por Eduardo Febbro
22 Agosto
2022
del Sitio Web
Publico
Versión en italiano
Una camarera sirve una cerveza en la sexta
edición
del Festival de Cerveza Artesana Beermad,
en
Madrid, a 10 de octubre de 2021.
Jesús
Hellín / Europa Press
El sueño
de la casa propia
se ha visto
ultra superado por otro:
el de la vida
propia.
Esa aspiración
ya presente en las sociedades
se incrementó
con la 'pandemia'
y ha llevado a
millones de personas
a renunciar a
sus puestos de trabajo
para buscar otra
vida distinta.
No hay lugar en el
mundo donde no haya aparecido ese movimiento.
En Estados Unidos,
unas 50 millones de personas dejaron sus trabajos en 2021 en la
industria, los servicios o el tercer sector. La ola fue y sigue
siendo tal que se la ha llamado
Great resignation o Big Quit (la Gran Renuncia).
En Francia, aunque en menor número debido a una población más
reducida y una resistencia mucho más fuerte al cambio, las renuncias
también han sido masivas y han desembocado en
una crisis del empleo.
El colapso, esta
vez, ha sido al revés:
no por el desempleo sino por la falta de
candidatos a cubrir decenas de miles de puestos de trabajo vacantes.
Para evitar la fuga, las empresas propusieron
mejores condiciones salariales a
sus empleados sin que ello bastara para detener una
corriente que se dirige no hacia un mejor salario sino a una
actividad más cercana a las convicciones personales, a la necesidad
de sanear el planeta o de tener
una vida infinitamente menos limitada a los sacrificios.
Stéphane Malmond, un ex empleado bancario dentro de un gran
grupo, lo dejó todo de un día para otro:
"Preferí ganar
mucho menos, renunciar a un cargo de responsabilidad y de
prestigio por un trabajo donde se acentúa mi responsabilidad
personal con el bienestar mío y de mi familia.
Hasta que no
apareció la 'pandemia' y el confinamiento no me di cuenta de que
estaba llevando una vida de locos y, peor aún, que estaba siendo
cómplice de la destrucción del mundo".
Malmond se fue de
París a vivir a Rennes, una de las grandes ciudades de Bretaña, y
allí se instaló con
un modesto negocio especializado en poner marcos a los cuadros.
"Ganar más o
menos ya no me importa. Mi principal ambición socio-profesional
no es tener un auto o dos sino sentirme bien y sentir que
contribuyo a mejorar el mundo".
Un alto nivel de dimisiones
En Francia, según datos publicados por la Dirección de la Animación,
la Investigación y los Estudios Estadísticos (DARES), durante el
primer trimestre de 2022, unas 520.000 personas renunciaron a sus
trabajos, de las cuales 469.000 tenían contratos fijos y asegurados
(CDI).
"Se trata de un
nivel de dimisiones muy, muy alto", reconoce el organismo DARES
que pertenece al Ministerio de Trabajo.
El filósofo francés
Eric Sadin (último libro publicado en la Argentina por Caja
Negra Editora La Era del Individuo Tirano, el fin de un mundo en
común), señala que se trata de un,
"gran aliento
renovador, de una suerte de celebración de la alternativa que
irrumpió de golpe en varios sectores".
El cambio de
actividad profesional ha dado lugar a que muchas empresas, en
particular en
el sector de la hotelería, la restauración y los transportes,
carecieran drásticamente de mano de obra.
Sin embargo, no son
los únicos afectados por esa "búsqueda de un sentido" que describe
muy bien la socióloga y especialista de los empleados altamente
calificados que renuncian a sus puestos, Elodie Chevalier.
"Ha habido
- asegura la socióloga - un replanteamiento de lo que era esencial
o no.
En determinados
ámbitos del tercer sector se ha producido una pérdida de sentido
precedida por la 'pandemia' que aceleró e incrementó la reflexión
sobre los oficios que podían o no ser considerados como
esenciales".
La problemática no
es nueva, sobre todo en las generaciones más recientes.
Hace unos seis
años, el sociólogo Jean-Laurent Cassely escribió un ensayo
(La revuelta de los primeros de la clase) sobre los jóvenes que
regresaban de las mejores universidades y escuelas de comercio, con
un porvenir trazado y sueldos enormes, pero que se negaban a
"alimentar el sistema" y terminaban volviéndose agricultores,
abriendo panaderías y fiambrerías.
La epidemia gregaria
Tras la 'pandemia', el investigador francés constató,
"una suerte de
epidemia que ganó a los consultores, ejecutivos, intelectuales o
gente de los medios: abrir un lugar, crear un espacio casi
experimental para instalar una granja urbana, una escuela de
cocina vegetal, una fiambrería, una escuela de yoga, otra de
osteopatía.
Lo importante
es, sobre todo, reunir gente, estar entre personas, y
no ya tener un puesto bien pagado pero aislado. Son, en
suma, proyectos existenciales dentro de los cuales se
desarrollan nuevos modos de vivir".
Cassely también
constata una de las poderosas paradojas de esta "gran renuncia" y
deseo de cambio:
"se invirtieron
años y años en inventar comunidades en línea, conectadas por
medio de Internet a través de
todo el planeta, pero ahora lo máximo, lo total, consiste en
promover contactos sociales con los otros, con y entre
individuos dentro de los mismos espacios físicos y no ya
conectados".
"Es un cambio fuerte.
Mucha gente ha dejado de creer en el sistema, tomó
conciencia de la futilidad de alimentar un monstruo y decidió
optar por su camino y apostó por la permacultura o una
panadería. Es lo mismo.
Este movimiento
del Big Quit da testimonio de una acelerada pérdida de
sentido ante lo que existía, sobre todo dentro de las llamadas
'profesiones cualificadas'", comenta Sadin.
Christine Le
Fèvre trabajaba en el sector de la publicidad y renunció a todo
para ir a vivir en Normandía en una granja.
"Antes de la
'pandemia' y a pesar de que tenía un excelente puesto de trabajo,
con un salario alto que me permitía residir en los barrios más
caros de París, nunca podía sacarme de encima la sensación de
infelicidad", cuenta.
"Antes de dormirme sentía que era una fracasada.
Desde que
trabajo tres veces más con las manos en la tierra me siento en
paz,
en resonancia con mis inclinaciones y orgullosa de estar
llevando a cabo una actividad que no destruye el planeta, la
tierra, sino que los restaura", comenta.
Elodie Chevalier
observa también que las renuncias,
"no se
concentran en un segmento, sino que conciernen al conjunto de la
población activa de Francia.
Todo el mundo
se está moviendo, los recién ingresados al mundo laboral como
las personas qua ya cuentan con carreras muy ricas.
No hay jóvenes
ni menos jóvenes, sino todas las generaciones confundidas".
Cambiar la vida
El anhelo de cambiar de vida, de darle un sentido a la existencia o
de trasladar la actividad profesional hacia proyectos bioecológicos
no son los únicos resortes de Big Quit a la francesa.
También, como lo
explica Chevalier,
"el miedo entra
en juego en esta variable".
Miedo quiere decir
aquí buscar una seguridad económica fuera de los
puestos de trabajo donde se dependa de una estructura o de un jefe.
Durante la 'pandemia', decenas de miles de personas fueron despedidas
de sus puestos de trabajo. La economía se detuvo y con ella también
el trabajo mensual y el salario garantizado.
Las medidas
adoptadas por el gobierno y el seguro de desempleo amortiguaron la
caída.
Sin embargo, ante
la posible repetición de una situación semejante, decenas de miles
de personas han optado por
garantizarse a través de la independencia laboral sus medios de
existencia.
Si a las 520.000 personas que han renunciado a su trabajo durante
los seis primeros meses de 2022 se le suman las 518.000 que lo
hicieron en el curso de los seis últimos meses de 2021 se llega a
más de un millón de trabajadores.
"Es tan
impresionante como invisible", comenta Jean-Laurent Cassely.
El récord de
renuncias precedente remonta al año 2008, justo cuando estalló la
crisis financiera:
unas
510.000 personas
abandonaron entonces sus trabajos...
El fin de la 'pandemia'
trajo igualmente un
fuerte incremento de la
actividad económica y, por consiguiente,
"mucha
movilidad en el mundo del empleo", observa la DARES.
El organismo acota
que,
"en las fases
de expansión económica aparecen nuevas oportunidades para
trabajar y eso incita a la gente a renunciar a los puestos que
ocupaba".
Sin embargo, las
renuncias ahora están más ligadas a un profundo anhelo "a no dejar
los huesos en una oficina", dice Le Fèvre, que a buscar
oportunidades profesionales dentro del mismo sector.
"Los cambios de
orientación profesional han sido radicales", recuerda Jean-Laurent Cassely.
Radicales y, a su
manera, también con un aura real de representar una nueva
existencia, una humanidad distinta en la que
el banquero especulador se vuelve panadero, el especialista en
redes sociales y manipulaciones virtuales cambia esa vida por la de
apicultor.
Puede que el movimiento se quede ahí, reducido a muchos individuos,
pero no los suficientes como para trastornar el sistema.
Puede también que
se torne masivo y marque, al fin, un punto final a la expansión de
un liberalismo que no hace más que destruir la esencia humana y la
noción del otro, del semejante, como un aliado.
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