
	
	por Dr. Federico Fasano Mertens
	
	30 Marzo 2003
	del Sitio Web 
	RedVoltaire
	
	 
	
		
			
				
					
						
							
							
							Del incendio del 
							Reichstag al martes negro 11 de setiembre, pasando 
							por la demolición de la ONU y el Lebensraum 
							petrolero, culminando con la formidable blitzkrieg 
							dirigida por la Luftwage más mortífera de todos los 
							tiempos para ocupar Irak.
							
							 
							
							¿Habrá acaso también una 
							nueva Cancillería en ruinas?
 
						
					
				
			
		
	
	
	 
	
	
	
	La familia Bush. 
	
	De izquierda a derecha: 
	
	Barbara y George Bush senior, en sus brazos 
	
	George W. 
	con botas rojas de cowboy; 
	
	sus abuelos Dorothy y Prescott Bush.
	Photo Credit: George Bush Presidential Library 
 
	
	 
	
	El señor embajador de los Estados Unidos de 
	Norteamérica en Uruguay, Martin Silverstein, hace unos pocos días me envió 
	un comunicado acusando al diario La República, publicación que me honro en 
	dirigir, de carecer "de toda medida de integridad periodística" por comparar 
	a su presidente, George Bush con el canciller del Tercer Reich alemán, 
	Adolfo Hitler.
	
	No pude contestarle antes porque el acto de piratería internacional que su 
	país cometió al atacar con la más formidable maquinaria de matar que 
	recuerde la historia universal, a un pueblo indefenso y casi desarmado, me 
	obligó a destinar más tiempo que el rutinario en la preparación de las 
	ediciones especiales sobre la matanza. 
	
	 
	
	También me encontraba ocupado en 
	hacer condenar penalmente a torturadores uniformados que fueron entrenados 
	en EE.UU. y que me estaban calumniando, tarea esta que llevé a cabo con éxito 
	en estos días.
	
	Cuando el embajador me visitó hace no mucho tiempo en mi despacho comenté 
	con mis colaboradores que él era el embajador de EE.UU. más inteligente, 
	perspicaz y humorista que había conocido. 
	
		
		"Por fin - dije - un representante 
	del imperio con el que se puede discutir ideas fuera de los insulsos y 
	aburridos clichés con que nos intoxican en las reuniones que nos toca 
	compartir".
	
	
	Pero, lamentablemente para el embajador, su sagacidad no le impidió la 
	desdicha de tener que representar al presidente 43 de su nación, George Bush 
	(hijo), un fanático paranoico, intoxicado de mesianismo, con menos luces que 
	una babosa, borracho de poder como antaño fue borracho de alcohol y 
	condenado legalmente por ello el 4 de setiembre de 1976 cuando conducía 
	ebrio y a toda velocidad su automóvil, amonestado también por el famoso 
	predicador Graham que le dijo: 
	
		
		"Quien eres tú, para creerte Dios", 
		
	
	
	..., militante 
	de la Christian Right, la derecha cristiana tejana y sudista, un racista 
	enamorado de la pena de muerte, sobre todo contra los negros, en fin, el 
	peor presidente norteamericano de la última centuria, el que mayores 
	tragedias desencadenará sobre su propio pueblo, la contracara del homo 
	sapiens, la encarnación del homo demens.
	
	
	Y además misógino, como buen racista. Nadie puede olvidarse de las 
	humillaciones públicas a las que somete a su esposa Laura Bush. 
	
	 
	
	No es fácil 
	de olvidar el malestar de Laura cuando el presidente explicó a la prensa que 
	su esposa no lo estaba acompañando ese día,
	
		
		"porque ha llovido y ella 
	necesitaba barrer la entrada, porque mañana recibiremos al presidente de 
	China, Jiang Zemin, en nuestro rancho de Crawford (Texas)".
	
	
	Su compatriota, el anciano escritor Kurt Vonnegut no dudó en calificarlo del,
	
		
		"más sórdido y patético golpista de opereta que es dable imaginar".
	
	
	Pero vayamos al corazón del incidente. 
	
	 
	
	Que se quede el embajador de EE.UU. con 
	su patética desventura de tener que defender al más delirante de los 
	habitantes de la Casa Blanca y a mí con el honor de procesarlo con las armas 
	de la palabra.
	
	El tema es la comparación entre Adolfo Hitler y George Bush.
	
	Obvio es que existen diferencias. La primera de ellas es que el criminal de 
	guerra, genocida del pueblo judío y del pueblo soviético, ganó por 
	abrumadora mayoría los comicios alemanes, mientras que el criminal de guerra, 
	genocida del pueblo iraquí llegó al poder en forma fraudulenta, en medio del 
	mayor escándalo electoral de la historia norteamericana.
	
	Desde el punto de vista teórico la comparación entre Bush y Hitler es 
	correcta. 
	
	 
	
	Los cientistas han definido al nazismo como la dictadura 
	terrorista del capital financiero en expansión. Bush al ponerse al margen de 
	la ley e invadir a una Nación indefensa que no lo agredió, para quedarse con 
	su riqueza petrolera, la segunda mayor del mundo, y anunciar que después le 
	seguirán otras Naciones petroleras, se acercó a la definición de dictadura 
	terrorista del capital financiero. Aunque no le guste aceptarlo.
	
	George Bush ya llevaba en sus genes la raíz nazi.
	
	Su abuelo, Prescott Bush, era socio de Brown Brothers Harriman y uno de los 
	propietarios de la Union Banking Corporation. 
	
	 
	
	Ambas empresas jugaron un 
	papel clave en la financiación de Hitler en su camino hacia el poder alemán. 
	El gobierno norteamericano ordenó el 20 de octubre de 1942 la confiscación 
	de la Unión Ranking Corporation propiedad de Prescott Bush e incautó además 
	la Corporación de Comercio Holando-Estadounidense y la Seamless Steel 
	Corporation, ambas administradas por el banco Bush-Hamman. 
	
	 
	
	El 17 de 
	noviembre de ese mismo año, Franklin Delano Roosevelt confiscó, por 
	violación a la ley de comercio con el enemigo, todos los bienes de la Silesian American Corporation administrada por Prescott Bush. 
	
	
	 
	
	El bisabuelo 
	de nuestro George, el guerrero de Dios, Samuel Bush, padre del nazi Prescott 
	Bush, fue la mano derecha del magnate del acero Clarence Dillon y del 
	banquero Fritz Thyssen, quien escribió el libro I Paid Hitler (Yo financié a 
	Hitler), afiliándose en 1931 al partido nazi (Partido Obrero Nacional 
	Socialista Alemán).
	
	Y si el señor embajador tiene alguna duda sobre la espuria alianza de los 
	Bush con Hitler le ruego leer el lúcido ensayo de Víctor Thorn. 
	
	
	 
	
	Dice Thorn: 
	
	
		
		"Una parte importante de los cimientos financieros de la familia Bush fue 
	constituida por medio de su ayuda a Adolfo Hitler. 
		 
		
		El actual presidente de 
	Estados Unidos (2003), así como su padre (ex director de la CIA, vicepresidente y 
	presidente), llegaron a la cumbre de la jerarquía política norteamericana 
	porque su abuelo y padre y su familia política ayudaron y alentaron a los 
	nazis". 
	
	
	Todo esto sin contar las estafas y desfalcos de la familia Bush por 
	cuatro millones y medio de dólares al Broward Federal Savings en Sunrise, 
	Florida, o la estafa a millones de ahorristas del Banco de Ahorros Silverado 
	(Denver, Colorado).
	
	Bisabuelo nazi, abuelo nazi, padre que no tuvo tiempo de ser nazi porque ya 
	Hitler se había suicidado en los jardines de la Cancillería en ruinas, 
	aunque se benefició de la fortuna mal habida de sus ancestros.
	
	Pero no condenemos a nuestro homo demens por sus genes siniestros.
	
	Juzguémoslo sólo por sus obras. Y comparemos. Sólo comparemos.
	
	¿Cómo cree el señor embajador, que el delirante cabo austríaco alcanzó la 
	suma del poder público? Porque Hitler llega al poder en elecciones limpias 
	pero se encuentra con la Constitución de Weimar que le impone límites que su 
	omnipotencia le impide aceptar. Planifica entonces el incendio del Reichstag 
	y en una sola noche es ungido el decisor de la guerra o la paz.
	
	¿No le resultan conocidos esos hechos al señor embajador?
	
	La criminal demolición de las Torres Gemelas trajeron los mismos lodos que 
	el incendio del Reichstag.
	
	Obviamente no voy a cometer la osadía de afiliarme a la tesis de los que 
	acusan al grupo belicista bushiano de haber orquestado esa masacre o no 
	haberla impedido cuando sabían que se preparaba.
	
	No hay pruebas contundentes para tamaña afirmación aunque sí, múltiples 
	indicios de negligencia culpable o vastas sospechas que son alimentadas por 
	una férrea censura, sin precedentes en la democracia norteamericana moderna.
	
	Algún día, cuando el pueblo norteamericano recupere totalmente la libertad 
	de información e investigación sobre el martes negro del 11 de setiembre, 
	hoy acotadas por la ley patriótica aprobada con el único voto en contra de 
	una mujer, símbolo de la dignidad nacional norteamericana, 
	
		
			- 
			
			se podrá saber 
	por qué desoyeron los numerosos indicios y huellas dejadas por todo el país 
	anunciando el magnicidio
			 
			 
			- 
			
			se podrá saber por qué demoraron 80 
			minutos en despegar los aviones militares para interceptar las 
			aeronaves secuestradas cuando de inmediato se supo que los aviones 
			comerciales que habían despegado de Boston habían sido secuestrados 
			y se dirigían a Washington, cuando el manual prevé la intervención 
			de la Fuerza Aérea en caso de secuestros, en menos de 5 minutos
			 
			 
			- 
			
			se podrá saber por qué se ocultaron los restos del presunto avión que 
	impactó en el Pentágono
			 
			 
			- 
			
			se podrá saber por qué el director del servicio 
	secreto paquistaní inmediatamente después de reunirse en Washington con Tenet, el jefe de la CIA norteamericana, dispuso, y así lo informa el diario 
	conservador The Wall Street Journal, que Islamabad girara a EE.UU. la suma de 
	cien mil dólares para Mohammed Atta, jefe del operativo suicida contra las 
	Torres Gemelas de Nueva York. Sobre este dato aterrador está prohibido 
	investigar al suspenderse las libertades civiles en EE.UU. a partir de la 
			Ley Patriótica
			 
			 
			- 
			
			se podrá saber, en fin, por qué 15 de los 21 integrantes de los comandos 
	suicidas eran originarios de Arabia Saudita, el principal aliado de los 
			EE.UU. 
	en el golfo Pérsico. No había ni un sólo iraquí. Ni por casualidad.
			 
		
	
	
	Pero más allá de las sospechas, no hay duda que el descontrolado presidente 
	número 43 de EE.UU., ungido en elecciones fraudulentas, en medio de una 
	impresionante recesión sin salida a la vista, con el más bajo nivel de 
	popularidad inicial en un mandatario, pasó a dominar todo el escenario, a 
	recibir poderes inconcebibles en una democracia, siendo coronado Emperador vindicator para lavar la afrenta que los bárbaros infringieron a su pueblo.
	
	El incendio del Reichstag americano del 11 de setiembre brindó la gran 
	oportunidad de su vida a George Bush.
	
	La peor victoria electoral en EE.UU. de un presidente desde 1876 hasta 
	nuestros días se transformó en la mayor posibilidad histórica recibida por 
	belicista alguno para imponer al mundo el nuevo orden norteamericano.
	
	Así como Hitler lo primero que hizo fue rodearse de una pandilla de 
	facinerosos como él, fanatizados por el poder de la fuerza, como Goering, 
	Goebels, Himmler, Mengele, Eichman, el presidente texano buscó la coraza 
	protectora de una guardia de hierro, por momentos más belicista que él, que 
	le impiden la tentación de la duda y que portan como él una marca en el 
	orillo: todos son petroleros. 
	
	 
	
	El vicepresidente 
	
	Dick Cheney estuvo en el 
	grupo Halliburton Oil, el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld en la 
	petrolera Occidental, la Consejera de Seguridad Nacional, la solterona 
	despiadada Condoleeza Rice, que por una broma de la vida su nombre significa 
	"con dulzura", integró el directorio de Chebron y tiene buques petroleros 
	con su nombre. 
	
	 
	
	También la secretaria del Interior, Gale Norton está 
	vinculada al petróleo como Bush padre también lo estuvo en el 
	grupo 
	petrolero Carlyle y el actual presidente Bush hijo en la Harkins Oil.
	
	Este quinteto de la muerte que rodea al guerrero Bush, una verdadera 
	mafiocracia, al igual que el quinteto que se fusionó con Hitler, se nutrió 
	de una Biblia muy especial.
	
	En este caso la filosofía de Hegel, Nietzsche, Schopenhauer, que le dio vida 
	y pasión al creador del holocausto del siglo XX fue sustituida por 
	especímenes menos cultos y de menor prosapia intelectual, pero más 
	pragmáticos para el Hitler del siglo XXI.
	
	¿Cuáles son los autores de cabecera de esta pandilla belicista?
	
	El bostoniano Henry Cabot Lodge afirmando que,
	
		
		"en el siglo XIX ningún pueblo 
	igualó nuestras conquistas, nuestra colonización y nuestra expansión y ahora 
	nada nos detendrá". 
	
	
	Marse Henry Watterson declarando que 
	EE.UU. es,
	
		
		"una gran 
	república imperial destinada a ejercer una influencia determinante en la 
	humanidad y a modelar el futuro del mundo como no lo ha hecho nunca ninguna 
	otra nación, ni siquiera el imperio romano".
	
	
	O Charles Krauthammer quien hace muy poco, en 1999 escribió en 
	The 
	Washington Post: 
	
		
		"EE.UU. cabalga por el mundo como un coloso. Desde que Roma 
	destruyó Cartago ninguna otra gran potencia ha alcanzado las cimas a las que 
	hemos llegado. EE.UU. ha ganado la guerra fría, se ha puesto a Polonia y a la 
	República Checa en el bolsillo y después ha pulverizado a Serbia y 
	Afganistán. Y de paso ha demostrado la inexistencia de Europa".
	
	
	O Roberto Kaplan señalando que,
	
		
		"la victoria de los EE.UU. en la segunda guerra 
	mundial, al igual que la de Roma en la segunda guerra púnica, la convirtió 
	en una potencia universal".
	
	
	O el conocido historiador Paul Kennedy explicando que,
	
		
		"ni la Pax Británica, 
	ni la Francia napoleónica, ni la España de Felipe II, ni el Imperio de 
	Carlomagno, ni siquiera el Imperio romano pueden compararse al actual 
	dominio norteamericano. Nunca ha existido una tal disparidad de poder en el 
	sistema mundial".
	
	
	O el director del Instituto de Estudios Estratégicos Olín de la Universidad 
	de Harvard, profesor Stephen Peter Rosen afirmando que,
	
		
		"nuestro objetivo no 
	es luchar contra un rival, porque éste no existe, sino conservar nuestra 
	posición imperial y mantener el orden imperial".
	
	
	O el inefable 
	Zbigniew Brzezinski declarando que,
	
		
		"el objetivo de EE.UU. debe 
	ser el de mantener a nuestros vasallos en un estado de dependencia, 
	garantizar la docilidad y la protección de nuestros súbditos y prevenir la 
	unificación de los bárbaros".
	
	
	O el Presidente Wilson declarando en pleno Congreso de la Unión que,
	
		
		"le 
	enseñaría a las repúblicas sudamericanas a elegir buenos diputados".
	
	
	O el célebre Billy Sunday quien definía a un izquierdista latinoamericano 
	como,
	
		
		"un tipo con hocico de puerco espín y un aliento que haría huir a un 
	zorrino", agregando que si él pudiera "los amontonaría a todos en prisiones 
	hasta que se les salieran los pies por las ventanas".
	
	
	Escuchemos ahora al actual vicepresidente de los 
	EE.UU. Dick Cheney y al 
	secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, que junto con Dulzura Rice, forman 
	el triángulo belicista, más temible que el de las Bermudas.
	
	Dijo el vicepresidente Cheney ante esta guerra santa: 
	
		
		"EE.UU. no tiene que 
	enrojecer por ser una gran potencia y tiene el deber de actuar con fuerza 
	para construir un mundo a imagen de EE.UU.". 
	
	
	Mientras que el jefe del 
	Pentágono fue más claro, por si no lo entendimos. 
	
	 
	
	Rumsfeld dixit citando la 
	frase preferida de Al Capone: 
	
		
		"Se consigue más con una palabra amable y un 
	revólver que con sólo una palabra amable".
	
	
	Este lenguaje que nutre la epidermis y las neuronas de Bush es un lenguaje 
	encrático, autoritario, intimidante que conduce inevitablemente a la 
	perversión moral del fin justificando los medios. 
	
	 
	
	La característica esencial 
	del lenguaje de la banda Bush, similar al lenguaje nazi, es la 
	simplificación, el reduccionismo y la intimidación. El lenguaje de este 
	grupo depredador es un lenguaje esquemático, emocional, cargado de 
	prejuicios que incita a la exaltación de los sentimientos más nobles del 
	pueblo. 
	
	 
	
	No tengo dudas que Bush se nutre del lenguaje nazi.
	
	Bush no cree, como Hitler, en el Estado de Derecho que no es el Estado que 
	posee leyes sino el Estado que se somete, él mismo, al imperio de la ley y 
	no puede transgredirla por ninguna causa, y menos aún por la razón de 
	Estado. En nombre de la razón de Estado o de la Patria o de la seguridad 
	nacional se han cometido crímenes abominables.
	
	¿Qué diferencia entre el edificio intelectual de Bush y el de Hitler, 
	existen en el escenario de la razón de Estado? No creo que muchas. Salvo 
	diferencias de estilos, épocas y magnitud de fuerza y poder.
	
	El discurso de la banda Bush es el discurso del amo y del esclavo. No hay 
	diferencias con el discurso de la pandilla hitleriana.
	
	Uno es más amable que el otro. Aunque la historia está probando que el menos 
	amable fue menos mortífero.
	
	Civilización, barbarie, pacificación de los bárbaros, pueblo elegido y de 
	ahí a la raza elegida un solo paso. En fin ¿no nos hace acordar todo esto al 
	sicópata del bigotito?
	
	Y hablando del bigotito, es aleccionador el relato que un influyente asesor 
	de seguridad que vive en Washington le contó a la revista argentina "Noticias": 
	
	
		
		"Para bien o para mal, George Bush Jr. es el hombre indicado para esta 
	guerra. Nació para esto. La potencia que le viene de adentro lo hace temblar. 
		
		 
		
		Cuando uno está hablando con él en su despacho parece que se va a comer al 
	que tiene enfrente. Se sienta en el borde del sillón, casi sin apoyarse y 
	mueve los brazos como si no supiera qué hacer con ellos. Necesita acción".
	
	
	Vaya imitación de la gestualidad del dictador nazi. 
	
	
	 
	
	Aunque nunca es lo mismo 
	la flema de un vaquero texano pistola al cinto que la de un teutón cuasi 
	epiléptico que se atraganta con su furia y escupe al hablar y gesticular. El 
	cuerpo de Bush no escupe al hablar. 
	
	 
	
	Su alma, sí escupe, odio y violencia y 
	genera terror. Mas no le importa. Debe haberse aprendido el "oderint dum 
	metuant" del emperador Calígula ("Dejen que nos odien, basta con que nos 
	tengan miedo").
	
	La incontinencia emocional de Bush ya es un clásico y como el Adolfo, no 
	admite un NO. 
	
	 
	
	Su esposa Laura Bush recordó a la prensa que la primera vez 
	que le dijo a su esposo que no le gustaba uno de sus discursos, éste, muy 
	enojado, chocó su auto contra el muro de entrada del garaje de su casa.
	
	Se siente como el numen nazi, un enviado de Dios, a quien convoca en cuanta 
	oportunidad se presenta. Decretó que todas las reuniones de su Gabinete se 
	inicien con una oración religiosa. 
	
	 
	
	Y dice 
	
	haber consultado a 'Dios' para 
	atacar a Irak despreciando la posición de la mayoría de las naciones del 
	planeta y del 90% de los seres humanos. 
	
	 
	
	Trata de imitar al presidente 
	William McKinley invadiendo Filipinas para evangelizar a los nativos y 
	culpando a Dios que le dio la orden de entrar a patadas en ese país.
	
	Otra coincidencia en estas vidas paralelas, que hubiera hecho la delicia de 
	Plutarco, es que Bush y Hitler se hubieran salvado de ingresar a la galería 
	de los grandes bufones de la historia, de haber tenido un sicoanalista a 
	mano. A ambos un buen sicoanalista les habría ayudado a canalizar su libido 
	hacia menesteres más normales, sublimando el único afrodisíaco que tanto 
	Hitler como Bush conocen, que es el poder omnímodo y cruel sobre los demás.
	
	Sigamos viendo las similitudes entre el guerrero de la raza aria y el 
	guerrero de Dios como bien calificara Telma Luzzani, al exaltado texano.
	
	Bush proclama urbi et orbe la guerra preventiva. 
	
	 
	
	Dwight Eisenhower en 1953 
	no dudó al respecto: 
	
		
		"La guerra preventiva es un invento de Adolfo Hitler, 
	francamente yo no me tomaría en serio a nadie que me viniera a proponer una 
	cosa semejante".
	
	
	Pero ¿guerra preventiva contra quién? 
	
	 
	
	Bien es sabido que la primera víctima 
	de una guerra es la verdad. Y Bush lo primero que hace para fabricar su 
	guerra preventiva, tras el incendio del Reichstag, es mentir a lo Goebels a 
	un grado tan primitivo que nadie terminó creyéndole algo. 
	
	 
	
	Primero dijo que 
	Irak apoyaba a Al Qaeda. Cuando se comprobó el odio irreconciliable entre 
	Saddam Hussein y el ex empleado de EE.UU., Osama Bin Laden, Bush apeló a 
	incluir a Irak en la corriente fundamentalista musulmana. Difícil de creer 
	en el país más laico del mundo árabe. 
	
	 
	
	Apelaron entonces a la existencia de 
	armas de destrucción masiva. Afirmaron que Irak no iba a permitir las 
	inspecciones y cuando las permitió, aseveraron que no iba a dejar entrar a 
	la ONU en los Palacios y otros lugares preservados. Cuando también se reveló 
	que tal negativa era falsa, dijeron que las armas estaban bien ocultas. 
	
	
	 
	
	Finalmente no encontraron ni una sola. 
	
	 
	
	Cuando todos los argumentos fueron 
	sepultados pidieron la renuncia o el exilio de Saddam Hussein y admitieron 
	la única verdad real: queremos ocupar el territorio iraquí pese a quien pese 
	y decidir quién lo va a gobernar. Democracia planetaria que le dicen. La 
	misma operación de desinformación que Hitler lanzó contra Checoslovaquia, 
	Austria y Polonia. Las mismas excusas que iban cambiando a medida que se 
	derrumbaban.
	
	Otra similitud es el desprecio por la comunidad internacional y por la 
	opinión pública mundial. 
	
	 
	
	Hitler destruyó la Sociedad de Naciones creada en 
	1919. Bush hizo trizas las Naciones Unidas, concitando en su contra la mayor 
	oposición a un país desde la fundación de la ONU: 170 países no apoyan la 
	guerra contra sólo 30, la mayoría de éstos sin peso alguno y procedentes de 
	la desarticulada Unión Soviética, que se venden al mejor postor. 
	
	 
	
	A Bush, 
	como a Hitler, no lo paró ni la mayor derrota diplomática de los EE.UU. desde 
	que se fundó la ONU. 
	
	 
	
	A Hitler jamás le importó el odio y el rechazo de los 
	pueblos del mundo entero. Bush intenta superar al teutón. Las 
	manifestaciones en su contra sin precedentes en el planeta, son música 
	guerrera para sus oídos wagnerianos. Lo enfrenta el espíritu de Seattle que 
	fundó en 1999 el movimiento antiglobalizador y pacifista más imponente de la 
	historia universal. Nada lo detiene.
	
	Indignaba ver el destrato de que hacía objeto al jefe de inspectores de la 
	ONU, Hans Blix, con sus 75 años a cuestas, nacido en la maravillosa y helada 
	Uppsala de la Suecia socialdemócrata, un digno seguidor de las tradiciones 
	democráticas del mártir, Olof Palme.
	
	El desprecio hacia la gente y sus derechos es el motor de su humanismo. 
	
	
	 
	
	Escuchemos al mariscal Goering en el juicio de Nuremberg:
	
	
		
		"Naturalmente la 
	gente común no quiere la guerra, pero después de todo, son los dirigentes de 
	un país los que determinan la política y siempre es un asunto sencillo el 
	arrastrar al pueblo. 
		 
		
		Ya sea que tenga voz o no, al pueblo siempre se le 
	puede llevar a que haga lo que quieren sus gobernantes. Es fácil. Todo lo 
	que uno debe hacer es decirles que están siendo atacados y denunciar a los 
	pacifistas por su falta de patriotismo y porque exponen el país al peligro". 
		
	
	
	Fue el nazi Goering el que lo dijo en 1945, no fue George Bush.
	
	 
	
	La 
	diferencia entre Goering y Bush es que el nazi lo dijo en alemán y Bush lo 
	dijo en inglés. La invasión de una nación soberana que no lo agredió 
	necesitaba una legitimación ética aunque ilícita: 
	
		
		derrocar al tirano Hussein 
	e imponer a sangre y fuego un gobierno democrático y popular. 
	
	
	Suena lindo, 
	aunque la comunidad internacional y sus normas sea el precio que haya que 
	pagar. 
	
	 
	
	Pero no es cierto. Nadie duda que Saddam Hussein es un dictador 
	siniestro que ha asesinado a su pueblo y que su partido socialista Baath, de 
	socialista no tiene nada. 
	
	 
	
	Pero quién puede creerle a Bush que va a instaurar 
	la democracia iraquí cuando sus predecesores menos nazis que él, invadieron 
	y ocuparon durante años y años naciones soberanas e instalaron dictaduras 
	feroces que defendieron contra sus propios pueblos como Somoza en Nicaragua, 
	Duvalier en Haití, Trujillo en República Dominicana. 
	
	 
	
	Tanto como los 
	regímenes títeres y despóticos que impusieron los nazis en los países que 
	ocuparon, incluida la Francia antigaullista del mariscal Petain.
	
	Así como Hitler invadió Europa en busca de su Lebensraum, de su expansión 
	territorial y de las urgentes materias primas que necesitaba para el 
	desarrollo alemán y la construcción del nuevo imperio germano que vengara la 
	afrenta del Tratado de Versalles, Bush va en busca también de su propio 
	Lebensraum. 
	
	 
	
	Un Lebensraum que en el mundo globalizado de hoy no se mide más 
	por kilómetros de territorios físicamente ocupados sino por el dominio 
	económico y político que se ejerce sobre ellos dirigido a distancia desde 
	los centros financieros internacionales.
	
	Los objetivos del nuevo Hitler son múltiples. 
	
	 
	
		
			- 
			
			En primer lugar apoderarse del 
	tanque de gasolina del capitalismo mundial que no otra cosa es el Golfo 
	Pérsico. 
			 
			
			Bush sabe que en 10 años el petróleo que produce su país, 
	locomotora productiva del mundo, se agotará irremediablemente. En 40 años no 
	existirá más petróleo en el planeta. Es una carrera contra reloj. Según Statistical Review disminuye en forma alarmante el descubrimiento de 
	reservas energéticas. 
			 
			
			La última década creció sólo un 5% contra el 45% de la 
	década anterior. El 65% de las reservas están ubicadas en Medio Oriente. 
			EE.UU. consume 20 millones de barriles por día de los 77 millones que se 
	producen a diario en el mundo, de los cuales sólo 10 millones es producido 
	por los propios norteamericanos, que dependen de los demás para seguir 
	siendo una potencia imperial. 
			 
			
			El objetivo del ataque a Irak, segunda reserva 
	mundial de petróleo, es controlar esos depósitos, controlar su precio y 
	controlar su producción. Qué armas ocultas ni qué otra cosa. 
			 
			
			Como dice 
	Galeano, si Irak produjera rabanitos en lugar de petróleo, ¿a quién se le 
	ocurriría invadir ese país?
Para Bush el petróleo está servido. Falta sólo tomarlo. No sabe aun que 
	puede atragantarse.
 
 
			- 
			
			La segunda jugada de Bush es disciplinar a su aliado, Arabia Saudita, primer 
	productor mundial de petróleo y máxima reserva energética del mundo, cuyos 
	precios no le sirven a EE.UU. 
			 
			 
			- 
			
			El tercer objetivo como reveló en febrero de 
	este año el subsecretario de Estado, John Bolton, es 
			invadir a Irán y 
			
			a 
	Siria, que forman junto con Corea del Norte el "eje del mal", y si la 
	coyuntura es favorable, 
			
			incluir a Libia en el santa santorum. 
			
			 
			 
			- 
			
			El cuarto paso 
	es destruir la OPEP y apoderarse de los combustibles fósiles del mundo. 
			
			 
			
			Si 
	no expropia los fósiles y no encuentra a tiempo alternativas energéticas, el 
	capitalismo norteamericano deberá modificar el modelo de consumo de su 
	pueblo y con ello puede perder el punto de apoyo de su hegemonía mundial. 
			
			 
			 
			- 
			
			El 
	quinto objetivo son los suculentos negocios de la reconstrucción de Irak 
	sobre el que se lanzaran muchas de las 500 transnacionales que dominan el 
	mundo, la mayoría norteamericanas. 
			 
			 
			- 
			
			No menos importante es el sexto objetivo, 
	que se nutre en las enseñanzas de lord Keynes, utilizando la industria 
	bélica para superar la honda recesión en que está hundida la economía 
	norteamericana, con crecimiento cero. 
			 
			
			No olvidemos que una guerra se gana no 
	cuando se impone la supremacía militar sobre el adversario sino cuando se 
	obtienen los réditos económicos que son la razón última de su 
	desencadenamiento.
 
 
		
	
	
	No podemos dejar de mencionar un último objetivo y quizás el más importante 
	de esta guerra: 
	
		
		imponer la supremacía del dólar frente al euro que en los 
	últimos tiempos le está dando una paliza al dólar en frentes inesperados, 
	poniendo en peligro el privilegio del peso norteamericano en la 
	comercialización del crudo.
	
	
	El dólar se depreció en los últimos meses con 
	relación al euro, un 17%, cifras inimaginables desde la creación de la 
	moneda única europea. Incide en esta depreciación la decisión iraquí de 
	pasar 10 billones de dólares de sus reservas a la moneda común europea, 
	provocando un sismo en el dólar. 
	
	 
	
	Esta es otra de las razones del ataque a 
	Irak, intentando que un gobierno títere haga retornar los 10 billones de 
	dólares iraquíes al área del dólar. 
	
	 
	
	También Rusia está operando el petróleo 
	en euros y además Irán y varios países de la OPEP están analizando si 
	también abandonan el dólar y se pasan al euro. 
	
	 
	
	Los economistas estiman que 
	si esto ocurre se producirá una depreciación inusitada del dólar, 
	desplomándose el valor de los activos norteamericanos, acercando al gigante 
	con pies de barro a un colapso económico como en la década de los 30.
	
	La invasión tiene su antecedente más raigal en la necesidad de un nuevo 
	reparto del mundo al fracasar los acuerdos de la tríada (EE.UU., Europa y 
	Japón) en 1998 en la reunión de la OCDE en París y en 1999 en la reunión de 
	la OMC en Washington. 
	
	 
	
	No hubo acuerdo en el reparto del mercado mundial 
	asediado por la disminución del porcentaje del Producto Mundial Bruto que 
	llegó hasta el 50% concentrado en las manos de la tríada y sus 
	transnacionales al finalizar el siglo.
	
	 
	
	El fracaso del neoliberalismo en 
	seguir manteniendo la máxima tasa de explotación de las naciones 
	dependientes, la fatiga y la decadencia de la hegemonía unipolar y la 
	posibilidad no muy lejana de una crisis mundial que transforme a la 
	arrogante dominación de hoy en una hegemonía en harapos, se encuentra en las 
	raíces de este acto de piratería internacional.
	
	Europa no aceptó los términos del reparto y embistió con su euro. EE.UU. 
	replicó con la razón de las bestias y si logra el control de los lagos 
	negros tendrá crudo barato y abundante mientras sus aliados lo recibirán 
	caro y en cuentagotas haciendo sufrir a sus economías.
	
	Ese es el plan guerrero. La misma razón de dominio económico que lanzó a 
	Hitler en los brazos de Marte, al grito de "ocupar, administrar, explotar". 
	De ahí a que Bush pueda cumplirlo hay un gran trecho. Sobre todo teniendo en 
	cuenta que esta guerra por primera vez la afrontará económicamente solo. La 
	anterior invasión a Irak, legitimada por la comunidad internacional, la 
	pagaron todas las naciones. 
	
	 
	
	Esta invasión ilícita, crimen de lesa humanidad 
	contra el mundo civilizado, la pagará sólo EE.UU. y un pequeño porcentaje, la 
	Inglaterra del renegado Blair. Y es mucho dinero. 
	
	 
	
	Suficiente como para 
	desestabilizar aún más al dueño de la maquinita de fabricar dólares, 
	instalada en el Departamento del Tesoro de la nación más endeudada del 
	planeta: los EE.UU. de Norteamérica.
	
	Trazados los objetivos reales, Bush y su banda de halcones patentaron la 
	estrategia militar nazi: la famosa "Blitzkrieg" con que los nazis asolaron 
	Europa, en la modalidad de guerra relámpago con ataques combinados de divisiones 
	enteras de tanques Panzers apoyados por oleadas de aviones y piezas de 
	artillería. 
	
	 
	
	Los tiempos cambiaron y la blitzkrieg nazi se transformó en 
	hiperblitzkrieg norteamericana, pero la modalidad inventada por los 
	mariscales de Hitler es la misma que aplica Bush, aunque con una potencia de 
	fuego mil veces superior.
	
	Otra similitud es la desproporción de fuerzas. 
	
	 
	
	La invasión nazi a Checoslovaquia o a Polonia donde la caballería polaca se enfrentaba a los 
	tanques alemanes y era diezmada previamente por la aviación, no es nada 
	comparado con el poder de fuego infernal de la más poderosa trituradora 
	tecnológica de la historia. 
	
	 
	
	Es como si los polacos se defendieran con hondas 
	frente a la Luftwage de Goering. En la primera invasión a Irak, los iraquíes 
	tuvieron 120 mil bajas contra sólo 137 norteamericanos muertos y 7 
	desaparecidos. 
	
	 
	
	Salvo la Guardia Republicana de Saddam, el resto del ejército 
	iraquí son famélicos campesinos sin entrenamiento, ni tecnología, ni 
	armamento adecuado, el que se enfrentará a más de 300 mil soldados 
	entrenados año tras año para matar sin dudar.
	
	¿Qué puede hacer un país que tiene un presupuesto militar de 1.400 millones 
	de dólares contra otro que destina 400.000 millones de dólares anuales en 
	sus Fuerzas Armadas? 
	
	 
	
	Y por si fuera poco Bush acaba de pedir otros 75.000 
	millones de dólares para la propina de esta masacre. Promete a cambio que el 
	botín de guerra compensará con creces la inversión.
	
	Antes de comenzar la matanza el ejército iraquí fue desangrado como se hace 
	con los toros de lidia por los piqueteros apenas entran en la arena, para 
	que el matador corra menos riesgos. 
	
	 
	
	Una década de sanciones económicas, de 
	embargos, carente de repuestos, sin aviones, con escasos tanques, con pocas 
	baterías antiaéreas y sólo equipado con los viejos fusiles de asalto AK 47, 
	ha puesto de rodillas al toro iraquí. El torero sólo tiene que hundir su 
	espada hasta el fondo y esperar la agonía.
	
	Las últimas noticias del frente, sin embargo, revelan que desangrado y todo, 
	el toro está dispuesto a vender cara su vida.
	
	El vagabundo vienés devenido en profeta de la raza aria, Adolfo Hitler, 
	embistió sin respetar los grandes tesoros de la humanidad, destruyendo 
	ciudades prodigiosas, culturas irrecuperables y fantásticos monumentos 
	creados por el hombre a lo largo de los siglos.
	
	Imitando al protegido de su familia, George Bush entra a sangre y fuego en 
	la cuna de la humanidad, en el Mesos Potamos que así se llamaba Irak hace 8 
	mil años, "tierra entre ríos", donde se fundó el primer estado, la primera 
	civilización agraria y se inventó la escritura cuneiforme. 
	
	 
	
	En la tierra de 
	la legendaria biblioteca de Nínive, la de la Torre de Babel, la de los 
	jardines colgantes de Babilonia, entre el Eufrates y el Tigris, Bush se 
	lanza inmisericorde en la primera guerra preventiva del siglo XXI.
	
	Deberá responder también por los tesoros culturales que arrase. Su homo demens tendrá que rendir cuentas al homo sapiens. Como Hitler la tuvo que 
	rendir ante la historia y sus secuaces ante Nuremberg.
	
	El señor embajador de los EE.UU. en Uruguay, dice en su comunicado contra el 
	diario LA REPUBLICA, que está consternado por la comparación de su 
	presidente con Hitler, explicando que lo que está haciendo Bush en Irak es 
	lo mismo que hizo EE.UU. al liberar a Europa del nazismo. 
	
	 
	
	Creo que es un 
	insulto a la inteligencia comparar al brillante creador del New Deal, 
	Franklin Delano Roosevelt, con este energúmeno del poder que en nombre de 
	las ideas mata las ideas, pero con los hombres adentro.
	
	Roosevelt ingresó a la guerra con la legitimidad que le daban todos los 
	pueblos que se enfrentaron a la barbarie nazi, el primero de ellos el pueblo 
	soviético que ofrendó en el altar del Moloch germano, 30 millones de sus 
	mejores hombres, mujeres y niños, que dieron su vida para cambiar el curso 
	de la guerra, hasta ese momento victoriosa para el Tercer Reich.
	
	Bush hace lo mismo que Hitler no lo mismo que Roosevelt. 
	
	 
	
	Bush viola todas 
	las leyes internacionales, se enfrenta a las Naciones Unidas e invade al 
	igual que Hitler a una nación cuasi-desarmada que no lo agredió en momento 
	alguno.
	
	Conviene precisar además ante la afirmación de que EE.UU. liberó Europa y más 
	allá de la heroica entrega de vidas de los soldados norteamericanos en 
	guerra con el Führer alemán, que el ingreso a la conflagración fue muy 
	tardío, casi al final del conflicto cuando ya Alemania estaba desgastada por 
	la resistencia soviética que enfrentó sola al 95% del potencial bélico nazi 
	concentrado en el frente oriental. 
	
	 
	
	EE.UU. fue el único beneficiado con la 
	segunda guerra mundial. Durante y después del conflicto. 
	
	 
	
	Durante, como bien 
	explica Heinz Dieterich en LA REPUBLICA, porque desarrolló lejos de los 
	campos de batalla su industria y agricultura aumentando los salarios reales 
	de 1941 a 1945 en un 27% generando 17 millones de nuevos puestos de trabajo 
	y ofreciendo en 1944 más productos y servicios a su población que antes de 
	la guerra.
	
	Y después de la guerra cobró diez por uno su participación, y en Yalta se 
	erigió como la potencia más fuerte del planeta, desplazando a Inglaterra, 
	aunque temiendo a la Unión Soviética, su nuevo contrapeso histórico.
	
	Y así como decimos que es un insulto comparar a Bush con Roosevelt conviene 
	precisar que tampoco confundimos a los padres fundadores de la democracia 
	norteamericana, esos héroes de la libertad, a George Washington, a Abraham 
	Lincoln, a Thomas Jefferson, con este pedagogo del crimen, patán de la 
	muerte, que al hablar por televisión no puede ocultar el gesto taimado de 
	los cobardes. 
	
	 
	
	Charles De Gaulle, ese valiente rebelde de la Francia antinazi, 
	le preguntaba al gran filósofo Jean Guitton,
	
		
		¿Qué es la cobardía maestro? 
	
	
	Y 
	ese nido de sabiduría le contestaba: 
	
		
		"La cobardía, general, es buscar la 
	aprobación y no la verdad; las condecoraciones y no el honor, el ascenso y 
	no el servicio; el poder y no la salud de la humanidad". 
	
	
	Qué bien se le 
	aplica esta respuesta a nuestro nuevo Hitler que dice defender los derechos 
	humanos de los iraquíes mientras se especializa en convertirlos en desechos 
	humanos!
	
	Qué nos puede extrañar esta conducta en un gobernante que se resiste a 
	salvar al planeta de la devastación negándose a firmar los protocolos de 
	Kyoto aprobados unánimemente por la comunidad internacional. 
	
	 
	
	Un gobernante 
	que rechazó el control de armas bacteriológicas porque estimó que el acuerdo 
	para evitar la proliferación de estos arsenales era perjudicial para su país. 
	Un gobernante que exige a las naciones independientes que firmen un 
	documento en el cual renuncian a su derecho a juzgar a ciudadanos 
	norteamericanos por delitos cometidos en el extranjero. 
	
	 
	
	Un gobernante que se 
	niega a firmar y a participar en la Corte Penal Internacional creada 
	recientemente por la comunidad mundial para juzgar los crímenes de lesa 
	humanidad. 
	
	 
	
	En este rechazo a una institución aprobada por más de 190 países 
	y sólo 7 en contra coincidió su voto con el del invadido Irak quien tampoco 
	quiere que exista en el mundo una Corte Penal integrada por 18 juristas 
	independientes para impedir legalmente que se sigan cometiendo los crímenes 
	de guerra que tanto los gobiernos de EE.UU. y de Irak han cometido.
	
	Qué se puede esperar de un gobernante que en su propio país, cuna de 
	tradiciones democráticas, ha suspendido los derechos civiles, ha instaurado 
	la censura, las listas negras, la eliminación del habeas corpus, derecho por 
	el que dieron la vida tantas generaciones, imponiendo los juicios 
	clandestinos, las cárceles secretas y el delito de opinión, aproximando a su 
	sociedad a la noche negra del macartismo más anacrónico.
	
	Pese a todo logra hoy una importante mayoría silenciosa en su propio país a 
	favor del horror de la guerra, en medio de un gigantesco apagón intelectual 
	en la sociedad norteamericana, empujada por la desinformación, la 
	deformación de la realidad como sistema, el legítimo dolor del ataque 
	criminal contra las Torres Gemelas que segó la vida de 4 mil seres humanos, 
	y por un nacionalismo atizado por el tartufo de la Casa Blanca. 
	
	 
	
	El 
	nacionalismo y el falso patriotismo es otro de los eslabones que unen a Bush 
	y a Hitler. Ese tipo de nacionalismo es el último refugio de los canallas y 
	se apoya en la cultura de los incultos.
	
	Albert Einstein lo describía bien:
	
		
		"El nacionalismo es una enfermedad 
	infantil, el sarampión de la humanidad".
	
	
	Pero ya comienza a crecer, desde el pie, desde la raíz, un movimiento 
	popular, en las mejores tradiciones civilistas del pueblo norteamericano, 
	para expresarse en las grandes ciudades, para parar con la energía moral que 
	da la razón, a este asesino serial que está construyendo la mayor iniquidad 
	bélica de las últimas décadas.
	
	Y el pueblo norteamericano, aunque lentamente, comienza a comprender que,
	
		
		"la 
	libertad no puede ser fecunda para los pueblos que tienen la frente manchada 
	de sangre".
	
	
	¿Quién se anima a parar a este sicópata? Es la pregunta que circula por todo 
	el planeta.
	
	Las Naciones Unidas no pudieron. La OTAN tampoco. Sus aliados europeos 
	fueron desairados y humillados.
	
	Pero, desde el fondo mismo de la historia comienza a incubarse el antídoto. 
	Todos los imperios y sus profetas se han ido deslizando de victoria en 
	victoria hacia su derrumbe final. 
	
	 
	
	Y 
	
	este imperio y su emperador, al que poco 
	le importa ganarse la mente y los corazones de los pueblos del mundo, que es 
	sordo o finge demencia ante la inmensa rebelión del sentido común, ante ese 
	gran aullido de las sociedades surgido del vientre exasperado de las 
	multitudes que se han lanzado a las calles en todo el mundo clamando por la 
	paz y el cese de la matanza, no tendrá finalmente más remedio que entender 
	que en esta cruzada, al vencedor sólo le pertenecerán los despojos.
	
	Los hombres como Bush creen que los crímenes se entierran. Está equivocado. 
	Los sobreviven.
	
	La gente está harta de violencia. Harta de las vendettas miserables de unos 
	contra otros. Y quiere poner fin al tiempo de los asesinos. Y si la llevan a 
	callejones sin salida, reaccionará.
	
	El discurso siniestro del amo y del esclavo termina casi siempre con la 
	ferocidad del esclavo que ya nada tiene que perder. Espartaco dixit.
	
	La protesta no cede en todos los rincones del planeta. No ha habido un 
	imperio tan huérfano de apoyo como el que encarna hoy este morfinómano del 
	poder.
	
	Y este inmenso movimiento mundial contra Bush sólo comparable al movimiento 
	mundial contra Hitler, tiene a su favor el clásico estrabismo de los 
	mesiánicos, que les impide ver la realidad. El estrabismo es una disposición 
	viciosa de los ojos por el cual los dos ejes visuales no se dirigen a la vez 
	al mismo sujeto. Ven la realidad deformada.
	
	El murmullo de millones puede transformarse en el brazo que pare esta locura.
	
	No hay que tenerle miedo a estos gigantes que ignoran las leyes de la 
	historia. Aplican la astucia más que la inteligencia. Ello los remite al 
	mundo dinosáurico. Esos gigantescos animales que desarrollaron cuerpos 
	enormes y una cabeza diminuta. Cuando vino la hecatombe sus pequeñas cabezas 
	no pudieron inventar la mutación. Sí lo hicieron los mosquitos.
	
	Hay un refrán alemán que refiriéndose a Hitler decía que,
	
		
		"cuando veas a un 
	gigante, examina antes la posición del sol, no vaya a ser la sombra de un 
	enano". 
	
	
	No sabemos aún cuánto de gigante y cuánto de enano tiene nuestro 
	nuevo Hitler.
	
	Recuerden a Gandhi, ese incendio moral que alertó a las conciencias. Sólo 
	con su voz y su conducta por la no violencia puso de rodillas al mayor 
	imperio de su época.
	
	Gandhi decía que lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el 
	silencio de la gente buena. Ese silencio hoy no existe.
	
	Todos los pueblos, de los países ricos y de los países pobres, gobernados 
	por la derecha o por la izquierda, todos, todos, con excepción del que 
	habita en el país agresor, que comienza ya a desperezarse, han tomado 
	conciencia de que por primera vez en el siglo XXI la guerra como una cruzada 
	irracional puede cambiar la humanidad. 
	
	 
	
	Sabe que una guerra injusta es una 
	catástrofe que paraliza el encuentro del hombre con la humanidad. Y une sus 
	manos planetarias para decirle al sicario de la Casa Blanca, que hay una 
	vida y una raza menos sórdida que la suya. 
	
	 
	
	Y que vale la pena ponernos de 
	pie para defenderla. 
	
	 
	
	Esa es mi respuesta, señor embajador...