6 - EMERGE LA HUMANIDAD


Desde que George Smith encontrara y diera cuenta en 1876 (The Chaldean Account of Génesis) de los detallados relatos mesopotámicos de la Creación, y L. W. King escribiera The Seven Tablets of Creation, tanto los expertos como los teólogos reconocen que los Relatos de la Creación del Antiguo Testamento (Génesis, capítulos 1 a 3) son versiones corregidas y abreviadas de textos originales sumerios.

 

Un siglo más tarde, en nuestra obra, El 12°planeta (1976), demostramos que estos textos no eran mitos primitivos, sino depositarios de un avanzado conocimiento científico que los expertos modernos sólo comienzan a alcanzar ahora.

Las sondas espaciales no tripuladas a Júpiter y Saturno han confirmado muchos aspectos «increíbles» de los conocimientos sumerios en lo relativo a nuestro Sistema Solar, como el de que los planetas exteriores tienen numerosos satélites y el de que hay agua en algunos de ellos. Se ha descubierto que esos distantes planetas, y algunos de sus principales satélites, tienen núcleos activos que generan calor interno; algunos incluso llegan a irradiar más calor del que reciben del distante Sol. La actividad volcánica proporciona sus propias atmósferas a estos cuerpos celestes, y en ellos se dan todos los requisitos básicos para el desarrollo de la vida, tal como decían los sumerios hace 6.000 años.

Entonces, ¿qué hay de la existencia de un duodécimo miembro del Sistema Solar -un décimo planeta más allá de Plutón, el sumerio Nibiru (y el babilonio Marduk)-, un planeta cuya existencia se convirtió en una conclusión básica y de largo alcance en El Duodécimo Planeta?

En 1978, astrónomos del Observatorio Naval de Estados Unidos en Washington determinaron que Plutón, siendo más pequeño de lo que se creía en un principio, no podía explicar por sí mismo las perturbaciones de las órbitas de Urano y Neptuno. Estos astrónomos posturlaron la existencia de otro cuerpo celeste más, que tendría que encontrarse más allá de Plutón. En 1982, la Administración Nacional Aeronáutica y del Espacio de los Estados Unidos (NASA) anunció la conclusión de que, ciertamente, tenía que existir este planeta; sobre si su existencia era real o no, se determinó el despliegue en cierta forma de sus dos naves espaciales Pioneer, que se precipitaron en el espacio más allá de Saturno.

Y a finales de 1983, los astrónomos del Laboratorio de Propulsión a Reacción de California anunciaron que el IRAS -el telescopio infrarrojo montado sobre una nave espacial y lanzado bajo los auspicios de la NASA con la cooperación de otras naciones- había descubierto, más allá de Plutón, un «misterioso cuerpo celeste», muy distante, de casi cuatro veces el tamaño de la Tierra, y que se movía hacia la Tierra. Todavía no han dicho que sea un planeta, pero nuestras Crónicas de la Tierra no dejan lugar a dudas sobre este último descubrimiento.

En 1983, en la Antártida y en algún otro lugar, se encontraron rocas que son, indudablemente, fragmentos de la Luna y de Marte; y los científicos están absolutamente desconcertados acerca de cómo ha podido suceder esto. El relato sumerio de la Creación del Sistema Solar, la colisión de los satélites de Nibiru con Tiamat, y el resto de la cosmogonía de la famosa Epopeya de la Creación, ofrecen una amplia explicación.

¿Y qué hay de los textos que describen la creación del Hombre a través de la manipulación genética, de la fertilización in vitro y de la reimplantación?

Los recientes avances en ciencias y tecnologías genéticas han confirmado, por un lado, el concepto sumerio de la evolución gradual y, por otro, la (de otra forma inexplicable) aparición de un Homo sapiens biológicamente avanzado a través de la ingeniería genética de los anunnaki. Incluso el método reciente de procreación en tubo de ensayo -la extracción de un óvulo femenino, su fecundación con el semen purificado del varón, y la reimplantación del óvulo fertilizado en el útero de una mujer- es el mismo procedimiento descrito en los textos sumerios desde hace milenios.

Si los dos acontecimientos principales -la creación de la Tierra y la creación del Hombre- están correctamente descritos en la Biblia, ¿no deberíamos aceptar también la veracidad del relato bíblico en lo referente a la aparición de la humanidad en la Tierra?

Y si los relatos bíblicos no son más que versiones abreviadas de unas crónicas sumerias más antiguas y detalladas, ¿por qué no utilizar estas últimas para acrecentar y completar la información bíblica de aquellos tiempos ancestrales?

Dado que unos son los reflejos de las otras, levantemos el espejo de todos esos antiguos recuerdos... Sigamos desenmarañando este sorprendente relato.

El Libro del Génesis, después de contarnos cómo se le otorgó a «El Adán» (literalmente, «el Terrestre») la capacidad para procrear, pasa a relatar los acontecimientos generales en la Tierra a través de la saga de una rama específica de la humanidad: la de una persona llamada Adán y sus descendientes.

«Éste es el Libro de las Generaciones de Adán», nos dice el Antiguo Testamento. Podemos suponer con bastante certeza que este libro existió realmente. Las evidencias apoyan la idea de que la persona a la que la Biblia llamó Adán fue aquélla a la que los sumerios llamaron Adapa, un terrestre que Enki «perfeccionó» y que se supone que estaba genéticamente relacionado con él.

«Una amplia comprensión perfeccionó Enki para él, para desvelar los designios de la Tierra; a él le dio el Conocimiento; pero la inmortalidad no se la dio».

Se han encontrado partes de «El Relato de Adapa»; el texto completo bien pudo ser «El Libro de las Generaciones de Adán» al cual se refiere el Antiguo Testamento.

 

Probablemente, los reyes asidos tuvieron acceso a este libro, pues muchos de ellos afirmaban haber conservado una u otra de las virtudes de Adapa.

  • Sargón y Senaquerib sostenían que habían heredado la sabiduría que Enki le había concedido a Adapa

  • Sinsharishkun y Asaradón alardeaban de haber nacido «a imagen del sabio Adapa»

  • según una inscripción, Asaradón erigió una estatua con la imagen de Adapa en el templo de Assur

  • Assurbanipal afirmaba haber aprendido «el secreto de la escritura de las tablillas de antes del Diluvio» tal como Adapa lo había conocido

Las fuentes sumerias sostienen que existieron tanto culturas rurales -agrícolas y ganaderas- como asentamientos urbanos antes de que el Diluvio barriera la faz de la Tierra. El Libro del Génesis nos cuenta que el primer hijo de Adán y Eva, Caín, «labraba la tierra», y que su hermano Abel «apacentaba el ganado».

 

Más tarde, tras ser exilado Caín «lejos de la presencia del Señor» por haber matado a Abel, se establecieron los asentamientos urbanos -las Ciudades del Hombre-: en el país de Nud, al este de Edén, Caín tuvo un hijo al que llamó Henoc y construyó una ciudad a la que puso su nombre, que significa «Fundación».

 

El Antiguo Testamento, que no tiene un interés especial en el linaje de Caín, salta rápidamente a la cuarta generación después de Henoc, cuando nace Lámek:

Y Lámek tomó dos esposas:
el nombre de una era Ada,
y el nombre de la otra Silla.

Y Ada dio a luz a Yabal; él fue el padre de
los que habitan en tiendas y tienen ganado.

Y el nombre de su hermano era Yubal;
el fue el padre de los que tocan la cítara y la flauta.

Y Silla también dio a luz, a Túbal-Caín,
forjador de oro, cobre y hierro.

El pseudoepigráfico Libro de los Jubileos, que se cree que se compuso en el siglo II a.C. a partir de un material más antiguo, añade que Caín se casó con su propia hermana Awan, y que ella dio a luz a Henoc,

«a finales del cuarto Jubileo. Y en el primer año de la primera semana del quinto Jubileo, se construyeron casas en la tierra, y Caín construyó una ciudad y le puso por nombre Fundación, por el nombre de su hijo».

¿De dónde viene esta información adicional?

Durante mucho tiempo se creyó que esta parte del Génesis se sustentaba sola, sin corroboración ni paralelo con los textos mesopotámicos. Pero hemos descubierto que no es así.

En primer lugar, nos hemos encontrado con una tablilla babilónica en el Museo Británico (N° 74329, Fig. 31), catalogada como «contenedora de un mito por lo demás desconocido». Sin embargo, puede ser de hecho una versión babilonia/asiría de alrededor del 2000 a.C. de ¡un registro sumerio perdido del Linaje de Caín!

Fig. 31

 

Copiado por A. R. Millard y traducido por W. G. Lambert (Kadmos, vol. VI), habla de los comienzos de un grupo de gente que eran labradores, que se corresponde con el bíblico «labraba la tierra». Se les llama Amakandu «Pueblo Que con Pesar Vaga»; tiene un paralelismo con la condenación de Caín:

«Condenado seas, por el suelo que ha recibido la sangre de tu hermano... serás un nómada sin descanso sobre la tierra».

Y, lo más notable de todo: ¡al jefe mesopotámico de este pueblo exiliado se le llamaba Ka'in!. Y también, como en el relato bíblico:

El construyó en Dunnu
una ciudad con torres gemelas.

Ka'in se consagró a sí mismo
el señorío de la ciudad.

El nombre de este lugar resulta intrigante, porque el orden de las sílabas se podría invertir en sumerio sin cambiar el significado. Así pues, este nombre podría ser también NU.DUN, semejante al nombre bíblico de Nud como el lugar del exilio de Caín. En sumerio, significaría «el lugar de descanso excavado» -muy similar a la interpretación bíblica de «Fundación» que se le da al nombre de la ciudad.

Tras la muerte (o el asesinato) de Ka'in, «yació para su descanso en la ciudad de Dunnu, que tanto amó». Al igual que en el relato bíblico, el texto mesopotámico recoge la historia de las cuatro generaciones que le siguieron: los hermanos se casaban con las hermanas y asesinaban a los padres, asumiendo el gobierno de Dunnu, así como asentándose en nuevos lugares, el último de los cuales recibió el nombre de Shupat («Juicio»).

Una segunda fuente de crónicas mesopotámicas para los relatos de Adán y de su hijo Caín son los textos asidos. Por ejemplo, nos encontramos con que en una arcaica lista de reyes asirios se afirma que, en la más remota antigüedad, cuando sus antepasados habitaban en tiendas -un término que vemos también en la Biblia referido al linaje de Caín-, el patriarca de su pueblo se llamaba Adamu, el bíblico Adán.

También nos encontramos, entre los epónimos tradicionales asirios de nombres reales, la combinación Ashur-bel-Ka'ini («Assur, señor de los Ka'initas»); y los escribas asirios equiparaban esto con el sumerio ASHUREN.DUNI («Assur es señor de Duni»), dando a entender que los Ka'ini («El pueblo de Ka'in») y los Duni («El pueblo de Dun») eran uno y el mismo pueblo, y reafirmando así al Caín bíblico y al País de Nud o Dun.

Tras su breve incursión en el linaje de Caín, el Antiguo Testamento pone toda su atención en un nuevo linaje de descendientes de Adán.

«Y Adán conoció de nuevo a su mujer, y ella dio a luz un hijo, y le llamó Set, pues [ella dijo] el Señor me ha concedido otro descendiente a cambio de Abel, al cual mató Caín».

El Libro del Génesis añade entonces:

«Ciento treinta años había vivido Adán cuando engendró un hijo a su imagen y semejanza, y le puso por nombre Set.

 

«Y los días de Adán, después de engendrar a Set, fueron ochocientos años, y engendró a [otros] hijos e hijas; y todos los días de la vida de Adán fueron novecientos treinta años, y murió. Y Set vivió ciento cinco años y engendró a Enós; y después de engendrar a Enós, Set vivió ochocientos siete años, y engendró [otros] hijos e hijas; y todos los días de Set fueron novecientos doce años, y murió».

El nombre del hijo de Set y el siguiente patriarca antediluviano en el que se interesa la Biblia fue Enós; en hebreo, significa «Humano, Mortal», y está claro que el Antiguo Testamento lo considera el progenitor del linaje humano en el núcleo de las crónicas antiguas. De él, dice que «Fue entonces cuando se empezó a invocar el nombre de Yahveh», cuando tuvo su inicio el culto y el sacerdocio.

Existen varios textos sumerios que arrojan más luz sobre este intrigante aspecto. Los fragmentos disponibles del texto de Adapa dicen que Enki «perfeccionó» a Adapa y lo trató como a un hijo, en su propia ciudad, en Eridú. Por tanto, y como sugiere William Hallo (Antediluvian Cities), no parece casualidad que el bisnieto de Henos se llamara Yéred, que significa «El de Eridú». Aquí, entonces, está la respuesta.

 

Al mismo tiempo que la Biblia pierde el interés en los descendientes desterrados de Adán, pone su atención en los patriarcas del linaje de Adán que habían permanecido en Edén –en el sur de Mesopotamia- y que fueron los primeros en ser llamados al sacerdocio.

En la cuarta generación después de Enós, el primogénito recibió el nombre de Henoc. Los expertos creen que el significado de este nombre proviene de una variante de la raíz hebrea que significa «entrenar, educar». De él afirma brevemente el Antiguo Testamento que «anduvo con la Deidad» y que no murió en la Tierra, «pues la Deidad se lo llevó». Este único versículo del Génesis, el 5:24, está sustancialmente ampliado en los Libros de Henoc, que no pertenecen a la Biblia. En ellos, se detalla su primera visita a los Ángeles de Dios para ser instruido en ética y en diversas ciencias.

 

Más tarde, y después de volver a la Tierra para transmitir el conocimiento y los requisitos del sacerdocio a sus hijos, se le llevó de nuevo a lo alto, para reunirse de forma permanente con los Nefilim (término bíblico que significa «Aquéllos Que Habían Caído») en su morada celeste. La Lista de Reyes Sumerios recoge el reinado sacerdotal de Enmeduranki en Sippar, donde, por entonces, se ubicaba el espaciopuerto comandado por Utu/Shamash.

 

Su nombre, «Señor sacerdotal del Dur-an-ki», indica que había sido entrenado en Nippur. En una tablilla poco conocida, de la que habla W. G. LambertEnmeduranki and Related Material»), se lee lo siguiente:

Enmeduranki [fue] un príncipe en Sippar,
amado de Anu, Enlil y Ea.

Shamash le señaló en el Templo Brillante.

Shamash y Adad [le llevaron] a la asamblea [de los dioses]...
Le mostraron cómo observar el aceite sobre el agua,
un secreto de Anu, Enlil y Ea.

Le dieron la Tablilla Divina,
el secreto kibdu del Cielo y la Tierra...

 

Ellos le enseñaron cómo hacer cálculos con números.

Cuando terminó la instrucción de Enmeduranki en los conocimientos secretos de los dioses, se le devolvió a Sumer. Los «hombres de Nippur, Sippar y Babilonia fueron llamados a su presencia». Él les habló de sus experiencias y del establecimiento del sacerdocio. Éste se transmitiría, por mandato divino, de padres a hijos:

«El sabio erudito, que guarda los secretos de los dioses, sujetará a su hijo preferido con un juramento ante Shamash y Adad... y le instruirá en los secretos de los dioses».

La tablilla concluye con una posdata:

«Así se creó el linaje de los sacerdotes -aquéllos a los que se permite acercarse a Shamash y Adad».

Por la época de la séptima generación después de Enós, en vísperas del Diluvio, la Tierra y sus habitantes estaban sufriendo una nueva glaciación. Los textos mesopotámicos detallan los sufrimientos de la humanidad, la carencia de alimentos, incluso el canibalismo. El Libro del Génesis tan sólo insinúa la situación, al afirmar que, cuando nació Noé («Respiro»), su padre le puso este nombre con la esperanza de que su nacimiento señalara un respiro «a los afanes y la fatiga del trabajo, por causa de la Tierra que maldijo el Señor».

 

La versión bíblica nos dice poco acerca de Noé, aparte del hecho de que fue «justo y de genealogía pura». Los textos mesopotámicos nos informan de que el héroe del Diluvio vivía en Shuruppak, el centro médico dirigido por Sud.

Los textos sumerios relatan que, dado que las penurias de la humanidad eran cada vez mayores, Enki propuso que se tomaran medidas para aliviar el sufrimiento, a lo que Enlil se opuso vehementemente. Lo que no dejaba de molestar a Enlil era el creciente intercambio sexual entre los jóvenes anunnaki y las Hijas de los hombres.

 

El Libro del Génesis describe la «toma de esposas» por Parte de los nefilim con las siguientes palabras:

Y sucedió cuando los terrestres

comenzaron a crecer en número
sobre la faz de la Tierra,
y les nacieron hijas,
que los hijos de los dioses
vieron que las hijas de los terrestres
les eran compatibles;
y tomaron para sí esposas de entre las que eligieron.

Una «tablilla mítica» (CBS-14061), de la que habla E. Chiera (Sumerian Religious Texts), nos cuenta la historia de aquellos remotos días y de un joven dios llamado Martu, que pedía que se le permitiera también a él el tomar una esposa humana. Sucedió, según dice el texto en su comienzo, cuando,

La ciudad de Nin-ab existía, Shid-tab no existía;
la sagrada tiara existía, la sagrada corona no existía...
Cohabitación había...
Parir [hijos] había.

«Nin-ab», continúa el texto, «era una ciudad que había en el Gran País». Su sumo sacerdote, un consumado músico, tenía una esposa y una hija. En cierta ocasión, en que la gente se congregó para ofrecer la carne asada de los sacrificios a los dioses, Martu, que era soltero, vio a la hija del sacerdote. Deseándola, fue a su madre lamentándose:

En mi ciudad tengo amigos que han tomado esposas.
Tengo compañeros que han tomado esposas.
En mi ciudad, a diferencia de mis amigos, yo no he tomado esposa;
No tengo esposa, no tengo hijos.

Tras preguntar si la doncella a la que deseaba «apreciaba su mirada», la diosa le dio su consentimiento. Entonces, los otros dioses jóvenes prepararon una fiesta; cuando se anunció el matrimonio,

«en la ciudad de Ninab, se convocó a la gente al sonido del tambor de cobre; se hicieron sonar los siete tamboriles».

Este incremento en las uniones de jóvenes astronautas con las descendientes del Trabajador Primitivo no era del gusto de Enlil. Los textos sumerios cuentan que, «a medida que el País se extendía y la gente se multiplicaba», Enlil se mostraba cada vez más «molesto con las declaraciones de la Humanidad» y con su capricho por el sexo y la lujuria. Las uniones entre los jóvenes anunnaki y las hijas del Hombre le quitaban el sueño.

«Y el Señor dijo: 'Exterminaré a los terrestres a los que creé de sobre la faz de la Tierra'».

Los textos nos dicen que, cuando se decidió el despliegue de las profundas minas del Abzu, los anunnaki procedieron también a establecer una estación científica de control en la punta sur de África. Al mando, se puso a Ereshkigal, nieta de Enlil. Un relato épico sumerio recoge el arriesgado viaje de Enki y Ereshkigal desde Mesopotamia hasta aquella remota región montañosa (Kur) -un texto que sugiere que Enki secuestró o coaccionó de algún modo a Ereshkigal para hacer aquel viaje, pues se la «llevó a Kur como premio».

(Sabemos por otras epopeyas que Nergal, uno de los hijos de Enki, atacaría posteriormente a Ereshkigal en su estación, a consecuencia de un insulto en el que se vio involucrado el emisario de ésta. En el último momento, Ereshkigal salvó la vida al ofrecerse a Nergal como esposa y ofrecerle el control conjunto de las «Tablillas de la Sabiduría» de la estación.)

Enlil vio la ocasión de deshacerse de los terrestres cuando, desde esta estación científica en la punta de África, se le empezó a informar de una peligrosa situación: el crecimiento de la capa de hielo en la Antártida se había hecho inestable, al apoyarse sobre otra capa de nieve medio derretida y deslizante. El problema era que esta inestabilidad se estaba desarrollando justo cuando Nibiru estaba a punto de hacer su aparición en las proximidades de la Tierra; y el campo gravitatorio de Nibiru podía romper el delicado equilibrio de la capa de hielo, haciendo que se deslizara en el Océano Antártico. La inmensa marea que se podía originar así sería capaz de engullir todo el globo.

Cuando los igigi en órbita alrededor de la Tierra confirmaron la certeza de esta catástrofe, los anunnaki empezaron a reunirse en Sippar, el espaciopuerto. Sin embargo, Enlil insistió en que no se informara a la humanidad de la inminencia del Diluvio; y en una reunión especial de la Asamblea de Dioses, les hizo jurar a todos, y en especial a Enki, que guardarían el secreto.

La última parte del texto del Atra-Hasis, la parte principal de la Epopeya de Gilgamesh y otros textos mesopotámicos describen con detalle los acontecimientos que siguieron: cómo utilizó Enlil la catástrofe del Diluvio para aniquilar a la humanidad, y cómo Enki, oponiendose a la decisión que Enlil había forzado en la Asamblea de los Dioses, se las ingenió para salvar a su fiel seguidor Ziusudra («Noé»), diseñando para él una nave sumergible que pudiera soportar la avalancha de agua.

Los mismos anunnaki, a una señal, «elevaron» en sus Rukub ilani («carros de los dioses»), los encendidos cohetes «haciendo brillar la tierra con su fulgor». Al orbitar la Tierra en su lanzadera, contemplaron con horror la acometida de las olas en la superficie. Todo lo que había sobre la Tierra fue barrido por una colosal avalancha de agua: A.MA.RU BA.UR RA.TA -«La Inundación lo arrasó todo». Sud, que había creado al Hombre junto con Enki, «vio y lloró... Ishtar gritaba como una mujer de parto... los dioses, los anunnaki, lloraban con ella». Retumbando adelante y atrás, las olas barrieron el suelo, dejando tras de sí inmensos depósitos de lodo:

«Todo lo que había sido creado, volvió al barro».

En El Duodécimo Planeta hemos ofrecido las evidencias de nuestra conclusión de que el Diluvio, que trajo un abrupto fin a la última glaciación, tuvo lugar hace alrededor de 13.000 años. Cuando las aguas del Diluvio «retrocedieron de sobre la tierra» y comenzaron a descender, los anunnaki empezaron a aterrizar en el Monte Nisir («Monte de la Salvación») -Monte Ararat. Allí llegó también Ziusudra/Noé, dirigida su nave por un navegante que le había proporcionado Enki.

 

Enlil se mostró indignado al descubrir que la «simiente de la Humanidad» se había salvado; pero Enki lo persuadió para que ablandara su postura: los dioses, arguyó, ya no podrían subsistir en la Tierra sin la ayuda del hombre.

«Y el Señor bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: 'Sed fecundos, multiplicaos y llenad la Tierra».

El Antiguo Testamento, al concentrar su interés sólo en el linaje de Noé, no habla de otros pasajeros en la nave salvadora. Pero los textos mesopotámicos, más detallados, mencionan también al navegante del arca y desvelan que, en el último momento, también subieron a bordo algunos amigos y ayudantes de Ziusudra (así como sus familias). Las versiones griegas del relato -de Beroso- afirman que después del Diluvio, los dioses se llevaron a Ziusudra, a su familia y al piloto para que vivieran con ellos; al resto se les indicó que volvieran por su cuenta a Mesopotamia.

El primer problema con el que se tuvieron que enfrentar todos los que se salvaron fue el de la comida. El Señor dijo a Noé y a sus hijos:

«Todos los animales que hay sobre la tierra, todo lo que vuela en los cielos, todo lo que se arrastra por el suelo y todos los peces del mar pongo en vuestras manos; todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento».

Y, entonces, añadió algo muy significativo:

«al igual que os di las hierbas y todo tipo de grano».

Esta frase (Génesis 9:3), que pasa casi desapercibida, y que trata de los orígenes de la agricultura, se ve sustancialmente ampliada en los textos sumerios. Los expertos están de acuerdo en que la agricultura tuvo sus inicios en el creciente de Mesopotamia-Siria-Israel, pero no explican por qué comenzó en las tierras altas y no en las llanuras, donde el cultivo es más fácil.

 

Coinciden en afirmar que se inició con la cosecha de «antepasados silvestres» del trigo y la cebada hace unos 12.000 años, pero se muestran desconcertados por la uniformidad genética de aquellas primitivas hierbas de grano; y se muestran completamente incapaces de explicar la gesta botánico-genética por la cual, en el lapso de sólo 2.000 años, estas hierbas silvestres duplicaron, triplicaron y cuadruplicaron sus pares cromosómicos hasta convertirse en trigo y cebada cultivables de notable valor nutritivo, con la increíble capacidad de poder crecer casi en cualquier lugar y con un rendimiento inusual de dos cosechas al año.

Junto a estos enigmas, nos encontramos con una aparición repentina similar de todo tipo de frutas y vegetales en la misma zona y casi al mismo tiempo, así como la simultaneidad en la «domesticación» de los animales, que se inició con ovejas y cabras, que proporcionaban carne, leche y lana.

¿Cómo pudo aparecer todo esto en aquel momento?

 

La ciencia moderna todavía no ha encontrado la respuesta, pero los textos sumerios la ofrecieron hace ya milenios. Al igual que en la Biblia, en ellos se relata cómo comenzó la agricultura después del Diluvio, cuando, según el Génesis, «Noé se dedicó a la labranza»; pero, al igual que en la Biblia, que da cuenta de que mucho antes del Diluvio ya se labraba la tierra (Caín) y se pastoreaba (Abel), las crónicas sumerias hablan del desarrollo de la agricultura y la ganadería en tiempos prehistóricos.

En un texto al que los expertos llaman El Mito del Ganado y los Cereales, se dice que, cuando los anunnaki llegaron a la Tierra, aún no había cereales ni ganado domesticados:

Cuando de las alturas del Cielo a la Tierra

Anu hizo venir a los anunnaki,

aún no había cereales,
aún no habían crecido...

No había ovejas,
ni cordero que naciera;

No había cabras,
ni cabrito que naciera.

La oveja aún no paría corderos,
la cabra aún no paría a su cabrito.

Aún no se tejía [lana],
aún no se había establecido.

Más tarde, en la «Cámara de la Creación» de los anunnaki, en su laboratorio de manipulación genética, «se elaboraron con belleza» Lahar («ganado lanar») y Anshan («cereales»):

En aquellos días,
en la Cámara de la Creación de los dioses,
en la Casa de la Elaboración, en el Montículo Puro,
Lahar y Anshan se elaboraron con belleza.

La morada se llenó de alimentos para los dioses.

De la multiplicación de Lahar y Anshan
los anunnaki, en su Montículo Sagrado, comían-
pero no se saciaban.

Buena leche del redil
los anunnaki, en su Montículo Sagrado, bebían
pero no se saciaban.

Los Trabajadores Primitivos -aquéllos que «no sabían de alimentarse con pan... que comían plantas con la boca»- ya existían:

Después de que Anu, Enlil, Enki y Sud
hubieran diseñado a la gente de cabeza negra,
ellos multiplicaron en el País la vegetación que deleita.

Dieron vida con arte a los animales de cuatro patas;
en el E.DIN los pusieron.

Así, con el fin de incrementar la producción de cereales y de ganado para saciar a los anunnaki, se tomó una decisión: que se le enseñara a NAM.LU.GAL.LU -«la humanidad civilizada»- la «labranza de la tierra» y el «pastoreo del ganado... por el bien de los dioses»:

Por el bien de lo que sacia,
por el puro redil,
dio existencia a la Humanidad Civilizada.

Al igual que se describe aquello a lo que se dio existencia en aquel tiempo remoto, también se relacionan en este texto las variedades domesticadas que, por entonces, aún no se habían creado:

Lo que al plantarse se multiplica,
aún no se había elaborado;

Aún no se habían levantado bancales...

El triple grano de treinta días no existía; el triple grano de cuarenta días no existía;
el grano pequeño, el grano de las montañas,
el grano del A.DAM puro, no existía...

Los tubérculos del campo aún no se habían creado.

 

Todo esto, como veremos, lo introdujeron en la Tierra Enlil y Ninurta algún tiempo después del Diluvio.

Después de que el Diluvio lo hubiera barrido todo sobre la faz de la Tierra, el primer problema al que tuvieron que enfrentarse los anunnaki fue el de cómo conseguir las semillas necesarias para volver a poner en marcha los cultivos. Afortunadamente, se había enviado algunas muestras de los cereales domesticados a Nibiru, por lo que «Anu se las proporcionó a Enlil desde el Cielo».

 

Acto seguido, Enlil buscó un lugar seguro en donde poder plantar las semillas, para recomenzar con la agricultura. La tierra aún estaba cubierta de agua, y el único lugar que parecía adecuado era el de «la montaña de los aromáticos cedros». En un texto fragmentado, del que habla S.N. Kramer en su Sumerische Literarische Texte aus Nippur, se puede leer:

Enlil subió a la cumbre y elevó los ojos;
miró hacia abajo: allí, las aguas lo llenaban todo, como un mar;
miró arriba: allí estaba la montaña de los aromáticos cedros.

Subió la cebada, la sembró en bancales en la montaña.


Lo que vegeta subió, plantó en bancales los cereales de grano, en la montaña.

La elección de la Montaña de los Cedros, y su conversión en Lugar Prohibido («Sagrado»), es muy probable que no fuera accidental. En todo Oriente Próximo -de hecho, en todo el mundo- no hay más que una Montaña de los Cedros de fama universal: la que está en el Líbano. Allí se encuentra, aún en nuestros días (en Baalbek, Líbano), una inmensa plataforma que se sustenta sobre colosales bloques de piedra (Fig. 32), y que sigue siendo una maravilla de la tecnología.

 

Aquel fue, como ya explicamos en Escalera al Cielo, un lugar de aterrizaje de los anunnaki, una plataforma que, según las leyendas que aún persisten, fue construida en tiempos antediluvianos, en días tan remotos como aquéllos en los que vivió Adán. Tras el paso del Diluvio, era el único lugar del que se podía disponer de forma inmediata para los transportes de la lanzadera de los anunnaki, dado que el espaciopuerto de Sippar había desaparecido, enterrado bajo capas y capas de lodo.

Una vez en posesión de las semillas, la cuestión estribaba en dónde sembrarlas... Las tierras bajas, todavía llenas de lodo y agua, no eran adecuadas para la habitación. Las tierras altas, aunque se habían librado de la avalancha de agua, estaban empapadas con las lluvias que comenzaron a caer con la nueva era climática. Los ríos aún no habían encontrado sus nuevos cauces; las aguas no tenían dónde ir; el cultivo era imposible. Todo esto se nos explica en un texto sumerio:

Fig. 32

La hambruna fue muy severa, no se producía nada.
Los ríos pequeños no estaban limpios,
no se habían aclarado del lodo...
En ninguna parte había cosechas,
sólo crecían las malas hierbas.

Los dos grandes ríos de Mesopotamia, el Tigris y el Eufrates, tampoco funcionaban:

«El Eufrates no conseguía formar un único cauce, todo era miseria; el Tigris estaba confundido, zarandeado y herido».

El que asumió la tarea de construir represas en las montañas, de excavar nuevos cauces para los ríos y de drenar el exceso de agua fue Ninurta:

«A ello entregó el señor su elevada mente; Ninurta, el hijo de Enlil, hizo grandes cosas»:

Para proteger la tierra, levantó un poderoso muro.
Con una maza golpeó las rocas;
el héroe amontonó las piedras, hizo un poblado...
Las aguas que se habían dispersado reunió;
lo que por las montañas se había desperdigado,
dirigió y envió al Tigris.
Sacó las altas aguas de la tierra de cultivo.
Y, he aquí,
que todo en la Tierra se regocijó con Ninurta,
el señor de la tierra.

Un largo texto, recompuesto poco a poco por los expertos, Las Hazañas y Proezas de Ninurta, añade una nota trágica a los esfuerzos de Ninurta por devolver el orden a la Tierra. Para poder acceder a todos los lugares problemáticos con rapidez, Ninurta iba de un sitio a otro por las montañas con su nave aérea; pero «Su Pájaro Alado colisionó contra la cumbre; sus piñones se estrellaron en tierra». (Un versículo poco claro sugiere que fue rescatado por Adad.)

Sabemos por los textos súmenos que lo primero que se cultivó en las laderas de la montaña fueron arbustos y árboles frutales, y con toda probabilidad uva. Los textos dicen que los anunnaki le dieron a la humanidad «las excelentes uvas blancas y el excelente vino blanco; las excelentes uvas negras y el excelente vino tinto». No sorprende que leamos en la Biblia que cuando «Noé se dedicó a la labranza, Plantó una viña; y bebió del vino y se embriagó».

Cuando las obras de drenaje que llevara a cabo Ninurta en Mesopotamia hicieron posible el cultivo en las llanuras, los anunnaki «llevaron el grano del cereal desde la montaña», y «el País [Sumer] se familiarizó con el trigo y la cebada».

En los milenios que siguieron, la humanidad reverenció a Ninurta como aquél que le enseñó la agricultura. Los arqueólogos han llegado a encontrar en un emplazamiento sumerio un «Almanaque Agrícola» atribuido a él. El nombre acadio de Ninurta era Urash -«El del Arado», y en un sello cilíndrico sumerio se le representa (algunos creen que se trata de Enlil) concediendo el arado a la humanidad (Fig. 33).

Fig. 33
 

Mientras que a Enlil y a Ninurta se les atribuye la concesión de la agricultura a la humanidad, a Enki se le atribuye la introducción de la ganadería. Fue después de que se cultivaran ya los primeros granos, pero aún no «el grano que se multiplica», los granos con cromosomas dobles, triples y cuádruples, pues éstos los creó Enki con el consentimiento de Enlil:

En aquel tiempo Enki le dijo a Enlil:

«Padre Enlil, rebaños y cereales
han dado alegría al Montículo Sagrado,
se han multiplicado mucho en el Montículo Sagrado.

Ordenemos Enki y Enlil:
Hagamos salir del Montículo Sagrado
a la criatura lanar y al grano que se multiplica».

Enlil accedió, y hubo abundancia:

A la criatura lanar pusieron en un redil.

Las semillas que brotan dieron a la madre
para los granos establecieron un lugar.
A los trabajadores les dieron el arado y el yugo...

El pastor crea abundancia en el redil;
la joven trae abundancia que brota;
ella levanta la cabeza en el campo:
la abundancia vino del cielo.
La criatura lanar y los granos que se plantaron
trajeron el esplendor.
Se le dio abundancia al pueblo congregado.

Del arado, esa revolucionaria herramienta agrícola tan simple como ingeniosa, tiraban en un principio los labradores, tal como se explica en el texto de arriba. Pero, entonces, Enki

«dio existencia a las grandes criaturas vivas» -al ganado doméstico- y los toros sustituyeron a las personas en el tiro del arado (Fig. 34). Así, concluye el texto, los dioses «dieron fertilidad a la tierra».

Fig. 34
 

Mientras Ninurta se ocupaba de hacer represas en las montañas que rodean Mesopotamia y de drenar sus llanuras, Enki volvió a África para evaluar los daños que el Diluvio había causado allí.

Al final, Enlil y sus descendientes terminaron controlando todas las zonas altas desde el sudeste (Elam, se le confió a Inanna/Ishtar) hasta el noroeste (los Montes Tauro y Asia Menor, que se le dieron a Ishkur/Adad), con las tierras altas que forman un arco entre ellas, que se le dieron a Ninurta, en el sur, y a Nannar/Sin, en el norte.

 

El mismo Enlil conservó la posición central, controlando el antiguo E.DIN; y el lugar de aterrizaje en la Montaña de los Cedros se puso bajo el mando de Utu/Shamash. ¿Adonde fueron entonces Enki y su clan?

Cuando Enki inspeccionó África se le hizo evidente que el Abzu sólo -la parte sur del continente- no era suficiente. Si la «abundancia» en Mesopotamia se basó en el cultivo de ribera, lo mismo tenía que hacerse en África, de manera que puso su atención, sus conocimientos y sus dotes organizativas en la recuperación del Valle del Nilo.

Como hemos visto, los egipcios sostenían que sus grandes dioses habían llegado a Egipto desde Ur (que significa «el lugar de antaño»). Según Manetón, el reinado de Ptah sobre las tierras del Nilo comenzó 17.900 años antes que Menes, es decir, hacia el 21.000 a.C. Nueve mil años más tarde, Ptah entregó los dominios de Egipto a su hijo Ra; pero el reinado de éste se interrumpió súbitamente después de unos breves 1.000 años, es decir, hacia el 11.000 a.C; fue entonces, según nuestros cálculos, cuando tuvo lugar el Diluvio.

Los egipcios creían que, después, Ptah volvió a Egipto para llevar a cabo grandes obras de recuperación de tierras y, literalmente, de elevación de éstas desde debajo de las aguas. Existen textos sumerios en donde se atestigua también que Enki fue a las tierras de Meluhha (Etiopía/Nubia) y Magan (Egipto) para hacerlas habitables para el hombre y los animales:

Fue al País de Meluhha;
Enki, señor del Abzu, decreta su destino:
Tierra negra, que tus árboles sean grandes,
que sean árboles de las Tierras Altas.

Que tus palacios reales se llenen de tronos.

Que tus juncos sean grandes,
que sean juncos de las Tierras Altas...


Que tus toros sean grandes,
que sean toros de las Tierras Altas...


Que tu plata sea como oro,
que tu cobre sea estaño y bronce...


Que tu pueblo se multiplique;
que tu héroe salga como un toro...

Las crónicas sumerias, que relacionan a Enki con las tierras africanas del Nilo, resultan importantes por dos razones: porque corroboran los relatos egipcios con relatos mesopotámicos, y porque vinculan a los dioses sumerios -especialmente los dioses Enki- con los dioses de Egipto; pues creemos que Ptah no es otro que Enki.

Tras hacer habitables de nuevo las tierras, Enki dividió el continente africano entre sus seis hijos (Fig. 35).

  • El dominio más meridional se le volvió a conceder a NER.GAL («Gran Vigilante») y a su esposa Ereshkigal.

  • Un poco más al norte, en las regiones mineras, se instaló GIBIL («El del Fuego»), a quien su padre enseñó los secretos de la metalurgia.

  • ANIN.A.GAL («Príncipe de las Grandes Aguas») se le dio, como su nombre indica, la región de los grandes lagos y las fuentes del Nilo.

  • Aún más al norte, en los pastos mesetarios del Sudán, reinó el hijo menor, DUMU.ZI («Hijo Que Es Vida»), cuyo apodo era «El Apacentador».

Fig. 35

 

Entre los expertos se discute aún la identidad de otro de los hijos de Enki (ofreceremos más adelante nuestra propia versión). Pero no hay duda de que el sexto hijo -en realidad, el primogénito de Enki y su heredero legal- fue MAR.DUK («Hijo del Montículo Puro»).

 

Debido a que uno de sus cincuenta epítetos fue ASAR, que suena similar al egipcio As-Sar («Osiris» en griego), algunos expertos han especulado con la idea de que Marduk y Osiris fueran uno y el mismo dios. Pero estos epítetos (como «Todopoderoso» o «Impresionante») se les aplicaban a diversas deidades, y el significado de Asar, «Todo lo Ve», fue también el nombre-epíteto del dios asirio Assur.

De hecho, hemos encontrado más similitudes entre el babilonio Marduk y el egipcio Ra: el primero era hijo de Enki, el segundo era hijo de Ptah, siendo ambos, Enki y Ptah, según creemos, uno y el mismo dios; mientras que Osiris era el bisnieto de Ra y, por tanto, de una generación muy posterior a la de Ra o Marduk.

 

De hecho, en los textos sumerios se han encontrado evidencias dispersas, pero insistentes, que apoyan la idea de que el dios al que los egipcios llamaban Ra y el dios al que los mesopotámicos llamaban Marduk eran una y la misma deidad. Así, un himno auto-laudatorio a Marduk (tablilla Ashur/4125) declara que uno de sus epítetos era «El dios IM.KUR. GAR RA» -«Ra Quien Junto al País Montañoso Habita».

Además, existen evidencias textuales de que los sumerios eran conscientes de que el nombre egipcio de la deidad era Ra. Hubo sumerios cuyos nombres personales incluían el nombre divino de RA; y en tablillas del tiempo de la III Dinastía de Ur se menciona «Dingir Ra» y su templo E.Dingir.Ra. Más tarde, tras la caída de esta dinastía, cuando Marduk logró la supremacía en su ciudad favorita, Babilonia, su nombre sumerio KA.DINGIR («Puerta de los Dioses») se cambió por KA.DINGIR.RA -«Puerta de los Dioses de Ra»).

Ciertamente, como pronto mostraremos, el ascenso de Marduk hasta su encumbramiento tuvo sus inicios en Egipto, donde su monumento más conocido -la Gran Pirámide de Gizeh- jugó un papel crucial en su turbulenta carrera. Pero el Gran Dios de Egipto, Marduk / Ra, anhelaba gobernar toda la Tierra, y hacerlo desde el antiguo «Ombligo de la Tierra» en Mesopotamia.

 

Esta ambición fue la que le llevó a abdicar el trono divino de Egipto en favor de sus hijos y nietos. No se imaginaba que esto iba a llevar a dos Guerras de las Pirámides y casi a su muerte.

 

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