Red Voltaire: Profesor Scott, sabiendo que su trabajo no dispone aún de la
notoriedad que debería tener el mundo francófono, ¿pudiera usted comenzar
proporcionándonos una definición de qué es la «la Política profunda» (Deep
Politics) y explicándonos la diferencia entre lo que usted llama el «Estado
profundo» y el «Estado público»?
Peter Dale Scott: La expresión «Estado profundo» viene de Turquía.
Hubo que inventarla en 1996, después del accidente de un auto Mercedes que
rodaba a toda velocidad y cuyos pasajeros eran un miembro del parlamento,
una reina de belleza, un importante capitán de la policía local y el
principal traficante de droga de Turquía, quien dirigía además una
organización paramilitar -
los Lobos Grises - que asesinaba gente.
Se hizo
entonces evidente que existía en Turquía una relación secreta entre la
policía - que oficialmente estaba buscando al hombre que finalmente se
encontraba en aquel auto con un jefe de la policía - y aquellos individuos,
que cometían crímenes en nombre del Estado.
El Estado para el que se cometen crímenes no es un Estado que puede mostrar
su propia mano al público. Es un Estado escondido, una estructura secreta.
En Turquía lo llamaron el «Estado profundo»
[1], y yo mismo venía hablando
desde hace tiempo de «Política profunda», así que utilicé esa expresión en
mi libro «La Route vers le Nouveau Désordre Mondial»
(El Camino hacia el Nuevo Desorden Mundial).
Yo definí la política profunda como el conjunto de prácticas y de
disposiciones políticas, intencionales o no, habitualmente criticadas o no
mencionadas en el discurso público, además de no reconocidas.
O sea que la
expresión «Estado profundo» - concebida en Turquía - no es cosa mía.
Se
refiere a un gobierno paralelo secreto organizado por los aparatos militares
y de inteligencia, financiado por la droga, que se implica en acciones de
violencia de carácter ilícito para proteger el estatus y los intereses del
ejército de las amenazas que representan los intelectuales, los religiosos y
en ocasiones el gobierno constitucional.
En en libro La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, yo adapto un poco esa
expresión para referirme a la más amplia conexión que existe, en Estados
Unidos, entre el Estado público constitucionalmente establecido, por un lado,
y las fuerzas profundas que se mueven en segundo plano de ese Estado: las
fuerzas de la riqueza, del poder y de la violencia que están fuera del
gobierno.
Esa conexión podríamos llamarla la «puerta trasera» del Estado público, [puerta]
que sirve de acceso a fuerzas oscuras situadas fuera del marco legal.
La analogía con Turquía no es perfecta ya que lo que actualmente hemos
podido observar en Estados Unidos no es tanto una estructura paralela si no
más bien una amplia zona o ambiente de contactos entre el Estado público y
fuerzas oscuras invisibles.
Pero esa conexión es considerable, y se necesita
una apelación como «Estado profundo» para describirla.
Red Voltaire: Usted escribió su libro,
La Route vers le Nouveau Désordre
Mondial, en momentos en que el
régimen de Bush se hallaba en el poder y
después lo reactualizó con vistas a la traducción al francés.
¿Piensa usted
que el Estado profundo se ha debilitado, lo cual favorecería al Estado
público, como resultado de la elección de
Barack Obama? ¿O, por el contrario,
se ha reforzado con la crisis y con la actual administración?
Peter Dale Scott:
Después de 2 años de presidencia de Obama, tengo que
llegar tristemente a la conclusión que la influencia del Estado profundo, o
más exactamente de lo que yo llamo en mi último libro «La Máquina de Guerra
estadounidense» (American War Machine), ha seguido extendiéndose, como lo ha
hecho bajo cada presidente de Estados Unidos desde la época de Kennedy.
Un importante síntoma de ello es la manera en que Obama, a pesar de su
retórica de campaña, ha seguido ampliando el campo de aplicación del secreto
dentro del gobierno de Estados Unidos y como ha seguido castigando a quienes
lanzan llamados de alerta:
su campaña contra
WikiLeaks y contra Julian
Assange, quien ni siquiera ha sido inculpado aún por el menor crimen, no
tiene precedentes en la historia de Estados Unidos.
Yo sospecho que el miedo
a la publicidad que se percibe en Washington viene de que existe la
conciencia de que las políticas de guerra de Estados Unidos están cada vez
más desvinculadas de la realidad.
En Afganistán,
Obama parece haber capitulado ante los esfuerzos del general Petraeus y de otros generales que querían garantizar que las tropas
estadounidenses no comenzaran a retirarse de las zonas de combates en 2011,
como había adelantado Obama cuando autorizó un aumento del número de
soldados en 2009.
El último libro de Bob Woodward, que se titula
Obama’s
Wars (Las guerras de Obama), reporta que durante aquel largo combate que se
produjo dentro de la administración para determinar si había que decidir una
escalada militar en Afganistán, Leon Panetta, el director de la CIA, le
aconsejó a Obama que,
«ningún presidente democrático puede ir en contra de
los consejos del ejército… Así que hágalo. Haga lo que ellos le dicen.»
Obama dijo recientemente a soldados estadounidenses en Afganistán:
«Ustedes
cumplen sus objetivos, ustedes tendrán éxito en su misión».
Este eco de
testimonios anteriores - tontamente optimistas - de Petraeus muestra por qué
no se hizo en la Casa Blanca una evaluación realista del desarrollo de la
guerra en diciembre de 2010, a pesar del mandato recibido inicialmente.
Al igual que
Lyndon Johnson antes que él, el presidente está atrapado ahora
en un cenagal que no se atreve a perder, y que amenaza con extenderse a
Pakistán así como a Yemen, si no más lejos aún.
Yo sospecho que las fuerzas
profundas que dominan los dos partidos políticos son ahora tan poderosas,
tan coincidentes, y por sobre todo están tan interesadas en las ganancias
que la guerra genera, que un presidente está más lejos que nunca de oponerse
a ese poder, ni siquiera ahora cuando se hace cada vez más evidente que la
era de dominación mundial de Estados Unidos, al igual que sucedió en su
tiempo con la de Gran Bretaña, está a punto de terminar.
En ese contexto, Obama
- sin debate ni revisión - ha prolongado el estado de
urgencia interna proclamado después del
11 de
Septiembre, con las drásticas
limitaciones de los derechos civiles que ello implica.
Por ejemplo, en
septiembre de 2010 el FBI tomó por asalto las oficinas de pacíficos
defensores de los derechos humanos en Minneapolis y en Chicago basándose en
una decisión reciente de la Corte Suprema según la cual la libertad de
expresión y el activismo no violentos reconocidos en la Primera Enmienda se
convierten en crímenes si están «coordinados con» o «bajo la dirección» de
un grupo extranjero designado como «terrorista».
Es importante señalar que
en 9 años el Congreso no se ha reunido ni una sola vez para discutir el
estado de urgencia decretado por
George W. Bush después del 11 de septiembre,
estado de urgencia que por lo tanto permanece en vigor hoy en día.
En 2009, el ex congresista Dan Hamburg y yo lanzamos una exhortación pública
al presidente Obama para que pusiera fin al estado de urgencia y llamamos al
Congreso a que realizara las audiencias que su responsabilidad requiere.
Pero el 10 de septiembre de 2009, Obama, sin la menor discusión, prolongó
nuevamente el estado de urgencia del 11 de septiembre y lo hizo de nuevo al
año siguiente.
Mientras tanto, el Congreso ha seguido ignorando las
obligaciones que le impone su propio estatuto.
Un congresista explicó a uno de sus electores que lo previsto en la
National
Emergencies Act se ha hecho inoperante por causa de la COG (Continuity of
Government -
Continuidad del Gobierno), un programa ultra-secreto destinado a organizar la dirección del Estado en caso de
situación de urgencia nacional.
El programa de la COG fue parcialmente
aplicado el 11 de septiembre por
Dick Cheney, uno de los principales
arquitectos de ese programa desarrollado dentro de un comité que opera fuera
del gobierno regular desde 1981 (ver a continuación más detalles sobre la
COG).
De ser cierto que las disposiciones de la National
Emergencies Act se han hecho inoperantes por causa de la COG, ello indicaría
que el sistema constitucional de contrapoderes ya no se aplica en Estados
Unidos, y que los decretos secretos predominan ahora sobre la legislación
pública.
Red Voltaire: En ese contexto, ¿por qué el Congreso de Estados Unidos no
desempeña su papel en la limitación de los poderes secretos que se instauró
después del Watergate?
¿Qué consecuencias tuvieron entonces la expulsión de
Nixon y el fortalecimiento de la supervisión del Congreso sobre las
operaciones secretas de los servicios de inteligencia estadounidenses?
Peter Dale Scott: La estrategia de Nixon para Vietnam consistió en tratar de
obtener el apoyo del bando opuesto llegando a acuerdos estratégicos tanto
con la Unión Soviética como con China.
Esto encontró una violenta oposición
tanto de parte de los «halcones» como de parte de las «palomas» en el seno
de una nación profundamente dividida, y yo creo que los «halcones»
provenientes tanto de la CIA como del Pentágono fueron partícipes de la
crisis fabricada del Watergate, que dio lugar a la dimisión forzosa de
Nixon.
Después del Watergate, las «palomas» del Congreso - al que se aplicó por
entonces el sobrenombre de «McGovernite» - de 1974 implantaron cierto número
de reformas en nombre de políticas más abiertas y públicas, aboliendo un
estado de urgencia que se había mantenido desde la época de la guerra de
Corea y estableciendo las restricciones jurídicas y legislativas sobre la
CIA y sobre otros aspectos del gobierno secreto.
Esas reformas tuvieron como
respuesta una movilización concertada tendiente a revertirlas y a
restablecer el statu quo ante.
Aquel debate político implicaba la existencia, en el seno de la dirección
del país, de un desacuerdo entre los llamados «negociantes» y los «prusianos»
y la cuestión era saber si,
después del fiasco de Vietnam, Estados Unidos
debía esforzarse por volver a su anterior papel de nación prominentemente
comerciante o si debía responder a la derrota de Vietnam con un aumento
suplementario de sus fuerzas armadas.
Aquella lucha burocrática e ideológica fue a la vez una lucha por el control
del Partido Republicano. Aquello terminó provocando la caída de Nixon y el
gradual redireccionamiento - durante la presidencia de Ford - de la política
exterior de Estados Unidos de coexistencia pacífica con la Unión Soviética
hacia planes tendientes a debilitar y posteriormente a destruir - bajo la
administración Reagan - lo que este último llamó «el Imperio del Mal».
Fue
así como, en octubre de 1975, la implicación muy probable de Dick Cheney y
de
Donald Rumsfeld en la revolución palaciega que los historiadores designan
con el nombre de «Masacre de Halloween» significó la derrota del
republicanismo moderado de
Nelson Rockefeller.
Aquello significó
esencialmente la reorganización del equipo de Ford, preparando así el fin de
la distensión.
Dick Cheney y Donald Rumsfeld, que por entonces dirigían el equipo de la
Casa Blanca del presidente Gerald Ford, y controlaban el Departamento de
Defensa, desempeñaron un papel decisivo en el triunfo final de los prusianos,
al alejar a
Henry Kissinger y nombrar como director de la CIA a
George H.W.
Bush, quien elaboró desde allí un nuevo estimado, más alarmista, de la
amenaza soviética, dando así lugar a la correspondiente explosión de los
presupuestos de defensa y al sabotaje de la política de distensión.
Desde
entonces, hemos podido observar en la economía estadounidense una influencia
cada vez más importante de lo que Dwight D. Eisenhower había llamado, en
el
histórico discurso de fin de mandato que pronunció el 17 de enero de 1961,
el «complejo militar-industrial».
Hoy en día nos encontramos sometidos a un nuevo estado de urgencia ampliado,
y la supervisión del Congreso sobre las operaciones secretas del Estado
profundo de Estados Unidos se ha hecho casi inexistente.
Por ejemplo, la
supervisión con mandato jurídico del Congreso sobre las operaciones secretas
de la CIA se ha evitado con éxito gracias a la creación, en 1981, del Joint Special Operations Command (JSOC) en el Pentágono, al igual que la
supervisión sobre
las operaciones que dirigió el general Stanley McChrystal
antes de su nombramiento como comandante de las tropas de la OTAN en
Afganistán.
Red Voltaire: En su anterior respuesta usted mencionó brevemente el
importante papel de George Bush padre en el sabotaje de la política de
distensión que había implementado Kissinger. Fue sin embargo muy breve el
periodo de Bush a la cabeza de la CIA.
¿El reemplazo de George H. W. Bush
por el almirante Stanfield Turner, más moderado, a la cabeza de esa agencia
incrementó el control de las operaciones secretas de los diferentes
elementos del Estado profundo de Estados Unidos?
Peter Dale Scott: No, en lo absoluto.
Sucedió lo contrario ya que ciertos
actores claves de lo que acabo de explicar, ya excluidos de la CIA como
consecuencia de la nominación del almirante Turner, se buscaron una nueva
«casa» trabajando para el llamado
Safari Club.
El Safari Club era una
organización secreta fuera de todo control que reunía a los directores de
los servicios de inteligencia de numerosos países - como Francia, Egipto,
Arabia Saudita e Irán. Estimulada esencialmente por el entonces director del
espionaje francés, el difunto Alexandre de Marenches, aquella organización
tenía como objetivo completar secretamente las acciones de la CIA mediante
la realización de otras operaciones anticomunistas en África, Asia Central y
Medio Oriente - operaciones que escapaban a todo control del Congreso
estadounidense.
Después, en 1978,
Zbigniew Brzezinski - que no era miembro del Safari Club
- implementó una forma de escapar al control del almirante Turner mediante la
creación de una unidad especial de la Casa Blanca con Robert Gates, el
actual secretario de Defensa, que era por aquel entonces un joven agente
operacional de la CIA.
Bajo la dirección de Brzezinski, oficiales de la CIA
se aliaron a la agencia de inteligencia de Irán, la SAVAK, para enviar
agentes islamistas a Afganistán, desestabilizando así aquel país de manera
tal que aquello condujo a la invasión de Afganistán por parte de la Unión
Soviética en 1980.
La siguiente década, que se caracterizó por la implicación secreta de la CIA
en Afganistán, fue determinante en la transformación de aquel país en un
vivero de cultivo de la amapola del opio, del tráfico de heroína y del
islamismo yihadista.
Hay muy buenos libros sobre ese tema publicados hace algunos años
- uno por
Tim Weiner, el otro por John Prados. Pero, como se dirigieron a oficiales de
la CIA que les mostraron sólo algunos documentos que acababan de ser
desclasificados, esos autores no hablan de la droga en sus libros.
La
conexión de los narcóticos es tan profunda que no se menciona en los
documentos de la CIA que se han hecho públicos.
Pera la cooperación de la
CIA, dirigida por William Casey desde 1981, con el banco de la droga llamado
Bank of Credit and Commerce International (BCCI) estimuló la creación en
Afganistán de una inmensa narco-economía, cuyas consecuencias
desestabilizadoras ayudan a explicar por qué hay soldados de la OTAN,
afganos y pakistaníes muriendo diariamente en esos lugares [2].
El BCCI fue un
enorme banco de lavado de fondos provenientes de la droga.
Corrompía, con sus presupuestos y sus recursos, a políticos de primer plano
en el mundo entero… presidentes, primeros ministros…
Y una parte de ese
dinero sucio - de eso no se habla mucho, pero es la realidad - llegaba a
políticos en Estados Unidos, a políticos de los dos partidos, y esa es una
de las principales razones que explican por qué nunca logramos que el
Congreso abriera una investigación contra el BCCI. Hubo de hecho un informe
del Senado, que fue publicado, firmado por un republicano, Hank Brown, y por
un demócrata, John Kerry.
Y Brown felicitó a Kerry por haber tenido el
coraje de escribir aquel informe cuando tantas personas de su partido
estaban vinculadas al BCCI.
Este banco fue un factor primordial en la creación de conexiones con gente
como
Gulbuddin Hekmatyar, probablemente el principal traficante de heroína
del mundo entero en los años 1980. Se convirtió [Hekmatyar] en el principal
beneficiario de la generosidad de la CIA, que se completó con una suma
similar de dinero proveniente de Arabia Saudita.
¡Hay algo terriblemente
nefasto en este tipo de situación!
Nacido en Montreal en 1929, Peter Dale Scott es un ex-diplomático, poeta y
autor canadiense.
Es también profesor emérito de Literatura Inglesa en la
Universidad de Berkeley, estado de California.
Es conocido por sus
posiciones contra la guerra y por sus críticas sobre la política exterior de
Estados Unidos.
Peter Dale Scott es además un autor y analista político
reconocido tanto por la crítica como por sus colegas,
entre los que se
encuentra su amigo Daniel Ellsberg, reconocido a su vez como «el hombre que
hizo caer a Nixon».
Red Voltaire: En 1976, Jimmy Carter fue electo en base a un programa de
reducción de los gastos militares y de distensión con la Unión Soviética, lo
que en realidad no se concretó en los 4 años de su mandato.
¿Puede usted
explicarnos por qué? ¿Será que su consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew
Brzezinski - a quien usted mencionó en su anterior respuesta - desempeñó algún
papel en aquella política exterior, sensiblemente más agresiva que lo que se
esperaba?
Peter Dale Scott: Los medios de difusión presentaban a Carter como un
candidato populista, como un granjero sureño cultivador de maní.
Pero la
realidad profunda era que Carter había sido preparado para la presidencia
por Wall Street, particularmente por la
Comisión Trilateral, financiada a su
vez por
David Rockefeller y dirigida por
Zbigniew Brzezinski.
Brzezinski, un polaco furiosamente antisoviético, se convirtió entonces en
el consejero de Seguridad Nacional de Carter. Y desde el principio de aquel
mandato [Brzezinski] interfirió continuamente al secretario de Estado Cyrus
Vance para mantener una política una política exterior más vigorosamente
antisoviética. En ese aspecto, Brzezinski actuó en contra de los objetivos
planteados de la Comisión Trilateral, de la que el presidente Carter había
sido miembro.
La idea subyacente de la Comisión Trilateral era una imagen más bien
atrayente de un mundo multipolar en el que Estados Unidos hubiese
desempeñado un papel de mediador entre el Segundo Mundo, o sea el bloque
soviético, y el Tercer Mundo, que era lo que en aquel momento se designaba
como los países subdesarrollados o menos desarrollados…
Entre paréntesis, yo
detesto esa expresión, porque viví en Tailandia y, en ciertos aspectos, ¡ellos
están mucho más desarrollados que nosotros!
En resumen, al ser electo, Carter nombro como secretario de Estado a un
verdadero trilateralista, Cyrus Vance, y tenía como consejero de Seguridad
Nacional a Zbigniew Brzezinski, quien estaba decidido a utilizar el Estado
profundo para hacerle a la Unión Soviética tanto daño como le fuera posible.
Y la mayor parte de lo que se interpretó como los «éxitos» del régimen de
Reagan claramente se inició en la época de Brzezinski.
Fue una renuncia total de aquello a lo que se había comprometido la Comisión
Trilateral. El pobre Carter fue electo porque había prometido cortes en el
presupuesto de Defensa y, antes de su salida [de la Casa Blanca], había
metido al Departamento de Defensa en masivos aumentos presupuestarios que,
una vez más, fueron asociados a Reagan aunque en realidad habían comenzado
antes.
Por consiguiente, una masiva campaña tendiente a un aumento de los
presupuestos de defensa - campaña discretamente realizada por ricos
industriales del aparato militar que actuaban a través del Comité sobre el
Peligro Presente - llevó la opinión pública estadounidense a fortalecer el
esfuerzo de Brzezinski a favor de una presencia y de una política exterior
estadounidenses más militantes, sobre todo en el Océano Índico.
Red Voltaire: Después de haber sido un hombre muy influyente con el
presidente Gerald Ford, Dick Cheney - junto a su mentor Donald Rumsfeld y
junto al vicepresidente George H. W. Bush - fue, a partir de la presidencia
de Reagan, uno de los hombres claves del programa ultrasecreto de «Continuidad
del Gobierno» (Continuity of Government, COG).
¿Puede usted explicarnos en
qué consiste ese programa? ¿Ya se ha aplicado, aunque sea parcialmente?
Peter Dale Scott: Desde el comienzo de la presidencia de Reagan, en 1981, se
creó un grupo secreto, fuera del gobierno regular, para trabajar sobre la
llamada Continuidad del Gobierno («Continuity of Government» o COG) o, dicho
de otra manera, en planes de la COG destinados a organizar la gestión del
Estado en caso de urgencia nacional.
Ese programa era inicialmente una
extensión de planes preexistentes destinados a responder a un ataque nuclear
que decapitara la dirección de Estados Unidos. Pero, antes del fin del
mandato de Reagan, su orden ejecutiva número 12686 de 1988 modificó los
términos [de dichos planes] para que cubrieran cualquier tipo de urgencia.
La COG es otra de las cosas que se asocian a Reagan, pero aquellos planes en
realidad comenzaron en la época de Carter, aunque es posible que este último
nunca haya estado al corriente de ello.
En efecto, Carter creó
la FEMA (Agencia Federal de Manejo de Situaciones de Urgencia
- siglas en inglés),
que históricamente siempre fue la estructura de planificación de la COG.
Lo que resulta bastante chocante es que aunque los planes de la COG son
planes extremos, el Congreso no estaba al corriente de ellos en los años
1980. Sólo un pequeño grupo - en el que se encontraban Oliver North, Dick
Cheney y Donald Rumsfeld - estaba encargado de trabajar en esos planes en
virtud de una orden ejecutiva altamente secreta de Reagan emitida en 1981,
como ya expliqué anteriormente.
La cuestión de la COG se mencionó públicamente por primera vez en 1987,
durante las audiencias sobre el escándalo Irán-Contras, cuando un miembro
del Congreso nombrado Jack Brooks le preguntó a Oliver North:
«Coronel
North, en el marco de su trabajo en el Consejo de Seguridad Nacional, ¿no le
asignaron a usted en un momento dado la planificación de la continuidad del
gobierno en caso de un desastre de envergadura?»
Agregó el congresista Brooks:
«Yo estaba particularmente preocupado, señor presidente, porque leí
en varios diarios de Miami y en algunos más que había un plan elaborado, por
esta misma agencia, un plan de contingencia en caso de urgencia que
suspendería la Constitución de los Estados Unidos. Aquello me inquietó mucho
y me pregunté si era un aspecto en el cual había trabajado él. Yo creo que
así es y quería tener esa confirmación.»
El senador Inouye, director de aquella comisión investigadora del Congreso,
le respondió con un poco de nerviosismo:
«Con todo respeto, ¿puedo pedirle
que no se toque ese tema en este momento? Si queremos abordarlo, estoy
seguro que pueden hacerse arreglos para una sesión ejecutiva.»
Está claro
que las preguntas del congresista Brooks eran sobre la «Continuidad del
Gobierno», y aquellos arreglos para la realización de una sesión ejecutiva
nunca tuvieron lugar.
Cheney y Rumsfeld - dos figuras claves del programa de la COG
- siguieron
participando en esos planes y ejercicios, muy onerosos, a lo largo de dos
décadas sucesivas, incluso en momentos en que, hacia fines de los años 1990,
los dos eran directores de empresas privadas que nada tenían que ver con el
gobierno.
Se ha dicho que el nuevo blanco que sustituyó a la Unión Soviética
fue el terrorismo, pero algunos periodistas han mencionado que desde
principios de los años 1980 había importantes planes destinados a hacer
frente al tipo de manifestaciones que, según la mentalidad de Oliver North y
de otros como él, habían llevado a la derrota de Estados Unidos en Vietnam.
Nadie duda que los planes de la COG se hayan aplicado parcialmente durante
el 11 de septiembre, paralelamente a un estado de urgencia proclamado
oficialmente. Este último sigue aún en vigor al cabo de 9 años, a pesar de
una ley posterior al Watergate que exige ya sea una aprobación o un cese de
una urgencia nacional por parte del Congreso cada 6 meses.
Los planes de la
COG son un secreto celosamente guardado, pero en los años 1980 hubo informes
que señalan que esos planes implicaban medidas de vigilancia y detenciones
sin mandato, así como una militarización permanente del gobierno. En cierta
medida, esos cambios claramente se aplicaron después del 11 de septiembre.
No hay manera de determinar cuántos cambios constitucionales ocurridos desde
del 11 de septiembre pueden tener su origen en la planificación de la COG.
Sabemos, sin embargo, que nuevas medidas de aplicación de la COG fueron
instauradas nuevamente en 2007, cuando el presidente Bush emitió la
National
Security Presidential Directive 51 (Directiva Presidencial de Seguridad Nacionale, o NSPD-51/HSPD-20).
Esa directiva estipulaba lo que la FEMA
posteriormente llamó «una nueva visión para garantizar la continuidad de
nuestro gobierno», y fue seguida posteriormente por un nuevo National
Continuity Policy Implementation Plan (Plan de Implementación de la Política
de Continuidad Nacionale).
La NSPD-51 invalidó también la PDD 67, que era la directiva de la COG del
decenio anterior elaborada por Richard Clarke, quien era por aquel entonces
el «zar» del contraterrorismo en Estados Unidos desde la época de Clinton.
En fin, la NSPD-51 hizo referencia a nuevos «anexos clasificados sobre la
continuidad», señalando que deben,
«ser protegidos contra toda divulgación no
autorizada».
Bajo la presión de algunos de sus electores que se habían movilizado a favor
de la apertura de una verdadera investigación sobre el 11 de septiembre, el
congresista Peter DeFazio, miembro de la Comisión sobre la Seguridad
Interior, presentó dos pedidos para consultar esos anexos.
Su primer pedido fue rechazado. DeFazio presentó entonces un segundo pedido,
mediante una carta firmada por el presidente de su Comisión.
El pedido fue
rechazado de nuevo. Una vez más, como ya dije en mi respuesta a la segunda
pregunta de esta entrevista, esto parece indicar que el sistema
constitucional de contrapoderes ya no se aplica en Estados Unidos y que los
decretos secretos están ahora por encima de la legislación pública.
Red Voltaire: En La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, usted afirma que
la Comisión Nacional Investigadora sobre el 11 de septiembre - cuyos miembros
fueron nombrados por el gabinete de George W. Bush y cuyo Informe Final fue
redactado por el equipo del director ejecutivo Philip Zelikov - incurrió en
repetidos engaños sobre el tema del 11 de septiembre, sobre todo en lo
tocante a las actividades de Dick Cheney en aquella mañana.
¿Puede usted
explicar a nuestros lectores ese aspecto en particular?
Peter Dale Scott: Inicialmente, George W. Bush se resistió a toda
investigación sobre el
11 de Septiembre, hasta que el Congreso impuso una
Comisión Investigadora, en respuesta a una eficaz campaña de las familias de
las victimas [3] Thomas Kean y Lee Hamilton, los dos directores de la
Comisión, prometieron públicamente guiarse por las preguntas sin respuestas
de las familias de las víctimas, como por ejemplo:
-
saber quiénes eran
realmente los presuntos secuestradores de los aviones
-
cómo fue que se
derrumbaron 3 edificios del World Trade Center, cuando uno de ellos ni
siquiera llegó a recibir el impacto de un avión
Finalmente, esas preguntas, al igual que otras muchas interrogantes, ni
siquiera llegaron a mencionarse.
Asimismo, la Comisión recogió gran cantidad
de testimonios contradictorios y, en muchas ocasiones, reescribió ciertos
relatos. Bajo la estrecha supervisión de Philip Zelikow, el director de
aquella Comisión quien por mucho tiempo había sido empleado del gobierno en
cuestiones de seguridad nacional, el Informe de la Comisión sobre el 11 de
Septiembre ignoró ciertas contradicciones y corrigió otras de una forma que
fue cuestionada por numerosos críticos.
El Informe atribuyó la ausencia de respuestas [de la defensa estadounidense]
de aquel día a un caos y a una ruptura sistémica, ignorando así otros
testimonios de Cheney, según los cuales él desempeñó aquel día un papel
preponderante.
La Comisión ignoró igualmente importantes contradicciones y
dudas sobre el testimonio que había prestado Cheney. Un tema crucial que la
Comisión no investigó de manera explícita fue la aplicación de los planes de
la COG [durante los hechos] el 11 de septiembre (p.555, nota 9).
Tampoco mencionó la comisión de estudios sobre el terrorismo de Cheney
- reunida
por decreto de Bush en mayo de 2001 - que fue citada como fuente de origen de
una orden del Comité de Jefes del Estado Mayor Conjunto [el JCS, según sus
siglas en inglés] que databa del 1º de junio de 2001.
Aquella orden modificó
[u obstaculizó, haciéndolas inoperantes] las condiciones de intercepción de
los aviones secuestrados por parte de la fuerzas aérea.
Para lograr su recuento restringido sobre la responsabilidad de Cheney [en
lo sucedido] aquel día, la Comisión también restó importancia - y de manera
flagrante - a varios recuentos de testigos oculares [que estaban] en completo
desacuerdo con la cronología de la propia Comisión, particularmente los del
director del contraterrorismo Richard Clarke y del secretario de Transportes
Norman Norman Mineta.
Red Voltaire: Gran parte de La Route vers le Nouveau Désordre Mondial
- un
libro verdaderamente muy rico debido a la cantidad e importancia de los
temas que aborda - trata sobre la geopolítica del petróleo, de la droga y del
armamento y la manera como el Estado profundo estadounidense la maneja en
Asia Central y en el Medio Oriente desde la época del presidente Carter.
Sabiendo que la «guerra contra el terrorismo» perdura y se extiende hoy en
más de 60 países - principalmente a través de operaciones secretas–, ¿cuáles
son en su opinión los verdaderos orígenes y objetivos de esta?
Peter Dale Scott: Al principio de la «guerra contra el terrorismo» estaba
muy claro que los consejeros estratégicos de los dos partidos, al igual que
los grupos de reflexión (think tanks, en español tanques pensantes, son
centros o institutos de propaganda y/o difusión de ideas políticas ) como el
Council on Foreign Relations, estaban preocupados por la necesidad que según
ellos tenía Estados Unidos de preservar su dominio histórico sobre los
mercados petroleros mundiales.
Produjeron documentos que apoyaban la idea de
un incremento de la fuerza militar de Estados Unidos en la región del Golfo
Pérsico, así como la idea de adoptar planes militares destinados, en
particular, a ocuparse de Sadam Husein.
Hoy en día, la «guerra contra el terrorismo» ha seguido extendiéndose, y nos
dicen que los militantes salafistas se han desplazado - como era de esperar
- hacia nuevas regiones del mundo, sobre todo hacia Somalia y Yemen, para
preparar sus represalias.
La «guerra contra el terrorismo» se ha convertido
por lo tanto en un ensayo para la actual doctrina estratégica de Estados
Unidos tendiente a implantar un «dominio total» [«Full-spectrum dominance»],
como fue definida en el importante informe del Pentágono titulado
Joint Vision 2020, llamando entonces a garantizar,
«la capacidad de las fuerzas
estadounidenses, operando solas o con el apoyo de los aliados, para derrotar
a cualquier enemigo y controlar cualquier situación mediante la gama de
operaciones militares [disponibles]».
Desde la Segunda Guerra Mundial cada una de esas escaladas ha sido conducida
por un lobby de la Defensa financiado originalmente por el complejo militar-industrial
y actualmente por media docena de fundaciones de derecha que disponen de
fondos ilimitados.
Con el tiempo, su personal ha ido emigrando de grupo en
grupo - el American Security Council, el Comité sobre el Peligro Presente, el
Proyecto para el Nuevo Siglo Americano y, actualmente, el Center for
Security Policy (CSP).[4]
Pero sus objetivos han ido ampliándose con el
paso de los años yendo así de maximizar la presencia estadounidense hasta
restringir las libertades individuales para impedir la reaparición de
cualquier tipo de movimiento antiguerra en Estados Unidos. Yo abordo la
expansión de esta facción del sector de la defensa en mi más reciente libro,
American War Machine.
Esa agenda incluye cada vez más el maccarthysmo, por no decir el fascismo.
Cierto número de grupos están alimentando una histeria islamófoba que
recuerda la histeria anticomunista de los años 1950, llamando a una guerra
aparentemente sin fin contra el Islam.
Por ejemplo, el CSP [Centro para la
Política de Seguridad, siglas en inglés. Ndt.] publicó recientemente un
documento titulado Shariah, The Threat to America [5], en el que proclama
que la sharia es «la amenaza totalitaria de nuestra época», con advertencias
alarmistas sobre una «yihad infiltrada» y una «yihad demográfica».
Red Voltaire: Esa «guerra contra el terrorismo», cuyos verdaderos
fundamentos y objetivos están lejos de ser expuestos explícitamente por los
gobiernos de los países miembros de la OTAN, comenzó en Afganistán, en 2001.
En ese Estado, poderosos señores de la guerra aliados a Estados Unidos en
los años 1980 - en la época en que los muyahidines combatían a las tropas
soviéticas - son actualmente destacados actores del conflicto en «AfPak», la
entidad geopolítica que abarca Afganistán y Pakistán.
Tomemos como ejemplo
simbólico el caso de
Gulbuddin Hekmatyar. La opinión pública de los
diferentes países de la OTAN no parece darse realmente cuenta de quién es
este señor Hekmatyar.
¿Puede usted proporcionarnos información sobre él? En
su opinión, ¿cómo simboliza [Hekmatyar] el peligro que representa una
política exterior estadounidense que, por falta de control legislativo y de
visibilidad pública, ha provocado la explosión del tráfico de droga a nivel
global?
Peter Dale Scott: Al disponer de pocos agentes leales en Afganistán, Estados
Unidos decidió realizar su Operación Ciclón a través de los que estaban a la
disposición de la Inter-Services Intelligence (ISI, los servicios secretos
pakistaníes).
Pakistán, temiendo a su vez a los reclamos de los verdaderos
nacionalistas afganos que reivindican sus propios territorios fronterizos,
dirigió el volumen de las ayudas provenientes de Estados Unidos y de Arabia
Saudita hacia dos extremistas cuya base de apoyo en Afganistán era muy
restringida:
-
Abdul Rasul Sayyaf
-
Gulbuddin Hekmatyar
Este último, miembro de la etnia pashtún y de la tribu Ghilzai, originario
de norte no pashtún, fue entrenado inicialmente para la resistencia violenta
bajo la dirección de los pakistaníes. Fue al parecer el único líder afgano
que reconoció explícitamente la línea Durand que define la frontera entre
Afganistán y Pakistán.
Para compensar el apoyo que no tenían entre la
población local, Sayyaf y Hekmatyar cultivaron y exportaron opiáceos de
forma masiva en los años 1980, también con apoyo del ISI.
Fue por esa misma razón que los dos colaboraron con los muyahidines
extranjeros - o sea, con los iniciadores de lo que hoy se ha dado en llamar
al-Qaeda - que por entonces afluían hacia Afganistán, y Hekmatyar en
particular parece haber desarrollado una estrecha relación con Osama Ben
Laden. Aquella afluencia de fundamentalistas wahabitas y deobanditas trajo
como importante consecuencia el debilitamiento de la versión tradicional
sufista del Islam local.
Durante la campaña antisoviética, las fuerzas de Hekmatyar mataron cierta
cantidad de personas que apoyaban a Ahmed Shah Masud, la principal amenaza
para los planes de Hekmatyar - planes que contaban además con el apoyo del ISI
- que consistían en dominar el Afganistán postsoviético.
Después de la
retirada de estos últimos, la CIA - actuando en contra de las recomendaciones
del Departamento de Estado - utilizó también a Hekmatyar para impedir la
constitución de un gobierno de reconciliación nacional, lo cual condujo a
una guerra civil que provocó la muerte de miles de personas en los años
1990.
Desde la invasión de Estados Unidos contra Afganistán en 2001, Hekmatyar ha
dirigido su propia facción de combatientes para obtener una retirada de las
tropas de la OTAN, aunque parece más abierto que los talibanes en cuanto a
integrarse a un gobierno de coalición dirigido por el actual presidente
Hamid Karzai.
En Washington, importantes funcionarios de la defensa - como
Michael Vickers - todavía se refieren a la Operación Ciclón como «la acción
clandestina más exitosa» en la historia de la CIA.
No parecen preocupados por el hecho que ese
programa de la CIA haya
contribuido a generar y a desencadenar algo como al-Qaeda - la nueva
justificación postsoviética para los aumentos sin precedentes de los
presupuestos de defensa - ni tampoco por haber conferido a Afganistán su
actual papel de principal fuente mundial de heroína y hachís.
Red Voltaire: En conclusión, ante la situación financiera, económica,
política, social e incluso moral existente en Estados Unidos, así como en
numerosos países a través del mundo, ¿tiene usted confianza en el futuro?
¿Ve
usted indicios estimulantes de una mayor influencia de lo que usted llama la
«voluntad prevaleciente de los pueblos» en la toma de decisiones políticas,
un proceso que es hoy por hoy más oligárquico que nunca?
Peter Dale Scott: Se dice que deberíamos ver cada crisis como una
oportunidad.
La crisis de Estados Unidos, que es también la del mundo,
pudiera ser ciertamente la ocasión de introducir reformas de gran
envergadura en los procesos del capitalismo de mercado que engendraron
diferencias tan grandes entre los muy ricos y los muy pobres.
Desgraciadamente, debido a esos procesos, las políticas tradicionales y los
métodos de movilización se han hecho más ineficaces aún de lo que ya eran
anteriormente.
En mi libro «La Route vers le Nouveau Désordre Mondial», yo defiendo el
hecho que importantes cambios sociales son posibles cuando la opresión da
lugar a la formación de una opinión pública unida - o de lo que yo llamo «la
voluntad prevaleciente de los pueblos» - en oposición a esa opresión.
Hago
referencia a ejemplos como el movimiento por los derechos cívicos en el sur
de Estados Unidos, o el movimiento polaco
Solidarnosc.
Desarrollos tecnológicos como Internet han facilitado más que nunca la unión
de las personas, tanto a nivel nacional como a nivel internacional. Pero la
tecnología ha perfeccionado también los instrumentos autoritarios de
vigilancia y represión, haciendo la movilización activista más difícil que
antes.
Por consiguiente, el futuro es muy incierto. Pudiera decirse que
el
sistema global actual está más inestable que nunca y que es posible que
algún tipo de prueba de fuerza logre cambiarlo.
En todo caso, yo estoy convencido de que estamos viviendo un periodo
particularmente estimulante. La juventud debe continuar uniéndose como
siempre lo ha hecho a movimientos que aspiran al cambio social, y a crear
nuevos espacios propicios al intercambio global.
Y, por sobre todo, no hay
ninguna excusa para la desesperación.
Red Voltaire: Le agradecemos sus esclarecedoras respuestas, profesor Scott.
Le deseamos que su primer libro traducido al francés encuentre entre el
público francófono el gran éxito que merece.