por Samuel Gregg

01 Enero 2023
del Sitio Web TheSpectator
traducción de SOTT
04 Enero 2023

del Sitio Web SOTT

Versión original en ingles

 

 

Samuel Gregg es Miembro Distinguido de Economía Política en el Instituto Estadounidense de Investigación Económica y autor, más recientemente, de 'The Next American Economy: Nation, State, and Markets in an Uncertain World' (2022)

 

 

 

 

Klaus Schwab

 

 

 

Por qué

no es una locura

oponerse al

Foro Económico Mundial...

 

 


El Foro Económico Mundial (FEM) y su fundador y Presidente Ejecutivo, el profesor Klaus Schwab, son objeto de muchas teorías conspirativas descabelladas.

 

Esta ONG, que el próximo mes de enero (2023) volverá a reunir en Davos a políticos, empresarios, periodistas, académicos y celebridades varias, ha sido acusada, entre otras cosas, de ser,

una cábala secreta de pedófilos que utilizaron la pandemia de Covid-19 para extraer sangre de niños y acelerar así un satánico Nuevo Orden Mundial...

No es una locura, sin embargo, considerar al FEM como una fuerza peligrosa en la política mundial.


El FEM es una fuerza peligrosa en la política mundial.

 

 

Para adaptar a Joseph Heller,

solo porque seas paranoico,

no significa que el FEM

no esté detrás de ti...

 

Una desconfianza compartida hacia el FEM une a anticapitalistas de izquierda y a guerreros de la cultura de la derecha.

 

Pero esa desconfianza se basa en un malentendido de lo que es realmente el FEM en estos días.

Para muchos críticos del FEM, la vileza de la organización puede resumirse en una palabra:

"neoliberalismo"...

Es un término que evoca imágenes de plutócratas y mercados sin trabas que asolan el planeta y explotan a los trabajadores en nombre del beneficio.

 

Curiosamente, Schwab está de acuerdo con esa valoración de los males del mundo.

Hubo un tiempo en que el FEM daba prioridad a la necesidad y los beneficios de la globalización económica.

 

Sin embargo, hace muchos años que no es así.

En octubre de 2020, Schwab declaró que:

Los dogmas de nuestro sistema económico mundial tendrán que ser reevaluados con una mente abierta. El principal de ellos es la ideología neoliberal.

 

El fundamentalismo del libre mercado ha erosionado los derechos de los trabajadores y la seguridad económica, ha desencadenado una carrera desreguladora a la baja y una competencia fiscal ruinosa.

Cómo y dónde se ha desbocado el "fundamentalismo de libre mercado" sigue siendo un misterio...

 

Después de todo,

vivimos en un mundo en el que la mayoría de los gobiernos de los países desarrollados controlan habitualmente el 40% o más del PIB de su nación.

El crecimiento incesante del Estado regulador y del bienestar en, digamos, la Unión Europea, Gran Bretaña y EE.UU. tampoco sugiere que los radicales del libre mercado hayan estado al mando en Bruselas, Londres o Washington durante décadas.

 

En cuanto a China, desde 2008 la dirección de su partido comunista no ha dejado de crecer.

Ignorando estos hechos incómodos, Schwab cree que el mundo necesita un "Gran Reinicio".

La/el Covid, según el sitio Web del FEM que explica el reinicio global que espera al mundo, reveló todas las,

"incoherencias, insuficiencias y contradicciones de múltiples sistemas, desde el sanitario y financiero hasta el energético y educativo".

El planeta entero necesita un nuevo "contrato social" para remodelar,

"el estado futuro de las relaciones globales, la dirección de las economías nacionales, las prioridades de las sociedades, la naturaleza de los modelos empresariales y la gestión de un bien común global".

Toda una lista...

 

Pero,

¿qué adjetivos utilizar para describir a una organización que se propone coordinar la reorganización de 8.000 millones de almas, 195 países, las relaciones internacionales, la política social en general y una economía mundial de 104 billones de dólares...?

Me vienen a la mente palabras como "delirante" y "megalómana"...

Un concepto clave para la visión de Schwab del mundo reiniciado es el capitalismo de las partes interesadas.

 

En su libro de 2021 Capitalismo de las Partes Interesadas ("Stakeholder Capitalism - A Global Economy that Works for Progress, People and Planet), Schwab lo define como,

"una forma de capitalismo en la que las empresas no sólo optimizan los beneficios a corto plazo para los accionistas, sino que buscan la creación de valor a largo plazo, teniendo en cuenta las necesidades de todas sus partes interesadas y de la sociedad en general".

Por creación de valor, Schwab entiende en parte "prosperidad" económica.

 

Pero también pide que se promuevan otros tres valores:

"pueblo", "planeta" y "paz"...

Estos conceptos, bastante amplios, ilustran lo global que pretende ser el capitalismo de Schwab.

¿Quiénes son las partes interesadas que colaborarán para lograr las cuatro "P"s?

Para Schwab, son los "gobiernos", las "empresas" y la "sociedad civil" (ONG, sindicatos, etc.).

En este punto llegamos a la esencia del gran rediseño de Schwab.

 

A pesar de invocar las predecibles piedades woke, el compromiso central de Schwab es con los acuerdos políticos y económicos que solían conocerse como corporativismo.

Schwab es bastante explícito al respecto.

 

En un artículo que describe los orígenes de su perspectiva actual, escribe:

Este enfoque era común en las décadas de posguerra en Occidente, cuando quedó claro que a una persona o entidad sólo le podía ir bien si toda la comunidad y la economía funcionaban.

 

Existía un fuerte vínculo entre las empresas y su comunidad.

 

En Alemania, por ejemplo, donde yo nací, dio lugar a la representación de los empleados en el consejo de administración, una tradición que continúa hoy.

El corporativismo es un concepto amplio.

Puede abarcar desde la versión hiper-autoritaria adoptada por la Italia de Mussolini hasta las estructuras obrero-patronales del tipo descrito por Schwab en la Europa occidental de posguerra.

Pero todas las formas de corporativismo comparten algunos temas comunes.

Uno es la necesidad de limitar la competencia en el mercado para preservar la cohesión social.

 

Otro es la cooperación obligatoria entre grupos representativos de diferentes sectores sociales y económicos, un proceso supervisado y, si es necesario, impuesto por funcionarios del gobierno en aras del bien común.

¿Qué puede haber de malo en ello?

 

La respuesta es:

¡mucho...!

Para empezar, al corporativismo (incluida su expresión schwabiana) no le gusta la libertad...

 

Se trata de formar y mantener un consenso sobre políticas económicas y sociales. Por esta razón, el corporativismo no soporta bien la disidencia.

 

De hecho, desalienta cualquier cuestionamiento del consenso, ya se trate de tipos impositivos o del cambio climático.

El lenguaje del corporativismo, como el del FEM de Schwab, puede ser el de la consulta coordinada, pero,

la agenda es la del control...

 

Porque lo que importa es la armonización de puntos de vista, no lo absurda que sea la idea o lo alto que sea el coste en libertad.

Esto no sólo genera pensamiento de grupo.

 

También fomenta la marginación de quienes discrepan del consenso.

Si tienes reservas sobre, por ejemplo, la apertura de fronteras, no te sorprendas si te tachan de xenófobo.

 

Si rechazas la sindicación de tu plantilla, es probable que le tachen de fundamentalista del mercado que trata a sus empleados como meros objetos.

Otro problema es la colusión y el clientelismo que propicia el corporativismo.

 

Las estructuras corporativistas facilitan las relaciones cliente-patrón entre empresas y gobiernos. Ello, a su vez, produce insiders y outsiders.

Los insiders son las empresas que se adhieren al consenso, siguen el juego corporativista y, por tanto, sacan mucho provecho de sus cordiales relaciones con los gobiernos.

 

Los outsiders son los que carecen de recursos para engrasar la rueda.

Un ejemplo podría ser el joven empresario con una gran idea que podría revolucionar todo un sector económico, pero que no goza de conexiones políticas.

Las empresas establecidas desde hace tiempo no dudan en utilizar sus conexiones para intentar establecer entornos reguladores, lo que dificulta la competencia de estos emprendedores en el mercado.

Por último, el capitalismo corporativista de las partes interesadas es decididamente ambivalente con respecto a la democracia.

 

El énfasis se pone en que las personas con información privilegiada negocien entre sí y luego presenten a la población una serie de hechos consumados sobre cualquier tema, desde los combustibles fósiles hasta los ASG.

En el modelo capitalista de Schwab no hay mucho espacio para las contribuciones de la población en general al proceso de toma de decisiones, y mucho menos para la aprobación popular de las decisiones tomadas.

 

De hecho, el modelo refleja una desconfianza positiva hacia las iniciativas ascendentes porque son más difíciles de controlar y menos proclives a aceptar el consenso establecido.

Como han descubierto las naciones, las formas corporativistas de dirigir las economías y las sociedades conllevan costes considerables.

En el plano económico, el corporativismo desalienta la innovación, produce mercados laborales inflexibles dominados por sindicatos cuya prioridad es mantener el statu quo, y acribilla el mercado con privilegios para las empresas bien conectadas.

En términos políticos, incluso las formas leves de corporativismo privan de derechos a los votantes y ponen un número cada vez mayor de decisiones importantes en manos de burocracias que no rinden cuentas.

En muchos sentidos, las estructuras de gobierno de la UE (y el déficit democrático que personifican) ejemplifican este tipo de acuerdos.

Lo que nos lleva de nuevo al FEM.

No ejerce ningún poder político formal y no puede obligar a nadie a hacer nada.

 

No obstante, desde su fundación en 1971, el FEM se ha convertido en una organización que encarna la confianza suprema en el imperativo de un tipo particular de persona que dirige el mundo de arriba abajo.

En su famoso ensayo de 2004 titulado Almas Muertas, el politólogo Samuel P. Huntington llamó a este prototipo "el Hombre de Davos".

Un apodo ingenioso del que ni Schwab ni el FEM han logrado desprenderse, el 'Hombre de Davos' era la descripción abreviada de Huntington de,

"académicos, funcionarios internacionales y ejecutivos de empresas globales, así como empresarios de éxito de alta tecnología" que pensaban de forma similar y tendían a considerar las lealtades y fronteras nacionales "como residuos del pasado"...

El 'Hombre de Davos' también miraba con desdén indisimulado, según Huntington, a quienes no seguían el programa, fuera cual fuera el contenido del mismo.

Ahí radica el problema más profundo del FEM.

Una cosa es que la gente se reúna en foros internacionales para debatir problemas, compartir ideas y establecer contactos. Los líderes empresariales, los políticos y las ONG lo hacen constantemente.

Otra cosa es que un organismo como el FEM decida que ha llegado el momento de reorganizar el mundo de arriba abajo y rehacer el planeta a imagen y semejanza del corporativismo.

El ideal al que aspira Schwab, a juzgar por sus discursos y escritos, es algo parecido a,

una UE globalizada, con sus formas burocráticas supranacionales y arraigadas transpuestas a un nivel internacional, y los resortes del poder en manos de hombres y mujeres de confianza de Davos...

En resumen, es fácil caricaturizar al FEM y a Schwab como algo parecido al ficticio Spectre de Ian Fleming y su cerebro criminal Ernst Stavro Blofeld.

 

Sin embargo, la agenda que se persigue ahora en lugares como Davos es lo suficientemente alarmante como para que cualquiera que crea en la preservación de cosas como la libertad, la soberanía y la descentralización del poder se preocupe.

El 'Hombre de Davos' debería estar sobre aviso:

su Gran Reinicio no pasará desapercibido...