por Guillem Ferrer
21 Mayo 2025

del Sitio Web UltimaHora
 

 

 

Fuente

 

 


"(...) en nombre de la innovación,

estamos entregando a nuestros hijos

a una dictadura digital silenciosa,

que amenaza con ser más profunda

que cualquier tiranía militar"...
 

 


En un rincón silencioso del mundo, donde antes resonaban risas, discusiones y juegos, ahora brillan pantallas azules.

 

En nombre del progreso, hemos dejado que las tecnologías digitales se sienten en el trono de la educación. Y aunque muchos aplauden este avance, pocos se preguntan qué estamos perdiendo por el camino...

La promesa era atractiva:

accesibilidad, eficiencia, conectividad global.

Pero el precio ha sido alto:

relaciones diluidas, diversidad cancelada, humanismo desmantelado.

En lugar de comunidades escolares vibrantes, se erigen ahora sistemas centralizados, fríos y programados, diseñados no para formar seres humanos, sino para,

optimizar la rentabilidad de una maquinaria corporativa...

Las grandes empresas tecnológicas - Google, Microsoft, Amazon - han extendido sus tentáculos sobre el sistema educativo, disfrazadas de "benefactoras" digitales.

 

Sin embargo, bajo su manto, se esconde un modelo distópico:

  • la educación convertida en industria

  • los niños en datos

  • los profesores en operarios...

¿Qué puede enseñar un algoritmo sobre empatía?

 

¿Cómo puede un software cultivar la imaginación o sanar una herida del alma?

Una computadora no puede mirar a un niño a los ojos.

No puede abrazar, ni detectar el brillo del talento que aún no sabe nombrarse.

La verdadera educación necesita presencia, necesita contacto, necesita humanidad, necesita que alguien diga:

"Te veo. Creo en ti. Estoy contigo. Te acompaño".

La estandarización digital aplana la riqueza de lo diverso.

 

Todos deben aprender lo mismo, al mismo ritmo, con el mismo dispositivo.

 

Así,

Se destruye la singularidad que cada niño trae como un regalo oculto.

 

Se margina la artesanía del aprendizaje.

 

Se impone la lógica del rendimiento, en lugar del gozo por descubrir.

Y lo más alarmante:

estas plataformas no sólo educan.

 

Espían, recopilan y manipulan.

 

Rastrean hábitos, modelan conductas, crean perfiles.

Los estudiantes de hoy son las minas de datos del mañana.

 

Y mientras tanto, en nombre de la "innovación", estamos entregando a nuestros hijos a una dictadura digital silenciosa, que amenaza con ser más profunda que cualquier tiranía militar.

¿Queremos realmente que el futuro de nuestros hijos dependa de empresas que ven al ser humano como un riesgo estadístico o una oportunidad de negocio?

Frente a esta deriva, urge un acto de resistencia creativa.

 

Debemos invertir en escuelas pequeñas, en más maestros y menos dispositivos.

Volver a la tierra, al arte, al juego.

 

Permitir que la tecnología acompañe, pero no domine.

 

Que sea herramienta, no fin.

 

Que amplifique la educación, sin reemplazarla.

Educar es formar seres humanos completos:

sensibles, conscientes, conectados...

No basta con saber operar una máquina:

es necesario aprender a vivir, a convivir, a cuidar.

Si no actuamos ahora,

podríamos despertar en un mundo donde los algoritmos decidan qué aprender, cómo pensar y a quién amar.

Pero aún estamos a tiempo...

 

A tiempo de elegir,

  • El alma sobre el algoritmo

  • La vida sobre la pantalla

  • La humanidad sobre la máquina...