15 - JERUSALÉN: UN CÁLIZ, DESAPARECIDO

En el siglo veintiuno a.C., cuando las armas nucleares fueron empleadas por vez primera en la Tierra, Abraham fue bendecido con pan y vino en Ur-Shalem en nombre del Dios Más Grande—y proclamada la primera religión Monoteísta de la Humanidad. Veintiún siglos más tarde, un devoto descendiente de Abraham, celebrando una comida especial en Jerusalén, llevó en su espalda una cruz—el símbolo de cierto planeta—hasta un lugar de ejecución, y dio nacimiento a otra religión monoteísta.


Aun revolotean preguntas acerca de él:

  • ¿Quién en realidad fue?

  • ¿Qué estaba haciendo en Jerusalén?

  • ¿Hubo allí un complot en su contra, o fue él su propio complot?

  • ¿Y qué era el cáliz que ha dado origen a las leyendas acerca (y búsquedas de) del ‘Santo Grial’?

En su última noche de libertad celebró la cena ceremonial de la Pascua Judía (llamada Seder en hebreo) con vino y pan sin levadura junto a sus doce discípulos, y la escena ha sido inmortalizada por algunos de los más grandes pintores del arte religioso, siendo la más famosa de ellas ‘La Última Cena’ de Leonardo da Vinci (Fig. 122).

 

Leonardo fue reconocido por su conocimiento científico y perspicacia teológica; lo que su pintura muestra ha sido discutido, debatido, y analizado hasta el día de hoy—profundizando, más que resolviendo, los enigmas.

Figura 122
 

La clave para desentrañar los misterios, mostraremos, yace en lo que la pintura no muestra; es lo que falta lo que contiene respuestas a los molestos rompecabezas en la saga de Dios y el Hombre en la Tierra, y el anhelo de Jerusalén: Una Cáliz, Desaparecido.


Pasado, Presente y Futuro convergen en los dos sucesos, separados por veintiún siglos; Jerusalén fue crucial para ambos, y por su coordinación, estuvieron ligados por las profecías bíblicas acerca del Fin de los Días.


Para comprender qué sucedió hace veintiún siglos, necesitamos enrollar hacia atrás las páginas de la historia hasta Alejandro, quién se consideraba a si mismo como hijo de un dios, aunque murió en Babilonia a la temprana edad de treinta y dos.


Mientras vivió, controló a sus generales feudales mediante una mezcla de favores, castigos, e incluso muertes prematuras (algunos, de hecho, creían que Alejandro fue envenenado).

 

Muy pronto luego de su muerte, su hijo de cuatro años y su guardián, el hermano de Alejandro, fueron asesinados y los enemistados generales y comandantes regionales se dividieron entre ellos las tierras conquistadas:

  • Tolomeo y sus sucesores, acuartelados en Egipto, se quedaron con los dominios africanos de Alejandro

  • Seleuco y sus sucesores rigieron, desde Siria, Anatolia, Mesopotamia y las distantes tierras de Asia

  • la impugnada Judá (Con Jerusalén) terminó como parte del reino tolemaico

Los Tolomeos, habiendo maniobrado para disponer del cuerpo de Alejandro para un funeral en Egipto, se consideraban a si mismos sus verdaderos herederos y, por mucho, continuaron su actitud tolerante hacia otras religiones. Fundaron la famosa Biblioteca de Alejandría, y asignaron a un sacerdote egipcio, Manetón, para poner por escrito la historia dinástica y la prehistoria divina de Egipto para los griegos (la arqueología ha confirmado lo que se conoce de los escritos de Manetón).

 

Eso convenció a los Tolomeos que su civilización era una continuación de la egipcia, y por eso se consideraban los legítimos sucesores de los faraones. Los eruditos griegos mostraron particular interés en la religión y los escritos judíos, tanto que los Tolomeos ordenaron la traducción de la Biblia hebrea al griego (una traducción conocida hoy como Septuagint) y otorgaron a los judíos total libertad de culto en Judá, así como en sus crecientes comunidades en Egipto.


Como los Tolomeos, los seléucidas también retuvieron un estudioso de habla griega, un antiguo sacerdote de Marduk conocido como Beroso, para compilar la historia y la prehistoria de la Humanidad y sus dioses de acuerdo a los conocimientos mesopotámicos.


En un giro de la historia, investigó y escribió en una biblioteca de tabillas cuneiformes ubicada en Harán. Es a partir de sus tres libros (de los cuales sólo conocemos fragmentos de apuntes de lo escrito por otros en la antigüedad) que el mundo occidental, de Grecia y después Roma, aprendieron de los anunakis y su venida a la Tierra, la era prediluvial, la creación del Homo Sapines, el Diluvio, y lo que siguió.


Así, fue gracias a Beroso (como fue confirmado más tarde por el descubrimiento de las tablillas cuneiformes) que el ‘sar’ de 3600 años de los dioses fue originalmente dado a conocer.


En 200 a.C. los seléucidas cruzaron la frontera tolemaica y capturaron Judá. Como en otras ocasiones, los historiadores han buscado razones geopolíticas y económicas para la guerra—ignorando los aspectos religioso-mesiánicos.

 

Fue en el documento acerca del Diluvio que la exquisita información fue dada por Beroso, en el sentido que Ea/Enki instruyó a Ziusudra (el Noé sumerio) para,

‘ocultar todos los escritos disponibles en Sippar, la ciudad de Shamash,’ para una recuperación postdiluvial, porque esos textos ‘eran acerca de los inicio, el medio, y el final.’

De acuerdo a Beroso, el mundo atraviesa periódicos cataclismos, y los relacionó con las Eras zodiacales, habiendo comenzado su contemporánea 1920 años antes de la Era Seléucida (312 a.C.); lo que estaría colocando el inicio de la Era del Carnero en 2232 a.C.—una Era destinada pronto a su fin si nos atenemos a los cálculos matemáticos (2232-2160 = 122 a.C.)


Los documentos disponibles sugieren que los reyes seléucidas, asociando esos cálculos con el Retorno Perdido, se vieron apremiados por la necesidad de urgentemente esperar y prepararse para ello. Comenzó un frenesí de reconstrucción de los arruinados templos de Súmer y acadia, con énfasis en la E.ANNA—la ‘Casa de Anu’—en Uruk. El Sitio de Aterrizaje en Líbano, llamado por ellos Heliopolis—Ciudad del dios Sol—fue rededicado con el levantamiento de un templo en honor a Zeus. La razón para la guerra de captura de Judá, uno debe concluir, fue la urgencia de preparar además en Jerusalén el sitio espacial para el Retorno.


Fue, sugerimos, la manera griego-seléucida de prepararse para la reaparición de los dioses.


Diferentes de los Tolomeos, los gobernantes Seléucidas estaban determinados a imponer la cultura y la religión helénicas en sus dominios.


El cambio fue más significante en Jerusalén, donde tropas extranjeras súbitamente fueron estacionadas y se redujo la autoridad de los sacerdotes del Templo.
La cultura y las costumbres helénicas fueron introducidas a la fuerza; incluso los nombres tuvieron que ser cambiados, comenzando por el sumo sacerdote, que fue obligado a cambiar su nombre de Joshua a Jasón.

 

Las leyes civiles restringieron a los ciudadanos judíos en Jerusalén; los impuestos fueron elevados con objeto de financiar la enseñanza del atletismo y la lucha en vez de la Torah; y en los campos, santuarios para deidades griegas fueron erigidos por las autoridades y se enviaron soldados para forzar su veneración.


En 169 a.C. el entonces rey seléucida, Antíoco IV (quién adoptó el epíteto Epifanio) vino a Jerusalén. No fue una visita de cortesía. Violando la santidad del Templo, penetró al Sancta Sanctorum. A sus órdenes, los objetos rituales de oro atesorados en el Templo fueron confiscados, se puso un gobernador griego a cargo de la ciudad, y se construyó al lado del Templo una fortaleza de soldados extranjeros como una guarnición permanente. De vuelta en su capital Siria, Antíoco emitió una proclama requiriendo la veneración de los dioses griegos por todo el reino; en Judá, prohibió específicamente la observancia del Sabbath y la circuncisión.


De acuerdo con el decreto, el Templo de Jerusalén iba a convertirse en un templo de Zeus; y en 167 a.C. en el día 25 del mes hebreo Kislev—equivalente al 25 de Diciembre de hoy—un ídolo, una estatua representando a Zeus, ‘El Señor de los Cielos,’ fue instalada por soldados sirio-griegos en el templo, y el gran altar fue alterado y empleado para sacrificios a Zeus. El sacrilegio no pudo haber sido mayor.


El inevitable levantamiento judío, comenzado y liderado por un sacerdote de nombre Matityahu y sus cinco hijos, es conocido como el Hashmonean o la Revuelta Macabea. Iniciada en las zonas rurales, prontamente la revuelta superó a la guarnición local griega. Mientras los griegos se apresuraron a reforzar, la revuelta envolvió el país entero; lo que les faltaba a los Macabeos en número y armas, lo compensaron por la ferocidad de su fervor religioso.

 

Los hechos, descritos en el Libro de los Macabeos (y por subsecuentes historiadores), no dejan duda que la pelea de los pocos contra un poderoso reino era guiada por una cierta agenda: era imperativo recuperar Jerusalén, limpiar el Templo, y rededicarlo a Yahveh en cierto plazo.


Dirigiendo las fuerzas sólo para recapturar el Monte Templo, los macabeos limpiaron el Templo, y la sagrada llama fue vuelta a encender ese año; la victoria final, que derivó en el completo control de Jerusalén y la restauración de la independencia judía, tuvo lugar en 160 a.C. La victoria y rededicación del Templo son aun celebrados por los judíos como la fiesta de Hanukkah (‘rededicación’) en el veinticinco día de Kislev.


La secuencia y la coordinación de estos sucesos pareció estar vinculada a las profecías del Fin de los Días. De esas profecías, como hemos visto, las únicas que ofrecían claves numéricas específicas en relación al futuro definitivo, el Fin de los Días, fueron transmitidas a Daniel por los ángeles.

 

Pero la claridad es algo ausente debido a que las cuentas fueron expresadas de forma enigmática ya sea bajo la forma de una unidad llamada ‘tiempo,’ o en ‘semanas de años,’ e incluso en números de días; y es quizá sólo respecto a la última que a uno se le dice cuando comienza la cuenta, de modo que uno pudiera saber cuando termina. En esa situación, la cuenta debió comenzar desde el día en que ‘la ofrenda regular es abolida y una abominación atroz es instalada’ en el templo de Jerusalén; hemos establecido que tal abominable acto en verdad tuvo lugar un día en 167 a.C.


Con la secuencia de esos eventos en mente, la cuenta de días dada a Daniel debe ser aplicada a los hechos específicos en el Templo: su profanación en 167 a.C. (‘cuando la ofrenda regular es abolida y una abominación atroz es instalada’), la limpieza del Templo en 164 a.C. (después de ‘un mil y dos cientos y noventa días’), y la completa liberación de Jerusalén por 169 a.C. (‘feliz aquel que espera y llega a los mil tres cientos y treinta y cinco días’). El número de días, 1290 y 1335, encajan fundamentalmente con la secuencia de sucesos en el Templo.


De acuerdo a los Profetas en el Libro de Daniel, fue entonces que el reloj del Fin de los Días comenzó a tictaquear.


Lo imperioso de recapturar la completa ciudad y la remoción de los no circuncidados soldados extranjeros del Monte Templo por 160 a.C. contiene la llave a otra pista. Aunque hemos estado usando la cuenta aceptada de a.C. y d.C. para datar eventos, la gente de aquellos días pasados obviamente no pudo y no empleó una agenda basada en un futuro calendario cristiano.

 

El calendario hebreo, como hemos mencionado antes, era el calendario iniciado en Nippur en 3760 a.C. –y de acuerdo a ese calendario, ¡lo que llamamos 160 a.C. era precisamente el año 3600!


Eso, como el lector sabe ahora, era un SAR, el período original (matemático) de la órbita de Nibiru. Y aunque Nibiru había reaparecido cuatrocientos años antes, la llegada del SAR—3600—la finalización de un Año Divino—era de insoslayable significancia. Para quienes las profecías bíblicas del retorno de la Kavod de Yahveh al Monte Templo eran incuestionables pronunciamientos divinos, el año que llamamos ‘160 a.C.’ fue un momento crucial de verdad: sin importar donde estaba el planeta, Dios ha prometido Regresar a Su Templo, y el templo tenía que estar purificado y listo para eso.


Que el paso de los años de acuerdo al calendario nippuriano/hebreo no fue perdido de vista en aquellos tiempos turbulentos es atestiguado por el Libro de Jubileos, un libro extrabíblico presumiblemente escrito en hebreo en Jerusalén en los años siguientes a la revuelta macabea (ahora disponible sólo en sus versiones griega, latina, etíope, y eslava).


Recuenta la historia del pueblo judío desde el tiempo del Éxodo en unidades de tiempo de Jubileos—la unidad de 50-años decretada por Yahveh en el Monte Sinaí (ver cap. IX); además creó una cuenta histórica calendárica consecutiva que desde entonces ha sido conocida como Annu Mundi—‘Año del Mundo’ en latín—que comienza en 3760 a.C. Académicos (como el Rev. Robert Henry Charles en su interpretación inglesa del libro) convirtió tales ‘años de jubileo’ y sus ‘semanas’ a una cuenta de Annu Mundi.


Que tal calendario fue no solamente conservado a través del antiguo Cercano Oriente, sino incluso determinó cuando los eventos estaban a tiempo de ocurrir, puede ser establecido por simplemente revisar algunas fechas cruciales (a menudo destacadas en letra negrita [‘bold’]) dadas en nuestros capítulos anteriores.

 

Si escogemos apenas unas cuantas de esos eventos históricos, esto es o que ocurre cuando el ‘a.C.’ es convertido a ‘c.n.’ (calendario nippuriano):

 

a.C.

c.n.

EVENTO

3760

0

Civilización sumeria. Comienza el calendario de Nippur Nippur

3460

300

Incidente de la Torre de Babel

2860

900

El Toro del Cielo muerto por Gilgamesh

2360

1400

Sargón: comienza la Era de Acadia

2160

1600

Primer Período Intermedio en Egipto; Era de Ninurta (Gudea (Gudea construye el Templo-de-Cincuenta)

2060

1700

Nabu organiza los seguidores de Marduk; Abraham a Canaán; Guerra de los Reyes

1960

1800

Templo Esagil de Marduk en Babilonia

1760

2000

Hamurabi consolida la supremacía de Marduk

1560

2200

Nueva dinastía en Egipto (“Reino Medio”); nueva regencia regencia dinástica (“Kassita”) en Babilonia

1460

2300

Anshan, Elam, Mitanni surgen contra Babilonia; Moses Moisés en Sinaí, la ‘zarza ardiente.’

960

2800

Lanzado el imperio Neo-Asirio; el festival Akitu festival renovado en Babilonia

860 2900 Asurbanipal usa el símbolo de la cruz
760 3000 Comienza la Profecía en Jerusalén con Amós

560

3200

Los dioses Anunnaki completan su Partida; los Persians persas desafían Babilonia; Ciro

460 3100 Era de Oro Griega; Heródoto en Egipto

160

3600

Los Macabeos liberan Jerusalén. El Templo es re-dedicado

 

El lector impaciente difícilmente esperará reemplazar las siguientes entradas:

 

60

3700

Los romanos construyen el templo de Júpiter en Baalbek, Baalbek; ocupación de Jerusalén

0

3760

Jesús de Nazaret; comienza la cuenta d.C.

 

El siglo y medio que ocurrió desde la liberación macabea de Jerusalén hasta los hechos conectados con Jesús después que llegó ahí fueron algunos de los más turbulentos en la historia del mundo antiguo y del Pueblo Judío en particular.


Ese crucial período, cuyos sucesos nos afectan hasta hoy día, comienza con un júbilo comprensible. Por primera vez en siglos los judíos fueron de nuevo del todo dueños de su sagrada capital y de su bendito Templo, libres para escoger sus propios reyes y Sumo Sacerdote. Aunque la guerra continuaba en las fronteras, éstas mismas ahora se extendían para abarcar bastante del viejo reino unido del tiempo de David.

 

El establecimiento de un estado Judío independiente, con Jerusalén como su capital, bajo los Asmodianos fue un hecho triunfal en todos los aspectos—excepto uno: El retorno de la Kavod de Yahveh esperada al Fin de los Días, no tuvo lugar, aunque el conteo de los días desde el tiempo de la abominación parecía haber sido correcto.

 

Muchos se preguntarán si acaso el Tiempo del Cumplimiento aún no estaba a la mano; y se hizo evidente que los enigmas de las cuentas de Daniel, de ‘años’ y ‘semanas de años’ y de ‘Tiempo, Tiempos,’ y lo demás aun tenía que ser descifrado.


Claves fueron las partes proféticas en el Libro de Daniel que hablan de la elevación y caída de futuros reinos después de Babilonia, Persia, y Egipto—reinos crípticamente llamados ‘del sur,’ ‘del norte,’ o un navegante ‘Kittim’; y reinos que nacerán por la partición de otros, pelearan entre ellos, ‘plantar tabernáculos de palacios entre los mares’—toda clase de futuras entidades que también estaban representadas de forma tan críptica por variados animales (un carnero, una cabra, un león y así) cuyas descendencias, llamadas ‘cuernos,’ de nuevo se romperán y lucharán entre ellos.


¿Cuáles eran esas futuras naciones, y qué guerras fueron las previstas?

 

El Profeta Exequiel también habló de grandes batallas por venir, entre norte y sur, entre un inidentificado Gog y un opositor Magog; y la gente iba preguntándose si los reinos profetizados habían ya aparecido en la escena—la Grecia de Alejandro, los seléucidas, los Tolomeos.

 

¿Eran esos los objetos de las profecías, o era algo aún por llegar en el futuro más distante?


Había confusión teológica:

  • ¿Era la expectación de la Kavod en el Templo de Jerusalén como un objeto físico una comprensión correcta de las profecías, o la esperada Venida era algo simbólico, de naturaleza efímera, una Presencia Espiritual?

  • ¿Qué se requería de la gente—o era que lo que estaba destinado a suceder ocurriría de cualquier forma?

El liderazgo judío se quebró entre los devotos y apegados a la letra fariseos y los más liberales saduceos, que eran de mentalidad más internacional, y reconocían la importancia de una diáspora judía ya esparcidos por Egipto, Anatolia, y Mesopotamia.

 

En adición a estas dos corrientes principales, surgieron pequeñas sectas, a veces organizadas en sus propias comunidades; la mejor conocida de ellas fueron los Esenios (de los Rollos de Mar Muerto), que se secluyeron a si mismos en Qumran.


En los esfuerzos para descifrar estas profecías, tenía que figurar un nuevo poder emergente—Roma. Habiendo ganado repetidas guerras con los fenicios y con los griegos, los romanos controlaron el Mediterráneo y comenzaron a involucrarse en los asuntos del Egipto Tolemaico y el Levante Seléucida (Judá incluida).
 

Los ejércitos seguían a los delegados imperiales; por 60 a.C., los romanos, bajo Pompeyo, ocuparon Jerusalén. En su viaje, como Alejandro antes de él, se desvió a Heliópolis (alias Baalbek) y ofreció sacrificios a Júpiter; fue seguido por la construcción ahí, en lo alto de los colosales bloques de piedra anteriores, del más grande templo del imperio romano dedicado a Júpiter (Fig. 123).

Figura 123

 

Una inscripción conmemorativa encontrada en el lugar indica que el emperador Nerón visitó el sitio en 60 a.C., lo que sugiere que el templo romano ya había sido construido por ellos.


La confusión nacional y religiosa en esos días encontró expresión en una proliferación de escritos histórico-proféticos, como el Libro de los Jubileos, el Libro de Enoch, los Testamentos de los Doce Patriarcas, y la Asunción de Moisés (y algunos otros, todos conocidos colectivamente como los Apócrifos y Pseudo-Epigrafía).

 

El tema común en ellos era una creencia que la historia es cíclica, que todo ha sido predicho, que el Fin de los Días—un tiempo de confusión y desorden—marcará no sólo el fin de un ciclo histórico sino además el inicio de uno nuevo, y que el desorden del tiempo será manifiesto por la llegada del ‘Ungido’—Mashi’ach en hebreo (traducido Chrystos en griego, y así Mesías o Cristo en español).


El acto de ungir un rey recién investido con aceite sacerdotal era conocido en el Mundo Antiguo, al menos desde los tiempos de Sargón.

 

Fue reconocido en la Biblia como un acto de consagración a Dios desde los primeros tiempos, pero su instancia más memorable fue cuando el sacerdote Samuel, custodio del arca de la Alianza, convocó a David, el hijo de Jesé, y, proclamándolo rey por a gracia de Dios,

Tomó Samuel el cuerno de aceite y le ungió
en medio de sus hermanos.
Y a partir de entonces,
vino sobre David el espíritu de Yahveh.
I Samuel 16: 13

Al estudiar cada profecía y cada palabra profética, el devoto en Jerusalén encuentra repetidas referencias a David como Ungido de Dios, y una divina promesa que será de ‘su semilla’—por un descendiente de la Casa de David—que su trono será establecido de nuevo en Jerusalén ‘en días que han de venir.’


Es en el ‘trono de David’ que los reyes futuros, que deben ser de la Casa de David, se sentarán en Jerusalén; y cuando eso ocurra, los reyes y príncipes de la Tierra acudirán a Jerusalén por justicia, paz, y la palabra de Dios. Esto, prometió Dios, es ‘una promesa eterna,’ un pacto divino ‘para todas las generaciones.’

 

La universalidad de esta promesa se halla testificada en

  • Isaías 16: 5 y 22: 22

  • Jeremías 17: 25, 23: 5, y 30: 3

  • Amós 9: 11; Habacuc 3: 13

  • Zacarías 12: 8

  • Salmos 18: 50, 89: 4, 132: 10, 132: 17,

...y así.


Estas son palabras fuertes, inconfundibles en su pacto mesiánico con la Casa de David, aunque están llenas además de explosivas facetas que virtualmente dictaron el curso de los eventos en Jerusalén. Vinculado a eso estaba el asunto del Profeta Elías.


Elías, apodado el Tishbita por el nombre de su ciudad natal en la región de Galaad [Gile’ad], fue un activo Profeta bíblico del reino de Israel (después de la partición de Judá) en el siglo noveno a.C., durante el reinado del rey Ahab y su esposa cananita, la reina Jezabel. Fiel a su nombre hebreo, Eli-Yahu—Yahveh es mi Dios—estaba en constante conflicto con los sacerdotes y ‘habladores’ del dios cananita Ba’al (‘el Señor’), cuyo culto promovía Jezabel.

 

Luego de un período de seclusión en un sitio escondido cerca del Jordán, donde fue ordenado para convertirse en ‘Un Hombre de Dios,’ le fue dado un ‘manto de tela-cabello’ que poseía poderes mágicos, y era capaz de realizar milagros en el nombre de Dios. Su primer milagro documentado (I Reyes, cap. 17) consistió en hacer de una cucharada de harina y un poco de aceite de cocinar alimento para una viuda que le duró el resto de su vida.

 

Después resucitó a su hijo, que había muerto de una virulenta enfermedad. Durante una pugna con los profetas de Ba’al en el Monte Carmelo, pudo convocar un fuego desde el cielo.


La suya fue la única instancia bíblica de un israelita volviendo a visitar el Monte Sinaí después del Éxodo: cuando escapó por su vida de la cólera de Jezabel y los profetas de Ba’al, un Ángel del Señor lo protegió en una cueva del Sinaí.

 

De él las Escrituras dicen que no murió porque fue llevado al cielo en un torbellino para estar con Dios. Su acenso, como está descrito con gran detalle en II Reyes cap. 2, no fue ni súbito ni un hecho inesperado; por el contrario, fue una operación preplaneada y pre-arreglada cuyo lugar y momento fueron comunicados a Elías con anticipación.


El sitio designado fue en el Valle del Jordán, en el lado oriental del río. Cuando fue el momento de ir allá, sus discípulos, encabezados por uno de nombre Eliseo, lo acompañaron. Hizo una parada en Gilgal (donde se realizaron algunos milagros de Yahveh para los israelitas comandados por Joshua). Ahí trató de zafarse de sus compañeros, pero ellos lo escoltaron hasta Beth-El; aunque les pidió que lo dejaran atravesar sólo el río, se mantuvieron con él hasta su última parada, Jericó, todo el camino preguntándole si era cierto que el Señor vendría a llevarlo al cielo ese día.


En el banco del Jordán, Elías enrolló su manto milagroso y golpeó las aguas, partiéndolas, lo que le permitió atravesar el río.

 

Los otros discípulos se quedaron atrás, pero aun entonces Eliseo persistió en estar con Elías, cruzando el río con él;

Iban caminando mientras hablaban,
cuando un carro de fuego con caballos de fuego
se interpuso entre ellos;
y Elías subió al cielo en el torbellino.
Eliseo le veía y clamaba:
«¡Padre mío, padre mío!
Carro y caballos de Israel! ¡Auriga suyo!»
Y no le vio más.
Asió sus vestidos y los desgarró en dos.
II Reyes 2: 11–12

Excavaciones arqueológicas en Tell Ghassul (el ‘Túmulo del Profeta’), un lugar en Jordania que encaja con la geografía de los relatos bíblicos, han encontrado murales que graficaron los ‘torbellinos’ mostrados en Fig. 103.

 

Es el único sitio excavado bajos los auspicios del Vaticano.

 

(Mi propia búsqueda en este sentido, que cubrió museos arqueológicos en Israel y Jordania e incluyó una visita al sitio en Jordania, y en última instancia me llevó hasta el Instituto Bíblico Pontificio de los jesuitas en Jerusalén—Fig. 124—se halla descrita en Las Expediciones de la Crónicas Terrestres - The Earth Chronicles Expeditions.)

Figura 124
 

La tradición judía ha sostenido que el transfigurado Elías volverá algún día como un anunciador de la redención final del pueblo de Israel, un heraldo del Mesías. La tradición ya fue documentada en el siglo cinco a.C. por e Profeta Malaquías—el último Profeta bíblico—en su profecía póstuma.

Porque la tradición sostenía que la cueva en el Sinaí donde el ángel llevó a Elías fue donde Dios se reveló a Moisés, se espera que Elías reaparezca al comienzo de la Fiesta de Pascua [judía], cuando se conmemora el Éxodo.

 

Hasta este día el Seder, la comida ceremonial al atardecer cuando se inician los siete días del festejo de Pascua, requiere la colocación de una copa llena de vino para Elías en la mesa, de donde beber cuando llegue; la puerta permanece abierta para que pueda entrar, y se recita un himno prescrito, que expresa la esperanza que (él) pronto anunciará ‘al Mesías, hijo de David’ (Como es el caso de los niños cristianos que se les dice que Santa Claus baja por la chimenea y trae los regalos que luego disfrutan, a los niños judíos se les cuenta que aunque no visto, Elías se desliza dentro y toma un ligero sorbo de vino.)

 

Por costumbre, la ‘Copa de Elías’ ha sido embellecida hasta convertirse en una artística copa, un cáliz nunca empleado para un propósito diferente del ritual de la cena de Pascua.

La 'Ultima Cena' de Jesús fue la celebración tradicional de Pascua.

Aunque se mantuvo la apariencia de poder escoger sus propios sumos sacerdotes y reyes, Judá se convirtió a todas luces en una colonia romana, gobernada primero desde el cuartel general en Siria y luego por regentes locales.

 

El gobernador romano, llamado Procurador, se aseguraba que los judíos escogieran, según la preferencia de Roma, un Ethnarch (‘Cabeza del Consejo Judío’) para servir como Sumo Sacerdote del Templo, y al comienzo incluso un ‘Rey de los Judíos’ (no un ‘Rey de Judá’ como país). Desde 36 a 4 a.C. el rey fue Herodes, descendiente de edomitas convertidos al judaísmo, que fue la elección de dos generales romanos (famosos por Cleopatra): Marco Antonio y Octavio.

 

Herodes dejó un legado de estructuras monumentales, incluyendo la mejoría del Monte Templo y la estratégica fortaleza de Masada en el Mar Muerto; además ponía mucha atención en cumplir los deseos del Procurador como un vasallo romano de facto.


Fue a una Jerusalén crecida y magnificada por construcciones herodianas y arameas, repleta de peregrinos para la fiesta de Pascua, que llegó Jesús de Nazaret—en 33 d.C. (de acuerdo al fechaje aceptado por los académicos).

 

Por ese tiempo a los judíos sólo se les permitía conservar una autoridad religiosa, un consejo de setenta ancianos llamado el Sanedrín; la tierra, ya no más un estado judío sino una provincia romana, era gobernada por el Procurador Poncio Pilatos, protegido en la Ciudadela Antonia adjunta al Templo.


Las tensiones entre el populacho judío y los romanos dueños de la tierra estaban creciendo, y derivaron en una serie de motines sangrientos en Jerusalén. Poncio Pilatos, llegado a Jerusalén en 26 d.C., empeoró las cosas trayendo a la ciudad legionarios romanos con sus signos, monedas y una serie de imágenes de ídolos prohibidas en el Templo; los judíos que se resistieron fueron sentenciados sin piedad a la crucifixión en tal cantidad que el sitio de castigo fue apodado Gólgota—Sitio de las Calaveras.


Jesús había estado antes en Jerusalén,

‘Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres'.

(Lucas 2: 41-43).

Cuando llegó Jesús (con sus discípulos) esta vez, la situación no era en verdad la esperada, no la prometida por las profecías bíblicas. Los judíos devotos—y de hecho Jesús lo era—estaban absortos con la idea de redención, de salvación por un Mesías, en la cual el núcleo central era el especial y eterno vínculo entre Dios y la Casa de David.

 

Estaba clara y específicamente expresado en el majestuoso Salmo 89 (19-29), en el cual Yahweh dijo, hablando a Sus fieles seguidores en una visión:

Antaño hablaste tú en visión
a tus amigos, y dijiste:
«He prestado mi asistencia a un bravo,
he exaltado a un elegido de mi pueblo.
«He encontrado a David mi servidor,
con mi óleo santo le he ungido…
…«El me invocará: ¡Tú, mi Padre,
mi Dios y roca de mi salvación!
Y yo haré de él el primogénito,
el Altísimo entre los reyes de la tierra.
«Le guardaré mi amor por siempre,
y mi alianza será leal con él;
estableceré su estirpe para siempre,
y su trono como los días de los cielos.

  • ¿No es acaso esa referencia a ‘los días de los cielos’ una clave, un vínculo entre la venida de un Salvador y la profecía del Fin de los Días?

  • ¿No era el momento de ver realizadas las profecías?

Y eso fue lo que Jesús de Nazaret, ahora en Jerusalén con sus doce discípulos, se propuso tomar en sus propias manos; ¡si la salvación requiere un Ungido de la Casa de David, él, Jesús, sería aquel!


Su nombre hebreo—Yehu-shuah (“Joshua”) —significa Salvador de Yahveh; y en cuanto al requerimiento que el Ungido (‘Mesías’) fuera de la Casa de David, él lo era: el primer verso al inicio del Nuevo Testamento, en el Evangelio Según San Mateo, dice:

‘El libro de las generaciones de Jesús, hijo de David, hijo de Abraham.’

Después, aquí y en otras partes del Nuevo testamento, la genealogía de Jesús es dada según las generaciones:

  • catorce generaciones desde Abraham a David

  • catorce generaciones desde David a la deportación a Babilonia

  • catorce generaciones desde ahí a Jesús.

Estaba calificado, los Evangelios lo aseguraron.


Nuestras fuentes para lo que ocurrió después son los Evangelios y otros libros del Nuevo Testamento.

 

Sabemos que los ‘reportes de testigos visuales’ fueron de hecho escritos con posterioridad a los hechos; sabemos que la versión oficial es el resultado de deliberaciones del concilio convocado por el emperador romano Constantino tres siglos más tarde; sabemos que los manuscritos ‘gnósticos,’ como los documentos de Nag Hammadi o el Evangelio de Judas, entregan versiones diferentes que la Iglesia tuvo razón para suprimir; incluso sabemos ahora—lo cual es un hecho indiscutible—que primero hubo una Iglesia de Jerusalén liderada por el hermano de Jesús, enfocada de manera exclusiva a seguidores judíos, que fue superada, suplantada, y eliminada por la Iglesia de Roma que dirigían los gentiles.

 

Aún así seguiremos la versión ‘oficial’, porque, por si misma, vincula los sucesos de Jesús en Jerusalén con todos los siglos y milenios previos, como se ha dicho hasta este momento en este libro.


Primero, cualquier duda, si aún existe, que Jesús vino a Jerusalén a la Pascua y que la ‘Ultima Cena’ fue la comida Seder de Pascua, debe ser eliminada. Mateo 26: 2, Marcos 14: 1, y Lucas 22: 1 citan a Jesús diciendo a sus discípulos a su llegada a Jerusalén:

‘Saben que en dos días es la fiesta de Pascua’

‘En dos días más era la fiesta de Pascua, del pan sin levadura’

‘Se acercaba la fiesta del pan sin levadura, que es llamada la Pascua’

Después, los tres evangelios, en los mismos capítulos señalan que Jesús les dijo a sus discípulos de ir a cierta casa, donde podrían celebrar la cena de Pascua con que se iniciaban los festejos.


Lo siguiente a ser abordado es el tema de Elías, el heraldo del Mesías (Lucas 1: 17 incluso cita los relevantes versículos en Malaquías). Según los Evangelios, la gente que había escuchado de los milagros de Jesús—milagros que eran tan populares para ellos como los de Elías—al comienzo se preguntaban si acaso Jesús era la reaparición de Elías.

 

Sin negarlo, Jesús preguntó a sus más cercanos discípulos:

‘¿Quién dicen ustedes que soy? Y Pedro respondió y le dijo: Tú eres el Ungido’

(Marcos 8: 28-29)

Si así es, le preguntaron, ¿dónde está Elías, que debía aparecer primero? Y Jesús respondió: Sí, por supuesto, ¡pero él ya vino!

Y le preguntaron, diciendo:

¿Por qué los escribas dicen que Elías debe venir primero?
Y él respondió, diciendo:
Elías de cierto vino primero, y restauró todas las cosas…
Pero de cierto le digo…
Que Elías sin duda ya ha venido.

Marcos 9: 11,13.

Esta fue una audaz afirmación, la prueba de lo que estaba por suceder: porque si Elías había de hecho vuelto a la Tierra, ‘ciertamente vino,’ de ese modo satisfaciendo el prerrequisito para la venida del Mesías— ¡entonces él tenía que mostrarse en el Seder y beber de su copa de vino!


Como requería la tradición y la costumbre, la Copa de Elías, llena de vino, fue colocada en la mesa del Seder de Jesús y sus discípulos.


La cena ceremonial está descrita en Marcos, 14.


Dirigiendo el Seder, Jesús tomó el pan sin levadura (llamado ahora Matzoh) e hizo las bendiciones, y lo partió, y entregó partes a sus discípulos.

‘Y tomó la copa, y después de dar gracias, lo pasó a ellos, y todos bebieron.’

(Marcos 14: 23)

Entonces, si duda alguna, la Copa de Elías estaba allí, pero Leonardo escogió no mostrarla. En esta pintura de La Última Cena, que sólo podía estar basada en los pasajes del Nuevo Testamento, ¡Jesús no sostiene la importante copa, y no hay por parte alguna sobre la mesa una copa de vino!

 

En vez de ello hay un inexplicable intervalo a la derecha de Jesús (Fig. 125) y el discípulo a su derecha se halla inclinado como para permitir que alguien invisible esté entre ellos:

¿Acaso el impecable y teológicamente correcto Da Vinci estaba insinuando que un invisible Elías vino por la ventana abierta, detrás de Jesús, y tomó la copa que le pertenecía?

Figura 125

 

Elías, sugiere de ese modo la pintura, volvió: el heraldo precediendo al Ungido Rey de la Casa de David llegó.

 

Entonces, cuando el arrestado Jesús fue llevado delante del gobernador romano que le preguntó:

‘¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le dijo: Tú lo has dicho’

(Mateo 27: 11).

La sentencia, morir en la cruz, fue inevitable.


Cuando Jesús levantó la copa de vino e hizo la requerida bendición, dijo a sus discípulos, de acuerdo a Marcos 14: 24:

‘Esta es mi sangre de la nueva alianza.’

SI esas fueron sus palabras exactas, no quiso decir que ellos fueran a beber vino transformado en sangre—una grave transgresión a una de las estrictas prohibiciones del judaísmo desde los tiempos ancestrales, ‘porque la sangre es el alma.’ Lo que dijo (o quiso decir) era que el vino en esta copa, la Copa de Elías, era un testimonio, una confirmación de su linaje de sangre.

 

Y Da Vinci representó esto de forma conveniente mediante su ausencia, sacado presumiblemente por el visitante Elías.


La copa desaparecida ha sido durante siglos un tema favorito para los autores. Los relatos semejan leyendas: los Cruzados lo buscaron; los Templarios lo hallaron; fue llevado a Europa… la copa se convirtió en cáliz; era el cáliz que representaba la Sangre Real—Sang Real en francés, lo que derivó a San Greal, el Santo Grial.


¿O nunca, después de todo, fue sacado de Jerusalén?


La continua subyugación e intensificada represión romana sobre los judíos en Judá llevó al estallido de la más desafiante rebelión; le tomó siete años a los más grandes generales romanos y sus mejores legiones derrotar a la pequeña Judá y llegar hasta Jerusalén.


En el 70 d.C., luego de un prolongado asedio y fieras batallas mano a mano, los romanos rompieron las defensas del Templo; y el general a cargo, Tito, ordenó quemarlo.

 

Aunque la resistencia continuó en otras partes durante tres años más, la Gran Revuelta Judía llegó a su fin. Los triunfantes romanos estaban tan jubilosos que conmemoraron su victoria con una serie de monedas que anunciaban al mundo Judaea Capta—Judá Capturada—y erigieron un arco de la victoria en Roma representando los objetos rituales saqueados del Templo (Fig. 126).

Figura 126
 


Figura 127

 

Pero durante cada año de independencia, las monedas judías estaban grabadas con la leyenda ‘Año Uno,’ ‘Año Dos,’ etc., ‘por la libertad de Sión,’ mostrando frutos de la tierra como temas decorativos. Inexplicablemente, las monedas de los años dos y tres tienen a imagen de un cáliz (Fig. 127)…

 

¿Estaba el ‘Santo Grial’ aún en Jerusalén?

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