7. LA SEXUALIDAD, SACRAMENTO ESENCIAL
Los antiguos textos alquímicos abundan en imágenes confusas y
complicadas, lo cual es intencionado, puesto que se pretendía
disuadir a los no
iniciados y que no descubrieran sus secretos. Sabemos que en el
plano más
profundo, la alquimia trataba de la transformación personal,
espiritual y sexual, y
los secretos en cuestión versaban sobre las técnicas que permitiesen
alcanzar esa
«Gran Obra». Recordemos que el psicólogo C. G. Jung, al reconocer
las profundas
preocupaciones de orden no material, y sexual, de la alquimia, la
llamó
«precursora del psicoanálisis».1
Ya hemos visto que la «Gran Obra» de los alquimistas era una
experiencia rara, que cambiaba toda la vida, y nadie sabe con
seguridad qué forma adoptaba. Sin embargo, Nicolás Flamel
(alquimista y supuesto Gran Maestre del Priorato de Sión), quien
alcanzó el sublime objetivo el 17 de enero de 1382 en París, dijo
que lo había hecho en compañía de su mujer Perenelle.2
Parece que
eran una pareja bien avenida y se cree que ella también fue
alquimista: muchas mujeres lo fueron en secreto. Pero ¿mencionó Flamel su presencia en esa jornada trascendental con la deliberada
intención de comunicar algún indicio sobre la verdadera naturaleza
de la Gran Obra? ¿Se quiere dar a entender que ésta adoptaba la
forma de algún tipo de rito sexual?
Es innegable la existencia de un componente sexual, cuando menos, en
la práctica alquímica, tal como revela el texto alquímico clásico La
Corona de la Naturaleza citado en la Alquimia de Johannes Fabricius:
Dama de blanco cutis amorosamente
unida a su esposo de rubicundos miembros, mutuamente
entrelazados en la felicidad de la unión conyugal. Mezcla y
disuelve mientras ellos alcanzan la meta de la perfección: Que
los dos sean uno, como si tuviesen un solo cuerpo.3
Es oportuno recordar aquí las dos disciplinas orientales que
subrayan la trascendencia religiosa y espiritual de la sexualidad,
el tantrismo hindú y el taoísmo chino. Ambas son muy antiguas, muy
respetadas en sus correspondientes culturas, y atribuyen mucha
importancia a las posibilidades de determinadas técnicas sexuales a
fin de alcanzar la iluminación mística, la regeneración corporal y
la longevidad, así como la unión con la divinidad. Todo esto se ha
divulgado bastante, pero no suele ser tan conocido fuera de los
grupos de iniciados que Tantra y Tao tienen sus respectivas ramas
alquímicas, aunque parezca sorprendente. Y veremos que guardan
correspondencia con la naturaleza verdadera de la alquimia
occidental.
En el tantrismo, por ejemplo, se entiende que la terminología
«química» alude a prácticas sexuales. Como dice el estudioso del
ocultismo Benjamin Walker en Man, Myth and Magic:
Aunque se ocupe a primera vista de
la transmutación de los metales viles en oro, y de los
recipientes, implementos y aparatos del comercio, así como de
los movimientos rituales del alquimista en su laboratorio, en
realidad esta alquimia se desarrolla en el interior del cuerpo.4
¡La paradoja es que las alusiones sexuales de la alquimia occidental
se han entendido siempre como metáforas de procesos químicos! Como
ha observado Brian Innes en un artículo de The Unexplained sobre la
alquimia sexual tántrica y taoísta:
Llama la atención la estrecha
semejanza de la imaginería y de las sustancias utilizadas por la
alquimia en todas estas culturas. Pero también hay una
diferencia esencial que sorprende: que la alquimia de la Europa
medieval no parece tener ninguna base sexual explícita.5
Siempre hubo, sin embargo, una enorme diferencia entre las imágenes
públicas y los grados de aceptabilidad de la alquimia, si comparamos
el Oriente y el Occidente. Ni en China ni en la India fue una
ciencia prohibida, ni las actitudes en cuanto a la sexualidad fueron
tan neuróticas y reprimidas como en Europa; de ahí que aquélla fuese
más franca y explícita en lo que eligiera declarar acerca de su
trabajo.
Es reciente el «redescubrimiento» de la «sexualidad sagrada» en
Occidente; se trata, en esencia, de la idea de que la sexualidad es
el sacramento más alto, que proporciona no sólo el placer sino
además la unión con lo Divino y con el universo. Consideran la
sexualidad como un puente entre los cielos y la tierra, el cual
aporta una tremenda liberación de energías creadoras y además
revitaliza a los amantes en grado extraordinario, incluso a nivel
celular.
El tener en cuenta la sexualidad sagrada implica que por
fin podemos entender en Occidente los antiguos textos alquímicos,
aunque hayan sido los investigadores franceses (como de costumbre)
los más dispuestos a explorar ese aspecto de aquéllos. A. T. Mann y
Jane Lyle, que son de los pocos autores de habla inglesa que hayan
logrado superar la timidez en esta cuestión, escriben en su libro
Sacred Sexuality ( 1995):
Apenas cabe duda de que las enseñanzas alquímicas ocultaban secretos
mágicos sexuales
estrechamente aliados al conocimiento tántrico. Debido a su
complejidad y diversidad, la
alquimia ciertamente envolvió otros misterios en alegorías poéticas,
las cuales sólo serían
penetradas por la mente del iniciado.6
Uno de los muchos autores franceses que han tratado el tema, André
Nataf,
dice que,
«[...] el secreto que persiguió la mayoría de los
alquimistas era de tipo
erótico [...] la alquimia no es otra cosa sino la conquista del
amor, la “aleación” de
lo erótico con lo espiritual».7
Se admite desde hace tiempo, naturalmente, que el tantrismo y el
taoísmo fueron vehículos de la tradición oriental de la sexualidad
sagrada; pero en Occidente no existió una tradición similar tan
definida y localizable... salvo si entendemos que no fue otra sino
la alquimia.
Es ahora, en nuestra época posfreudiana, cuando salta a la vista la
imaginería manifiestamente sexual de los textos alquímicos:
la Luna
le dice a su esposo el Sol:
«¡Oh Sol, De nada sirves tú, si no estoy presente yo con mi poder,
lo mismo que nada sirve el gallo sin la gallina».8
Y los
experimentos químicos revisten forma de «bodas» o «copulaciones», en
el mismo sentido que Johann Valentin Andreae tituló
Nupcias químicas
su tratado.
Por supuesto era posible que dicha imaginería no significase sino lo
que aparentaba, y que una «copulación« fuese exactamente eso sin que
el simbolismo alquímico ocultase ningún otro secreto. Sucede, sin
embargo, que se eligieron las palabras con gran cuidado, y
obedeciendo al designio de transmitir instrucciones complejas
abarcando tanto el sentido sexual como el químico. En esencia los
textos alquímicos contenían lecciones de magia sexual y, al mismo
tiempo, instrucciones sobre la manipulación de materiales.
No deja de llamar la atención, una vez hemos reparado en el tono
sexual explícito de muchas de estas obras, que se haya impuesto
históricamente la noción de la alquimia como una ciencia de lo
material y nada más, como si todo ese simbolismo fuese puramente
arbitrario. Esto se debe a que mientras no se conocieron mejor los
misterios orientales, no se disponía de un marco de referencia
general en el que situar la idea de una alquimia sexual. Hoy día, en
cambio, ya no tenemos ese problema y el concepto va imponiéndose con
rapidez.
El significado subyacente de la alquimia no pasó desapercibido para
Barbara
G. Walker:
Parte del secreto queda revelado por la preponderancia del
simbolismo sexual en la bibliografía alquímica; la «copulación de
Atenea y Hermes» podía significar la instrucción de mezclar azufre y
mercurio en una retorta, o también la «obra» sexual del alquimista
con su amiga. Las ilustraciones de los tratados de alquimia sugieren
más a menudo nociones de misticismo sexual.
Mercurio, o Hermes, fue el héroe alquímico que fertilizó el Vaso
Sagrado, un matraz en
forma de esfera o huevo que sería la matriz de donde nacería el
filius philosophorum. Ese
matraz pudo ser real, o una retorta como las que vemos en los
laboratorios; pero más a
menudo se diría que están hablando de un símbolo místico. La Diadema
Real de su progenie
aparecía, por ejemplo, in menstruo meretricis, es decir en la sangre
menstrual de una prostituta
y ésta podría ser la Gran Prostituta, antiguo epíteto de la Diosa
[...].9
(Se equivoca en cambio Walker cuando postula que en la búsqueda del
vas hermeticum o Vaso de Hermes, lo identificaban con el vas spirituale, el vaso espiritual o vientre de la Virgen María. Pues
¿qué otra María vemos habitualmente portando un vaso o jarra? ¿A
quién se representa tradicionalmente vistiendo una túnica color rojo
sangre, o envolviéndose en su larga caballera color fuego? ¿Qué otra
María está asociada con las nociones de la prostitución y la
sexualidad? Una vez más contemplamos la utilización de la Virgen
María para ocultar el culto secreto a la Magdalena.)
Hoy es banal hablar de una «química sexual», pero estas palabras
tenían para
el alquimista un significado más profundo que la mera noción del
atractivo
instantáneo. En la revista esotérica francesa L’Originel, una
autoridad del ocultismo, Denis Labouré, ha analizado el concepto de
una alquimia «interna» diferente de la «metálica» y sus paralelismos
con la escuela tántrica, pero hace hincapié en que se trata de un
«legado tradicional occidental», y
prosigue:
Aunque la alquimia sexual sea bien conocida en el taoísmo o el
hinduismo, en cambio los
autores occidentales se vieron obligados a usar de la mayor
prudencia, por los
condicionamientos históricos [es decir, la Iglesia]. No obstante,
algunos textos aluden con
claridad a esa alquimia.10
En apoyo de lo cual cita un tratado de Cesare della Rivera fechado
en 1605, y agrega:
En Europa las pistas de esos antiguos rituales [sexuales] pasan por
las escuelas gnósticas, y
por las corrientes alquímicas y cabalísticas de la Edad Media y el
Renacimiento —es entonces
cuando numerosos textos alquímicos tienen doble lectura—, hasta
reaparecer en las
organizaciones ocultas formadas y organizadas principalmente en la
Alemania del siglo
XVII.
De hecho, el uso del simbolismo «metálico» se retrotrae a los
propios orígenes de la alquimia en Alejandría, es decir a los siglos
I-III. En los conjuros mágicos de los antiguos egipcios eran
frecuentes las metáforas metalúrgicas; los alquimistas se limitaron
a adaptar esa imaginería. He aquí un ejemplo de un conjuro amoroso
egipcio atribuido a Hermes Trismegisto. Debe de datar del siglo I de
nuestra era, como más tarde, y alude simbólicamente a la forja de
una espada:
Tráemela templada en la sangre de Osiris [la espada], y ponla en la
mano de Isis [...] forjarás
todo eso en el horno de fuego, con el soplido del corazón y el
hígado, en los lomos y el
vientre de [el nombre de la mujer]. Llévala a la casa de [el nombre
del hombre] y que
entregue a su mano lo que ella tiene en la mano, a su boca lo que
ella tiene en la boca, a su
cuerpo lo que ella tiene en el cuerpo, a su vara lo que ella tiene
en el vientre.11
La alquimia tal como fue practicada por la trama clandestina
medieval tomó forma originaria en el Egipto de los primeros siglos
de la era cristiana. Isis representaba entonces un papel principal
en ella. En un tratado titulado Isis la Profetisa de su hijo Horus,
ella cuenta cómo obtuvo los secretos de la alquimia «de un ángel y
profeta» valiéndose de la astucia femenina. Para ello le incitó y
encendió su lujuria hasta que él no podía contenerse más, pero no
quiso entregarse sino a condición de que le fuesen comunicados los
secretos: clara referencia a la naturaleza sexual de la iniciación
alquímica.12
(Y que recuerda la leyenda del papa Silvestre II y
Meridiana que comentábamos en el capítulo 4, cuando dice que él
recibió sus conocimientos alquímicos gracias a una relación sexual
con aquella figura femenina arquetípica.)
Otro tratado antiguo, atribuido a una mujer alquimista llamada
Cleopatra —
una iniciada de la escuela que fundó la legendaria María la
Judía—,13 contiene
imágenes sexuales explícitas:
«Considerad la plenitud del arte como
la unión del
esposo y la esposa en la alcoba nupcial».
Salta a la vista la
semejanza con un texto gnóstico de la misma época que dice:
Cuando el varón alcanza el momento supremo y salta la semilla, en
ese momento la mujer
recibe la fuerza del varón y éste recibe la fuerza de la mujer
[...]. Es por esto que el misterio
de la unión corporal se practica en secreto, a fin de que no sea
degradada la coyunda natural
por las miradas de la multitud, que profanarían la obra.14
Los textos alquímicos antiguos abundan en simbolismos que hacen
alusión a técnicas secretas de la sexualidad sagrada, y
probablemente derivaron de un sistema egipcio homólogo del tantrismo
y del taoísmo. Que tales tradiciones existían, nos lo revela el
texto llamado el «Papiro erótico de Turín» (que es donde ahora se
conserva), y que durante mucho tiempo estuvo considerado como un
ejemplo de pornografía egipcia.
En realidad lo que demuestra esa
consideración es el error académico occidental consistente en
confundir un ritual religioso con la pornografía. Algunos de los
ritos más sagrados del antiguo Egipto eran de tipo sexual; así por
ejemplo la observancia religiosa cotidiana del faraón y su consorte
incluiría probablemente el hacerse masturbar por ella en una
reedición simbólica de la creación del universo por el Dios Ptah,
que utilizó un procedimiento similar.
La imaginería religiosa de los
palacios y los templos reproduce esta escena, pero los arqueólogos y
los historiadores la juzgaron tan escandalosa que sólo recientemente
han querido admitir su significado, e incluso así la comentan con
reticencia y como pidiendo disculpas. Está claro que el Occidente
tiene mucho que aprender para ponerse a la altura de los egipcios y
su aceptación total de la sexualidad como sacramento.
No es un fenómeno nuevo esa renuencia a admitir el significado que
la
sexualidad tuvo para los antiguos. Para los comentaristas de los
siglos I y II la
cuestión no encerraba ninguna dificultad, pero como ha observado
Jack Lindsay,
hacia el siglo VII el simbolismo sexual de las obras alquímicas
aparece ya tratado
de una «manera oculta y eufemística».15
Queda en todo caso que la alquimia occidental tuvo en sus comienzos
un fuerte acento sexual. ¿Es de creer que en la Edad Media se
hubiese extinguido por completo tan profunda e influyente tradición?
Algunas de las primeras sectas gnósticas, como los carpocratenses de
Alejandría, practicaban ritos sexuales. No ha de extrañar que fuesen
condenados por los Padres de la Iglesia que juzgaron degradantes y
repugnantes las prácticas de aquéllos, y en ausencia de testimonios
históricos menos hostiles, imposible sabor con exactitud en qué
consistían.
En toda la Historia del cristianismo han ido apareciendo sectas
«heréticas»
que incorporaban actitudes más libertarias en relación con la
sexualidad, pero
fueron invariablemente condenadas y eliminadas, por ejemplo los
Hermanos y
Hermanas del Espíritu Libre, también llamados adamitas, que según se
dijo
practicaban un «secreto sexual» todavía en los siglos XIII y XIV.16
La filosofía de los adamitas revela una marcada influencia del opúsculo Schwester
Katrei, el cual como
hemos mencionado contiene indicios de que su autora conocía la
imagen de María
Magdalena que dan los evangelios gnósticos, y tal vez participó en
aquella secta.17
Otro grupo que manejó ideas de mística erótica, aunque no se
identifica como secta religiosa, fueron los célebres trovadores que
entonaron sus loas del culto a la mujer en el sudoeste de Francia y
cuyos equivalentes alemanes fueron los Minnesinger, en el que
Minne
significa una mujer idealizada, o la Diosa.18 El amor del caballero
hacia su dama manifiesta devoción y reverencia al principio de lo
Femenino.
Y el contenido de los poemas, descrito corno una mezcla de
«espiritualidad y carnalidad»,19 puede considerarse como una serie
de alusiones apenas veladas a la sexualidad sacra. Ni siquiera la
historiadora académica Barbara Newman consigue prescindir de un
lenguaje evocador de la sexualidad sagrada al resumir esa tradición,
cuando describe:
[...] un juego erótico que revestía una desconcertante variedad de
aspectos: se podía ser la
novia de un Dios, o el amante de una Diosa, o fundirse completamente
con el Amado y pasar
a ser divino [...].20
Buena parte de la tradición del amor cortés implica el conocimiento
de ciertas técnicas concretas, por ejemplo la maithuna o retención
del orgasmo a fin de inducir sensaciones de sublimidad y conciencia
mística.
Como señala el poeta y escritor británico Peter Redgrove:
Es posible reseguir toda una tradición de
maithuna (sexualidad
visionaria tántrica) en la
literatura trovadoresca.21
Los trovadores adoptaron la rosa como símbolo, quizá porque rose es
anagrama de Eros, el Dios del amor. Y también es posible que
aquellas ubicuas «damas», a las que era preciso obedecer incluso
cuando mantuviesen un casto alejamiento, significasen otra cosa en
el plano esotérico, como sugiere con mayor claridad el nombre alemán
de los Minnesinger.
La dama arquetípica no pudo ser la Virgen María, pues si bien la
rosa fue también un símbolo mariano muy utilizado en la Edad Media,
esa veneración no tenía necesidad de expresarse en claves ocultas.
Por otra parte, la flor que mejor describía sus cualidades no era la
rosa, por demasiado erótica, sino el lirio pascual, bello pero
austero, sin matiz alguno de carnalidad. Pero entonces, ¿a quién
podían celebrar los trovadores en sus canciones? ¿Dónde había, en la
época, una «Diosa» bienamada de los grupos heréticos? ¿Quién sino
María Magdalena?
Los grandes rosetones de las catedrales góticas siempre miran al
Oeste —el punto cardinal correspondiente tradicionalmente a las
divinidades femeninas—,22 y nunca demasiado lejos de una capilla
consagrada a una «Nuestra Señora» negra. Y como hemos visto, esas
estatuas enigmáticas son Diosas paganas con un vestido diferente,
encarnaciones de la ancestral celebración de la sexualidad femenina.
Además del rosetón sagrado las catedrales góticas contenían más
imaginería pagana; en Chartres y otras, por ejemplo, el simbolismo
de la telaraña y el laberinto alude directamente a la Gran Diosa en
su manifestación como hilandera y dueña de los destinos humanos.
Pero otras muchas iglesias contienen también innumerables imágenes
femeninas. Algunas de éstas son tan gráficas que una vez ha
aprendido a entenderlas, el cristiano nunca más vuelve a mirar sus
iglesias con los mismos ojos de antes. La gran puerta ojival del
gótico bajo la cual tantas generaciones de cristianos habrán pasado
sin fijarse apenas, en realidad es una representación de la parte
más íntima de la Diosa.
Por ella se entra al interior oscuro y
uterino de la Madre Iglesia, y además de tener unas arquivoltas con
varias bandas concéntricas de molduras las más de las veces, la
clave de arco en forma de botón de rosa a menudo recuerda
inequívocamente un clítoris. Una vez en el interior, el devoto
católico va a la pila del agua bendita, esculpida con frecuencia en
forma de concha gigante, símbolo de la natividad de la Diosa (tal
como pintó con audacia Boticelli, el supuesto Gran Maestre del
Priorato de Sión antes de Leonardo, en su Nacimiento de Venus, y
recordemos que se reconoce en la venera o concha de peregrino un
símbolo clásico de la vulva.)23
Todos estos símbolos fueron
introducidos deliberadamente por los seguidores del principio de lo
Femenino, y aunque comunican a un nivel subliminal, no dejan de
surtir su efecto turbador en el inconsciente. Combinados con la
solemnidad de la música, la luz misteriosa de las velas y el olor
del incienso, no es extraño que inspirasen fervores peculiares a los
devotos.
Para los iniciados en los misterios, lo Femenino era un concepto
carnal, místico y religioso al mismo tiempo. La energía y el poder
los recibía de la sexualidad, y su sabiduría —la llamada a veces
«sabiduría de la prostituta»— proviene del conocimiento de la
«rosa», eros.
Como suele decirse, «el conocimiento es poder» y los secretos de esa
naturaleza lo tienen, y tal que no puede compararse a ningún otro.
Por eso representaban un peligro extraordinario para
la Iglesia de
Roma, o mejor dicho para la opinión cristiana en cualquiera de sus
tendencias. La sexualidad sólo era aceptable, y en muchos casos esto
continúa vigente, cuando la unión sexual iba orientada a la
procreación. Por este motivo no existe un concepto cristiano de la
sexualidad sólo por el placer, y no digamos ya la idea familiar a
los tántricos y los alquimistas de que pudiera servir como vehículo
de la iluminación espiritual.
(Como se sabe la Iglesia católica
prohíbe la contracepción, pero hay grupos cristianos que van todavía
más lejos; entre los mormones, por ejemplo, están mal vistas las
relaciones sexuales entre personas de la tercera edad, es decir
posmenopáusicas.)
Lo que quieren todas estas normas restrictivas en realidad es la
sumisión de la
mujer. Ellas son las que deben aprender a mirar la sexualidad con
aprensión, sea
porque se viva sin alegría, como un «débito» matrimonial y nada más,
o porque
conduce inevitablemente a los dolores del parto. Éste ha sido
durante siglos el
tema central de la condición femenina según el modo de ver de la
Iglesia, y
también según el de los hombres en general: si se les quitase a las
mujeres el miedo a los dolores del parto, indudablemente
sobrevendría el caos.
Uno de los motivos principales que recurren en las atrocidades de la
caza de
brujas fue el odio y el temor a las comadronas, esas mujeres que
conocían remeDios
para aliviar los dolores del parto y, por consiguiente, eran un
peligro para la
civilización decente. Kramer y Sprenger, los autores del infame
Malleus Maleficarum - el «Martillo de las brujas», que era el manual de instrucciones
para el interrogatorio de las tales—, señalaron especialmente a las
comadronas como merecedoras del peor trato posible a manos de los
Inquisidores. De esta manera, el pánico a la sexualidad femenina
acarreó cientos de miles de víctimas, la mayoría mujeres, durante
los tres siglos que duró la caza en cuestión.
Empezando por la misoginia de los primeros Padres de la Iglesia, que
incluso
llegaron a dudar de que la mujer tuviese alma, se juzgó bueno
cualquier recurso
que sirviera para hacer que ésta se sintiera profundamente inferior.
No sólo se les
dijo que eran pecadoras por naturaleza, sino que además eran la
principal causa de
pecado en el hombre, o tal vez la única. Y si el hombre, al que la
virtud se le
supone, experimentaba algún movimiento de lujuria, se enseñaba que
eso era una
reacción ante la astucia diabólica de la mujer, que los empujaba a
actos que de otro
modo ni se les habrían ocurrido.
Una expresión extrema de esta
actitud se halla en
la doctrina de los teólogos medievales sobre el delito de violación:
la mujer era la
responsable, no sólo de haber provocado dicho acto contra ella
misma, sino de que
corriese peligro de condenación el alma del violador, de todo lo
cual tendría que
rendir cuentas en el Día del Juicio.24
Como escribe R. E. L. Masters:
Casi toda la responsabilidad de la horrorosa pesadilla que fue la
obsesión de la hechicería, y
la mayor parte de ella por envenenar la vida sexual de Occidente,
recae indudablemente en
la Iglesia católica romana.25
La Inquisición, creada expresamente para luchar contra la herejía de
los cátaros, se adaptó con soltura a su nueva misión de
perseguidora, torturadora y exterminadora de brujas, aunque más
tarde los protestantes también se unieron a tal empresa con gran
afición. Significativamente los primeros juicios contra hechiceros
se celebraron en Toulouse, donde tenía su cuartel general la
Inquisición anticátaros. ¿Sería el resentimiento por alguna recidiva
del catarismo lo que condujo a aquellos cruciales procesos, o un
síntoma del pánico que las languedocianas inspiraban a los
inquisidores obsesionados por el sexo?
En el fondo del miedo y el odio a la mujer subyace la intuición de
que ellas
tienen una capacidad peculiar para gozar de la sexualidad. El hombre
medieval
quizá no disfrutó el privilegio de unas clases de Ciencias en que se
enseñase
anatomía, pero sus investigaciones personales no dejarían de
revelarle la existencia
de ese órgano curiosamente amenazador, el clítoris. Esa pequeña
protuberancia,
tan astuta aunque subliminalmente celebrada en la clave de la ojiva
gótica, es el
único órgano humano con la exclusiva función de dar placer.
Las
consecuencias de
ello son, o mejor dicho han sido siempre enormes, y explican, además
de las supresiones patriarcales de todo género, por una parte, todos
los ritos tántricos y de la mística sexual, por otra. El clítoris,
todavía hoy un tema apenas idóneo para ser discutido en público,
revela que la mujer tiene las condiciones para el éxtasis sexual,
tal vez más idóneas que las del hombre, cuyo aparato sexual se
reparte entre la función excretora y la genital.
Sin embargo, la tradición misógina y patriarcal judeocristiana se
impuso a tal punto, que hasta el siglo XX no ha logrado parecer
admisible en Occidente la idea de que la mujer también disfruta la
sexualidad, y todavía no se lo parece a la Iglesia. Aunque es bien
cierto que la desigualdad sexual y la hipocresía no son evoluciones
exclusivas de las tres grandes religiones patriarcales, la
cristiana, la judaica y la islámica —bastará recordar las
tradicionales quemas de viudas del hinduismo—, no obstante la noción
de que la sexualidad es inherentemente impura y vergonzosa tiene su
origen en la tradición occidental.
Y donde prevalecen semejantes
actitudes, habrá siempre deseo reprimido y remordimiento del tipo
que inevitablemente provoca delitos contra la mujer, e incluso
psicosis colectivas de temor a la hechicería. La actitud tradicional
con su miedo y su odio a la sexualidad ha dejado una herencia
terrible que todavía persiste en forma de sevicias, pederastia y
violaciones. Porque cuando se aborrece la sexualidad, la procreación
y los niños quedan implícitamente manchados por la impureza y así
los infantes son víctimas de los malos tratos lo mismo que sus
madres.
El Yahvé irascible y algo contradictorio del Antiguo Testamento creó
a Eva sólo para arrepentirse luego de haberla creado, porque casi
tan pronto como «nació» ella manifestó una capacidad para pensar por
su cuenta bastante superior a la de Adán. Formaban un potente equipo
Eva y la «serpiente», lo que no es de extrañar porque las serpientes
eran símbolos antiguos de Sophia y por tanto no representaban la
astucia, sino la sabiduría. Pero ¿le complació a Dios que la mujer
creada por Él demostrase iniciativa y autonomía al comer del árbol
prohibido, deseosa de adquirir sabiduría?
Tras haber demostrado en
cuanto a las cualidades de Eva una imprevisión asombrosa para un
omnipotente y omnisciente constructor de universos, Dios la condena
a toda una vida de dolor, empezando por la maldición de coser,
nótese bien (porque se dieron cuenta de que estaban desnudos ella y
Adán, y cosieron unas hojas de higuera para taparse). Así se les
introdujo la idea de que debían avergonzarse de sus cuerpos, y cómo
no, de su sexualidad. Extrañamente se da a entender que luego Dios
los vistió, como si no pudiese soportar la visión de las carnes
desnudas que había creado.
Este mito producto de unas gentes de mentalidad simplista venía a
suministrar la justificación retrospectiva de la degradación de la
mujer. De paso
disuadía de cualquier tentativa de aliviar «los trabajos de tus
preñeces». Negó a la
mujer durante miles de años el tener voz propia, al tiempo que
profanaba,
degradaba e incluso juzgaba diabólico el acto sexual en vez de
considerarlo gozoso
y mágico. La vergüenza y los remordimientos ocuparon el lugar del
amor y del
éxtasis para inculcar el temor neurótico a un Dios masculino que sin
duda se
aborrecía a sí mismo, puesto que quiso destruir incluso su mejor
creación, la humanidad.
De esta leyenda intoxicante proviene el concepto de pecado original,
por el cual incluso los inocentes recién nacidos son merecedores del
purgatorio; hasta época bien reciente ha envuelto el milagro del
nacimiento en un velo de pudibundez y superstición, y ha suprimido
el poder peculiar de la mujer... lo cual era, a fin de cuentas, el
primer móvil de toda esa ficción.
Aunque resta todavía un cúmulo impresionante de miedo e ignorancia
en cuanto a la sexualidad en nuestra cultura, hoy las cosas están
bastante mejor que hace sólo, digamos, diez años.
Varios libros
importantes han abierto nuevas perspectivas... o tal vez vuelto a
abrir las que estaban tapiadas. Entre ellos figuran
The Art of
Sexual Ecstasy, de Margo Anand (1990), y
Sacred Sexuality, de A.T. Mann y
Jane Lyle (1995); ambos celebran la sexualidad como medio de
iluminación y transformación espiritual.
Como se ha mencionado, otras culturas se han salvado de padecer
nuestros problemas (excepto cuando han quedado contaminadas por la
mentalidad occidental). En algunas la sexualidad se sublimó incluso
por encima del arte, hasta ser vista como un sacramento, es decir
aquello que hace posible para los participantes la unión con la
Divinidad. Ésa es la razón de ser del tantrismo, sistema místico de
unión con los Dioses por la vía de ciertas técnicas sexuales como la carezza u obtención de un estado de arrobamiento sin llegar al
orgasmo. El tantrismo viene a ser «las artes marciales» de la
práctica sexual y exige un entrenamiento asombrosamente largo y
disciplinado tanto al hombre como a la mujer... considerados
iguales, por cierto.
Ahora bien, el arte del tantrismo no es exclusivo de los mundos
exóticos de Oriente. Hoy se encuentran escuelas de Tantra en todas
las grandes capitales, aunque con frecuencia los aspirantes
abandonan, descorazonados por la extrema exigencia; por ejemplo, a
veces se necesitan meses para aprender a respirar de la manera
correcta. Ni la utilización de la sexualidad como sacramento tampoco
es nueva en Occidente.
Hemos comentado la destacada presencia de la sexualidad en las
raíces de la alquimia, y cómo el culto a la rosa de los trovadores
podía interpretarse como una veneración del eros. Hemos expuesto por
qué los constructores de las grandes catedrales, como la de
Chartres, hicieron tanto caso del símbolo de la rosa roja y pusieron
capillas a las Vírgenes negras con sus potentes asociaciones
paganas.
También el cáliz del Grial puede entenderse como un símbolo
femenino, y
recordar que, como detalle de excepcional transparencia, Tristán, el
gran
protagonista del Grial, cambia su nombre a Tantris...26 Incidiendo
en esto, el
novelista Lindsay Clarke ha descrito la poesía amorosa de los
trovadores como «las
escrituras tántricas de Occidente».27
En las leyendas del Grial la esterilidad del país se debe a la
pérdida de potencia sexual por parte del rey, con frecuencia
simbolizada por el tema de la «herida en el muslo». Pero el Parzival
de Wolfram von Eschenbach es más explícito; ahí la herida está en
los genitales, y esto se ha interpretado como una reacción a la
represión de la sexualidad natural por la Iglesia.28
El
estancamiento espiritual resultante sólo podía superarse a través de
la búsqueda del Grial, que siempre es algo específicamente vinculado
a la mujer, como hemos visto. En una pintura italiana del siglo XV
vemos a los caballeros del Grial adorando a Venus (pliego
ilustrado), así que en este caso no hay ninguna duda acerca de la
naturaleza de la búsqueda.
Lo que subrayan tanto las leyendas del Grial como la tradición del
amor cortés de los trovadores es la elevación espiritual de la mujer
y el respeto hacia ella. Queremos considerar significativo que esas
dos líneas de la tradición arrancasen, al menos en parte, del
sudoeste de Francia.
Muchos estudiosos modernos creen que el tantrismo entró en Europa
por mediación del contacto con la secta mística islámica de los
sufíes, que incorporó ideas de sexualidad sagrada en sus creencias y
en sus prácticas. En efecto, son innegables los paralelismos en el
lenguaje utilizado para expresar dichas ideas tanto por los
trovadores como por los sufíes. Pero ¿no será que el tantrismo sufí
pudo arraigar en la Provenza y el Languedoc porque ya existía una
tradición parecida en esas regiones? Hemos aludido a la de igualdad
de la mujer que se daba en el Languedoc, y cuando los obsesionados
por la lucha contra la brujería sentaron sus reales en Toulouse,
¿qué era lo que pretendían erradicar en realidad? Una vez más nos
hallamos frente a la encarnación de ese culto al amor, María
Magdalena.
Otra mujer que supo apreciar las posibilidades místicas de la
sexualidad fue santa Hildegard de Bingen (1098-1179). De esta
personalidad relativamente poco divulgada hasta época reciente han
escrito Mann y Lyle:
Gran visionaria, Hildegard escribió de un personaje femenino,
inconfundible imagen de la Diosa que acudía a visitarla durante la
contemplación profunda:
«Entonces me pareció ver una doncella de
belleza radiante, incomparable, cuyo rostro irradiaba un resplandor
tan intenso que apenas pude mirarla de frente. Llevaba un manto más
blanco que la nieve, más brillante que las estrellas, y sus zapatos
eran de oro puro.
En su mano derecha sostenía el Sol y la Luna y los
acariciaba con amor. Sobre su pecho, una tabla de marfil que
representaba en zafiros la imagen de un hombre. Y toda la creación
la llamaba señora y soberana a esa doncella.
Pero ella se puso a
hablarle a la imagen que llevaba al pecho diciendo: “Yo estuve
contigo desde los principios, en el comienzo de todo lo que es
santo. Yo te llevé en mi vientre antes de que hubiese día”.
Y
entonces oí una voz que me decía: “La doncella que estás viendo es
Amor, y tiene su morada en la eternidad”».
Como los demás seguidores del amor cortés medieval, Hildegard
creyó que hombres y mujeres podían alcanzar el amor divino amándose
los unos a los otros de manera que «toda la tierra se convierta en
un solo jardín de amor», Y éste sería completo, la expresión total
de la unión abarcando cuerpo y alma, porque tal como ella misma
escribió, «es el mismo poder eterno quien ha creado la unión física
y decretado que dos seres humanos debían hacerse físicamente uno».29
Hildegard fue una mujer notable, dotada de conocimientos inmensos,
especialmente en temas médicos. El grado de sabiduría que alcanzó es
inexplicable; ella misma lo atribuyó a sus visiones, tal vez
aludiendo veladamente
a alguna escuela mistérica u otra reserva similar del conocimiento.
Es de resaltar
que muchas de sus obras demuestran que estaba al corriente de la
filosofía
hermética.30
La famosa abadesa escribió también detalladas y exactas
descripciones del
orgasmo femenino, sin omitir las contracciones uterinas. Y no
parecen inspiradas
en un conocimiento teórico exclusivamente, aunque incluso éste lo
considerarían
algunos insólito en una santa. Cualesquiera que fuesen los secretos
de su
autorizada información, sabemos que influyó grandemente sobre san
Bernardo de Claraval, el patrono e inspirador de los templarios.31
El carácter de estos monjes-soldados parece presentar una objeción
importante a la idea de continuidad de la tradición clandestina del
culto herético al amor. Célibes en razón de sus votos (aunque se
rumoreó con insistencia que se daban a prácticas homosexuales),
nadie diría que fuesen los indicados como exponentes de una
filosofía de celebración de la sexualidad femenina, ni mucho menos
en la práctica. En cambio, se encuentran claros indicios de tal
vinculación en las obras de uno de sus más fervientes defensores, el
gran poeta florentino Dante Alighieri (1265-1321).
El descubrimiento de temas gnósticos y herméticos en las obras de
Dante no
es de hoy; hace cien años, por ejemplo, Éliphas Lévi calificó el
Infierno de «juanista
y gnóstico».32
El poeta se inspiró directamente en los trovadores del sur de
Francia, y era miembro de una cofradía de poetas que se llamaban a
sí mismos los fidele d’amore. Antaño considerados como un círculo de
estetas, en estudios recientes se les han descubierto motivaciones
más secretas y esotéricas.
El prestigioso académico William Anderson, en su ensayo Dante the
Maker,
describe a los fidele d’amore como,
«una cofradía cerrada, con el
designio de alcanzar
la armonía entre los aspectos sexual y emocional de su naturaleza y
las
aspiraciones intelectuales y místicas».33
Se apoya en estudios de
eruditos franceses
e italianos cuya conclusión ha sido que,
«las damas a quienes rendían
culto esos
poetas no eran mujeres de carne y hueso sino diferentes disfraces de
lo Femenino
ideal, Sapientia o la santa Sabiduría» y «la dama de esos poetas era
una alegoría de
la Sabiduría Divina que buscaban».34
Anderson y su colega Henry Corbin consideran el camino espiritual de
Dante como una búsqueda de la iluminación a través del misticismo
sexual, lo mismo que hicieron los trovadores. Henry Corbin dice:
Los fidele d’amore, compañeros de Dante, profesan una religión
secreta [...] unión entre el
intelecto alcanzable por el alma humana y la Inteligencia Activa
[...] el Ángel del
Conocimiento, o la Sabiduría-Sophia, se visualiza y experimenta como
una unión amorosa.35
Pero vemos incluso más notable el vínculo con los caballeros
templarios que suministran Dante y sus místicos amigos. Él fue
partidario entusiasta los templarios incluso después de la
disolución, cuando no era conveniente manifestarse a favor de ellos.
En su Divina Comedia califica al rey Felipe el Hermoso de «nuevo Pilato» por sus acciones contra los caballeros, y se cree que el
mismo Dante fue miembro de una orden terciaria del Temple llamada
La Fede Santa.
La relación es demasiado sugerente para dejar de
explorarla: tal vez Dante no fue la excepción, sino la regla que
corrobora que los templarios tuvieron que ver con un culto al amor.
Sobre esto escribe Anderson:
A primera vista no resulta verosímil que los templarios, como orden
militar y célibe, fuesen
un canal idóneo para los dedicados al elogio de la belleza femenina.
Pero por otra parte,
muchos templarios estaban saturados de cultura oriental, y es bien
posible que algunos
hubiesen establecido contactos con las escuelas sufíes [...].36
Tras lo cual pasa a resumir las conclusiones de Henry Corbin:
La relación entre Sapientia [la Sabiduría] y la imaginería del
Templo de Salomón habida
cuenta de sus asociaciones con la peregrinación del Gran Círculo,
induce a suponer una
conexión entre los fidele d’amore y los caballeros templarios, tal
vez al punto de
considerarlos como una confraternidad laica de la orden.37
En combinación con las revolucionarias pruebas descubiertas por
investigadores como Niven Sinclair, Charles Bywaters y
Nicole Dawe,
tenemos una fuerte indicación de que por los menos el círculo
interior de los templarios participaba de una tradición secreta
veneradora del principio de lo Femenino.
En la misma línea, esa discutida rama de los templarios que se llama
el Priorato de Sión siempre admitió mujeres y además incluye a
cuatro de éstas en su nómina de Grandes Maestres, lo cual resulta
especialmente llamativo porque corresponden a la época medieval, que
es cuando se supone que sería más intenso el prejuicio. Si fueron
Grandes Maestres, esas mujeres esgrimieron poder auténtico, y además
el cargo requería indudablemente condiciones superiores de
integridad, y capacidad para conciliar intereses en conflicto y
vanidades a muchos niveles diferentes.
Aunque se considere extraño
que estuviesen mujeres al timón de una organización supuestamente
tan poderosa, en una época en que ni siquiera fue corriente que
supieran leer y escribir, no lo parece tanto si tenemos en cuenta
que estaban en una tradición secreta de adoradores de una divinidad
femenina.
En el trasfondo de muchas de las escuelas mistéricas posteriores
quedaban
los rosacruces, cuyo interés hacia el misticismo sexual se
manifiesta en su mismo
nombre, con la conjunción de la cruz fálica y la rosa femenina. Este
símbolo de la
unión sexual recuerda un poco la antigua cruz ansata de los
egipcios, o ankh,
donde el trazo vertical es el falo y el bucle almendrado la
vulva.
Con sus doctrinas
mezcla de alquimia y de sabiduría gnóstica, los rosacruces
entendieron plenamente
a qué principios obedecían, tal como explicó Thomas Vaughan,
alquimista y
rosacruz del siglo XVII:
«[...] la vida misma no es más que la unión
de los
principios masculino y femenino, y quien domina a la perfección
dicho secreto
sabe [...] cómo hay que tratar a una mujer [...]».38
(Recordemos la
gran rosa al pie de
la cruz en el mural londinense de Cocteau, evidente alusión
rosacruciana;
significativamente la imagen de la rosa-cruz se halla igualmente en
la tumba
templaria de sir William Saint-Clair.)
39
Pero admitiendo los indicios que hemos examinado como pruebas de que
los templarios, los alquimistas y el Priorato fueron devotos de un
culto al amor, no parece muy probable que el linaje decididamente
masculino de los filósofos herméticos tuviese ninguna relación con
organización femenina —o tal vez feminista— de ningún género. Y sin
embargo, también esa imagen excesivamente superficial induce a
error.
Volviendo a Leonardo, generalmente se considera que fue un
homosexual misógino, y es cierto que no hizo mucha demostración
externa de afecto hacia las mujeres, que sepamos. Su madre, la
misteriosa Catalina, por lo visto lo abandonó a su destino cuando
era niño, aunque luego pasara con él sus últimos días, pues se sabe
que Leonardo tuvo un ama de casa a la que aludía no sin cierto
sarcasmo como la Caterina, y cuando ella murió él pagó el entierro.
Homosexual quizá lo fue, pero eso nunca ha sido óbice para hacerse
adorador del principio de lo Femenino; muchas veces ocurre más bien
todo lo contrario, los iconos de los gay de nuestros días
clásicamente suelen ser mujeres fuertes, de marcada personalidad y
vida agitada, justamente como las propias María Magdalena e
Isis.
Se
sabe además que Leonardo fue íntimo de Isabella d’Este, mujer culta
e inteligente. Aunque sería llevar demasiado lejos la especulación
el postular que ella fuese miembro del Priorato ni de ninguna otra
escuela «feminista» clandestina, quizá significa al menos que
Leonardo no desaprobaba que las mujeres tuviesen cultura.
El hermeticista florentino Pico della Mirandola escribió muchas
palabras sobre el tema del poder femenino. En su libro La Strega, es
decir «La Bruja», recoge la leyenda de un culto italiano basado en
orgías sexuales y presidida por una Diosa.
Y lo que es más notable, identifica a dicha divinidad como «la Madre
de Dios».40
También Giordano Bruno, aunque indiscutiblemente viril prestó gran
atención a lo femenino. Durante su estancia en Inglaterra en los
años 1583-1585 dio
a conocer varias obras principales, en las que describió la
filosofía hermética tal
como podemos encontrarla en cualquier libro de texto de Historia. Lo
que suele
silenciarse metódicamente es que publicó al mismo tiempo un libro de
poesía
amatoria titulado
Degli eroici furori («De los furores heroicos»),
el cual dedicó a su
amigo y protector sir Phillip Sydney. Eso no fue un epitalamio
debido a un
flechazo pasajero, ni un atisbo sobre la vida secreta de quien hasta
ahora no
conocíamos sus aficiones donjuanescas. Aunque se admite que hay en
esa poesía
un nivel más profundo, muchas autoridades creen que no es más que
una
expresión alegórica de la experiencia hermética. Pero en realidad,
el amor del que hablan esas obras no es alegórico sino literal.
Los furori del título son, citando a Frances Yates,
«una experiencia
que convierte el alma en “divina y heroica” y puede compararse al
trance o furor del amor-pasión».41
O dicho de otro modo, estamos
contemplando nuevamente lo que es el conocimiento de la capacidad transmutadora de la sexualidad.
En los poemas mencionados Bruno alude a un estado alterado de la
conciencia, durante el cual el hermético conoce su potencial
divinidad. Lo cual se expresa como el éxtasis de la unión completa
con la otra mitad de uno mismo.
Como dice la historiadora,
«[...] me parece que lo que apunta en
realidad la
experiencia religiosa de los Eroici furori es la gnosis hermética,
esto es, la poesía del
amor místico de un Mago creado divino, dotado de poderes divinos y
que se ve en
el proceso de volver a serlo y volver a poseerlos».42
Pero si consideramos la tradición que sigue Bruno, es obvio que
tales
sentimientos no eran meramente metafóricos. Este énfasis atribuido a
la
iluminación por la vida del sexo es parte integrante de la filosofía
y la práctica del
hermetismo. El concepto de la sexualidad sagrada concuerda por
entero con las
palabras del mismo Hermes Trismegisto en el Corpus hermeticum:
«Si
aborreces tu
cuerpo, hijo mío, no podrás amarte a ti mismo».43
Otros hermeticistas como Marsilio Ficino identifican cuatro tipos de
estado
alternativo en que el alma se reúne con lo Divino, y asocian cada
uno de ellos a un
personaje mitológico: la inspiración poética, patrocinada por las
Musas; el
entusiasmo religioso, por Dioniso; el trance poético, por Apolo; y
todas las formas
del amor intenso, por Venus. Este último es la culminación en todos
los sentidos,
porque ahí es donde el alma obtiene realmente su unificación con lo
Divino.44
Significativamente, los historiadores siempre han tomado al pie de
la letra los tres estados alterados que se describen en primer
lugar, pero optan por interpretar el último, el rito de Venus, como
mera alegoría o como alguna especie de amor espiritual
despersonalizado. Pero si eso fuese cierto, difícilmente el
hermetismo lo habrían catalogado bajo el signo de Venus. En este
punto lo que parece pudibundez de los historiadores es generalizada
ignorancia de la tradición subyacente. Tenemos ahí otro ejemplo de
conceptos que antes se juzgaban oscuros, y que cobran una claridad
cristalina una vez tenemos en cuenta la noción de la sexualidad
sagrada.
El gran mago y hermeticista Enrique Cornelius Agrippa (1486-1535)
fue
bastante más explícito. En su clásico tratado
De Occulta Philosophia
escribió:
«En
cuanto al cuarto furor, el que proviene de Venus, convierte y
transmuta el espíritu
del hombre en un Dios por el ardor amoroso, y le hace enteramente
igual a Dios, la
verdadera imagen y semejanza de Dios»45
Obsérvese el empleo del
término
alquímico transmutar, habitualmente entendido como alusión a la
absurda e inútil
pretensión de convertir el plomo en oro. Es otra materia preciosa la
que se busca en
este caso; el mismo Agrippa subraya también que la unión sexual «es
abundante
en dones mágicos».46
No vayamos a subestimar la posición de Agrippa en esa tradición
herética. Su tratado De nobilitate et praecellentia foeminei sexus,
o «De la nobleza y superioridad del sexo femenino», publicado en
1529 pero basado en una disertación anterior en veinte años, es
incluso más que un pronunciamiento notablemente moderno en favor de
los derechos de la mujer. De esta asombrosa obra de Agrippa nadie
hizo mucho caso hasta época bien reciente, y ello por una sola
razón, tristemente previsible: que postulaba la igualdad entre los
sexos, e incluso exponía argumentos justificando la ordenación de
mujeres, ¡por lo cual la entendieron como una sátira! Que una obra
tan apasionadamente favorable a la mujer fuese tomada a broma, dice
mucho de nuestra cultura, aunque no bueno. Pero es bastante obvio
que Agrippa no bromeaba.
Tampoco se hacía abogado de lo que hoy llamaríamos los derechos de
la mujer, ni partidario de establecer un fuero femenino, si bien los
principios aducidos por él habrían servido para una campaña de ese
género. Como dice en su estudio sobre ese tratado la profesora
Barbara Newman, de la Northwest University de Pennsylvania:
[...] hasta el lector animado por un prejuicio favorable se habría
quedado en la duda de si
Agrippa propugnaba una Iglesia indiferente al sexo en cuanto a la
igualdad de
oportunidades, o una forma de culto a la mujer.47
Newman y otros eruditos han reseguido las fuentes inspiradoras de
Agrippa y señalan la cábala, la alquimia, la hermética, el
neoplatonismo y la tradición trovadoresca. Una vez más se apunta a
la búsqueda de Sophia como influencia principal.
Sería un error, por consiguiente, creer que Agrippa se limitaba a
pedir respeto e igualdad para las mujeres. Iba mucho más allá;
postulaba que la mujer debía ser, literalmente, objeto de adoración:
Nadie que no esté completamente ciego dejará de ver que Dios reunió
en la mujer toda la
belleza que pueda existir en el mundo, para que deslumbrase a toda
la creación y fuese
amada y venerada bajo muchos nombres.48
(Mencionemos que Agrippa, lo mismo que los alquimistas, atribuyó
particulares aplicaciones prácticas y místicas a la sangre
menstrual.49 Creían que contenía una especie de elixir o ingrediente
único y que ingerida de una determinada manera, utilizando técnicas
ancestrales, uno podía obtener el rejuvenecimiento físico y la
sabiduría. Nada más lejos de la actitud de la iglesia, desde luego.)
Agrippa no fue sólo un teórico, y no temió a nadie. Además de
casarse tres veces, triunfó en lo que parecía imposible: defendió a
una mujer acusada de brujería... y ganó el caso.
Bien es verdad que todos ellos, Vaughan, Bruno y Agrippa, eran
hombres, y
cabe sospechar si predicaban su género de felicidad sexual en
interés propio,
aunque éste fuese un interés profundamente espiritual. En cualquier
caso, y
aunque también sea cierto que la mujer que se hubiese atrevido a
escribir en semejantes términos y sobre tales asuntos no habría
tardado en sufrir la suerte de las brujas, conviene fijarse en que
el rito de Venus sólo se entendía realizado cuando ambos
protagonistas de la pareja lograban alcanzar los mismos objetivos.
El concepto postulaba que unos seres iguales, pero opuestos,
colaborasen a un mismo designio, con lo cual serían recipiendarios
de la misma iluminación en tanto que pareja, lo cual viene a ser
como la idea china de que el todo necesariamente se compone del Yin
y el Yang.
En cuanto a Giordano Bruno, no era de los que guardan reserva sobre
sus creencias. En sus últimas obras publicadas utilizó una
imaginería sexual aún más explícita,50 pero también esto lo pasan
por alto los historiadores. Si lo menciona algún manual
convencional, nunca dejará de añadir la explicación alegórica. De
tal manera que reciben habitualmente la interpretación equivocada
estas y otras muchas referencias y asociaciones explícitas de las
obras de Giordano; si por ejemplo escribe de «la Diosa» refiriéndose
a la anónima dama destinataria de sus poesías amorosas, dicen que
eso es afectado, una figura retórica.
Y más tarde, cuando envió su
mensaje despidiéndose de Alemania y dijo sin más rodeos que la Diosa
Minerva era Sophia, la Sabiduría, pues también eso resulta que era
una alegoría. Pero las palabras literales fueron inconfundiblemente
las de un adorador devoto:
A ella he amado y buscado desde mi juventud, deseando hacerla mi
esposa, y he adorado
sus formas [...] y he rezado para que [...] fuese enviada a morar
conmigo, y a trabajar
conmigo para que yo supiera lo que me hacía falta [...].51
Más concluyente, sin embargo, el hecho de que la dedicatoria de
Eroici furori remita concretamente al Cantar de los Cantares.52 Una
vez más nos encontramos ante el culto de la Virgen negra, y por
asociación, el de la Magdalena.
(Naturalmente el otro gran escritor hermético/rosacruz de aquellas
fechas,
conocido como William Shakespeare, dedicó sus sonetos a una
Misteriosa Dama
Negra, cuya identidad ha dado pie a generaciones de críticos para el
interminable
debate. Y aunque bien pudiera ser que hubiese sido una verdadera
mujer, o un
hombre como aseguran otros, también es probable que represente, en
el fondo, a la
Madona negra, la Diosa de piel oscura. En efecto, los herméticos
simbolizaron
cierto estado alternativo, un tipo de trance especializado, en la
figura de una mujer
de piel oscura.)53
Los vigorosos ataques de Bruno contra las creencias y costumbres del
cristianismo le valieron una muerte horrible, que debía servir de
escarmiento para
otros esprits forts. También el atroz holocausto de brujas y
hechiceros, como hemos
visto, confería peso a la necesidad de circunspección entre los
«heréticos» (y
cumple citar aquí que, si bien los quemaderos ya han dejado de
funcionar, todavía
en 1944 el Reino Unido procesaba a una mujer en virtud de leyes
vigentes contra la
brujería). Pero como la unión sexual trascendental no dependía de
unos individuos
determinados sino que era un secreto del acervo clandestino de los
ocultistas, no desapareció con aquéllos.
Lo cual no quita que haya alguna dificultad para reseguir una
tradición
directa de sexualidad sacra en Europa, a causa del antagonismo de la
Iglesia y la
consiguiente necesidad de mantener reserva por parte de los
custodios de ese
conocimiento. Sin embargo, hacia los siglos XVI y XVII por lo visto
Alemania se
convirtió en un refugio de dicha tradición, aunque no muy estudiado
hasta época
reciente. Según investigadores franceses modernos como Denis
Labouré, en
Alemania la práctica de la «alquimia interna» se concentró en
diversas sociedades
ocultistas. Otros estudios recientes, corno el del doctor Stephen E.
Flowers, han
corroborado que el ocultismo alemán de ese período fue,
esencialmente, de
naturaleza sexual.54
Otro problema para los investigadores de esta especialidad que
buscan
indicios de cultos sexuales lo origina la Iglesia, o por lo menos
aquellos elementos
de ella que tienden a ver manifestaciones de satanismo en todo lo
que guarde
alguna relación con el sexo. Cuando esos movimientos se sienten
perseguidos, lo
primero que hacen es destruir o expurgar sus archivos, y entonces
todo lo que
resta es la versión de los hechos según los cuentan sus adversarios.
Eso fue lo que
ocurrió con los cátaros y los templarios, y alcanzó su terrible
cenit con la caza de
brujas; pero el proceso entró en acción todas las veces que alguien
expresó ideas
acerca de la sexualidad sagrada, como sucedió de nuevo en la Francia
del siglo
XIX.
En esa época surgieron varios movimientos interrelacionados que,
pese a florecer en el seno de la Iglesia católica y ocupar a
personajes que se consideraban a sí mismos buenos católicos,
incluyeron conceptos de sexualidad sacra y de elevación de lo
Femenino (generalmente bajo las formas externas de la Virgen María),
además de asociarse a un grupo de «seguidores de Juan» en la sombra,
esta vez expresamente identificado como el Bautista.
Tratar de desentrañar la complicada sucesión de los acontecimientos
resulta muy difícil, no sólo porque dichos movimientos fueron
perseguidos por inmorales en razón de las ideas religiosas no
ortodoxas y los conceptos sobre la sexualidad que manejaban, sino
además y fundamentalmente, por la intervención de motivos políticos
que les valieron la hostilidad de las autoridades. También en este
caso, la crónica quedó a cargo de los acusadores.
Los motivos políticos en cuestión quedan fuera del alcance del
presente estudio, aunque fuesen muy importantes para los
protagonistas de la época. Baste decir que intervinieron, entre
otros, las pretensiones del llamado Charles Guillaume Naündorff
(1785-1845), pero que decía ser en realidad Luis XVII (el infante al
que muchos creían muerto, como su padre Luis XVI, durante la
Revolución francesa).
Uno de esos grupos fue la Iglesia del Carmelo, también llamada
Oeuvre de la Misericorde, fundada poco después de 1840 por un tal
Eugène Vintras (1807-1875).
Predicador carismático y persuasivo, Vintras logró captar para su
movimiento lo
mejorcito de la alta sociedad, lo cual no impidió que pronto se
formulasen contra él
acusaciones de practicar la magia diabólica. Lo seguro es que sus
ritos tenían algún
tipo de contenido sexual y en ellos (citando las palabras de Ean
Begg), «el
sacramento más grande era el acto sexual».55
Para empeorar las cosas de cara a las autoridades, Vintras y
Naündorff se avalaban mutuamente. De manera que Vintras se vio
arrastrado de manera inevitable a un proceso politizado. Convicto de
estafa —aunque incluso las supuestas víctimas declararon que no se
había cometido ningún delito—, en 1842 fue sentenciado a cinco años
de cárcel. Cuando salió en libertad pasó a Londres y fue entonces
cuando un ex miembro de su Iglesia, un sacerdote llamado Gozzoli,
escribió un panfleto acusándole de celebrar orgías sexuales de todos
los tipos.
Y aunque buena parte de ellas fueron, a lo que parece,
producto de una imaginación calenturienta, es posible que hubiese
algo de cierto. Así que en 1848 la secta fue declarada herética por
el papa, y excomulgados todos sus miembros. Pero eso mismo le
permitió constituirse como Iglesia separada, que ordenaba
sacerdotisas lo mismo que sacerdotes... como los cátaros, aunque no
queda claro si el culto de Vintras seguía principios tan elevados.
Detrás de estos personajes se movía una enigmática secta llamada «de
los
Salvadores de Luis XVII» y también «de los juanistas», grupo que se
retrotrae a
poco después de 1770 y tal vez desempeñó algún papel en las
agitaciones civiles
que precedieron a la Revolución. A diferencia de los juanistas
«masónicos» que
comentábamos antes, éstos no tenían ningún titubeo en cuanto a cuál
fuese el Juan
venerado por ellos: el Bautista.56
Después de la Revolución estos juanistas se ocuparon sobre todo de
intentar la restauración de la monarquía. Ellos fueron los
principales responsables de la promoción de Naündorff como
pretendiente al trono, y también instigaron movimientos «proféticos»
como el de Vintras. Otro que se promovió a sí mismo como guru de la
época fue Thomas Martin, meteóricamente ascendido de simple labrador
a consejero del rey.57
También a éste apoyaron los juanistas,
quienes tuvieron asimismo alguna intervención como «escenógrafos» de
determinadas visiones de la Virgen, en 1846 por ejemplo las
apariciones de La Salette, en las estribaciones de los Alpes
occidentales.58 Lo que pasó ahí es difícil de precisar, pero sí
pueden identificarse los hilos principales, que pasan por ciertos
acontecimientos obviamente relacionados.
En primer lugar fue un intento de regenerar el catolicismo desde
dentro. Para ello sería preciso sustituir el dogma convencionalmente
aceptado, basado en la autoridad de Pedro, por un cristianismo
místico y esotérico partiendo de la creencia de que estaba a punto
de empezar una Era nueva, la del Espíritu Santo.
Otro elemento sería la elevación de lo Femenino bajo la forma
aparente de la
Virgen María, pero este aspecto no tardó en tomar un cariz más
abiertamente
sexual y la Iglesia empezó a percibir intención hostil en la
iniciativa. La visión de La Salette, que fue condenada por la
Jerarquía, era parte central de este plan y también era crucial, de
alguna manera, la intervención de Juan el Bautista en el asunto.
El movimiento se alió con los que albergaban la intención de lograr
el
reconocimiento de Naündorff como rey legítimo de Francia,
probablemente
porque de haber triunfado, él se habría mostrado favorable a esa
nueva forma de
religión (puesto que ya había apoyado a Vintras). Significativamente
Melanie
Calvet, la niña visionaria de La Salette, hizo declaraciones a favor
de Naündorff; y
también es interesante la reacción de la Iglesia, que la embarcó
rumbo a un
convento de Darlington, en el nordeste de Inglaterra, donde no pudo
causar más
trastornos.59
Las fuerzas combinadas de la Iglesia y el Estado impidieron que se
cumpliese el gran designio, y lo que sucedió después queda enterrado
para nosotros bajo un alud de escándalos y acusaciones mutuas. Pero
llama la atención el hecho de que la Iglesia proclamase el dogma de
la Inmaculada Concepción en 1854 (artículo de fe oportunamente
respaldado por la misma Virgen María cuando se apareció en Lourdes a
la niña campesina Bernadette Soubirous, unos cuatro años más tarde,
aunque al principio ella había descrito su visión con las sencillas
palabras «una cosa»).
Da la impresión de que los profetas, como Martin y Vintras, fueron
«manejados» por el grupo juanista sin que llegasen a formar parte de
éste. Vintras
se relacionaba con dicho grupo a través de su protectora, una tal
madarne Bouche
que vivía en la plaza Saint-Sulpice de París y usaba el nombre
espléndidamente
evocador de «Hermana Salomé». (La vintrasiana Iglesia del Carmelo
todavía
estaba activa en París después de 1940, y se rumoreó que durante los
años sesenta
había existido un grupo en Londres.)60
Con la Iglesia del Carmelo se fusionó otro movimiento fundado con
anterioridad, en 1838. Eran los Hermanos de la Doctrina Cristiana,
instituidos por los tres hermanos Baillard, que eran todos
sacerdotes. Éstos, siempre considerándose fieles católicos, fundaron
sendas casas de religión en lugares montañosos: Sainte-Odile en
Alsacia y Sion-Vaudémont en Lorena. Los dos emplazamientos eran
lugares muy principales en sus respectivas regiones y es un misterio
de dónde sacaron los hermanos Baillard recursos para comprarlos.
Sion-Vaudémont había sido en la antigüedad importante santuario
pagano
consagrado a la Diosa Rosamerta, y como su mismo nombre indica tuvo
una larga
asociación con el Priorato de Sión. En realidad, allí fundó la
históricamente
reconocida Ordre de Notre-Dame de Sion en el siglo XIV un cierto
Ferri de
Vaudémont que tenía credenciales de la abadía del Monte Sión de
Jerusalén... de
donde, por cierto, el Priorato dice haber tomado su nombre
originariamente.
Un
hijo de Ferri casó con Yolanda de Bar, Gran Maestre del Priorato
entre 1480 y 1483,
que era hija de Renato de Anjou, el Maestre anterior. Yolanda
convirtió a Sion-Vaudémont en un importante centro de peregrinación de los que
acudían a
venerar su Virgen negra. Esta figura quedó destruida durante la
Revolución y la
reemplazaron por otra Virgen medieval, aunque no negra, tomada de la
iglesia de
Vaudérmont, que está consagrada a Juan el Bautista.61
Consideraremos significativo, pues, que se estableciese en dicho
lugar una de las nuevas iglesias de los hermanos Baillard. Tenían
ideas similares a las de Vintras sin excluir lo tocante a la
esperanza en la próxima Era del Espíritu Santo y la sexualidad
sagrada, así que no sería de extrañar que provinieran de la misma
fuente. Su movimiento contó con apoyos destacados, entre los cuales
el de la casa de Habsburgo. Pero luego también fue suprimido en
1852.
En 1875, cuando murió Vintras el movimiento pasó a ser dirigido por
el abate Joseph Boullan (1824-1893), personaje todavía más polémico
que el anterior. Con anterioridad había seducido a Adèle Chevalier,
una monja joven del convento de La Salette, y la pareja había
fundado en 1859 la Sociedad para la Reparación de las Almas. Ésta se
dedicaba concretamente a los ritos sexuales basándose en una
filosofía de redención de la humanidad mediante la utilización de la
sexualidad como sacramento. La idea de por sí puede juzgarse pura y
de inspiración alquímica pese a la desafortunada tendencia de
incluir a los animales en los beneficios del rito por parte de Boullan.
Boullan y Adèle Chevalier tuvieron hijos y se dice que sacrificaron
a uno de
ellos durante una misa negra celebrada en 1860; aunque todos los
manuales
modernos presentan esto como un hecho comprobado, la verdad es que
no lo
corrobora ninguna fuente digna de confianza. Si Boullan perpetró ese
crimen, al
parecer salió bien librado. Cierto que aquel mismo año le cayó una
suspensión
eclesiástica, pero le fue levantada al cabo de unos meses.
En 1861
él y Adéle fueron
encarcelados por estafa (tal vez era el método habitualmente usado
por las
autoridades con aquellos que les desagradaban, si no lograban
acusarlos de nada
más). Fue declarado culpable, lo cual sirvió de motivo para
suspenderlo de nuevo,
pero una vez más la decisión quedó anulada al poco. Cuando recobró
la libertad,
Boullan se presentó voluntariamente al Santo Oficio (que era
entonces el nombre
oficial de la Inquisición) de Roma, que no halló en él ninguna falta
y lo devolvió a
París.62
Durante su estancia en Roma, Boullan escribió sus doctrinas en un
cuaderno
(que se llamó el cahier rose, por el color de las tapas es de
suponer), el cual fue
encontrado por el escritor J. K. Huysmans entre sus papeles cuando
aquél murió en
1893. No se conocen detalles exactos de su contenido, aunque fue
descrito como
«un documento escandaloso», y actualmente está guardado en la
biblioteca
Vaticana. Las peticiones de consulta se deniegan sistemáticamente.63
Es evidente que el caso Boullan encierra más de lo que se ve a
simple vista.
Aparenta ser una más de las historias de clubes de degenerados que
saltan de vez
en cuando, pero hay indicios de que disfrutó de cierta protección
por parte de la
Iglesia. Circularon instrucciones de que no se le molestase, por
ejemplo, y se ha
dado a entender que poseía algún secreto que le servía de
protección.64 La historia
de Boullan encaja en la tipología clásica del agent provocateur,
infiltrado en una
organización por cuenta de otro grupo diferente, con el propósito
deliberado de desacreditar a aquélla. Lo cual explicaría las
flagrantes discrepancias entre su estilo de vida y las actitudes de
la autoridad hacia él.
Después de su regreso de Roma, Boullan ingresó en la vintrasiana
Iglesia del Carmelo y se convirtió en dirigente de ella. Lo cual
provocó un cisma: los miembros del culto que estaban de acuerdo con
él le siguieron a Lyon, y establecieron allí una nueva sede. Donde
se produjeron tremendos cuadros de libertinaje sexual, una vez más
en notable contradicción con las pretensiones de Boullan en el
sentido de ser la reencarnación de Juan el Bautista.
Esa idea bien pudo ser la inspiración de Joris Karl Huysmans (un
devoto del culto a las Vírgenes negras), al menos cuando eligió el
nombre de su personaje «doctor Johannès», inspirado en Boullan (y
tanto que ése era uno de los alias que utilizaba el mismo Boullan),
como protagonista de su novela sobre el satanismo Là Bas («Allá
abajo», 1891). Pero se equivocaría quien precipitase conclusiones:
el doctor Johannès era un sacerdote que practicaba la magia para
luchar contra el satanismo, y víctima de la incomprensión de la
Iglesia, que naturalmente condena toda magia como cosa del Diablo. Huysmans fue amigo de Boullan y le acompañó en Lyon mientras se
documentaba para su novela. No obstante llegar a entender no poco de
magia, siguió siendo un hijo devoto de la Iglesia, teóricamente al
menos.
En la actualidad Là Bas todavía es bastante leída por su morbosa
descripción de una misa negra, que tiene todos los visos de ser el
relato de un testigo presencial. Sin embargo, los verdaderos «malos»
de la narración son los rosacruces, en lo que se hace eco de una
notoria batalla mágica entre Boullan y los miembros de ciertas
órdenes rosacruces que florecían por entonces en Francia.
Se puede
juzgar incongruente que precisamente unos rosacruces fuesen tan
enemigos de Boullan y de todo lo que éste representaba. También es
posible que el conflicto no fuese más que un choque de caracteres,
como suele ocurrir característicamente entre movimientos de ese
género, o tal vez la frivolidad con que Boullan aventaba sus
secretos alarmó a algunos rosacruces.
En efecto, Francia estaba hecha un hervidero de logias ocultas.
Varias órdenes
rosacruces representaban la evolución de la especialidad de
movimientos
templario-masónico-rosacruces hallados en el sudoeste de Francia.
Aunque no
eran desde luego unas órdenes masónicas estrictas, ciertamente
estuvieron aliadas
con los sistemas masónicos ocultos como el Rito Escocés Rectificado
y los Ritos
Egipcios.
Ambos grupos, el masónico y el rosacruz, abrazaban la
filosofía
martinista, queremos decir las enseñanzas ocultistas de Louis Claude
de Saint-Martin. O dicho de otro modo, apenas cabe exagerar la influencia que
tuvo el
martinismo: en la actualidad, los francmasones del Rito Escocés
Rectificado se
reclutan casi exclusivamente entre martinistas.65
La primera de estas organizaciones rosacruces retoñó por lo visto de
una
logia masónica algo irregular llamada La Sagesse (es decir,
Sabiduría o Sophia) de
Toulouse. Hacia 1850 uno de sus miembros, el vizconde de Lapasse
(1792-1867),
prestigioso doctor y alquimista, fundó la Ordre de la Rose-Croix, du
Temple et du
Graal.66
Después de él dirigió la orden Joseph Péladan (1859-1918),
que también era de Toulouse y acabaría por convertirse en lo que
podríamos llamar el Padrino de todas las sociedades rosacruces
francesas de la época.
Péladan era gran entendido en ocultismo; tras recibir la inspiración
del
escritor francés Éliphas Lévi (de su verdadero nombre Alphonse Louis
Constant,
1810-1875), desarrolló un sistema de magia que ha sido descrito como
«potaje de
catolicismo erótico y magia»,67 y organizó el popular Salon de la
Rose + Croix (hay
un interesante cartel anunciador de una de estas reuniones, en el
que se representa
a Dante como Hugo de Payens, el primer Gran Maestre de los
templarios, y a
Leonardo como el custodio del Grial (véase pliego ilustrado).
Creía
que la Iglesia
católica era depositaria de unos conocimientos que ella misma había
olvidado, y le
interesaba especialmente el Evangelio de Juan.68 También se adelantó
a los
estudiosos modernos por cuanto supo ver que los fidele d’amore
habían sido una
sociedad esotérica, a la que él relacionaba concretamente con los
rosacruces del
siglo XVII.69
Péladan conoció a otro ocultista, Stanislas de Guaïta (1861-1898), y
ambos fundaron en 1888 la Ordre Kabbalistique de la Rose-Croix. Se
trata del mismo Guaïta que se infiltró en la Iglesia del Carmelo
cuando la dirigía Boullan, y junto con Oswald Wirth, un miembro
desengañado de ese culto, escribieron el libro El Templo de Satán,
donde todo el montaje quedaba denunciado por diabólico. Entonces se
produjo la batalla mágica, con acusaciones mutuas entre Boullan y
Guaïta de haber usado medios mágicos para obtener la muerte del
otro.
Tal vez sea decepcionante, pero Boullan murió de causa
natural, a lo que parece, aunque previamente la disputa había
motivado dos desafíos reales a duelo, uno de éstos entre Guaïta y
Jules Bois, un discípulo de Boullan, y el otro entre éste y uno de
los rosacruces, Gérard Encausse (más conocido como Papus). Ambos
encuentros terminaron sin vencedor ni vencido.
Este episodio es un tema favorito de los que escriben sobre
ocultismo, pero nunca ha quedado explicado satisfactoriamente. ¿Qué
motivos tendrían Guaïta y los rosacruces de París para emprender una
vendetta contra Boullan? (cabe recordar en este contexto que la
única prueba de las depravaciones supuestamente perpetradas por
Boullan y seguidores es la palabra de Guaïta y Wirth). A primera
vista no hay relación real, ni motivo para una disputa, entre las
logias ocultas y la orden de Boullan, que era esencialmente
religiosa.
Si profundizamos un poco, sin embargo, aparece la razón: De Guaïta y
un tribunal de rosacruces habían condenado ya a Boullan por
«profanar» y revelar enseñanzas que los rosacruces consideraban
«secretos cabalísticos», es decir de sus dominios.70 Y esta condena
fue pronunciada el 23 de mayo de 1887, antes de que Guaïta se
infiltrase en el grupo de Boullan. Ése fue el verdadero motivo por
el cual estimaron necesario pararle los pies.
A algunos comentaristas parece habérseles escapado la deducción
lógica: si
los rosacruces consideraban que Boullan con sus ritos usurpaba algo
que les
pertenecía a ellos, entonces los rosacruces sin duda practicaban
también ritos sexuales.
Para ellos el delito de Boullan consistía en hacerlos públicos.
París a finales del siglo XIX era un gran emporio de erudición y
filosofía ocultistas, lo cual reflejaba tal vez la búsqueda
finisecular de un sentido de la vida. Por eso atrajo a pensadores y
artistas de todas clases, como Oscar Wilde, Debussy y
W. B. Yeats.
(Como siempre, la auténtica Comunidad Europea era una hermandad
oculta.) Los salones bullían de rostros famosos tan impacientes por
recoger fórmulas mágicas como por captar la chismografía más
reciente, entre ellos Marcel Proust, Maurice Maeterlinck y la
cantante de ópera Emma Calvé (1858-1942). Esta belleza célebre acabó
teniendo salón propio, donde recibía a todo el que tuviese algo que
contar, sobre todo si se trataba de algún gran secreto ocultista. En
estos círculos se movieron también Joséphin Péladan, Papus y
Jules Bois (que fue uno de los muchos amantes de Emma Calvé).
Muchos de los agentes principales de este mundillo eran oriundos del
Languedoc, como la misma Emma Calvé (en modo alguno desconocedora
del misticismo; la famosa visionaria de La Salette, Melanie Calvet,
era pariente suya y, a su vez, ésta fue amiga de Adèle Chevalier, la
monja seducida por Boullan que se convirtió en su consorte y
ayudante). También tuvo Emma Calvé una intervención significativa en
el enrevesado caso del abbé Saunière, cura de la aldea languedociana
de Rennes-le-Château, sobre cuyo suceso volveremos luego.
Llama la atención que Emma comprase en 1894 el castillo de
Cabrières, en Aveyron, cerca de Millau, que era su ciudad natal. De
aquel lugar se dijo que había servido de escondite en el siglo XVII
al muy buscado Libro de Abrahán el Judío, el mismo que sirvió a
Flamel para conseguir la Gran Obra.71 En su autobiografía la Calvé
consigna que el castillo había sido «refugio de cierto grupo de
caballeros templarios»,72 pero luego se calla con malicia lo demás.
Hubo más grupos ocultistas importantes originarios del Languedoc y
relacionados con sociedades rosacruces. Estuvieron influidos por la
francmasonería de la Observancia Templaria Estricta del barón
Von
Hund, pero el influjo principal fue el del discutido personaje que
se llamó conde Cagliostro (17431795).73
Denunciado generalmente como charlatán, y desde luego poseedor de
grandes dotes de comediante, fue sin embargo un genuino buscador del
conocimiento oculto. Nacido Giuseppe Balsamo, tomó de una madrina
suya el título de conde Alessandro Cagliostro. A los veintidós años
se introdujo en el ocultismo durante una visita a Malta, donde
conoció al Gran Maestre de los caballeros de Malta, que era
alquimista y rosacruz, y se aficionó a estos temas. Alquimista y
francmasón muy influido por la Observancia Templaria Estricta de Von
Hund, en abril de 1777 fue admitido en Gerrard Street, del Soho
londinense, donde había una logia de esa obediencia. Viajó mucho por
toda Europa, aunque pasó la mayor parte de su tiempo en Alemania
expresamente dedicado a buscar los conocimientos perdidos de los
templarios. También adquirió reputación como sanador.
En 1789 recibió del papa la autorización para visitar Roma, donde
tan pronto como llegó fue puesto en manos de la Inquisición bajo
cargos de herejía y conspiración política (por orden del mismo
papa), y sentenciado a cadena perpetua. Murió en las mazmorras del
castillo de San León en 1795.
Cagliostro había establecido el sistema de la francmasonería
«egipcia» (la
logia madre se fundó en Lyon, 1782), que consistía en sendas logias
masculina y
femenina quedando ésta a cargo de su mujer, Serafina. Según Lévi,
esto fue un
intento de «resucitar el culto mistérico de Isis».74
Los frutos de la investigación de Cagliostro entre las sociedades
ocultas de
Europa quedaron recogidos en un cuerpo de conocimientos que se llamó
el Arcana Arcanorum, es decir «Secreto de los Secretos», o A. A., término
originario de los
rosacruces del siglo XVII. Pero consistía fundamentalmente en
descripciones de
prácticas mágicas que hacían mucho hincapié en la «alquimia
interior». Como
hemos visto, ésas son en esencia técnicas sexuales afines al
tantrismo... pero
Cagliostro las había aprendido en Alemania, entre los grupos
rosacruces.75
Fue bajo la autoridad de Cagliostro que se creó en Venecia el
Rito
de Misraïm
(que quiere decir «los egipcios» en hebreo), en 1788. Alrededor de
1810 lo llevaron
a Francia los tres hermanos Bédarride, donde el sistema quedó
incorporado al Rito
Escocés Rectificado de la francmasonería.76
El Rito de Misraïm fue antecedente directo del Rito de Menfis, del
cual hemos
mencionado anteriormente que fue fundado por Jacques Étienne
Marconis de
Nègre, y que el Priorato de Sión se dice vinculado al mismo. (Ambos
sistemas
quedaron unificados como Rito de Menfis-Misraïm en 1899 siendo Gran
Maestre el
ocultista Papus, quien lo acaudilló hasta su muerte en 1918.) El
Rito de Menfis
también estaba estrechamente asociado con una sociedad secreta
llamada los Philadelphians, que había fundado en 1780 el marqués de Chefdebien:
otra
derivación de la Observancia Templaria Estricta de Von Hund, pero
creada con la
expresa intención de adquirir conocimientos ocultos. Marconis de
Nègre reconoció
la proximidad con los de Filadelfia y dio el título de «los
filadelfos» a uno de los
grados de su movimiento.77
Ninguno de los dos ritos, ni el de Menfis ni el de Misraïm, tomados
cada uno por su lado, tuvo mucha repercusión; pero una vez asociados
como Menfis-Misraïm se convirtieron en una fuerza de mucho cuidado,
y su influencia se extendió como una marca por toda la
clandestinidad del ocultismo europeo. Entre sus miembros hubo astros
tenebrosos como
Aleister Crowley y también luminarias de la mística
como Rudolf Steiner. Y también estaba Karl Kellner, el que luego
fundó con Theodore Reuss la Orden de los Templarios de Oriente, más
conocida bajo sus siglas OTO.
Esta organización trataba y trata explícitamente de magia sexual. Y
aunque
muchos creen que representa una occidentalización del tantrismo,
también fue en
buena medida un desarrollo lógico de los secretos que enseñaba la
Menfis-
Misraïm, a su vez derivados de los conocimientos adquiridos por
Cagliostro entre
los grupos alquímicos y rosacruces de Alemania y las logias de la
Observancia Templaria Estricta.
Crowley abandonó la Menfis-Misraïm para ingresar en la OTO, de la
que
llegó a ser Gran Maestre. Otro personaje influyente que pasó de
aquélla a la OTO
fue Rudolf Steiner, quien tras cobrar fama gracias a una variante
«pura» de
misticismo, la antroposofía, procuró poner sordina a su pertenencia
a dicha orden,
en lo que tuvo tanto éxito que ni siquiera se ha enterado la mayoría
de sus
ardientes seguidores actuales. Cuando murió, sin embargo, fue
inhumado llevando
sus paramentos de la OTO.78
Significativamente, Theodore Reuss escribió que la magia sexual de
la OTO
era «la LLAVE que abre todos los secretos masónicos y herméticos
[...].»79 También
declaró sin más rodeos que la magia sexual había sido el secreto de
los caballeros
templarios.80
Un nuevo vástago del movimiento Menfis/Misraïm cobró forma en la
Inglaterra de finales del siglo XIX. Fue la Orden hermética Golden
Dawn, o del
«Amanecer Dorado», entre cuyos miembros figuraron Bram Stoker,
empresario
teatral más conocido por su novela Dracula; el tan repetido Aleister
Crowley; el
místico, poeta y nacionalista irlandés W. B. Yeats; y una figura de
la sociedad,
Constance Wilde, la viuda del infeliz Oscar.
Fundada en 1888 por Macgregor
Mathers y W. Wynn Westcott, su linaje directo se remonta a la Cruz
Oro y Rosa, es
decir la orden alemana de Observancia Templaria Estricta que
comentábamos en el
capítulo anterior, de la que tomó muchos de sus ritos y nombres de
los grados.81 La Golden Dawn utilizó también ritos tomados de la Menfis/Misraïm. A
fin de
cuentas, pues, los títulos de la orden le venían del barón Von Hund,
puesto que
tanto la influencia alemana como la francesa derivan de éste y sus
ritos
templaristas.82
La Golden Dawn es mucho más conocida en el mundo de habla inglesa
que los demás grupos europeos, para aquél exóticos. Ostenta fama de
gran integridad y parece a primera vista una agrupación de
esotéricos aficionados a reunirse disfrazados para entonar fórmulas
incantatorias. Es decir, apenas más que unos ocultistas de cenáculo,
animados de ideas sublimes. En cambio, entre los estudiosos
franceses del ocultismo la Golden Dawn tiene una reputación mucho
más siniestra; en 1891, cuando abrió la sucursal de París ingresaron
en ella la mayoría de los personajes dudosos que hemos citado antes,
incluso Jules Bois, que parecía estar en todas partes al mismo
tiempo.
En realidad también la Golden Dawn inglesa tuvo un aspecto poco
conocido y más profundo. De hecho era dos órdenes diferentes: por
una parte, el escaparate público bien conocido y respetable; por
otra, una orden interior llamada la Rosa de Rubí y la Cruz de Oro,
en la que sólo se ingresaba a invitación de padrinos. A lo que
parece la orden externa servía como coto de reclutamiento para el
círculo interno y secreto, cuyas prácticas incluían ritos sexuales.
Ciertamente la Golden Dawn supo guardar bien sus secretos. Durante
años,
incluso autores como Katan Shu’al,83 no ya introducidos sino que
formaban parte
del mundo ocultista ellos mismos, no pudieron escribir más que
especulaciones acerca de los ritos sexuales de la orden. Parece ser
que los hubo, aunque esta afirmación se funda en indicios
fragmentarios.
Quizá sería más exacto decir que los elementos
sexuales se hallaron presentes en la misma fundación de la orden. La Golden Dawn derivaba de otra organización, la
Societas Rosicruciana
in Anglia, entre cuyos fundadores estuvo un tal Hargrave Jennings
(1817-1890), cuyos escritos sobre magia sexual son de lo más
explícito que podía permitirse un caballero de la época victoriana.
En su voluminosa obra The Rosicrucians: Their Rites and Mysteries
(1870), Jennings, por decirlo en palabras de otro escritor como
Peter Tompkins,
«insinuó con toda la claridad posible que aquellos
ritos y misterios eran de naturaleza fundamentalmente sexual».84
Por
ejemplo, al discutir el simbolismo sexual de los dos triángulos
entrelazados que forman el Sello de Salomón (o la Estrella de
David), Jennings desarrolla explícitamente el asunto:
[...] la pirámide indica la potencia femenina correspondiente,
tumefactiva o ascendente, no
sumisiva, sino de respuesta sugestiva, sincronizada en el clítoris
anatómico [...] ese objeto
excéntricamente diminuto que lo significa todo en la anatomía
rosacruz.85
El 18 de julio de 1921 Moina Mathers —una de las fundadoras de la
Golden Dawn, y hermana del filósofo Henri Bergson— escribió una
carta a Paul Foster Case, que era el encargado de la rama
neoyorquina de la orden, porque se había enterado de que éste
enseñaba ritos sexuales:
Lamento que nada relativo a la Cuestión Sexual haya trascendido en
el Temple a estas
alturas, ya que apenas estamos empezando a tocar directamente los
asuntos sexuales, y
desde luego sólo entre los grados más altos [...].86
Más adelante, cuando Dion Fortune (de su verdadero nombre Violet
Firth), escritora de ocultismo y miembro de la Golden Dawn, se puso
a escribir artículos sobre la sexualidad, Moina quiso expulsarla por
traicionar los secretos de la orden.
Pero luego tuvo que reconocer que Dion Fortune no estaba en
disposición de
conocerlos, puesto que aún no había alcanzado el grado suficiente.87
Ahora admiten los comentaristas, como Mary K. Greer,88 que hay
pruebas en apoyo de la idea de que la Golden Dawn practicó en efecto
la magia sexual, si bien la consideraba demasiado poderosa y
preciosa como para echarla a perder divulgándola entre los neófitos
y los grados inferiores.
También se encuentran insinuaciones en cuanto a los secretos
interiores de la
Golden Dawn en la descripción de una visión conjunta que tuvieron
poco después
de 1890 Florence Farr y Elaine Simpson, dos adeptas del sistema. La
primera, una
célebre actriz de teatro londinense, fue también conocida por sus
aventuras con
famosos, como George Bernard Shaw y el cofrade ocultista W. B. Yeats.
El caso fue
que Florence y su colega en experimentos mágicos Elaine emprendieron
juntas un
viaje astral, una especie de aventura gemela por los Planos
Interiores de la
alucinación compartida. Este fenómeno es un elemento bastante común
del
entrenamiento mágico, y suele ser parte del pathworking cabalístico
o «recorrido del
camino», una especie de proyección mental o asociación de imágenes
que utiliza el clásico esquema del «Árbol de la Vida».
Florence y Elaine se propusieron visitar la «esfera de Venus» en su
visión mental conjunta. La culminación de su viaje astral asumió la
forma de un encuentro con un sorprendente arquetipo femenino, que
les dijo con una sonrisa:
Yo soy la poderosa Madre Isis, la más fuerte del mundo porque no
lucha pero siempre vence. Yo soy la Bella Durmiente que han buscado
los hombres de todas las épocas. Los caminos que llevan a mi
castillo están plagados de peligros y engaños. Algunos se duermen,
no habiendo sabido encontrarme, o han seguido a la Fata Morgana que
desencanima a todos los que se someten a su ilusoria influencia. Yo
me elevo a lo alto y pongo bajo mí a los hombres. Soy cuanto el
mundo desea, pero pocos me encuentran. Mi secreto, cuando se
pronuncia, es el secreto del Santo Grial [...].
He dado mi corazón al mundo, ésa es mi fuerza. El Amor es la Madre
del Hombre-Dios, que
entrega la quintaesencia de su vida para salvar de la destrucción a
la humanidad y mostrar
el camino hacia la vida eterna. El Amor es la Madre del
Cristo-Espíritu, y este Cristo es el
amor más alto. Cristo es el corazón del amor, el corazón de la Gran
Madre Isis, la Isis de la
Naturaleza. Él es la expresión de su poder. Ella es el Santo Grial,
y Él es la sangre vital del
Espíritu que se halla en la copa.89
Acompañaron a estas palabras intensas imágenes de una copa color
rubí, y una cruz tribarrada.
A primera vista esa descripción parece otro ejemplo de balbuceos del
género
«Nueva Era» en el que Jesús y la Diosa egipcia Isis se confunden con
la noción del
Santo Grial sencillamente porque todo eso suena a místico y arcano.
Pero tal como
escribió el malogrado experto en ocultismo Francis X. King, hay en
ello dos puntos
que no conviene pasar por alto:
«El primero es la identificación de
la Santa Virgen,
“la Madre del Hombre-Dios”, con Venus, la Diosa del amor, en este
caso amor
sexual o eros, no agapé. El segundo es la identificación del Grial
con Venus, el yoni
arquetípico u órgano femenino de la procreación».90
El lector moderno, si es además escéptico, tal vez interpretará la
visión de esas damas como una realización de deseos, o fantasía de
sexo al alimón, especialmente si conoce la reputación subida de
color de Florence Farr como una homóloga británica de Emma Calvé.
Pero la visión supuestamente venía a revelar un secreto que cuadraba
con la filosofía mágica de la Golden Dawn, y de ahí la extrañeza de
Francis X. King cuando se pregunta de dónde sacaron las mujeres su
imaginería, considerando que la sociedad no tenía nada que ver, como
él cree, con ningún tipo de rito sexual.
Pero lo que indica la
visión, en cambio, y con no poco énfasis, es que sí tenía que ver,
aunque una vez más observamos que los ritos en cuestión eran sólo
para los iniciados de los grados superiores, los del círculo
interior.
La importancia de la visión estriba en que relaciona a Isis con el
Grial y con la
sexualidad, lo cual no habría extrañado en absoluto a los
alquimistas, los gnósticos
ni los trovadores. Que el Grial, visto aquí como el tradicional
cáliz, sea un símbolo
femenino, se entiende sin más explicaciones en nuestros tiempos
posfreudianos,
pero todavía era una gran revelación para los predecesores. Pero
aquí el fluido rojo, la sangre que contiene, lo lleva Isis...
Es interesante asimismo el tema de la Bella Durmiente mencionado en
el relato de la visión de estas mujeres, y que ocupa lugar destacado
en
Le serpent rouge, el texto clave del
Priorato de Sión. La
búsqueda de la Bella Durmiente es un motivo reiterado y se entreteje
con el de la búsqueda de la reina de un reino perdido. Como hemos
tenido ocasión de comentar, el documento en cuestión también se
ocupa mucho de María Magdalena y de Isis, característicamente
combinadas como si hubieran sido el mismo personaje.
La búsqueda de la reina es imaginería alquímica, así que no debería
extrañarnos que su meta sea hallar esas encarnaciones de la
sexualidad, la
Magdalena e Isis. Llama la atención que todavía hoy casi nadie se
aviene a admitir
o reconocer el rol de la sexualidad en los movimientos heréticos y
ocultistas, cuando apenas cabe exagerar la importancia que tiene. Es
así que la sexualidad jamás ha sido una cuestión secundaria, ni el
reflejo de una flaqueza particular, sino que figura en el corazón de
la mayoría de las organizaciones clandestinas más poderosas.
La tradición que más nos interesa y que está en el fondo de esta
investigación depende en efecto de la noción de sexualidad sacra.
Como hemos visto, parece que la constituyen dos líneas temáticas
principales, la de la reverencia hacia la Magdalena y la de la
reverencia hacia Juan el Bautista. En esta fase de nuestro estudio
nos planteábamos la posibilidad de que la Magdalena fuese una figura
simbólica, sencillamente, que representase la idea de la sexualidad
sagrada, sin que esta imagen guardase relación con ningún personaje
histórico real. En cualquier caso no es difícil de entender una
relación entre María Magdalena y la sexualidad, y parece
perfectamente natural.
No sucede lo mismo, por supuesto, cuando seguimos el hilo de Juan el
Bautista, a ver si ese hilo pasa por la idea de sexualidad sagrada.
Pero el relato bíblico y la tradición cristiana han creado la imagen
poderosa y sin fisuras de un hombre rigurosamente ascético, una
especie de John Knox, de moralidad intransigente y castidad
inquebrantable. ¡Cómo va a ser ésa una figura importante para ningún
culto basado en las prácticas sexuales!
En el plano superficial se
diría que nunca existió ni pudo existir semejante conexión... y sin
embargo, una y otra vez en el decurso de nuestras averiguaciones
resulta que al menos los ocultistas han creído siempre, generación
tras generación, que sí existió. Y como hemos comentado al tratar de
la Golden Dawn, el plano superficial puede ser muy engañoso,
tratándose de grupos ocultos, cuya raison d’être auténtica puede
reservar sorpresas importantes.
Florence Farr y sus colegas de la Golden Dawn pertenecían a un
amplio
círculo internacional de ocultistas en el que figuraban también
Péladan y Emma
Calvé. Las sociedades con las que tuvieron afinidad esgrimieron
muchas
influencias, y ha sido esa trama de sociedades la que ha
suministrado el marco de
referencia a uno de los misterios más famosos de Francia, que afecta
íntimamente al
Priorato de Sión.
El foco de todos los Dossiers secrets y demás material por el estilo
que emite el Priorato de Sión es, desde luego, el misterio de
Rennes-le-Château. Le serpent rouge, por ejemplo, alude a un gran
número de localizaciones de ese pueblo y de los alrededores. Era
inevitable que dirigiésemos nuestra atención a Rennes-le-Château, de
manera que no tuvimos otro remedio sino regresar al Languedoc, el
corazón de la herejía.
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