por Valeria Sabater
24 Febrero
2020
del Sitio Web
LaMenteEsMaravillosa
La
Inteligencia Artificial
busca imitar la
inteligencia humana
para manejar con
soltura una enorme cantidad de datos
y hacernos (en
apariencia) la vida mucho más fácil.
Sin embargo, en
ese mundo de
códigos,
algoritmos y sofisticados mecanismos...
¿dónde quedan
las emociones?
El desarrollo de
la inteligencia artificial es imparable y se alza a
su vez, como el reflejo de una motivación muy humana:
nuestra curiosidad...
Saber que la magia de la
programación, unas simples líneas de código o unos algoritmos pueden
generar algo parecido a un pensamiento o un movimiento en el
universo virtual de una máquina es tan fascinante como aterrador.
Desconocemos si grandes figuras de la computación, como lo fue el
propio Alan Turing, imaginó alguna vez que llegaríamos hasta donde
estamos ahora.
En la actualidad, la IA
(inteligencia artificial) es clave ya en gran parte de nuestros
sectores sociales.
Es nuestro asistente
digital,
en el mundo
empresarial, automatiza tareas, toma decisiones, detecta
fraudes…
La medicina, la ingeniería y el mundo de la comunicación se
sirven de ella a diario, por no hablar del escenario de la
geoestrategia y el ámbito militar, ese en el que, según palabras
de Vladimir Putin,
quien domine la inteligencia artificial
dominará el mundo...
Todo esto dará un pasó
aún más complejo cuando demos la completa entrada al llamado
"Internet de las cosas" (IoT).
Este concepto implicará que la mayoría de nuestros objetos
cotidianos (casas, coches, neveras, microondas, móviles, etc.)
estarán conectados entre sí, de manera que poco a poco se creará un
panorama tecnológico donde cada cosa que nos rodee tenga conexión a
Internet.
La inteligencia artificial podrá pensar por nosotros, anticipando
necesidades, manejando variables y parámetros para tomar decisiones
antes que uno mismo.
Así, en medio de este
vasto y prodigioso contexto son muchos los que se preguntan dónde
quedan las emociones...
¿llegará un día quizá
en que las máquinas lleguen a tener sentimientos?
La
inteligencia artificial, ventajas y peligros
Hace solo unos días recibíamos una espectacular noticia desde el del
Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Cambridge.
Jim Collins,
biólogo científico, publicaba (A
Deep Learning Approach to Antibiotic Discovery) en la revista Cell que gracias
a la inteligencia artificial se ha descubierto un nuevo antibiótico.
Se trata de la
halicina, la cual, podrá aplicarse al tratamiento del cáncer o a
las enfermedades neurodegenerativas...
Lo que hizo este equipo
fue desarrollar un algoritmo de IA (inteligencia artificial) que
emula una red neuronal.
Este algoritmo fue
entrenado para que, por sí solo, aprendiera a predecir funciones y
procesos moleculares. Le pidieron que predijera qué tipo de
moléculas serían eficaces para tratar, por ejemplo, el
Escherichia
coli.
Al cabo de unas semanas,
ha sido capaz de formular un nuevo tipo de antibiótico.
Como podemos ver, la inteligencia artificial funciona y nos está
ayudando de infinitas maneras. Lo hace ejecutando operaciones
comparables a las que realiza la mente humana.
Es decir, analiza,
compara, predice, opera, aprende, aplica el razonamiento lógico,
resuelve problemas e incluso es capaz de innovar.
Todo ello resulta
asombroso.
Ahora bien, Nick Bostrom, filósofo sueco de la Universidad de
Cambridge, avisa:
entre 2075 y 2090
habrá máquinas tan inteligentes como los humanos. Y algo así
exige tener en cuenta muchas variables.
Los peligros
de la inteligencia artificial en un mundo con carencias en
inteligencia emocional
Hace unos años Microsoft creo a
Tay.
Era un robot virtual con
Inteligencia Artificial que debía aprender por sí misma a convivir
en el universo de Twitter. El objetivo de este Bot era
interaccionar, aprender de los demás y acabar desarrollando una
personalidad propia.
El experimento resultó catastrófico...
Tay acabó en las mazmorras cibernéticas porque a las 16 horas
desarrolló una actitud agresiva, hostil, machista y con tendencias
nazis.
Ella, se había limitado
solo a aprender de nosotros. Aquel bot en realidad, fue víctima del
ataque de unos trolls que la reorientaron a través de unas
interacciones mal intencionadas.
No obstante, hubo algo que quedó claro con aquel experimento de
Bill Gates.
Si la Inteligencia Artificial debe aprender de
nosotros y emularnos, será como la criatura de Frankenstein...
En un mundo donde falla
la empatía y la Inteligencia Emocional es nuestra cuenta pendiente,
no somos precisamente el mejor modelo a seguir.
Los dos
peligros de la inteligencia artificial
Son muchos los que abogan por la necesidad de establecer una especie
de códigos éticos al respecto de la inteligencia artificial.
Sería algo muy parecido a
las propias leyes de la robótica que sugirió Isaac Asimov.
Expertos como el propio
Nick Bostrom antes citado, señalan que es necesario regularlo cuanto
antes porque hay dos peligros muy concretos al respecto de este tipo
de inteligencia:
-
Primero, estamos
creando un recurso altamente inteligente que puede, en un
momento dado, tomar decisiones propias.
Y puede hacerlo
valorando algo muy concreto:
sus intereses son más
importantes que los nuestros.
Se trata además de una entidad
donde las emociones no tienen papel alguno. Sencillamente,
no existen...
estrategias de control, espionaje, actos violentos, etc.
Un gran
recurso, exige una gran responsabilidad
La inteligencia artificial, puesta al servicio del ser humano, puede
alzarse como algo sencillamente prodigioso.
Su aplicación con fines
médicos y sociales puede convertirse en un gran avance, en algo
realmente bueno para todos. De ahí que ese gran recurso, ese gran
poder, exija cómo no, una gran responsabilidad.
En nuestro delirio persistente por crear tecnologías cada vez más y
más sofisticadas, no podemos descuidarnos a nosotros mismos.
Si esas máquinas y esas
entidades virtuales aprenden de las personas, seamos el mejor
ejemplo y no olvidemos incluir la bondad en su programación y en el
corazón de sus algoritmos.
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