asisten al último mitin de campaña en El Alto, Bolivia, el 14 de Octubre 2020
Todas las encuestas le daban ventaja al MAS, el partido fundado por Evo Morales, pero ninguna predijo que ganara por más del 50%.
Ahora, con mayoría absoluta, deberá hacer frente a la dura crisis económica, el profundo conflicto social y la emergencia sanitaria.
Contra todos los pronósticos, el Movimiento al Socialismo (MAS) se impuso en las elecciones bolivianas con más del 50% según todos los conteos rápidos.
¿Qué explica este resultado a solo un año de la caída de Evo Morales?
Para responder a estas preguntas, Nueva Sociedad pidió la opinión de analistas e investigadores sociales, que proyectan sus miradas más allá y más acá de las elecciones del pasado 18 de octubre.
El triunfo de un tecnócrata
por Pablo Ortiz -
periodista
Es el único realmente estructurado, con una militancia y un voto fidelizado, que resiste incluso la salida del escenario político de su máximo líder y fundador:
La elección general de 2020 es la primera elección sin Evo Morales desde 1997 y es la primera votación que cumple con el referendo del 21 de febrero de 2016, que le dijo a Morales que no podía aspirar a una nueva reelección.
Durante toda la campaña
se había hablado del siguiente quinquenio presidencial como un
ejercicio de transición antes de llegar al posmasismo, pero las
urnas decidieron contradecir a los pronosticadores de la política y
dictaron sentencia: no era el proyecto del MAS el que estaba
agotado, sino el mando único, la repetición sin fin de la figura de
Morales como presidente.
Para eso necesitó algunas
herramientas que lo llevaron a un triunfo con una ventaja
insospechada.
El MAS desarrolló una
campaña en los márgenes de las ciudades, con caminatas y
concentraciones pequeñas, mezclando reuniones sindicales con
conferencias académicas para alejarse de la imagen que predominó en
la última campaña de Morales.
Para eso tuvo aliados involuntarios, ambos llegados desde el Oriente boliviano, las regiones del país que siempre se le resistieron a Morales.
La primera "ayuda" fue la del gobierno de transición.
El gobierno de
Jeanine Áñez era leído como la
continuación de la llamada "revolución de las pititas", la revuelta
ciudadana que precedió al motín policial y la "sugerencia" de
renuncia de la Fuerzas Armadas a Evo Morales.
Con el inicio de la campaña, cayó el coronavirus...
Al tiempo que familiares y ministros de Áñez comenzaban a disfrutar de las ventajas del poder (aviones, fiestas), sus aliados de retiraban dejando un reguero de hechos de corrupción que destruyeron uno de los primeros mitos fundacionales del antievismo:
El tiro de gracia a la popularidad de Áñez llegó en plena cuarentena:
Así, los reemplazantes de
los supuestos corruptos y fraudulentos no solo eran corruptos, sino
también altamente ineficientes. En pocos meses, y en medio de la
pandemia, cayó un ministro de Salud tras otro.
De las calles surgió un liderazgo potente y que prometía victoria:
El MAS y Arce aún eran hegemónicos en La Paz y Cochabamba, pero necesitaban que la renuente Santa Cruz, la segunda región con mayor cantidad de votantes de Bolivia e históricamente antimasista, no se inclinara por Mesa, el candidato que más cerca estaba de Arce.
En 2019 se había dado un escenario parecido.
Morales lideraba las
encuestas y Santa Cruz estaba controlada por Óscar Ortiz,
candidato local que aspiraba a ser presidente, pero en la última
semana la estrategia de "voto útil" de Mesa le dio 47% de los votos
cruceños y lo acercó lo suficiente a Morales como para discutir si
había ganado en primera vuelta o no.
que no es caudillo sino tecnócrata,
superara el 50%
de los votos...
Surgido de las calles, religioso y con un discurso que exuda testosterona, tiene una impronta más emocional que propositiva y se planteó a sí mismo como el garante de que Morales no volvería al país.
Pero esa no fue la clave para que se impusiera ante la estrategia del voto útil de Mesa, sino que logró exacerbar el orgullo identitario del cruceño y convertirlo en voto.
A diferencia de Ortiz, Camacho no trató de "nacionalizarse" para conquistar votos, sino que apostó por convertir al resto de los bolivianos en cruceños.
Eso, sumado a la juventud
del votante cruceño, convirtieron a Camacho en una fuerza local e
irreductible que cerró el territorio de Santa Cruz a Mesa y polarizó
el voto con Arce, lo que le permitió a este una victoria más
holgada.
Para ello tuvo que hacer algunas jugadas finales, que lo acercan a priori a ser el primer presidente del posevismo antes que la continuidad de Morales.
Así, el tecnócrata logró resetear el proceso de cambio y podrá gobernar con mayoría absoluta en ambas cámaras de la Asamblea Legislativa.
Sin embargo, para saber si de verdad el MAS entró en la era posevista, habrá que ver cuál será el rol de Morales cuando regrese a Bolivia.
De ello no solo dependerá la autoridad que podrá ejercer Arce sobre su bancada y sobre el país, sino también su estabilidad política. Para ganar, para cerrar el territorio cruceño a Mesa, el MAS hizo crecer a golpes a Camacho.
Ahora, con todo el poder
territorial conseguido en el Oriente, este será el único opositor
con capacidad de movilización con el que tendrán que lidiar.
¿Por qué el desempeño electoral del MAS fue tan exitoso, excediendo las expectativas, incluso de los más optimistas?
Por tres razones principales.
no significa una sólida base social necesariamente. El MAS no logrará controlar los dos tercios de la Asamblea Legislativa como lo hizo en los últimos años.
El próximo gobierno del MAS, con Arce a la cabeza, estará signado por la crisis económica, el conflicto social y la emergencia sanitaria por el covid-19.
El apoyo de 52% del electorado no significa una sólida base social necesariamente.
El MAS no logrará controlar los dos tercios de la Asamblea Legislativa como lo hizo en los últimos años. La coyuntura política requiere de una cultura democrática de construcción de acuerdos con otros actores políticos.
Y tal cultura es muy
débil, casi inexistente, en un MAS acostumbrado a un tipo de
hegemonía política que ya no existe en Bolivia.
El Voto oculto y
paciente
Esa categoría de votos,
junto con la de "voto indeciso", fue determinante para establecer
una diferencia que, según todas las proyecciones, es de más de 20
puntos en favor de Luis Arce Catacora.
Lo que no lograron las instituciones de estudios de opinión fue detectar a dónde se iba a dirigir esa votación.
En las primeras horas de
conocerse esta tendencia, todo parece indicar que fueron esas
categorías de voto las que terminaron definiendo la amplia victoria
del MAS en primera vuelta.
todo apunta a que sus partidarios optaron por ocultarse y esperar las urnas. Ocultarse por miedo, ocultarse por vergüenza
o quizá hasta
ocultarse por estrategia...
La misma que, habiendo
"salido a la superficie" en los últimos años - proceso constituyente
de por medio - casi desapareció por completo durante el año de
gobierno transitorio en el que se desarrolló el proceso electoral de
2020, y cuya presencia se extinguió en la maquinaria simbólica,
institucional, mediática y empresarial que suele establecer las
narrativas en pugna política.
Ocultarse por miedo,
ocultarse por vergüenza o quizá hasta ocultarse por estrategia.
Ese voto que terminó
definiendo una virtual pero amplia e indiscutible victoria en
primera vuelta tuvo que atravesar una crisis institucional, un
gobierno transitorio, una pandemia, un inicio de crisis económica,
cuatro cambios de fecha de votación, una jornada electoral bajo
amenazas del gobierno, cambios en los planes del Tribunal Supremo
Electoral de ultimísima hora, votar bajo un país militarizado y no
contar con ningún resultado durante la jornada electoral para,
finalmente, con una paciencia que varias veces rozó el límite pero
no cedió, aferrarse a lo último que le quedaba a Bolivia antes del
precipicio: las urnas.
Y que, oculta y
pacientemente solo, parecía esperar la oportunidad legítima para
volver a dejarse ver.
Las elites ignoraron
el sentir mayoritario de los bolivianos
En cambio, normalmente
han visto al MAS como "marioneta del chavismo", "organización
delincuencial", "grupo de narcoterroristas" y han considerado la
adhesión que despierta como un fenómeno puramente clientelar.
Desde siempre, los
sectores tradicionalmente dominantes del país han concebido la
politización de los subalternos - que socava los pilares
meritocráticos y hereditarios de su poder - como una irrupción de la
irracionalidad y la codicia.
También estuvo presente
en el gobierno interino de Jeanine Áñez, que gobernó con la
mente puesta en las clases sociales más elevadas, las cuales querían
vengarse del MAS y estaban acostumbradas a ver a los indígenas
exclusivamente como empleados o incordios sociales.
Bolivia no es censitaria
desde 1952, pero la mentalidad de sus elites tradicionales sigue
siéndolo.
Si no aprendieron la lección después de que Morales se aprovechara de sus errores, abusos y excesos durante el neoliberalismo para derrotarlas,
es difícil
pensar que aprenderán alguna vez.
Lo hicieron sobre la base de la imposición ciega y violenta de su voluntad sobre una mayoría ignorante y a menudo silenciosa. Las condiciones de este dominio fueron desapareciendo en el último medio siglo, pero la elite misma solo cambió superficialmente.
Hasta hoy sigue siendo "tradicional" y con tendencias a oligarquizarse.
La transformación más importante en las condiciones de dominio se dio cuando los sectores subalternos encontraron la forma de crear su propia expresión político-electoral:
Desde ese momento, la acción electoral ha resultado manifiestamente adversa a los partidos de las elites tradicionales.
Teóricamente hablando, la
forma en que estas podrían recuperar el poder de una manera algo más
durable sería por medio de la fuerza bruta, como en los años 60 y
70, pero esta vía es imposible hoy por las características "epocales".
Si no aprendieron la lección después de que Morales se aprovechara de sus errores, abusos y excesos durante el neoliberalismo para derrotarlas, es difícil pensar que aprenderán alguna vez.
En efecto, apenas
tuvieron una oportunidad de prevalecer nuevamente, desnudaron los
mismos vicios y la misma miopía que tenían en los años 90, o unos
vicios y una miopía peores aún, porque en este tiempo no impera el
neoliberalismo sino una forma particularmente perversa del
conservadurismo, el populismo de derecha.
Aunque esta no parece capaz de generar un proyecto sostenible de poder en un país insumiso y mayoritariamente indígena como Bolivia, de todas formas está furiosa, resentida, acumula gran parte del capital económico y casi todo el capital cultural y, como demostró en el último año, tiene fuerza suficiente, en alianza con las clases medias militares y policiales, para destrozar las bases de sustentación del proyecto antagónico.
Puede salirse del marco
democrático cuando esto le sea posible.
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