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por Thierry Meyssan
12 Julio 2011
traducción de SC & HV asociados.
del Sitio Web
RedVoltaire
Versión en Italiano
La Coalición de Voluntarios intervino en Libia para
'salvar' a la
población civil de la represión del tirano Gaddafi.
Cuatro meses más
tarde, las muchedumbres libias han abandonado el territorio liberado
de Bengasi y se agolpan en gigantescas manifestaciones contra la
intervención de la OTAN.
Esa inesperada realidad ha dejado sin
estrategia a las fuerzas de la alianza atlántica. Los italianos
empiezan a retirarse y los franceses buscan una salida.

El 1º de julio de 2011 el gobierno libio esperaba reunir en Trípoli
1 millón de personas en una gran manifestación contra la OTAN.
Para
sorpresa de las autoridades libias, y de la OTAN,
la participación
se elevó a 1,7 millones de personas.
111 días después del inicio de la intervención de la Coalición de
Voluntarios en Libia no se vislumbra aún ninguna solución militar y
los expertos señalan unánimemente que de no producirse un golpe de
suerte inesperado a favor de la OTAN o el asesinato de Muammar el
Gaddafi, el tiempo corre a favor del gobierno libio.
El 7 de julio, el consejo de ministros de Italia redujo a la mitad
la participación de su país en el esfuerzo de guerra y retiró su
portahelicópteros. El jefe del gobierno italiano, Silvio Berlusconi,
declaró incluso que siempre estuvo en contra de ese conflicto pero
que el parlamento lo había obligado a participar.
El 10 de julio, el ministro de Defensa de Francia, Gerard Longuet,
mencionó una solución política con una salida de Gaddafi «hacia otra
ala de su palacio y con otro título». Como ya no hay palacio, es
evidente que la primera condición es puramente formal. En cuanto a
la segunda, nadie entiende su sentido, lo cual indica que se trata
simplemente de una salida puramente semántica.
Las estructuras sociales y políticas existentes en Libia son fruto
de la cultura local y resultan de difícil comprensión para muchos
occidentales.
Libia dispone de un sistema unicameral de democracia
participativa que funciona de forma notablemente eficaz a nivel
local y se complementa con la existencia de un foro tribal, que no
constituye una segunda cámara o una especie de senado ya que no
dispone de poder legislativo, sino que integra la solidaridad entre
los diferentes clanes dentro de la vida política.
Ese dispositivo se
completa con la figura del «Guía», que no dispone de ningún poder
legal sino de una autoridad moral. Nadie está obligado a prestarle
obediencia, pero la mayoría lo hace, como lo haría con el cabeza de
familia, aunque nada los obliga a ello.
Se trata, en conjunto, de un sistema político apacible en el que la
gente no expresa temor hacia la policía, fuera de los momentos
caracterizados por intentonas golpistas o durante el motín de la
cárcel de Abou Salim (1996), hechos que fueron reprimidos de manera
particularmente sangrienta. Esos elementos de juicio permiten
percibir lo absurdo de los objetivos de guerra de la Coalición de
Voluntarios.
Oficialmente, [la Coalición de Voluntarios] interviene en respuesta
al llamado del Consejo de Seguridad de la ONU y para proteger a las
víctimas civiles de una represión masiva. Hoy en día, sin embargo,
los libios tienen la certeza de que nunca existió la represión y de
que la fuerza aérea Libia nunca bombardeó ningún barrio de Bengasi
ni de Trípoli.
El sector de la población Libia que en algún momento
creyó esas noticias, divulgadas por los canales internacionales de
televisión, ha cambiado de parecer. La población, que generalmente
tiene parientes y amigos dispersos a todo lo largo y ancho del país,
ya ha tenido tiempo de informarse sobre la situación de estos y ha
llegado a la conclusión de que todo no fue más que un engaño.
Sobre ese tema, como sucede con muchos otros, el mundo se divide
actualmente entre los que creen la versión estadounidense y los que
no creen en ella.
En lo que me concierne, yo estoy residiendo en
este momento en Trípoli, específicamente en el barrio considerado
hostil a Gaddafi y que supuestamente fue bombardeado por la aviación
Libia por haberse sublevado en el primer momento. Y soy testigo de
que, con excepción de un automóvil quemado, no existe aquí ningún
indicio de tales incidentes.
Los únicos inmuebles bombardeados aquí
son edificios oficiales destruidos posteriormente por los misiles de
la OTAN.
En todo caso, los principales líderes de la OTAN también han
mencionado públicamente otro objetivo de esta guerra, con el que
algunos miembros de la coalición no parecen estar de acuerdo. Ese
objetivo es obtener la renuncia de Gaddafi, el «cambio de régimen».
Aparece así una confusión imposible de desentrañar.
Por un lado, esa
exigencia no tiene absolutamente ninguna base jurídica a la luz de
las resoluciones adoptadas en la ONU (Organización
de Las Naciones Unidas) y no tiene tampoco nada que ver
con el objetivo oficialmente anunciado de garantizar la protección
de la población reprimida.
Por otro lado, exigir la renuncia de
Gaddafi carece además de todo sentido porque Gaddafi no ejerce
ninguna función institucional sino que goza únicamente de una
autoridad moral implícita en estructuras de carácter social, no de
carácter político.
En definitiva, ¿con qué derecho se oponen los miembros de la OTAN al
proceso democrático y deciden en lugar del pueblo libio la exclusión
de uno de sus líderes?
Tal confusión confirma, por demás, que esta guerra responde a
móviles no confesados, móviles que no comparten todos los miembros
de la Coalición de Voluntarios.
El principio mismo de un ataque simultáneo contra Libia y Siria fue
adoptado por el poder estadounidense durante la semana que siguió a
los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Fue expuesto
públicamente por primera vez por el entonces secretario de Estado
adjunto, John Bolton, en su discurso del 6 de mayo de 2002, titulado
«Más allá del Eje del Mal».
Fue confirmado por el general Wesley
Clark, el 2 de marzo de 2007, en una
célebre entrevista concedida a
la televisión. El ex comandante de la OTAN presentó en aquella
entrevista la lista de Estados que en los próximos años serían
blancos de los ataques de Estados Unidos.
Los discípulos de Leo Strauss [1] tenían previsto atacar
inicialmente Afganistán, Irak e Irán en el marco del «rediseño del
Medio Oriente ampliado».
Después, en una segunda fase, tenían
previsto atacar Libia, Siria y el Líbano para extender el proceso y
rediseñar también el Levante y el norte de África. Posteriormente,
en una tercera fase, se producirían ataques contra Somalia y Sudán
para remodelar el este de África.
Razones de evidente índole militar motivaron la posposición del
ataque contra Irán y se decidió entonces pasar directamente a la
Fase II, sin vínculo con los acontecimientos reales o imaginarios de
Bengasi. La Coalición de Voluntarios se ve así arrastrada a un
proceso que no deseaba y que, por demás, le queda grande.
La estrategia trazada por Estados Unidos y puesta en práctica por
Francia y el Reino Unido - inmersos en una alianza que recuerda los
tiempos de la
expedición de Suez - se basaba en un análisis
particularmente detallado del sistema tribal libio.
Sabiendo que los
miembros de algunas tribus - principalmente
los Warfallah - han sido
apartados de los cargos de responsabilidad, como resultado del
fallido golpe de Estado de 1993, la OTAN explotaría las
frustraciones de esas figuras, las armaría y las utilizaría para
derrocar el régimen e instalar un gobierno prooccidental.
Berlusconi afirma que Sarkozy y Cameron indicaron en una reunión de
los aliados, el 19 de marzo, que,
«la guerra se terminaría cuando se
produjera, como se espera, una revuelta de la población de Trípoli
contra el régimen actual».
Esa estrategia alcanzó su apogeo, el 27 de abril, con el llamado de
61 jefes tribales a favor del Consejo Nacional de Transición.
Hay
que señalar que en ese documento ya no se habla de masacres
atribuidas al «régimen» en Bengasi y Trípoli sino de la supuesta
intención de cometerlas. Los firmantes no agradecen a Francia y a la
Unión Europea haber detenido una masacre ya desatada sino haber
impedido una carnicería anunciada.
A partir de ese llamado, de manera constantemente y sin interrupción,
las tribus de la oposición volvieron a unirse al gobierno de Trípoli
y sus jefes incluso viajaron a la capital Libia para expresar
públicamente su apoyo a Gaddafi.
Ese proceso ya había comenzado en
realidad mucho antes y se manifestó públicamente el 8 de marzo,
cuando el «Guía» recibió el homenaje de los jefes de tribus en el
hotel Rixos, rodeado de los periodistas occidentales, que incluso
sirvieron entonces de escudos humanos, absortos ante aquella nueva
provocación.
La explicación es muy sencilla.
La oposición interna a Gaddafi no
tenía motivo alguno para derrocar el régimen antes de los
acontecimientos de Benghazi. El llamado del 27 de abril se basó en
noticias que los firmantes consideran hoy simples mentiras.
Partiendo de ese hecho, estos fueron expresando uno a uno su apoyo
al gobierno nacional en la lucha contra la agresión extranjera.
Conforme a la cultura musulmana, los rebeldes que han probado su
buena fe fueron automáticamente perdonados e incorporados a las
fuerzas nacionales.
No es relevante para nuestro análisis el determinar si la represión
del régimen de Gaddafi es una realidad histórica o un mito de la
propaganda occidental. Lo importante es saber lo que piensan en este
momento los libios en su condición de pueblo soberano.
Es importante observar aquí la correlación de fuerzas en el plano
político. El Consejo Nacional de Transición (CNT) no ha sabido
dotarse de una base social. Bengasi, su capital provisional, era una
ciudad de 800 000 habitantes.
En febrero, cientos de miles de esos habitantes celebraron su
creación.
En este momento, la «ciudad liberada por los rebeldes» y «protegida
por la OTAN» es en realidad un pueblo fantasma que sólo cuenta
algunas decenas de miles de habitantes, a menudo personas que
carecen de medios para abandonar la ciudad. Los habitantes de
Bengasi que no han huido de los combates han huido del nuevo régimen.
En Trípoli, mientras tanto, el «régimen de Gaddafi» logró movilizar
1,7 millones de personas durante la manifestación del 1º de julio y
ha emprendido la organización de manifestaciones regionales todos
los viernes. La semana pasada más de 400 000 personas participaron
en la manifestación de Sabha, en el sur de Libia, y se espera una
manifestación similar el viernes próximo en Az Zawiyah, en el oeste.
Hay que precisar que se trata de manifestaciones de condena contra
la OTAN, que ha matado más de un millar de libios, que está
destruyendo la infraestructura no petrolera del país y que ha
cortado las vías de suministro imponiendo al país un bloqueo naval.
Las manifestaciones se articulan alrededor del respaldo al «Guía»
como líder anticolonialista, aunque no implican necesariamente una
aprobación a posteriori de todos los aspectos de su política.
En definitiva, el pueblo libio ha hablado. Los libios no creen que
la OTAN quiera protegerlos sino que está tratando de conquistar el
país. Y estiman que es Gaddafi quien los está protegiendo ante la
agresión de Occidente.
En esas condiciones, la OTAN se ha quedado
sin estrategia. Y no tiene «Plan B», nada de nada.
Las deserciones en el bando del Consejo Nacional de Transición son
tan numerosas que, según la mayoría de los expertos, las «fuerzas
rebeldes» no pasan de 800 o 1 000 combatientes, ciertamente armados
hasta los dientes por la alianza atlántica, pero incapaces de
desempeñar un papel importante sin apoyo popular.
Es probable que
los comandos de las fuerzas especiales desplegados por la OTAN en
suelo libio sean más numerosos que los combatientes libios que
dirigen.
La retirada italiana y las declaraciones del ministro de Defensa de
Francia no tienen nada de sorprendentes. A pesar de su poder de
fuego, sin equivalente en la historia, las fuerzas de la OTAN han
perdido esta guerra. No en el plano militar, claro está, sino porque
olvidaron que,
«la guerra es la continuación de la política con otros
medios» y porque se equivocaron en el plano político.
Los alaridos de Washington, que regañó inmediatamente al ministro
francés y se niega a reconocer los hechos, no cambiarán la realidad.
Notas
[1] Les disciples de Leo Strauss, Ndlr.
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