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PijamaSurf las redes sociales funcionan como confesionarios públicos, ¿pero qué efecto tiene eso
sobre nuestras emociones?
Hoy en día, la mayoría estamos tan familiarizados con ese uso que nos parece "normal" y acaso incluso incuestionable.
Para eso sirven las redes, ¿no? Las selfies, las imágenes de lo que comemos, el check-in de los lugares que visitamos y a veces incluso los pensamientos y ocurrencias que pasan por nuestra cabeza.
Todo, de una forma u otra, puede encontrar expresión puntual en un post,
En cierta forma, este fenómeno era previsible y posiblemente también fue calculado.
Basta recordar que las redes sociales surgieron en el marco de la llamada Web 2.0, cuyo cambio fundamental fue el paso al usuario como protagonista del Internet.
Los llamados medios
sociales fueron diseñados para otorgar al usuario la generación del
contenido y que fuera él mismo quien mantuviera en marcha la
maquinaria que otros se encargarían de administrar.
Quizá nadie imaginó que
la hiperindividualización de la cultura dominante resultaría en esa
"feria de las vanidades" que es ahora
la Internet, un recurso que alguna
vez se pensó como un medio de capacidad inédita en nuestra historia
para intercambiar saber y conocimiento pero que ahora vive ahogado
en las aguas pantanosas del narcisismo humano.
Es probable que la mayoría de nosotros haya visto o acaso incluso firmado alguna publicación de tipo confesional en Facebook o Twitter o cualquier otro medio:
El repertorio es amplio, aunque también trivial, porque la vida cotidiana así es:
En 'La intimidad como espectáculo' - una obra del 2008 que ahora, con el paso de los años, podría considerarse precursora pero es un referente que no ha perdido vigencia - la socióloga brasileña Paula Sibilia señaló el tratamiento "espectacular" que las personas estaban dando a su vida íntima, entendiendo ésta sí en su vertiente un poco tremebunda de "lo secreto" y "lo inconfesable", pero también en eso simple y sencillo con que se teje día a día nuestra existencia.
Eso también es la intimidad.
Y eso, precisamente, es
lo que toma la maquinaria de las redes sociales como materia prima
para su funcionamiento y que nosotros le entregamos voluntariamente
y hasta con gusto.
La pregunta, en este caso, es,
No es sólo porque las redes estén a nuestro alcance inmediato que las usamos como confesionario público.
Es, más bien, porque la confesión es uno de los recursos de un comportamiento un tanto más amplio que solemos poner en marcha ante lo que nos sucede:
Particularmente en la confesión católica, el mecanismo es de una efectividad pasmosa:
El pecador se confiesa esencialmente porque el confesor tiene la autoridad para eximirlo de su culpa.
De ahí también que, jurídicamente, la confesión sea una acción de "descargo":
¿Qué significa esa "liberación"?
En esencia, que el sujeto no tiene nada más que hacer con las acciones que resultaron en su "pecado"...
Basta confesar, cumplir
la penitencia impuesta, acaso prometer y prometerse no volver a
hacerlo, pero… como el espíritu está pronto pero la carne flaquea,
la confesión y el confesor siempre estarán ahí, para liberarnos de
la responsabilidad de nuestros actos.
Esos "exabruptos" subjetivos en que a veces se incurre y que toman la forma de un tweet o un post de Facebook son, con cierta frecuencia, el intento de liberarse de algo que se quiere eludir.
Esa, de hecho, es la reacción emocional inmediata al dar clic al botón de "Publicar":
Y con el alivio parece que puede, de momento, "pasar a otra cosa".
También por esto las redes sociales se han adherido con facilidad a los patrones adictivos de las personas, pues como el alcohol, la comida, las compras u otros goces, permiten al sujeto lidiar parcialmente con lo que busca evitar:
En una palabra, su
angustia.
Con la confesión, el
pecador queda eximido de preguntarse porqué hizo lo que hizo,
qué de sí mismo lo llevó a actuar de esa manera, y lo mismo con
estas "confesiones sociales".
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