Introducción
Conocí a Jamar Perry en septiembre de 2005, en el gran refugio que la Cruz Roja había organizado en Baton Rouge, Luisiana.
Un grupo de jóvenes miembros de la cienciología repartían, sonrientes, la cena entre la gente que esperaba en fila, y él era uno de ellos. Me acababan de llamar la atención por hablar con los evacuados sin un periodista a mi lado y me estaba esforzando por disimular y mezclarme con el gentío, una canadiense blanca en medio de un mar de afroamericanos sureños.
Me escabullí hasta la fila,
detrás de Perry, y le pedí que hablara conmigo como si fuéramos amigos de
toda la vida, y se avino amablemente.
A falta de una evacuación organizada, se habían lanzado al exterior, bajo un sol abrasador. Finalmente habían terminado allí, en un inmenso centro de congresos, en donde habitualmente se celebraban las ferias de la industria farmacéutica y espectáculos de lucha libre como Capital City Carnage: The Ultímate in Steel Cage Fighting.*
* "Carnicería de la capital: lo último en combates entre rejas". (N. de la T.)
Ahora, en el centro se
apretujaban más de dos mil camillas y una muchedumbre de gente exhausta y
enfadada bajo la vigilancia de los soldados de la Guardia Nacional, tensos y
con los nervios a flor de piel, recién llegados de Irak.
Joseph Canizaro, uno de los constructores más ricos de Nueva Orleans, también había expresado una opinión parecida:
Durante toda la semana, por el parlamento estatal de Louisiana en Baton Rouge habían desfilado grupos de presión, y gente de toda ralea con influencias y ganas de aprovechar esas grandes oportunidades:
Al escuchar frases y expresiones
como "empezar de nuevo" y "pasar página", casi se le olvidaba a uno el hedor
nocivo de los escombros, las mareas químicas y los restos humanos que se
amontonaban a unos pocos kilómetros, en la autopista.
Hablaba en voz baja, pero un hombre mayor que estaba en la cola, delante de nosotros, le oyó y se dio la vuelta como si le hubieran dado un latigazo:
Una madre con dos niños intervino:
Milton Friedman fue uno de los que vio oportunidades en las aguas que inundaban Nueva Orleans.
Gran gurú del movimiento en favor del capitalismo de libre mercado fue el responsable de crear la hoja de ruta de la economía global, contemporánea e hipermóvil en la que hoy vivimos.
A sus noventa y tres años, y a pesar de su delicado estado de salud, el "tío Miltie", como le llamaban sus seguidores, tuvo fuerzas para escribir un artículo de opinión en The Wall Street Journal tres meses después de que los diques se rompieran:
La idea radical de Friedman consistía en que, en lugar de gastar una parte de los miles de millones de dólares destinados a la reconstrucción y la mejora del sistema de educación pública de Nueva Orleans, el gobierno entregase cheques escolares a las familias, para que éstas pudieran dirigirse a las escuelas privadas, muchas de las cuales ya obtenían beneficios, y dichas instituciones recibieran subsidios estatales a cambio de aceptar a los niños en su alumnado.
Era esencial, según indicaba Friedman
en su artículo, que este cambio fundamental no fuera un mero parche sino una
"reforma permanente".5
La administración de George W. Bush apoyó sus planes con decenas de millones de dólares con el propósito de convertir las escuelas de Nueva Orleans en "escuelas chárter", es decir, escuelas originalmente creadas y construidas por el Estado que pasarían a ser gestionadas por instituciones privadas según sus propias reglas.
Hay un gran debate en torno a las escuelas chárter en Estados Unidos, pues muchos padres y madres afroamericanos opinan que son un paso atrás en el camino de los derechos civiles, que garantizaba una educación igual para todos los niños.
Sin embargo, para Milton Friedman el mismo concepto de sistema de educación pública apestaba a socialismo.
Desde su punto de vista, las únicas funciones del Estado consistían en la,
En otras palabras, policía y
soldados; cualquier cosa más allá, incluyendo una
educación gratuita e igualitaria, era una interferencia
injusta en las leyes del mercado.
En menos de diecinueve meses, con la mayoría de los ciudadanos pobres aún exiliados de sus hogares, las escuelas públicas de Nueva Orleans fueron sustituidas casi en su totalidad por una red de escuelas chárter de gestión privada. Antes del huracán Katrina, la junta estatal se ocupaba de 123 escuelas públicas; después, sólo quedaban. 4
Antes de la tormenta, Nueva Orleans contaba con 7 escuelas chárter, y después, 31.7 Los maestros de la ciudad solían enorgullecerse de pertenecer a un sindicato fuerte.
Tras el
desastre, los contratos de los trabajadores quedaron hechos pedazos, y los
4.700 miembros del sindicato fueron despedidos.8 Algunos de los profesores
más jóvenes volvieron a trabajar para las escuelas chárter, con salarios
reducidos. La mayoría no recuperaron sus empleos.
...mientras el American Enterprise Institute, un think tank de inspiración friedmaniana, declaraba entusiasmado que,
Mientras, los maestros de escuela, que eran testigos de cómo
el dinero destinado a las víctimas de las inundaciones era desviado de su
objetivo original y se utilizaba para eliminar un sistema público y
sustituirlo por otro privado, tildaban el plan de Friedman de "atraco a la
educación".10
Puede parecer que la privatización del sistema de educación pública de una ciudad norteamericana de tamaño medio fue una preocupación modesta para el hombre considerado el economista más influyente del pasado medio siglo, entre cuyos discípulos se cuentan varios presidentes estadounidenses, primeros ministros británicos, oligarcas rusos, ministros de Finanzas polacos, dictadores del Tercer Mundo, secretarios generales del Partido Comunista chino, directores del Fondo Monetario Internacional y los últimos tres jefes de la Reserva Federal.
No obstante, su decidida voluntad de aprovechar la crisis de Nueva Orleáns para instaurar una versión fundamentalista del capitalismo también fue un adiós extrañamente adecuado para el profesor de metro cincuenta y ocho y energía sin límites que, en el apogeo de sus facultades, se describió como,
Durante más de tres décadas, Friedman y sus poderosos seguidores habían perfeccionado precisamente la misma estrategia:
En uno de sus ensayos más influyentes, Friedman articuló el núcleo de la panacea táctica del capitalismo contemporáneo, lo que yo denomino doctrina del shock.
Observó que,
Algunas personas almacenan latas y agua en caso de desastres o terremotos; los discípulos de Friedman almacenan un montón de ideas de libre mercado.
Y una vez desatada la crisis, el profesor de la Universidad de Chicago estaba convencido de que era de la mayor importancia actuar con rapidez, para imponer los cambios rápida e irreversiblemente, antes de que la sociedad afectada volviera a instalarse en la "tiranía del statu quo".
Estimaba que,
Es una variación del
consejo de Maquiavelo según el cual vale más comunicar de una sola vez "las
malas noticias", y supuso uno de los legados estratégicos más duraderos de
Friedman.
Friedman le aconsejó a Pinochet que impusiera un paquete de medidas rápidas para la transformación económica del país: reducciones de impuestos, libre mercado, privatización de los servicios, recortes en el gasto social y una liberalización y desregulación generales.
Poco a poco, los chilenos vieron cómo sus escuelas públicas desaparecían para ser reemplazadas por escuelas financiadas mediante el sistema de cheques escolares.
Se trataba de la transformación capitalista más extrema que jamás se había llevado a cabo en ningún lugar, y pronto fue conocida como la revolución de la Escuela de Chicago, pues diversos integrantes del equipo económico de Pinochet habían estudiado con Friedman en la Universidad de Chicago.
Friedman predijo que la velocidad, la inmediatez y el alcance de los cambios económicos provocarían una serie de reacciones psicológicas en la gente que "facilitarían el proceso de ajuste".14
Acuñó una fórmula para esta dolorosa táctica:
Desde hace
varias décadas, siempre que los gobiernos han impuesto programas de libre
mercado de amplio alcance han optado por el tratamiento de choque que
incluía todas las medidas de golpe, también conocido como "terapia de
shock".
Muchos observadores en Latinoamérica se dieron cuenta de que existía una conexión directa entre los shocks económicos que empobrecían a millones de personas y la epidemia de torturas que castigaban a cientos de miles que creían en una sociedad distinta.
Como el escritor uruguayo Eduardo Gaicano se preguntaba,
Exactamente treinta años después de que estas tres distintas metodologías de shock cayeran sobre el pueblo de Chile, la fórmula resurgió con mayor violencia en Irak.
Primero fue la guerra, diseñada, según los autores del documento de doctrina militar Shock and Awe, para,
Luego vino la terapia de shock económica, radical e impuesta por el delegado de la administración estadounidense, cuando el país aún se encontraba devorado por las llamas.
Paul Bremer decretó las medidas de rigor: privatizaciones masivas, liberalización absoluta del mercado, un impuesto de tramo fijo del 15 % y un Estado cuyo papel se vio brutalmente reducido.
El ministro de Finanzas provisional de Irak, Alí Abdul-Amir Allawi, declaró entonces que sus conciudadanos estaban,
Cuando los iraquíes se resistieron,
los pusieron contra la pared: terminaron en cárceles, donde sus cuerpos y
mentes se enfrentaron a más traumas y shocks, algunos mucho menos
metafóricos.
Allí presencié otra versión distinta de las mismas maniobras: los inversores extranjeros y los donantes internacionales se habían coordinado para aprovechar la atmósfera de pánico, y habían conseguido que les entregaran toda la costa tropical.
Los promotores urbanísticos estaban construyendo grandes centros turísticos a toda velocidad, impidiendo a miles de pescadores autóctonos que reconstruyeran sus pueblos, antaño situados frente al mar.
Cuando el Katrina destruyó Nueva Orleans, la red de políticos republicanos, think tanks y constructores empezaron a hablar de "un nuevo principio" y atractivas oportunidades.
Estaba claro que se trataba del nuevo método de las multinacionales para lograr sus objetivos:
La mayoría de las personas que sobreviven a una catástrofe de esas características desean precisamente lo contrario de "un nuevo principio".
Quieren salvar todo lo que sea posible y empezar a reconstruir lo que no ha perecido, lo que aún se tiene en pie. Desean reafirmar sus lazos con la tierra y los lugares en los que se han formado.
Pero a los capitalistas del desastre no les interesa en absoluto reconstruir el pasado.
En Irak, Sri Lanka y Nueva Orleans, los procesos
engañosamente llamados "de reconstrucción" se limitaron a terminar la labor
del desastre original, tirando abajo los restos de las obras, comunidades y
edificios públicos que aún quedaban en pie para luego reemplazarlos
rápidamente con Una especie de Nueva Jerusalén empresarial; todo antes de
que las víctimas del conflicto o del desastre natural fueran capaces de
reagruparse y reclamar lo que les pertenecía.
El ex agente de la CIA de treinta y cuatro años se refería al caos posterior a la invasión de Irak, y cómo gracias a eso su empresa de seguridad privada, Custer Battles, desconocida y sin experiencia en el campo, pudo obtener contratos de servicios otorgados por el gobierno federal por valor de unos 100 millones de dólares.21
Sus
palabras podrían constituir el eslogan del capitalismo contemporáneo: el
miedo y el desorden como catalizadores de un nuevo salto hacia delante.
Durante mi implicación en el movimiento contra el poder de las empresas que hizo su primera aparición global en Seattle en 1999, ya había sido testigo de políticas parecidas, que favorecían a las grandes multinacionales y se imponían en las cumbres de la Organización Mundial de Comercio, a menudo contra la voluntad de los países desfavorecidos, bajo amenaza de negarles los préstamos del Fondo Monetario Internacional si se oponían a ellas.
Las tres grandes medidas habituales,
...solían ser muy impopulares entre la gente, pero con el establecimiento de acuerdos firmados y una parafernalia oficial, al menos se sostenía el pretexto del consentimiento mutuo entre los gobiernos que negociaban, así como una ilusión de consenso entre los supuestos expertos.
Ahora, el mismo programa ideológico se imponía mediante las peores condiciones coercitivas posibles: la ocupación militar de una potencia extranjera después de una invasión, o inmediatamente después de una catástrofe natural de gran magnitud.
Al parecer, los atentados del 11 de septiembre le habían otorgado
luz verde a Washington, y ya no tenían ni que preguntar al resto del mundo
si deseaban la versión estadounidense del "libre mercado y la democracia":
ya podían imponerla mediante el poder militar y su doctrina de shock y
conmoción.
Esta forma fundamentalista del capitalismo siempre ha necesitado de catástrofes para avanzar.
Sin duda las crisis y las situaciones de
desastre eran cada vez mayores y más traumáticas, pero lo que sucedía en
Irak y Nueva Orleans no era una invención nueva, derivada de
lo sucedido el
11 de septiembre. En verdad, estos audaces experimentos en el campo de la
gestión y aprovechamiento de las situaciones de crisis eran el punto
culminante de tres décadas de firme seguimiento de la doctrina del shock.
Algunas de las violaciones de derechos humanos más despreciables de este siglo, que hasta ahora se consideraban actos de sadismo fruto de regímenes antidemocráticos, fueron de hecho un intento deliberado de aterrorizar al pueblo, y se articularon activamente para preparar el terreno e introducir las "reformas" radicales que habrían de traer ese ansiado libre mercado.
En la Argentina de los años setenta, la sistemática política de "desapariciones" que la Junta llevó a cabo, eliminando a más de treinta mil personas, la mayor parte de los cuales activistas de izquierdas, fue parte esencial de la reforma de la economía que sufrió el país, con la imposición de las recetas de la Escuela de Chicago.
Lo mismo sucedió en Chile, donde el terror fue el cómplice del mismo tipo de metamorfosis económica.
En la China de 1989, la masacre de la plaza de Tiananmen fue el shock que desató oleadas de detenciones, más de decenas de miles, las cuales permitieron al Partido Comunista convertir el país en una zona de exportación al por mayor, bien surtida de trabajadores demasiado aterrorizados como para exigir ningún derecho laboral.
En la Rusia
de 1993, Boris Yeltsin decidió enviar los tanques al parlamento, y maniobrar
para impedir que los líderes de la oposición fueran un obstáculo para la
privatización fulminante que dio lugar a la nueva clase dirigente del país:
los famosos oligarcas.
Gracias a la excitación patriótica que recorrió el país como un relámpago, pudo aplastar la revuelta de los mineros y lanzar la primera gran marea privatizadora de una democracia occidental.
En 1999, el ataque de la OTAN contra Belgrado permitió que más tarde la
antigua Yugoslavia fuera pasto de rápidas privatizaciones, un objetivo
anterior a la propia guerra. La economía no fue en absoluto la única
motivación que desató estos conflictos, pero en todos y cada uno de los
casos, un estado de shock colectivo de primer orden fue el marco y la
antesala para la terapia de shock económica.
En los años ochenta, en Latinoamérica y África, las crisis a causa de las deudas forzaban a los países a "privatizarse o morir", como dijo un ex funcionario del FMI.22
Devorados por la hiperinflación, y demasiado endeudados como para negarse a las exigencias que venían de la mano de los préstamos extranjeros, los gobiernos aceptaban los "tratamientos de choque" creyendo en la promesa de que les salvarían de mayores desastres.
En Asia, la crisis financiera de 1997 y 1998 - de consecuencias comparables a la Depresión de 1929 - bajó los humos de los denominados Tigres de Asia, abriendo sus mercados en lo que el New York Times describió como "la mayor liquidación por cierre del mundo".23
Muchos de estos países eran democráticos, pero las transformaciones radicales que crearon el "libre mercado" no se instauraron democráticamente.
Más bien al
contrario: tal y como lo entendía Friedman, la atmósfera de crisis a gran
escala ofrecía los pretextos necesarios para desestimar los deseos
expresados por los votantes y entregar las riendas del país a los "tecnócratas" económicos.
En estos casos, no obstante, los cruzados del capitalismo se enfrentaron a la presión del público, y tuvieron que suavizar y modificar sus planes radicales, viéndose obligados a aceptar cambios graduales en lugar de una conversión total.
En resumen, el modelo económico de Friedman puede imponerse parcialmente en democracia, pero para llevar a cabo su verdadera visión necesita condiciones políticas autoritarias.
La doctrina de shock económica necesita, para aplicarse sin ningún tipo de restricción - como en el Chile de los años setenta, China a finales de los ochenta, Rusia en los noventa y Estados Unidos tras el 11 de septiembre - algún tipo de trauma colectivo adicional, que suspenda temporal o permanentemente las reglas del juego democrático.
Esta cruzada ideológica nació al calor de los regímenes dictatoriales de América del Sur, y en los nuevos territorios que ha conquistado recientemente, como Rusia y China, coexiste con comodidad, y hasta con provecho, con un liderazgo de puño de hierro.
Ciertamente, Reagan fue un pionero, pero Estados Unidos aún cuenta con una red de asistencia y seguridad social, y escuelas públicas a las que los padres se aferran, según las palabras de Friedman, con,
Cuando los republicanos se hicieron con el Congreso en 1995, David Frum, canadiense residente en Estados Unidos y futuro redactor de discursos para George W. Bush, era uno de los neoconservadores que pedía una revolución económica de terapia de shock para el país.
Frum no pudo llevar a cabo sus planes domésticos para la terapia de shock en ese entonces, sobre todo porque no hubo ninguna crisis que preparara el terreno.
Pero eso cambió en 2001. Cuando se produjeron los atentados del 11 de septiembre, en la Casa Blanca pululaban un buen número de discípulos de Friedman, incluyendo su gran amigo Donald Rumsfeld.
El equipo de Bush aprovechó la ocasión, el momento de vértigo colectivo con ávida rapidez.
Al contrario de lo que algunos han afirmado, no fue porque la administración hubiera maquinado lo sucedido, sino porque las figuras clave del gobierno, veteranos de los anteriores experimentos del capitalismo del desastre de Latinoamérica y Europa del Este, formaban parte de un movimiento que reza para que se produzcan las crisis igual que los granjeros sedientos rezan para que llueva, como los cristianos apocalípticos rezan para que llegue el Rapto que ha de llevarse a los fieles a la vera de Jesús.
Cuando por fin se
desata la tragedia, saben inmediatamente que ha llegado su momento.
Lo que sucedió en el año 2001 fue que una ideología
nacida a la sombra de las universidades norteamericanas y fortalecida en las
instituciones políticas de Washington por fin podía regresar a casa.
El término "complejo del capitalismo del desastre" la describe con más precisión; tiene tentáculos más poderosos y llega más lejos que el complejo industrial-militar contra el que Dwight Eisenhower lanzó sus advertencias al final de su mandato.
Estamos ante una guerra global cuyos combates se libran en todos los niveles de las empresas privadas cuya participación se subvenciona con dinero público, y cuya misión sin fin es la protección del territorio estadounidense a perpetuidad, al tiempo que debe eliminar todo "mal" exterior.
En apenas unos años, el complejo ha extendido su presencia en el mercado bajo distintas y cambiantes formas:
El objetivo último de las corporaciones que
animan el centro de este complejo es implantar un modelo de gobierno
exclusivamente orientado a los beneficios (que tan fácilmente avanza en
circunstancias extraordinarias) también en el día a día cotidiano del
funcionamiento del Estado; esto es, privatizar el gobierno.
El papel del gobierno en esta guerra sin fin ya no es el de un gestor que se ocupa de una red de contratistas, sino el de un inversor capitalista de recursos financieros sin límite que proporciona el capital inicial para la creación del complejo empresarial y después se convierte en el principal cliente de sus nuevos servicios.
Basta citar tres datos que demuestran el alcance de la transformación: en 2003, el gobierno estadounidense otorgó 3.512 contratos a empresas privadas en concepto de servicios de seguridad. Durante un período de veintidós meses hasta agosto de 2006, el Departamento de Seguridad Nacional había emitido más de 115.000 contratos similares.26
La "industria de la seguridad interior" - hasta el año
2001 económicamente insignificante - se había convertido en un sector que
facturaba más de 200.000 millones de dólares.27 En 2006, el gasto del
gobierno de Estados Unidos en seguridad interior ascendía a una media de 545
dólares por cada familia.28
Sin contar los fabricantes de armas, cuyos beneficios se han disparado gracias a la guerra en Irak, el mantenimiento del ejército estadounidense es uno de los sectores de servicios que más ha crecido en el mundo entero.29
No solamente se puso de manifiesto su error dos
años más tarde, sino que gracias al modelo de beneficios militares, ahora el
ejército norteamericano va a la guerra con Burger King y Pizza Hut, puesto
que los contrata para hacerse cargo de las franquicias que han de alimentar
a los soldados en sus bases militares desde Irak hasta la "mini-ciudad" de la
bahía de Guantánamo.
La escasez de recursos y el cambio climático han abierto la puerta a una avalancha de nuevos desastres naturales, un desfilar permanente de apetitosas oportunidades de negocio: la ayuda humanitaria es un mercado emergente demasiado tentador como para dejarlo en manos de las organizaciones no gubernamentales.
Y ahí radica la diferencia tras el 11 de septiembre:
El principal papel económico de las guerras consistía en abrir nuevos mercados que permanecían cerrados y en generar largas épocas de crecimiento durante la posguerra.
Ahora, la respuesta y las medidas de reacción frente a guerras y desastres han alcanzado tan alto grado de privatización que constituyen un nuevo mercado en sí mismas:
El medio es el mensaje.
Como decía un analista de mercado acerca de un trimestre con unos resultados financieros excepcionalmente buenos para la empresa de servicios energéticos Halliburton:
Eso fue en octubre de 2006, en aquel entonces el mes más cruento de la guerra, con más de 3.709 bajas de civiles iraquíes.32
Pero pocos accionistas podían quejarse de una guerra que había generado más
de 20.000 millones de dólares de ingresos para una única empresa.33
Nació en la era Bush, pero existe independientemente de una administración concreta y seguirá funcionando entre los intersticios del sistema hasta que la ideología supremacista y empresarial que la propulsa quede en evidencia, aislada y en entredicho.
El complejo empresarial está en manos de multinacionales estadounidenses, pero su naturaleza es global:
En cuanto a su escala, el complejo empresarial surgido del capitalismo del desastre está en pie de igualdad con los "mercados emergentes" y el auge de las tecnologías de la información que tuvieron lugar en los años noventa.
De hecho, las fuentes consultadas afirman que las cifras barajadas son mucho más altas que entonces, y que la "burbuja de la seguridad" inyectó vida en el mercado cuando el negocio de Internet empezó a flaquear.
Junto con los
grandes beneficios de la industria de los seguros (se cree que alcanzaron un
récord de 60.000 millones de dólares en el año 2006, sólo en Estados
Unidos), así como los excelentes resultados de las compañías petrolíferas
(que crecen con cada nueva crisis), la economía del desastre quizá haya
salvado al mercado mundial de la tremenda recesión que amenazaba con
desatarse en la víspera de los atentados de 2001.35
Friedman se consideraba un "liberal", pero sus discípulos estadounidenses, que relacionaban el liberalismo con elevados impuestos y hippies, tendieron a identificarse como "conservadores", "economistas clásicos", "defensores del libre mercado", y más tarde, seguidores de las "reaganomics"* o del "laissez-faire".
En la mayor parte del mundo, son conocidos como neoliberales, pero a menudo se utilizan los términos "libre mercado" o, sencillamente, "globalización".
Únicamente desde
mediados de los años noventa, este movimiento intelectual dirigido por los think tanks de extrema derecha con los que Friedman trabajó durante varios
años - como Heritage Foundation, Cato Institute o American Enterprise
Institute - empezó a autodenominarse "neoconservador", un enfoque que ha
enrolado toda la potencia del ejército y de la maquinaria militar al
servicio de los propósitos del conglomerado empresarial.
Pero ninguna de las múltiples nomenclaturas que esta ideología ha recibido parece suficientemente adecuada. Friedman declaró que su propuesta era un intento de liberar al mercado de la tenaza estatal, pero el historial de los distintos experimentos económicos que se han llevado a cabo nos muestra una realización muy distinta de su visión de purista.
En todos los países en que se han aplicado las recetas económicas de la Escuela de Chicago durante las tres últimas décadas, se detecta la emergencia de una alianza entre unas pocas multinacionales y una clase política compuesta por miembros enriquecidos; una combinación que acumula un inmenso poder, con líneas divisorias confusas entre ambos grupos.
En lugar de
liberar al mercado del Estado, estas élites políticas y empresariales
sencillamente se han fusionado, intercambiando favores para garantizar su
derecho a apropiarse de los preciados recursos que anteriormente eran
públicos, desde los campos petrolíferos de Rusia, pasando por las tierras
colectivas chinas, hasta los contratos de reconstrucción otorgados para
Irak.
Sus principales características consisten en una gran transferencia de riqueza pública hacia la propiedad privada - a menudo acompañada de un creciente endeudamiento - el incremento de las distancias entre los inmensamente ricos y los pobres descartables, y un nacionalismo agresivo que justifica un cheque en blanco en gastos de defensa y seguridad.
Para los que permanecen dentro de la burbuja de extrema riqueza que este sistema crea, no existe una forma de organizar la sociedad que dé más beneficios.
Pero dadas las obvias desventajas que se derivan para la gran mayoría de la población que está excluida de los beneficios de la burbuja, una de las características del Estado corporativista es que suele incluir un sistema de vigilancia agresiva (de nuevo, organizado mediante acuerdos y contratos entre el gobierno y las grandes empresas), encarcelamientos en masa, reducción de las libertades civiles y a menudo, aunque no siempre, tortura.
También es
una metáfora de la lógica subyacente en la doctrina del shock.
En ellos se explica que la forma adecuada para quebrar "las fuentes que se resisten a cooperar" consiste en crear una ruptura violenta entre los prisioneros y su capacidad para explicarse y entender el mundo que les rodea.36
Primero, se priva de cualquier alimentación de los sentidos (con capuchas, tapones para los oídos, cadenas y aislamiento total), luego el cuerpo es bombardeado con una estimulación arrolladora (luces estroboscópicas, música a toda potencia, palizas y descargas eléctricas). En esta etapa, se "prepara el terreno" y el objetivo es provocar una especie de huracán mental: los prisioneros caen en un estado de regresión y de terror tal que no pueden pensar racionalmente ni proteger sus intereses.
En ese estado de shock, la mayoría de los prisioneros entregan a sus interrogadores todo lo que éstos desean: información, confesiones de culpabilidad, la renuncia a sus anteriores creencias.
Uno de los manuales de la CIA ofrece una explicación particularmente sucinta:
La doctrina del shock reproduce este proceso paso a paso, en su intento de lograr a escala masiva lo que la tortura obtiene de un individuo en la sala de interrogatorios.
El ejemplo más claro fue el shock del 11 de septiembre, día en el cual para millones de personas el "mundo que les era familiar" estalló en mil pedazos, y dio paso a un período de profunda desorientación y regresión que la administración Bush supo explotar con pericia. De repente, nos encontramos viviendo en una especie de Año Cero, en el cual todo lo que sabíamos podía desecharse despectivamente con la etiqueta de "antes del 11-S".
Aunque la historia jamás había sido nuestro fuerte, Norteamérica se había convertido en una tabla rasa, una verdadera "página en blanco" sobre la cual se podían "escribir las palabras más nuevas y más hermosas", como Mao le decía a su pueblo.38
Un nuevo ejército de especialistas se materializó rápidamente para escribir nuevas y hermosas palabras sobre el tapiz receptivo de nuestra conciencia postraumática: "choque de civilizaciones", grabaron. "Eje del mal", "fascismo islámico", "seguridad nacional".
Con el mundo preocupado y absorto por las nuevas y mortíferas guerras culturales, la administración Bush pudo lograr lo que antes del 11 de septiembre apenas había soñado:
Así funciona la doctrina del shock: el desastre original - llámese golpe, ataque terrorista, colapso del mercado, guerra, tsunami o huracán - lleva a la población de un país a un estado de shock colectivo.
Las bombas, los estallidos de terror, los vientos ululantes preparan el terreno para quebrar la voluntad de las sociedades tanto como la música a toda potencia y las lluvias de golpes someten a los prisioneros en sus celdas.
Como el aterrorizado preso que confiesa los nombres de sus camaradas y reniega de su fe, las sociedades en estado de shock a menudo renuncian a valores que de otro modo defenderían con entereza.
Jamar Perry y sus compañeros de evacuación en el refugio de Baton Rouge tuvieron que sacrificar los pisos de protección oficial y las escuelas públicas.
Después del tsunami, los pescadores de Sri Lanka tenían que abandonar su valiosa tierra frente al mar y cederla a los constructores de hoteles.
Los iraquíes, si todo iba según lo planeado, tenían que caer en tal estado de shock que cederían el control de sus reservas petrolíferas, sus compañías estatales, y toda su soberanía nacional al ejército estadounidense y sus bases militares y zonas verdes.
En vez de eso, el fallecimiento del economista se convirtió en una ocasión perfecta para reescribir la historia oficial: de cómo su propuesta de capitalismo radical se había convertido en la ortodoxia del gobierno en prácticamente todos los rincones del globo. Es un cuento de hadas, libre de toda violencia e imposición que tan íntimamente ligadas van en esta cruzada, y representa el golpe propagandístico más exitoso de las últimas tres décadas.
El cuento empieza
así.
El hundimiento del mercado en 1929 había establecido un consenso general: el laissez-faire había fallado y los gobiernos debían intervenir en la economía para redistribuir la riqueza y fijar un marco de regulación empresarial.
Durante esa etapa oscura para el libre mercado, cuando el comunismo conquistaba el Este, y mientras Occidente se entregaba al Estado del bienestar y el nacionalismo económico arraigaba en el Sur poscolonial, Friedman y su mentor, Friedrich Hayek, protegían con suma paciencia la llama del capitalismo en estado puro, sin empañarse por los intentos keynesianos para crear riquezas colectivas que fueran la base de una sociedad más justa.
Pocos escuchaban; la mayoría de la gente insistía en que sus gobiernos podían y debían hacer el bien. Friedman fue descrito por la revista Time en 1969 en términos despectivos:
Por fin, tras décadas exiliado en la jungla intelectual, llegaron los años ochenta y los gobiernos de Margaret Thatcher (que llamó a Friedman un "luchador por la libertad intelectual") y de Ronald Reagan (que fue visto con un ejemplar de Capitalismo y libertad, el manifiesto de Friedman, durante su campaña presidencial).42
Aquellos líderes políticos sí tuvieron
el valor de implementar una absoluta liberalización del mercado en el mundo
real. Según la historia oficial, después de que Reagan y Thatcher liberaran
democrática y pacíficamente sus respectivos mercados, la libertad y la
prosperidad subsiguientes fueron tan obviamente deseables que cuando las
dictaduras cayeron una tras otra, desde Manila a Berlín, las masas voceaban
para que las reaganomics se instalaran en sus puertas, junto con sus Big
Macs.
Eso quería decir que no existía ningún obstáculo para construir un verdadero libre mercado global, en el cual las empresas no sólo gozaran de libertad absoluta en sus países de origen, sino que también pudieran cruzar las fronteras sin burocracias ni impedimentos, desatando la prosperidad allá donde fueran. Existían dos grandes reglas acerca de cómo debían ser las sociedades: había que celebrar elecciones para votar a nuestros políticos, y las economías debían aplicar el modelo de Friedman.
Fue, como Francis Fukuyama lo bautizó,
La revista Fortune, en su tributo a Friedman, escribió que "navegó con la marea de la historia"; se aprobó una resolución en el Congreso alabándolo como,
El gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, declaró que el 29 de enero de 2007 sería el Día de Milton Friedman en todo el estado, y varias ciudades y pueblos imitaron su gesto.
Un titular en The Wall Street Journal ofrecía una cápsula de ordenada información:
Este libro es un desafío contra la afirmación más apreciada y esencial de la historia oficial: que el triunfo del capitalismo nace de la libertad, que el libre mercado desregulado va de la mano de la democracia.
En lugar de eso,
demostraré que esta forma fundamentalista del capitalismo ha surgido en un
brutal parto cuyas comadronas han sido la violencia y la coerción,
infligidas en el cuerpo político colectivo así como en innumerables cuerpos
individuales. La historia del libre mercado contemporáneo - el auge del
corporativismo, en realidad - ha sido escrita con letras de shock.
La alianza corporativista está cerca de conquistar su última frontera: los mercados y las economías del petróleo del mundo árabe, hasta ahora cerrados, y sectores de las economías occidentales que llevan tiempo protegidos de la regla de los beneficios, incluyendo la respuesta ante los desastres naturales y los ejércitos.
Puesto que ni siquiera se pretende buscar el consenso público para privatizar funciones tan esenciales, ni en el frente doméstico ni en el extranjero, es necesario convocar a los jinetes de la violencia creciente y de catástrofes aún mayores para alcanzar dichos objetivos.
Paradójicamente, como el papel decisivo de los shocks y las crisis ha sido expurgado tan eficientemente del historial del auge del libre mercado, las tácticas extremas desplegadas en Irak y Nueva Orleans a menudo se tachan de prácticas incompetentes o de amiguismo por parte de la Casa Blanca de Bush.
En realidad, las hazañas de
Bush son una mera punta del iceberg creado, una diminuta porción de una
campaña monstruosamente violenta que lleva en pie de guerra cincuenta años
para lograr la absoluta liberalización del mercado.
Me refiero a las doctrinas fundamentalistas y reconcentradas, incapaces de coexistir con otros sistemas de creencias.
Sus seguidores deploran la diversidad y exigen mano libre para poner en marcha su sistema perfecto. El mundo tal y como es debe ser destruido, para que su pura visión pueda crecer y desarrollarse debidamente. Arraigada en las fantasías bíblicas de grandes inundaciones y fuegos místicos, esta lógica lleva ineludiblemente a la violencia.
Las ideologías peligrosas son las que ansían esa tabla rasa
imposible, que sólo puede alcanzarse mediante algún tipo de cataclismo.
Los sótanos de las agencias de información soviéticas han abierto sus puertas a investigadores que se han apresurado a contar el número de muertos en hambrunas, campamentos de trabajos forzados y asesinatos.
El proceso ha generado un fuerte debate en todo el mundo respecto al papel de la ideología que había detrás de estas atrocidades, y hasta qué punto ésta es responsable de aquéllas, o bien si la distorsión del sistema se debe a que tuvo líderes como Stalin, Ceaucescu, Mao o Pol Pot.
Por supuesto que no.
Pero tampoco se puede deducir que todas las formas de comunismo sean intrínsecamente genocidas, corno se ha dicho con total desparpajo. Ciertamente fueron interpretaciones doctrinales y dictatoriales de la teoría comunista que despreciaban la pluralidad las que llevaron a las ejecuciones masivas de Stalin y a los campos de reeducación de Mao.
La dictadura comunista está, como debe ser,
por siempre empañada por esos experimentos en sociedades reales.
Si los adversarios más comprometidos contra el modelo económico corporativista desaparecen sistemáticamente, ya sea en la Argentina de los años setenta o en el Irak de hoy en día, esa labor de supresión se achaca a la guerra sucia contra el comunismo o el terrorismo.
Prácticamente jamás se alude a la lucha para la
instauración del capitalismo en estado puro.
Un mercado libre, con una oferta de productos determinada, puede coexistir con un sistema de sanidad pública, escolarización para todos y una gran porción de la economía - como por ejemplo una compañía petrolífera nacionalizada - en manos del Estado.
También es posible pedirles a las
empresas que paguen sueldos decentes, que respeten el derecho de los
trabajadores a formar sindicatos, y solicitar a los gobiernos que actúen
como agentes de redistribución de la riqueza mediante los impuestos y las
subvenciones, con el fin de reducir al máximo las agudas desigualdades que
caracterizan al Estado corporativista. Los mercados no tienen por qué ser
fundamentalistas.
Era
exactamente el sistema de compromisos, equilibrios y controles que la
contrarrevolución de Friedman se dispuso a desmantelar metódicamente en todo
el mundo. Bajo este prisma, la Escuela de Chicago y su modelo de capitalismo
tienen algo en común con otras ideologías peligrosas: el deseo básico por
alcanzar una pureza ideal, una tabla rasa sobre la que construir una
sociedad modélica y recreada para la ocasión.
Durante más
de treinta y cinco años, el motor de la contrarrevolución de Friedman ha
sido la singular atracción hacia un tipo de libertad de maniobra y
posibilidades que sólo se da en situaciones de cambio cataclísmico. Cuando
las personas, con sus tozudas costumbres e insistentes demandas, estallan en
mil pedazos; momentos en los que la democracia parece una imposibilidad
práctica.
En esos períodos maleables, cuando no tenemos un norte psicológico y estamos físicamente exiliados de nuestros hogares, los artistas de lo real sumergen sus manos en la materia dócil y dan principio a su labor de remodelación del mundo.
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