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			12 - LOS DIOSES DE LAS LÁGRIMAS DE ORO 
			 
			Algún tiempo después del 4000 a.C, el gran Anu, soberano de 
			Nibiru, 
			vino a la Tierra en visita de estado. 
			 
			No era la primera vez que hacía tan arduo viaje espacial. Unos 
			440.000 años terrestres antes -sólo 122 años de Nibiru-, su hijo 
			primogénito, Enki, había liderado el primer grupo de 50 anunnaki que 
			llegaron a la Tierra. Su objetivo era obtener oro, con el cual había 
			sido bendecido este séptimo planeta.  
			
			  
			
			En 
			
			Nibiru, la naturaleza y la 
			tecnología se habían combinado para enrarecer y dañar la atmósfera 
			del planeta, una atmósfera que no sólo necesitaba respirar, sino 
			también cubrir al planeta como un invernadero, para evitar que se 
			disipara el calor interno. Y sus científicos concluyeron que, para 
			evitar que Nibiru se convirtiera en un globo helado y sin vida, 
			habría que suspender partículas de oro en las partes altas de la 
			atmósfera. 
			 
			Enki, el brillante científico, amerizó en el Golfo Pérsico y 
			estableció su base, Eridú, en sus costas. Su plan consistía en 
			extraer el oro de las aguas del golfo; pero no consiguieron 
			suficiente de esta manera, y la crisis en Nibiru se agudizó. Cansado 
			de las promesas de Enki de que su proyecto sería un éxito, Anu llegó 
			a la Tierra para ver las cosas con sus propios ojos.  
			
			  
			
			Con él, venía 
			su heredero legal, Enlil, que, aunque no era el primogénito, tenía 
			el derecho de sucesión porque su madre, Antu, era hermanastra de 
			Anu. Él carecía de la brillantez científica de Enki, pero era un 
			excelente administrador; no le fascinaban los misterios de la 
			naturaleza, pero creía que podía hacerse cargo y conseguir que las 
			cosas funcionaran. Y lo que había que hacer, todos los estudios lo 
			indicaban, era extraer el oro allí donde era abundante: en el sur de 
			África. 
			 
			Se desencadenaron las más airadas discusiones, no sólo en lo 
			referente al proyecto en sí, sino también entre los dos hermanastros 
			rivales. Anu llegó incluso a pensar en quedarse en la Tierra y dejar 
			a uno de sus hijos como regente en Nibiru; pero la idea aún provocó 
			más discordias. Al final, lo echaron a suertes. Enki se iría a 
			África y organizaría las labores de extracción, mientras que Enlil 
			se quedaría en el E.DIN (Mesopotamia) y construiría las 
			instalaciones necesarias para refinar los minerales y embarcar el 
			oro en dirección a Nibiru. Y Anu volvió al planeta de los anunnaki. 
			Aquélla fue su primera visita. 
			 
			Y, después, vino la segunda visita, provocada por otra emergencia. 
			Cuarenta años de Nibiru después del primer aterrizaje, los anunnaki 
			que habían sido destinados para trabajar en las minas de oro se 
			amotinaron. En qué medida tuvo lugar por el arduo trabajo en las 
			profundas minas y en qué medida reflejaba la envidia y las 
			fricciones entre los dos hermanastros y sus contingentes, es algo 
			que sólo se puede adivinar. Lo cierto es que los anunnaki 
			supervisados por Enki en el sur de África se amotinaron, se negaron 
			a seguir trabajando, y tomaron a Enlil como rehén cuando fue allí 
			para neutralizar la crisis. 
			 
			Todos estos acontecimientos quedaron registrados; se los contaron a 
			los terrestres milenios después, para que supieran cómo había 
			comenzado todo. Se convocó un Consejo de Dioses. Enlil insistía en 
			que Anu viniera a la Tierra a presidirlo, para que pronunciara 
			sentencia contra Enki. En presencia de los líderes reunidos, Enlil 
			detalló la cadena de acontecimientos y acusó a Enki de haber 
			dirigido el motín. Pero, cuando los amotinados relataron su 
			historia, Anu sintió simpatía por ellos. Eran astronautas, no 
			mineros; y su trabajo había terminado por hacerse insoportable. 
			 
			Pero, ¿es que no era necesario hacer este trabajo? ¿Cómo iban a 
			sobrevivir en Nibiru si no se extraía el oro? Enki tenía una 
			solución: ¡crearemos unos trabajadores primitivos, dijo, que se 
			harán cargo de los trabajos duros! Ante la asombrada asamblea 
			explicó que había estado llevando a cabo experimentos con la ayuda 
			de la oficial médico jefe, Ninti/Ninharsag. En la Tierra, en el este 
			de África, existe un ser primitivo -un hombre-simio.  
			
			  
			
			Este ser debió 
			de evolucionar en la Tierra a partir de la propia Simiente de Vida 
			de Nibiru, que pasó de Nibiru a la Tierra durante la ancestral 
			colisión celeste con Tiamat. Existe compatibilidad genética; lo que 
			hace falta es implementar mejoras en este ser, dándole algunos de 
			los genes de los anunnaki. Entonces, se convertirá en una criatura a 
			imagen y semejanza de los anunnaki, capaz de utilizar herramientas, 
			lo suficientemente inteligente como para obedecer órdenes. 
			 
			Y así fue como se creó el LULU AMELU, el «trabajador mezclado», por 
			medio de la manipulación genética y la fertilización del óvulo de 
			una mujer-simio en una probeta de laboratorio. Pero los híbridos no 
			podían procrear; las hembras anunnaki tenían que hacer de diosas del 
			nacimiento en cada ocasión, por lo que Enki y Ninharsag 
			perfeccionaron a los híbridos por medio de un sistema de 
			ensayo-error, hasta que lograron el modelo perfecto.  
			
			  
			
			Le llamaron Adam, «el de la Tierra» -terrestre. Con estos siervos fértiles, se 
			produjo oro en abundancia. Los siete asentamientos se convirtieron 
			en ciudades, y los anunnaki -600 en la Tierra y 300 en las 
			estaciones orbitales- se acostumbraron a una vida relajada. Algunos, 
			incluso, y a pesar de las objeciones de Enlil, tomaron por esposas a 
			las Hijas del hombre, y tuvieron hijos con ellas. Para los anunnaki, 
			la tarea de extraer oro ya no era una tarea con lágrimas; pero, a Enlil, todo aquello se le empezaba a antojar una misión pervertida. 
			 
			Todo terminó con el Diluvio. Durante mucho tiempo, las observaciones 
			científicas venían advirtiendo que la capa de hielo que estaba 
			creciendo en el continente antártico se estaba haciendo inestable; 
			la próxima vez que pasara Nibiru por las cercanías de la Tierra, 
			entre Marte y Júpiter, su atracción gravitatoria podría hacer que 
			esa tremenda masa de hielo se deslizara fuera del continente, 
			generando una marea de proporciones globales, cambiando abruptamente 
			los océanos y las temperaturas de la Tierra, provocando tormentas 
			sin precedentes. Después de consultar con Anu, Enlil dio la orden: 
			
				
					
					¡disponed las naves espaciales, estad preparados para abandonar la 
			Tierra! 
				 
			 
			
			Pero, ¿qué iba a pasar con la humanidad?, se preguntaban sus 
			creadores, Enki y Ninharsag. Dejad que perezcan, dijo Enlil, e hizo 
			jurar a todos los anunnaki que guardarían el secreto, para que los 
			desesperados terrestres no interfirieran en los preparativos de 
			partida de los anunnaki.  
			
			  
			
			Enki, aunque reacio, juró también; pero, 
			simulando que hablaba con una pared, dio instrucciones a su fiel 
			seguidor, Ziusudra, para que construyera un Tibatu, una nave 
			sumergible, en la cual él, su familia y bastantes animales podrían 
			sobrevivir a la avalancha de agua, para que la vida en la Tierra no 
			pereciera. Y le proporcionó a Ziusudra un navegante, para que 
			llevara la nave hasta el Monte Ararat, la montaña más visible de 
			Oriente Próximo. 
			 
			Los textos de la Creación y del Diluvio que los anunnaki les 
			dictaron a los sumerios ofrecen relatos mucho más detallados y 
			concretos que las versiones bíblicas, más concisas, con las que 
			estamos familiarizados. Llegado el momento, tuvo lugar la 
			catástrofe.  
			
			  
			
			Pero en la Tierra no sólo había semidioses; algunas de 
			las principales deidades, miembros del círculo sagrado de Doce, eran 
			también, de alguna forma, terrestres: Nannar/Sin e Ishkur/Adad, los 
			hijos más jóvenes de Enlil, habían nacido en la Tierra; lo mismo 
			ocurría con los hijos gemelos de Sin, Utu/Shamash e Inanna/Ishtar. 
			 
			
			  
			
			Enki y Ninharsag (con la cual él pudo compartir su secreta 
			«Operación Noé») se unieron a los demás para sugerir que los 
			anunnaki no dejaran la Tierra por las buenas, sino que permanecieran 
			en órbita terrestre durante un tiempo para ver lo que ocurría. Y 
			así, después de que la inmensa ola hubiera ido y venido, y de que 
			cesaran las lluvias, las cumbres de la Tierra comenzaron a verse, y 
			los rayos del Sol, brillando a través de las nubes, pintaron arco 
			iris en los cielos. 
			 
			Enlil, al descubrir que la humanidad había sobrevivido, se enfureció 
			en un principio, pero después se ablandó. Se dio cuenta de que los 
			anunnaki aún podrían vivir en la Tierra; pero, si tenían que 
			reconstruir sus centros y reanudar la producción de oro, al hombre 
			habría que permitirle proliferar y prosperar, y habría que dejar de 
			tratarlo como a un esclavo para empezar a hacerlo como a un 
			compañero. 
			 
			En los tiempos antediluvianos, el espaciopuerto para la ida y venida 
			de los anunnaki y de los suministros, así como para el embarque del 
			oro, estaba en Mesopotamia, en Sippar. Pero todo aquel fértil valle 
			entre el Eufrates y el Tigris tenía ahora encima miles de millones 
			de toneladas de lodo. Utilizando todavía la doble cumbre del Ararat 
			como punto focal sobre el cual anclar el ápice del Corredor de 
			Aterrizaje, erigieron dos montañas artificiales gemelas en el 
			paralelo 30, a orillas del Nilo -las dos grandes pirámides de 
			Gizeh-, para que hicieran de balizas de aterrizaje del espaciopuerto 
			postdiluviano de la península del Sinaí. Estaba tan cerca, incluso 
			más, de las fuentes de oro africanas de lo que había estado el 
			espaciopuerto de Mesopotamia. 
			 
			Para que los terrestres pudieran sobrevivir, multiplicarse y ser 
			útiles a los anunnaki, se les concedió la civilización en tres 
			estadios. Se trajeron de Nibiru semillas para cultivos vitales, se 
			domesticaron variedades silvestres de cereales y animales, se les 
			enseñaron las tecnologías de la arcilla y el metal. Esta última fue 
			de gran importancia, pues tenía que ver con el propio éxito de los 
			anunnaki a la hora de reanudar el suministro de oro, ahora que las 
			viejas minas estaban atascadas de lodo y agua. 
			 
			La primera vez que Nibiru pasó por las cercanías de la Tierra 
			después del Diluvio se recibieron materiales vitales de allí, pero 
			poco de valor se pudo enviar de vuelta. En las fuentes de oro de 
			antaño había que encontrar filones nuevos, hacer túneles en las 
			laderas, excavar pozos en la tierra, perforar las rocas. Había que 
			dotar de herramientas a la humanidad -herramientas duras- para que 
			pudieran extraer lo que los anunnaki podían localizar y perforar con 
			sus pistolas de rayos.  
			
			  
			
			Afortunadamente, la avalancha de agua también 
			había hecho algo bueno, pues había expuesto filones, los había 
			lavado y había llenado los lechos fluviales de pepitas de oro, 
			mezcladas entre el lodo y la grava. Hacerse con este oro podría 
			abrir nuevas fuentes, más fáciles de trabajar, pero de más difícil 
			acceso y transporte, pues el lugar en donde había pepitas de oro en 
			grandes cantidades estaba al otro lado de la Tierra: allí, a lo 
			largo de unas cadenas montañosas frente al gran océano, habían 
			quedado expuestas riquezas indecibles. Y estaban allí para hacerse 
			con ellas, si los anunnaki iban allí; si se podía encontrar un modo 
			de embarcar aquel oro. 
			 
			Y ahora que Nibiru se había acercado de nuevo a la Tierra, el gran 
			Anu, con su esposa Antu, venía a la Tierra en visita de estado, para 
			ver con sus propios ojos cómo iban las cosas. ¿Qué se había 
			conseguido al conceder a la humanidad los dos metales divinos, AN.NA 
			y AN.BAR, con los cuales hacer herramientas duras? ¿Qué se había 
			conseguido al extender las operaciones al otro lado del mundo? 
			¿Estaban los almacenes llenos de oro, como se había dicho, listo 
			para ser embarcado hacia Nibiru? 
			
				
				«Después de que el Diluvio barriera la Tierra, cuando se trajo la 
			Realeza desde el Cielo, la Realeza estuvo primero en Kis». 
				 
			 
			
			Así 
			comienza la relación, en las 
			Listas de los Reyes Sumerios, de las 
			distintas dinastías y capitales de la primera civilización en 
			Oriente Próximo. Y lo cierto es que la arqueología ha confirmado la 
			preeminente antigüedad de esta ciudad sumeria. De sus 23 soberanos, 
			uno lleva un nombre-epíteto que podría indicar que fue metalúrgico; 
			se dice con toda claridad que el vigésimo segundo soberano, Enmen-baragsi, fue el «que se llevó como botín el arma fundida de Elam».  
			
			  
			
			Elam, en las montañas al este y al sudeste de Sumer, era uno 
			de los lugares en donde comenzó la metalurgia; y la mención del 
			preciado botín, un arma fundida, confirma las evidencias 
			arqueológicas de una metalurgia totalmente desarrollada en Oriente 
			Próximo poco después del 4000 a.C. 
			 
			Pero «Kis fue herida por las armas», quizás por los mismos elamitas 
			cuya tierra había sido invadida; y la realeza, la capital, se 
			transfirió a una flamante ciudad llamada Uruk (la bíblica Erek). De 
			sus doce reyes, el más conocido fue Gilgamesh, de heroico renombre. 
			Su nombre significaba «a Gibil, dios de la Fundición [consagrado]». 
			 
			
			  
			
			Parece ser que la metalistería fue importante para los reyes de Uruk. Uno de ellos que tenía la palabra herrero, describe el motivo 
			por el cual era famoso. El primer soberano, cuyo reinado comenzó 
			cuando Uruk no era más que un recinto sagrado, tenía el prefijo MES 
			-«Maestro fundidor»- como parte de su nombre. La inscripción de este 
			rey resulta ser inusualmente larga: 
			
				
					
					Mes-kiag-gasher, hijo del divino Utu, se convirtió en sumo sacerdote del Eanna así como en rey... Meskiaggasher entró en el Mar Occidental y partió hacia las Montañas. 
				 
			 
			
			Esta información, en la que se registra una hazaña renombrada, es 
			muy importante, habida cuenta de la longitud de la inscripción, 
			cuando lo normal es que se pusiera solamente el nombre del rey y la 
			duración de su reinado. Qué mar cruzó Meskiaggasher, el Maestro 
			Fundidor, y a qué montañas llegó, nunca lo sabremos seguro; pero los 
			términos parecen sugerir el otro lado del mundo. 
			 
			Podemos comprender la urgencia por traer la metalurgia a Uruk: tenía 
			que ver con la inminente visita de estado de Anu. Quizás para 
			hacerle ver que todo iba bien, que la ciudad, Uruk, se había 
			construido en su honor, y presumir de logros metalúrgicos. En el 
			centro del recinto sagrado se construyó un templo de muchos niveles, 
			con las esquinas hechas de metal fundido. Su nombre, E.ANNA, se 
			suele interpretar como «casa de Anu»; pero también podía significar 
			«casa de estaño». Los textos en los que se detalla el protocolo y el 
			programa de la visita real a Uruk nos muestran un lugar pródigo en 
			oro. 
			 
			Las tablillas encontradas en los archivos de Uruk, que, según lo que 
			anotó el escriba, eran copias de textos sumerios anteriores, se 
			pueden leer sólo a partir de la mitad.  
			
			  
			
			Anu y Antu ya están sentados 
			en el patio del templo, contemplando una procesión de dioses que 
			lleva el cetro dorado. Mientras tanto, unas diosas preparan los 
			dormitorios de los visitantes en la E.NIR -«casa de la Brillantez»- 
			que estaba cubierta con la «hechura de oro del Mundo Inferior». Al 
			oscurecer el día, un sacerdote ascendió hasta el nivel más alto del 
			zigurat para observar la esperada aparición de Nibiru, el «gran 
			planeta de Anu del Cielo».  
			
			  
			
			Después de que se recitaran los himnos 
			correspondientes, los visitantes se lavaron las manos en sendas 
			jofainas de oro y se les sirvió la cena en siete bandejas de oro; 
			cerveza y vino les escanciaron en recipientes de oro. Y, después de 
			algunos himnos más ensalzando «al planeta del Creador, el planeta 
			que es el héroe del Cielo», una procesión de antorchas portadas por 
			dioses acompañó a los visitantes hasta su «recinto dorado» para 
			pasar allí la noche. 
			 
			A la mañana siguiente, los sacerdotes llenaron los incensarios de 
			oro durante los sacrificios, mientras se despertaba a los dioses 
			para servirles un elaborado desayuno servido en fuentes de oro. 
			Cuando llegó el momento de partir, una procesión de dioses llevó a 
			los visitantes hasta el muelle en donde estaba amarrado su barco, 
			acompañados por los cantos de los sacerdotes.  
			
			  
			
			Dejaron la ciudad a 
			través de la Puerta Elevada, bajaron por la avenida de los dioses y 
			llegaron a «el muelle sagrado, el dique del barco de Anu», que tenía 
			que llevarlos por «el sendero de los dioses». En una capilla llamada 
			Casa de Akitu, Anu y Antu se unieron a los dioses de la Tierra en 
			sus oraciones, recitando las bendiciones siete veces. Y después, 
			«agarrándose las manos», los dioses partieron. 
			 
			Si, en la época de esta visita de estado, 
			
			los anunnaki ya habían 
			estado buscando oro en el Nuevo Mundo, ¿Anu y Antu habrían incluido 
			en su itinerario una visita a las nuevas tierras del oro? Y los 
			anunnaki de la Tierra, ¿no habrían intentado impresionarles con sus 
			nuevos logros, con sus nuevas perspectivas, con la promesa de 
			suministrar a Nibiru el vital metal en cantidades suficientes, de 
			una vez por todas? 
			 
			Si la respuesta es sí, entonces se podría explicar la existencia de 
			Tiahuanacu y de otras muchas cosas más; pues si en Sumer se fundó 
			una nueva ciudad con un flamante recinto sagrado, con un recinto de 
			oro y una avenida de los dioses y unos muelles sagrados para la 
			visita de Anu a la Tierra de Antaño, sería de suponer que se fundara 
			también una nueva ciudad con un flamante recinto de oro y una 
			avenida sagrada y muelles sagrados en el corazón de las Nuevas 
			Tierras.  
			
			  
			
			Y, como en Uruk, sería de esperar encontrarse con un 
			observatorio para determinar el momento de la aparición de Nibiru en 
			los cielos nocturnos, seguida por la elevación del resto de los 
			planetas. 
			 
			Creemos que un paralelismo así podría explicar la necesidad de un 
			observatorio como el Kalasasaya, por su precisión y por su fecha: 
			hacia el 4000 a.C. Sugerimos que sólo una visita de estado de estas 
			características podría explicar la elaborada arquitectura de 
			Puma-Punku, sus regios muelles y, sí, su recinto chapado en oro. 
			Pues eso es exactamente lo que los arqueólogos han encontrado en 
			Puma-Punku: evidencias incontrovertibles de que no sólo se cubrió 
			con placas de oro parte de los pórticos (como los paneles traseros 
			de la Puerta del Sol en Tiahuanacu), sino que se chapó en oro la 
			totalidad de las paredes, entradas y cornisas.  
			
			  
			
			En muchos bloques de 
			piedra pulidos, Posnansky encontró y fotografió hileras de pequeños 
			agujeros redondos que «servían para sujetar las placas de oro que 
			los cubrían, a través de clavos, también de oro». Y, cuando en 1943, 
			pronunció una conferencia sobre el tema en la Sociedad Geográfica, 
			presentó uno de estos bloques con cinco clavos de oro todavía 
			clavados en él (los otros clavos se los habían llevado los 
			buscadores de oro cuando arrancaron las placas). 
			 
			La posibilidad de que en Puma-Punku se hubiera erigido en la época 
			más remota un edificio con las paredes, el techo y las cornisas 
			recubiertas de oro, tal como lo había sido la E.NIR en Uruk, se hace 
			más significativa cuando descubrimos que los bajorrelieves que 
			decoran las puertas ceremoniales en Puma-Punku, así como algunas de 
			las gigantescas estatuas del Gran Dios en Tiahuanacu, tenían 
			incrustaciones de oro. 
			 
			Posnansky descubrió y fotografió los agujeros de sujeción, «algunos 
			de dos milímetros de diámetro, alrededor de los relieves». Una 
			importante puerta de Puma-Punku, llamada la Puerta de la Luna, tenía 
			«incrustado en oro» tanto el relieve de Viracocha como el rostro del 
			dios en la franja inferior, «lo cual hacía que los jeroglíficos 
			principales resaltaran con gran brillantez». 
			 
			No menos importante fue el descubrimiento de Posnansky de que, en el 
			lugar de los ojos del dios, el oro incrustado y los clavos 
			«sujetaban unos redondeles de turquesa en las hendiduras de los 
			ojos. Hemos descubierto -proseguía Posnansky-, muchas de estas 
			piezas de turquesa perforadas en el centro, en los estratos 
			culturales de Tiahuanacu», detalle que le llevó a creer que, no sólo 
			los relieves de las puertas, sino también las gigantescas estatuas 
			de piedra de los dioses que se encontraron en Tiahuanacu, tenían el 
			rostro incrustado en oro y los ojos en turquesa. 
			 
			Este descubrimiento es de lo más significativo, pues no existen 
			turquesas -ni piedras semipreciosas azules verdosas- en ningún lugar 
			de Sudamérica. Es un mineral cuya más antigua extracción se sitúa a 
			finales del quinto milenio a.C, en la península del Sinaí y en 
			Irán. 
			Además de esto, las técnicas de incrustación eran puramente de 
			Oriente Próximo, y no se encuentran en ningún otro lugar de las Américas -ciertamente, no en aquéllas épocas. 
			
			  
			
			Figura 131 
			  
			
			Virtualmente, la totalidad de las estatuas que se han encontrado en 
			Tiahuanacu muestran a los dioses con tres lágrimas en cada ojo. Las 
			lágrimas estaban incrustadas en oro, como se puede ver todavía en 
			algunas de las estatuas que se exhiben hoy en el Museo del Oro de La 
			Paz. Hay una famosa estatua, que recibió el apodo de «el Fraile» 
			(Fig. 131a), y que tiene alrededor de tres metros de altura, que se 
			talló, como el resto de estatuas gigantes de Tiahuanacu, en 
			arenisca; esto sugiere que todas ellas pertenecen al período más 
			antiguo de Tiahuanacu.  
			
			  
			
			La deidad sostiene una herramienta serrada en 
			la mano derecha; las tres estilizadas lágrimas de cada ojo, que 
			indudablemente estuvieron incrustadas en oro, se pueden ver con toda 
			claridad (como en el dibujo, Fig. 131b).  
			
			  
			
			Esas tres lágrimas también 
			se pueden ver en el rostro de la Cabeza Gigante (Fig. 131c), que los 
			buscadores de tesoros desgajaron de una colosal estatua a causa de 
			la creencia local de que los constructores de Tiahuanacu «poseían el 
			secreto de hacer piedra», y que las estatuas no se tallaron de la 
			piedra, sino que se fundieron a través de un proceso mágico que les 
			permitía ocultar oro en el interior de las estatuas. 
			 
			Esta creencia quizá se sustentara por las incrustaciones de oro de 
			las lágrimas de los dioses, un práctica que podría explicar por qué 
			el pueblo andino (al igual que los aztecas) llamaba a las pepitas de 
			oro «lágrimas de los dioses». Debido a que todas estas estatuas 
			estaban representando a la misma deidad de la Puerta del Sol, en 
			donde también se le muestra derramando lágrimas, a este dios se le 
			terminó llamando «El dios llorón».  
			
			  
			
			Con estas evidencias, creemos que 
			estaría justificado llamarle el «dios de las lágrimas de oro». En un 
			gigantesco monolito grabado que se encontró en un lugar cercano 
			(Wancai), se representa a este dios con un tocado cónico y con
			cuernos -el típico tocado de los dioses mesopotámicos- y con rayos 
			en el lugar de las lágrimas (Fig. 132), con lo que se identifica 
			claramente al dios de la tormenta. 
			
			  
			
			Figura 132 
			  
			
			Uno de los bloques de piedra de Puma-Punku chapados en oro, con 
			«misteriosas cavidades» y un profundo surco en su interior, tenía 
			una esquina cortada a modo de embudo, y Posnansky supuso que 
			formaría parte de un altar de sacrificios.  
			
			  
			
			Sin embargo, hay uno de 
			esos lugares satélites de Tiahuanacu, cuyos restos de piedra lo 
			convierten en un pequeño Puma-Punku y en donde se han encontrado 
			objetos de oro, que se llama Chuqui-Pajcha, que en aymara significa 
			«donde el oro líquido pasa por el embudo», y que sugiere que, más 
			que libaciones sacrificiales, lo que había allí era un proceso de 
			producción de oro. 
			
			 
			La disponibilidad y la abundancia de este oro en Tiahuanacu y sus 
			satélites no sólo es evidente en sus leyendas, relatos o nombres de 
			lugares, sino también en los restos arqueológicos. Muchos objetos de 
			oro clasificados por los expertos como Tiahuanacu clásico, a causa 
			de sus formas u ornamentaciones (imágenes estilizadas del dios de 
			las lágrimas de oro, escaleras, cruces), se encontraron en lugares 
			cercanos e islas en el transcurso de las excavaciones de las décadas 
			de 1930, 1940 y 1950.  
			
			  
			
			Dignas de mención fueron las misiones 
			arqueológicas patrocinadas por el Museo Americano de Historia 
			Natural (liderada por William C. Bennett), el Museo Peabody de 
			Arqueología y Etnología Americana (liderada por Alfred Kidder II) y 
			el Museo Etnológico de Suecia (liderada por Stig Rydén, junto con 
			Max Portugal, entonces conservador del Museo Arqueológico de La Paz.) 
			 
			Entre los objetos había copas, vasos, discos, tubos y alfileres (uno 
			de éstos, de unos 15 cm de longitud, tenía una cabeza con la forma 
			de un penacho de tres brazos). Los objetos de oro encontrados 
			durante excavaciones más antiguas en las dos islas sagradas, 
			Titicaca (Isla del Sol) y Coatí (Isla de la Luna), los describió 
			Posnansky en su Guía General de Tiahuanacu y su entorno, y también 
			A. F. Bandelier (The Islands of Titicaca and Koati).  
			
			  
			
			Los 
			descubrimientos de Titicaca tuvieron lugar en su mayor parte en unas 
			ruinas inidentificables cercanas a la Roca Sagrada y su cueva; los 
			expertos no se ponen de acuerdo acerca de si los objetos pertenecen 
			a los períodos primitivos de Tiahuanacu o, como algunos sostienen, 
			provienen de tiempos incas, pues se sabe que los incas iban a la 
			isla para dar culto y erigir santuarios durante el reinado de Mayta 
			Capac, el cuarto soberano inca. 
			 
			Los descubrimientos de objetos de oro y bronce en Tiahuanacu y sus 
			alrededores no dejan lugar a dudas de que el oro precedió al bronce 
			(es decir, al estaño) en esta región. Posnansky fue muy enfático al 
			relegar el bronce al tercer período de Tiahuanacu, y mostró casos en 
			los que se habían utilizado grapas de bronce para reparar 
			estructuras de la época del oro.  
			
			  
			
			Dado que en las montañas cercanas 
			existen evidencias claras de que el mineral de estaño y el oro se 
			obtenían en los mismos lugares, es probable que el descubrimiento 
			del oro, seguido por su minería de placer en la región de Titicaca, 
			fuera el que revelara la existencia de la casiterita: ambos se 
			encuentran mezclados en los mismos lechos de ríos y arroyos.  
			
			  
			
			En un 
			informe oficial boliviano (titulado Bolivia y la apertura del canal 
			de Panamá, 1912), se afirmaba que, tanto el río Tipuani como el río 
			que baja del Monte Illampu, además de tener mineral de estaño, «son 
			famosos por la presencia de gravas en donde hay inmensas cantidades 
			de oro»; a profundidades de más de 90 metros, no se puede encontrar 
			el fondo rocoso. Y «la proporción de oro se incrementa con la 
			profundidad de la grava».  
			
			  
			
			El informe señalaba que el oro del río Tipuani era de entre 22 y 23,5 quilates, es decir, oro casi puro. La 
			lista de lugares en donde hay oro en Bolivia es casi interminable, 
			aun después de tantos siglos de explotación desde la conquista de 
			América. Sólo los españoles, entre 1540 y 1750, extrajeron de las 
			fuentes bolivianas más de 100 toneladas de oro. 
			 
			Antes de que en el siglo XIX se hiciera independiente lo que ahora 
			llamamos «Bolivia», se le conocía como Alto Perú y formaba parte de 
			los dominios peruanos de los españoles. Los recursos minerales no 
			sabían, ciertamente, de fronteras políticas, y ya hemos hablado en 
			anteriores capítulos de las riquezas de oro, plata y cobre que los 
			españoles encontraron en Perú, y de la creencia europea de que «el 
			filón madre» de todo el oro del oeste de las Américas, norte y sur, 
			se encontraba en los Andes peruanos. 
			 
			Si echamos un vistazo a un mapa de los recursos minerales de América 
			del Sur, tendremos una imagen clara. Hay tres bandas de diversa 
			amplitud de filones de oro, plata y cobre que serpentean a lo largo 
			de la cordillera andina con una inclinación noroeste-sudeste, desde 
			Colombia, en el norte, hasta Chile y Argentina, en el sur. Punteados 
			a lo largo de estas bandas, están algunos de los veneros de estos 
			metales más famosos del mundo, algunos de ellos considerados como 
			montañas casi puras de mineral.  
			
			  
			
			Las lentas fuerzas de la naturaleza, 
			y sin duda la inmensa avalancha de agua del Diluvio, sacaron los 
			metales y sus minerales de los filones incrustados en la roca, 
			exponiéndolos y lavándolos por las laderas y los lechos fluviales. Y 
			dado que los ríos más grandes de América del Sur nacen en las 
			estribaciones orientales de los Andes y discurren por las inmensas 
			llanuras de Brasil hasta el Océano Atlántico, no debe sorprender que 
			también hubiera oro y cobre en grandes cantidades en esta parte del 
			continente. 
			 
			Pero, en última instancia, el origen de todos los metales 
			ornamentales y de extracción minera estuvo siempre en los filones de 
			la cordillera andina; y, si se observan estas bandas de filones que 
			se entrecruzan, y se delimitan con colores diferentes en el mapa, la 
			imagen que queda se parece mucho a la de la estructura helicoidal 
			doble del ADN, entrelazada en sí misma y con su homólogo el ARN, las 
			cadenas genéticas de vida y herencia de todo lo que vive en la 
			Tierra. 
			 
			En el interior de estas bandas, se encuentran dispersos otros 
			valiosos minerales, algunos de ellos raros -platino, bismuto, 
			manganeso, wolframio, hierro, mercurio, azufre, antimonio, asbesto, 
			cobalto, arsénico, plomo, zinc y, muy importantes para la fundición 
			y el refinado, tanto antiguos como modernos, carbón y petróleo. 
			 
			Algunos de los filones más ricos de oro, en parte lavados en los 
			lechos fluviales, se encuentran al este y al norte del lago Titicaca. Allí, en la Cordillera Real, que rodea el lago desde el 
			nordeste al sudeste, una cuarta banda de filones se une a las demás: 
			una banda de estaño en forma de casiterita. Esta banda se halla 
			presente en la costa oriental del lago, gira hacia el oeste a lo 
			largo de la cuenca del Titicaca para, después, correr hacia el sur 
			casi en paralelo al río Desaguadero. Se une a otras tres bandas de 
			filones cerca de Oruro y del lago Poopó, y allí desaparece. 
			 
			Cuando Anu y su esposa llegaron para ver las riquezas minerales, la 
			zona sagrada de Tiahuanacu, su recinto sagrado y sus muelles, todo 
			estaba preparado. ¿A quiénes enrolaron y llevaron allí los anunnaki, 
			hacia el 4000 a.C, para construir todo aquello?  
			
			  
			
			Para entonces, los 
			pueblos de las montañas que rodeaban Sumer tenían ya una 
			rudimentaria tradición en trabajos metalúrgicos y de cantería, y 
			pudieron estar entre los artesanos que se llevaron allí. Pero la 
			verdadera tecnología metalúrgica, incluida la fundición, la 
			tecnología de construcción a partir de planos arquitectónicos y la 
			de seguimiento de orientaciones estelares, estuvo en manos de los 
			sumerios. 
			 
			La efigie central del semisubterráneo recinto sagrado es la de un 
			hombre barbado, como lo son muchas de las cabezas de piedra que se 
			sujetaron al muro del recinto y que retratan a dignatarios 
			desconocidos. Muchas de ellas llevan turbante como los que llevaban 
			los dignatarios sumerios (Fig. 133). 
			
			  
			
			Figura 133 
			
			
			  
			Figura 134 
			  
			
			Habría que preguntarse dónde y cómo asimilaron los incas, 
			continuando con la costumbre del Imperio Antiguo, las normas de 
			sucesión de los sumerios (o, lo que es lo mismo, las de los 
			anunnaki).  
			
			  
			
			¿Por qué, en sus conjuros, los sacerdotes incas invocaban 
			al Cielo pronunciando las palabras mágicas Zi-Ana, y a la Tierra, 
			con las palabras Zi-ki-a, términos absolutamente sin significado en 
			quechua o en aymara (según S.A. Lafone Quevedo, Ensayo 
			mitológico), pero que en sumerio significaban «vida celeste» (ZI. ANA) 
			y «vida 
			de tierra y agua» (ZI.KI.A)?  
			
			  
			
			¿Y por qué los incas conservaron de la 
			época del Imperio Antiguo el término Anta para los metales en 
			general y para el cobre en particular -un término que es sumerio, AN.TA, se habría clasificado junto con 
			AN.NA (estaño) y AN.BAR 
			(hierro)? 
			 
			A estas reliquias lingüísticas de la metalurgia sumeria (que las 
			tomaron prestadas sus sucesores) se les sumó el descubrimiento de 
			pictogramas sumerios de la minería. Los arqueólogos alemanes 
			dirigidos por A. Bastian se encontraron con estos símbolos grabados 
			en las rocas de las riberas del río Manizales, en la región aurífera 
			central de Colombia (Fig. 134a); y una misión del gobierno francés, 
			bajo la dirección de E. André, se encontró, mientras exploraban los 
			lechos fluviales de la región oriental, con símbolos similares (Fig. 
			134b) grabados en las rocas que había por encima de unas cuevas que 
			se habían profundizado artificialmente.  
			
			  
			
			Muchos petroglifos de los 
			centros auríferos andinos, las rutas que llevan hasta éstos o a los 
			lugares en donde aparece el término Uru como componente del nombre, 
			disponen de símbolos que tienen todo el aspecto de pictogramas o de 
			escritura cuneiforme, como los de la cruz radiante (Fig. 134c) 
			encontrada entre unos petroglifos al noroeste del lago Titicaca -un 
			símbolo que los sumerios utilizaban para representar al planeta 
			Nibiru. 
			 
			Y añadamos a todo esto la posibilidad de que algunos de los sumerios 
			llevados al lago Titicaca pudieran haber dejado descendientes hasta 
			nuestros días. En la actualidad, sólo quedarían unos cuantos 
			centenares de ellos; viven en algunas de las islas del lago, 
			navegando con sus botes de juncos. Los aymarás y los kollas, que 
			componen la mayor parte de los habitantes de la región, los 
			consideran los remanentes de los más antiguos pobladores de la zona, 
			forasteros de otra tierra a la que llaman Uru. Dicen que significa 
			«Los de antaño»; pero, ¿no se llamarán así porque vinieron de la 
			capital sumeria, Ur? 
			 
			Según Posnansky, los urus hablan de cinco deidades o 
			Samptni: 
			 
			
				
					
						- 
						
						Pacani-Malku, que significa Señor de Antaño o Grande; 
						  
						- 
						
						Malku, que 
			significa Señor;   
						- 
						
						y los dioses de la Tierra, de las Aguas y el Sol. 
						  
					 
				 
			 
			
			El término malku tiene un obvio origen en Oriente Próximo, donde 
			significaba (y sigue haciéndolo en hebreo y árabe) «rey». W. La 
			Barre, en uno de los pocos estudios que se han hecho sobre los urus 
			(American Anthropologist, vol. 43), dice que los «mitos» uru cuentan 
			que,  
			
				
				«nosotros, la gente del lago, somos los más antiguos en la 
			Tierra. Estamos aquí desde hace mucho tiempo, desde antes de que el 
			Sol se escondiera... Antes de que el Sol se ocultara, nosotros ya 
			llevábamos mucho tiempo aquí. Después vinieron los kollas... Ellos 
			utilizaban nuestros cuerpos para los sacrificios cuando hacían los 
			cimientos de sus templos... Tiahuanaco se construyó antes del tiempo 
			de la oscuridad». 
			 
			
			Hemos determinado ya que el Día de la Oscuridad, «cuando el Sol se 
			escondió», tuvo lugar hacia el 1400 a.C. Ya hemos explicado que fue 
			un acontecimiento global que dejó su huella en las escrituras y en 
			la memoria de los pueblos de ambos lados del mundo. Esta leyenda uru, o su memoria colectiva, afirma que 
			Tiahuanacu se construyó 
			antes de este suceso, y que los urus ya estaban allí desde mucho 
			antes.  
			
			  
			
			Hasta el día de hoy, los aymarás navegan en canoas de juncos 
			que, según dicen, aprendieron a construirlas de los urus. La notable 
			similitud de estos botes con los botes de juncos sumerios llevaron a 
			Thor Heyerdahl a hacer una réplica de estos y embarcarse en los 
			viajes de la Kon-Tiki (un epíteto de Viracocha), para demostrar que 
			los antiguos sumerios pudieron haber cruzado los océanos. 
			 
			La extensión de la presencia sumeria/uru en los Andes se puede 
			percibir en otros detalles, como el hecho de que uru signifique 
			«día» en todas las lenguas andinas, tanto en aymara como en quechua, 
			el mismo significado («luz del día») que tuvo en Mesopotamia. Otros 
			términos andinos, como uma/mayu, que es agua, khun, que es rojo, 
			kap, que es mano, enu/ienu, que es ojo, makai, que es golpe, tienen 
			un origen mesopotámico tan evidente que Pablo Patrón (Nouvelles 
			études sur les langues americaines) concluyó que,  
			
				
				«está claramente 
			demostrado que las lenguas quechua y aymara de los indígenas de Perú 
			tuvieron un origen sumerio-asirio». 
			 
			
			El término uru aparece como componente de muchos nombres geográficos 
			bolivianos y peruanos, como en el del importante centro minero 
			Oruru, el Valle Sagrado de los Incas de Urubamba («Llanura/valle de 
			los Urus») y su conocido río, y otros muchos. De hecho, en unas 
			cuevas que hay en el centro del Valle Sagrado, aún viven los 
			remanentes de una tribu que se considera descendiente de los urus 
			del lago Titicaca; y se niegan a abandonar las cuevas para ir a 
			vivir en casas porque, según dicen, las montañas se derrumbarán si 
			ellos dejan de vivir en su interior, provocando con ello el fin del 
			mundo. 
			 
			Existen otros vínculos aparentes entre la civilización de 
			Mesopotamia y la de los Andes.  
			
				- 
				
				¿Cómo explicar, por ejemplo, el hecho 
			de que, como en el caso de Tiahuanacu, la capital sumeria, Ur, 
			estuviera circundada por un canal con un puerto en el norte y otro 
			en el suroeste (un canal que llevaba al Eufrates)?   
				- 
				
				¿Y cómo explicar 
			que el Recinto Dorado del templo de Cuzco tuviera las paredes 
			cubiertas con placas de oro, al igual que los de Puma-Punku y Uruk? 
				  
				- 
				
				¿Y cómo la «Biblia en Imágenes» del Coricancha, en donde se 
			representa a Nibiru y su órbita?  
			 
			
			También estaban las muchas costumbres que llevaron a los recién 
			llegados españoles a ver en los indígenas a los descendientes de las 
			Diez Tribus de Israel. Estaban las ciudades costeras y sus templos, 
			que recordaron a los exploradores los recintos sagrados y los zigura-ts de Sumer.  
			
				- 
				
				¿Y cómo explicar los tejidos, increíblemente 
			adornados, de los pueblos costeros cercanos a Tiahuanacu, únicos en 
			las Américas, salvo si se comparan con los tejidos sumerios, 
			concretamente con los de Ur, que fueron famosos en la antigüedad por 
			sus colores y sus exquisitos diseños?   
				- 
				
				¿Por qué se representaba a los 
			dioses con tocados cónicos, y a una diosa con la cuchilla umbilical 
			de Ninti?   
				- 
				
				¿Por qué un calendario como el mesopotámico, y un Zodiaco 
			como en Sumer, con la precesión de los equinoccios y doce casas? 
				 
			 
			
			Sin la intención de hacer un refrito de todas las evidencias que 
			llenan los capítulos anteriores, se nos antoja que todas las piezas 
			del rompecabezas de los comienzos andinos encajan en su sitio, si 
			reconocemos la mano de los anunnaki y la presencia en esta región de 
			los sumerios (solos o con sus vecinos) hacia el 4000 a.C.  
			
			  
			
			Las 
			leyendas de la ascensión a los cielos del Creador y sus dos hijos, 
			la Luna y el Sol, desde la roca sagrada de la Isla del Sol (la Isla Titicaca) bien pueden ser recuerdos de la partida de 
			Anu, de su hijo 
			Sin y de su nieto Shamash: después de hacer un corto viaje en barco 
			desde Puma-Punku hasta un vehículo aéreo de los anunnaki que 
			esperaba en la isla. 
			 
			En aquella memorable noche en Uruk, en cuanto se divisó Nibiru, los 
			sacerdotes encendieron las antorchas como señal para las poblaciones 
			cercanas. Y, así, se fueron encendiendo hogueras, hasta que todo Sumer resplandeció, celebrando la presencia de Anu y Antu, y el 
			avistamiento del Planeta de los Dioses. 
			 
			Tanto si la gente era consciente como si no de que estaban 
			presenciando un avistamiento celeste que sólo ocurría una vez cada 
			3.600 años terrestres, lo que sí que debían saber era que se trataba 
			de un fenómeno que sólo tendrían ocasión de verlo una vez en sus 
			vidas. La humanidad no ha dejado de anhelar el regreso de aquel 
			planeta, y simplemente recuerda aquella era como una Era de Oro: no 
			sólo en términos físicos, sino también porque culminó un período de 
			paz y de progresos sin precedentes para la humanidad. 
			 
			Pero tan pronto (en términos anunnaki) Anu y Antu regresaron a 
			Nibiru, la pacífica división de la Tierra entre los clanes anunnaki 
			se vio alterada. Fue hacia el 3450 a.C, según nuestros cálculos, 
			cuando tuvo lugar el incidente de la Torre de Babel: una 
			intentona de Marduk/Ra por conseguir la supremacía de su ciudad, Babilonia, 
			en Mesopotamia.  
			
			  
			
			Aunque frustrada por Enlil y Ninurta, aquel intento 
			por involucrar a la humanidad en la construcción de una torre de 
			lanzamiento trajo la decisión de los dioses de dispersar a la 
			humanidad y confundir sus lenguas. Aquella civilización y aquella 
			lengua únicas se dividieron, y tras un período caótico que duró unos 
			350 años, se formó la civilización del Nilo, con su propia lengua y 
			su propia escritura, aunque rudimentaria. Esto sucedió, según nos 
			dicen los egiptólogos, hacia el 3100 a.C. 
			 
			Frustrado en sus esfuerzos por hacerse con la supremacía en el 
			civilizado Sumer, Marduk/Ra se valió de que se hubiera concedido la 
			civilización a los egipcios para volver a aquella tierra y reclamar 
			su soberanía a su hermano Thot, con lo que éste quedó como un dios 
			sin pueblo; y nuestra hipótesis es que, acompañado por algunos 
			fieles seguidores, eligió una morada en los Nuevos Reinos -en
			Mesoamérica. 
			 
			Y sugerimos también que no sólo sucedió «hacia el 3100 a.C», sino 
			exactamente en el 3113 a.C. -la época, el año e, incluso, el día en 
			que los mesoamericanos comenzaron su Cuenta Larga. 
			 
			Contar el paso del tiempo tomando como punto de arranque del 
			calendario un acontecimiento importante no es nada extraño. El 
			calendario occidental cristiano cuenta los años a partir del 
			nacimiento de Cristo. El calendario musulmán comienza con la Hégira, 
			la huida de Mahoma desde La Meca a Medina. Echando un vistazo a los 
			muchos ejemplos de tierras y monarquías precedentes, mencionaremos 
			el calendario judío, que es, en efecto, el antiguo calendario (el 
			más antiguo de todos) de Nippur, la ciudad sumeria consagrada a Enlil.  
			
			  
			
			En contra de la idea generalizada de que los judíos cuentan 
			los años (5.748 en 1988) desde el «principio del mundo», el 
			calendario judío cuenta realmente los años desde el comienzo del 
			calendario nippuriano, en el 3760 a.C. -momento, suponemos, en que 
			tuvo lugar la visita de estado de Anu a la Tierra. 
			 
			¿Por qué no aceptar entonces nuestra hipótesis de que la llegada de 
			Quetzalcóatl, es decir, la Serpiente Alada, a su nuevo reino se 
			tomara como punto de arranque de la Cuenta Larga del calendario 
			mesoamericano, especialmente por ser el dios que introdujo el 
			calendario en estas tierras? 
			
			  
			
			Figura 135 
			  
			
			Tras ser derrocado por su propio hermano, 
			Thot (conocido en los 
			textos sumerios como Ningishzidda -Señor del Árbol de la Vida) se 
			convirtió en el aliado natural de los adversarios de su hermano, los 
			dioses enlilitas y su Guerrero Jefe, Ninurta.  
			
			  
			
			En los registros 
			sumerios se dice que, cuando Ninurta le pidió a Gudea que le hiciera 
			un templo-zigurat, fue Ningishzidda/Thot el que diseñó los planos de 
			construcción; también especificó los extraños materiales necesarios 
			para ello, y se ocupó de suministrarlos. Como amigo de los 
			enlilitas, tuvo que mantener buenas relaciones con Ishkur/Adad, y 
			con el reino andino que se puso bajo su control en la región del 
			Titicaca; y, probablemente, sería bien recibido allí como invitado. 
			 
			De hecho, podemos discernir evidencias de que un dios Serpiente y 
			sus seguidores africanos echaron probablemente una mano en el 
			desarrollo de algunos de los emplazamientos satélites de 
			procesamiento de metales de los alrededores de Tiahuanacu.  
			
			  
			
			Existen 
			algunas estelas y esculturas de piedra de la época entre los 
			Períodos I y II de Tiahuanacu que están decoradas con símbolos de 
			serpientes -un símbolo que, por otra parte, es extraño y desconocido 
			en Tiahuanacu; y algunas de las esculturas de personas encontradas 
			en lugares cercanos (Fig. 135), así como dos colosales bustos que 
			los nativos se llevaron al pueblo de Tiahuanacu para decorar la 
			entrada de la iglesia (Fig. 136), muestran, aún en tan erosionado 
			estado, rasgos negroides. 
			
			  
			
			Figura 136   
			
			Posnansky, herido por las críticas de su «fantástica» antigüedad, no 
			intentó fechar la transición desde el Período I, cuando se utilizó 
			la arenisca para la construcción y el santuario, hasta el Período 
			II, más sofisticado, cuando se empezó a utilizar una piedra más 
			dura, la andesita.  
			
			  
			
			Pero el hecho de que este cambio marcara también 
			un giro en el centro de atención de Tiahuanacu desde el oro al 
			estaño, nos sugiere la época del 2500 a.C. Si, como suponemos, los 
			dioses enlilitas a cargo de los dominios montañosos de Oriente 
			Próximo (Adad, Ninurta), se encontraban entonces en el Nuevo Reino, 
			ocupados con la fundación de la colonia casita, esto explicaría por 
			qué, más o menos en la misma época, Inanna/Ishtar usurpó el poder en 
			Oriente Próximo y lanzó una sangrienta ofensiva contra Marduk/Ra 
			para vengar la muerte de su amado esposo Dumuzi (provocada, según 
			ella, por Marduk). 
			 
			Fue en aquella época, y probablemente como consecuencia de la 
			inestabilidad de los Viejos Reinos, cuando los dioses involucrados 
			se decidieron a crear una nueva civilización lejos de todas las 
			demás:
			en los Andes. Mientras Tiahuanacu era el centro del suministro de 
			estaño, los suministros de oro eran casi inagotables a lo largo de 
			las vertientes andinas. Todo lo que había que hacer era darle al 
			hombre andino los conocimientos y las herramientas necesarias para 
			hacerse con el oro. 
			 
			Y así fue como, hacia el 2400 a.C. -justo como dijo Montesinos-, se 
			le dio a Manco Capac la varita de oro en Titicaca y se le envió a la 
			región del oro de Cuzco. 
			
			 
			¿Qué forma tenía y para qué servía esta varita mágica? Uno de los 
			más concienzudos estudios sobre el tema es Corona incaica, de
			Juan 
			Larrea. Analizando objetos, leyendas y representaciones pictóricas 
			de los soberanos incas, llegó a la conclusión de que era un hacha, 
			un objeto llamado Yuari, que, cuando se le entregó a Manco Capac, se 
			le dio el nombre de Tupa-Yuari, Hacha Real (Fig. 137a). Pero, ¿era 
			un arma o una herramienta? 
			 
			Para encontrar la respuesta, tendremos que ir al antiguo Egipto. El 
			término egipcio para «dioses, divino» era Neteru, «Guardianes», que, 
			no obstante, era el término que se utilizaba para designar a Sumer 
			(en realidad, Shumer) -«tierra de los guardianes»; y en las primeras 
			traducciones de los textos bíblicos y pseudobíblicos al griego, el 
			término 
			
			Nefilim (alias Anunnaki) se tradujo por «guardianes».  
			
			  
			
			El 
			jeroglífico de esta palabra era un hacha (Fig. 137b); E. A. Wallis 
			Budge (The Gods of the Egyptians), en un capítulo especial titulado 
			«El hacha como símbolo de Dios», llegó a la conclusión de que estaba 
			hecha de metal, y mencionó que el símbolo (como el término Neter) 
			se había tomado prestado de los sumerios. Y eso es, precisamente, lo 
			que se puede vislumbrar en la 
			Fig. 133. 
			
			  
			
			Figura 137 
			  
			
			Así se puso en marcha la civilización andina: 
			dándole al hombre 
			andino un hacha con la cual extraer el oro de los dioses. 
			 
			Los relatos de Manco Capac y de los hermanos Ayar marcan también, 
			con toda probabilidad, el fin de las fases mesopotámica y del oro en 
			Tiahuanacu. A continuación, hubo una pausa, que se prolongó hasta 
			que el lugar volvió a la vida como capital mundial del estaño. 
			Llegaron los casitas y empezaron a enviar estaño, o bronce ya hecho, 
			a través de la ruta del Pacífico. Con el tiempo, se pusieron en 
			marcha otras rutas.  
			
			  
			
			La existencia de poblaciones con una abundancia 
			sorprendente de objetos de bronce apunta a una posible ruta por el 
			río Beni, en dirección este, hasta la costa atlántica de Brasil, 
			para desde ahí, con la ayuda de las corrientes oceánicas, alcanzar 
			el Mar de Arabia y llegar a Egipto a través del Mar Rojo, o a 
			Mesopotamia a través del Golfo Pérsico.  
			
			  
			
			Pudo haber, y probablemente 
			hubo, una ruta a través del Imperio Antiguo y el río Urubamba, como 
			sugieren los emplazamientos megalíticos y el descubrimiento de un 
			trozo de estaño puro en Machu Picchu. Esta ruta llevaba al Amazonas 
			y al extremo nororiental de Sudamérica, para cruzar después el 
			Atlántico y llegar a África Occidental, y por último al 
			Mediterráneo. 
			 
			Y después, en el momento en que Mesoamérica alcanzó un mínimo de 
			poblaciones civilizadas, se ofreció una tercera alternativa más 
			rápida, a través del estrecho cuello de botella que establecía un 
			puente de tierra virtual entre el Océano Pacífico y el Atlántico 
			cruzando el Caribe -ruta que seguirían más tarde, pero al revés, los 
			conquistadores. 
			 
			Esta tercera ruta, la de la civilización olmeca, debió convertirse 
			en la preferida a partir del 2000 a.C, como se evidencia por la 
			presencia de mediterráneos, pues, en el 2024 a.C, los anunnaki, 
			dirigidos por Ninurta, destruyeron con armas nucleares el espaciopuerto del Sinaí, por temor a que cayera en manos de los 
			seguidores de Marduk. 
			 
			La mortífera nube nuclear avanzó imparable hacia el este por todo el 
			sur de Mesopotamia, devastando Sumer y su última capital, Ur. Y, 
			como si el destino lo hubiese decretado, la nube se desvió hacia el 
			sur perdonando a Babilonia; y Marduk, sin perder el tiempo, marchó 
			con un ejército de seguidores cananeos y amorreos, declarando la 
			realeza en Babilonia. 
			 
			Creemos que fue entonces cuando se tomó la decisión de conceder la 
			civilización a los seguidores africanos de Ningishzidda/Thot/Quetzalcóatl en su 
			reino centroamericano. 
			 
			Uno de los extraños estudios académicos que admiten que los olmecas 
			eran negroides africanos fue África and the Discovery of America, de 
			Leo Wiener, profesor de eslavo y otras lenguas en la Universidad de 
			Harvard. Basándose en los rasgos raciales y en otras 
			consideraciones, pero principalmente en el análisis lingüístico, 
			concluyó que la lengua olmeca pertenecía al grupo de lenguas mande, 
			que tuvieron su origen en el oeste de África, entre los ríos Niger y 
			Congo.  
			
			  
			
			Pero este estudio lo realizó en 1920, antes de que se 
			conocieran los restos de la verdadera época olmeca, por lo que 
			atribuyó su presencia en Mesoamérica a los marinos y los traficantes 
			de esclavos árabes de la Edad Media. 
			 
			Más de medio siglo tendría que pasar hasta que se abordara este tema 
			en otro importante estudio académico, Unexpected Faces in Ancient 
			America, de Alexander von Wuthenau. Con una gran aportación de 
			fotografías de rostros de semitas y negroides del legado artístico 
			de Mesoamérica, Wuthenau supuso que los primeros vínculos entre el 
			Viejo y el Nuevo Mundo se desarrollaron durante el reinado del 
			faraón egipcio Ramsés III (siglo XII a.C), y que los olmecas eran 
			cusitas de Nubia (la principal fuente de oro de Egipto).  
			
			  
			
			Pensó que 
			algunos otros negros africanos pudieron llegar a América a bordo de 
			«barcos fenicios y judíos», entre el 500 y el 200 a.C. Ivan van 
			Sertima, cuyo estudio They Came Before Columbus estableció un 
			puente sobre el vacío de medio siglo entre los dos trabajos 
			académicos anteriores, se inclinó por la solución cusita: fue cuando 
			los reyes negros de Kush ascendieron al trono de Egipto en el siglo 
			VIII a.C, conformando la vigesimoquinta dinastía, y comerciando con 
			plata y bronce que, probablemente como consecuencia de los 
			naufragios, dominaban en Mesoamérica. 
			 
			Esta conclusión vino propiciada por la idea de que las gigantes 
			cabezas olmecas eran, más o menos, de aquella época; pero ahora 
			sabemos que los comienzos de los olmecas se remontan al 2000 a.C. 
			Entonces, ¿quiénes fueron estos africanos? 
			 
			Sostenemos que los estudios lingüísticos de Leo Wiener son 
			correctos, pero no así su marco temporal. Cuando uno compara los 
			rostros de las colosales cabezas olmecas (Fig. 138a) con las de los 
			africanos occidentales (como éste del líder nigeriano, General I. B. Banagida -Fig. 138b), un puente de obvia similitud cruza el abismo 
			de los milenios.  
			
			  
			
			Es de esta parte de África de la que Thot pudo 
			llevarse a sus seguidores expertos en minería, pues es allí donde 
			son abundantes el oro, y el estaño y el cobre con los cuales alear 
			el bronce. 
			
			  
			
			Figura 138 
			  
			
			Nigeria es famosa por sus figurillas de bronce -fundidas con el 
			mencionado proceso de Cera Perdida- desde hace milenios; en unas 
			investigaciones recientes, en las que se ha hecho dataciones con 
			radiocarbono, se ha comprobado que las más antiguas pueden ser de 
			alrededor del 2100 a.C. 
			 
			También allí, en África Occidental, lo que hoy se conoce como Ghana, 
			recibió durante siglos el nombre de Costa de Oro, pues eso es lo que 
			era, una fuente de oro conocida incluso por los fenicios. Y después 
			tenemos la región del pueblo ashanti, famosa en todo el continente 
			por su orfebrería; entre sus trabajos se suelen ver objetos de oro 
			con la forma de pirámides escalonadas en miniatura (Fig. 139), en 
			unos países en donde no han existido nunca estas construcciones. 
			 
			Creemos que, cuando el orden en el Viejo Mundo quedó trastocado, 
			Thot se llevó consigo a sus seguidores expertos: para comenzar una 
			nueva vida, una nueva civilización y unas nuevas operaciones 
			mineras. 
			 
			Con el tiempo, como hemos demostrado, estas operaciones y esos 
			mineros, los olmecas, se trasladaron hacia el sur, primero a las 
			costas mexicanas del Pacífico, y luego, a través del istmo, a la 
			parte norte de América del Sur. Su destino final sería la región de Chavín, donde se encontrarían con 
			los mineros del oro de Adad, el 
			pueblo de la varita de oro. 
			
			  
			
			Figura 139 
			  
			
			La edad de oro de los Nuevos Reinos no duraría para siempre. Los 
			emplazamientos olmecas de México fueron destruidos; los mismos 
			olmecas y sus barbados compañeros tuvieron un fin brutal. La 
			cerámica mochica nos muestra a unos esclavizados gigantes y a unos dioses alados combatiendo con hojas de metal. El Imperio Antiguo 
			presenció choques tribales e invasiones, y en las alturas del Titicaca, las leyendas aymara recordarían a unos invasores que 
			subieron a las montañas desde la costa y mataron a los hombres 
			blancos que aún quedaban allí. 
			
				- 
				
				¿Sería esto el reflejo de los conflictos entre 
				los anunnaki, 
			conflictos en los cuales fueron involucrando cada vez más a la 
			humanidad?   
				- 
				
				¿O todo esto comenzó a suceder después de que los dioses 
			se fueran -navegando por el mar, ascendiendo al cielo? 
				 
			 
			
			Fuese lo que fuese que sucediera, lo que es cierto es que, con el 
			tiempo, los vínculos entre los Viejos y los Nuevos Reinos se 
			rompieron. En el Viejo Mundo, las Américas se convirtieron en no más 
			que un borroso recuerdo -insinuado por este o aquel autor clásico, 
			de los relatos de la Atlántida escuchados a los sacerdotes egipcios, 
			incluso de asombrosos mapas que dibujaban continentes desconocidos.  
			
			  
			
			¿Acaso era todo un mito, que hubiera tierras de oro y estaño más 
			allá de las Columnas de Hércules?  
			
			  
			
			Con el tiempo, los Nuevos Reinos 
			se convertirían en los Reinos Perdidos, al menos para los 
			occidentales. Allí, en los Nuevos Reinos, el pasado de oro se 
			convirtió sólo en un recuerdo legendario con el transcurso de los 
			siglos. Pero los recuerdos no morirían, y los relatos persistirían; 
			los relatos de cómo y dónde comenzó todo, de Quetzalcóatl y 
			Viracocha, de cómo volverían algún día. 
			 
			Cuando nos encontramos ahora con cabezas colosales, muros 
			megalíticos, emplazamientos abandonados, una solitaria puerta con un 
			dios llorón, nos debemos preguntar: ¿no tendrían razón los pueblos 
			de América al decirnos que aquellos dioses estuvieron entre ellos, 
			al esperar su regreso? 
			
			  
			
			Figura 140 
			  
			
			Pues, hasta que el hombre blanco llegó otra vez, trayendo con él el 
			caos, los pueblos de los Andes, donde todo comenzó, sólo podían 
			mirar en los vacíos recintos dorados y conservar la esperanza de ver 
			de nuevo, alguna vez, a su alado dios de las lágrimas de oro. 
			
			  
			
			
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