Noviembre-Diciembre
2022
Primera Parte Buscando Respuestas a Preguntas Esenciales 30 Noviembre 2022
A PREGUNTAS ESENCIALES...
Sin embargo, el
registro geológico del planeta indica todo lo contrario,
que a lo largo de la historia de la Tierra han existido
espontáneamente muchos cambios climáticos similares e incluso
mayores que el actual, dirigidos por procesos naturales
que siguen activos en la actualidad y que, por lo tanto,
modificarlos está fuera de nuestro alcance.
INTRODUCCIÓN
En 1650, el arzobispo irlandés James Usser, estudiando con detalle los textos bíblicos, determinó con encomiable precisión que la Tierra y el universo fueron creados la noche anterior al 23 de octubre del año 4004 Ac...
Aproximadamente un siglo después, el conde de Buffon calculó que la edad del planeta debía estar dentro de una horquilla que situó entre los 75.000 y 168.000 años, y del mismo modo que le ocurrió a Galileo, se vio obligado a retractarse inmediatamente para no ser excomulgado (Bryson, 2003).
Cuando en los albores del siglo XIX, Hutton introdujo las primeras nociones del actualismo geológico, posteriormente confirmadas por Lyell, se hizo necesario ampliar la duración de la historia de nuestro planeta, era imprescindible proporcionar el margen temporal suficiente para que se desarrollasen los procesos (sedimentación, plegamiento, erosión, etc.) cuyo rastro había quedado registrado en las rocas.
La evolución de los seres
vivos propuesta por Darwin también requería periodos de
tiempo más prolongados.
Así, por ejemplo, pueden citarse, entre muchos otros La Cosmogonía de Moisés comparada con los hechos geológicos, de Marcel de Serres, o La Teoría bíblica de la cosmogonía y de la geología, de P.J C. De Breyne (Figura 1).
La lectura de estos textos (donde se intentan demostrar hasta los más pequeños detalles de las descripciones bíblicas, buscando explicaciones inverosímiles para fenómenos como la separación de las aguas del Mar Rojo que permitió el paso de Moisés en su huida de Egipto) resulta curiosísima, y pone de manifiesto los esfuerzos desesperados por defender posturas científicamente insostenibles.
Portada de la obra "La Teoría bíblica de la cosmogonía y de la geología", de P. J. C. De Breyne, traducida del francés
y
publicada en castellano en 1854.
A finales del siglo XIX, el científico más prestigioso de aquel momento, Lord Kelvin, estableció que la Tierra tenía la escandalosa cifra de 400 millones de años de antigüedad, aunque luego fue rebajando sus cálculos hasta dejarla en 24 millones de años, los conocimientos físicos de la época no permitían explicar que un cuerpo del tamaño del Sol permaneciese incandescente durante tanto tiempo.
Unas décadas más tarde,
Arthur Holmes, uno de los precursores de la Deriva
Continental y la Tectónica de Placas, estiró la edad de la
Tierra hasta los 3.300 millones de años, que fue aún ampliada poco
después por Clair Patterson hasta los 4.550 millones de años,
edad que, con mínimas variaciones, aún es considerada como válida en
la actualidad.
Sin embargo, curiosamente, en torno a una temática de absoluta actualidad que preocupa a todo el mundo, el calentamiento global y el cambio climático por él inducido, se ha instalado un debate científico distorsionado que recuerda mucho al que tuvo lugar a mediados del siglo XIX en relación con la edad de la Tierra.
En efecto,
Hace algunos siglos, un método muy eficiente para inhibir las ideas indeseables era la excomunión, por las consecuencias sociales y económicas que implicaban para el condenado, si es que el castigo no llegaba más lejos, a morir en la hoguera como le ocurrió a Giordano Bruno, a Miguel Servet y estuvo a punto de pasarle a Galileo.
Los tiempos han cambiado y afortunadamente, al menos en los países de nuestro entorno, nadie se juega la vida por defender sus ideas, pero hay otros métodos, no por menos agresivos menos eficaces, de evitar que se socaven los dogmas.
Estas tres metodologías han sido aplicadas durante las últimas décadas al calentamiento global.
Esta situación ha obligado a muchos profesionales y científicos a formularse preguntas cuyas respuestas no son accesibles si se atiende tan sólo a las informaciones disponibles en la prensa, la radio y la televisión.
Como es lógico, cada colectivo científico, según su formación técnica y la visión de la naturaleza que le proporcionan sus conocimientos, tiende a elaborar hipótesis e interpretaciones basadas en los parámetros específicos de su especialidad.
En la temática del cambio climático, las investigaciones y las publicaciones están cuantitativamente dominadas por una mayoría abrumadora integrada por meteorólogos, climatólogos, oceanógrafos y físicos de la atmósfera, que durante los últimos años han realizado un formidable esfuerzo por entender y parametrizar lo que está ocurriendo con la temperatura de la Tierra.
Sin embargo, una gran mayoría de esas investigaciones y las interpretaciones que de ella se derivan tienen un fallo sistemático en su enfoque, ya que,
Para muchos geólogos, interpretar la situación climática actual a partir de un intervalo de tiempo tan corto, haciendo caso omiso de la historia del Planeta,
Si se consultase
adecuadamente esa biblioteca, si se tuviese en cuenta la información
registrada en el hielo, en los sedimentos y en las rocas, se podría
entender mejor la realidad que estamos presenciando.
En la gráfica, la línea negra horizontal representa la temperatura actual y la línea en zigzag la variación de la temperatura a lo largo del tiempo.
Un simple vistazo a esa gráfica permite afirmar que durante los últimos 2.800 millones de años la temperatura de la Tierra ha sufrido variaciones constantes, alcanzando valores mucho más extremos, más fríos y más cálidos, que los actuales.
Ante esta evidencia, es inevitable plantearse que, si verdaderamente queremos comprender lo que está ocurriendo ahora con el clima, es imprescindible conocer cuáles han sido los parámetros que han controlado la evolución reflejada en la Figura 2, y cuál puede ser su influencia en calentamiento actual.
Evolución estimativa de la temperatura media del planeta a lo largo del tiempo, a partir del momento en que los restos fósiles proporcionan información
sobre
condiciones atmosféricas.
Uno de los fenómenos que puede ocasionar esas consecuencias son las erupciones volcánicas, ya que además de los efectos a corto y medio plazo de las cenizas volcánicas, que dificultan la irradiación solar mientras están en suspensión, los volcanes expulsan gases y vapores de diferente composición, entre los cuales se encuentra el dióxido de azufre (SO2).
Este gas, al llegar a la estratosfera, reacciona con el vapor de agua y forma pequeñas gotas de ácido sulfúrico, generándose una capa de aerosol de esta sustancia a una altura, situada entre 15 y 20 kilómetros de altura, impidiendo que una parte de la radiación solar llegue a la superficie terrestre, constituyendo así una especie de parasol responsable de un ligero enfriamiento.
En los años siguientes a las erupciones de gran envergadura, como la de,
...puede detectarse una ligera disminución de las temperaturas (Cano Sánchez, 1994).
Algo similar debe estar
ocurriendo como consecuencia de la reciente erupción del
archipiélago de Tonga (2022).
Pero sin descartar esa
posibilidad y sin dudar de la evidente influencia a corto y medio
plazo de los fenómenos volcánicos puntuales, esos procesos, por sí
mismos, no permiten explicar satisfactoriamente la evolución
climática a lo largo de ciclos de millones de año, y por lo tanto,
hace falta alguna otra explicación satisfactoria.
Es bien conocido que la energía que el Sol nos envía no es constante, cambia a lo largo del tiempo, y sus variaciones están relacionadas con una característica que intrigó a los aficionados a observar el cielo desde los inicios de la ciencia: las manchas solares.
A finales del siglo XIX, el astrónomo inglés Maunder, estudiando observaciones astronómicas antiguas, estableció que hubo, entre 1645 y 1715, un periodo sin manchas solares, que se correspondió con una etapa muy fría, denominada la Pequeña Edad de Hielo.
Ya en el siglo XXI, científicos del Danish National Space Center, retrocedieron un poco más en el tiempo y analizaron sistemáticamente las observaciones realizadas sobre las manchas solares durante los últimos cuatro siglos y medio, detectando la existencia de una estrecha correlación (ver Figura 3, basada en Svensmark & Christensen, 1997) entre la temperatura y el índice de actividad solar, un parámetro numérico basado en el recuento de manchas solares observadas en un momento dado.
Gráfica representativa de la evolución comparada entre la temperatura (línea roja) y la actividad solar (línea negra)
durante
los últimos cinco siglos.
Múltiples observaciones posteriores, realizadas en distintos lugares del planeta, han permitido comprobar esta sencilla explicación, como por ejemplo las efectuadas en la Antártida, tal y como se representan en la Figura 4, basada en datos del Harvard Smithsonian Center for Astrophisics (Soon, 2004, en Durkin, 2007), donde igualmente se observa una estrecha correlación entre la evolución de la temperatura (línea roja) y la radiación solar (línea negra).
Gráfica representativa de la evolución comparada
entre
la temperatura (línea roja) y la radiación solar (línea negra).
Todos hemos experimentado alguna vez una sensación de ligero enfriamiento cuando, en un día soleado, se interpone una nube en la trayectoria de los rayos solares.
Evidentemente, se trata de una situación efímera, de muy corta duración, que afecta a una pequeñísima porción de la superficie terrestre y por lo tanto, de efectos insignificantes.
Pero,
El mecanismo de formación de las nubes es elemental y bien conocido desde antiguo.
Cuando el aire caliente se eleva hasta que llega a su punto de rocío, se condensa el vapor de agua en forma de gotas muy pequeñas o en cristales de hielo.
La formación de nubes se ve también favorecida por la presencia de partículas en suspensión (como polvo o incluso sal), que actúan como núcleos para favorecer la condensación.
Pero además, ese proceso puede verse estimulado por otro fenómeno adicional, por otro tipo de radiación diferente a la proveniente del Sol.
Desde principio del Siglo XX se sabe que nuestro planeta está siendo constantemente bombardeado por partículas subatómicas, la radiación cósmica, así bautizada atendiendo a su origen en el espacio exterior.
Esa radiación ioniza las
partículas en suspensión en la atmósfera, proporcionando un estímulo
complementario para favorecer la nucleación y la formación de nubes.
Como sabemos, la intensidad del viento solar no es constante y aumenta con el número de manchas solares.
Es decir, que cuanto más
activo sea el sol, menos radiación cósmica llegará a la tierra. Y
con menor radiación cósmica, la formación de nubes será menor,
aumentando la insolación, lo que producirá un aumento de
temperatura.
En paralelo, el análisis sistemático en los caparazones y conchas fósiles del isótopo O18 (cuya abundancia relativa es proporcional a la temperatura), ha permitido reconstruir la evolución de la temperatura durante ese mismo periodo.
Gráfica representativa de la evolución comparada entre la temperatura (línea roja) y la radiación cósmica durante los últimos 500 millones de años.
Las temperaturas tienden a ascender cuando disminuye la intensidad de la radiación cósmica, es decir, al debilitarse el proceso que favorece la formación de nubes.
Pero además de los descritos anteriormente, aún existen otros procesos que afectan a la cantidad de radiación solar que llega a la superficie de la Tierra: las variaciones en la órbita terrestre.
El astrofísico Milutin Milankovitch, durante el primer tercio del siglo XX, basándose en ideas previamente establecidas por James Croll (1868), calculó el ritmo y la periodicidad de las alteraciones que sufría el planeta (forma de la órbita y a la posición del eje de rotación) al girar alrededor del Sol, que afectaban también a la radiación solar que llegaban hasta la Tierra, y por lo tanto, al clima.
En 1920 publicó un trabajo titulado Teoría matemática de los fenómenos térmicos producidos por la radiación solar, dónde se incluía unas gráficas que, décadas más tarde, se haría muy famosa, la curva de insolación sobre la superficie terrestre (Figura 6).
Curva de insolación sobre la superficie terrestre, publicada por Milankovitch en 1920. https://www.astrosafor.net/Huygens/2003/41/Glaciaciones.htm
Hacia la izquierda, la curva representa la variación de la temperatura que ya ha ocurrido, la del tiempo ya transcurrido, mientras que la continuación hacia la derecha representa la evolución prevista hacia el futuro. La escala horizontal en la parte superior de la figura corresponde al tiempo, en intervalos de 10.000 años.
En la escala vertical se
representa el porcentaje de variación de la temperatura media
terrestre, con aumentos o disminuciones que oscilan en torno al 3%
respecto del valor medio de las oscilaciones registradas.
Sondeos en el casquete glaciar
de
Groenlandia.
De estos análisis, resultan especialmente interesantes los resultados del contenido en el aire del O18, isótopo al que ya se ha hecho referencia anteriormente, que han permitido establecer con precisión la evolución térmica del planeta para los últimos 800.000 años, tal y como se representa en la Figura 8 (Jouzel et al., 2007).
Evolución de la temperatura del planeta durante los últimos 800.000 años, obtenida a partir de los sondeos en el hielo del casquete glaciar de Groenlandia.
La coincidencia de estos ciclos con las predicciones de Milankovitch es muy fuerte, como se puede apreciar con mayor detalle en la Figura 9, donde, utilizando la misma información de las figuras 6 y 8, se han representado conjuntamente los resultados correspondientes a los últimos 150.000 años obtenidos en los sondeos de Groenlandia (línea negra) y las predicciones de Milankovitch (línea roja).
El paralelismo entre ambas líneas es muy significativo, con una disposición muy similar de los máximos y los mínimos, así como de los periodos de ascenso y descenso.
Comparación entre la evolución durante los últimos 150.000 años de la temperatura prevista por Milankovitch (línea roja) y la obtenida mediante los sondeos de hielo en Groenlandia (línea negra).
Sin embargo, investigaciones similares realizadas posteriormente en otros lugares, donde también existen importantes acumulaciones de hielo (como por ejemplo en la Antártida), han confirmado que las tendencias detectadas corresponden a un fenómeno global, detectable en ambos hemisferios (Pedro et al., 2018).
En primer lugar,
Los datos presentados indican que no, que el cambio climático no se ha desencadenado como consecuencia de las actividades antrópicas y se trata de un proceso cíclico que viene repitiéndose desde tiempos muy remotos, desde muchísimo antes de que la Humanidad hiciese acto de presencia.
Los ritmos de variación de la temperatura parecen ser constantes o aleatorios según la escala de observación elegida.
Si atendemos al conjunto
de la historia del planeta (Figura 1), no se aprecia ninguna
secuencia rítmica. En cambio, si atendemos a lo que ha ocurrido
durante los últimos 800.000 años y de acuerdo con las previsiones de
Milankovitch, se trata de un proceso claramente cíclico.
Determinar cuál es el porcentaje de esa contribución (es decir, saber si es importante o insignificante), constituye realmente el quid de la cuestión, el verdadero nudo gordiano, la cuestión clave en el debate sobre el calentamiento global y el cambio climático:
Podemos dejar de momento aparcada esta crucial cuestión, a la que se dedicará la segunda parte de este artículo.
Mientras tanto, la información expuesta permite ya reformular la segunda de las preguntas pendientes:
Durante millones de años, el cambio climático ha estado controlado por los fenómenos naturales anteriormente descritos:
Sea cual sea la contribución humana al cambio climático, las acciones que se emprendan para intentar corregir sus impactos, tendrían sólo un efecto parcial.
Porque, hagamos lo que hagamos,
Es decir, que por mucho que nos empeñemos,
Como mucho, suponiendo que nuestras actividades están modificando el clima de forma significativa, a lo máximo que podríamos aspirar es a devolver el proceso de calentamiento a su ritmo natural, esperando a que llegue el momento en que las leyes de la naturaleza decidan que el planeta debe volver a enfriarse.
Sin embargo, a pesar de
que los mecanismos naturales que han controlado el cambio climático
de nuestro planeta son bien conocidos desde hace tiempo, de acuerdo
con las observaciones, mediciones y datos contrastados obtenidos por
cientos o miles de investigadores de todo el mundo, en la conciencia
colectiva de la Humanidad se ha instalado el convencimiento de todo
lo contrario.
Además, esa creencia viene acompañada de una fuerte sensación de pesimismo, de miedo sobre el futuro del planeta, con el convencimiento incluso de que ya es demasiado tarde para reaccionar y el mundo se dirige hacia un catastrófico final.
No parece descabellado afirmar que hay algo que no se ha hecho bien cuando,
...con el agravante de que dicha información se presenta como el punto de vista "unánime" de todo el mundo de la 'ciencia'...
Lo cual nos lleva ya a intentar responder la última de las tres preguntas que se formulaban en la introducción de este artículo.
Como ejemplo, puede
citarse una reciente noticia, publicada por diversos periódicos del
mundo, informando que se ha realizado una revisión de 88.125
estudios publicados entre 2012 y 2020 en revistas científicas, y que
el 99,9% de los artículos coinciden en que el cambio climático está
causado por actividades humanas.
El nivel global de dicha institución, juntamente con el prestigio de los científicos que lo integran, hace que las conclusiones de sus informes tiendan a ser consideradas como verdades inamovibles, como auténticos dogmas (la validez y la representatividad de dichas conclusiones serán analizadas en la segunda parte de este artículo), aunque en realidad han existido y existen serias discrepancias sobre las conclusiones reflejadas en los informes del IPCC.
El contenido de esas
divergencias suele airearse muy poco en los medios de comunicación.
La omisión más significativa, se refería a,
El comité coordinador del
IPCC se vio obligado a reconocer públicamente que, en efecto, se
habían suprimido esas conclusiones atendiendo a los comentarios
recibidos de algunos gobiernos, algunas ONGs y otros científicos.
...para acallar a los científicos escépticos.
Esas informaciones llegaron a las páginas de los periódicos (en las televisiones tuvieron un impacto mucho menor) y permanecieron en ellas unos días, pero poco a poco fueron cayendo en el olvido.
Para aclarar lo ocurrido, se realizaron varias investigaciones oficiales, pero ninguna de ellas, a pesar de las profundas dudas generadas, encontró evidencias de fraude o de mala praxis científica.
Las monolíticas y
contundentes conclusiones de los informes posteriores emitidos por
el IPCC, sugieren que todas las voces discrepantes han desaparecido.
Este es el caso, por
ejemplo de Bjorn Lomborg, un profesor universitario de
estadística en Dinamarca, vinculado durante años a organizaciones
ecologistas de primer nivel, quien ha denunciado (Lomborg 2003) que
muchos grupos ecologistas exageran su discurso catastrofista para
infundir miedo, simplemente como método rentable para recaudar más
fondos.
En un libro de reciente publicación (Shellenberger 2021) denuncia,
La misma opinión tiene Steven Koonin (2021), un físico teórico que fue asesor del presidente Obama en los Estados Unidos, quien ha denunciado la falta de objetividad con que se enfoca el problema del cambio climático, ya que,
La misma opinión tiene el famoso físico italiano Antonino Zichichi, Presidente de la Sociedad Europea de Física y de la Federación Mundial de Científicos, quien recientemente ha declarado que,
Son también contundentes y expeditivas las opiniones de Ivar Giaever (2012), premio Nobel en Física y ex-integrante del IPCC (de donde salió voluntariamente), quien además de coincidir en sus ideas con los investigadores antes mencionados,
La lista de investigadores críticos sobre los trabajos del IPCC sería muy larga, ya que las voces disonantes no llegan tan sólo desde personalidades individuales.
En 2006, treinta y dos científicos con prestigio internacional en el ámbito de la climatología, firmaron la Declaración de Hohenkammer, asegurando que no hay bases científicas para aseverar que el calentamiento global se deba a los llamados gases de efecto invernadero.
En marzo de 2009, un centenar de científicos norteamericanos publicaron en diversos periódicos (previo pago, ya que los medios se negaban a publicarlo) un artículo con un expresivo título:
En junio de ese mismo año, 60 científicos alemanes publicaron una carta abierta a la canciller alemana Ángela Merkel, en la que se expresaban en el mismo sentido.
Y en 2010, mil investigadores de diversos países y disciplinas científicas, firmaron un manifiesto similar y lo presentaron en la Conferencia sobre el Clima de ese mismo año.
Más recientemente, en septiembre de 2019, la Fundación de Inteligencia Climática (CLINTEL), una entidad que agrupa a más de 500 científicos de todo el mundo, envió al secretario General de la ONU (António Guterres) un documento,
Por último, es imprescindible recordar por su rotundidad a Pascal Richet, investigador del Institut de Physique du Globe de Paris desde hace 35 años, quien ha recibido numerosos premios en su trayectoria científica, y que ha publicado recientemente un artículo con el ilustrativo título de 'Clima y CO2 - La evidencia frente al dogma', donde además de incidir en la falta de relaciones causa-efecto entre los datos y las conclusiones que se están publicando sobre el cambio climático, dice textualmente:
Recientemente, también autores españoles se han posicionado claramente en contra de las falsas informaciones sobre el cambio climático.
Este es el caso por ejemplo del geólogo Alejando Robador Moreno (2015), con abundantes datos sobre los cambios climáticos acaecidos en el pasado, y de Hugo Rubio (2021), quien aporta detalladas informaciones contradiciendo las noticias que aparecen habitualmente en la prensa.
La evolución de la temperatura media del planeta está estrechamente relacionada con la variación de la iluminación solar que recibe, controlada fundamentalmente por la actividad volcánica, la evolución de las manchas solares, la radiación cósmica y los cambios cíclicos en la órbita terrestre.
Dichos procesos, espontáneos y naturales, están fuera del control antrópico, tan activos en la actualidad como lo estaban hace millones de años, y por lo tanto, es imposible que el hombre sea capaz de detener y revertir el cambio climático.
Estas evidencias hacen que la opinión de los científicos sobre el origen y la causa del calentamiento global no sea unánime y esté muy lejos de existir un consenso al respecto.
Sin embargo, mientras los
medios de comunicación otorgan los grandes titulares a las hipótesis
que atribuyen un origen antrópico al cambio climático, las
informaciones científicas que contradicen los informes del IPCC
tienen un escaso o prácticamente nulo eco mediático.
En cualquiera de los
libros de texto que se utilizan hoy en Enseñanza Primaria, se enseña
a las nuevas generaciones que la Tierra está sufriendo un
calentamiento provocado por las actividades humanas, y que es
necesario detenerlo para salvaguardar la salud del planeta.
A este respecto, es interesante recordar aquí las ideas de la politóloga alemana Elizabeth Noelle-Neumann, que en su obra La espiral del silencio (2010), establece que,
Como consecuencia, la
sociedad amenaza con el aislamiento a quienes adoptan las posturas
contrarias haciéndolas enmudecer en una espiral de silencio.
Mi agradecimiento a
Carmen Nikol, promotora y directora de la misma, por su apoyo
para la edición de las publicaciones mencionadas y también por las
facilidades prestadas para la publicación del presente artículo.
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