones ya que las iniciales de 
		Portugal-Italy-Ireland-Greece-Spain 
		(Portugal-Italia-Irlanda-Grecia-España) conforman 
		
		la sigla PIIGS, que se 
		pronuncia en inglés igual que «pigs» (puercos).
	
	
	
	 
	 
	 
	 
	 
	 
	 
	
	
	
	-  
	Crisis and Whispers   -
	
	
	€uro - The Worst Case Scenario
	by Jean-Michel Vernochet
	
	translated by Evan Jones and Delphine Rabet
	11 June 2010
	
	from
	VoltaireNetwork 
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	Spanish version
	
		
			
				
					
					The Greek budgetary crisis, which has become a crisis of the 
					Euro, is not 
	the inevitable result of market self-regulation, but rather the consequence 
	of a deliberate attack.
					
					 
					
					According to Jean-Michel Vernochet, the crisis was 
	provoked by an economic offensive directed from Washington and London that 
	followed similar principles to those of contemporary military warfare, 
	employing game theory and a strategy of ‘constructive chaos’.
					
					 
					
					The ultimate 
	aim is to oblige the Europeans to enter into an Atlantic bloc, i.e. an 
	empire where Anglo-American budgetary deficits would be automatically 
	financed through the expedient of a dollarized Euro.
					
					 
					
					The agreement concluded 
	between the European Union and the IMF, giving the Fund partial oversight of 
	Union economic policies, is a first step in this direction.
				
			
		
	
	 
	 
	
	
	
The director of the International Monetary Fund, Dominique Strauss-Kahn, 
	
	
	and 
	the German Chancellor, Angela Merkel. 
	
	Prevented from returning to the 
	Deutsche Mark, 
	
	Germany must consent to a European loan from the IMF.
 
	
	 
	
	 
	
	The financial attack launched against Greece because of its sovereign debt 
	and its potential insolvency soon proved to be an offensive against the Euro 
	and to have only a distant relationship with the flaws and structural 
	deficits of the Greek economy itself. 
	 
	
	These ‘vices’, incidentally, are 
	largely shared by the bulk of post-industrial countries which have acquired 
	the bad habit of living beyond their means and on credit, hence the soaring 
	quantum of debt, a bubble (as any other) doomed to burst.
Everything seems to indicate that behind the brutality of the attack and 
	beyond a simple stampede to pillage some European economies loom other 
	objectives, notably of a geopolitical character, carefully thought out. In 
	any case, the appetites of anonymous financial predators - as sharp as they 
	might be - cannot account for the sustained intensity of the offensive which, 
	in the short term, threatens to shatter the Euro zone, the European Union 
	itself, indeed even beyond…
With the proliferation of crises over the last two decades, a quick reading 
	of the pawn movements on the Grand Eurasian Chessboard is enough to suggest 
	that Europe is actually one battle ground within a geo-economic war (war in 
	the proper sense), a battle that it has besides already potentially lost.
	
Indeed, the adoption of a European plan - at the insistence of the White 
	House - for the bailing out of heavily indebted EU member states not only 
	does not constitute a panacea, a durable remedy to the structural budgetary 
	crisis that has been rapidly affecting all Western states, but points in the 
	direction desired by the U.S. of a rapid integration of the EU, a necessary 
	prerequisite for the constitution of a united Western bloc.
This European plan responds to a crisis of confidence and solvency (largely 
	artificial at the outset, but which became contagious and is now snowballing) 
	by the recapitalization of states as if it were a matter of a simple 
	liquidity crisis. A European plan of 750 billion Euros, even greater than 
	the 
	
	700 billion-dollar Paulson Plan designed to bail out the American 
	financial establishment with public funds 
	after the debacle of September 
	2008. 
	 
	
	The deviant consequences of that solution can be seen at present in 
	the heavy expansion of the public debt on both sides of the Atlantic.
	
Thus, the U.S.-born crisis, after having triggered the recession which de-activated 
	the economic pump, has since dried up the fiscal resources of states 
	rendering it more difficult to service an ever expanding debt. 
	
	 
	
	Now, the EU 
	has just increased the existing debt by an additional 750 billion Euros, 
	which further strain member states’ national budgets (the average 
	indebtedness of the Euro zone being actually 78% of GDP), all this with the 
	illusory plan of,
	
		
		‘re-establishing market confidence’.
	
	
	To this end, the EU has voluntarily placed itself under the thumb of 
	
	the IMF 
	which has consented to have up to 250 billion Euros at the ready. 
	
	 
	
	This is 
	the same IMF, whose calling until now has been to support tottering Third 
	World economies through crippling recipes in the guise of so-called 
	structural adjustment plans. It is thus a supranational entity, formally 
	‘globalist’, which will head, indeed supervise more or less directly, the 
	structures of economic governance which the EU will most certainly adopt if 
	the Euro zone does not spontaneously break up beforehand.
Such integrative measures have been 
	vigorously called for by Paul Volcker, 
	Chairman of the White House Economic Recovery Advisory Board, who, while 
	recently in London, lambasted European leaders demanding a boosting of the 
	Euro which the Americans and British need to keep their own economies 
	afloat.
Let us note, in passing, that it is probably with a heavy heart that the 
	German Chancellor accepted to subscribe to this mindboggling support plan 
	for the faltering Euro zone countries since her French counterpart - according to persistent 
	rumors - was threatening to return to France if she 
	did not conform. 
	 
	
	But, while it is true that ‘the worker ant is not 
	altruistic’, a return to the Deutsche Mark would be equivalent to signing 
	the death warrant of the German economy as a strong currency would restrain 
	its industrial exports, at the base of its economy. Like it or not, the 
	situation forces Berlin, under duress, to navigate the strictures drawn up 
	by the Obama Administration.
	
American ukases that lead to a big open trap: capital borrowed from the 
	markets or lent by the IMF to save the ‘PIIGS’ (Portugal, Italy, Ireland, 
	Greece and Spain) - threatened with cessation of repayment - must rely on 
	structures guaranteeing long term solvency of the Euro. 
	 
	
	A currency whose 
	soundness cannot be assured, however, by the type of federal institutions 
	which Jacques Attali has been promoting in calling for,
	
		
		“…the creation of a 
	European Treasury, immediately authorised to borrow in the name of the EU, 
	and of a European Budgetary Fund, given immediate mandate to control the 
	budget expenditures of any country whose debt exceeds the 80% of the GDP.”
	
	
	It essentially boils down to subjecting States to economic tutelage under 
	the guise of saving the Euro zone from an allegedly inevitable collapse ... 
	since the abandonment of the Euro is an inviolable taboo that nobody 
	apparently dreams of touching.
Certain projects go even further, by prescribing that the budgets of member 
	states should be entirely controlled and decided on by a triumvirate 
	comprising,
	
		
	
	
	What about the popular 
	will and the European Parliament in Strasbourg?
No one cares about denouncing the sophistry or the fallacy of equating 
	economic integration with a return to market confidence. First of all, why 
	should markets, and markets alone, impose their own laws? Besides, is it not 
	time to revisit stock market capitalism, anonymous and volatile, and capable 
	of ruining countries on a whim or from self-interest?
On this account, 
	centralized economic control from Brussels is no more the 
	panacea than is a flood of liquidity the solution to the current crisis. The 
	additional indebtedness generated by the ‘plan’ is without doubt a false 
	solution imposed from outside with the end goal of further enslaving us 
	Europeans to capital markets and their unspeakable dictatorship.
The idea of 
	centralized control proceeds from the same stance for it is 
	literally a non-sense in that it ignores all the societal differences 
	operating across all layers of the European construct: types or models of 
	economic growth, fiscal and social systems, etc. It is basically a 
	“non-idea”, one which is fundamentally ideological by its nature… a 
	smokescreen concealing a whole range of ulterior motives, all in fact 
	foreign to the economic prosperity and well being of the peoples of the EU.
	
Some have rightly seen that this crisis was only the means and the pretext 
	to precipitate the introduction of a hard-core federal system [1] 
	encompassing all
	
	twenty seven member states despite and in 
	contempt of the popular will over which
	
	the Treaty of Lisbon has been imposed in 
	the most underhanded fashion. 
	 
	
	A crisis which is and remains 
	- a cardinal fact to be 
	borne in mind - artificial, fabricated; in a word, it is the opposite of an 
	inherent ‘inevitability’ implied by a self-regulating and disembodied market 
	environment, supposedly steered by an ‘invisible hand’. 
	 
	
	A reputedly 
	‘mechanical’ process, which, despite its anonymity, is none the less 
	constituted by corporate executives and traders made of flesh and blood that 
	call the shots and manipulate the market.
It is for this reason that the U.S. speaks with a forked tongue through two 
	separate voices, that of its ‘market’ representatives and President Obama 
	himself. The latter intervened to berate the Europeans and press them to 
	stabilize their currency, or, in other words, the European economic 
	policies, good or otherwise, which are inextricably linked to the health of 
	their own currency. 
	 
	
	Now, don’t start imagining for one second that some kind 
	of meddling in the affairs of Continental Europe could be involved here!
	
	 
	
	Can 
	you picture Madame Merkel and Monsieur Sarkozy asking the White House to 
	clean up Manhattan?
The other voice belongs to those who call the shots… in short, the managers 
	of the self-regulating order, anonymous even to the governments themselves, 
	as French Finance Minister Christine Lagarde shamefully confessed; those who 
	play yo-yo with the markets like a cat plays with a mouse, anticipating the 
	lows and highs that they themselves intentionally provoke. 
	
	 
	
	In practice, 
	these people are promoting a very different discourse.
 
	
	 
	
	
	
For Paul Volcker, chair of the White House Economic Recovery Advisory Board, 
	
	
	Europe must accept external control of economic policy and put the 
	Euro at 
	parity with the dollar.
 
	
	 
	
	Indeed, how else to explain 
	the evident contradiction between the concerns expressed by President 
	
	 
	Obama
	 - legitimate by the way, for the EU needs a 
	strong Euro that penalizes European exporters, but is advantageous to 
	American industry, a useful bonus given the record US fiscal deficit ($1400 
	billion for 2008-09) and above all necessary to support the ongoing war 
	effort in Iraq, Afghanistan and Pakistan - and the radical destabilization of 
	Western economies by the persistent attacks by the markets against the Euro?
	
No matter how voracious, inconsistent or irrational, the ‘operators’ are 
	nevertheless aware that the pursuit of the offensive against the Euro 
	jeopardizes the system in its totality and risks plunging the global economy 
	into a new phase of chaos. 
	 
	
	Then why this dance on the edge of the abyss? 
	
	 
	
	Nobody will have us believe this nonsense that the markets have a life of 
	their own, that they are uncontrollable and that all this is simply the 
	result of the economic machine gone awry… In short, that it’s ‘nobody’s 
	fault’, but the simple consequence of the impossibility of managing the 
	agents and the irrational faux pas of the markets?
Clearly said, the risk of systemic collapse is at the very heart of the game 
	currently being played. The 
	big players, the cold calculators, are obvious 
	disciples of the theory of games (since von Neumann & Morgenstern), 
	probabilistic edifice on the foundations of which has been constructed the 
	doctrine of nuclear deterrence… 
	 
	
	The winners are those who push the lethal 
	bids the highest. A scenario that corresponds line for line to that which is 
	unfolding before our eyes: increasing destabilization of the European 
	economies, with non-negligible effects for the U.S.
Let’s add that the financial chaos, monetary and economic, on both sides of 
	the Atlantic is an undeniable windfall, for those who prosper in the 
	backwash of the market’s trajectory, provoking and anticipating the cycles 
	of panic and euphoria to play indiscriminately with the rising and falling 
	currents of the hysterically erratic markets.
At the beginning of the Twentieth Century, the economist 
	Werner Sombart 
	conceived an embryonic theory of ‘creative destruction’ (subsequently taken 
	up by Joseph Schumpeter). Since then this theory has been developed by, 
	among others, the mathematical theory of the frenchman René Thom 
	(‘catastrophe theory’). 
	 
	
	Amended by Benoît Mandelbrot, the theory was applied 
	via 
	fractal geometry to market behavior, perceived already at that time to 
	fall within the province of a theory of chaos, decidedly fashionable.
	
In the meantime, the economist 
	
	Friedrich von Hayek, one of the theorists of neoliberalism, claimed to have raised the free-market economy to the status 
	of an exact science. 
	 
	
	According to his hagiographer 
	Guy Sorman, 
	
		
		“…liberalism 
	converges with the most recent theories of physics, chemistry and biology, 
	in particular the science of chaos formalized by 
		
		Ilya Prigogine.
		 
		
		In the 
	market economy as in nature, order is born out of chaos: the spontaneous 
	agency of millions of decisions and pieces of information leads not to 
	disorder, but to a superior order” … 
	
	
	One could not say it any better, for a 
	priori we hold there the keys to understanding the crisis.
At the end of the 1990s, the Neo-conservative disciples of 
	Leo Strauss have 
	carried to its logical limits the new dogma of greater disorder in making 
	themselves the bards of ‘constructive chaos’ as a legitimation a priori for 
	all the wars of conquest of the Twenty First Century. From this viewpoint, 
	each is able to see this chaos at work in the Greater Middle East as s/he is 
	able to see it at work today in Europe.
We can wager that the new regional order that the great 
	organizers of chaos 
	intend to see emerge from the crisis itself will be a unified Europe, 
	centralized and federal, placed under the direct influence of the US with 
	the aid of 
	the Federal Reserve of which the European Central Bank will be 
	only a branch, and under the vigilant watch of the IMF, representative or 
	product of an emergent global power, deterritorialized yet omnipresent.
	
One understands quickly enough that the deification of the market associated 
	with the idea of ‘constructive chaos’, itself complemented by an intensive 
	application of game theory in the hands of the disciples of demolition, 
	constitutes a mixture that promises to blow up in one’s face. 
	
	 
	
	An observation 
	immediately comes to mind: ‘chaos’ (intentional) is these days a mode of 
	government, of socio-economic transformation and of unopposed conquest. A 
	heavy duty version of ‘divide and conquer’ even if it means nations will 
	perish and the people with them.
For it’s a risk worth taking if in the end Europe finds itself on its knees. 
	Greece - certainly at the soft underbelly of the Euro zone but no more so 
	than Italy, Spain, Ireland or Portugal - has been until now a sort of free 
	electron frustrating a full integration of the Balkans in the American 
	geostrategic orbit.
By way of a provisionary conclusion, if the EU, facing crisis, advances at 
	forced march towards central economic control, a stage will be reached 
	whereby quasi-discretionary power will be granted to the European Commission 
	- for the most part composed of non-elected technocrats and recruits - for a 
	stainless Atlanticist allegiance. 
	 
	
	To put it plainly, this will signify the 
	obliteration of the European nation states.
In reality, nothing can prevent the integration of Europe within a 
	trans-Atlantic Bloc. In the end, the merging of the Euro with the dollar 
	will accelerate the union of the old world and the new world. This 
	conclusion is evidently not a matter of pure speculation but a simple 
	projection of the architectonic tendencies visibly at work in the framework 
	of a process of redistribution or of geopolitical recomposition of the 
	global map. 
	 
	
	Sufficient to say that if the 
	Euro zone does not break apart, 
	the fate of the European peoples seems definitely sealed, tied for better or 
	worse to the manifest destiny of the United States. And this irrespective of 
	a ‘reform’ of the global economic system.
The financiers will perhaps get their fingers burnt if the international 
	community agrees to curb their appetites in regulating the markets, but the 
	fact remains that the promoters of constructive chaos will have won this 
	hand as they set out to recreate the conditions for new conflagrations.
	
The worse case scenario, often evoked in France by such influential men as 
	Bernard Kouchner and Jacque Attali, happens to be the least improbable at a 
	time when governments, backs to the wall, see themselves condemned to 
	fleeing headlong into the unknown. In Kuwait in 1991, in Iraq in 2003 among 
	the thinly disguised objectives of war, the boosting of the economic 
	machinery through plans of reconstruction was high on the list. Not to 
	mention other more flagrant and immediate interests such as fossil fuels, 
	arms sales and all the related industries.
Whatever the accords between Turkey and Iran on uranium enrichment for 
	medical purposes, whatever the related diplomatic annoyance for the State 
	Department, it suffices to re-read the fabulist Jean de la Fontaine to know 
	that the rhetoric of the wolf always prevails over that of the lamb!
	 
	
	In a 
	situation of 
	extreme fragility of the global economy, one must await an end 
	to the crisis at the harrowing door of the chaos constructor.
	
 
	
	 
	
	Notes
	
		
		[1] The word ‘federal’ has contrary meanings in Europe and to English 
	readers. For the latter, federal implies shared authority, as reflected in 
	the constitutional division of powers in various federalisms (the US, 
	Germany, Canada, Australia). In the former, federal implies the 
	appropriation of authority from the member states of the EU.