por
Manuel Freytas
15 Junio 2010
del Sitio Web IARNoticias
Manuel Freytas es periodista,
investigador, analista de estructuras del poder, especialista en
inteligencia y comunicación estratégica. Es uno de los autores más
difundidos y referenciados en la Web.
Ver sus trabajos en Google y en IAR Noticias
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Una invasión militar de Irán por vía terrestre para derrocar al régimen de
los ayatolas (el verdadero objetivo de Washington), le costaría a
EE.UU. y a
Israel bajas humanas y pérdidas militares imposibles de mensurar.
Esta
realidad es la que guía (y guió) el diseño de planes estratégicos orientados
a desestabilizar Irán y a generar consenso a eventuales operaciones
militares aéreas contra instalaciones nucleares y militares de Teherán.
Este
objetivo, a su vez, generó el diseño operativo de una "guerra por otras vías"
para desestabilizar y preparar el derrocamiento interno del régimen de los
ayatolas.
Esa es la lógica que conduce a la actual operación "Caballo de
Troya" de la CIA con los reformistas.
El objetivo Irán
Por las líneas geopolíticas de Irán, se trasmiten y retransmiten los teatros
de conflicto que atraviesan la escala comprendida entre Eurasia y Medio
Oriente, cuyos desenlaces impactan directamente en las fronteras energéticas
ubicadas entre el Mar Caspio y el Golfo Pérsico, las claves estratégicas del
petróleo y la energía mundial.
De cómo se resuelva el conflicto nuclear con Irán, dependerá el desenlace y
la resolución de los conflictos militares latentes en Eurasia y Medio
Oriente, las llaves estratégicas que abren o cierran la posibilidad del
estallido de una tercera guerra mundial intercapitalista.
En Irán (a diferencia de lo que informa y analiza la prensa del sistema)
desde junio del año pasado no hay un enfrentamiento por un resultado
electoral, sino que se utiliza el resultado electoral para dirimir un
conflicto más profundo que, por su importancia estratégica, trasciende las
fronteras de Irán.
Por las líneas fronterizas de Irán hoy se escriben a corto plazo los ejes
matrices y las coordenadas de un desenlace internacional de la guerra
intercapitalista por el petróleo y los recursos estratégicos."Reformistas" y
"fundamentalistas" son sólo piezas funcionales de ese tablero en Irán.
Una invasión militar a Irán por vía terrestre para derrocar al régimen de
los ayatolas (el verdadero objetivo del eje sionista "Washington-UE-Israel"),
le costaría a EE.UU. e Israel bajas humanas y pérdidas militares imposibles de
mensurar.
Esta realidad es la que guía (y guió) el diseño de planes estratégicos
orientados a desestabilizar Irán por medio de una guerra civil, y a generar
consenso a eventuales operaciones militares aéreas contra instalaciones
nucleares y militares.
Esa es la lógica que conduce a la actual operación "caballo
de Troya" con los reformistas.
Si el eje
Washington-Tel Aviv decidiera invadir militarmente por tierra a
Irán posiblemente el infierno de Irak o de Afganistán, o la ratonera del
Líbano en 2006, lucirían como paseos turísticos comparados con lo que les
depararía a sus tropas el gigante islámico de Medio Oriente.
Irán cuenta con un territorio cuatro veces mayor, y tiene un equivalente a
casi tres veces la población de Irak.
Al mismo tiempo, el terreno de Irán es mucho más montañoso que el de Irak, y
conforma el teatro ideal para la guerra de guerrillas, en la cual están
entrenados alrededor de 500.000 mujaidines voluntarios preparados para ser
movilizados en cualquier momento.
Para comparar, basta citar el ejemplo de Líbano en 2006, donde 30.000
soldados israelíes, con tanques, baterías de artillería, helicópteros
artillados, cobertura aérea con misiles, bombas "inteligentes" y fuego
naval, no pudieron doblegar a los 5.000 combatientes de Hezbolá entrenados
por Irán y Siria.
En términos convencionales, las Fuerzas Armadas iraníes son las más
numerosas y poderosas del Medio Oriente:
Cuentan con 1.000.000 de efectivos
distribuidos entre el Ejército de Tierra, la Fuerza Aérea, la Marina y el
Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI).
La doctrina y la estrategia de Defensa militar iraní, prevé la movilización,
en caso de necesidad, de un "Ejército islámico" de 20 millones de personas
sobre un total de más de 70 millones de habitantes.
Tanto hombres como mujeres, de 12 a 60 años, reciben preparación militar en
las filas de las milicias populares, y en caso de guerra podrían ser
incorporados a las Fuerzas Armadas regulares.
El Cuerpo de los Guardianes de la Revolución o Guardia Revolucionaria,
considerado como el "ejército ideológico" del régimen, representa “un
ejército dentro del ejército” ya que cuenta, además de sus fuerzas
terrestres, con Fuerza Aérea y Marina propias, además de la policía y del
resto de las fuerzas de seguridad bajo su control.
Además, los Guardianes de la Revolución cuentan con el "Kode", un cuerpo de
elite de 15.000 hombres cuya misión es organizar operaciones especiales en
la retaguardia enemiga.
La Guardia Revolucionaria tiene bajo su mando a las milicias voluntarias (mujaidines),
que cuentan con unidades de combate y un sistema de movilización permanente
en todas las localidades.
Además de su excelente preparación militar, los soldados y mujaidines
iraníes están mentalizados en una sólida formación "religiosa-doctrinaria"
imbuida en los valores y preceptos del Islam, que los torna inmunes a
operaciones de guerra psicológica convencionales (como ya se demostró con
Hezbolá en Líbano).
Este escenario preliminar, referenciado por el poder militar y la capacidad
de defensa de Irán, fue lo que determinó que el Pentágono, en la época de la
dupla Cheney-Rumsfeld (después de evaluar costos y beneficios) descartara
una invasión terrestre al país de los ayatolas.
Caballos de Troya
La realidad de un Irán inexpugnable por tierra, a su vez, determinó la
necesidad de diseñar una estrategia de operación encubierta de infiltración
en Irán con la finalidad de crear una división interna entre el poder
teocrático y conservador de los ayatolas (que detenta el poder real y
concentra todas las decisiones) y los sectores "reformistas" que se nuclean
principalmente en la Universidad, el Parlamento y medios de comunicación.
En ese escenario, el objetivo del golpe "reformista" en curso no es otro que
el de derrocar al régimen fundamentalista de los ayatolas y restaurar el
dominio "occidental" sobre la economía y el petróleo iraní utilizando, a
modo de "caballo de Troya", no ya a la dictadura de un Cha de Persia, sino a
una tercera parte de la sociedad iraní colonizada mentalmente con la
sociedad de consumo capitalista.
Después de la invasión de Irak, en el 2003, y luego de consolidar el control
sobre los militares y las corporaciones de inteligencia tras
el 11-S, el
lobby sionista de la Casa Blanca y el Pentágono, cuyos jefes eran el
vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa, Donald Rumsfel, se
dedicó a la preparación de acciones encubiertas para apuntalar eventuales
planes de acción militar contra Irán.
Según señalaba por entonces un influyente columnista de New Yorker, los estrategas del lobby neocon planeaban complementar los "ataques
militares preventivos" contra Irán y Siria, con operaciones encubiertas de
la CIA orientadas a fortificar a los grupos opositores internos enfrentados
al régimen autocrático de Irán, al que la inteligencia norteamericana
continúa señalando como protector principal de los grupos "terroristas" que
desarrollan su accionar en Irak y Medio Oriente.
Mediante amenazas constantes y veladas de represalia militar, y acusando a
los clérigos de cobijar al "terrorismo de Al Qaeda" en territorio iraní, la
Casa Blanca y el Pentágono de Bush intentaron precipitar reacciones sociales
masivas de los reformistas del presidente Jatamí contra el régimen
teocrático del ayatolah Jamenei.
Intentaban poner una cuña de enfrentamiento armado entre "reformistas" y "fundamentalistas",
con la finalidad de debilitar al régimen iraní y conseguir consenso social y
político para un ataque militar a las instalaciones militares y nucleares
estratégicas de Irán.
Su objetivo principal estaba dirigido a conseguir que fueran los propios
sectores "reformistas" iraníes los que se enfrentaran a los ayatolas "protectores
de terroristas", para promover un "golpe democrático" interno, o una "revolución
reformista", que sirviera de columna vertebral para derrocar al régimen
teocrático instalado con la revolución islámica de Komeini en 1979.
La operación respondía a un diseño general estratégico orientado a armar "caballos
de Troya" en el mundo árabe y musulmán, usando como pretexto el combate "democrático"
contra el "terrorismo" y las "dictaduras".
No se trataba de otra cosa (y como fue plasmado en el discurso de la segunda
asunción
de Bush) que de la complementación de la "guerra contra el
terrorismo" con el combate contra las "tiranías" mediante "procesos
democráticos" instaurados en todo el tablero del mundo árabe y musulmán.
La primera experiencia en 2003
La primera fase del plan para dividir Irán, tuvo una operación inicial de
alto impacto en junio de 2003, cuando durante seis noches consecutivas,
miles de estudiantes y militantes del reformismo se lanzaron a las calles a
protestar y a pedir "la horca" para el jefe espiritual de Irán, el ayatolah
Jamenei, y fueron duramente reprimidos por las milicias y las fuerzas de
elite del régimen teocrático que mantiene un férreo control sobre la policía
y las fuerzas armadas.
El gobierno y los servicios de inteligencia iraníes señalaban por entonces
que la CIA infiltró estos movimientos con la intención de crear un "clima
preparatorio" de agitación social, y desde ahí avanzar con cuadros
entrenados a un enfrentamiento armado abierto en las calles en un estado de
virtual guerra civil.
Desarrollando la misma lógica y metodología que utilizaron contra
Saddam
Hussein antes de la invasión a Irak, se intentaba crear un clima de revuelta
contra el poder teocrático de los clérigos con la finalidad de debilitarlo,
y consolidar una alianza con los reformistas que les otorgase consenso
social y político para un ataque militar ya planificado por el Pentágono,
señalaban por entonces analistas del mundo árabe.
Los halcones neocon del Pentágono creían que una fuerte presión social sobre
el régimen iraní podría desatar una revuelta interna contra el gobierno
islámico de Teherán, de la misma manera que predecían que Saddam iba a ser
eliminado por una sublevación interna antes de la guerra.
Mientras se desarrollaba el plan desestabilizador en Teherán, en junio de
2003,
George W. Bush decía sugestivamente por cadena nacional que las
manifestaciones en Irán,
"son una señal 'positiva' y 'el comienzo de la
expresión popular por un Irán más libre'."
Durante la primera experiencia subversiva de laboratorio para desestabilizar
Irán, y mientras crecía la violencia en las calles de Teherán, el ayatola
Alí Jamenei advirtió a los manifestantes que si no desistían tendrían que
enfrentar las consecuencias represivas más duras, recibiendo como respuesta
un incremento de los disturbios.
Finalmente, el régimen iraní lanzó sobre los bastiones golpistas una feroz
operación represiva combinada de milicias, policías y fuerzas especiales que
culminó con un baño de sangre y la muerte de centenares de estudiantes y
militantes que - según los "reformistas" - las estadísticas oficiales
ocultaron celosamente.
La experiencia bis
Tras los comicios del 12 de junio de 2009 que consagraron la reelección de
Ahmadineyad por el 63% de los votos (y a 6 años de la primera experiencia
desestabilizadora con Bush), nuevamente la chispa de la subversión interna
fue lanzada a través del candidato reformista derrotado, Musavi, bajo
consignas de acusaciones de fraude.
Ya no se pedía la "horca" para el ayatola Jamenei como en 2003, sino que se
pedía la anulación de las elecciones y la renuncia del "dictador"
Ahmadineyad.
"¿La historia se repite? Washington ha renunciado a atacar militarmente a
Irán y ha disuadido a Israel de tomar esa iniciativa. Para conseguir "cambiar
el régimen", la administración Obama prefiere jugar la carta - menos
peligrosa aunque más incierta - de la acción secreta", señala desde Red Voltaire, Thierry Meyssan.
Para el analista francés,
"Dichas manifestaciones reflejan una profunda
división en la sociedad iraní entre un proletariado nacionalista y una
burguesía que lamenta su marginación de la globalización económica. Actuando
bajo cuerda, Washington intenta influir en los acontecimientos para derrocar
al presidente reelegido".
Tras el derrocamiento del Sha en 1979 ,y la posterior expulsión de
EE.UU. por
la Revolución Islámica del ayatola Komeini, la CIA realizó diversas
operaciones de infiltración frustradas para derrocar al régimen nacionalista
islámico que controla el poder militar y económico en Irán.
Los sucesivos intentos de la inteligencia norteamericana por desestabilizar
al gobierno de Komeini fueron neutralizados sistemáticamente y sus agentes
fueron detectados y ejecutados por las fuerzas del régimen nacionalista
islámico.
Habiendo fracasado sus operaciones encubiertas en Irán, EE.UU. decidió invadir
militarmente a ese país utilizando a Saddam Hussein y a su ejército por
entonces armado y entrenado por la CIA y el Pentágono.
Tras una larga guerra Irak-Irán que abarcó casi toda la década del 80, y
produjo un millón de muertos entre civiles y militares, Saddam y el régimen
iraní firmaron un final de las operaciones militares, con el cual fracasó el
intento de EE.UU. por reapoderarse del petróleo iraquí.
Posteriormente, y tras la Primera Guerra del Golfo en la década del 90, la
CIA retomó sus contactos con el régimen iraní de los ayatolah con el
objetivo de organizar la desestabilización del líder iraquí desde territorio
iraní.
Desaparecido Saddam Hussein tras la ocupación norteamericana de Irak, se
produjo una nueva ruptura de vínculos entre EE.UU. y el gobierno teocrático
del ayatola Jamenei, que ya preveía que el próximo objetivo militar del
Pentágono sería Irán.
El laboratorio de Obama
A diferencia de Bush y los halcones, la estrategia de la administración de
Obama parece centrarse en una línea más sutil de "guerra por otras vías",
explotando el flanco de debilidad interna (la división entre "fundamentalistas"
y "reformistas") y disimulando el objetivo con una aparente "neutralidad" en
el conflicto.
Ya no se trata de una revuelta abierta contra el poder de los ayatolas, como
en junio de 2003, sino de una pulida operación de guerra psicológica en el
frente social que utiliza a la oposición "reformista" iraní como un
caballo
de Troya para desgastar el poder de los ayatolas y deslegitimar el triunfo
de Ahmadineyad en las urnas.
Para tener en claro como se desarrollan (y hacia qué blanco apuntan) los
hechos del laboratorio desestabilizador en Irán, hay que partir de un
principio: No hay un solo Irán sino que existen "dos Irán".
El primer Irán, islámico confesional, marcadamente antisionista, anti-Israel
y anti-EE.UU., se representa en el Estado y en el gobierno de los ayatolas que
controlan con mano de hierro los dos enclaves estratégicos del poder iraní:
la economía y las fuerzas armadas y de seguridad.
El segundo Irán se representa en el sector de los "reformistas" (un segmento
de la sociedad formado en la ideología "liberal" y en las pautas de la
sociedad de consumo capitalista occidental) cuyo emergente social y su
ideología "occidentalizada" son incompatibles con el fundamentalismo
religioso del régimen teocrático de los ayatolas.
El primer Irán está en guerra contra Israel y EE.UU., y el segundo quiere
fusionarse con la "civilización occidental" y negociar pautas de convivencia
con Israel y EE.UU.
Como concepto central hay que precisar que el "Irán reformista" es tan o más
enemigo del "Irán fundamentalista" como lo son Israel y EE.UU.
Durante siete días el círculo de la operación golpista se cerró con sus
cuatro actores principales:
...para obligar al gobierno de Irán a suspender las
elecciones.
En este contexto, el plato está servido para que los servicios de
inteligencia estadounidenses y europeos (principalmente británicos),
infiltrados en las usinas "reformistas" de la Universidad y de los medios de
comunicación iraníes, completen el escenario para hacerle perder el control
de la situación al régimen de los ayatolas.
Esta es la razón central que explica porqué las clases medias y altas "reformistas"
iraníes son el natural elemento de infiltración de las potencias sionistas
para derrocar a los ayatolas y a su gobierno hoy conducido por Ahmadineyad.
En ese escenario, y como complemento del plan militar, el proyecto
estratégico de EE.UU., Israel y las potencias sionistas aliadas, no gira
alrededor de la destrucción de Irán, sino alrededor del fin de régimen de
los ayatolas.
La líneas matrices
Como ya lo advertimos:
El enfrentamiento interno no es solamente una pelea
por el control político, sino que es una guerra excluyente entre dos
sectores del poder que sólo va a terminar cuando uno suprima al otro, y
viceversa.
En primer lugar:
Las líneas matrices del enfrentamiento y la división no
nacen de la calle, sino que surgen del propio seno del régimen republicano
teocrático y se proyectan como una frontera divisoria con consignas,
banderas y radios de acción en la sociedad iraní.
La división y el enfrentamiento entre "reformistas" y "fundamentalistas" en
la sociedad iraní (que sólo la contención militar impide que lleguen a un
enfrentamiento armado) parte de las cúpulas, donde,
-
un sector (el que expresa
a los "reformistas" en el entorno de los ayatolas) busca claramente una
línea de acercamiento negociador con EE.UU. y las potencias occidentales
-
el
otro sector (que expresa la estructura oficial en manos del ayatola Jamenei)
desafía el poder de las potencias, amenaza la supervivencia
de Israel e intenta proyectar a Irán como potencia nuclear
Lo que hoy está sucediendo en Irán tiene una importancia estratégica
fundamental para el destino del planeta por dos razones principales:
-
Desde el punto de vista geopolítico y militar estratégico, Irán está
alineado dentro de uno de los ejes (Rusia, China y las potencias emergentes
asiáticas) que disputa una guerra (por ahora fría) por el control del
petróleo y de los recursos estratégicos del planeta con el eje occidental
EE.UU.-Unión Europea.
-
Desde el punto de vista geo-económico, Irán es un jugador clave en el
tablero de la guerra por el control de los recursos energéticos del
denominado "triángulo petrolero" Eurasia-Cáucaso-Medio Oriente.
El entramado estratégico de las redes energéticas del eje Eurasia-Cáucaso-Medio
Oriente (más del 70% de las reservas mundiales) define no solamente el
destino del planeta a corto y mediano plazo sino que también define si el
planeta va a llegar a su destino vivo o muerto.
Todos los conflictos que hoy se desarrollan en el planeta (sean de orden
político, militar o social) abrevan en forma subsidiaria en esa guerra
subterránea intercapitalista por el control de los recursos estratégicos
claves para la supervivencia futura de las potencias capitalistas.
Las potencias que no cuenten en un corto plazo con petróleo, gas y recursos
como el agua y la biodiversidad (los grandes pulmones verdes) hoy
contaminados y amenazados de extinción, tienen pocas posibilidades de
supervivir.
EE.UU. solo puede satisfacer un 25% de sus necesidades energéticas (con
recursos que se agotan), y la Unión Europea es totalmente dependiente en
provisión de gas y petróleo.
China (al igual que India, Japón y las potencias asiáticas) necesitan del
petróleo y el gas (bombeados principalmente por los corredores rusos) para
supervivir como superpotencias industriales.
Esta es la razón principal que impulsa una guerra intercapitalista (por
ahora larvada) entre el eje de potencias emergentes, por un lado, y el eje
de las potencias hegemónicas occidentales, por el otro.
Los países que concentran recursos estratégicos esenciales para la
supervivencia de la civilización capitalista (como es el caso de Irán y de
las naciones petroleras del mundo islámico) van a ser el teatro de
operaciones de esos conflictos que hoy permanecen latentes y a la espera de
un detonante.
Este escenario (con desenlace en un corto plazo) convierte a Irán en un país
clave para el futuro inmediato del sistema capitalista donde las potencias
buscan posicionarse para supervivir en un planeta donde el petróleo y los
recursos estratégicos se agotan.
Un nuevo estallido militar de la guerra energética, tanto en el Cáucaso (con
Rusia como protagonista) como en Medio Oriente va a tener a Irán como un
protagonista central.
Irán, un gigante que comparte fronteras con Irak, Turquía, Afganistán y
Pakistán, que limita al noreste con el Mar Caspio y toca al suroeste sus
fronteras con el Golfo Pérsico, se convierte en la caja de resonancia
estratégica de cualquier conflicto que estalle en el Cáucaso o en los
corredores euroasiáticos del gas y petróleo.
Tanto Pakistán (un gigante islámico con poder nuclear) y Afganistán (dominado
por un conflicto armado con los talibanes) conforman una llave estratégica
para el dominio y control militar del llamado "triángulo petrolero" (Mar
Negro-Mar Caspio-Golfo Pérsico), donde se concentra más del 70% de la
producción petrolera y gasífera mundial, un elemento clave para la
supervivencia futura de las potencias capitalistas del eje USA-UE.
Irán, que controla el Estrecho de Ormuz, por donde pasa el 40% de la
producción mundial petrolera, además - con su posibilidad de tener un bomba
nuclear - pone en peligro la supervivencia del Estado de Israel y la
supremacía del control económico, geopolítico y militar estratégico del
poder imperial USA-UE en la decisiva región del Medio Oriente y del Golfo
Pérsico.
Así como Rusia representa para el eje USA-UE la "barrera" geopolítica y
militar a vencer para la conquista de Eurasia y de sus recursos energéticos
(vitales para la supervivencia futura del eje USA-UE), Irán es la piedra que
hay que remover para complementar el control sobre las rutas y las reservas
energéticas del Medio Oriente.
En estas líneas matrices, y no como resultante de una disputa electoral, hay
que buscar la resolución de la trama y el desenlace del conflicto iraní que
la prensa internacional y sus analistas presentan como una pelea electoral
en "fundamentalistas" y "reformistas".
En resumen, por las líneas fronterizas de Irán hoy se escriben a corto plazo
los ejes matrices y las coordenadas de un desenlace internacional de la
guerra intercapitalista por el petróleo y los recursos estratégicos.
"Reformistas" y "fundamentalistas" son solo piezas funcionales de ese
tablero en Irán.