la inmortalidad y la divinidad pero ahora la busca sólo hacia afuera, utilizando un soporte externo que le hace olvidar que todo lo maravilloso que existe en sus aparatos existe en él mismo
Yuval Noah Harari se ha convertido en uno de los escritores de cabecera de los ejecutivos de Silicon Valley.
En su Homo Deus - A Brief History of Tomorrow argumenta que los avances tecnológicos exponenciales, de la mano de la desigualdad que impera a favor de una élite privilegiada, crearán una brecha en la que los señores de este nuevo mundo serán tan diferentes de nosotros como nosotros de los neandertales.
Esta nueva especie será el Homo Deus y la relación que surgirá entre la élite aumentada tecnológicamente a niveles indistinguibles de la divinidad y todos los demás será parecida a la actual entre hombres y animales.
Todos los que no seamos parte de esta élite seremos como los animales de hoy en día:
Harari escribe que hemos llegado a un punto en el que podemos dedicarnos a objetivos trascendentales, habiendo superado nuestras necesidades básicas.
Harari utiliza la palabra "upgrade", como si estuviéramos en un proceso en la cúspide de la historia de actualizar el programa humano e instalar la divinidad por medios tecnológicos.
Harari olvida, sin embargo, que desde el principio de la civilización los hombres han querido hacerse dioses y que la sola conciencia ha hecho que, desde que se tiene memoria, la humanidad tenga un deseo de trascendencia que va más allá de lo meramente biológico.
Lo que ha cambiado es sólo la percepción de cómo esto es posible en la mentalidad occidental.
Deslumbrados por el poder de la tecnología, hoy en día las élites que controlan esta tecnología, y la economía que se basa en ella, se atreven a creer que la inmortalidad y una especie de divinidad mediatizada están ahora sí al alcance.
Esto mismo, sin embargo, ha sido parte de otro tipo de grupos, que por mucho tiempo se han movido a los márgenes de la sociedad - se les llama místicos, aquellos que se mueven en el misterio, en el secreto, y que buscan agenciarse la experiencia de lo divino.
Evidentemente, para la
tecno-élite de nuestra civilización todas las tentativas de
místicos,
chamanes y demás son meramente balbuceos primitivos o
alucinaciones que hoy se pueden explicar por medio de
la
neurociencia.
En esto consiste el misterioso ritual del Soma:
Occidente tiende a desacreditar todo conocimiento que no sea parte del progreso del materialismo científico.
Para los científicos de hoy, con sus sofisticados y multimillonarios aceleradores de partículas, es ridículo pensar que hombres semidesnudos hubieran podido conocer los secretos del universo hace miles de años simplemente mirando hacia el interior, utilizando el telescopio de la mente (lo que en la India se conoce como samadhi).
Sin embargo, la ciencia moderna comparte con la religión antigua un impulso místico y espiritual hacia el conocimiento.
La mayoría de los grandes científicos han estado inspirados en ideas religiosas:
...todos vieron en las leyes del cosmos ecos del pensamiento divino.
Inclusive la tecnología moderna, desde el Internet hasta la inteligencia artificial, tiene una inspiración en ideas místicas o mesiánicas, como ha demostrado David F. Noble en su libro La religión de la tecnología y como puede claramente constatarse revisando las ideas de Ray Kurzweil, el principal exponente del transhumanismo.
La modernidad ha interpretado a Prometeo como un héroe y ha considerado que la divinización del ser humano o su liberación de la esclavitud de las leyes de la naturaleza deberá ocurrir - como ocurre en cierta interpretación del mito de Prometeo - a través de la tecnología.
Es como si en nuestra fundación estuviera la tecnología ("mitos" modernos como la película 2001 - Odisea en el espacio refrendan esta creencia).
Sin embargo, hay otro mito que podría ser relevante considerar.
En el mito de Dionisio Zagreo, según la visión órfica, éste niño divino es devorado por los titanes, lo cual despierta la furia de Zeus (el padre de Dionisio), quien los calcina con un rayo.
Es a través de la mezcla
de las cenizas de los titanes y de Dionisio que se crea la
humanidad, de aquí se deriva la doctrina de la chispa divina que
existe en el ser humano.
Es de este origen divino que tiene potestad sobre la naturaleza y que puede crear e imbuir a sus creaciones de una cierta fuerza divina.
En este sentido nuestra capacidad de crear "tecnología indistinguible de la magia", parafraseando a Arthur C. Clarke, es sólo una muestra de nuestra propia divinidad.
La precognición del big data, la telepatía de la telefonía celular, la visión remota del Hubble, serían parte de nuestra propia naturaleza inexplorada.
Hemos considerado el
espacio como la última frontera sin haber antes conquistado la
frontera de nuestra propia mente.
Spengler veía en la modernidad mecánica una pérdida del alma que animaba a la cultura:
Es de notar la pre-ciencia de Spengler al notar la tendencia de interiorización de la tecnología, esto tanto en su aspecto físico como funcional: al final lo que se busca replicar, la meta-tecnología, es la mente.
Curiosamente, Marshall McLuhan, el teórico de medios más importante de la segunda mitad del siglo XX, también vio en la tecnología una usurpación diabólica:
Tenemos aquí la noción no de la tecnología como una forma de obtener una divinidad ausente, sino como la forma de simular y suplantar una divinidad inherente o latente.
Lo anterior no significa que la tecnología es diabólica, sino justamente que es diabólica o divina (que puede ser cualquier cosa que en ella proyectemos) porque es una representación in extenso de la conciencia humana y de la misma naturaleza que es "un símbolo del espíritu" (según Emerson).
No es otra cosa que lo que ya existe en el ser humano, la mente desdoblada de manera que por momentos parece tener una existencia autónoma, hasta el punto de conjurar una inteligencia artificial, superior a la nuestra.
Dice Borges:
Es mi tesis que el poder de la tecnología que hoy se antoja digno de una deidad, no es más que la transferencia del poder divino de la mente humana hacia una máquina.
El hecho de que recurramos a la tecnología para manifestar nuestros deseos más profundos es sólo un síntoma de nuestra creencia ilusoria en la solidez del mundo, de nuestra fe ciega en la materia, esto es, la creencia de que vivimos en un mundo de objetos sólidos, separados, estables e independientes de nuestra mente.
La física quántica, a partir de la interpretación de Niels Bohr, ha demostrado que no existen fenómenos objetivos u objetos clásicos independientes de nuestra observación, incluso que no existe realmente eso que llamamos "cosas".
El hecho de que hayamos logrado transformar radicalmente la naturaleza utilizando una serie de aparatos y herramientas, que son en realidad extensiones de nuestras propias facultades, más que una prueba de la valía de la ciencia materialista es muestra del propio poder de nuestra mente, del poder de la mente sobre la materia.
El peligro de esta divinización de la máquina - basada en nuestra fe fetichista en el objeto y en lo objetivo - es fundamentalmente una pérdida de fe en nuestro propio potencial humano, un desplazamiento de lo subjetivo hacia lo objetivo en el cual la conciencia humana crea un límite para sí misma y toda una panoplia de objetos que son sólo su propia fantasmagoría.
Al apostar al objeto, a lo externo, a lo físico, abandonamos nuestra propia capacidad de manifestar lo divino como realidad cotidiana.
Por usar un parangón tecnológico del potencial humano inherente, así glosa Leon Marvell las ideas de Leibniz en su libro The Physics of Transfigured Light:
Henri Bergson, en lo que parece haber sido un intento de conciliar la teoría de Darwin con la teología pero que hoy en día puede verse como un antecedente del transhumanismo, escribió que el ser humano tiene,
(Las dos fuentes de la moral y de la religión).
Esta visión encaja perfectamente con el lenguaje progresista y milenarista del transhumanismo actual, y por lo demás es un reflejo de la visión mecánica del universo que rige aún la física (puesto que la física moderna sigue dominada por la física clásica en tanto que la física quántica no ha sido asimilada como visión del mundo).
Existe, sin embargo, otra visión y es aquella que sugiere que el universo no es una máquina de hacer dioses - cuya punta de lanza sería el ser humano - sino que es la expresión de una divinidad autosuficiente, perfecta en sí misma, sin ninguna necesidad.
Esta visión se articula en un lenguaje distinto; no se habla construir o de evolucionar sino de descubrir y reconocer. El tiempo no se percibe como una carrera o una competencia, sino como una ilusión o un juego.
La diferencia es
importante porque la primera nos vuelca hacia afuera, en una
impetuosa conquista y explotación de la naturaleza y la otra nos
hace voltear hacia adentro, a contemplar nuestra naturaleza
primordial.
|