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Realidades, Mitos y Leyendas sobre el Efecto Invernadero 26 Diciembre 2022
NOTA DEL AUTOR
También, se han detallado los procesos (actividad volcánica, evolución de las manchas solares, radiación cósmica y cambios cíclicos en la órbita terrestre) que controlan la iluminación recibida del sol y su incidencia en la temperatura terrestre, concluyendo que dichos procesos, espontáneos y naturales, están fuera del control antrópico.
Debe deducirse por lo tanto que el calentamiento global no es un cambio climático desencadenado por las actividades humanas, ni tampoco el Hombre tiene la capacidad para revertirlo.
Sin embargo, a pesar de estas evidencias, en los medios de comunicación se difunden frecuentemente informaciones que indican lo contrario, afirmando que existe un consenso unánime entre los científicos sobre el origen antrópico de los cambios climáticos actuales.
Quizá convenga recordar aquí que la Ciencia no suele regirse por criterios democráticos y el hecho de que exista una mayoría de publicaciones a favor de una hipótesis, no implica necesariamente que esa sea la interpretación correcta.
Citando de nuevo las palabras del profesor Richet, ya mencionadas en la primera parte de este artículo:
Antes de continuar, es necesario aclarar (no hay duda al respecto y está fuera de discusión) que es absolutamente necesario controlar, no sólo las emisiones atmosféricas, sino también,
...y un largo etcétera, una extensa lista de productos que, incorrectamente utilizados, están ensuciando la naturaleza.
Pero la necesidad de poner freno a la contaminación que nos rodea, no debe impedir la búsqueda de las verdaderas causas del calentamiento global, comprobando si su principal responsable es realmente el dióxido de carbono.
El vapor de agua, el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), el ozono (O3) y otros gases se encargan de producir ese efecto de retención.
Este proceso, que siempre había sido considerado beneficioso, ya que gracias a él la temperatura del planeta se mantiene a un nivel adecuado para el desarrollo de la vida, ha pasado en poco tiempo de héroe a villano...
Y dentro de la lista de gases y vapores mencionados, el dióxido de carbono (CO2) se ha convertido en el culpable principal de potenciar en exceso la capa protectora de nuestra atmósfera por haber alcanzado valores demasiado altos, y a él se le atribuye la responsabilidad principal del calentamiento global.
Por ello, se está procediendo a la firma, en diferentes conferencias y cumbres climáticas internacionales, de convenios y acuerdos para conseguir la reducción de emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera.
Está fuera de toda duda que la actividad humana está contribuyendo al aumento de los niveles de CO2 en la atmósfera.
Pero, la información disponible muestra que los actuales valores atmosféricos de dióxido de carbono no representan ninguna anomalía en la historia del planeta.
Puede conocerse cuál fue el comportamiento relativo del CO2 respecto de la temperatura en épocas pasadas, mediante la información proporcionada por los sondeos realizados en el casquete glaciar de Groenlandia, ya mencionados en la primera parte de este artículo.
Extrayendo y analizando
el aire ocluido entre los cristales de hielo, se ha podido obtener
una valiosísima información sobre la evolución en la composición de
la atmósfera terrestre en tiempos pasados, no sólo del isótopo O18
que nos proporciona una estimación indirecta de la temperatura, sino
también de su contenido en dióxido de carbono.
Comparación entre la evolución de la temperatura (línea roja) y el dióxido de carbono en la atmósfera (línea azul) durante los últimos 400.000 años. Datos obtenidos a partir de los sondeos
en el
casquete glaciar de Groenlandia.
La concordancia entre las dos gráficas de la Figura 1 sugiere que existe una estrecha relación entre ellos y por eso, en 2006, Al Gore utilizó una gráfica muy similar en su famoso video sobre el calentamiento global, que llevaba por título Una Verdad Incómoda.
En aquel documental, que ha tenido una enorme influencia en la opinión pública, se afirmaba taxativamente que era el aumento de CO2 el que estaba provocando la elevación de la temperatura, profetizando que el cambio climático causaría millones de muertos.
Sin embargo, estudiando los datos con mayor detalle, la Figura 1 está indicando todo lo contrario, ya que es la temperatura (línea roja) quien tiende a preceder en el tiempo al aumento del CO2.
Esta situación, no es muy evidente por la escala temporal del gráfico en la Figura 1, ya que las dos líneas se superponen en gran parte de su trazado.
Sin
embargo, es mucho más evidente si realizamos una ampliación, como se
puede apreciar con mucha mayor claridad en la Figura 2,
correspondiente al periodo comprendido dentro de los últimos 150 000
años.
Comparación entre la evolución de la temperatura (línea roja) y el dióxido de carbono en la atmósfera (línea azul) durante los últimos 150.000 años. Datos obtenidos a partir de los sondeos en el casquete glaciar de Groenlandia.
Comparación entre la evolución de la temperatura (línea roja) y el dióxido de carbono en la atmósfera (línea azul) durante el periodo comprendido entre 237.000 y 235.000 años. Datos obtenidos a partir de los sondeos en el casquete glaciar de Groenlandia.
Teniendo en cuenta que el
agua de los océanos es la principal fuente de emisión de dióxido de
carbono, al ir ascendiendo la temperatura de los mares, crecen las
emisiones desde el agua hacia la atmósfera, pero siempre con un
cierto retardo respecto del aumento de la temperatura, porque la
enorme profundidad de algunas zonas, hacen que se necesite mucho
tiempo para calentar la enorme masa de agua de todo el planeta.
Es decir,
que en realidad, como consecuencia de los procesos que controlan la
radiación solar que llega al planeta, al calentarse las aguas de los
océanos, aumentaría el nivel de CO2 en la atmósfera, y
no al revés...
La gráfica de la Figura
4, basada en informaciones proporcionadas por la NASA, muestra como
durante el intervalo comprendido entre 1945 y 1975, a pesar de
tratarse del momento en que se generalizó el uso del automóvil y se
produjo un considerable aumento de las emisiones antrópicas de
dióxido de carbono a la atmósfera (línea azul), la temperatura
(línea roja), no creció paralelamente, sino que incluso descendió de
una manera significativa...
Comparación entre la evolución de la temperatura (línea roja) y el dióxido de carbono en la atmósfera (línea azul) desde 1880 hasta la actualidad. (Gráfica elaborada a partir de datos de la NASA).
Durante los últimos 400.000 años (Figura 1) la correlación es perfecta.
Si se selecciona un periodo de 150.000 años, se visualiza más claramente el retardo entre ambos parámetros, que se hace aún más evidente para los 10.000 años de la Figura 3.
Y
finalmente, en la Figura 4 pueden observarse tendencias opuestas
para un periodo de unas tres décadas.
Comparación entre la evolución de la temperatura (línea roja) y las emisiones antrópicas de dióxido de carbono (línea negra) desde 1850 hasta la actualidad. Basado en Soon (2004), Harvard Smithsonian Center for Astrophisics (En Durkin, 2007)
Desde 1970 hasta la actualidad, las emisiones de dióxido de carbono y las anomalías térmicas ascienden con tendencias similares a medida que avanza el tiempo, mientras que en el periodo comprendido entre 1850 y 1970, la temperatura sufre bruscas oscilaciones, completamente independientes del ritmo de las emisiones de CO2.
La disconformidad entre ambas curvas entre 1850 y
1970, indicaría que los cambios de temperatura están controlados por
parámetros ajenos al efecto invernadero.
En el gráfico de la derecha, se observa una estrecha correlación entre la evolución de la temperatura (línea roja) y la radiación solar (línea negra, expresada en watios por metro cuadrado), que a lo largo de toda la gráfica mantienen tendencias prácticamente idénticas.
En cambio, en la gráfica de la izquierda, donde la línea azul corresponde a la variación del CO2 en la atmósfera (expresada en partes por millón), la temperatura y el CO2, se muestran como parámetros independientes en la mayor parte de su trazado.
Teniendo
en cuenta que el intervalo temporal representado en la Figura 6
coincide con la mayoría del periodo de la Figura 6, puede afirmarse
que la desarmonía observada entre CO2 y temperatura queda plenamente
justificada por la evolución de la radiación solar.
Comparación entre la evolución de la temperatura (línea roja), la radiación solar (línea negra) y contenido atmosférico del CO2 desde 1890 hasta la actualidad, a partir de observaciones realizadas en la Antártida.
Existen además otras evidencias que también deben ser tenidas en cuenta para analizar el comportamiento del CO2 en la atmósfera.
La Figura 7, elaborada a
partir de datos publicados en
https://ourworldindata.org, permite
comparar las emisiones antrópicas de CO2 (línea negra) con la
evolución de los contenidos de ese mismo gas en la atmósfera (línea
roja), medidos anualmente en la estación de Mauna Loa, en el
archipiélago de Hawai, durante el intervalo comprendido entre 1960 y
la actualidad.
Comparación entre la evolución de las emisiones antrópicas de CO2 (línea negra) y la evolución de los contenidos de ese mismo gas en la atmósfera (línea roja) durante el intervalo comprendido entre 1960 y la actualidad.
Esta
falta de respuesta al aumento de las emisiones, indicaría que la
variación del contenido de CO2 en la atmósfera sigue un ritmo que no
está controlado por las emisiones antrópicas, siguiendo
probablemente (entre otros procesos) el dictado del aumento en la
temperatura del agua de los océanos, como se ha sugerido
anteriormente.
Con frecuencia, suele olvidarse que el aumento de la temperatura del agua del mar implica un crecimiento muy importante del fitoplancton, que tiene una enorme capacidad de actuar como sumidero de CO2, mayor aún que la selva amazónica, lo que permitiría explicar por qué los valores de CO2 en la atmósfera no están acusando el aumento de las emisiones.
Durante las últimas décadas, la estadística se ha ganado el dudoso prestigio de ser una ciencia donde los resultados pueden ser elásticamente estirados y adaptados, a pesar del rigor matemático de sus cálculos.
Con sentido del humor, suele decirse que existen tres tipos de verdades: las verdades en sentido estricto, las verdades a medias y las verdades estadísticas.
Los usuarios de esta disciplina (de
alguna manera, todos lo somos y sufrimos las consecuencias de sus
veredictos), conocemos bien su indudable utilidad, pero también los
peligros potenciales que encierra si no se utiliza correctamente.
Esta capacidad potencial para la
manipulación, por las posibilidades
que ofrece tanto para la presentación sesgada de los datos como para
su interpretación, ha sido considerada una cuestión lo
suficientemente seria como para que un señor llamado Darrell Huff,
se tomase el trabajo de publicar un libro titulado 'Cómo
Mentir con
Estadísticas' (2015), que se convirtió en el manual sobre esta ciencia
más vendido en la segunda mitad del siglo XX.
Un
claro ejemplo de cómo se pueden obtener conclusiones diametralmente
opuestas en función del intervalo temporal seleccionado, lo podemos
encontrar en las series estadísticas del cambio climático.
En la gráfica,
la línea negra horizontal representa la temperatura actual y la
línea en zigzag la variación de la temperatura a lo largo del
tiempo, evidenciando que durante los últimos 2.800 millones de años,
la temperatura de la Tierra ha sufrido variaciones constantes,
alcanzando valores mucho más extremos, más fríos y más cálidos, que
los actuales.
Evolución estimativa de la temperatura media del planeta a lo largo del tiempo, a partir del momento en que los restos fósiles proporcionan información sobre condiciones atmosféricas.
Incluso, si centramos nuestra atención en el tramo más reciente de la gráfica, el extremo derecho de la línea en zigzag, se aprecia que la línea es descendente, hacia el enfriamiento, a pesar del innegable calentamiento que está sufriendo el planeta en el momento actual.
Esta aparente contradicción, se debe simplemente a la escala de
observación, ya que esa es realmente la tendencia que se observa
cuando se contempla la evolución térmica de la Tierra con la
perspectiva de miles de millones de años.
Evolución de la temperatura durante los últimos 65 millones de años. Basada en Zachos et al. (2001).
A pesar de los vaivenes y oscilaciones registradas, la tendencia general coincide con la gráfica anterior, es decir, que a largo plazo, la tendencia actual es hacia el enfriamiento.
Si continuamos haciendo
ampliaciones y centramos ahora nuestra atención en lo ocurrido
durante los últimos 400.000 años, en la Figura 10 se aprecian con
mayor detalle las últimas oscilaciones térmicas experimentadas por
el planeta, donde la línea azul discontínua, representa la tendencia
general.
Evolución de la temperatura (línea roja) durante los últimos 400.000 años. La línea azul discontínua, representa la tendencia general.
Si hacemos una nueva ampliación y nos fijamos en lo ocurrido durante el último siglo y medio (ver Figura 4) se puede apreciar una tendencia netamente ascendente de la temperatura.
Es indudable que si se observa la Figura 4 de manera aislada y sin tener en cuenta las tendencias observadas en las figuras 8, 9 y 10, es imposible apreciar si el ascenso térmico registrado durante los últimos años representa un hecho aislado o forma parte de la tendencia que ya se había iniciado hace 20.000 años.
O incluso, no representa más que un breve periodo de calentamiento dentro de un ciclo largo de descenso térmico iniciado hace millones de años, como demuestra la Figura 9.
Esta comparación ilustra la importancia que tiene la selección del intervalo temporal a estudiar, para garantizar la representatividad y la validez de las conclusiones a obtener, dejando en evidencia que si la información corresponde a un intervalo de tiempo excesivamente corto, las variaciones de temperatura registradas en las últimas décadas no permiten una interpretación correcta del proceso de cambio climático.
Las dudas sobre la representatividad de la información plasmada en una gráfica de la evolución térmica del planeta, aumentan aún más cuando, además de elegir un intervalo excesivamente corto, se mezclan datos diferentes.
Este es el caso de la Figura 11, la última versión de la
gráfica que
el IPCC viene publicando y actualizando desde finales
del siglo pasado y que representa la evolución de la temperatura del
planeta durante los dos últimos milenios.
Evolución de la temperatura durante los dos últimos milenios según el International Panel on Climatic Change (IPCC).
Debe recordarse que no hay medidas obtenidas mediante termómetros antes del siglo XIX y para corregir la heterogeneidad de los datos (es decir, hacer corresponder por ejemplo las características el anillo de crecimiento de un árbol con una determinada temperatura), se han aplicado técnicas estadísticas.
Y,
precisamente, sobre los métodos estadísticos aplicados cayeron
graves críticas.
El sobresalto provocado es totalmente
comprensible, ya que el tramo corto del palo de hockey, ese brusco
cambio de tendencia, coincide con el inicio de la época industrial,
lo que permitía establecer una clara correlación entre la actividad
humana y el calentamiento global, obviando que la evolución térmica
de los dos últimos milenios no puede considerarse anómala en el
conjunto de la historia del planeta.
Por si esto no fuera suficiente, en 2009, un pirata informático filtró a la prensa una serie de correos electrónicos entre miembros del IPCC que dejaban en evidencia la manipulación de datos, la destrucción de pruebas y la realización de fuertes presiones para acallar a los científicos escépticos, el denominado Climategate...
Existen además otros criterios que introducen serias dudas sobre la representatividad de la Figura 11.
Las informaciones obtenidas mediante sondeos en el hielo de Groenlandia, indican la existencia de un periodo muy cálido (con temperaturas muy similares a las actuales) al principio del último milenio, seguido de un periodo muy frío iniciado al principio de la Edad Moderna.
Dichos datos son perfectamente coherentes con informaciones históricas (ver Figura 12, extraída de Gomez Ortíz, 2006).
Las cálidas temperaturas durante los primeros años del milenio, el Óptimo Medieval, permitieron a los vikingos colonizar un extenso territorio, en buena parte libre de hielo, que fue bautizado como Greenland, es decir, país verde, la actual Groenlandia.
Su presencia allí está certificada por restos arqueológicos y también documentación conservada en los archivos vaticanos.
Pero sólo aguantaron allí unos pocos siglos, cuando comenzaron a descender las temperaturas y la agricultura resultó inposible, se vieron obligados a abandonar aquel territorio.
Durante el periodo frío que siguió, la Pequeña Edad de Hielo, son abundantes las informaciones sobre temperaturas extremadamente bajas que llegaron a congelar el río Támesis en Londes e incluso los canales de Holanda y Venecia.
No deja de ser llamativo que oscilaciones
térmicas tan significativas pasen totalmente desapercibidas en el
palo de hockey de la Figura 11.
Evolución de la temperatura durante el último milenio, contrastada con datos históricos.
Entonces, cabe preguntarse:
Se podría obtener una visión más completa, objetiva y equilibrada del problema, si la visión se ampliase y se tomase en consideración el conjunto de la historia de la evolución climática del planeta.
Pero es evidente que si comparásemos el ciclo de calentamiento actual con los experimentados por el planeta en etapas anteriores de su historia, las responsabilidades de la Humanidad en el cambio climático, quedarían diluidas.
Es innegable que la temperatura media del planeta está aumentando, hay evidencias de sobra que apoyan esa realidad y el hielo de los glaciares está retrocediendo.
Es también irrebatible que hay regiones de la Tierra que están sometidas a un proceso de desertización.
Pero no es menos
cierto que, con frecuencia, las imágenes que acompañan a las
noticias sobre estos fenómenos y que proporcionan los medios de
comunicación, están muy lejos de ser representativas de lo que está
ocurriendo en realidad.
La desertización del Sahara es muy reciente, se inició hace tan sólo unos pocos miles de años, muchísimo antes del inicio de la era industrial, como parte de la secuencia de calentamiento global que viene experimentando el planeta desde hace miles de años.
Es también evidente que ese proceso está afectando a la climatología de la Europa meridional, como consecuencia del aumento de temperatura, el retroceso de los hielos polares y la disminución de la pluviosidad.
Pero esa tendencia no implica que se esté produciendo una desertización generalizada del planeta, como en muchas ocasiones, de manera explícita o implícita, se nos transmite.
La aparición de una zona desértica depende de complejos factores meteorológicos, de las barreras montañosas y de las complicadas leyes que gobiernan las corrientes marinas y los vientos dominantes.
Por lo tanto, no se trata de una simple zonación Norte
- Sur, no se
trata simplemente de que las zonas áridas están avanzando hacia los
polos.
Mapamundi elaborado a partir de un mosaico de imágenes satelitales.
El continente africano, en el centro de la imagen, presenta en su tercio septentrional una extensísima zona árida que se prolonga hacia Asia por la Península Arábiga y Oriente Medio.
Pero más hacia el Este y exactamente a la misma distancia del Polo Norte, encontramos las densas selvas de montaña del extremo oriente (Camboya, Birmania, Laos y Vietnam), mientras que en dirección contraria, hacia poniente, aparecen las selvas centroamericanas, famosas por ser de las más densas, húmedas e impenetrables del mundo.
Un poco más al Sur, la mayor parte de la zona ecuatorial africana, disfruta de abundantes lluvias y frondosas selvas, mientras que hacia el Este, en la costa del océano Índico, la península de Somalia está sometida a unas condiciones extremadamente áridas.
Otro ejemplo de cambios drásticos de pluviosidad para zonas situadas en la misma franja geográfica respecto de los polos, lo encontramos en la comparación entre la zona meridional de Brasil (donde la abundante lluvia proporciona el enorme caudal que alimenta a las cataratas de Iguazú) y las zonas desérticas de Namibia y Kalahari, al otro lado del Atlántico.
Además, en la misma latitud hacia el Este, o incluso en una posición más austral, aparecen las extensas zonas desérticas australianas.
Más ilustrativo resulta todavía, por su escasa separación, el ejemplo de la zona septentrional de Colombia, que en su costa atlántica es prácticamente desértica (región de La Guajira), mientras que hacia poniente, en la costa Pacífica, la región del Chocó presenta la pluviosidad más alta del planeta.
Es decir, que el esquema simplista que propone el progreso generalizado de la desertización hacia los polos como consecuencia del calentamiento global, no está justificado por la realidad.
Sin embargo, en muchas noticias de prensa o televisión, cuando se informa sobre la desertificación, para acentuar visualmente el peligro que nos acecha, se insertan imágenes de un lugar totalmente árido, reseco, donde la tierra aparece cuarteada (las clásicas grietas de desecación o mud cracks), sin una sola brizna de vegetación.
Pero la noticia nunca informa sobre cuál es el lugar y la fecha donde se han tomado esas sobrecogedoras fotografías.
Porque existen muchos lugares en la Tierra donde se secan las lagunas durante la estación seca, y bastaría regresar al mismo lugar unos meses más tarde, para que el paisaje tuviese un aspecto totalmente diferente, húmedo y lleno de vegetación.
De entre
las innumerables imágenes fraudulentas que han sido presentadas a la
opinión pública, a título de ejemplo, se reproduce en la Figura 14
un montaje fotográfico (publicado en el periódico La voz de Asturias
en septiembre de 2021) donde las dunas del Sahara llegan a los pies
de los Picos de Europa, en un artículo donde se proponía al
Principado como refugio para la inminente desertización de la
península.
Fotomontaje sensacionalista publicado por el periódico La Voz de Asturias (2021).
El de mayores dimensiones y el más conocido de todos es el mar de Aral, situado entre Kazajistán y Uzbekistán, que actualmente tan sólo conserva un 5% de su extensión original.
Aunque la razón primordial de su pérdida de agua no ha sido la desertización ni el calentamiento global, sino la actividad humana, ya que durante buena parte del siglo XX, los dos ríos principales que le habían nutrido de agua durante miles de años, el Amu Darya y el Syr Darya, fueron desviados y canalizados hacia zonas agrícolas para favorecer cultivos intensivos.
Esta modificación de la red hidrográfica dio lugar a que el lago perdiese el 80 % del caudal que le alimentaba, tal y como se puede apreciar en la secuencia de imágenes de la Figura 15, obtenidas por el espectro-radiómetro MODIS del Earth Observatory de la NASA.
Además, como consecuencia, sus aguas han
aumentado drásticamente el contenido en sales y contaminantes,
aunque sin olvidar (tampoco suele mencionarse) que se trataba
originalmente de un lago de agua salada.
Evolución de la masa de agua del mar de Aral entre 1985 y 2013 (imágenes de la NASA).
Los fotógrafos que realizaron el reportaje, atribuyeron el deterioro físico del animal a la desnutrición, como consecuencia del calentamiento global.
Posteriormente a su publicación, reconocieron que no sabían cuáles eran las causas por las que el animal se encontraba en aquel estado, podía estar agonizando como consecuencia de alguna enfermedad, o simplemente de vejez.
La realidad es, según la Administración canadiense (información confirmada por la organización World Wildlife Fund, WWF), que la colonia actual de osos polares es de casi 30.000 ejemplares, frente a los 22 500 censados hace más de una década.
No obstante, las imágenes del 'oso agonizante', todavía hoy, siguen dando la vuelta al mundo...
Esa tendencia informativa, iniciada hace décadas, se ha reforzado últimamente subiendo peldaños en el nivel de alarma y en el lenguaje utilizado.
Del cambio climático se ha pasado a la emergencia climática, y en la reciente cumbre de Egipto en 2022, se ha llegado a mencionar el riesgo de un genocidio climático, introduciendo la idea de que el planeta está en peligro.
Sin embargo, el registro geológico de lo ocurrido en las etapas durante las cuales la Tierra se recalentó hasta alcanzar temperaturas muy superiores a las de ahora, no sustenta esas alarmas.
Durante esas
etapas no ocurrió ninguna catástrofe, y la evolución continuó con el
ritmo impuesto por los ciclos naturales.
En este contexto muy
interesante la gráfica elaborada por el Profesor John Christie,
físico atmosférico de la Universidad de Alabama (Figura 16).
Comparación entre la mediciones reales de temperaturas atmosféricas y las predicciones basadas en diferentes modelos estadísticos. (Christie 2016).
El valor "cero" en el eje de ordenadas representa el dato de referencia para contabilizar las variaciones de temperatura.
La línea señalada por cuadrados azules corresponde al promedio de observaciones realizadas mediante satélites, la línea de círculos verdes al promedio de medidas obtenidas mediante globos sonda meteorológicos y la línea de rombos rosados al promedio de todos estos datos homogeneizados y reanalizados.
Por otro lado, la línea roja representa el promedio de las predicciones obtenidas a partir de más de un centenar de modelos informatizados de predicción climática, entre ellos, los utilizados por el IPCC en sus previsiones.
No debe olvidarse que todos estos modelos están basados en datos correspondientes a un intervalo temporal cortísimo, ignorando los ciclos planetarios y cósmicos.
Desde el punto de vista geológico, que contempla la historia de nuestro planeta con la perspectiva de miles de millones de años, no es concebible que se intente analizar la situación climática actual utilizando tan sólo datos de unos pocos siglos, por muy precisos que estos sean.
Si se pretende analizar el clima actual teniendo en cuenta sólo los dos últimos milenios, es como si un periodista intentase evaluar y analizar la situación actual de la Humanidad, considerando tan sólo las noticias de la prensa publicadas durante los últimos cinco meses, sin tener en cuenta nada de lo ocurrido anteriormente desde que se inició la Historia, hace unos 6000 años.
Esta comparación puede parecer
exagerada, pero los modelos de predicción climática, respecto de los
3.500 millones de años de historia de la atmósfera del planeta,
están considerando los datos de un periodo que representa tan sólo
el 0,00007 % del total.
Como se puede apreciar en la gráfica, ninguna de
estas predicciones se ha cumplido hasta la fecha.
Si queremos saber qué es lo que realmente puede ocurrir cuando aumente la temperatura, deberíamos prestar atención a lo que sabemos, a lo que conocemos que ya ocurrió en el pasado.
El último informe del IPCC advierte que, si las emisiones continúan produciéndose al mismo ritmo que hasta ahora, el calentamiento medio llegaría a finales de siglo a los 4,4 grados por encima de las temperaturas preindustriales, lo que tendría unas consecuencias desastrosas.
Hace ahora entre 20 y 60 millones de años, durante uno
de los periodos más cálidos de la historia de la Tierra, las
temperaturas alcanzaron valores de seis grados por encima de la
temperatura preindustrial.
Comparación entre la evolución de la temperatura (línea roja) y el ritmo de la evolución (aparición de nuevas especies, línea azul), durante los últimos 65 millones de años. Basada en Jaramillo et al. (2006).
En dicha figura, la línea fina de color gris representa la evolución de la temperatura media del planeta, con su característico perfil en diente de sierra, mientras, que la línea roja gruesa expresa la tendencia general de dichas oscilaciones.
En la gráfica inferior, la línea en color azul representa el número de especies vegetales nuevas que van surgiendo, tal y como atestigua el estudio de las esporas fósiles que van apareciendo en los sucesivos estratos.
La correlación entre ambas gráficas evidencia que, a lo largo del tiempo, existe un estrecho paralelismo entre la diversidad vegetal (aparición de nuevas especies) y la temperatura del planeta, aumentando ambas conjuntamente.
Por lo tanto, la similitud y el paralelismo de las tendencias en las curvas roja y azul, sugieren que el aumento de temperatura no representa ningún obstáculo para el desarrollo de la vida, sino más bien todo lo contrario.
Lógicamente, esa evolución no se restringe al mundo vegetal.
El aumento de temperatura favoreció el desarrollo de frondosos bosques tropicales, cuyos restos dejaron extensos yacimientos de carbón, como los que se están explotando actualmente en la zona de La Guajira, a ambos lados de la frontera entre Venezuela y Colombia.
Dicho hábitat representó un terreno muy favorable para el desarrollo del mundo animal, como lo demuestran los espectaculares restos fósiles, reptiles de gran tamaño, cuya presencia demuestra que la vegetación tropical no desaparece como consecuencia del calentamiento, ni se produce una desertización al aumentar la temperatura media del planeta.
Así pues, los datos
geológicos indican que un aumento de seis grados en la temperatura
del planeta, en lugar de una emergencia climática, representa una
eclosión de vida, un aumento de la biodiversidad, ya que el
calentamiento parece potenciar la evolución y facilitar la aparición
de nuevas especies, cada vez más adaptadas al medio.
Con anterioridad al cuaternario, predominaron durante mucho tiempo los climas cálidos, la glaciación precedente al periodo actual tuvo lugar hace unos 25 millones de años y fue unipolar, con un sólo polo cubierto de hielo, localizado en el hemisferio Sur.
Para encontrar una situación comparable a la actual, con dos polos cubiertos por hielo, debemos remontarnos al final del Paleozoico, hace más de 260 Ma.
Debemos tener en cuenta que, aquello que desde nuestra perspectiva representa la normalidad (así nos lo parece porque es lo que ha existido desde los albores del ser humano sobre la Tierra), las épocas glaciares similares a la actual han sido realmente una rareza, abarcando poco más del 10% del total de la historia de la Tierra.
Algo similar puede decirse del actual contenido atmosférico de CO2, ya que los valores actuales pueden considerarse muy bajos en comparación con los que han existido en tiempos pasados.
La Figura 18 (Berner & Kothavala, 2001) representa la evolución del contenido del CO2 en la atmósfera desde el inicio del Paleozoico (hace aproximadamente 550 millones de años), hasta la actualidad.
Los
valores del eje de ordenadas se corresponden con el factor
multiplicativo de la masa de CO2 en la atmósfera respecto de los
valores actuales.
Evolución del contenido de CO2 en la atmósfera durante los últimos 550 millones de años, según Berner & Kothavala (2001).
Por el contrario, el presente contenido de CO2 en la atmósfera (unas 400 ppm) no ha tenido equivalente en ningún momento de la historia geológica del planeta, salvo en el período comprendido entre los 350 y los 250 millones de años antes del presente, durante los períodos Carbonífero y Pérmico.
A la luz de estos datos, es difícil defender que las concentraciones actuales de CO2 sean peligrosas para la salud del planeta y la vida sobre la Tierra.
Así por ejemplo, el informe CLIVAR (Vargas-Yáñez et al. 2010), basado en medidas de mareógrafos en las costas españolas del Atlántico, indica aumentos sostenidos del orden de 2 mm/año en la segunda mitad del siglo XX.
Es absolutamente
lógico que informaciones de este tipo alarmen y preocupen a la
población, sobre todo si no están integradas en el contexto sobre la
historia de las variaciones del nivel del mar, lo que permitiría
disponer de una visión equilibrada y menos catastrófica del fenómeno
que hoy estamos presenciando.
En la gráfica, el valor "cero" y la línea negra discontinua horizontal corresponden al nivel actual del mar.
En la misma figura,
la línea roja en la mitad superior, muestra la variación de la
temperatura media del planeta durante el mismo periodo, obtenida a
partir de los valores del isótopo de oxígeno O18 en los sondeos del
hielo glaciar de Groenlandia.
Comparación entre la evolución de la temperatura (línea roja) y la variación del nivel del mar (línea azul) durante los últimos 400.000 años. Basada en Hansen et al. (2001).
Dicha correlación es totalmente lógica y fácilmente comprensible, si tenemos en cuenta que la causa primordial del ascenso del nivel del mar está relacionada con la fusión de los hielos glaciares.
Al calentarse el planeta, los hielos se funden y el agua procedente de esa fusión hace que la línea de costa avance tierra adentro.
Además, al aumentar la temperatura del
agua, ésta sufre una dilatación, aumentando su volumen,
contribuyendo también a la elevación del nivel del mar. Por el
contrario, al enfriarse el planeta, ocurren los procesos opuestos.
Así pues, la lenta elevación de las aguas que la humanidad está observando hoy, no representa una situación excepcional creada por el hombre, sino tan sólo uno más de los ciclos naturales que vienen sucediéndose desde hace millones de años.
En otras palabras, que el nivel del mar nunca ha estado estable, ni puede estarlo.
Si centramos nuestra atención en la parte más reciente de la Figura 19, comprobaremos que el momento más frío del último ciclo (máximo glaciar) tuvo lugar hace 20.000 años.
Los datos geológicos indican que, en ese momento, el nivel de las aguas estaba situado unos 120 metros por debajo del actual, y que desde entonces ha estado elevándose de forma incesante.
Existen mucho lugares donde las
variaciones del nivel del mar han dejado huellas muy evidentes en
las costas, como por ejemplo la
gruta de Cosquer en Francia, con
magníficas pinturas rupestres, cuya entrada se encuentra hoy a 36
metros de profundidad bajo las aguas del Mediterráneo (ver Figuras
20 y 21).
Bloque diagrama de la gruta de Cosquer (Francia), cuyo acceso se sitúa hoy 36 metros por debajo del nivel del mar.
Fuente:
Office de la Mer, Marsella.
Pinturas rupestres en la gruta de Cosquer (Francia), hoy parcialmente inundada. Fuente: Parque Nacional de Calanques.
Se trata de un extenso dominio que representó en su mayor parte tierra firme, hasta que el progresivo aumento del nivel del agua durante la actual época interglaciar, produjo la inmersión de Doggerland, y la separación de las Islas Británicas respecto del continente.
Existen evidencias de que hace unos 6.500 años, el
Estrecho de Calais aún estaba en seco y el Banco de Dogger estaba
todavía emergido, y representaba un hábitat adecuado para los
asentamientos humanos, probablemente similar a las condiciones
actuales de la tundra, como lo demuestran los abundantes restos
fósiles (principalmente huesos y dientes de mamuts) y herramientas
prehistóricas que han encontrado los pescadores atrapados en sus
redes de arrastre, como se muestra en la fotografía de la Figura 23.
Cartografía de la antigua línea de costa de Europa occidental hace 16.000 años, cuando las Islas Británicas estaban unidas al continente. Fuente: Mcnulty y Cookson,
publicado en National Geographic.
Hueso de mamut atrapada por redes pesqueras de arrastre en el Banco de Doggerland. Fuente: Naturalis Historia.
Entonces,
Este dato, además, permite introducir nuevas dudas sobre la fiabilidad de los modelos estadísticos sobre cambio climático.
Si consideramos que el ascenso del nivel del mar se debe a la fusión de los hielos glaciares, si dicha fusión está motivada por el aumento de temperatura del planeta, y si el ritmo de elevación del nivel marino que está midiéndose actualmente es inferior a los registrados durante los últimos 20.000 años,
A pesar de estas evidencias, el IPCC ha aclarado que su previsión de aumento del nivel del mar a una velocidad de 5,5 mm al año, es sólo una especie de mal menor, el mínimo exigible que sólo se podrá alcanzar si la humanidad cumple los acuerdos suscritos en la Cumbre del Clima celebrada hace unos años en París.
Es verdaderamente difícil encontrar justificación a una aceleración tan brusca cuando, después de casi dos siglos de actividad industrial, el nivel del mar está ahora ascendiendo a velocidades inferiores al promedio de las registradas durante los últimos milenios.
Se está procediendo como si la correlación entre emisiones antrópicas de CO2 y calentamiento global,
Se hace necesaria una seria reflexión sobre la aplicabilidad y consecuencias de las medidas adoptadas, que debe incluir también un análisis económico de la relación entre costes y beneficios de los enormes sacrificios y de las inversiones astronómicas que suponen, cuyos impactos climáticos pueden ser insignificantes.
En este
contexto, cabe recordar la información hecha pública recientemente
por la Organización Meteorológica Mundial y Copernicus (noviembre de
2022), indicando que las temperaturas en Europa han aumentado más
del doble de la media mundial en los últimos 30 años, a pesar de que
las emisiones de gases de efecto invernadero han disminuido en el
territorio europeo un 31% entre 1990 y 2020.
Es absolutamente evidente que la actividad antrópica está afectando la salud ambiental del planeta.
Pero toda la atención está focalizada de forma prácticamente exclusiva sobre el cambio climático y las emisiones de CO2.
Mientras que la reversión del calentamiento global y del ascenso del nivel del mar es utópica (la temperatura del planeta seguirá cambiando, hagamos lo que hagamos, atendiendo al ritmo de los ciclos planetarios, solares y cósmicos que llevan en funcionamiento desde hace millones de años),
Por otra parte, los modelos climáticos están ofreciendo predicciones exageradas y alejadas de la realidad, dificultando la puesta en práctica de estrategias de actuación eficientes para corregir, mitigar y prevenir los efectos del previsible aumento de temperatura y de la elevación del nivel del mar que continuará a lo largo de los próximos decenios.
Nuestros antepasados cromañones que habitaban en Doggerland o decoraban las paredes de la cueva de Cosquer, ignoraban que con el paso del tiempo su entorno se vería cubierto por la aguas.
Pero nosotros sí lo sabemos, y nuestra actitud hacia el cambio climático y el ascenso del nivel del mar, debiera ser similar a la que tenemos hacia procesos naturales como los terremotos o las erupciones volcánicas.
Es decir, fenómenos sobre los que en cierto
modo podemos predecir su nivel de riesgo, y aunque no sabemos
exactamente cuándo se producirán, sí podemos tomar las medidas
preventivas adecuadas para cuando hagan acto de presencia.
Y también, con visión realista a medio y largo plazo, planificar adecuadamente el uso del suelo, especialmente en la proximidad de la línea de costa, con la misma mentalidad con la que preparamos nuestra casa o nuestras ropas cuando vemos que se acerca el verano, sabiendo que no podemos hacer nada por evitar su llegada.
Sin pausa, con visión de futuro, pero también sin las prisas con que nos azuzan unos modelos climáticos basados en premisas insuficientes.
Mi agradecimiento a Carmen Nikol, promotora y
directora de la misma, por su apoyo para la edición de las
publicaciones mencionadas y también por las facilidades prestadas
para la publicación del presente artículo.
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