12 Mayo 2020
del Sitio Web
PijamaSurf
El
filósofo Markus Gabriel
reflexiona sobre
la ideología
que, a fin de
cuentas,
es más peligrosa
que el virus...
Existe una sensación, que esta vez incluye a intelectuales y al
pueblo por igual, de que el nuevo coronavirus de alguna manera está
ligado a los excesos y absurdos del capitalismo global y, al mismo
tiempo, es un síntoma más de la gran crisis ecológica (el problema
que subyace a todo).
Ya sea que el sistema
económico neoliberal haya sometido al medioambiente a tal extremo de
estrés que el virus ha brincado (vía la llamada
zoonosis) como una especie de
reacción y que se trate de alguna manera de un escarmiento
planetario - bajo la idea, que parece poco científica pero que gana
tracción cada día, de que de alguna manera el planeta es un sistema
holístico que se autorregula - o, por lo menos, el hecho difícil de
debatir de que el virus pone de manifiesto la enorme debilidad e
insostenibilidad del capitalismo y la ideología que lo sustenta.
Parece cada vez más claro
que en nuestra crisis actual - y en la crisis ecológica subyacente -
existe un profundo problema moral.
El joven filósofo alemán
Markus Gabriel, una de las
estrellas de la filosofía contemporánea, en un artículo
publicado en El País y en una
entrevista posterior en el mismo
medio, ha analizado de manera lúcida el tema del
Covid-19 desde la óptica de la
filosofía y el pensamiento crítico.
Gabriel nota que el virus
pone de manifiesto el hecho de que nuestro orden actual - o el orden
previo al virus - era en sí mismo "letal". Con una habilidad (y una
miopía) extraordinaria, el ser humano de alguna manera ha logrado
evitar afrontar esta realidad.
Markus Gabriel
Según Gabriel:
El mismo siglo XXI es
una pandemia, el resultado de
la globalización.
Lo único que hace el
virus es poner de manifiesto algo que viene de lejos:
necesitamos
concebir una Ilustración global totalmente nueva.
Aquí cabe emplear una
expresión de Peter Sloterdijk dándole una nueva interpretación,
y afirmar que no necesitamos un comunismo, sino un
coinmunismo.
Para ello tenemos que
'vacunarnos' contra el veneno mental que nos divide en
culturas nacionales, razas, grupos de edad y clases sociales en
mutua competencia.
El filósofo alemán
Peter Sloterdijk desde hace
unos años viene hablando del "diseño de una inmunidad global" basada
en "ascetismos cooperativos" y que pase del mero romanticismo de las
fronteras abiertas a la operatividad real, resonancia e
interdependencia.
Sloterdjik rescata la
idea de,
la comunidad con
intereses comunes del comunismo y la aplica a una salud global,
a la construcción de una "coinmunidad" que reconoce que todo
sistema inmune personal o nacional existe en dependencia del
sistema inmune social y global.
Esto queda claramente de
manifiesto actualmente.
Gabriel cree que la pandemia ilumina la realidad de nuestra
inmunidad extendida.
"Y es que la pandemia
nos afecta a todos; es la demostración de que todos estamos
unidos por un cordón invisible, nuestra condición de seres
humanos.
Ante el virus todos
somos, efectivamente, iguales".
Y, siguiendo a filósofos
como
Bruno Latour, juega con la idea
de que
la Tierra misma tal vez sea un ser vivo
que en cierto sentido responde a nuestra conducta:
"¿Es posible que el
ecosistema de la Tierra sea un gigantesco ser vivo?
¿Es el coronavirus
una respuesta inmune del planeta a la insolencia del ser humano,
que destruye infinitos seres vivos por codicia?".
En una situación como la
que vivimos, un filósofo como Gabriel recurre interesantemente a una
especie de sentido mayúsculo, un eje ordenador, que de cierta forma
se pone de manifiesto (o al menos, se atreve a preguntarse por
ello).
Lo que es indudable es que el virus ha hecho patente la realidad de
que nuestro sistema económico y la ideología de la cual depende no
sólo destruyen el ecosistema sino que también nos hacen intelectual
y emocionalmente vulnerables e inestables.
El coronavirus pone
de manifiesto las debilidades sistémicas de la ideología
dominante del siglo XXI.
Una de ellas es la
creencia errónea de que el progreso científico y tecnológico por
sí solo puede impulsar el progreso humano y moral. Esta creencia
nos incita a confiar en que los expertos científicos pueden
solucionar los problemas sociales comunes.
El coronavirus
debería ser una demostración de ello a la vista de todos. Sin
embargo, lo que quedará de manifiesto es que semejante idea es
un peligroso error.
Es verdad que tenemos
que consultar a los virólogos; ellos pueden ayudarnos a entender
el virus y a contenerlo a fin de salvar vidas humanas.
Pero ¿quién los
escucha cuando nos dicen que cada año más de 200 000 niños
mueren de diarrea viral porque no tienen agua potable? ¿Por qué
nadie se interesa por esos niños?
No los escuchamos porque
no nos interesan esos niños o esos problemas mientras no aparezcan
como una amenaza inminente.
No hacemos la conexión.
"Sin progreso moral
no hay verdadero progreso", nota Gabriel.
"En las transacciones
de la vida diaria, como comprar un juguete para tu hijo, un
paracetamol o un coche, en muchos momentos, alguien tuvo que
sufrir por la mera existencia de esa cadena.
Todos somos
responsables por el sufrimiento de otros.
Estas cadenas
interconectadas han creado sistemas maléficos y al final de esas
cadenas siempre hay alguien que muere por falta de agua limpia,
por no tener cosechas, por las condiciones de explotación.
Esa es la cadena de
infección de una enfermedad, que es el comportamiento inmoral.
Si haces lo incorrecto moralmente, haces que la realidad sea un
lugar peor.
El neoliberalismo
global se ha convertido en un modo de destrucción hiperrápido."
El mayor peligro que
enfrentamos no es que el virus diezme la economía o mate a cientos
de miles de personas, el mayor peligro que enfrentamos es que
regresemos a la tan mentada "normalidad".
Pues, aunque este virus
es terrible, no se compara con lo que estamos cocinando en el cuarto
de enfrente:
Veo esta crisis como
una preparación de la crisis ecológica.
Esto no es nada
comparado con la crisis ecológica, nada. Los gobiernos de todo
el mundo saben que la crisis ecológica va a matar a cientos de
miles de personas en los próximos 100 o 200 años y este es un
peligro real.
Lo sabemos porque los
modelos climáticos son mejores que los del coronavirus.
Bruno Latour ha notado
que el virus actual ha demostrado que es posible detener el mundo y
tomar medidas radicales.
Pero cuando científicos y
activistas señalan que es necesario hacer algo así, la respuesta es
que es imposible. Sin duda, esta debería ser la enseñanza de la
pandemia actual.
Un primer aviso para una
catástrofe incomparable, la cual hoy vemos que no es imposible
evitar. No obstante, la solución, según Gabriel, no ocurrirá
solamente poniéndonos en las manos de los científicos y de la
tecnología.
Es necesaria una
transformación moral que requiere también de la participación de las
Humanidades.
¿Cuándo entenderemos
por fin que, comparado con nuestra superstición de que los
problemas contemporáneos se pueden resolver con la ciencia y la
tecnología, el peligroso coronavirus es inofensivo?
Necesitamos una nueva
Ilustración, todo el mundo debe recibir una educación ética para
que reconozcamos el enorme peligro que supone seguir a ciegas a
la ciencia y a la técnica.
[...]
Tenemos que reconocer
que la cadena infecciosa del capitalismo global destruye nuestra
naturaleza y atonta a los ciudadanos de los Estados nacionales
para que nos convirtamos en turistas profesionales y en
consumidores de bienes cuya producción causará a la larga, más
muertes que todos los virus juntos.
Más que una nueva
revolución, quizá sea necesario un renacimiento,
más un regreso a los ideales de la Florencia del siglo XV que de la
Francia del siglo XVIII.
"Cuando pase la
pandemia viral necesitaremos una pandemia metafísica, una
unión de todos los pueblos bajo el techo común del cielo del que
nunca podremos evadirnos".
Gabriel observa que la
pandemia nos ha obligado a ralentizar nuestra vida y con esta nueva
lentitud vienen posibles frutos morales.
Si pensamos en cómo
era la vida hace un mes o dos, claramente era demasiado agitada,
tenía una velocidad que ya es inimaginable.
Esa dinámica es
malvada por sus resultados y se ha parado.
Ahora, llevamos una
vida más moral, simplemente por el hecho de hacer menos. Esto es
parte de la explicación de por qué paradójicamente nos sentimos
de alguna manera bien en la nueva situación.
Hay un aspecto de
solidaridad, de estar protegiendo a los mayores, y eso genera un
buen sentimiento, pero también estamos dejando de hacer cosas
que son perjudiciales para otros y hay una conciencia subliminal
de esto.
Lo esencial aquí es
no regresar a la normalidad, no volver a echar
andar la máquina con un suspiro de alivio y volver a nuestras vidas
medianamente inconscientes y mayormente mecánicas, consumiendo
y entreteniéndonos como la audiencia de una película de
terror que no se ha dado cuenta de que ellos mismos son parte de la
cinta.
Si es que existe un
fuerte sentimiento de solidaridad y moralidad, este debe ser
cultivado y no abandonado cuando ya no sea noticia y no haya una
amenaza inmediata.
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