por Wanderer

Enero 23, 2014

del Sitio Web Erraticario

 

 

 

 

 

 

 

Las primeras células procariotas aparecieron en la Tierra hace 3.700 millones de años.

 

Hace 1.500 millones de años, dos procariotas se unieron y dieron lugar a la primera célula eucariota. Este suceso fue el resultado de más de 2.000 millones de años de evolución y lucha por la supervivencia.

 

Si bien el primer pensamiento al respecto es que la tardanza fue debida a lo complejo del asunto, una reflexión más pausada nos lleva a imaginar que la eucariota fue el último recurso ingeniado por sus progenitoras para, tras haberlo intentado de todas las maneras posibles, seguir prosperando en un ambiente cada vez más poblado y, por tanto, más competitivo.

 

Mil millones de años después de aquel suceso, es decir, hace unos quinientos millones de años, las eucariotas optaron por la misma solución que las llevó a surgir: la unión entre colegas para crear un ente superior.

 

La idea fue tan buena que, una vez inventado el primer organismo multicelular, el fenómeno se difundió, de modo que el repentino y raudo juego de combinaciones provocó lo que se conoce como "explosión cámbrica".

 

Los organismos multicelulares se convirtieron en nuevos ecosistemas donde millones de microbios organizaron sus vidas de acuerdo a las estructuras que les servían de hogar. Y como todo ecosistema, la relación no era unidireccional sino bidireccional: los bichos evolucionaban según el entorno, y el entorno evolucionaba según los bichos.

 

Uno de esos ecosistemas evolucionó a humano.

 

El homo sapiens alberga diez bacterias por cada célula eucariota que lo estructura; en términos genéticos, sólo el 1% de los genes de un homo sapiens son propiamente humanos; el 99% restante procede de los genomas de diferentes clases de entes.

 

El individuo, en términos físicos, es una ilusión si se refiere con ello a una entidad; somos conglomerados de miles de especies que cohabitan y forman diferentes ecosistemas internos cuyo conjunto se ha dado en llamar microbioma, también apodado "segundo genoma", y que comprende una población de 100 billones de microbios que nos dan la forma.

 

El microbioma humano contiene las claves de procesos inmunológicos, reacciones químicas y modificaciones metabólicas que permitirán comprender mejor lo que antes se buscaba únicamente en el genoma humano.

 

Por ejemplo, los japoneses albergan genes de los que otros humanos carecen que les permiten extraer más energía de las algas marinas, y ello es debido a que las bacterias del fondo del océano ingeridas han cedido sus genes a la expresión nipona del microbioma.

 

No estamos, pues, ante meros compañeros de viaje, sino ante componentes esenciales de la expresión física de organismos superiores. La flora intestinal garantiza la asimilación de nutrientes.

 

El ecosistema de la piel protege contra agentes infecciosos procedentes de allende las fronteras corporales:

cuando el bebé nace, se impregna de las bacterias que habitan la vagina materna, las cuales, una vez recolocadas en su nuevo ambiente, se encargarán de desarrollar el sistema inmunológico del recién nacido.

De hecho, los nacimientos por cesárea ponen al bebé en desventaja frente a futuras infecciones.

 

En la tradicional lucha del hombre contra los microbios, los tratamientos con antibióticos pueden ser una de las causas primeras del aumento de los índices de obesidad en los países desarrollados debido a la eliminación de ciertas bacterias relacionadas con el procesamiento de las grasas.

 

Además, parecen estar dándose otros problemas derivados de la obsesión con la 'asepsia corporal', y es que el exceso de higiene facilita la proliferación de enfermedades como alergias y asma ya que los microbios encargados de ayudar al buen funcionamiento del sistema inmunológico son mermados en el proceso.

 

Para el microbiólogo Martin Blaser, el tratamiento con antibióticos de las carnes para consumo humano está haciendo estragos en nuestro sistema; y a ello hay que añadir la preocupación relativa al tratamiento de los cultivos transgénicos.

 

Pero los bichos no sólo protegen y metabolizan por el bien superior, sino que también han de velar por su seguridad. Y para ello, nada mejor que el control mental.

 

En experimentos con ratones, se ha observado que aquellos que habían sido criados bajo técnicas de esterilización que mermaban su microbioma desarrollaban tendencias que otros congéneres más normales considerarían suicidas.

 

Los animalitos en cuestión no cesaban en sus actos intrépidos, abandonaban la práctica común a todo roedor de esconderse en la sombra y agazaparse junto a las paredes, y se lanzaban audazmente a la exploración de espacios abiertos y luminosos.

 

De algún modo, las bacterias generan sustancias que transmiten señales nerviosas al cerebro y le condicionan para que los comportamientos del mundo en que viven sean seguros, cautos y precavidos; quizás quieran evitar a toda costa un apocalipsis microbiómico por culpa de un mal paso en terrenos hostiles.

 

En el caso de los humanos, hay quienes sospechan que las alteraciones del microbioma tienen mucho que ver con ciertos trastornos de ansiedad, depresiones o fatiga crónica, puesto que las bacterias del sistema digestivo juegan un papel fundamental en la producción de moléculas neurotransmisoras, como la serotonina.

 

Además, la anomalía del ecosistema bacteriano es un factor importante en enfermedades como la esquizofrenia y el autismo.

 

En definitiva, los procesos físicos esenciales para el correcto fluir de la vida están subcontratados a una marabunta de seres microscópicos sin los cuales dejaríamos de estar en este mundo.

 

Una de las posibles explicaciones es que, debido a que los microbios evolucionan a razón de una nueva generación cada veinte minutos, su respuesta y capacidad de adaptación a los cambios ambientales es inmediata, algo muy útil en los casos en que hay que enfrentarse a toxinas desconocidas.

 

La agilidad con que se producen los intercambios de genes entre bacterias y las consiguientes mutaciones hacen del microbioma una extensión imprescindible del genoma humano, cuya capacidad de reacción al medio tiene más que ver con el muy largo plazo.

 

 

 

 

La vida es un proyecto de ingeniería bacteriana.

 

Volviendo al comienzo de este artículo, la evolución a células complejas fue el resultado de una unión de bacterias, tal y como propuso Lynn Margulis allá por la década de 1960.

 

Ridiculizada al extremo, por cierto - Margulis, no la década - y vuelta a ridiculizar cuando se asoció con James Lovelock y su hipótesis de Gaia, según la cual la atmósfera y los sedimentos del planeta Tierra constituyen un sistema autorregulado gracias a sus componentes de vida.

 

La versión extrema de la hipótesis habla de un sistema vivo en sí, y la más extrema de una diosa, una tergiversación propia del boom ecológico y los movimientos hippies que Lovelock no quiso nunca desmentir, pues veía en ello un recurso emotivo capaz de mover conciencias en dirección del compromiso con el medio ambiente con más efectividad que el simple discurso científico.

 

Pero tales ideas no quitan que la versión suave sobre Gaia se ajuste a la explicación de una biosfera tal y como la conocemos hoy, donde todo está interrelacionado con todo y de la que hasta hace muy poco no se sabía la magnitud de vida que alberga y la importancia de la misma como reguladora de las condiciones ambientales.

 

De hecho, el planeta entero está resultando ser un microbioma global.

 

Existe una biosfera subterránea en la que se está investigando desde hace cuatro años y que viene a significar que el planeta es una red de microbios que lo cuidan y transforman:

Este nuevo censo de las poblaciones de la Tierra se fija en la vida que existe por debajo de la superficie, a kilómetros de profundidad, y en cómo subsiste en condiciones extremas de presión, temperatura y falta de luz.

 

Pero lo que más llama la atención hasta ahora es la similitud de los tipos de organismos hallados, lo que sugiere que estas comunidades pueden estar interconectadas e incluso hace pensar que en este ambiente se originó la vida en la Tierra y no en lagos o mares, la hipótesis más aceptada.

"Hace dos años teníamos muy poca idea de los microbios presentes en las rocas sub-superficiales o de lo que se alimentan", dijo Matthew Schrenk, geomicrobiólogo de la Universidad Estatal de Michigan (EE.UU.), al presentar sus resultados en el último Congreso de Unión Geofísica Americana, el más importante de esta especialidad.

Margulis también se refirió en su momento a la importancia de las bacterias en el desarrollo de los organismos superiores.

 

Al día de hoy, se la sigue criticando por su defensa de la simbiosis como generadora de especies, inaceptable para los neo-darwinistas que sólo aceptaban las mutaciones genéticas como proceso guía.

 

Desde el posterior conocimiento del microbioma y las sorpresas que va proporcionando, cabe preguntarse si la simbiosis no terminará resultando un factor determinante.

 

Al comienzo de su libro The Veil of Isis, Pierre Hadot explica cómo, en sus orígenes, el término griego physis, "naturaleza", se refería a lo que emerge de la interacción de estados preexistentes.

 

La imagen evocada por esta palabra no es la de los objetos en sí, sino la de los procesos de cambio continuo; la naturaleza era el conjunto de movimientos y relaciones de donde surgían nuevas formas y otras desaparecían.

 

Pero ya los primeros filósofos griegos variaron el término en una línea de evolución hacia la cosa fija que es lo que ha llegado hasta hoy.

 

Veinticinco siglos después, la physis vuelve a ser movimiento, transformación y procesos de relación. Los objetos se pierden; de hecho, el realismo estructural nos dice directamente que no existen; y la física cuántica lo confirma para angustia de todos.

 

Disuelta la materia en la Nada, era de esperar que también se desvaneciera la visión de los organismos como entidades independientes.

 

Disueltos los organismos, el individuo homo sapiens se pierde entre genes que no le pertenecen y, peor aún, le pertenecen genes que obligan a cuestionar la noción de identidad.

 

La plataforma Edge ha lanzado su pregunta anual para 2014:

¿Qué idea científica está lista para el retiro?

Una de las respuestas se refiere, precisamente, al concepto de "individualidad".

 

El físico Nigel Goldenfeld reflexiona sobre la esencia de lo que es ser un individuo, pues tal esencia, para serlo, ha de referirse a algo indivisible. Y nada en la materia es indivisible, pues los cuantos, las unidades mínimas a que se refiere la Física para hablar de las partículas elementales, no son partículas: es sólo que no existe todavía el lenguaje suficiente para explicar tales profundidades de donde emerge la realidad.

 

Las presuntas partículas no son más que el conjunto de aspectos que resultan análogos a las cualidades de un objeto; pero se sabe que el objeto no existe, así que sólo hay "cualidades" sueltas, como la sonrisa en el aire del gato de Cheshire en Alicia en el país de las maravillas.

 

¿Quiénes somos en realidad? El vértigo nos obliga a desviar la atención y preguntarnos algo más trivial…

 

Así que… ¿quién es Alicia…?