por Enrique Ortega Gironés, José Antonio Sáenz de Santa María Benedet y Stefan Uhlig
17 Diciembre 2024

del Sitio Web Entrevisttas

 

 

 

 

 



Se dice con frecuencia que el agua es el origen de la vida, que sin ella no sería posible.

 

El registro fósil a lo largo de la dilatadísima historia del Planeta nos enseña que la vida surgió de las aguas de los primeros océanos hace unos 3.800 millones de años.

 

Por eso, cuando se busca vida en el espacio exterior, se buscan planetas con similitudes a nuestra Tierra, donde se detecte (como primera condición) la posibilidad de que exista agua.

 

Pero,

¿Qué tiene el agua que la hace imprescindible para la vida, al menos para la vida tal y como nosotros la conocemos?

 

¿Cómo y por qué un compuesto de fórmula tan sencilla, la archiconocida H2O, tiene tanta importancia?

Pues simplemente porque las características físico-químicas de su molécula son tan especiales y extraordinarias que, ella sola, reúne múltiples propiedades esenciales e indispensables, en cualquiera de sus tres estados.

 

Porque, además, el agua aparece en nuestro Planeta de forma natural en estado sólido (nieve y hielo), líquido (mares y aguas continentales) y gaseoso (vapor de agua en la atmósfera).

 

Algunas de estas propiedades son muy bien conocidas por todos, ya que los mares ocupan casi el 71% de la superficie de nuestro planeta, constituyendo el hábitat para infinidad de especies.

 

También, al evaporarse, forma las nubes, portadoras de las lluvias que alimentan ríos y lagos, facilitando la vida animal y vegetal en las tierras emergidas.

 

Y, además, el vapor de agua en la atmósfera (ya sea de forma difusa o concentrado en forma de nubes), constituye la principal barrera para que el calor que nos llega del Sol, después de reflejarse en la superficie terrestre, no escape totalmente hacia el espacio exterior, gracias al injustamente denostado efecto invernadero.

 

Sin esta capacidad protectora, nuestro querido Planeta sería tan frío como la Luna, y nuestro cielo sería funestamente negro en lugar de ser azul (Figura 1).

 

 


Figura 1.

La Tierra vista desde la Luna.

Obsérvese el azul de nuestra protectora atmósfera

llena de vapor de agua comparado con

el negro del espacio en la Luna,

donde no existe ninguna atmosfera.
 


Pero, además, el agua tiene otras propiedades que debiéramos conocer o recordar, porque estaban incluidas en los libros de texto de nuestros estudios secundarios, pero que con frecuencia han caído en el olvido.

 

Como nos decían en los años 60 del pasado siglo nuestros profesores de aquel exigente Bachillerato, el agua es el disolvente universal (aunque no sea rigurosamente cierto), ya que es capaz de disolver un gran número de sustancias.

El parámetro que se utiliza para medir la capacidad de disolución es el producto de solubilidad, que, en el caso del dióxido de carbono, el denostado CO2, como ocurre con todos los gases, tiene un funcionamiento inverso al de las sustancias sólidas.

 

Normalmente,

a presión constante, cuanto más alta es la temperatura, mayor es el valor de ese parámetro, que mide la cantidad de soluto que es capaz de permanecer disuelta en el agua.

Como todos sabemos y hemos experimentado en nuestras cocinas, el azúcar o la sal, se disuelven con mucha más facilidad en líquidos calientes como el agua o la leche.

 

Sin embargo, en el caso del CO2, su comportamiento es opuesto y cuanto más fría está el agua, mayor es su capacidad de disolución.

 

 


Figura 2
 


La grafica de la Figura 2 muestra, a presión constante, la variación de la solubilidad del CO2 en el agua en función de la temperatura.

 

Así, por ejemplo,

cuando el agua de mar está a 10ºC admite que haya disueltos 2,2 gramos de CO2 por cada litro de agua.

 

Sin embargo, si el agua de mar llegase 30ºC tan sólo admitiría 1,3 gramos de CO2 por litro de agua.

Es decir,

que como consecuencia de un calentamiento de 20ºC, el océano debería expulsar a la atmósfera o precipitar al fondo del mar en forma de sedimentos carbonatados 0,9 gramos de CO2 por cada litro de agua.

Este simple mecanismo, a lo largo de millones de años de la historia geológica y dado el inmenso volumen de agua existente en los océanos de la Tierra, ha contribuido a,

controlar el contenido de dióxido carbono en el aire.

Otra importante característica del agua con importantes consecuencias climáticas es su inercia térmica, muy diferente a la de las tierras emergidas.

 

Como es bien sabido, la tierra firme se enfría y se calienta con más rapidez que el agua del mar, que siempre se mantiene relativamente más caliente que la tierra firme en invierno y más fresca en verano, ejerciendo un papel regulador térmico muy importante.

 

Por eso el clima oceánico o mediterráneo es siempre más templado y suave que los extremos climas continentales característicos de las áreas alejadas del mar.

 

Y también por eso mismo, las poblaciones humanas siempre han tenido preferencia por asentarse en las zonas costeras.

 

 


Figura 3.

Aspecto típico de la costa mediterránea
 


Pero las propiedades más fascinantes del H2O están relacionadas con las variaciones de su densidad en relación con la temperatura.

 

Cuando el agua se va enfriando y llega a una temperatura de 4ºC es cuando alcanza su máxima densidad. En cambio, cuando llega al punto de congelación, aumenta su volumen y disminuye su densidad.

 

Este comportamiento tan diferente para una mínima diferencia de temperatura de tan sólo cuatro grados centígrados, tiene consecuencias fundamentales para la vida del Planeta.

En efecto, cuando el agua se enfría y llega a los cuatro grados, como tiene mayor densidad, se hunde y se va al fondo. Por eso, por mucho frío que haga, el fondo del mar nunca se congela, permitiendo que en profundidad continúe la vida animal y vegetal.

 

Y el aumento de volumen asociado a la congelación hace que el hielo flote, generando así un ecosistema válido para animales terrestres, tanto en las zonas árticas (donde no existen tierras emergidas), como en los hielos flotantes de la Antártida.

 

Por otra parte,

las grandes masas de hielo formadas en la naturaleza tienen un comportamiento muy peculiar que, con mucha frecuencia, son objeto de informaciones catastrofistas y alarmistas totalmente injustificadas.

Una de las distorsiones habituales se refiere a la caída de grandes bloques de hielo y la consiguiente formación de icebergs cuando las lenguas glaciares llegan al mar o a lagos del interior.

 

En efecto, en los medios de comunicación se usa con frecuencia este argumento, acompañado de imágenes espectaculares, para demostrar el "grave peligro" asociado al calentamiento global ocasionado por las actividades humanas (Figura 4).

 

 


Figura 4.

Caída de un enorme bloque de hielo

en el glaciar de Perito Moreno (Argentina)
 


En otras ocasiones se nos informa sobre el desgarro de enormes bloques de hielo, que se desgajan de las plataformas antárticas.

 

Estas enormes masas de hielo, que llegan a tener dimensiones de muchos kilómetros cuadrados, una vez desprendidas, vagan por el mar a merced de las corrientes, constituyendo un grave peligro para la navegación, como ocurrió por ejemplo en 2017 con la Plataforma Larsen C, un iceberg de 1 billón de toneladas y más de 5.800 kilómetros cuadrados (aproximadamente del tamaño de la provincia de La Rioja, ver Figura 5).

 

 


Figura 5.

Imagen obtenida por el satélite Sentinel 1B,

donde se aprecia a la derecha la enorme fisura

que ha dado lugar

al desprendimiento de la plataforma Larsen C

(National Geographic, julio 2017).



Más recientemente, hace tan sólo unos días, se ha informado de la movilidad de otro enorme iceberg, el A23a, de 3.600 Km2, que se desprendió en 1986 de la plataforma de hielo Filchner.

 

Después de varios años semi-encallado en el fondo marino y atrapado en una trayectoria circular, se encuentra de nuevo a la deriva por el océano Antártico, de acuerdo con la información difundida por el British Antarctic Survey (BAS).

 

 


Figura 6.

Trayectoria seguida por el iceberg A23a

desde su desprendimiento.



Sin embargo, en contra de las apariencias y de lo que repetidamente se nos dice,

la formación de icebergs forma parte de la normalidad en los procesos glaciares y no tiene nada que ver con el "calentamiento" del Planeta...

 

La caída de grandes bloques de hielo no es debida al derretimiento del hielo, sino a la propia dinámica glaciar.

A pesar de la aparente rigidez del hielo, su comportamiento cuando se acumula en grandes masas, es plástico.

 

Y, como es bien conocido desde hace siglos, fluye lentamente ladera abajo, a favor de la pendiente, con velocidades que pueden alcanzar varios cientos de metros por año.

 

Los glaciares de montaña, al descender a cotas bajas y más calientes, se funden como consecuencia del aumento de temperatura asociado al descenso de altitud, dando lugar a ríos caudalosos.

La caída de grandes bloques de hielo no es debida al derretimiento del hielo, sino a la propia dinámica glaciar...

Por lo que se refiere a los glaciares situados en el litoral, cuando sus lenguas llegan a la costa y el hielo empieza a flotar, éste se fragmenta como consecuencia del empuje de la masa de hielo que le sigue, y también por perder cohesión con la masa circundante.

 

Por lo tanto,

las impactantes imágenes que suelen brindarnos noticieros y reportajes, no deben contemplarse como algo anómalo y preocupante, asociado a un excepcional y crítico aumento de la temperatura, sino como consecuencia de la absoluta normalidad en la dinámica glaciar...

Igualmente erróneas son muchas de las informaciones que nos llegan sobre,

los "inminentes peligros" que nos acechan por el derretimiento de las grandes masas de hielo flotante que existen en el Planeta, como son principalmente las del Polo Norte y las plataformas heladas marinas que rodean al continente Antártico en el Polo Sur, especialmente el glaciar Thwaites (Figura 7).

De este último, con una extensión similar a la del Reino Unido y conocido también por la prensa sensacionalista como el "Glaciar del Juicio Final" (sic...), se ha dicho que su colapso puede provocar un aumento de más de 60 centímetros del nivel del mar, con el consiguiente peligro de inundación para muchas zonas costeras.

 

 


Figura 7.

Vista aérea del glaciar Thwaites



Algo similar se ha dicho muy recientemente de las masas de hielo del Ártico, cuya desaparición se pronostica para antes del 2030.

 

En realidad, deberíamos decir que se pronostica de nuevo y una vez más, porque esta misma "profecía" se ha realizado ya varias veces durante las últimas décadas para fechas que ya han sido superadas sin que nada haya ocurrido.

 

A este respecto, se recomienda la lectura del comunicado emitido por la Asociación de Realistas del Clima sobre este tema y también un artículo anterior publicado en Entrevisttas.com.

 

Porque en realidad, las masas de hielo oceánicas no están disminuyendo a la velocidad con que nos quieren asustar, sino que incluso permanecen estables o incluso están aumentando en algunas áreas.

 

En efecto, como se muestra en la Figura 8, hace años que la extensión de hielo ártico existente al final del verano se mantiene estable.

 

Debe recordarse, que se considera que el Ártico quedaría libre de hielo cuando sólo pudiera observarse una extensión de un millón de kilómetros cuadrados (ver Figura 8), es decir, aproximadamente una cuarta parte de la superficie que se está registrando cada mes de septiembre en la actualidad.

 

 


Figura 8.

Evolución de la extensión

de la banquisa de hielo marino del Ártico
Fuente: National Snow and Ice Data Center (NSIDC)

de los Estados Unidos.



Como consecuencia de la oscilación estacional de la temperatura, la superficie del hielo ártico sufre una variación anual, alcanzando su mínima extensión al final del verano del hemisferio norte, en septiembre.

 

En la Figura 8 se puede apreciar la evolución de dicha extensión desde el año 2007, sin que se aprecie ninguna tendencia negativa.

 

 


Figura 9.

Extensión de la banquisa de hielo marino del Ártico

a lo largo de cada año desde 1980 hasta el 2024 (línea negra),

que ha sido un año normal.

Fuente: EUMETSAT.



Algo similar puede deducirse de la Figura 9, donde se ha representado en diferentes colores la evolución anual de la extensión del hielo ártico para diferentes intervalos temporales.

 

Se puede apreciar como existe una tendencia general a la disminución desde los años 80, que es lógicamente coherente con el calentamiento asociado al ciclo interglaciar que está experimentando el Planeta, alcanzando la mínima extensión (como se aprecia también en la Figura 8) en 2012, con 3,9 millones de kilómetros cuadrados.

 

Sin embargo, la línea negra en la Figura 9, correspondiente a 2024, muestra que desde entonces la superficie ha aumentado hasta casi 5 millones de kilómetros cuadrados,

desmintiendo totalmente las "profecías fatalistas" sobre la próxima desaparición del hielo ártico...

Esta tendencia es coherente con las investigaciones de Ryan Fogt, publicadas en Nature Climate en 2022, afirmando que la extensión de hielo antártico tiene una tendencia positiva y está aumentando desde que en 1979 se iniciaron las mediciones por satélite.

La contradicción existente entre la realidad observada y las informaciones que se difunden, es aún más significativa si se tiene en cuenta que la estabilidad del hielo ártico, tozudamente mostrada por los datos de los satélites,

tiene lugar a pesar de que el nivel de CO2 de la atmósfera ha crecido más de un 10% (unas 40 ppm) a lo largo de las dos últimas décadas y que la temperatura global ha aumentado en 0,46°C según el registro del sistema Copernicus europeo.

La falta de correlación entre la superficie de hielo ártico ante los cambios de temperatura y de CO2 atmosférico, deberían obligarnos a cuestionar y replantear nuestro conocimiento sobre las causas que motivan sus cambios de extensión.

 

Durante los últimos años se han publicado numerosos artículos científicos que relacionan dichos cambios con la variabilidad de factores naturales, como la actividad solar y las corrientes oceánicas que alcanzan el Ártico.

 

Sin embargo, a pesar de estas evidencias,

se continúan emitiendo alarmantes informaciones, de forma tan insistente como injustificada, sobre la inminente desaparición del hielo como consecuencia de las emisiones "antrópicas" de CO2.

Pero no ocurre exactamente lo mismo con el hielo continental, que está retrocediendo de forma prácticamente generalizada, aunque como excepción, también se ha detectado que existen glaciares continentales que están creciendo en las últimas décadas, al menos de forma temporal.

 

Tampoco debe olvidarse que,

en el continente antártico, la extensa tierra emergida está cubierta con grandes espesores de agua congelada, que constituye la mayor reserva de agua dulce del planeta, seguida por los hielos continentales de Groenlandia.

Es evidente que la fusión de estos hielos está alimentando la elevación del nivel del mar, y en la Figura 10, la gráfica inferior derecha muestra (expresada en milímetros) la variación experimentada por el nivel del mar desde principios del siglo XX.

 

En conjunto, en los 120 años transcurridos desde entonces, el nivel del mar ha subido 200 mm (1,66 mm/año).

 

Es decir, a un ritmo mucho menor con el que nos suelen desinformar y que no es en absoluto preocupante, ya que en realidad nos indica,

una desaceleración respecto de las velocidades de ascenso del nivel del mar que se registraron hace unos milenios, mucho antes del inicio de las actividades industriales humanas...

 


Figura 10.

 Evolución comparada de la temperatura

y del niveldel mar

desde principios del Siglo XX



Es interesante señalar también que, en esa misma gráfica, se observa una pequeña aceleración (aumento de pendiente) entre 1930 y 1950, seguida de una estabilización durante las tres décadas siguientes.

A partir de 1982 se observa una nueva aceleración hasta el momento actual.

Los valores promedio registrados en este último periodo son del orden de 2-3 mm/año, también muy inferiores a los que se estaban registrando hace algunos milenios.

 

Debe tenerse en cuenta que, como demuestran los datos geológicos,

la elevación del nivel del mar viene produciéndose desde hace unos 20.000 años, desde el clímax de la última glaciación, y en el momento actual puede considerarse como lenta, ya que hace unos 15 milenios era hasta diez veces más rápida que la actual (ver Cambios Climáticos).

Por otra parte, en esa misma gráfica inferior derecha de la Figura 10, puede observarse que la velocidad a la que hoy se está elevando el nivel del mar es idéntica a la que se registró entre 1930 y 1950, por lo que invocar la existencia de una aceleración anómala en la elevación de las aguas está totalmente injustificado.

En la gráfica superior izquierda de la Figura 10, se muestra la evolución de la temperatura media del Planeta durante el mismo periodo de la gráfica inferior derecha, pudiendo observarse que existe un descenso de temperatura precisamente durante el mismo intervalo en que se estabiliza la velocidad de ascenso del nivel del mar.

 

Este paralelismo es lógico ya que, al enfriarse el Planeta, disminuye la velocidad de fusión de los hielos y, en consecuencia, se hace más lento o se paraliza el ascenso de las aguas.

 

Por lo tanto, de una forma directa y en relación con la evolución climática,

esta correlación está indicando claramente que, si realmente la velocidad de ascenso del nivel del mar no está registrando valores anómalos, es porque la temperatura del Planeta tampoco está registrando un calentamiento excepcional, anormal ni preocupante.

Pero volvamos a las enormes masas de hielo polar flotantes sobre los océanos.

 

Como se ha mencionado anteriormente, el hielo aumenta de volumen al congelarse y disminuye de densidad. Por eso, de acuerdo con el Principio de Arquímedes, conocido desde el siglo III a.d.C., flota sobre el agua en estado líquido.

 

Como es bien sabido, la parte visible de un iceberg representa tan sólo un octavo de su tamaño total, quedando sumergida la mayor parte de su volumen.

 

 


Figura 11.

Imagen idealizada

representando las porciones

emergidas y sumergidas de un iceberg.



La parte que sobresale por encima del nivel del agua, corresponde al exceso de volumen (aproximadamente un 10%) adquirido al congelarse.

 

Y, ¿qué ocurre cuando se produce el proceso inverso, al fundirse el hielo?

 

Pues que el agua aumenta su densidad y recupera el volumen original que tenía antes de la congelación, es decir,

que el proceso de congelación y descongelación del agua marina no afecta para nada al nivel del mar.

O sea que, si se descongelase de repente todo el hielo del océano Ártico y los enormes icebergs de la Antártida,

el nivel del mar permanecería ¡estable...!

 

Si se descongelase de repente

todo el hielo del océano Ártico

y los enormes icebergs de la Antártida,

el nivel del mar permanecería estable...
 


La comprobación de esta realidad puede realizarse fácilmente en casa, o mejor aun tomando copas con los amigos.

 

Para ello, bastará marcar el nivel en un vaso de agua con unos cubitos de hielo, y al cabo de unos minutos verificar dónde se queda ese mismo nivel cuando el hielo se ha fundido, y comprobar que, inmutable, se ha mantenido en el mismo sitio.

Cabe preguntarse entonces que, si la velocidad de ascenso del nivel del mar que se está registrando es absolutamente normal y la fusión de los icebergs no afecta al nivel de las aguas,

¿Cuáles son las razones que inspiran los insistentes mensajes catastróficos que injustificadamente alarman a la población...?

 

¿Para qué nos sirve la sofisticada tecnología de la que hoy disponemos si se cometen errores de cálculo que ya Arquímedes hubiese podido detectar hace más de dos milenios...?

Algo está fallando en los planes de educación y en los medios de comunicación, cuando se está consiguiendo asustar a la población mundial con mensajes que podrían ser rebatidos con los conocimientos que se imparten en los ciclos de enseñanza media, o con experimentos realizables en la barra de cualquier bar.

Los autores de este artículo tienen un conocido que ha conseguido beber muchos gin-tonics gratis haciendo apuestas sobre la constancia del nivel del líquido al fundirse el hielo.

 

Si alguno de Uds. se anima a proponer este tipo de envites, le recomendamos que además del gin-tonic incluyan algunas tapas en la apuesta, se gana siempre...