7. LA SEXUALIDAD, SACRAMENTO ESENCIAL


Los antiguos textos alquímicos abundan en imágenes confusas y complicadas, lo cual es intencionado, puesto que se pretendía disuadir a los no iniciados y que no descubrieran sus secretos. Sabemos que en el plano más profundo, la alquimia trataba de la transformación personal, espiritual y sexual, y los secretos en cuestión versaban sobre las técnicas que permitiesen alcanzar esa «Gran Obra». Recordemos que el psicólogo C. G. Jung, al reconocer las profundas preocupaciones de orden no material, y sexual, de la alquimia, la llamó «precursora del psicoanálisis».1

Ya hemos visto que la «Gran Obra» de los alquimistas era una experiencia rara, que cambiaba toda la vida, y nadie sabe con seguridad qué forma adoptaba. Sin embargo, Nicolás Flamel (alquimista y supuesto Gran Maestre del Priorato de Sión), quien alcanzó el sublime objetivo el 17 de enero de 1382 en París, dijo que lo había hecho en compañía de su mujer Perenelle.2

 

Parece que eran una pareja bien avenida y se cree que ella también fue alquimista: muchas mujeres lo fueron en secreto. Pero ¿mencionó Flamel su presencia en esa jornada trascendental con la deliberada intención de comunicar algún indicio sobre la verdadera naturaleza de la Gran Obra? ¿Se quiere dar a entender que ésta adoptaba la forma de algún tipo de rito sexual?


Es innegable la existencia de un componente sexual, cuando menos, en la práctica alquímica, tal como revela el texto alquímico clásico La Corona de la Naturaleza citado en la Alquimia de Johannes Fabricius:

Dama de blanco cutis amorosamente unida a su esposo de rubicundos miembros, mutuamente entrelazados en la felicidad de la unión conyugal. Mezcla y disuelve mientras ellos alcanzan la meta de la perfección: Que los dos sean uno, como si tuviesen un solo cuerpo.3

Es oportuno recordar aquí las dos disciplinas orientales que subrayan la trascendencia religiosa y espiritual de la sexualidad, el tantrismo hindú y el taoísmo chino. Ambas son muy antiguas, muy respetadas en sus correspondientes culturas, y atribuyen mucha importancia a las posibilidades de determinadas técnicas sexuales a fin de alcanzar la iluminación mística, la regeneración corporal y la longevidad, así como la unión con la divinidad. Todo esto se ha divulgado bastante, pero no suele ser tan conocido fuera de los grupos de iniciados que Tantra y Tao tienen sus respectivas ramas alquímicas, aunque parezca sorprendente. Y veremos que guardan correspondencia con la naturaleza verdadera de la alquimia occidental.


En el tantrismo, por ejemplo, se entiende que la terminología «química» alude a prácticas sexuales. Como dice el estudioso del ocultismo Benjamin Walker en Man, Myth and Magic:

Aunque se ocupe a primera vista de la transmutación de los metales viles en oro, y de los recipientes, implementos y aparatos del comercio, así como de los movimientos rituales del alquimista en su laboratorio, en realidad esta alquimia se desarrolla en el interior del cuerpo.4

¡La paradoja es que las alusiones sexuales de la alquimia occidental se han entendido siempre como metáforas de procesos químicos! Como ha observado Brian Innes en un artículo de The Unexplained sobre la alquimia sexual tántrica y taoísta:

Llama la atención la estrecha semejanza de la imaginería y de las sustancias utilizadas por la alquimia en todas estas culturas. Pero también hay una diferencia esencial que sorprende: que la alquimia de la Europa medieval no parece tener ninguna base sexual explícita.5

Siempre hubo, sin embargo, una enorme diferencia entre las imágenes públicas y los grados de aceptabilidad de la alquimia, si comparamos el Oriente y el Occidente. Ni en China ni en la India fue una ciencia prohibida, ni las actitudes en cuanto a la sexualidad fueron tan neuróticas y reprimidas como en Europa; de ahí que aquélla fuese más franca y explícita en lo que eligiera declarar acerca de su trabajo.


Es reciente el «redescubrimiento» de la «sexualidad sagrada» en Occidente; se trata, en esencia, de la idea de que la sexualidad es el sacramento más alto, que proporciona no sólo el placer sino además la unión con lo Divino y con el universo. Consideran la sexualidad como un puente entre los cielos y la tierra, el cual aporta una tremenda liberación de energías creadoras y además revitaliza a los amantes en grado extraordinario, incluso a nivel celular.

 

El tener en cuenta la sexualidad sagrada implica que por fin podemos entender en Occidente los antiguos textos alquímicos, aunque hayan sido los investigadores franceses (como de costumbre) los más dispuestos a explorar ese aspecto de aquéllos. A. T. Mann y Jane Lyle, que son de los pocos autores de habla inglesa que hayan logrado superar la timidez en esta cuestión, escriben en su libro Sacred Sexuality ( 1995):

Apenas cabe duda de que las enseñanzas alquímicas ocultaban secretos mágicos sexuales estrechamente aliados al conocimiento tántrico. Debido a su complejidad y diversidad, la alquimia ciertamente envolvió otros misterios en alegorías poéticas, las cuales sólo serían penetradas por la mente del iniciado.6

Uno de los muchos autores franceses que han tratado el tema, André Nataf, dice que,

«[...] el secreto que persiguió la mayoría de los alquimistas era de tipo erótico [...] la alquimia no es otra cosa sino la conquista del amor, la “aleación” de lo erótico con lo espiritual».7

Se admite desde hace tiempo, naturalmente, que el tantrismo y el taoísmo fueron vehículos de la tradición oriental de la sexualidad sagrada; pero en Occidente no existió una tradición similar tan definida y localizable... salvo si entendemos que no fue otra sino la alquimia.
 

Es ahora, en nuestra época posfreudiana, cuando salta a la vista la imaginería manifiestamente sexual de los textos alquímicos:

la Luna le dice a su esposo el Sol:

«¡Oh Sol, De nada sirves tú, si no estoy presente yo con mi poder, lo mismo que nada sirve el gallo sin la gallina».8

Y los experimentos químicos revisten forma de «bodas» o «copulaciones», en el mismo sentido que Johann Valentin Andreae tituló Nupcias químicas su tratado.

 

Por supuesto era posible que dicha imaginería no significase sino lo que aparentaba, y que una «copulación« fuese exactamente eso sin que el simbolismo alquímico ocultase ningún otro secreto. Sucede, sin embargo, que se eligieron las palabras con gran cuidado, y obedeciendo al designio de transmitir instrucciones complejas abarcando tanto el sentido sexual como el químico. En esencia los textos alquímicos contenían lecciones de magia sexual y, al mismo tiempo, instrucciones sobre la manipulación de materiales.


No deja de llamar la atención, una vez hemos reparado en el tono sexual explícito de muchas de estas obras, que se haya impuesto históricamente la noción de la alquimia como una ciencia de lo material y nada más, como si todo ese simbolismo fuese puramente arbitrario. Esto se debe a que mientras no se conocieron mejor los misterios orientales, no se disponía de un marco de referencia general en el que situar la idea de una alquimia sexual. Hoy día, en cambio, ya no tenemos ese problema y el concepto va imponiéndose con rapidez.


El significado subyacente de la alquimia no pasó desapercibido para Barbara G. Walker:

Parte del secreto queda revelado por la preponderancia del simbolismo sexual en la bibliografía alquímica; la «copulación de Atenea y Hermes» podía significar la instrucción de mezclar azufre y mercurio en una retorta, o también la «obra» sexual del alquimista con su amiga. Las ilustraciones de los tratados de alquimia sugieren más a menudo nociones de misticismo sexual.

 

Mercurio, o Hermes, fue el héroe alquímico que fertilizó el Vaso Sagrado, un matraz en forma de esfera o huevo que sería la matriz de donde nacería el filius philosophorum. Ese matraz pudo ser real, o una retorta como las que vemos en los laboratorios; pero más a menudo se diría que están hablando de un símbolo místico. La Diadema Real de su progenie aparecía, por ejemplo, in menstruo meretricis, es decir en la sangre menstrual de una prostituta y ésta podría ser la Gran Prostituta, antiguo epíteto de la Diosa [...].9

(Se equivoca en cambio Walker cuando postula que en la búsqueda del vas hermeticum o Vaso de Hermes, lo identificaban con el vas spirituale, el vaso espiritual o vientre de la Virgen María. Pues ¿qué otra María vemos habitualmente portando un vaso o jarra? ¿A quién se representa tradicionalmente vistiendo una túnica color rojo sangre, o envolviéndose en su larga caballera color fuego? ¿Qué otra María está asociada con las nociones de la prostitución y la sexualidad? Una vez más contemplamos la utilización de la Virgen María para ocultar el culto secreto a la Magdalena.)


Hoy es banal hablar de una «química sexual», pero estas palabras tenían para el alquimista un significado más profundo que la mera noción del atractivo instantáneo. En la revista esotérica francesa L’Originel, una autoridad del ocultismo, Denis Labouré, ha analizado el concepto de una alquimia «interna» diferente de la «metálica» y sus paralelismos con la escuela tántrica, pero hace hincapié en que se trata de un «legado tradicional occidental», y prosigue:

Aunque la alquimia sexual sea bien conocida en el taoísmo o el hinduismo, en cambio los autores occidentales se vieron obligados a usar de la mayor prudencia, por los condicionamientos históricos [es decir, la Iglesia]. No obstante, algunos textos aluden con claridad a esa alquimia.10

En apoyo de lo cual cita un tratado de Cesare della Rivera fechado en 1605, y agrega:

En Europa las pistas de esos antiguos rituales [sexuales] pasan por las escuelas gnósticas, y por las corrientes alquímicas y cabalísticas de la Edad Media y el Renacimiento —es entonces cuando numerosos textos alquímicos tienen doble lectura—, hasta reaparecer en las organizaciones ocultas formadas y organizadas principalmente en la Alemania del siglo XVII.

De hecho, el uso del simbolismo «metálico» se retrotrae a los propios orígenes de la alquimia en Alejandría, es decir a los siglos I-III. En los conjuros mágicos de los antiguos egipcios eran frecuentes las metáforas metalúrgicas; los alquimistas se limitaron a adaptar esa imaginería. He aquí un ejemplo de un conjuro amoroso egipcio atribuido a Hermes Trismegisto. Debe de datar del siglo I de nuestra era, como más tarde, y alude simbólicamente a la forja de una espada:

Tráemela templada en la sangre de Osiris [la espada], y ponla en la mano de Isis [...] forjarás todo eso en el horno de fuego, con el soplido del corazón y el hígado, en los lomos y el vientre de [el nombre de la mujer]. Llévala a la casa de [el nombre del hombre] y que entregue a su mano lo que ella tiene en la mano, a su boca lo que ella tiene en la boca, a su cuerpo lo que ella tiene en el cuerpo, a su vara lo que ella tiene en el vientre.11

La alquimia tal como fue practicada por la trama clandestina medieval tomó forma originaria en el Egipto de los primeros siglos de la era cristiana. Isis representaba entonces un papel principal en ella. En un tratado titulado Isis la Profetisa de su hijo Horus, ella cuenta cómo obtuvo los secretos de la alquimia «de un ángel y profeta» valiéndose de la astucia femenina. Para ello le incitó y encendió su lujuria hasta que él no podía contenerse más, pero no quiso entregarse sino a condición de que le fuesen comunicados los secretos: clara referencia a la naturaleza sexual de la iniciación alquímica.12

 

(Y que recuerda la leyenda del papa Silvestre II y Meridiana que comentábamos en el capítulo 4, cuando dice que él recibió sus conocimientos alquímicos gracias a una relación sexual con aquella figura femenina arquetípica.)

 

Otro tratado antiguo, atribuido a una mujer alquimista llamada Cleopatra — una iniciada de la escuela que fundó la legendaria María la Judía—,13 contiene imágenes sexuales explícitas:

«Considerad la plenitud del arte como la unión del esposo y la esposa en la alcoba nupcial».

Salta a la vista la semejanza con un texto gnóstico de la misma época que dice:

Cuando el varón alcanza el momento supremo y salta la semilla, en ese momento la mujer recibe la fuerza del varón y éste recibe la fuerza de la mujer [...]. Es por esto que el misterio de la unión corporal se practica en secreto, a fin de que no sea degradada la coyunda natural por las miradas de la multitud, que profanarían la obra.14

Los textos alquímicos antiguos abundan en simbolismos que hacen alusión a técnicas secretas de la sexualidad sagrada, y probablemente derivaron de un sistema egipcio homólogo del tantrismo y del taoísmo. Que tales tradiciones existían, nos lo revela el texto llamado el «Papiro erótico de Turín» (que es donde ahora se conserva), y que durante mucho tiempo estuvo considerado como un ejemplo de pornografía egipcia.

 

En realidad lo que demuestra esa consideración es el error académico occidental consistente en confundir un ritual religioso con la pornografía. Algunos de los ritos más sagrados del antiguo Egipto eran de tipo sexual; así por ejemplo la observancia religiosa cotidiana del faraón y su consorte incluiría probablemente el hacerse masturbar por ella en una reedición simbólica de la creación del universo por el Dios Ptah, que utilizó un procedimiento similar.

 

La imaginería religiosa de los palacios y los templos reproduce esta escena, pero los arqueólogos y los historiadores la juzgaron tan escandalosa que sólo recientemente han querido admitir su significado, e incluso así la comentan con reticencia y como pidiendo disculpas. Está claro que el Occidente tiene mucho que aprender para ponerse a la altura de los egipcios y su aceptación total de la sexualidad como sacramento.


No es un fenómeno nuevo esa renuencia a admitir el significado que la sexualidad tuvo para los antiguos. Para los comentaristas de los siglos I y II la cuestión no encerraba ninguna dificultad, pero como ha observado Jack Lindsay, hacia el siglo VII el simbolismo sexual de las obras alquímicas aparece ya tratado de una «manera oculta y eufemística».15


Queda en todo caso que la alquimia occidental tuvo en sus comienzos un fuerte acento sexual. ¿Es de creer que en la Edad Media se hubiese extinguido por completo tan profunda e influyente tradición?


Algunas de las primeras sectas gnósticas, como los carpocratenses de Alejandría, practicaban ritos sexuales. No ha de extrañar que fuesen condenados por los Padres de la Iglesia que juzgaron degradantes y repugnantes las prácticas de aquéllos, y en ausencia de testimonios históricos menos hostiles, imposible sabor con exactitud en qué consistían.


En toda la Historia del cristianismo han ido apareciendo sectas «heréticas» que incorporaban actitudes más libertarias en relación con la sexualidad, pero fueron invariablemente condenadas y eliminadas, por ejemplo los Hermanos y Hermanas del Espíritu Libre, también llamados adamitas, que según se dijo practicaban un «secreto sexual» todavía en los siglos XIII y XIV.16 La filosofía de los adamitas revela una marcada influencia del opúsculo Schwester Katrei, el cual como hemos mencionado contiene indicios de que su autora conocía la imagen de María Magdalena que dan los evangelios gnósticos, y tal vez participó en aquella secta.17


Otro grupo que manejó ideas de mística erótica, aunque no se identifica como secta religiosa, fueron los célebres trovadores que entonaron sus loas del culto a la mujer en el sudoeste de Francia y cuyos equivalentes alemanes fueron los Minnesinger, en el que Minne significa una mujer idealizada, o la Diosa.18 El amor del caballero hacia su dama manifiesta devoción y reverencia al principio de lo Femenino.

 

Y el contenido de los poemas, descrito corno una mezcla de «espiritualidad y carnalidad»,19 puede considerarse como una serie de alusiones apenas veladas a la sexualidad sacra. Ni siquiera la historiadora académica Barbara Newman consigue prescindir de un lenguaje evocador de la sexualidad sagrada al resumir esa tradición, cuando describe:

[...] un juego erótico que revestía una desconcertante variedad de aspectos: se podía ser la novia de un Dios, o el amante de una Diosa, o fundirse completamente con el Amado y pasar a ser divino [...].20

Buena parte de la tradición del amor cortés implica el conocimiento de ciertas técnicas concretas, por ejemplo la maithuna o retención del orgasmo a fin de inducir sensaciones de sublimidad y conciencia mística.


Como señala el poeta y escritor británico Peter Redgrove:

Es posible reseguir toda una tradición de maithuna (sexualidad visionaria tántrica) en la literatura trovadoresca.21

Los trovadores adoptaron la rosa como símbolo, quizá porque rose es anagrama de Eros, el Dios del amor. Y también es posible que aquellas ubicuas «damas», a las que era preciso obedecer incluso cuando mantuviesen un casto alejamiento, significasen otra cosa en el plano esotérico, como sugiere con mayor claridad el nombre alemán de los Minnesinger.
 

La dama arquetípica no pudo ser la Virgen María, pues si bien la rosa fue también un símbolo mariano muy utilizado en la Edad Media, esa veneración no tenía necesidad de expresarse en claves ocultas. Por otra parte, la flor que mejor describía sus cualidades no era la rosa, por demasiado erótica, sino el lirio pascual, bello pero austero, sin matiz alguno de carnalidad. Pero entonces, ¿a quién podían celebrar los trovadores en sus canciones? ¿Dónde había, en la época, una «Diosa» bienamada de los grupos heréticos? ¿Quién sino María Magdalena?


Los grandes rosetones de las catedrales góticas siempre miran al Oeste —el punto cardinal correspondiente tradicionalmente a las divinidades femeninas—,22 y nunca demasiado lejos de una capilla consagrada a una «Nuestra Señora» negra. Y como hemos visto, esas estatuas enigmáticas son Diosas paganas con un vestido diferente, encarnaciones de la ancestral celebración de la sexualidad femenina.
 

Además del rosetón sagrado las catedrales góticas contenían más imaginería pagana; en Chartres y otras, por ejemplo, el simbolismo de la telaraña y el laberinto alude directamente a la Gran Diosa en su manifestación como hilandera y dueña de los destinos humanos. Pero otras muchas iglesias contienen también innumerables imágenes femeninas. Algunas de éstas son tan gráficas que una vez ha aprendido a entenderlas, el cristiano nunca más vuelve a mirar sus iglesias con los mismos ojos de antes. La gran puerta ojival del gótico bajo la cual tantas generaciones de cristianos habrán pasado sin fijarse apenas, en realidad es una representación de la parte más íntima de la Diosa.

 

Por ella se entra al interior oscuro y uterino de la Madre Iglesia, y además de tener unas arquivoltas con varias bandas concéntricas de molduras las más de las veces, la clave de arco en forma de botón de rosa a menudo recuerda inequívocamente un clítoris. Una vez en el interior, el devoto católico va a la pila del agua bendita, esculpida con frecuencia en forma de concha gigante, símbolo de la natividad de la Diosa (tal como pintó con audacia Boticelli, el supuesto Gran Maestre del Priorato de Sión antes de Leonardo, en su Nacimiento de Venus, y recordemos que se reconoce en la venera o concha de peregrino un símbolo clásico de la vulva.)23

 

Todos estos símbolos fueron introducidos deliberadamente por los seguidores del principio de lo Femenino, y aunque comunican a un nivel subliminal, no dejan de surtir su efecto turbador en el inconsciente. Combinados con la solemnidad de la música, la luz misteriosa de las velas y el olor del incienso, no es extraño que inspirasen fervores peculiares a los devotos.


Para los iniciados en los misterios, lo Femenino era un concepto carnal, místico y religioso al mismo tiempo. La energía y el poder los recibía de la sexualidad, y su sabiduría —la llamada a veces «sabiduría de la prostituta»— proviene del conocimiento de la «rosa», eros.


Como suele decirse, «el conocimiento es poder» y los secretos de esa naturaleza lo tienen, y tal que no puede compararse a ningún otro. Por eso representaban un peligro extraordinario para la Iglesia de Roma, o mejor dicho para la opinión cristiana en cualquiera de sus tendencias. La sexualidad sólo era aceptable, y en muchos casos esto continúa vigente, cuando la unión sexual iba orientada a la procreación. Por este motivo no existe un concepto cristiano de la sexualidad sólo por el placer, y no digamos ya la idea familiar a los tántricos y los alquimistas de que pudiera servir como vehículo de la iluminación espiritual.

 

(Como se sabe la Iglesia católica prohíbe la contracepción, pero hay grupos cristianos que van todavía más lejos; entre los mormones, por ejemplo, están mal vistas las relaciones sexuales entre personas de la tercera edad, es decir posmenopáusicas.)


Lo que quieren todas estas normas restrictivas en realidad es la sumisión de la mujer. Ellas son las que deben aprender a mirar la sexualidad con aprensión, sea porque se viva sin alegría, como un «débito» matrimonial y nada más, o porque conduce inevitablemente a los dolores del parto. Éste ha sido durante siglos el tema central de la condición femenina según el modo de ver de la Iglesia, y también según el de los hombres en general: si se les quitase a las mujeres el miedo a los dolores del parto, indudablemente sobrevendría el caos.


Uno de los motivos principales que recurren en las atrocidades de la caza de brujas fue el odio y el temor a las comadronas, esas mujeres que conocían remeDios para aliviar los dolores del parto y, por consiguiente, eran un peligro para la civilización decente. Kramer y Sprenger, los autores del infame Malleus Maleficarum - el «Martillo de las brujas», que era el manual de instrucciones para el interrogatorio de las tales—, señalaron especialmente a las comadronas como merecedoras del peor trato posible a manos de los Inquisidores. De esta manera, el pánico a la sexualidad femenina acarreó cientos de miles de víctimas, la mayoría mujeres, durante los tres siglos que duró la caza en cuestión.

Empezando por la misoginia de los primeros Padres de la Iglesia, que incluso llegaron a dudar de que la mujer tuviese alma, se juzgó bueno cualquier recurso que sirviera para hacer que ésta se sintiera profundamente inferior. No sólo se les dijo que eran pecadoras por naturaleza, sino que además eran la principal causa de pecado en el hombre, o tal vez la única. Y si el hombre, al que la virtud se le supone, experimentaba algún movimiento de lujuria, se enseñaba que eso era una reacción ante la astucia diabólica de la mujer, que los empujaba a actos que de otro modo ni se les habrían ocurrido.

 

Una expresión extrema de esta actitud se halla en la doctrina de los teólogos medievales sobre el delito de violación: la mujer era la responsable, no sólo de haber provocado dicho acto contra ella misma, sino de que corriese peligro de condenación el alma del violador, de todo lo cual tendría que rendir cuentas en el Día del Juicio.24


Como escribe R. E. L. Masters:

Casi toda la responsabilidad de la horrorosa pesadilla que fue la obsesión de la hechicería, y la mayor parte de ella por envenenar la vida sexual de Occidente, recae indudablemente en la Iglesia católica romana.25

La Inquisición, creada expresamente para luchar contra la herejía de los cátaros, se adaptó con soltura a su nueva misión de perseguidora, torturadora y exterminadora de brujas, aunque más tarde los protestantes también se unieron a tal empresa con gran afición. Significativamente los primeros juicios contra hechiceros se celebraron en Toulouse, donde tenía su cuartel general la Inquisición anticátaros. ¿Sería el resentimiento por alguna recidiva del catarismo lo que condujo a aquellos cruciales procesos, o un síntoma del pánico que las languedocianas inspiraban a los inquisidores obsesionados por el sexo?


En el fondo del miedo y el odio a la mujer subyace la intuición de que ellas tienen una capacidad peculiar para gozar de la sexualidad. El hombre medieval quizá no disfrutó el privilegio de unas clases de Ciencias en que se enseñase anatomía, pero sus investigaciones personales no dejarían de revelarle la existencia de ese órgano curiosamente amenazador, el clítoris. Esa pequeña protuberancia, tan astuta aunque subliminalmente celebrada en la clave de la ojiva gótica, es el único órgano humano con la exclusiva función de dar placer.

 

Las consecuencias de ello son, o mejor dicho han sido siempre enormes, y explican, además de las supresiones patriarcales de todo género, por una parte, todos los ritos tántricos y de la mística sexual, por otra. El clítoris, todavía hoy un tema apenas idóneo para ser discutido en público, revela que la mujer tiene las condiciones para el éxtasis sexual, tal vez más idóneas que las del hombre, cuyo aparato sexual se reparte entre la función excretora y la genital.


Sin embargo, la tradición misógina y patriarcal judeocristiana se impuso a tal punto, que hasta el siglo XX no ha logrado parecer admisible en Occidente la idea de que la mujer también disfruta la sexualidad, y todavía no se lo parece a la Iglesia. Aunque es bien cierto que la desigualdad sexual y la hipocresía no son evoluciones exclusivas de las tres grandes religiones patriarcales, la cristiana, la judaica y la islámica —bastará recordar las tradicionales quemas de viudas del hinduismo—, no obstante la noción de que la sexualidad es inherentemente impura y vergonzosa tiene su origen en la tradición occidental.

 

Y donde prevalecen semejantes actitudes, habrá siempre deseo reprimido y remordimiento del tipo que inevitablemente provoca delitos contra la mujer, e incluso psicosis colectivas de temor a la hechicería. La actitud tradicional con su miedo y su odio a la sexualidad ha dejado una herencia terrible que todavía persiste en forma de sevicias, pederastia y violaciones. Porque cuando se aborrece la sexualidad, la procreación y los niños quedan implícitamente manchados por la impureza y así los infantes son víctimas de los malos tratos lo mismo que sus madres.


El Yahvé irascible y algo contradictorio del Antiguo Testamento creó a Eva sólo para arrepentirse luego de haberla creado, porque casi tan pronto como «nació» ella manifestó una capacidad para pensar por su cuenta bastante superior a la de Adán. Formaban un potente equipo Eva y la «serpiente», lo que no es de extrañar porque las serpientes eran símbolos antiguos de Sophia y por tanto no representaban la astucia, sino la sabiduría. Pero ¿le complació a Dios que la mujer creada por Él demostrase iniciativa y autonomía al comer del árbol prohibido, deseosa de adquirir sabiduría?

 

Tras haber demostrado en cuanto a las cualidades de Eva una imprevisión asombrosa para un omnipotente y omnisciente constructor de universos, Dios la condena a toda una vida de dolor, empezando por la maldición de coser, nótese bien (porque se dieron cuenta de que estaban desnudos ella y Adán, y cosieron unas hojas de higuera para taparse). Así se les introdujo la idea de que debían avergonzarse de sus cuerpos, y cómo no, de su sexualidad. Extrañamente se da a entender que luego Dios los vistió, como si no pudiese soportar la visión de las carnes desnudas que había creado.


Este mito producto de unas gentes de mentalidad simplista venía a suministrar la justificación retrospectiva de la degradación de la mujer. De paso disuadía de cualquier tentativa de aliviar «los trabajos de tus preñeces». Negó a la mujer durante miles de años el tener voz propia, al tiempo que profanaba, degradaba e incluso juzgaba diabólico el acto sexual en vez de considerarlo gozoso y mágico. La vergüenza y los remordimientos ocuparon el lugar del amor y del éxtasis para inculcar el temor neurótico a un Dios masculino que sin duda se aborrecía a sí mismo, puesto que quiso destruir incluso su mejor creación, la humanidad.


De esta leyenda intoxicante proviene el concepto de pecado original, por el cual incluso los inocentes recién nacidos son merecedores del purgatorio; hasta época bien reciente ha envuelto el milagro del nacimiento en un velo de pudibundez y superstición, y ha suprimido el poder peculiar de la mujer... lo cual era, a fin de cuentas, el primer móvil de toda esa ficción.
Aunque resta todavía un cúmulo impresionante de miedo e ignorancia en cuanto a la sexualidad en nuestra cultura, hoy las cosas están bastante mejor que hace sólo, digamos, diez años.

 

Varios libros importantes han abierto nuevas perspectivas... o tal vez vuelto a abrir las que estaban tapiadas. Entre ellos figuran The Art of Sexual Ecstasy, de Margo Anand (1990), y Sacred Sexuality, de A.T. Mann y Jane Lyle (1995); ambos celebran la sexualidad como medio de iluminación y transformación espiritual.


Como se ha mencionado, otras culturas se han salvado de padecer nuestros problemas (excepto cuando han quedado contaminadas por la mentalidad occidental). En algunas la sexualidad se sublimó incluso por encima del arte, hasta ser vista como un sacramento, es decir aquello que hace posible para los participantes la unión con la Divinidad. Ésa es la razón de ser del tantrismo, sistema místico de unión con los Dioses por la vía de ciertas técnicas sexuales como la carezza u obtención de un estado de arrobamiento sin llegar al orgasmo. El tantrismo viene a ser «las artes marciales» de la práctica sexual y exige un entrenamiento asombrosamente largo y disciplinado tanto al hombre como a la mujer... considerados iguales, por cierto.


Ahora bien, el arte del tantrismo no es exclusivo de los mundos exóticos de Oriente. Hoy se encuentran escuelas de Tantra en todas las grandes capitales, aunque con frecuencia los aspirantes abandonan, descorazonados por la extrema exigencia; por ejemplo, a veces se necesitan meses para aprender a respirar de la manera correcta. Ni la utilización de la sexualidad como sacramento tampoco es nueva en Occidente.


Hemos comentado la destacada presencia de la sexualidad en las raíces de la alquimia, y cómo el culto a la rosa de los trovadores podía interpretarse como una veneración del eros. Hemos expuesto por qué los constructores de las grandes catedrales, como la de Chartres, hicieron tanto caso del símbolo de la rosa roja y pusieron capillas a las Vírgenes negras con sus potentes asociaciones paganas.


También el cáliz del Grial puede entenderse como un símbolo femenino, y recordar que, como detalle de excepcional transparencia, Tristán, el gran protagonista del Grial, cambia su nombre a Tantris...26 Incidiendo en esto, el novelista Lindsay Clarke ha descrito la poesía amorosa de los trovadores como «las escrituras tántricas de Occidente».27
 

En las leyendas del Grial la esterilidad del país se debe a la pérdida de potencia sexual por parte del rey, con frecuencia simbolizada por el tema de la «herida en el muslo». Pero el Parzival de Wolfram von Eschenbach es más explícito; ahí la herida está en los genitales, y esto se ha interpretado como una reacción a la represión de la sexualidad natural por la Iglesia.28

 

El estancamiento espiritual resultante sólo podía superarse a través de la búsqueda del Grial, que siempre es algo específicamente vinculado a la mujer, como hemos visto. En una pintura italiana del siglo XV vemos a los caballeros del Grial adorando a Venus (pliego ilustrado), así que en este caso no hay ninguna duda acerca de la naturaleza de la búsqueda.


Lo que subrayan tanto las leyendas del Grial como la tradición del amor cortés de los trovadores es la elevación espiritual de la mujer y el respeto hacia ella. Queremos considerar significativo que esas dos líneas de la tradición arrancasen, al menos en parte, del sudoeste de Francia.


Muchos estudiosos modernos creen que el tantrismo entró en Europa por mediación del contacto con la secta mística islámica de los sufíes, que incorporó ideas de sexualidad sagrada en sus creencias y en sus prácticas. En efecto, son innegables los paralelismos en el lenguaje utilizado para expresar dichas ideas tanto por los trovadores como por los sufíes. Pero ¿no será que el tantrismo sufí pudo arraigar en la Provenza y el Languedoc porque ya existía una tradición parecida en esas regiones? Hemos aludido a la de igualdad de la mujer que se daba en el Languedoc, y cuando los obsesionados por la lucha contra la brujería sentaron sus reales en Toulouse, ¿qué era lo que pretendían erradicar en realidad? Una vez más nos hallamos frente a la encarnación de ese culto al amor, María Magdalena.


Otra mujer que supo apreciar las posibilidades místicas de la sexualidad fue santa Hildegard de Bingen (1098-1179). De esta personalidad relativamente poco divulgada hasta época reciente han escrito Mann y Lyle:

Gran visionaria, Hildegard escribió de un personaje femenino, inconfundible imagen de la Diosa que acudía a visitarla durante la contemplación profunda:

 

«Entonces me pareció ver una doncella de belleza radiante, incomparable, cuyo rostro irradiaba un resplandor tan intenso que apenas pude mirarla de frente. Llevaba un manto más blanco que la nieve, más brillante que las estrellas, y sus zapatos eran de oro puro.

 

En su mano derecha sostenía el Sol y la Luna y los acariciaba con amor. Sobre su pecho, una tabla de marfil que representaba en zafiros la imagen de un hombre. Y toda la creación la llamaba señora y soberana a esa doncella.

 

Pero ella se puso a hablarle a la imagen que llevaba al pecho diciendo: “Yo estuve contigo desde los principios, en el comienzo de todo lo que es santo. Yo te llevé en mi vientre antes de que hubiese día”.

 

Y entonces oí una voz que me decía: “La doncella que estás viendo es Amor, y tiene su morada en la eternidad”».

Como los demás seguidores del amor cortés medieval, Hildegard creyó que hombres y mujeres podían alcanzar el amor divino amándose los unos a los otros de manera que «toda la tierra se convierta en un solo jardín de amor», Y éste sería completo, la expresión total de la unión abarcando cuerpo y alma, porque tal como ella misma escribió, «es el mismo poder eterno quien ha creado la unión física y decretado que dos seres humanos debían hacerse físicamente uno».29
 

Hildegard fue una mujer notable, dotada de conocimientos inmensos, especialmente en temas médicos. El grado de sabiduría que alcanzó es inexplicable; ella misma lo atribuyó a sus visiones, tal vez aludiendo veladamente a alguna escuela mistérica u otra reserva similar del conocimiento. Es de resaltar que muchas de sus obras demuestran que estaba al corriente de la filosofía hermética.30


La famosa abadesa escribió también detalladas y exactas descripciones del orgasmo femenino, sin omitir las contracciones uterinas. Y no parecen inspiradas en un conocimiento teórico exclusivamente, aunque incluso éste lo considerarían algunos insólito en una santa. Cualesquiera que fuesen los secretos de su autorizada información, sabemos que influyó grandemente sobre san Bernardo de Claraval, el patrono e inspirador de los templarios.31


El carácter de estos monjes-soldados parece presentar una objeción importante a la idea de continuidad de la tradición clandestina del culto herético al amor. Célibes en razón de sus votos (aunque se rumoreó con insistencia que se daban a prácticas homosexuales), nadie diría que fuesen los indicados como exponentes de una filosofía de celebración de la sexualidad femenina, ni mucho menos en la práctica. En cambio, se encuentran claros indicios de tal vinculación en las obras de uno de sus más fervientes defensores, el gran poeta florentino Dante Alighieri (1265-1321).


El descubrimiento de temas gnósticos y herméticos en las obras de Dante no es de hoy; hace cien años, por ejemplo, Éliphas Lévi calificó el Infierno de «juanista y gnóstico».32


El poeta se inspiró directamente en los trovadores del sur de Francia, y era miembro de una cofradía de poetas que se llamaban a sí mismos los fidele d’amore. Antaño considerados como un círculo de estetas, en estudios recientes se les han descubierto motivaciones más secretas y esotéricas.


El prestigioso académico William Anderson, en su ensayo Dante the Maker, describe a los fidele d’amore como,

«una cofradía cerrada, con el designio de alcanzar la armonía entre los aspectos sexual y emocional de su naturaleza y las aspiraciones intelectuales y místicas».33

Se apoya en estudios de eruditos franceses e italianos cuya conclusión ha sido que,

«las damas a quienes rendían culto esos poetas no eran mujeres de carne y hueso sino diferentes disfraces de lo Femenino ideal, Sapientia o la santa Sabiduría» y «la dama de esos poetas era una alegoría de la Sabiduría Divina que buscaban».34

Anderson y su colega Henry Corbin consideran el camino espiritual de Dante como una búsqueda de la iluminación a través del misticismo sexual, lo mismo que hicieron los trovadores. Henry Corbin dice:

Los fidele d’amore, compañeros de Dante, profesan una religión secreta [...] unión entre el intelecto alcanzable por el alma humana y la Inteligencia Activa [...] el Ángel del Conocimiento, o la Sabiduría-Sophia, se visualiza y experimenta como una unión amorosa.35

Pero vemos incluso más notable el vínculo con los caballeros templarios que suministran Dante y sus místicos amigos. Él fue partidario entusiasta los templarios incluso después de la disolución, cuando no era conveniente manifestarse a favor de ellos. En su Divina Comedia califica al rey Felipe el Hermoso de «nuevo Pilato» por sus acciones contra los caballeros, y se cree que el mismo Dante fue miembro de una orden terciaria del Temple llamada La Fede Santa.

 

La relación es demasiado sugerente para dejar de explorarla: tal vez Dante no fue la excepción, sino la regla que corrobora que los templarios tuvieron que ver con un culto al amor.


Sobre esto escribe Anderson:

A primera vista no resulta verosímil que los templarios, como orden militar y célibe, fuesen un canal idóneo para los dedicados al elogio de la belleza femenina. Pero por otra parte, muchos templarios estaban saturados de cultura oriental, y es bien posible que algunos hubiesen establecido contactos con las escuelas sufíes [...].36

Tras lo cual pasa a resumir las conclusiones de Henry Corbin:

La relación entre Sapientia [la Sabiduría] y la imaginería del Templo de Salomón habida cuenta de sus asociaciones con la peregrinación del Gran Círculo, induce a suponer una conexión entre los fidele d’amore y los caballeros templarios, tal vez al punto de considerarlos como una confraternidad laica de la orden.37

En combinación con las revolucionarias pruebas descubiertas por investigadores como Niven Sinclair, Charles Bywaters y Nicole Dawe, tenemos una fuerte indicación de que por los menos el círculo interior de los templarios participaba de una tradición secreta veneradora del principio de lo Femenino.


En la misma línea, esa discutida rama de los templarios que se llama el Priorato de Sión siempre admitió mujeres y además incluye a cuatro de éstas en su nómina de Grandes Maestres, lo cual resulta especialmente llamativo porque corresponden a la época medieval, que es cuando se supone que sería más intenso el prejuicio. Si fueron Grandes Maestres, esas mujeres esgrimieron poder auténtico, y además el cargo requería indudablemente condiciones superiores de integridad, y capacidad para conciliar intereses en conflicto y vanidades a muchos niveles diferentes.

 

Aunque se considere extraño que estuviesen mujeres al timón de una organización supuestamente tan poderosa, en una época en que ni siquiera fue corriente que supieran leer y escribir, no lo parece tanto si tenemos en cuenta que estaban en una tradición secreta de adoradores de una divinidad femenina.


En el trasfondo de muchas de las escuelas mistéricas posteriores quedaban los rosacruces, cuyo interés hacia el misticismo sexual se manifiesta en su mismo nombre, con la conjunción de la cruz fálica y la rosa femenina. Este símbolo de la unión sexual recuerda un poco la antigua cruz ansata de los egipcios, o ankh, donde el trazo vertical es el falo y el bucle almendrado la vulva.

 

Con sus doctrinas mezcla de alquimia y de sabiduría gnóstica, los rosacruces entendieron plenamente a qué principios obedecían, tal como explicó Thomas Vaughan, alquimista y rosacruz del siglo XVII:

«[...] la vida misma no es más que la unión de los principios masculino y femenino, y quien domina a la perfección dicho secreto sabe [...] cómo hay que tratar a una mujer [...]».38

 

(Recordemos la gran rosa al pie de la cruz en el mural londinense de Cocteau, evidente alusión rosacruciana; significativamente la imagen de la rosa-cruz se halla igualmente en la tumba templaria de sir William Saint-Clair.) 39

Pero admitiendo los indicios que hemos examinado como pruebas de que los templarios, los alquimistas y el Priorato fueron devotos de un culto al amor, no parece muy probable que el linaje decididamente masculino de los filósofos herméticos tuviese ninguna relación con organización femenina —o tal vez feminista— de ningún género. Y sin embargo, también esa imagen excesivamente superficial induce a error.


Volviendo a Leonardo, generalmente se considera que fue un homosexual misógino, y es cierto que no hizo mucha demostración externa de afecto hacia las mujeres, que sepamos. Su madre, la misteriosa Catalina, por lo visto lo abandonó a su destino cuando era niño, aunque luego pasara con él sus últimos días, pues se sabe que Leonardo tuvo un ama de casa a la que aludía no sin cierto sarcasmo como la Caterina, y cuando ella murió él pagó el entierro. Homosexual quizá lo fue, pero eso nunca ha sido óbice para hacerse adorador del principio de lo Femenino; muchas veces ocurre más bien todo lo contrario, los iconos de los gay de nuestros días clásicamente suelen ser mujeres fuertes, de marcada personalidad y vida agitada, justamente como las propias María Magdalena e Isis.

 

Se sabe además que Leonardo fue íntimo de Isabella d’Este, mujer culta e inteligente. Aunque sería llevar demasiado lejos la especulación el postular que ella fuese miembro del Priorato ni de ninguna otra escuela «feminista» clandestina, quizá significa al menos que Leonardo no desaprobaba que las mujeres tuviesen cultura.


El hermeticista florentino Pico della Mirandola escribió muchas palabras sobre el tema del poder femenino. En su libro La Strega, es decir «La Bruja», recoge la leyenda de un culto italiano basado en orgías sexuales y presidida por una Diosa.
Y lo que es más notable, identifica a dicha divinidad como «la Madre de Dios».40


También Giordano Bruno, aunque indiscutiblemente viril prestó gran atención a lo femenino. Durante su estancia en Inglaterra en los años 1583-1585 dio a conocer varias obras principales, en las que describió la filosofía hermética tal como podemos encontrarla en cualquier libro de texto de Historia. Lo que suele silenciarse metódicamente es que publicó al mismo tiempo un libro de poesía amatoria titulado Degli eroici furori («De los furores heroicos»), el cual dedicó a su amigo y protector sir Phillip Sydney. Eso no fue un epitalamio debido a un flechazo pasajero, ni un atisbo sobre la vida secreta de quien hasta ahora no conocíamos sus aficiones donjuanescas. Aunque se admite que hay en esa poesía un nivel más profundo, muchas autoridades creen que no es más que una expresión alegórica de la experiencia hermética. Pero en realidad, el amor del que hablan esas obras no es alegórico sino literal.


Los furori del título son, citando a Frances Yates,

«una experiencia que convierte el alma en “divina y heroica” y puede compararse al trance o furor del amor-pasión».41

O dicho de otro modo, estamos contemplando nuevamente lo que es el conocimiento de la capacidad transmutadora de la sexualidad.


En los poemas mencionados Bruno alude a un estado alterado de la conciencia, durante el cual el hermético conoce su potencial divinidad. Lo cual se expresa como el éxtasis de la unión completa con la otra mitad de uno mismo.


Como dice la historiadora,

«[...] me parece que lo que apunta en realidad la experiencia religiosa de los Eroici furori es la gnosis hermética, esto es, la poesía del amor místico de un Mago creado divino, dotado de poderes divinos y que se ve en el proceso de volver a serlo y volver a poseerlos».42

Pero si consideramos la tradición que sigue Bruno, es obvio que tales sentimientos no eran meramente metafóricos. Este énfasis atribuido a la iluminación por la vida del sexo es parte integrante de la filosofía y la práctica del hermetismo. El concepto de la sexualidad sagrada concuerda por entero con las palabras del mismo Hermes Trismegisto en el Corpus hermeticum:

«Si aborreces tu cuerpo, hijo mío, no podrás amarte a ti mismo».43

Otros hermeticistas como Marsilio Ficino identifican cuatro tipos de estado alternativo en que el alma se reúne con lo Divino, y asocian cada uno de ellos a un personaje mitológico: la inspiración poética, patrocinada por las Musas; el entusiasmo religioso, por Dioniso; el trance poético, por Apolo; y todas las formas del amor intenso, por Venus. Este último es la culminación en todos los sentidos, porque ahí es donde el alma obtiene realmente su unificación con lo Divino.44


Significativamente, los historiadores siempre han tomado al pie de la letra los tres estados alterados que se describen en primer lugar, pero optan por interpretar el último, el rito de Venus, como mera alegoría o como alguna especie de amor espiritual despersonalizado. Pero si eso fuese cierto, difícilmente el hermetismo lo habrían catalogado bajo el signo de Venus. En este punto lo que parece pudibundez de los historiadores es generalizada ignorancia de la tradición subyacente. Tenemos ahí otro ejemplo de conceptos que antes se juzgaban oscuros, y que cobran una claridad cristalina una vez tenemos en cuenta la noción de la sexualidad sagrada.


El gran mago y hermeticista Enrique Cornelius Agrippa (1486-1535) fue bastante más explícito. En su clásico tratado De Occulta Philosophia escribió:

«En cuanto al cuarto furor, el que proviene de Venus, convierte y transmuta el espíritu del hombre en un Dios por el ardor amoroso, y le hace enteramente igual a Dios, la verdadera imagen y semejanza de Dios»45

Obsérvese el empleo del término alquímico transmutar, habitualmente entendido como alusión a la absurda e inútil pretensión de convertir el plomo en oro. Es otra materia preciosa la que se busca en este caso; el mismo Agrippa subraya también que la unión sexual «es abundante en dones mágicos».46


No vayamos a subestimar la posición de Agrippa en esa tradición herética. Su tratado De nobilitate et praecellentia foeminei sexus, o «De la nobleza y superioridad del sexo femenino», publicado en 1529 pero basado en una disertación anterior en veinte años, es incluso más que un pronunciamiento notablemente moderno en favor de los derechos de la mujer. De esta asombrosa obra de Agrippa nadie hizo mucho caso hasta época bien reciente, y ello por una sola razón, tristemente previsible: que postulaba la igualdad entre los sexos, e incluso exponía argumentos justificando la ordenación de mujeres, ¡por lo cual la entendieron como una sátira! Que una obra tan apasionadamente favorable a la mujer fuese tomada a broma, dice mucho de nuestra cultura, aunque no bueno. Pero es bastante obvio que Agrippa no bromeaba.


Tampoco se hacía abogado de lo que hoy llamaríamos los derechos de la mujer, ni partidario de establecer un fuero femenino, si bien los principios aducidos por él habrían servido para una campaña de ese género. Como dice en su estudio sobre ese tratado la profesora Barbara Newman, de la Northwest University de Pennsylvania:

[...] hasta el lector animado por un prejuicio favorable se habría quedado en la duda de si Agrippa propugnaba una Iglesia indiferente al sexo en cuanto a la igualdad de oportunidades, o una forma de culto a la mujer.47

Newman y otros eruditos han reseguido las fuentes inspiradoras de Agrippa y señalan la cábala, la alquimia, la hermética, el neoplatonismo y la tradición trovadoresca. Una vez más se apunta a la búsqueda de Sophia como influencia principal.
Sería un error, por consiguiente, creer que Agrippa se limitaba a pedir respeto e igualdad para las mujeres. Iba mucho más allá; postulaba que la mujer debía ser, literalmente, objeto de adoración:

Nadie que no esté completamente ciego dejará de ver que Dios reunió en la mujer toda la belleza que pueda existir en el mundo, para que deslumbrase a toda la creación y fuese amada y venerada bajo muchos nombres.48

(Mencionemos que Agrippa, lo mismo que los alquimistas, atribuyó particulares aplicaciones prácticas y místicas a la sangre menstrual.49 Creían que contenía una especie de elixir o ingrediente único y que ingerida de una determinada manera, utilizando técnicas ancestrales, uno podía obtener el rejuvenecimiento físico y la sabiduría. Nada más lejos de la actitud de la iglesia, desde luego.)


Agrippa no fue sólo un teórico, y no temió a nadie. Además de casarse tres veces, triunfó en lo que parecía imposible: defendió a una mujer acusada de brujería... y ganó el caso.


Bien es verdad que todos ellos, Vaughan, Bruno y Agrippa, eran hombres, y cabe sospechar si predicaban su género de felicidad sexual en interés propio, aunque éste fuese un interés profundamente espiritual. En cualquier caso, y aunque también sea cierto que la mujer que se hubiese atrevido a escribir en semejantes términos y sobre tales asuntos no habría tardado en sufrir la suerte de las brujas, conviene fijarse en que el rito de Venus sólo se entendía realizado cuando ambos protagonistas de la pareja lograban alcanzar los mismos objetivos.

 

El concepto postulaba que unos seres iguales, pero opuestos, colaborasen a un mismo designio, con lo cual serían recipiendarios de la misma iluminación en tanto que pareja, lo cual viene a ser como la idea china de que el todo necesariamente se compone del Yin y el Yang.


En cuanto a Giordano Bruno, no era de los que guardan reserva sobre sus creencias. En sus últimas obras publicadas utilizó una imaginería sexual aún más explícita,50 pero también esto lo pasan por alto los historiadores. Si lo menciona algún manual convencional, nunca dejará de añadir la explicación alegórica. De tal manera que reciben habitualmente la interpretación equivocada estas y otras muchas referencias y asociaciones explícitas de las obras de Giordano; si por ejemplo escribe de «la Diosa» refiriéndose a la anónima dama destinataria de sus poesías amorosas, dicen que eso es afectado, una figura retórica.

 

Y más tarde, cuando envió su mensaje despidiéndose de Alemania y dijo sin más rodeos que la Diosa Minerva era Sophia, la Sabiduría, pues también eso resulta que era una alegoría. Pero las palabras literales fueron inconfundiblemente las de un adorador devoto:

A ella he amado y buscado desde mi juventud, deseando hacerla mi esposa, y he adorado sus formas [...] y he rezado para que [...] fuese enviada a morar conmigo, y a trabajar conmigo para que yo supiera lo que me hacía falta [...].51

Más concluyente, sin embargo, el hecho de que la dedicatoria de Eroici furori remita concretamente al Cantar de los Cantares.52 Una vez más nos encontramos ante el culto de la Virgen negra, y por asociación, el de la Magdalena.


(Naturalmente el otro gran escritor hermético/rosacruz de aquellas fechas, conocido como William Shakespeare, dedicó sus sonetos a una Misteriosa Dama Negra, cuya identidad ha dado pie a generaciones de críticos para el interminable debate. Y aunque bien pudiera ser que hubiese sido una verdadera mujer, o un hombre como aseguran otros, también es probable que represente, en el fondo, a la Madona negra, la Diosa de piel oscura. En efecto, los herméticos simbolizaron cierto estado alternativo, un tipo de trance especializado, en la figura de una mujer de piel oscura.)53


Los vigorosos ataques de Bruno contra las creencias y costumbres del cristianismo le valieron una muerte horrible, que debía servir de escarmiento para otros esprits forts. También el atroz holocausto de brujas y hechiceros, como hemos visto, confería peso a la necesidad de circunspección entre los «heréticos» (y cumple citar aquí que, si bien los quemaderos ya han dejado de funcionar, todavía en 1944 el Reino Unido procesaba a una mujer en virtud de leyes vigentes contra la brujería). Pero como la unión sexual trascendental no dependía de unos individuos determinados sino que era un secreto del acervo clandestino de los ocultistas, no desapareció con aquéllos.


Lo cual no quita que haya alguna dificultad para reseguir una tradición directa de sexualidad sacra en Europa, a causa del antagonismo de la Iglesia y la consiguiente necesidad de mantener reserva por parte de los custodios de ese conocimiento. Sin embargo, hacia los siglos XVI y XVII por lo visto Alemania se convirtió en un refugio de dicha tradición, aunque no muy estudiado hasta época reciente. Según investigadores franceses modernos como Denis Labouré, en Alemania la práctica de la «alquimia interna» se concentró en diversas sociedades ocultistas. Otros estudios recientes, corno el del doctor Stephen E. Flowers, han corroborado que el ocultismo alemán de ese período fue, esencialmente, de naturaleza sexual.54


Otro problema para los investigadores de esta especialidad que buscan indicios de cultos sexuales lo origina la Iglesia, o por lo menos aquellos elementos de ella que tienden a ver manifestaciones de satanismo en todo lo que guarde alguna relación con el sexo. Cuando esos movimientos se sienten perseguidos, lo primero que hacen es destruir o expurgar sus archivos, y entonces todo lo que resta es la versión de los hechos según los cuentan sus adversarios. Eso fue lo que ocurrió con los cátaros y los templarios, y alcanzó su terrible cenit con la caza de brujas; pero el proceso entró en acción todas las veces que alguien expresó ideas acerca de la sexualidad sagrada, como sucedió de nuevo en la Francia del siglo XIX.


En esa época surgieron varios movimientos interrelacionados que, pese a florecer en el seno de la Iglesia católica y ocupar a personajes que se consideraban a sí mismos buenos católicos, incluyeron conceptos de sexualidad sacra y de elevación de lo Femenino (generalmente bajo las formas externas de la Virgen María), además de asociarse a un grupo de «seguidores de Juan» en la sombra, esta vez expresamente identificado como el Bautista.


Tratar de desentrañar la complicada sucesión de los acontecimientos resulta muy difícil, no sólo porque dichos movimientos fueron perseguidos por inmorales en razón de las ideas religiosas no ortodoxas y los conceptos sobre la sexualidad que manejaban, sino además y fundamentalmente, por la intervención de motivos políticos que les valieron la hostilidad de las autoridades. También en este caso, la crónica quedó a cargo de los acusadores.


Los motivos políticos en cuestión quedan fuera del alcance del presente estudio, aunque fuesen muy importantes para los protagonistas de la época. Baste decir que intervinieron, entre otros, las pretensiones del llamado Charles Guillaume Naündorff (1785-1845), pero que decía ser en realidad Luis XVII (el infante al que muchos creían muerto, como su padre Luis XVI, durante la Revolución francesa).
 

Uno de esos grupos fue la Iglesia del Carmelo, también llamada Oeuvre de la Misericorde, fundada poco después de 1840 por un tal Eugène Vintras (1807-1875).


Predicador carismático y persuasivo, Vintras logró captar para su movimiento lo mejorcito de la alta sociedad, lo cual no impidió que pronto se formulasen contra él acusaciones de practicar la magia diabólica. Lo seguro es que sus ritos tenían algún tipo de contenido sexual y en ellos (citando las palabras de Ean Begg), «el sacramento más grande era el acto sexual».55


Para empeorar las cosas de cara a las autoridades, Vintras y Naündorff se avalaban mutuamente. De manera que Vintras se vio arrastrado de manera inevitable a un proceso politizado. Convicto de estafa —aunque incluso las supuestas víctimas declararon que no se había cometido ningún delito—, en 1842 fue sentenciado a cinco años de cárcel. Cuando salió en libertad pasó a Londres y fue entonces cuando un ex miembro de su Iglesia, un sacerdote llamado Gozzoli, escribió un panfleto acusándole de celebrar orgías sexuales de todos los tipos.

 

Y aunque buena parte de ellas fueron, a lo que parece, producto de una imaginación calenturienta, es posible que hubiese algo de cierto. Así que en 1848 la secta fue declarada herética por el papa, y excomulgados todos sus miembros. Pero eso mismo le permitió constituirse como Iglesia separada, que ordenaba sacerdotisas lo mismo que sacerdotes... como los cátaros, aunque no queda claro si el culto de Vintras seguía principios tan elevados.


Detrás de estos personajes se movía una enigmática secta llamada «de los Salvadores de Luis XVII» y también «de los juanistas», grupo que se retrotrae a poco después de 1770 y tal vez desempeñó algún papel en las agitaciones civiles que precedieron a la Revolución. A diferencia de los juanistas «masónicos» que comentábamos antes, éstos no tenían ningún titubeo en cuanto a cuál fuese el Juan venerado por ellos: el Bautista.56


Después de la Revolución estos juanistas se ocuparon sobre todo de intentar la restauración de la monarquía. Ellos fueron los principales responsables de la promoción de Naündorff como pretendiente al trono, y también instigaron movimientos «proféticos» como el de Vintras. Otro que se promovió a sí mismo como guru de la época fue Thomas Martin, meteóricamente ascendido de simple labrador a consejero del rey.57

 

También a éste apoyaron los juanistas, quienes tuvieron asimismo alguna intervención como «escenógrafos» de determinadas visiones de la Virgen, en 1846 por ejemplo las apariciones de La Salette, en las estribaciones de los Alpes occidentales.58 Lo que pasó ahí es difícil de precisar, pero sí pueden identificarse los hilos principales, que pasan por ciertos acontecimientos obviamente relacionados.


En primer lugar fue un intento de regenerar el catolicismo desde dentro. Para ello sería preciso sustituir el dogma convencionalmente aceptado, basado en la autoridad de Pedro, por un cristianismo místico y esotérico partiendo de la creencia de que estaba a punto de empezar una Era nueva, la del Espíritu Santo.


Otro elemento sería la elevación de lo Femenino bajo la forma aparente de la Virgen María, pero este aspecto no tardó en tomar un cariz más abiertamente sexual y la Iglesia empezó a percibir intención hostil en la iniciativa. La visión de La Salette, que fue condenada por la Jerarquía, era parte central de este plan y también era crucial, de alguna manera, la intervención de Juan el Bautista en el asunto.


El movimiento se alió con los que albergaban la intención de lograr el reconocimiento de Naündorff como rey legítimo de Francia, probablemente porque de haber triunfado, él se habría mostrado favorable a esa nueva forma de religión (puesto que ya había apoyado a Vintras). Significativamente Melanie Calvet, la niña visionaria de La Salette, hizo declaraciones a favor de Naündorff; y también es interesante la reacción de la Iglesia, que la embarcó rumbo a un convento de Darlington, en el nordeste de Inglaterra, donde no pudo causar más trastornos.59


Las fuerzas combinadas de la Iglesia y el Estado impidieron que se cumpliese el gran designio, y lo que sucedió después queda enterrado para nosotros bajo un alud de escándalos y acusaciones mutuas. Pero llama la atención el hecho de que la Iglesia proclamase el dogma de la Inmaculada Concepción en 1854 (artículo de fe oportunamente respaldado por la misma Virgen María cuando se apareció en Lourdes a la niña campesina Bernadette Soubirous, unos cuatro años más tarde, aunque al principio ella había descrito su visión con las sencillas palabras «una cosa»).


Da la impresión de que los profetas, como Martin y Vintras, fueron «manejados» por el grupo juanista sin que llegasen a formar parte de éste. Vintras se relacionaba con dicho grupo a través de su protectora, una tal madarne Bouche que vivía en la plaza Saint-Sulpice de París y usaba el nombre espléndidamente evocador de «Hermana Salomé». (La vintrasiana Iglesia del Carmelo todavía estaba activa en París después de 1940, y se rumoreó que durante los años sesenta había existido un grupo en Londres.)60


Con la Iglesia del Carmelo se fusionó otro movimiento fundado con anterioridad, en 1838. Eran los Hermanos de la Doctrina Cristiana, instituidos por los tres hermanos Baillard, que eran todos sacerdotes. Éstos, siempre considerándose fieles católicos, fundaron sendas casas de religión en lugares montañosos: Sainte-Odile en Alsacia y Sion-Vaudémont en Lorena. Los dos emplazamientos eran lugares muy principales en sus respectivas regiones y es un misterio de dónde sacaron los hermanos Baillard recursos para comprarlos.


Sion-Vaudémont había sido en la antigüedad importante santuario pagano consagrado a la Diosa Rosamerta, y como su mismo nombre indica tuvo una larga asociación con el Priorato de Sión. En realidad, allí fundó la históricamente reconocida Ordre de Notre-Dame de Sion en el siglo XIV un cierto Ferri de Vaudémont que tenía credenciales de la abadía del Monte Sión de Jerusalén... de donde, por cierto, el Priorato dice haber tomado su nombre originariamente.

 

Un hijo de Ferri casó con Yolanda de Bar, Gran Maestre del Priorato entre 1480 y 1483, que era hija de Renato de Anjou, el Maestre anterior. Yolanda convirtió a Sion-Vaudémont en un importante centro de peregrinación de los que acudían a venerar su Virgen negra. Esta figura quedó destruida durante la Revolución y la reemplazaron por otra Virgen medieval, aunque no negra, tomada de la iglesia de Vaudérmont, que está consagrada a Juan el Bautista.61


Consideraremos significativo, pues, que se estableciese en dicho lugar una de las nuevas iglesias de los hermanos Baillard. Tenían ideas similares a las de Vintras sin excluir lo tocante a la esperanza en la próxima Era del Espíritu Santo y la sexualidad sagrada, así que no sería de extrañar que provinieran de la misma fuente. Su movimiento contó con apoyos destacados, entre los cuales el de la casa de Habsburgo. Pero luego también fue suprimido en 1852.


En 1875, cuando murió Vintras el movimiento pasó a ser dirigido por el abate Joseph Boullan (1824-1893), personaje todavía más polémico que el anterior. Con anterioridad había seducido a Adèle Chevalier, una monja joven del convento de La Salette, y la pareja había fundado en 1859 la Sociedad para la Reparación de las Almas. Ésta se dedicaba concretamente a los ritos sexuales basándose en una filosofía de redención de la humanidad mediante la utilización de la sexualidad como sacramento. La idea de por sí puede juzgarse pura y de inspiración alquímica pese a la desafortunada tendencia de incluir a los animales en los beneficios del rito por parte de Boullan.


Boullan y Adèle Chevalier tuvieron hijos y se dice que sacrificaron a uno de ellos durante una misa negra celebrada en 1860; aunque todos los manuales modernos presentan esto como un hecho comprobado, la verdad es que no lo corrobora ninguna fuente digna de confianza. Si Boullan perpetró ese crimen, al parecer salió bien librado. Cierto que aquel mismo año le cayó una suspensión eclesiástica, pero le fue levantada al cabo de unos meses.

 

En 1861 él y Adéle fueron encarcelados por estafa (tal vez era el método habitualmente usado por las autoridades con aquellos que les desagradaban, si no lograban acusarlos de nada más). Fue declarado culpable, lo cual sirvió de motivo para suspenderlo de nuevo, pero una vez más la decisión quedó anulada al poco. Cuando recobró la libertad, Boullan se presentó voluntariamente al Santo Oficio (que era entonces el nombre oficial de la Inquisición) de Roma, que no halló en él ninguna falta y lo devolvió a París.62


Durante su estancia en Roma, Boullan escribió sus doctrinas en un cuaderno (que se llamó el cahier rose, por el color de las tapas es de suponer), el cual fue encontrado por el escritor J. K. Huysmans entre sus papeles cuando aquél murió en 1893. No se conocen detalles exactos de su contenido, aunque fue descrito como «un documento escandaloso», y actualmente está guardado en la biblioteca Vaticana. Las peticiones de consulta se deniegan sistemáticamente.63


Es evidente que el caso Boullan encierra más de lo que se ve a simple vista.


Aparenta ser una más de las historias de clubes de degenerados que saltan de vez en cuando, pero hay indicios de que disfrutó de cierta protección por parte de la Iglesia. Circularon instrucciones de que no se le molestase, por ejemplo, y se ha
dado a entender que poseía algún secreto que le servía de protección.64 La historia de Boullan encaja en la tipología clásica del agent provocateur, infiltrado en una organización por cuenta de otro grupo diferente, con el propósito deliberado de desacreditar a aquélla. Lo cual explicaría las flagrantes discrepancias entre su estilo de vida y las actitudes de la autoridad hacia él.


Después de su regreso de Roma, Boullan ingresó en la vintrasiana Iglesia del Carmelo y se convirtió en dirigente de ella. Lo cual provocó un cisma: los miembros del culto que estaban de acuerdo con él le siguieron a Lyon, y establecieron allí una nueva sede. Donde se produjeron tremendos cuadros de libertinaje sexual, una vez más en notable contradicción con las pretensiones de Boullan en el sentido de ser la reencarnación de Juan el Bautista.


Esa idea bien pudo ser la inspiración de Joris Karl Huysmans (un devoto del culto a las Vírgenes negras), al menos cuando eligió el nombre de su personaje «doctor Johannès», inspirado en Boullan (y tanto que ése era uno de los alias que utilizaba el mismo Boullan), como protagonista de su novela sobre el satanismo Là Bas («Allá abajo», 1891). Pero se equivocaría quien precipitase conclusiones: el doctor Johannès era un sacerdote que practicaba la magia para luchar contra el satanismo, y víctima de la incomprensión de la Iglesia, que naturalmente condena toda magia como cosa del Diablo. Huysmans fue amigo de Boullan y le acompañó en Lyon mientras se documentaba para su novela. No obstante llegar a entender no poco de magia, siguió siendo un hijo devoto de la Iglesia, teóricamente al menos.


En la actualidad Là Bas todavía es bastante leída por su morbosa descripción de una misa negra, que tiene todos los visos de ser el relato de un testigo presencial. Sin embargo, los verdaderos «malos» de la narración son los rosacruces, en lo que se hace eco de una notoria batalla mágica entre Boullan y los miembros de ciertas órdenes rosacruces que florecían por entonces en Francia.

 

Se puede juzgar incongruente que precisamente unos rosacruces fuesen tan enemigos de Boullan y de todo lo que éste representaba. También es posible que el conflicto no fuese más que un choque de caracteres, como suele ocurrir característicamente entre movimientos de ese género, o tal vez la frivolidad con que Boullan aventaba sus secretos alarmó a algunos rosacruces.


En efecto, Francia estaba hecha un hervidero de logias ocultas. Varias órdenes rosacruces representaban la evolución de la especialidad de movimientos templario-masónico-rosacruces hallados en el sudoeste de Francia. Aunque no eran desde luego unas órdenes masónicas estrictas, ciertamente estuvieron aliadas con los sistemas masónicos ocultos como el Rito Escocés Rectificado y los Ritos Egipcios.

 

Ambos grupos, el masónico y el rosacruz, abrazaban la filosofía martinista, queremos decir las enseñanzas ocultistas de Louis Claude de Saint-Martin. O dicho de otro modo, apenas cabe exagerar la influencia que tuvo el martinismo: en la actualidad, los francmasones del Rito Escocés Rectificado se reclutan casi exclusivamente entre martinistas.65


La primera de estas organizaciones rosacruces retoñó por lo visto de una logia masónica algo irregular llamada La Sagesse (es decir, Sabiduría o Sophia) de Toulouse. Hacia 1850 uno de sus miembros, el vizconde de Lapasse (1792-1867), prestigioso doctor y alquimista, fundó la Ordre de la Rose-Croix, du Temple et du Graal.66

 

Después de él dirigió la orden Joseph Péladan (1859-1918), que también era de Toulouse y acabaría por convertirse en lo que podríamos llamar el Padrino de todas las sociedades rosacruces francesas de la época.


Péladan era gran entendido en ocultismo; tras recibir la inspiración del escritor francés Éliphas Lévi (de su verdadero nombre Alphonse Louis Constant, 1810-1875), desarrolló un sistema de magia que ha sido descrito como «potaje de catolicismo erótico y magia»,67 y organizó el popular Salon de la Rose + Croix (hay un interesante cartel anunciador de una de estas reuniones, en el que se representa a Dante como Hugo de Payens, el primer Gran Maestre de los templarios, y a Leonardo como el custodio del Grial (véase pliego ilustrado).

 

Creía que la Iglesia católica era depositaria de unos conocimientos que ella misma había olvidado, y le interesaba especialmente el Evangelio de Juan.68 También se adelantó a los estudiosos modernos por cuanto supo ver que los fidele d’amore habían sido una sociedad esotérica, a la que él relacionaba concretamente con los rosacruces del siglo XVII.69


Péladan conoció a otro ocultista, Stanislas de Guaïta (1861-1898), y ambos fundaron en 1888 la Ordre Kabbalistique de la Rose-Croix. Se trata del mismo Guaïta que se infiltró en la Iglesia del Carmelo cuando la dirigía Boullan, y junto con Oswald Wirth, un miembro desengañado de ese culto, escribieron el libro El Templo de Satán, donde todo el montaje quedaba denunciado por diabólico. Entonces se produjo la batalla mágica, con acusaciones mutuas entre Boullan y Guaïta de haber usado medios mágicos para obtener la muerte del otro.

 

Tal vez sea decepcionante, pero Boullan murió de causa natural, a lo que parece, aunque previamente la disputa había motivado dos desafíos reales a duelo, uno de éstos entre Guaïta y Jules Bois, un discípulo de Boullan, y el otro entre éste y uno de los rosacruces, Gérard Encausse (más conocido como Papus). Ambos encuentros terminaron sin vencedor ni vencido.


Este episodio es un tema favorito de los que escriben sobre ocultismo, pero nunca ha quedado explicado satisfactoriamente. ¿Qué motivos tendrían Guaïta y los rosacruces de París para emprender una vendetta contra Boullan? (cabe recordar en este contexto que la única prueba de las depravaciones supuestamente perpetradas por Boullan y seguidores es la palabra de Guaïta y Wirth). A primera vista no hay relación real, ni motivo para una disputa, entre las logias ocultas y la orden de Boullan, que era esencialmente religiosa.


Si profundizamos un poco, sin embargo, aparece la razón: De Guaïta y un tribunal de rosacruces habían condenado ya a Boullan por «profanar» y revelar enseñanzas que los rosacruces consideraban «secretos cabalísticos», es decir de sus dominios.70 Y esta condena fue pronunciada el 23 de mayo de 1887, antes de que Guaïta se infiltrase en el grupo de Boullan. Ése fue el verdadero motivo por el cual estimaron necesario pararle los pies.


A algunos comentaristas parece habérseles escapado la deducción lógica: si los rosacruces consideraban que Boullan con sus ritos usurpaba algo que les pertenecía a ellos, entonces los rosacruces sin duda practicaban también ritos sexuales.
Para ellos el delito de Boullan consistía en hacerlos públicos.


París a finales del siglo XIX era un gran emporio de erudición y filosofía ocultistas, lo cual reflejaba tal vez la búsqueda finisecular de un sentido de la vida. Por eso atrajo a pensadores y artistas de todas clases, como Oscar Wilde, Debussy y W. B. Yeats. (Como siempre, la auténtica Comunidad Europea era una hermandad oculta.) Los salones bullían de rostros famosos tan impacientes por recoger fórmulas mágicas como por captar la chismografía más reciente, entre ellos Marcel Proust, Maurice Maeterlinck y la cantante de ópera Emma Calvé (1858-1942). Esta belleza célebre acabó teniendo salón propio, donde recibía a todo el que tuviese algo que contar, sobre todo si se trataba de algún gran secreto ocultista. En estos círculos se movieron también Joséphin Péladan, Papus y Jules Bois (que fue uno de los muchos amantes de Emma Calvé).


Muchos de los agentes principales de este mundillo eran oriundos del Languedoc, como la misma Emma Calvé (en modo alguno desconocedora del misticismo; la famosa visionaria de La Salette, Melanie Calvet, era pariente suya y, a su vez, ésta fue amiga de Adèle Chevalier, la monja seducida por Boullan que se convirtió en su consorte y ayudante). También tuvo Emma Calvé una intervención significativa en el enrevesado caso del abbé Saunière, cura de la aldea languedociana de Rennes-le-Château, sobre cuyo suceso volveremos luego.


Llama la atención que Emma comprase en 1894 el castillo de Cabrières, en Aveyron, cerca de Millau, que era su ciudad natal. De aquel lugar se dijo que había servido de escondite en el siglo XVII al muy buscado Libro de Abrahán el Judío, el mismo que sirvió a Flamel para conseguir la Gran Obra.71 En su autobiografía la Calvé consigna que el castillo había sido «refugio de cierto grupo de caballeros templarios»,72 pero luego se calla con malicia lo demás.


Hubo más grupos ocultistas importantes originarios del Languedoc y relacionados con sociedades rosacruces. Estuvieron influidos por la francmasonería de la Observancia Templaria Estricta del barón Von Hund, pero el influjo principal fue el del discutido personaje que se llamó conde Cagliostro (17431795).73


Denunciado generalmente como charlatán, y desde luego poseedor de grandes dotes de comediante, fue sin embargo un genuino buscador del conocimiento oculto. Nacido Giuseppe Balsamo, tomó de una madrina suya el título de conde Alessandro Cagliostro. A los veintidós años se introdujo en el ocultismo durante una visita a Malta, donde conoció al Gran Maestre de los caballeros de Malta, que era alquimista y rosacruz, y se aficionó a estos temas. Alquimista y francmasón muy influido por la Observancia Templaria Estricta de Von Hund, en abril de 1777 fue admitido en Gerrard Street, del Soho londinense, donde había una logia de esa obediencia. Viajó mucho por toda Europa, aunque pasó la mayor parte de su tiempo en Alemania expresamente dedicado a buscar los conocimientos perdidos de los templarios. También adquirió reputación como sanador.
 

En 1789 recibió del papa la autorización para visitar Roma, donde tan pronto como llegó fue puesto en manos de la Inquisición bajo cargos de herejía y conspiración política (por orden del mismo papa), y sentenciado a cadena perpetua. Murió en las mazmorras del castillo de San León en 1795.


Cagliostro había establecido el sistema de la francmasonería «egipcia» (la logia madre se fundó en Lyon, 1782), que consistía en sendas logias masculina y femenina quedando ésta a cargo de su mujer, Serafina. Según Lévi, esto fue un intento de «resucitar el culto mistérico de Isis».74

 

Los frutos de la investigación de Cagliostro entre las sociedades ocultas de Europa quedaron recogidos en un cuerpo de conocimientos que se llamó el Arcana Arcanorum, es decir «Secreto de los Secretos», o A. A., término originario de los rosacruces del siglo XVII. Pero consistía fundamentalmente en descripciones de prácticas mágicas que hacían mucho hincapié en la «alquimia interior». Como hemos visto, ésas son en esencia técnicas sexuales afines al tantrismo... pero Cagliostro las había aprendido en Alemania, entre los grupos rosacruces.75


Fue bajo la autoridad de Cagliostro que se creó en Venecia el Rito de Misraïm (que quiere decir «los egipcios» en hebreo), en 1788. Alrededor de 1810 lo llevaron a Francia los tres hermanos Bédarride, donde el sistema quedó incorporado al Rito Escocés Rectificado de la francmasonería.76

 

El Rito de Misraïm fue antecedente directo del Rito de Menfis, del cual hemos mencionado anteriormente que fue fundado por Jacques Étienne Marconis de Nègre, y que el Priorato de Sión se dice vinculado al mismo. (Ambos sistemas quedaron unificados como Rito de Menfis-Misraïm en 1899 siendo Gran Maestre el ocultista Papus, quien lo acaudilló hasta su muerte en 1918.) El Rito de Menfis también estaba estrechamente asociado con una sociedad secreta llamada los Philadelphians, que había fundado en 1780 el marqués de Chefdebien: otra derivación de la Observancia Templaria Estricta de Von Hund, pero creada con la expresa intención de adquirir conocimientos ocultos. Marconis de Nègre reconoció la proximidad con los de Filadelfia y dio el título de «los filadelfos» a uno de los grados de su movimiento.77


Ninguno de los dos ritos, ni el de Menfis ni el de Misraïm, tomados cada uno por su lado, tuvo mucha repercusión; pero una vez asociados como Menfis-Misraïm se convirtieron en una fuerza de mucho cuidado, y su influencia se extendió como una marca por toda la clandestinidad del ocultismo europeo. Entre sus miembros hubo astros tenebrosos como Aleister Crowley y también luminarias de la mística como Rudolf Steiner. Y también estaba Karl Kellner, el que luego fundó con Theodore Reuss la Orden de los Templarios de Oriente, más conocida bajo sus siglas OTO.


Esta organización trataba y trata explícitamente de magia sexual. Y aunque muchos creen que representa una occidentalización del tantrismo, también fue en buena medida un desarrollo lógico de los secretos que enseñaba la Menfis-
Misraïm
, a su vez derivados de los conocimientos adquiridos por Cagliostro entre los grupos alquímicos y rosacruces de Alemania y las logias de la Observancia Templaria Estricta.


Crowley abandonó la Menfis-Misraïm para ingresar en la OTO, de la que llegó a ser Gran Maestre. Otro personaje influyente que pasó de aquélla a la OTO fue Rudolf Steiner, quien tras cobrar fama gracias a una variante «pura» de misticismo, la antroposofía, procuró poner sordina a su pertenencia a dicha orden, en lo que tuvo tanto éxito que ni siquiera se ha enterado la mayoría de sus ardientes seguidores actuales. Cuando murió, sin embargo, fue inhumado llevando sus paramentos de la OTO.78


Significativamente, Theodore Reuss escribió que la magia sexual de la OTO era «la LLAVE que abre todos los secretos masónicos y herméticos [...].»79 También declaró sin más rodeos que la magia sexual había sido el secreto de los caballeros templarios.80


Un nuevo vástago del movimiento Menfis/Misraïm cobró forma en la Inglaterra de finales del siglo XIX. Fue la Orden hermética Golden Dawn, o del «Amanecer Dorado», entre cuyos miembros figuraron Bram Stoker, empresario teatral más conocido por su novela Dracula; el tan repetido Aleister Crowley; el místico, poeta y nacionalista irlandés W. B. Yeats; y una figura de la sociedad, Constance Wilde, la viuda del infeliz Oscar.

 

Fundada en 1888 por Macgregor Mathers y W. Wynn Westcott, su linaje directo se remonta a la Cruz Oro y Rosa, es decir la orden alemana de Observancia Templaria Estricta que comentábamos en el capítulo anterior, de la que tomó muchos de sus ritos y nombres de los grados.81 La Golden Dawn utilizó también ritos tomados de la Menfis/Misraïm. A fin de cuentas, pues, los títulos de la orden le venían del barón Von Hund, puesto que tanto la influencia alemana como la francesa derivan de éste y sus ritos templaristas.82


La Golden Dawn es mucho más conocida en el mundo de habla inglesa que los demás grupos europeos, para aquél exóticos. Ostenta fama de gran integridad y parece a primera vista una agrupación de esotéricos aficionados a reunirse disfrazados para entonar fórmulas incantatorias. Es decir, apenas más que unos ocultistas de cenáculo, animados de ideas sublimes. En cambio, entre los estudiosos franceses del ocultismo la Golden Dawn tiene una reputación mucho más siniestra; en 1891, cuando abrió la sucursal de París ingresaron en ella la mayoría de los personajes dudosos que hemos citado antes, incluso Jules Bois, que parecía estar en todas partes al mismo tiempo.


En realidad también la Golden Dawn inglesa tuvo un aspecto poco conocido y más profundo. De hecho era dos órdenes diferentes: por una parte, el escaparate público bien conocido y respetable; por otra, una orden interior llamada la Rosa de Rubí y la Cruz de Oro, en la que sólo se ingresaba a invitación de padrinos. A lo que parece la orden externa servía como coto de reclutamiento para el círculo interno y secreto, cuyas prácticas incluían ritos sexuales.


Ciertamente la Golden Dawn supo guardar bien sus secretos. Durante años, incluso autores como Katan Shu’al,83 no ya introducidos sino que formaban parte del mundo ocultista ellos mismos, no pudieron escribir más que especulaciones acerca de los ritos sexuales de la orden. Parece ser que los hubo, aunque esta afirmación se funda en indicios fragmentarios.

 

Quizá sería más exacto decir que los elementos sexuales se hallaron presentes en la misma fundación de la orden. La Golden Dawn derivaba de otra organización, la Societas Rosicruciana in Anglia, entre cuyos fundadores estuvo un tal Hargrave Jennings (1817-1890), cuyos escritos sobre magia sexual son de lo más explícito que podía permitirse un caballero de la época victoriana. En su voluminosa obra The Rosicrucians: Their Rites and Mysteries (1870), Jennings, por decirlo en palabras de otro escritor como Peter Tompkins,

«insinuó con toda la claridad posible que aquellos ritos y misterios eran de naturaleza fundamentalmente sexual».84

Por ejemplo, al discutir el simbolismo sexual de los dos triángulos entrelazados que forman el Sello de Salomón (o la Estrella de David), Jennings desarrolla explícitamente el asunto:

[...] la pirámide indica la potencia femenina correspondiente, tumefactiva o ascendente, no sumisiva, sino de respuesta sugestiva, sincronizada en el clítoris anatómico [...] ese objeto excéntricamente diminuto que lo significa todo en la anatomía rosacruz.85

El 18 de julio de 1921 Moina Mathers —una de las fundadoras de la Golden Dawn, y hermana del filósofo Henri Bergson— escribió una carta a Paul Foster Case, que era el encargado de la rama neoyorquina de la orden, porque se había enterado de que éste enseñaba ritos sexuales:

Lamento que nada relativo a la Cuestión Sexual haya trascendido en el Temple a estas alturas, ya que apenas estamos empezando a tocar directamente los asuntos sexuales, y desde luego sólo entre los grados más altos [...].86

Más adelante, cuando Dion Fortune (de su verdadero nombre Violet Firth), escritora de ocultismo y miembro de la Golden Dawn, se puso a escribir artículos sobre la sexualidad, Moina quiso expulsarla por traicionar los secretos de la orden.
Pero luego tuvo que reconocer que Dion Fortune no estaba en disposición de conocerlos, puesto que aún no había alcanzado el grado suficiente.87


Ahora admiten los comentaristas, como Mary K. Greer,88 que hay pruebas en apoyo de la idea de que la Golden Dawn practicó en efecto la magia sexual, si bien la consideraba demasiado poderosa y preciosa como para echarla a perder divulgándola entre los neófitos y los grados inferiores.


También se encuentran insinuaciones en cuanto a los secretos interiores de la Golden Dawn en la descripción de una visión conjunta que tuvieron poco después de 1890 Florence Farr y Elaine Simpson, dos adeptas del sistema. La primera, una célebre actriz de teatro londinense, fue también conocida por sus aventuras con famosos, como George Bernard Shaw y el cofrade ocultista W. B. Yeats.

 

El caso fue que Florence y su colega en experimentos mágicos Elaine emprendieron juntas un viaje astral, una especie de aventura gemela por los Planos Interiores de la alucinación compartida. Este fenómeno es un elemento bastante común del entrenamiento mágico, y suele ser parte del pathworking cabalístico o «recorrido del camino», una especie de proyección mental o asociación de imágenes que utiliza el clásico esquema del «Árbol de la Vida».


Florence y Elaine se propusieron visitar la «esfera de Venus» en su visión mental conjunta. La culminación de su viaje astral asumió la forma de un encuentro con un sorprendente arquetipo femenino, que les dijo con una sonrisa:

Yo soy la poderosa Madre Isis, la más fuerte del mundo porque no lucha pero siempre vence. Yo soy la Bella Durmiente que han buscado los hombres de todas las épocas. Los caminos que llevan a mi castillo están plagados de peligros y engaños. Algunos se duermen, no habiendo sabido encontrarme, o han seguido a la Fata Morgana que desencanima a todos los que se someten a su ilusoria influencia. Yo me elevo a lo alto y pongo bajo mí a los hombres. Soy cuanto el mundo desea, pero pocos me encuentran. Mi secreto, cuando se pronuncia, es el secreto del Santo Grial [...].


He dado mi corazón al mundo, ésa es mi fuerza. El Amor es la Madre del Hombre-Dios, que entrega la quintaesencia de su vida para salvar de la destrucción a la humanidad y mostrar el camino hacia la vida eterna. El Amor es la Madre del Cristo-Espíritu, y este Cristo es el amor más alto. Cristo es el corazón del amor, el corazón de la Gran Madre Isis, la Isis de la Naturaleza. Él es la expresión de su poder. Ella es el Santo Grial, y Él es la sangre vital del Espíritu que se halla en la copa.89

Acompañaron a estas palabras intensas imágenes de una copa color rubí, y una cruz tribarrada.


A primera vista esa descripción parece otro ejemplo de balbuceos del género «Nueva Era» en el que Jesús y la Diosa egipcia Isis se confunden con la noción del Santo Grial sencillamente porque todo eso suena a místico y arcano. Pero tal como escribió el malogrado experto en ocultismo Francis X. King, hay en ello dos puntos que no conviene pasar por alto:

«El primero es la identificación de la Santa Virgen, “la Madre del Hombre-Dios”, con Venus, la Diosa del amor, en este caso amor sexual o eros, no agapé. El segundo es la identificación del Grial con Venus, el yoni arquetípico u órgano femenino de la procreación».90

El lector moderno, si es además escéptico, tal vez interpretará la visión de esas damas como una realización de deseos, o fantasía de sexo al alimón, especialmente si conoce la reputación subida de color de Florence Farr como una homóloga británica de Emma Calvé. Pero la visión supuestamente venía a revelar un secreto que cuadraba con la filosofía mágica de la Golden Dawn, y de ahí la extrañeza de Francis X. King cuando se pregunta de dónde sacaron las mujeres su imaginería, considerando que la sociedad no tenía nada que ver, como él cree, con ningún tipo de rito sexual.

 

Pero lo que indica la visión, en cambio, y con no poco énfasis, es que sí tenía que ver, aunque una vez más observamos que los ritos en cuestión eran sólo para los iniciados de los grados superiores, los del círculo interior.


La importancia de la visión estriba en que relaciona a Isis con el Grial y con la sexualidad, lo cual no habría extrañado en absoluto a los alquimistas, los gnósticos ni los trovadores. Que el Grial, visto aquí como el tradicional cáliz, sea un símbolo femenino, se entiende sin más explicaciones en nuestros tiempos posfreudianos, pero todavía era una gran revelación para los predecesores. Pero aquí el fluido rojo, la sangre que contiene, lo lleva Isis...


Es interesante asimismo el tema de la Bella Durmiente mencionado en el relato de la visión de estas mujeres, y que ocupa lugar destacado en Le serpent rouge, el texto clave del Priorato de Sión. La búsqueda de la Bella Durmiente es un motivo reiterado y se entreteje con el de la búsqueda de la reina de un reino perdido. Como hemos tenido ocasión de comentar, el documento en cuestión también se ocupa mucho de María Magdalena y de Isis, característicamente combinadas como si hubieran sido el mismo personaje.


La búsqueda de la reina es imaginería alquímica, así que no debería extrañarnos que su meta sea hallar esas encarnaciones de la sexualidad, la Magdalena e Isis. Llama la atención que todavía hoy casi nadie se aviene a admitir
o reconocer el rol de la sexualidad en los movimientos heréticos y ocultistas, cuando apenas cabe exagerar la importancia que tiene. Es así que la sexualidad jamás ha sido una cuestión secundaria, ni el reflejo de una flaqueza particular, sino que figura en el corazón de la mayoría de las organizaciones clandestinas más poderosas.


La tradición que más nos interesa y que está en el fondo de esta investigación depende en efecto de la noción de sexualidad sacra. Como hemos visto, parece que la constituyen dos líneas temáticas principales, la de la reverencia hacia la Magdalena y la de la reverencia hacia Juan el Bautista. En esta fase de nuestro estudio nos planteábamos la posibilidad de que la Magdalena fuese una figura simbólica, sencillamente, que representase la idea de la sexualidad sagrada, sin que esta imagen guardase relación con ningún personaje histórico real. En cualquier caso no es difícil de entender una relación entre María Magdalena y la sexualidad, y parece perfectamente natural.


No sucede lo mismo, por supuesto, cuando seguimos el hilo de Juan el Bautista, a ver si ese hilo pasa por la idea de sexualidad sagrada. Pero el relato bíblico y la tradición cristiana han creado la imagen poderosa y sin fisuras de un hombre rigurosamente ascético, una especie de John Knox, de moralidad intransigente y castidad inquebrantable. ¡Cómo va a ser ésa una figura importante para ningún culto basado en las prácticas sexuales!

 

En el plano superficial se diría que nunca existió ni pudo existir semejante conexión... y sin embargo, una y otra vez en el decurso de nuestras averiguaciones resulta que al menos los ocultistas han creído siempre, generación tras generación, que sí existió. Y como hemos comentado al tratar de la Golden Dawn, el plano superficial puede ser muy engañoso, tratándose de grupos ocultos, cuya raison d’être auténtica puede reservar sorpresas importantes.


Florence Farr y sus colegas de la Golden Dawn pertenecían a un amplio círculo internacional de ocultistas en el que figuraban también Péladan y Emma Calvé. Las sociedades con las que tuvieron afinidad esgrimieron muchas influencias, y ha sido esa trama de sociedades la que ha suministrado el marco de referencia a uno de los misterios más famosos de Francia, que afecta íntimamente al Priorato de Sión.


El foco de todos los Dossiers secrets y demás material por el estilo que emite el Priorato de Sión es, desde luego, el misterio de Rennes-le-Château. Le serpent rouge, por ejemplo, alude a un gran número de localizaciones de ese pueblo y de los alrededores. Era inevitable que dirigiésemos nuestra atención a Rennes-le-Château, de manera que no tuvimos otro remedio sino regresar al Languedoc, el corazón de la herejía.

 

Regresar al Índice